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Filólogos bizantinos. Vida intelectual y educación en Bizancio (Madrid: Alianza,
1994)
Esta obra fue realizada en 1983. Surge una versión revisada en inglés en 1996. Más
tarde hay otra edición por la Medieval Academy of America en 2013.
Graduando en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid. Contacto:
jos.castro@estudiante.uam.es
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En el segundo capítulo, el autor se dedica a dar una panorámica de las principales
escuelas que existían en los territorios bizantinos, como son Alejandría, Atenas o
Constantinopla, y su importancia para la pervivencia de la cultura clásica y los avances
en filología cristiana.
Los siguientes tres capítulos, se dedican a figuras estelares como León el filósofo (en el
índice aparece erróneamente como Lerí), Focio y sus obras, además de Aretas y su
biblioteca.
Para el autor, 1204 supone el fin del Imperio Bizantino, ya que en ese momento muere
culturalmente, debido a la Cuarta Cruzada. Aún con esto, hay que asegurar que los
«botines» arqueológicos de la Catedral de San Marcos (Venecia), han logrado
sobrevivir gracias a que no se encontraron en su lugar de origen. Un imperio, por lo
tanto, no se mide únicamente por su poder político (1453 y su función práctica: ¿Define
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esta fecha al Imperio y su fin, o es, en ese momento, algo que no es un Imperio, y que
no es bizantino?). Los filólogos de Nicea, son comparados con los anteriores, de forma
negativa, resultando mediocres. Además, otro cambio de 1204 es el nuevo interés que se
muestra por Occidente, gracias a la conquista latina: Occidente ya no se concibe como
una Iglesia cismática y unos mercaderes. Esto es lo que destacaría del capítulo
undécimo.
Empezando «Los epígonos», se trata de los últimos cien años de Bizancio. Para el autor,
los filólogos —con excepciones— son de muy bajo nivel, y sus manuscritos no tienen
valor. Las discusiones bizantinas, agotadas en teología por el cisma entre Oriente y
Occidente, se ven sacudidas por una nueva cuestión: el movimiento hesicasta. El
coleccionismo italiano y la búsqueda de fuentes griegas, además del interés por
aprender el griego en Italia, habría que entenderlo más como una incapacidad bizantina
por administrar la cultura y la herencia helena. Así, son varios los eruditos bizantinos
que eligen como lugar de residencia la Península Italiana. Entre las personas que hay
que destacar están: Nicéforo Grégoras o Simón Atumano.
La última parte del libro se dedica al epílogo, donde se destacan dos ideas clave. El
autor se muestra en contra de GIBBON. Este último, da una visión de los bizantinos
pasiva y con el reproche de no haber sabido apreciar el legado de la Antigüedad en su
beneficio. Con lo que hemos visto que se describe en esta obra, queda demostrado que
no fue así —los estudiosos bizantinos escogen las obras que copian, las modifican y
corrigen según veían conveniente; incluso las comentan—. El método de PFEIFFER y
su historia de la filología, es otro tema tratado en este apartado: para el autor, realizar
una historia de la filología mediante personajes eminentes implica no aceptar la idea de
que existen progresos en filología que no pueden ser adscritos a una persona en
concreto. El humanismo y Bizancio es otro asunto clave, ya que para WILSON, los
filólogos bizantinos, aunque se encuentren entre la Antigüedad y el Renacimiento,
tienen poco que ver con estas dos etapas que abren y cierran la historia del Imperio
Romano de Oriente. En primer lugar, debido al rasero cristiano que englobaba a la
filosofía; en segundo lugar, la retórica pasa a un lugar inferior porque ya no es útil. Si se
quiere, podríamos comparar a Focio con Erasmo y veríamos la diferencia entre el
humanismo bizantino y el humanismo europeo:
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evitar la herejía maniquea. El segundo se preocupó de llegar a tener un Nuevo
Testamento puro. Este podría ser un punto en común
2. En cambio, la diferencia entre el humanismo europeo y el bizantino estriba en la
expansión y aceptación de este método para las letras sagradas (o no sagradas).
En Bizancio es un tema de círculos cerrados, sin expansión social. En cambio,
en Italia y en Europa, el método filológico, y el estudio de las Escrituras es algo
recurrente y candente, que llega a ser tema político, casus belli, y también crea
seguidores (luteran-ismo, calvin-ismo, erasm-ismo).
Entre las ideas que me gustaría destacar se encuentran las siguientes: la obra es
una historia de la cultura bizantina muy esclarecedora. Con ella he averiguado qué es lo
que se pensaba en Bizancio, la memoria colectiva, y con qué materias se reconocen
culturalmente hablando. Los bizantinos se reconocen romanos, y por lo tanto, herederos
del mundo griego. La educación que enseñan y aprenden es en gran medida la de la
antigüedad: se basa en ejercicios mentales y reiterativos: el objetivo es llegar a
memorizar los textos clásicos y la Biblia. Se copia y transcribe a los autores clásicos
desde una perspectiva cristiana: así por ejemplo, a Homero, el mejor escritor, se le
atribuyen mediante alegorías, una visión cristiana, buscando ejemplos entre los relatos
bíblicos y los suyos ¿Cuáles son las lecturas griegas clave, los textos que más se leen y
copian a mano? Arístides, Aristófanes, Aristóteles, Calímaco, Demóstenes, Eurípides,
Hesíodo, Homero, Plutarco, Platón, Píndaro, Tolomeo y Tucídides. De ellos se realizan
antologías que se comentan en clase, y epítomes para un uso personal, en bibliotecas de
eruditos y curiosos por el pasado bizantino. Con esto se busca un objetivo: que el
Imperio Bizantino, llegue a tener tantos destellos y fascine como el Imperio Romano y
el de Alejandro, es decir, que el presente llegue a ser tan importante o tan grande como
lo fue el pasado. Bizancio, culturalmente, es sinónimo de recordar el mundo
grecorromano y el cristianismo.