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Andrés L. Mateo.
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Diseño Portada: Miguel de Camps Jiménez. Reproducción de una medalla de oro de 24 Qts.
del año 1939, propiedad de la colección particular del Dr. Octavio Amiama Castro.
Hasta el presente solo se conocen tres ejemplares.
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Andrés L. Mateo
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ÍNDICE GENERAL
INTRODUCCIÓN……13
a) La poesía
b) La narrativa
c) La instrumentalización del folklor
BIBLIOGRAFÍA……209
INDICE ONOMÁSTICO……219
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AGRADECIMIENTO
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INTRODUCCIÓN
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CAPITULO I
"El 23 de febrero de 1930, a las siete y media de la noche de un domingo tropical, un grupo
de jóvenes que no llegaba a la cifra de doscientos y entre los cuales figuraba un fuerte
porcentaje de lo más representativo de la élite intelectual de la ciudad, tomó por asalto la
fortaleza San Luis, de Santiago de los caballeros, capitaneados por su jefe el brillante
tribuno y joven abogado Rafael Estrella Ureña" (1).
La cita es el inicio del libro La más bella Revolución de América, del periodista y escritor
Tomás Hernández Franco, publicado en el mismo año 1930, en el fragor de los
acontecimientos, por un actor destacado y testigo excepcional. A este movimiento de
febrero se le llamará de distinta manera: Revolución de febrero, Revuelta cívica,
Movimiento cívico del 23 de febrero. Y su principal característica es que, a partir de los
hechos que desencadena, lleva a Trujillo al poder, habiendo sido al parecer, una revuelta de
la inteligencia cansada de la corrupción y la parálisis social del gobierno del general
Horacio Vázquez.
Tomás Hernández Franco vivió lo que narra en el pórtico de su libro, y los acontecimientos
sucedieron de esa manera, pero la cita es una excelente demostración de lo que en la
historia es la ilusión y la realidad. El relato es sólo una descripción objetiva de la realidad
aparencial que él vivió como parte de esa “élite” que ilusionada por la presencia del
liderazgo intelectual, también aparente, que en el movimiento ejercía Rafael Estrella Ureña,
se sumó desde el primer momento a la "revuelta", con el mismo entusiasmo con que había
combatido en las páginas de los periódicos, al gobierno del Presidente Horacio Vázquez.
(1) Hernández Franco, Tomás. La Más bella revolución de América, Santo Domingo, Taller
de Impresiones, 1973.p.9.
Después se sabrá que ni la "toma por asalto de la fortaleza San Luis" fue verdadera, ni "lo
más representativo de la élite intelectual de la ciudad" se jugaba un destino propio, sino
que saltaba como marioneta al escenario de la historia. Todavía menos, que "el jefe
brillante tribuno y joven abogado, Rafael Estrella Ureña" fuera tal jefe, sino un mascarón de
proa, a quien el verdadero portador del poder usó con prodigalidad, en razón de que reunía
linaje y condición intelectual.
El Presidente Horacio Vázquez se inició en el gobierno con el fin de la intervención
norteamericana, comenzada oficialmente el 29 de noviembre de 1916, y culminada,
mediante el tratado Hugues-Peynado, el 12 de julio de 1924. Su juramentación es,
simbólicamente, el nacimiento de la "Tercera República", (2) y la vuelta apoteósica del
caudillismo. También es, sin metáfora, la derrota del nacionalismo liberal que había
luchado bajo la consigna de la "pura y simple" (3) contra la ocupación, primero, y contra los
planes de desocupación y el estatus jurídico del tratado Hugues-Peynado (4), después.
(2) La Historia dominicana se divide en tres períodos que resumen las peripecias de la
soberanía nacional: La primera República comienza el 27 de febrero de 1844, eclipsándose
con la Anexión a España en 1861. La segunda República surge con la lucha triunfante de la
Restauración, en 1865, la soberanía renace con el triunfo sobre las tropas españolas. La
intervención norteamericana de 1916, inició otro período de oscurecimiento del ideal
nacional, y con la desocupación se marca el nacimiento de la "Tercera República".
(3) La "pura y simple" se llamó al movimiento de carácter urbano, formado por escritores,
juristas, políticos e historiadores, opuestos a la Intervención Norteamericana del 1916. La
tesis de la "pura y simple" planteaba la desocupación del país, "pura y simple", sin el
reconocimiento jurídico de los actos del interventor y sin pacto alguno. Alrededor de las
posiciones de la "pura y simple" se núcleo la más sobresaliente intelectualidad dominicana,
liderados por el más puro espíritu nacionalista: Américo Lugo. Casi toda la intelectualidad
de la época asumió, en principio, las posiciones de la "pura y simple", y aportó su
martirologio físico e intelectual en la figura del poeta romántico Fabio Fiallo, preso y
torturado por las tropas de intervención; y en la censura impuesta a libros como "El
Derrumbe", del escritor nacionalista Federico García Godoy. La "pura y simple" desembocó
en la formación del Partido Nacionalista.
Trujillo era entonces oficial de la guardia constabularia que el ejército norteamericano
había creado para combatir la otra forma de oposición a la intervención, la oposición
armada de los grupos campesinos del Este, que los informes oficiales comenzaron a llamar
"gavilleros", y a costa de quienes la épica trujillista levantará más adelante el dibujo marcial
de la valentía y el arrojo del dictador. Y amparándose en un pasado horacista ascendió
rápidamente durante el gobierno del viejo caudillo del Norte.
En la misma medida en que el gobierno de Horacio Vázquez se desgastaba, Trujillo se
fortalecía, no sólo en su fortuna personal, que ya en 1930 era considerable, sino en la
construcción de una imagen tejida cuidadosamente en la sombra, por la labor de hormiga
de intelectuales pequeños burgueses, que él reclutará desde la jefatura del ejército.
El gobierno del Presidente Vázquez, duramente combatido por el nacionalismo, inició un
vigoroso programa de obras públicas, (famoso por la corrupción que propició), y aumentó
la deuda de la nación con nuevos préstamos. En principio, el aspecto general del país se
transformó favorablemente. Ello dio origen a un endiosamiento del caudillo, que aunque
había roto la alianza política que lo llevó al poder, creía tener todavía suficiente apoyo
popular.
El plan Hugues-Peynado es la base del tratado formal de evacuación de las tropas
norteamericanas, firmado en Santo Domingo en el mes de septiembre de 1922. Discutido
por Charles Evans Hugues, Secretario de estado de los Estados Unidos, y por el Lic.
Francisco J. Peynado, fue firmado por Horacio Vázquez, Federico Velázquez y Elías Brache
hijo, en representación del sector político tradicional. En calidad de "garante espiritual"
firmó Monseñor Adolfo Nouel, Arzobispo de Santo Domingo, y por supuesto, Francisco J.
Peynado. Los nacionalistas desplegaron un fuerte activismo contra la materialización del
plan, y el debate intelectual fue estruendoso. Ver: Vega, Bernardo (Compilación y
Comentarios). "Manuel Arturo Peña Balle, La etapa liberal", Publicaciones de la Fundación
Peña Balle, Tomo II, Santo Domingo, 1991, pp. 20-42.
(5) Trujillo había sido militante del horacismo, y sus ascensos vertiginosos están en
relación con los planes del Presidente Horacio Vázquez de controlar la Policía Nacional
Dominicana. En: Medina Benet, Víctor M. "Los Responsables", 2¿a. ed., Editora Amigo del
Hogar, Santo Domingo, 1976, sostiene que "la organización de la PND Trujillo la hizo pasar
como parte del horacista intento de control de la PND, cuando en realidad trabajaba para
sí".
En 1926 un intelectual nacionalista, Enrique Apolinar Henríquez, planteó que los colegios
electorales que convocaron a elecciones en 1924, lo hicieron basándose en la Constitución
de 1908 y ésta Constitución establecía un período de gobierno de seis años, se imponía
entonces que las cámaras prolongaran el período de mandato del General Vázquez (7).
(8) Cassá, Roberto. Historia social y económica de la República Dominicana, Tomo II,
Editora Alfa y Omega, Santo Domingo, 1982, p. 248.
Los efectos de la crisis mundial en la República Dominicana se prolongaron hasta 1933 (9) y
su superación, al término del primer gobierno de Trujillo, se efectuó con grandes
sacrificios, y al costo del fortalecimiento del absolutismo. En 1929 los factores internos que
se conjugaron al final del gobierno del Presidente Horacio Vázquez, significaron la caída sin
remedio del vapuleado "Benemérito de la patria", que presidía sin brillo la "Tercera
República". La crisis afectó agudamente a los trabajadores, produciendo un malestar social
que se tradujo en inconformidad y protestas (10). Ante la reducción de los salarios, que el
propio gobierno asumió como solución a la situación económica, el incipiente movimiento
obrero respondió con un ritmo de huelgas parecido a los que se habían producido entre
1917 y 1920 (11).
El conflicto social tomó entonces proporciones desmesuradas, generalizándose las huelgas
y las demandas obreras, como confrontación clasista y de ruptura clara con el gobierno. En
este período hubo huelgas famosas, de franca beligerancia social, como la que
protagonizaron los choferes en el mes de octubre de 1929, que al decir de Cassá era "el
momento más álgido (...) en una cadena de conflictos que comenzaron a colocar el
problema social en el centro de la vida política nacional"(12).
Los albañiles de Santo Domingo, los zapateros de San Pedro de Macorís, los panaderos de
Santiago de los Caballeros, los sectores azucareros de La Romana, todo el país ardía en
huelgas obreras que habían radicalizado sus demandas. El gobierno, que antes de la crisis
de 1929 había tenido un año de parálisis económica, resultaba ineficaz en sus soluciones
para detener el deterioro.
(9) Para un estudio de los efectos de la crisis económica de 1929, En: Cassá, Roberto.
"Capitalismo y dictadura", Editora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, 1982,
pp. 21-40.
(10) Cassá, Roberto. Movimiento obrero y lucha socialista, Fundación Cultural Dominicana,
Santo Domingo, 1990.
(11) Ibid, p. 160.
(12) Ibid, p. 163
El gobierno intentó la represión, (por ejemplo en el caso de la huelga de los choferes),
usando al ejército para ello. Trujillo tenía su estrategia, que incluía ganarse un cierto nivel
de apoyo popular, y como en otras ocasiones, se mantuvo alejado de estos conflictos
sociales. Este distanciamiento aparente lo caracterizaría en esta época.
La prensa oposicionista al gobierno, integrada ya a la conspiración en marcha, no cesó de
alabar la actitud serena del brigadier (13), quien pese a su escurridiza postura, había sido ya
mencionado por las plumas incendiarias del nacionalismo trasnochado, como sucesor del
anciano Presidente.
El 31 de octubre de 1929 Horacio Vázquez emprendió vuelo hacia los Estados Unidos,
gravemente enfermo de problemas renales, y agotado en extremo por las tensiones del
ejercicio del poder en una época tan convulsa. Su sucesor fue el doctor José Dolores
Alfonseca, quien había pasado a la vicepresidencia luego que Federico Velázquez no
aceptara la prolongación. Pese al deterioro indetenible de su liderazgo, Horacio Vázquez
seguía siendo "el sol que mantenía con su personalidad y tradición histórica el equilibrio en
el firmamento político dominicano"(14). Su partida dejó a la nación en vilo.
Las luchas intestinas se aceleraron entre los partidarios del doctor Alfonseca y Martín de
Moya, y la oposición, tras años de dispersión, y metida de lleno en la conspiración, logró al
fin, apenas unos días después de la partida del enfermo mandatario, firmar una alianza
política nominando candidatos a Federico Velázquez, del Partido Progresista, y al joven
tribuno del Partido Republicano, Rafael Estrella Ureña.
(13) Metidos en la conspiración, los periodistas daban buen tratamiento a los actos del
General Trujillo. Era la continuidad de un cuidadoso trabajo de imagen que había
comenzado en las páginas de "la Revista". Incluso, cerca ya del golpe de febrero de 1930, lo
característico es la "desinformación" respecto al papel que jugaría el Jefe del Ejército. En:
Vega, Bernardo. "El 23 de febrero de 1930: o la más anunciada Revolución de América",
Fundación Cultural Dominicana, 1989, p. 15.
(14) Medina Beaet, Víctor M., Op.Cit., p. 318.
Ante la posibilidad de un cataclismo en caso de morir el Presidente, el país era un hervidero
de comentarios y premoniciones. Pero la conspiración alcanzó nivel público, se debatía sin
censura en los periódicos, pronosticándose abiertamente sobre las posibilidades de cada
candidato. Periódicos como "La información" y "La Opinión" estaban ya definidos frente a
Trujillo, y las referencias poco a poco se harán más explícitas, hasta convertirse en el
secreto peor guardado de la historia política nacional. Por este hecho, Bernardo Vega, el
investigador que más documentación ha manejado sobre la Era de Trujillo, llama a su libro
sobre el Movimiento Cívico: "El 23 de febrero de 1930, o La más anunciada Revolución de
América" haciendo parodia, de paso, del libro de Tomás Hernández Franco "La más bella
Revolución de América".
Pero Horacio volvió, convaleciente de una operación de riñón, el 6 de enero de 1930. Un
año atrás, en octubre de 1929, había aceptado su nominación a la reelección presidencial,
hecho insólito que los intelectuales nacionalistas que hacían guerrilla periodística contra su
gobierno habían previsto con bastante anticipación (15), pero que con todo y eso provocó la
última exclamación de asombro ante tanta desvergüenza por aferrarse al poder.
Horacio había hecho su carrera política, que incluía varias revueltas desde principio de
siglo, en nombre justamente de la lucha contra la perpetuación en el poder, y con un aire de
predestinado, en el Manifiesto del 22 de octubre, "dejaba abandonados a las puertas del
Palacio de Gobierno los estandartes que paseó por los campos cubiertos de cadáveres
insepultos(...)" (16).
(15) Vega, Bernardo. "La Más anunciada Revolución de América", pp. 11-12.
(16) Carta del Lic. Leoncio Ramos a Horacio Vázquez. En: "Los Responsables", Op. Cit., pp.
316.
El debate intelectual sobre la reelección de Horacio Vázquez es, igual que la "prolongación",
un momento espectacular en la historia del pensamiento político dominicano, porque, sin
que lo sospecharan remotamente los enfrentados, constituía sólo la apariencia de lo que la
historia en movimiento guardaba como resultado final.
El héroe intelectual contrario a la reelección surgió de las mismas filas del Partido Nacional,
el Partido de Gobierno; y lo fue un juez de provincia, el Magistrado Leoncio Ramos, de la
Corte de Apelación de la ciudad de La Vega, quien alarmado por el cinismo sin medida del
otrora líder anti-reeleccionista lo apostrofó duramente porque "las promesas suyas en
nombre de las cuales convocó tantas veces al pueblo a la guerra y a la matanza, en donde
encontró infructuosamente ese pueblo su ruina económica, la mengua de su buen nombre;
gran derramamiento de sangre, han quedado desmentidas con su actitud de hoy" (17).
Las posiciones que ocupa Rafael Vidal en "La Revista" indican el fortalecimiento de Trujillo.
"La Revista" se publicó por primera vez en enero de 1926, como órgano del servicio militar
y policial de la República Dominicana, y probablemente impulsada por la actividad
intelectual que en el proyecto Trujillista realizaba Fello Vidal. Medina Benet dice que "allá
para el año 1926 había evidencia de que Trujillo se hacía de un círculo de amigos y fieles
partidarios en la PND con fines puramente políticos" (32). Algunos de los integrantes de este
círculo, luego renombrados intelectuales trujillistas, escribirán en "La Revista".
En principio, "La Revista" no respondía en forma incondicional al joven Coronel
Comandante. Su Director era J.A. Bonilla Atiles, capitán abogado del cuerpo militar, quien
tenía sus reservas respecto del Coronel Trujillo (33). El puertorriqueño Rafael Rovira fungía
de subdirector (34).
En la portada de la primera edición, "La Revista" trae una foto de Trujillo con un pie muy
escueto: "Coronel Comandante de la Policía Nacional, por cuya cooperación sale "La
Revista". Pero desde el primer número aparece el trabajo intelectual de Rafael Vidal, con un
artículo que es el inicio de una serie sobre "Las batallas dominicanas". En el número dos,
(correspondiente a la edición del mes de febrero de 1926) y continuando el ciclo de "Las
batallas dominicanas", en un momento en que se refiere a una retirada táctica efectuada
por Pedro Santana, en la batalla del 19 de marzo de1844 contra los haitianos, dice: "La
historia, pues, justifica la retirada de Santana como un hecho de instintiva previsión militar
digno de un gran jefe que era a la vez el caudillo de un pueblo en la hora más peligrosa de
su vida" (35)
(32) Los Responsables, Op.Cit., p. 181.
(33) J.A. Bonilla Atiles fue después vicerector de la Universidad, y con motivo de otra
reelección do Trujillo, en 1943, se negó a firmar un documento de intelectuales donde se
pedía la reelección del Presidente. Acorralado, se tuvo que refugiar en la embajada de
México, terminando como exiliado político. A la muerte de Trujillo regresó al país y fue
Canciller de la República. En: Galíndez, Jesús de: La Era de Trujillo, Editora Taller, Santo
Domingo, 1984, p. 68.
(34) Rafael Rovira era un puertorriqueño que respondía plenamente a Trujillo. Había
llegado al país para formar la Policía Secreta, y Trujillo lo recomendó en la parte técnica de
la Comisión que reorganizaría la PND. Sobre la confianza que Trujillo tenía en este
personaje. En: La República Dominicana, Op.Cit., p. 105. Rafael Rovira llegó a ser jefe de la
Policía de la capital. En: Los Responsables, Op.Cit., p. 45.
Salvando el tiempo, la viñeta tranquila que describe al "gran jefe" en trance de decisión "en
la hora más peligrosa de la vida de un pueblo", sirve también a Trujillo. De hecho, la
concepción histórica del trujillismo que trabaja el pasado como ideología, la usó y la fijó
como tipo que definía la textura del héroe. Es la primera configuración, por la contigüidad
de la metáfora, en la que Trujillo es genial únicamente reflejado en el otro. Más adelante,
"La Revista" hará desaparecer uno de los términos de la comparación, y Trujillo refulgirá,
en esa guerra de imagen que se libró en la pluma de los intelectuales, como antesala del
poder totalitario. El esfumato sagrado que comienza a brotar de la pluma de Rafael Vidal,
desde 1926, es el incienso del prototrujillismo.
"La Revista" circulaba por todo el país por la vía de los ayuntamientos, y ya en la edición
número tres (marzo 1926), otros intelectuales comprometen su pluma. Lorenzo Despradel
escribe un artículo sin carácter militar y se anuncia la llegada al país del diplomático
norteamericano Sumner Welles. Esta figura influyente de la vida política dominicana había
sido Comisionado del Presidente de los Estados Unidos en el país, y bajo su poder se
discutieron los acuerdos de desocupación.
Gran amigo del Presidente Vázquez, probablemente su viaje se relacionara, además de los
asuntos políticos, con el libro que dos años después publicará sobre historia dominicana,
"La Viña de Naboth", y cuya edición en español autorizara Trujillo dentro de la política
editorial del régimen (36) en el 1939, pero que por la actitud hostil hacia el gobierno
trujillista que desplegó Welles en los Estados Unidos, fue ordenada su retirada de la
circulación. No obstante, el libro de Sumner Welles, se convirtió en un "villano culturaren la
"Era"(37), y contra el propio Sumner Welles notables intelectuales trujillistas se emplearon a
fondo.
(35) "La Revista” febrero de 1926, p. 19.
(36) La publicación del libro de Sumner Welles fue usada como propaganda por los
publicistas de Trujillo e incluida en el marco de una apología al régimen por el auge
editorial que propiciaba la "publicación de grandes obras", aunque se recalcó que las
patrocinadas por Trujillo "eran obras fundamentales para el estudio de la historia
dominicana", y que se "trataba de obras no políticas, que están y estarán colocadas por
siempre fuera del marco de la política, y que tienen tal culminante trascendencia que
Sninguna contingencia del porvenir osará tocar''. En: Hernández, J. Enrique. Breviario de
una gloria, Editorial el Diario, Santiago, República Dominicana, 1940. Con lo cual se quería
evitar la reacción de Sumner Welles, al calificar de "no política" la publicación de su libro e
incluirlo entre obras como "La Catedral de Santo Domingo de Alema”, "Poesía popular
dominicana", "Anuario Estadístico dominicano", etc., alejadas de la función ancilar
inmediata que desde el punto de vista político tenía la difusión de la cultura en la "Era de
Trujillo", y que en el caso de "LA VIÑA DE NABOTH" se pretendía ocultar en la
transparencia editorial de otros textos "neutros".
Más importante, sin embargo, en esta etapa es el movimiento de ascensos que reseña la
publicación, vinculados a figuras militares que serán después notables personeros del
aparato represivo. Por ejemplo, en la página 32 de la misma edición de marzo (con foto y
todo), se anuncia el ascenso "de raso a sargento", de quien llegará a ser General Mélido
Marte. Otras importantes personalidades de la cúspide militar de los cuadros del trujillismo
ocuparán páginas enteras con motivo de sus ascensos respectivos. Así, oficiales como el
después temible general Fiallo, Ludovino Fernández, etc., componen una galería clara de
los movimientos del trujillismo dentro de la Policía Nacional Dominicana, que "La Revista"
anunciará como "fortalecimiento institucional", pero que dan cuentas claras de los
movimientos de fortalecimiento político y militar del Coronel Comandante de la PND. En el
número cuatro de la edición de abril de 1926, se anuncia la creación de la Policía Secreta,
fuente de extraordinaria importancia en el poder político que tendrá el futuro Brigadier y
Dictador del país. Con motivo de festejarse el "primer aniversario" de Trujillo en la jefatura
de la PND, se publica un extenso programa de actos conmemorativos, que la edición
número seis acompañó de un editorial comedido, que evidentemente desentonaba con la
importancia que el proyecto político del Coronel Comandante había dado a la fecha.
(37) Los editores de "La Viña de Naboth", Editora Taller, Santo Domingo, 1975, explicaren
el prólogo que "en virtud de que las relaciones con Welles eran tirantes, la primera edición
en español de "La Viña de Naboth" permaneció guardada por casi tres décadas en los
almacenes de la Editorial el Diario, aunque muchos ejemplares circularon de mano en
mano, sustraídos por operarios de la empresa, y su posesión se estimaba como un acto de
discrepancia con el régimen autoritario vigente". De esta forma el libro fue un célebre
"villano cultural" de la "era". Sin embargo, hay indicios de que intelectuales trujillistas
manejaron el texto. Por ejemplo, Manuel Arturo Peña Balle usa la dualidad "galo-etiópico",
para referirse a Haití, que ya usa Sumner Welles en 1928. Peña Balle pudo haberla tomado
de Emiliano Tejera, pero ciertos rasgos lo acercan al empleo de Sumner Welles. Además,
Peña Balle cita claramente "La Viña de Naboth", en su conferencia "El precio de la paz",
incluida en "Política de Trujillo", al decir, asumiendo la tesis de Sumner Welles: "Hasta el
año de 1930, La Española fue realmente la maldecida Viña de Naboth, tierra de infortunio,
sementera de angustias y problemas capaces de ensombrecer el ánimo del pueblo más
optimista y más confiado"(Política de Trujillo, Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo,
1954, p. 145). Como se ve, en el intertexto, es Sumner Welles la figura con la que combate
Peña Balle.
Luis Emilio Jourdain Heredia, en su "Semblanza militar del Generalísimo Trujillo",
refiriéndose a ese editorial lo tilda de "un mesurado editorial"(39). El Editorial decía cosas
como estas: "El coronel Trujillo sencillamente ha cumplido con su deber. No es un
renovador, pues la disciplina dejada por el Cuerpo de Marina de los Estados Unidos en la
Policía Nacional era buena, y aun cuando quebrantada por incalificables debilidades
anteriores el Coronel Trujillo la reafirmó siguiendo el sistema inicial"(39).
J. A. Bonilla Atiles dirigía todavía, (en el número que trajo el editorial del aniversario) pero
ya en la edición 7 y 8, publicada en un sólo volumen, el Directorio es modificado y aparece
Rafael Vidal en la mancheta como Redactor. Es claro que al proyecto político del Coronel
Comandante no se le podían escapar las reservas contenidas en el editorial, y es claro,
también, que con los movimientos de Fello Vidal en "La Revista" el fortalecimiento de
Trujillo en la institución militar, hasta llegar a su completo control, se traduce en la garantía
de una imagen teóricamente sustentada.
(38) Jourdain Heredia, Luis Emilio. Semblanza militar del generalísimo Trujillo, sin pie de
imprenta, enero, 1961, p. 24.
(39) "La Revista", 6 de junio, 1926, p. 1. (En la reseña que hace Marrero Aristy de este
editorial, "La República dominicana", Op.Cit., p. 121; omite las siguientes líneas: '"El coronel
Trujillo sencillamente ha cumplido con su deber. No es un renovador, pues..."Y comienza a
partir de "... la disciplina, etc.").
Tan diáfano como esa estrategia es el editorial del segundo aniversario de "La Revista", del
22 de junio de 1927, en el que aparecen, sin limitaciones, las comparaciones, los símbolos y
referencias culturales que elevarán el mito en gestación a las formas significativas de la
naturaleza falsa de todo mito (40). En ese Editorial Trujillo se "destaca con enérgicos perfiles
de entre el grupo de oficiales que debían formar la base de una futura organización militar
bajo el estandarte de la nueva República" (41). Y su imagen gallarda "se distinguió (todavía
con el grado de capitán) en el mando de las fuerzas en una parada regia (...)" (42).
La diferencia entre los dos editoriales, (transcurrido un año) está dada por el poder que
Trujillo tiene ya sobre los mandos de la PND, y la consolidación de una imagen que lo
empuja a solicitar al Presidente la creación del Ejército Nacional, separando esas funciones
de lo meramente policial. En camino hacia esta meta, el 13 de agosto de 1927, Trujillo es
ascendido al rango de general de brigada, y en el mismo mes, "La Revista" publica un
artículo editorial, en el que se siente la pluma de Fello Vidal, titulado "La Brigada y el
Brigadier". En comparación con la prudencia en elogios del editorial del primer aniversario,
"La Brigada y el Brigadier" es la primera motivación abiertamente mitológica de Trujillo. Si
en la imagen heroica con Pedro Santana se oculta la comparación, en "La Brigada y el
Brigadier" la comparación tiene un rango igualitario. Se le nombra junto a César, Alejandro
y Napoleón, y el sistema semiológico hace que el lector "viva el mito a la manera de una
historia a la vez verdadera e irreal" (43).
(40) Barthes. Roland. Mitologías, Siglo XXI, México, p. 219.
(41) La República Dominicana, Op.Cit., p. 109. Ver también "La Revista", 22 de junio, 1927.
(42) "La Revista", 22 de junio, 1927.
Estudiemos, brevemente, en su origen, este procedimiento, del pensamiento trujillista. Dice
el articulista: "Es evidente que el General Trujillo es el verdadero creador de este cuerpo
(se refiere a la PND transformada en ejército, ALM). Él le ha infundido el vigor que ahora
tiene con un espíritu de consagración poco común (...). La organización de los ejércitos es
siempre la obra personal de un jefe (...) César, Alejandro y Napoleón no son sino verdaderos
creadores de ejércitos (...). Invocamos la historia nombrando a estos personajes, cuyos
dominios lindan con la fábula, no para establecer comparaciones que estarían fuera de
lugar, sino para referirnos a épocas remotas y establecer así la universal tradición que
abona nuestro aserto".
El silogismo es simple, y aunque el autor afirma que "no invoca a esos personajes para
establecer comparaciones", la diáfana estructura silogística lo hace sobreentender. Si los
ejércitos son siempre la obra personal de un jefe, César, Alejandro y Napoleón, que son
creadores de ejércitos, Jefes son. Trujillo es un creador de ejército, luego es un Jefe. Su
morfología sémica, en este principio mitológico, es demasiado clara para ser creída, puesto
que Trujillo no puede ser igual a César, Alejandro y Napoleón. En cambio, si lo es, en tanto
encarna un jefe y creador de ejército.
Tres años después, en 1930, la fórmula íntima del trujillismo para referirse a Trujillo es
"Jefe". Abolengo mitológico, "palabra robada y devuelta" (44) que reinstala, sin el hablante
saberlo, un Trujillo-César, un Trujillo-Alejandro, un Trujillo-Napoleón. Con éstos símbolos
trabajará después la ideología.
El gran ausente de "La Revista" es el Presidente Horacio Vázquez. Con motivo de su
natalicio (pág. 19-20), en los números 9 y 10, aparece una reseña, sin entusiasmo,
estrictamente protocolar. Su figura es, elípticamente, la contra imagen memoralizada del
héroe. Es él quien provee a los publicistas primeros del trujillismo, las antianalogías que
darán perfectamente cuenta de la significación mítica de Trujillo. Y esto tiene además de un
fundamento biológico y sexual (La manipulación sexual de la figura varonil de Trujillo y su
papel en la "construcción" del mito es un aspecto aún no estudiado. Juan Bosch afirma: "el
proceso por el cual las masas entregan su destino a un caudillo tiene en el fondo un
contenido sexual" (45)), una relación con el deterioro de las instituciones del gobierno, en
contraposición con la coherencia del ejército, y los proyectos de su Jefe, que "La Revista"
expresa. Era natural que el viejo Horacio apareciera apenas en la publicación, aunque en su
condición de Presidente de la República fuera "Jefe supremo" de las fuerzas armadas. En un
mismo gesto, y en el sistema mitológico en construcción, él era el catálogo de la clausura, lo
viejo; y Trujillo, un ser sin contexto, abierto, lo nuevo.
(43) Mitologías, Op.Cit., p. 218.
(44) Ibid, p. 218.
A partir de enero de 1928 Trujillo asumió personalmente el control de "La Revista",
eliminando a J. A. Bonilla Atiles. "La Revista" fue adscrita al despacho del "General de
Brigada", y Rafael Vidal ocupa en la mancheta el único puesto de dirección. El tono épico de
la publicación alcanza su punto máximo, y se incorporan otros intelectuales como Julio
González Herrera y Roberto Despradel. La hagiografía cerró su ciclo.
Un sólo ejemplo bastará para apreciar cómo el "don divino" ha descendido ya sobre el
Brigadier.
(45) Bosch, Juan. Trujillo, causas de una tiranía sin ejemplos, 5ta ed., Editora Alfa y Omega,
Santo Domingo, 1991, p. 124. (Una descripción, tomada de la Biografía de Trujillo de
Abelardo R. Nanita, nos permite advertir claramente que en la "construcción" del mito
Trujillo los intelectuales echaron mano del aspecto sexual: "Bien parecido y apuesto,
gallardo sin amaneramiento, no es necesario agregar que su enorme popularidad con el
bello sexo se debe a algo más que a la política. A su paso por entre frenéticas multitudes
que lo aplauden, muchos suspiros y muchas miradas tiernas de mujeres, van dirigidas tanto
al hombre como al prócer". Referencias como estas aparecen en numerosas biografías del
generalísimo).
En un artículo publicado en el número 27 de "La Revista", (julio de 1928), el sargento de
ese cuerpo armado, Julio Ernesto Pérez, describe la llegada de Trujillo al cuartel. Al toque
de la corneta llamando atención, se acompasa un silencio que incluye los elementos de la
naturaleza. Todo es quietud, un rumor único del viento batiendo la bandera tricolor, y el
murmullo sagrado que produce la imagen del "Jefe" a su paso. Se trata del prosaísmo de un
humilde sargento trabajando una materia mágica. De la página 9 a la 10, "La Revista" echa
una mirada benevolente a su propio producto.
Era lógico que desde la estructura militar se impulsara, primero, intelectualmente, el
proyecto trujillista, y que desde allí, se elaborara el mito, con el aporte de los intelectuales
orgánicos provenientes de la "sociedad civil". En rigor, de acuerdo con la estratificación que
propone Antonio Gramsci, los primeros intelectuales orgánicos del trujillismo eran los
oficiales superiores y subalternos dé la PND, primero, y del ejército, después (46), Trujillo
dirigió personalmente su depuración, asegurándose lealtad incondicional al proyecto
personal en marcha. Las tareas de Estado mayor, con categoría de "dirigente"(especialista +
político, según Gramsci), Trujillo las copó rápidamente, formando cuadros que solidificaron
su poder, y constituyéndose el ejército en un coto cerrado, alejado de cualquier otra
influencia que no fuera la suya.
Es en estas condiciones que el trabajo de los intelectuales desde "La Revista", debe ser
considerado como imprescindible, ya que formula, por primera vez, el riesgo glorioso de
nombrar el mito; pero al mismo tiempo es complementario de ese otro poder verdadero
que Trujillo organizó desde el ejército.
El otro frente en que el movimiento trujillista trabajó fue el de los intelectuales
nacionalistas liberales, quienes hicieron una furiosa oposición al gobierno de Horacio
Vázquez, y pusieron toda su inteligencia y agudeza al servicio del desplazamiento del poder
del viejo caudillo.
confrontación al borde del estallido social. Pero la verdadera lucha por el poder enfrentaba,
tras bastidores, al vicepresidente Alfonseca y al general Trujillo.
Estrella Ureña conspiraba en Santiago, ya en relación con el proyecto trujillista, (sin
saberlo) y arrastraba consigo a la intelectualidad.
Este criterio es un lugar común de la historiografía dominicana. Generalmente se considera
que a partir de 1928, Trujillo era ya dueño de la situación. En: La Fortuna de Trujillo,
Editora Alfa y Omega, Santo Domingo, 1985. Juan Bosch dice: "desde 1928 Trujillo pudo
haber dado un golpe en cualquier momento", p. 24.
(48) Los Responsables, Op.Cit., p. 330.
Es el verbo ardiente y la cultura de periodistas y escritores como Tomás Hernández Franco,
Emilio Morel, César Rafael Tolentino, Francisco Espaillat de la Mota, Joaquín Balaguer, y
otros, la que crea ese fuerte estado de conciencia pública que revistió de apoyo popular al
trujillismo emergente. De las páginas de "La Revista", el mito se vinculó a la polvareda
idealista de los intelectuales. Y Trujillo se mencionaba, brevemente en principio, como
posibilidad de poder.
Un periodista e intelectual que había saltado del horacismo a raíz de la reelección,
Francisco Espaillat de la Mota, incluye a Trujillo en una lista de posibles candidatos del
Partido Nacional, en 1928 (49). César Rafael Tolentino lo considera "un candidato con
posibilidades" y más adelante, en febrero de 1929, afirma rotundo que "si desaparece
Horacio, Trujillo será Candidato". Afirmación que originó una respuesta pública de Rafael
Vidal, en la que negando que Trujillo tuviera aspiración política, hace campaña abierta, y de
paso abona uno de los mitos que trabajará después la historiografía, Trujillo, el instigador
de los hechos aparece como alejado de la pasión vulgar y la ambición destructiva, hasta que
los acontecimientos acudan a él, y su pesada carga de redentor pueda ser asumida (50).
Periódicos como "La Información" y "La Opinión" eran brasas ardientes del periodismo
furibundo de la pequeña burguesía, que veía derribarse el "anden régimen" y ponía en ello
su propia apuesta al futuro. Más que con las armas, y en la ilusión de que el cambio los
favorecería directamente, el sector intelectual capitaneó la lucha. Casi se puede decir que
las escaramuzas importantes se venían librando, y se libraron, en el verbo de los
intelectuales, en las columnas de los periódicos y en la tribuna pública.
Incluso, Tomás Hernández Franco, proclama la heroicidad intelectual de la hora, y estruja
en el rostro de los políticos sus actitudes frente a la intervención norteamericana de1916.
"Ante la falla de los políticos -dice, refiriéndose al momento que vive-, surgen los periódicos
y los oradores de vergüenza" (51). Antes, ha hecho una crítica demoledora a los intelectuales
históricos "partidarios de hombres que les eran inferiores si no en moralidad, al menos en
capacidad intelectual y en comprensión de los problemas vitales de la nación" (52). Y lo dice
apuntando a "aquellos que podían ostentar títulos universitarios muchas veces
conquistados en planteles europeos" (53).
(49) La Más anunciada..., Op.Cit., pp. 12-13.
(50) Ibid, pp. 16-17.
Por eso, cuando la "Revolución" del 23 de febrero de 1930 estalla, lo hace como una
revuelta del espíritu liberal, aunque en su esencia llevara el germen del poder absoluto.
Probablemente, el verdadero éxito inicial del trujillismo es que en el fragor de los
acontecimientos, la confusión entre apariencia y esencia lo favorecía. Incluso el liderazgo
del movimiento, asumido por el joven abogado Rafael Estrella Ureña con rasgos heroicos
enternecedores (con sus aprestos de general en campaña: polainas blanca hasta las
rodillas, cartuchera al cinto repleta de municiones, sombrero panza de burro de ala ancha,
y chalina negra de abogado romántico), era un acto de prestidigitación.
El tribuno ardiente que él era, su abolengo guerrero y el prestigio intelectual que lo
rodeaba, (además de que era de "primera", en la división social de la época), aparecían
salidos del sombrero del mago Trujillo, y a la distancia, un disfraz ridículo que el jefe del
ejército le puso, mientras afianzaba las verdaderas aristas del poder.
Estrella Ureña era el "cordero disfrazado de lobo" (54), subyugado por la "tiranía de los
pensamientos" (55). El "Manifiesto" que lanza al país (56), y que firma como "General en jefe
de las tropas Revolucionarias", redactado en primera persona ("me lanzo hoy a hacer
viable el anhelo que llevan todas las clases del país en su corazón desgarrado), invoca en
tono elegiaco a la madre nutricia del pensamiento liberal: la Revolución Francesa ("El
pueblo dominicano reclama de una manera unánime una acción rápida y enérgica que
detenga el desquiciamiento de la República (...) cuya crisis se está ya acercando a la
tremenda bancarrota que en el orden institucional, como un mentís a nuestra organización
puramente democrática, heredera de los altos principios de la Revolución Francesa, está
hiriendo de muerte las tradiciones del ideal republicano).
(51) La Más bella..., Op.Cit., p. 25.
(52) Ibid, pp. 20-21.
(53) Ibid, p. 20.
(54) En: La Ideología Alemana, Editora Política, La Habana, 1979. Marx y Engels
llaman "corderos disfrazados de lobos" a los representantes de la novísima filosofía
alemana que aplican a la realidad las categorías del pensamiento, en tono grandilocuente,
pp. 16-52.
(55) Ibid, p.43.
Y haciendo hincapié en uno de los fueros básicos del liberalismo, el sufragio ("He pedido
por todos los medios lícitos, la reforma de la Ley Electoral vigente que quita a la función del
sufragio toda la garantía y toda la libertad que se requieren para que ella sea la fiel y libre
expresión de la conciencia ciudadana."), asume la tarea de la "guerra" como único camino
para la restitución de estos principios netamente liberales.
El predicado de la autorrepresentación heroica es pleno en Tomás Hernández Franco,
confesándose un participante de la "Revolución" de febrero. Antes que un testigo, como
intelectual admite que "junto a Rafael César Tolentino, hizo la "Revolución" antes, durante
y después, con la palabra, la pluma y el fusil". Auto atribuyéndose la realización de la
"Revolución" confiesa que "no fue fácil tarea llevar al pueblo a la guerra (57).
Los activistas del trujillismo, que se reunieron alrededor de "La Revista", bajo la
coordinación de Rafael Vidal y Roberto Despradel, incentivaron al máximo esta ilusión. Los
intelectuales liberales, que habían capitalizado el descontento y la ter quedad continuista
de Horacio Vázquez, radicalizándose en el seno de la conspiración, creyeron posible
dominar a Trujillo.
(56) Aunque Estrella Ureña firma el comunicado, y su redacción es en primera persona, en
su Memorias de un cortesano, Op.Cit., p. 61. Balaguer dice que "redacté el Manifiesto en que
se anunció al país el móvil a que obedecía el Movimiento Cívico del 23 de febrero de 1930".
(57) La Más bella..., Op.Cit., p. 80.
En una entrevista reciente que le hizo Salomón Sanz a Rafael Vidal (58), éste afirma que: "No
sé cómo la gente cree que la intención del movimiento (se refiere al 23 de febrero de 1930,
ALM) era poner a Trujillo. La intención era poner un gobierno civil, de otra naturaleza. Pero
en lugar de cumplirse eso, que era la idea principal, resultó otra cosa". Y luego, para
coronar con el rango de farsa monumental el idílico inicio de la tiranía trujillista, narra lo
que ocurrió en la fortaleza Ozama la noche del 23 de febrero: "El 23 de febrero cuando ya el
movimiento había avanzado y tenía rodeado la ciudad, en horas de la madrugada llegué a la
fortaleza y le dije a Trujillo: El Movimiento ha triunfado, pero nadie ha disparado un tiro, y
entonces Trujillo tomó una ametralladora, se subió a la torre de vigilancia de la Fortaleza y
la descargó; poco después de eso se oyeron tiros al aire en toda la ciudad" (59). "Revolución"
sin contrincante, la imagen de Trujillo encaramado en la torre de vigilancia de la Fortaleza
Ozama disparando los tiros que la harían verídica, es la vuelta de página de "los doscientos
jóvenes, entre los cuales figuraba un fuerte porcentaje de lo más representativo de la élite
intelectual de la ciudad", que aquel "domingo tropical" dice Tomás Hernández Franco,
"tomaron por asalto" la Fortaleza San Luis. Ni una cosa ni otra eran verdaderas. Pero los
intelectuales la vieron con el pensamiento, y hasta le construyeron, por muy poco tiempo,
una epicidad. Trujillo, en cambio, asumía los disparos en la madrugada como farsa.
Como dijo Fello Vidal, "lo que resultó fue otra cosa".
(58) "Ultima hora", 29 de mayo, 1991, p. 17.
(59) Ibid, p. 17.
CAPITULO II
Por las circunstancias históricas que se conjugaron, y por las particularidades específicas
de la formación económica bajo el trujillato, los intelectuales dominicanos, más que ningún
otro sector asumieron una calamitosa sumisión; asombro de numerosos analistas e
historiadores.
En un juicio lapidario, que carece de descripción causal, Jesús de Galíndez anota
sorprendido: "En algunos aspectos la tiranía de Trujillo actúa de un modo similar a otras
dictaduras latinoamericanas, sobre todo en su uso del ejército como fuerza política de
respaldo; pero difícilmente se dará en cualquier otro país una abyección tan absoluta de las
fuerzas intelectuales" (1).
José R. Cordero Michel, en su clásico Análisis de la Era de Trujillo, aporta las explicaciones
socioeconómicas. "El origen de la situación contradictoria de los intelectuales hay que
buscarlo en su posición económica como capa social intermedia, obligada como está a vivir
del Estado o de las clases dominantes y, al mismo tiempo, constreñida a compartir las
miserias de los estratos más bajos de la clase media" (2).
(1) Galíndez, Jesús de. La Era de Trujillo, Editora Taller, 1984, p. 162. (La primera edición
de este libro Tesis doctoral del autor se publicó en junio de 1958. Trujillo ordenó el
secuestro de Galíndez, en 1956, y amordazado y drogado fue llevado en una avioneta al
país, desde New York, en una operación que concitó una de las más graves crisis
internacionales del régimen. La muerte de Jesús de Galíndez es un tema clásico de la
cultura dominicana, y su martirologio ha llegado incluso a la novela. Intelectual vasco,
Galíndez había vivido en el país entre los numerosos intelectuales que arribaron tras el
desenlace de la guerra civil española. Su libro es un texto de consulta obligada respecto del
estudio de la "Era", en virtud de sus numerosos datos).
A partir de 1930, Trujillo personificó el Estado y la clase dominante. La integración de los
intelectuales al nuevo esquema de poder, se hacía a condición de renunciar a todo plano
ideal. Fuera del trujillismo, no había práctica intelectual posible, y ni siquiera supervivencia
material. La propia aventura intelectual dominicana, y particularmente sus expresiones
liberales, arribaron al trujillismo con una pobre visión de sí mismas, y con el lastre de
frustraciones infinitas, de las propuestas de regeneración social, en sus vínculos con el
poder político.
La primera gran decepción del liberalismo criollo arranca del proceso de independencia,
cuyas prístinas reflexiones liberales dieron fundamento a la Sociedad Patriótica "La
Trinitaria". Su paradigma apostólico, Juan Pablo Duarte, el Padre de la Patria, se asemeja
más, por su sacrificio, a un mártir del santoral cristiano que a un luchador por la
independencia.
La independencia misma es un movimiento sinuoso, de caídas y recaídas, se comprende
mejor si se observa esos momentos encrespados en los cuales el liberalismo aflora, para
luego volverse a hundir.
Las primeras manifestaciones del espíritu liberal en la Isla aparecen con las proclamas de
las tropas haitianas al mando de Toussaint Lourverture (3). La Constitución de 1801,
inspirada en la francesa, proclamaba la igualdad racial y la abolición de la esclavitud. Pero
el semblante de un liberalismo limitado fue la auténtica manifestación de independencia
lograda por los criollos, en la coyuntura de las guerras independentistas americanas
desencadenadas luego de la aprobación en España de la Constitución de Cádiz (1812).
(2) Cordero Michel, José R… Análisis de la Era de Trujillo, Editora Universitaria, 5ta. ed.,
1987, p. 96. (El texto de José R. Cordero Michel se considera el estudio pionero, de carácter
científico, de la Dictadura de Trujillo. Elaborado como un "Informe sobre la República
Dominicana", en 1959, constituye la obra póstuma del autor, quien moriría en la invasión
antitrujillista del 14 de junio de 1959).
(3) Franco, Franklín J... Historia de las ideas políticas en la República Dominicana, 2da. ed.,
Editora Valle, S.A., 1989, pp. 10-21.
En 1821, el doctor José Núñez de Cáceres intentó la independencia de Santo Domingo de
España. Este movimiento se conoce con el nombre de Independencia Efímera, porque al
año siguiente las tropas haitianas restablecieron el control sobre toda la Isla, gobernándola
hasta 1844. "El acta constitutiva del Gobierno Provisional del Estado Independiente de la
Parte Española de Haití", ha quedado en la historia del pensamiento político dominicano
como una forma de asumir las instancias del liberalismo, mediatizando sus conquistas
fundamentales. Núñez de Cáceres quería inscribir su proyecto de Independencia en el ciclo
heroico americano de la Gran Colombia, pero el conflicto de intereses con el que su
discurso liberal bordeaba la práctica, lo obligó a no proclamar la abolición de la esclavitud,
y a concentrar los poderes legislativos y ejecutivos en una "Junta Provisional" (4).
De origen conservador, empujado por la prevención ante la inminente entrada de los
haitianos, el movimiento de Núñez de Cáceres es, pese a todo, de inspiración liberal (5).
Configuró un perfil republicano, dio un fundamento roussoniano a la organización social (6),
preservó la estructura tripartita del poder como base de la libertad civil, y se adhirió,
contradictoriamente, a los aires que la Revolución Burguesa había expandido en el mundo.
La atmósfera de abulia que se vivió en su breve mandato (en la historia cultural dominicana
se le considera una especie de "España boba"), el tibio respaldo popular, y la vergonzosa
entrega, sin lucha y sin dignidad, con la que culminó el intento separatista, retratan la
amargura y el dolor primeros del liberalismo dominicano. Núñez de Cáceres hablando en
español ante Boyer, que había atravesado la Isla con sus tropas casi sin resistencia (7), es el
inicio de un martirologio redentorista, que en la historia de la cultura dominicana se
asumirá como tragedia y desgarramiento existencial. Lo que dijo en español ante el militar
haitiano que esperaba oírlo hablar en francés, mientras entregaba rendido el país que
representaba en libertad, es el signo primigenio de una impotencia, que marcará por
siempre al liberalismo en su relación con la política práctica.
(4) Avelino, Francisco Antonio. Las Ideas políticas en Santo Domingo, Editorial Arte y Cine,
Santo Domingo, 1966, p. 37.
(5) Franco, Franklin ]... Op.Cit., p. 40; Avelino, Francisco Antonio. Op.Cit., p. 38.
(6). Franco, Franklin j… Op.Cit., pp. 37-38; Avelino, Francisco Antonio. Op.Cit., p. 37.
El modelo de esta impotencia es el Padre de la Patria Dominicana, Juan Pablo Duarte.
Imbuido de las ideas de libertad del liberalismo europeo, sus sueños expresan nítidamente
las aspiraciones de un sector clasista que había sido golpeado en su desarrollo, por las
medidas del gobierno haitiano. Su concepción programática incluye la abolición de la
esclavitud y la supresión del problema racial, al integrar blancos, negros y mulatos en la
empresa, y objetivos de liberación nacional, factor que el dominador haitiano usaba como
elemento de consenso popular.
En 1838, Duarte fundó la Sociedad secreta "La Trinitaria", y con la prédica continua del
credo liberal conspiró sin descanso por la Independencia plena de la Nación Dominicana.
Este es el punto resaltante de su entusiasmo: su creencia sin retroceso en la viabilidad de la
Nación Dominicana. Pero en el momento en que sus partidarios proclaman la República, el
27 de febrero de 1844, Duarte se encontraba en Curazao, por la represión del gobierno
haitiano. Este sino ominoso perseguirá al viacrucis duartiano.
Recibido como Padre de la Patria a su regreso del exilio, la madeja de intereses trenzados
alrededor de la materialización del esfuerzo independentista lo convirtió en un extraño.
Ante el empuje de los generales surgidos del hato ganadero, con nombradla por luchar
frente a las tropas haitianas, su proceridad era lánguida. Su impericia militar, en medio de
los ardores patrióticos que lo devoraban, hacen patético el cuadro sublime que adorna su
patriciado.
(7). Franco, Franklin J.. Op.Cit., Op.Cit., pp. 40-41.
Sus ideas empujan el movimiento febrerista que culminó la separación de Haití. Las breves
notas manuscritas que dejó, esbozo de un Proyecto de Constitución (8), son reflejo de su
adhesión a las ideas del enciclopedismo francés; soberanía plena, división de los poderes,
sistema republicano, etc... Pero, como dice el doctor Francisco Antonio Avelino, "El
movimiento independentista de febrero de 1844, (...) estuvo influido por esta doctrina; sin
embargo, el partido febrerista no llegó al poder y éste quedó en manos de aquellos que no
creían en la capacidad del pueblo dominicano para la vida independiente" (9).
Duarte murió en el exilio, en un distanciamiento rencoroso y dolido, postrado en espantosa
miseria, después de presidios y rechazos, como símbolo amargo que la literatura patriótica
recoge con benevolencia infinita. Pero él mismo es un significante que remite a otros
significantes. La pesada carga de su martirio sirve solo para señalar un camino, en un punto
culminante, en el cual el liberalismo cargará su cruz de Sirineo irredento.
En el informe de la Comisión encargada de redactar la Constitución de 1844, que daría
nacimiento institucional a la República Dominicana soñada por Duarte, se "cuela" un
argumento fundamental, contra el que Duarte había dado una batalla apriori: "la
incapacidad del pueblo dominicano para la vida independiente y civilizada. Afirmaban ellos
que el pueblo dominicano no era capaz de subsistir frente a Haití y que las instituciones
democráticas y el progreso de la civilización sólo podrían alcanzarse bajo la tutela de una
gran nación Europea o Americana" (10).
La preeminencia de los conservadores en la constituyente de 1844 no impidió que la
Constitución se empapara del liberalismo reinante. El lastre teórico de la imposibilidad de
una nación lo tomará el liberalismo de signo positivista, hegemónico entre los intelectuales
dominicanos a partir de la llegada del humanista Eugenio María de Hostos. Pero sobre todo,
después de 1880, fecha en que el hostosianismo funda la Escuela Normal laica.
(8) Avelino, Francisco Antonio. Op.Cit., pp. 40-43.
(9). Ibid, p. 43.
(10) Ibid, p. 44.
Uno y otro argumento servirán después al trujillismo teórico, que los asumirá con signo
contrario en la cultura, desde la "Ideología del progreso", el molde en que fundirá en estado
de tipo, el pasado histórico expresado como ideología.
Las propuestas del hostosianismo provienen del positivismo racionalista europeo, (llegado
tardíamente al país), fundamentalmente de las ideas spencerianas sobre la sociedad como
organismo compuesto, que funciona en concordancia con las leyes que rigen la naturaleza
(11). La postura organicista de las ideas de Hostos, sobre el cuerpo social visto en su proceso
CAPITULO III
A finales del siglo XIX y principios del XX el protagonismo de los intelectuales, sus
propuestas ideológicas, estaban en relación con la realidad histórica. Hoetink señala esta
etapa como un período de modificaciones estructurales significativas, y su desenlace
correspondiente con un nivel superior de la formación burguesa del Estado Nacional,
formada durante la dictadura de Heureaux (1). Al describir la estructura agraria anterior a
los años ochenta del siglo XIX, Hoetink enfatiza: "El dinero era escaso, el contacto social
fuera del propio pueblo o región era infrecuente, la vida familiar tendía económicamente a
la autarquía y socialmente a la intimidad del propio barrio y del propio y extenso grupo de
parientes (...). Parece ser cierto que cada región- la línea noroeste, el Sur, el Cibao, etc tenía
su propio modelo de estratificación, y que era difícil concebir una jerarquía social de tipo
nacional aparte de la formal y política" (2).
Esta fragmentación, este tipo de colectividad cerrada comenzó a cambiar a partir de las dos
últimas décadas del siglo XIX. Las "familias respetables", los núcleos sociales que poseían
tierras experimentaron la sensación, con el aumento del valor de sus posesiones, "de que la
estructura económica cambiante iba a dar cada vez más importancia a la posesión de
dinero, y que el prestigio de sólo un apellido, iba a disminuir cada vez más" (3). El Estado
mismo, que desde 1844 era concebido únicamente como un objetivo hacia el cual se
encaminaban los grupos dominantes para su usufructo con una mentalidad regional,
asumió nuevas características más acordes con la idea de un Estado Nacional" (4).
(1) Hoetink, H... El Pueblo dominicano (1850-1900), Universidad Católica Madre y Maestra,
1985, pp. 227-248.
(2) Ibid, pp. 240-241.
En medio de estas transformaciones, las antiguas familias de linaje tradicional se vieron
obligadas a la apertura. La tesis de Hoetink es contraria a la de Juan Bosch, de carácter
sicologista, (sobre el origen de Trujillo), (5), Hoetink constata "la porosidad de los viejos
núcleos de familias 'respetables' frente a los inmigrantes, especialmente los de Europa y de
la región circundante de habla española, que tuvieron muy pocas dificultades en poder
casarse", a renglón seguido, resume en términos estructurales y espirituales, las diferencias
entre esta "capa alta", que comenzó a formarse a partir de la unión de los "viejos dones" y
los nuevos señores, y las élites anteriores, fundadas en el aislamiento y la jerarquía
regional:
"En primer lugar las mejores técnicas en el sistema de comunicación -carreteras, teléfono,
telégrafo, etc- tuvieron como consecuencia que las barreras entre las diversas
estratificaciones regionales sufrieran un proceso de erosión, por lo cual pudo comenzar a
formarse por primera vez desde la independencia una burguesía nacional in statu
nascendi".
(3) Ibid, p. 242.
(4) Analizando el Estado en este período, Roberto Cassá lo define como "un Estado
capitalista sólo tendencial, que tenía que conciliar términos contradictorios entre
capitalismo y precapitalismo". En: Capitalismo y dictadura, Editora de la Universidad
Autónoma de Santo Domingo, 1982, p. 683.
(5) La tesis de Juan Bosch dice que la sicología enfermiza de Rafael Leónidas Trujillo, su
afán de hallarse por encima de todos los dominicanos, tuvo su origen en la división entre
gente "de primera", y gente "de segunda", implantada en el país, a principios del siglo XVI,
por la corte virreinal, renacentista e hispánica, de Doña María de Toledo. Según Bosch, esta
división social funcionaba como un sistema de "casta"; son las humillaciones por haber
nacido "de segunda", las que hacen del dictador Trujillo un ser particularmente malvado.
En: Trujillo, causas de una tiranía sin ejemplo, 5ta. ed., Editora Alfa y Omega, Santo
Domingo, 1991.
"En segundo lugar el crecimiento numérico de este grupo fue tal, que lo colocó en posición
de poder actuar más que antes como instrumento activo de presión y control social. El
crecimiento numérico tuvo también como consecuencia una mayor oferta de Intelectuales
dirigentes' -antes estrechamente ligados con las escasas familias antiguas- haciéndose este
grupo lo suficientemente grande para ocupar los más altos escaños administrativos de la
burocracia gubernamental y tratar a la vez de monopolizarla" (6).
El proyecto liberal-burgués fracasó a finales del siglo pasado, pero produjo una visión
crítica respecto a la cuestión nacional y definió "un proyecto discursivo que se desplegaría
y modificaría en torno a las contradicciones propias a la formación del Estado dominicano"
(7). La base de ese pensamiento era el hostosianismo, cuyo fundamento social darwinista le
confirió un matiz excluyente, a partir del cual los pensadores tradujeron la incapacidad de
la clase gobernante de conformar instituciones estables, atendiendo al paradigma de
nación burguesa, como una característica invalidante del pueblo-nación.
En la República Dominicana mucho se han discutido estas ideas, signadas como "el
pesimismo dominicano", pero en virtud de sus raíces teóricas, y por el punto final que las
une, el fenómeno fue común a toda la América Latina del siglo XIX. Bradford señala las
fuentes de que se nutrió este pensamiento común: "En general tres destacadas corrientes
filosóficas europeas dieron forma a la ideología de las élites durante el siglo XIX: la
ilustración, las ideas evolucionistas planteadas por Charles Darwin y Herbert Spencer, y el
positivismo. El concepto de "progreso", quizás la palabra clave para la comprensión de la
historia latinoamericana del siglo XIX, unía a las tres" (8).
(6) Hoetink, H. Op.Cit., pp. 242-243.
(7). Brea, Ramonina. Ensayo sobre la formación del estado capitalista en la República
Dominicana y Haití, Editora Taller, 1983, p. 175.
La ilustración actuó, en las limitaciones del proyecto independentista de Núñez de Cáceres
y en el acodalamiento del partido febrerista de Juan Pablo Duarte. El positivismo se hizo el
pensamiento correlativo de un cierto desarrollo burgués en las dos últimas décadas del
siglo XIX, pasando a sustentar una práctica pedagógica y un cierto discurso sobre la
cuestión nacional, pero sin asentarse en el poder político, con el que se confrontaba desde
el período final de la dictadura de Ulises Heureaux. La "Ideología del progreso" la asumirá
el trujillismo, instrumentalizando las dos formas anteriores de pensamiento, y
subordinando cualquier plano teórico a lo puramente factual.
En el surgimiento del trujillismo -se ha visto- el papel de los intelectuales es
considerablemente mayor que el que la historiografía le ha asignado. Este proceso de
finales de siglo XIX, junto con la tragedia espiritual del arielismo que encarnó Santiago
Guzmán Espaillat, podría explicar la rapidez con la que el trujillismo produjo sus
intelectuales orgánicos y neutralizó a los intelectuales tradicionales.
Al surgir, la herencia hostosiana era todavía predominante en la cultura y la educación
dominicanas, aunque no como un todo orgánico, ya que los discípulos directos de Hostos
tomaron banderías políticas distintas, "orientando sin dirigir el caudillismo Horacista y
Jimenista"(9). Sus discípulos continuaron su credo filosófico, se diluyeron en las luchas
nacionalistas de la "Pura y Simple", llegando a conformar partido político, y terminaron
divididos ante la gestión de Horacio Vázquez; al final dieron "sustancia ideológica al
régimen de Trujillo" (10).
(8) Burns, E. Bradford. La Miseria del progreso, América Latina en el siglo XIX, Editora
Universitaria, Panamá, 1986, p. 16.
(9) Antonie Avelino, Francisco. Visión hostosiana de la sociedad dominicana, Museo del
Hombre Dominicano, s.a, p. 5.
(10) Ibid, p. 5.
Por ser "el primer pensador que culmina un sistema ideológico en el país" (11), por no
plegarse como historiador a construir un pasado oficial aún a riesgo de su vida, por la
verticalidad de su postura nacionalista y por la sinceridad de sus ideas, Américo Lugo es la
expresión más problema- tizada del hostosianismo viviente en el seno del trujillismo que
nace.
La cultura dominicana tenía entonces otros paradigmas aprovechables, como Don Emiliano
Tejera, quien "vivió en la mejor época del positivismo en la América Hispana y no fue
positivista", (12). Pero por su tradición conservadora, el fundamento hispánico recalcitrante,
y su papel de autoridad intelectual de gobiernos en la tradición de autoritarismo (como el
de Ramón Cáceres), su imagen no perturbaba el proyecto totalitario. Mejor aún: en
contraposición a la actitud de Américo Lugo, quien se aisló para siempre y enarboló su
gallardía y decoro de hombre libre ante la violencia trujillista; y con la ventaja de que
Emiliano Tejera no vivió el Trujillismo, Manuel Arturo Peña Balle enfrenta, elípticamente,
estas dos actitudes, juzgando el "nacionalismo práctico" del último como más útil al país,
que el "nacionalismo romántico" del primero (13). "Desde el limbo de un aislamiento dorado
-dice Peña Balle- aunque siempre falso, no es posible apreciar con exactitud el temple de un
hombre que no temió el contacto con las responsabilidades públicas más caracterizadas de
su tiempo" (14). Y lo afirma rescatando a Emiliano Tejera de su responsabilidad histórica,
como arquitecto de la "Convención dominico-americana de 1907". La referencia es directa
a Américo Lugo, pero por si queda duda, en la "Semblanza de Américo Lugo", que escribe
como prólogo al libro Historia de Santo Domingo. Edad Media de la Isla Española (15), la
descripción que hace es el reverso de la medalla: "Puede considerársele -dice- como el más
abstraído de todos nuestros hombres públicos (...). Es, sin duda, un hombre público, pero
tuvo el cuidado de no emplear sino la pluma como vehículo de sus sentimientos y de sus
inquietudes por el progreso de la colectividad" (16).
(11) Franco, Franklm. Trujillismo: génesis y rehabilitación, Editora Cultural Dominicana,
Santo Domingo, 1971, p. 50.
(12) Peña Balle, Manuel Arturo. 'Emiliano Tejera', En: Ensayos históricos, Fundación Peña
Balle, 1988, p. 188.
(13) La contraposición entre "Nacionalistas idealistas" y "Nacionalistas prácticos" la
propone Diógenes Céspedes al estudiar este período. La diferencia entre uno y otro entraña
una definición frente al poder. De acuerdo con esto, Lugo murió siendo un "Nacionalista
idealista", porque prefirió la exclusión y se mantuvo alejado de las múltiples propuestas de
formar parte de algunos gobiernos de la época. Emiliano Tejera, en cambio, que sirvió al
gobierno de Cáceres, sería un "Nacionalista práctico. En: Céspedes, Diógenes. "El efecto
Rodó. Nacionalismo práctico vs. Nacionalismo idealista: Los intelectuales antes de y bajo
Trujillo, En: Cuadernos de poética, No. 17,1989, pp. 7-56.
El positivismo hostosiano, por su parte, tenía también, (además de Américo Lugo), un
pequeño retablo de intelectuales, cuyas preocupaciones por la cuestión nacional, y los
argumentos recurrentes utilizados para explicar el entorno social, habían hecho fortuna
entre las élites pensantes. Entre ellos, los de mayor reconocimiento social eran José Ramón
López, activo y polémico comunicador y el escritor, novelista y pensador, Federico García
Godoy.
López inició un estilo agresivo de análisis de la identidad del dominicano, particularmente
del campesinado, y desde la crudeza del pensamiento positivo reprodujo en el país las
ideas con las cuales las élites latinoamericanas estigmatizaron al campesinado, en nombre
de la noción de progreso. Su vocabulario organicista, el distanciamiento pretendidamente
"científico" de sus juicios, y las preocupaciones económicas y sociales que acompañan sus
conclusiones, rápidamente se incorporaron al "saber" de las élites, que comulgaron en la
definición traumática del ser nacional. Hacia 1896, fecha en que se publica en Santiago de
Cuba La Alimentación y las razas, (el libro de mayor éxito de José Ramón López) (17), ya las
ideas y los modelos de pensamiento inspirados en el paradigma de desarrollo europeo
habían hecho escuela en América Latina. En esos modelos la contraposición entre el campo
y la ciudad se convirtió en una dicotomía trágica que marcaba a sangre y fuego el camino
del desarrollo.
(14) Peña Balle, Manuel Arturo. Op.Cit., p. 187.
(15) Ibid, pp. 221-249.
(16) Ibid, p. 221.
En ningún lugar mejor que en Argentina esta tipología de análisis tomó cuerpo, en boca de
la llamada "Generación de 1837". Esta generación había luchado contra el tirano Juan
Manuel Rosas encarnando un enfrentamiento entre la "Civilización y la Barbarie" (18). Rosas
representaba el campo, "la Barbarie", y se suponía que la misión civilizatoria de los
intelectuales de formación europea consistía en "salvar a la Argentina redimiendo el
campo. En un libro de 1838, Esteban Echeverría, figura prominente de esta generación,
prefiguró las características sublimes de esas cruzadas tutelares de los intelectuales sobre
las masas ignorantes, y ofreció la recompensa de una democracia restringida, máximo
galardón que su libro El dogma socialista (19) concede al pueblo, como única forma de
frenar "los caprichos de su voluntad y el desagravio violento de sus antipatías irracionales"
(20). Discípulos suyos como el talentoso Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez
En esta confrontación entre la ciudad y el campo, había, sin embargo, un tema sumergido,
que en el caso de la República Dominicana, y en las condiciones del surgimiento de la
dictadura de Trujillo, rápidamente encontraría una respuesta ideológica. Ese tema
sumergido era el hecho de que las élites intelectuales no podían aceptar a la población rural
como el prototipo nacional conveniente.
El libro de José Ramón López, La Alimentación y las razas, facilitaría esta labor al trujillismo
en ascenso.
Pero ni Emiliano Tejera, ni Federico García Godoy, ni José Ramón López vivieron el
trujillismo, aunque, junto al pensamiento de Américo Lugo, (quien vivió largos años del
trujillismo) conforman el legado más palpitante de la cultura dominicana al surgir el
trujillismo teórico.
(20) Burns, E. Bradford. Op.Cit., pp. 19-20.
(21) Domingo Faustino Sarmiento y Bartolomé Mitre, dos miembros de esa Generación,
fueron también Presidentes de la Argentina. Tanto Sarmiento como Mitre tipifican en el
poder la "Ideología del Progreso", y particularmente Sarmiento, ha devenido un mito
cultural contradictorio y discutido, en razón de que su noción del progreso era excluyen te
de las masas. En: Perus, Francoise. Literatura y sociedad en América Latina, Casa de las
Américas, La Habana, Cuba, 1976. Y los libros citados de Bradford Burns y Retamar.
Las ideas de estos pensadores se pueden resumir como un catálogo de deficiencias
formativas que se constituyen en taras infranqueables, a la hora de formar una nación de
acuerdo con los paradigmas occidentales. Existen matices entre uno y otro, pero hay un
factor común: la inviabilidad de la nación dominicana. Los presupuestos pueden tener
distintos fundamentos. En el caso de José Ramón López, llegan a pregonar la necesidad de
evitar el hundimiento de la raza (léase el pueblo) fabricándole "antes la cocina que la
escuela", puesto que "esta raza de ayunadores, hundidos en las tinieblas de su miseria física
y moral, aproximándose más cada día a la animalidad, naciendo toda generación con menos
vigor mental que su predecesora, reducida ya casi al instinto" (22) no puede, de ninguna
manera, constituir nación.
O la condena infinita por los continuos procesos revolucionarios que registra la historia,
que hace Federico García Godoy: "Más que un pueblo (...) nuestra actuación nacional, en
bastante de sus aspectos, se parece a la de una tribu semibárbara que sólo tiene ante sí una
visión de incesante guerrear como medio exclusivo de satisfacer bajos apetitos de lucro y
de batuta" (23).
O la diatriba fulminante de Américo Lugo, ya clásica al abordar este período: "Queréis que
un pueblo que ha vivido en la atmósfera de la inmoralidad pública y la injusticia, que está
inficionado de vicios, de errores fundamentales; que no conoce más prácticas gubernativas
que las de la tiranía, que está revuelto siempre por ideas suversivas contra el orden
gubernativo instituido, sea bueno o malo, poco importa; queréis que un pueblo semejante,
que carece de tradición aprovechable y educación, se convierta de un día a otro,
surgimiento de la noche de los horrores todo estropeado, harapiento, hambriento, con el
rostro pálido y demacrado a la mañana deliciosa de un despertar inesperado, se convierta,
lo repetimos, en un pueblo adulto, robusto y sano, lleno de vigor moral, con ideas justas ,
con nobles propósitos, con hábitos sociales y políticos que le permitan dar en su nuevo
género de vida" (24).
(22) Ramón López, José. La alimentación y las razas, En: El Gran pesimismo dominicano,
Universidad Católica Madre y Maestra, Santo Domingo, 1975, p. 36.
(23) García Godoy, Federico. El derrumbe, Editora de la Universidad Autónoma de Santo
Domingo, 1975, p. 71.
Hay que agregar la mezcla racial, la pereza y el rutinarismo mental. Pero todo confluye en
la imposibilidad histórica del pueblo dominicano de constituirse en nación. Las élites
atribuían al encanallecimiento del pueblo la imposibilidad de conformar nación, eludiendo
en el universo convulsivo de una sociedad frecuentemente atravesada por "revoluciones"
personalistas, el diseño de su propio fracaso como grupo dirigente. Como los valores que el
trujillismo impone, después de 1930, son radicalmente distintos: paz, orden, tranquilidad,
trabajo, etc., su relación con el pasado, es extremadamente conflictiva.
Américo Lugo es el símbolo intelectual que quiebra la superficie triunfante del trujillismo
en 1930, fijando un "casi" salvador, en el juicio absoluto sobre la abyección que constató
Jesús de Galíndez en la "Era". Y ello se basa tanto en la actitud que mantuvo frente al poder
como en sus ideas. Sus contradicciones con el trujillismo, que se mantendrán hasta su
muerte en 1952, se pueden concretar en el siguiente marco de referencia:
a. El trujillismo rechazaba el pasado histórico, usándolo únicamente como
ideología y legitimación, por contraste del presente. Américo Lugo
abominaba el presente, y entendía el pasado como "raíz", tronco y savia de
los frutos del presente", porque para él "la reconstrucción contra el pasado es
pura ideología", y "un pueblo no puede estudiarse sólo en su generación
viviente" (25).
(24) Alfau, Vetilio. Américo Lugo-Antología, Librería Dominicana, 1949, p. 36.
(25) Jaime Julia, Julio. Antología de Américo Lugo, Tomo III Editora Taller, 1978, p. 26.
b. Su elitismo, su aristocratismo, era espiritual, y eso lo puso en contradicción
insoluble con la atmósfera despótica del trujillismo. En su célebre carta a
Trujillo, en 1936, le dice: "(...) no me considero historiador oficial ni obligado
a escribir la historia de lo presente. No me considero historiador oficial,
porque mi convenio excluye por naturaleza toda idea de subordinación y
debe ser cumplido exclusivamente bajo los dictados de mi conciencia. No
recibo órdenes de nadie y escribo en un rincón de mi casa" (26).
c. El trujillismo había usado el nacionalismo como elemento de mediación para
captar a los intelectuales, y la propia "Era" constituía el arribo alborozado a
la realización nacional. El significante mayor de la "Era" suponía justamente
el nacimiento de esa categoría. Lugo negó, nada más y nada menos que al
mismo Trujillo, que tal categoría existiese, y por el contrario, en 1936,
reafirmó su creencia, calificándola de "más arraigada". "Mi creencia, cada vez
más arraigada, de que el pueblo dominicano no constituye nación, me ha
vedado en absoluto ser político militante" -le dice al tirano, asumiendo en el
lenguaje el leve escándalo de su aislamiento de la política militante y la
peligrosa perturbación de uno de los mitos capitales con los que contaba el
proyecto totalitario (27). Además, el nacionalismo de Américo Lugo llegó al
antimperialismo, asumido en sus tres vertientes: cultural, económica y
política (28).
(26) Ibid, p. 23.
(27) Como el trujillismo se concebía a sí mismo una edad gloriosa, resultaba casi imposible,
una vez adquirido prestigio social por cualquier motivo, permanecer al margen del
poder. La leyenda de Américo Lugo era preexistente al trujillismo, pero su peligrosidad
no era menor.
(28) El sentido antimperialista a que arribó el nacionalismo de Américo Lugo es fácilmente
comprobable, lo acompañó en forma obsesiva en todos sus actos, en todos sus escritos,
y llegó incluso a una definición de los "caracteres del imperialismo norteamericano",
dicho así, en términos que parecen extraídos del Leninismo. En Tomo I completo de la
Antología, de Julio Jaime Julia, Op.Cit... Y del Tomo II, pp. 257-289.
d) En este sentido, su hispanismo, que pudo haber sido un punto de unión con los
ideólogos del trujillismo, no se levantaba contra el paradigma cultural haitiano, sino
contra los Estados Unidos. Esto hace una diferencia fundamental con la hispanidad
de Emiliano Tejera, o con la que asume el discurso ideológico de Peña Balle. En Lugo
entraña una continuidad ideal del espíritu nacionalista, que tenía una
fundamentación concreta: la intervención norteamericana de 1916 que él combatió
(29), y una influencia ideal: la lírica antimperialista del arielismo.
Como resultado de la apertura democrática del gobierno del Presidente Horacio Vázquez,
en la República Dominicana que el trujillismo encuentra en 1930, la amplitud de la "oferta
intelectual" a que se refiere Hoetink, vinculada con los cambios estructurales de finales del
siglo XIX. Se había traducido en un vigoroso activismo cultural y en una cierta "jerarquía
social", fundada en el poder del saber. Es posible que a este hecho se refieran las razones
del por qué Américo Lugo sobrevivió la "Era" sin que lo alcanzara físicamente la violencia
oficial (33). Explica también que el trujillismo encontrara rápidamente en el ambiente
intelectual de la época sus sostenedores teóricos en estos grupos necesitados de ascenso
social.
El núcleo de los intelectuales más importantes giraban alrededor del diario "La
Información", de Santiago de los Caballeros, y de la figura de Rafael César Tolentino, de
significativo papel en la llamada "Revolución cívica de febrero". Trujillo incorporó también
a su Estado Mayor de campaña electoral, a intelectuales de prestigio como Tulio Manuel
Cestero, Ramón Emilio Jiménez, Rafael Damirón y Joaquín Balaguer, capitaneados todos
por la oratoria admirada y el carisma de Rafel Estrella Ureña (34).
(32) Raymundo González, "Bonó, un intelectual de los pobres", Estudios Sociales, No. 60,
abril-junio, 1985, p. 68.
(33) Trujillo mismo dio vigencia a éste relativo "poder del saber", colocando en los más
altos cargos del gobierno a intelectuales de un origen social muy modesto, únicamente
promovidos por el prestigio intelectual, y por supuesto, contando con la lealtad
incondicional al régimen. De esta forma, se rompía una tradición aristocrática que rodeaba
las figuras públicas, contra la que los intelectuales emergentes habían clamado en el
gobierno de Horacio Vázquez, y que permitió al trujillismo estructurar una burocracia
efectiva en su primer período. Aunque la humillación de las gentes más representativas
formó parte al inicio de la estrategia de dominación total, en sentido general, el trujillismo
respetó los viejos paradigmas del saber.
Grupos y personalidades de la década del veinte inter- actuaban en un ambiente de gran
movilidad social. Grupos como "Paladión y Ultra"; escritores de gran influencia en la vida
cultural del país, como el políticamente muy errático Emilio E. Morel (35), confluyen en la
especial circunstancia del surgimiento del trujillismo, dándole un matiz de síntesis trágica a
la unidad forzada que en el terreno del espíritu provocará poco después el régimen.
Por sus valores extremos el caso más destacado es el grupo "Paladión". Creado alrededor
de 1918, sus integrantes son reconocidos arielistas' y ardientes preocupados por los
problemas sociales. Su prédica es abiertamente socialista y reivindicativa, con un lenguaje
que evidencia la lectura de carácter social que se difundió en el mundo con motivo de la
Revolución bolchevique, y que agrega el afán de renovación que acompañó en el Continente
Americano las palpitantes ideas del maestro José Enrique Rodó. Sus integrantes eran
Francisco Prats Ramírez, Manuel A. Amiama, Armando Oscar Pacheco, Virgilio Díaz
Ordoñez, Rafael Paíno Pichardo, Horacio Read, Julio Alberto Cuello, etc. Todos ocuparán
altos cargos en la administración trujillista que se inicia a partir de 1930.
(34) Balaguer, Joaquín. Memorias de un cortesano de la Era de Trujillo, Editora Corripio,
1988, pp. 64-65.
(35) Para apreciar la influencia de Emilio E. Morel entre los intelectuales de la época,
particularmente los de Santiago, ver la nota de Joaquín Balaguer, Op.Cit., p. 32. Proveniente
de un nacionalismo furibundo, Morel había sido horacista, después velazquita, para
finalizar siendo una de las más caracterizadas plumas del periodismo santiaguero contra el
propio Horacio Vázquez. Después de la ''Revuelta cívica del 23 de febrero de 1930", pasó al
trujillismo, y ocupó numerosos cargos de importancia en la administración pública y el
Partido Dominicano. Acusó públicamente a Estrella Ureña de la conspiración contra Traillo
en 1935, y fue Presidente del Partido Dominicano en 1936. De 1943 a 1945 se le acusó de
robo en el ejercicio de un cargo diplomático en España, y fue juzgado y condenado por los
tribunales trujillistas, habiendo sido declarado, además, traidor a la patria. Su modelo es el
opuesto de Santiago Guzmán Espaillat, encarnando el pragmatismo que se apoderó de la
actividad intelectual después de 1912. Murió abandonado y escarnecido en el exilio,
siempre temeroso de que la mano larga del trujillismo que ayudó con su intelecto a
levantar, lo sacara del mundo de los vivos. La maquinaria trujillista publicó un folleto
contra él: La Cancelación de una misión diplomática, Ed. La Nación, 1946.
Aunque ''Paladión'' era un grupo literario, su actividad trascendió a lo político, y el
arielismo nacionalista de que era portador tenía un modelo literario en el grupo
"Postumista", de Domingo Moreno Jimenes, que había iniciado la profusión de su credo
estético casi concomitante, en 1922. Desde el punto de vista literario, la importancia del
"Postumismo" en la cultura dominicana es infinitamente mayor que la del grupo
"Paladión", y aunque su nacionalismo dependía únicamente de la emoción estética, el
"Postumismo" se hizo ingobernable, mientras que la algarabía socialista de "Paladión" se
diluía en el trujijlismo, permutando en la entrega total de sus intelectuales, las confusas
ideas socialistas de la época (36), por el nacionalismo transfigurado de Trujillo.
Quizás por la apabullante hegemonía del pensamiento de Eugenio María de Hostos, y en
correspondencia con el desarrollo de la estructura económica del país, las ideas socialistas
en la República Dominicana no se difundieron con un trabajo sistemático, ni contaron con
intelectuales que la asumieran orgánicamente. En el Continente Americano, el marxismo es
un fenómeno de la década del veinte, con la aparición del primer marxista orgánico, José
Carlos Mariátegui, cuyas ideas iniciales, por cierto, tienen que ver con el positivismo (37).
También en la República Dominicana estas ideas tuvieron su representación en los años
veinte y a principio de la "Era", y muchos estas intelectuales que la asumieron lo hicieron
como parte de un discurso epocal, en medio de una fuerte oleada de literatura social
proveniente de la influencia de la Revolución Rusa, que marcó la prédica abigarrada de
"Paladión".
(36) Las limitaciones del pensamiento socialista dominicano para la época se pueden
apreciar en: Cassá, Roberto. Movimiento obrero..., Op.Cit., pp. 122-157. Y en Céspedes,
Diógenes. Ideas filosóficas, discurso sindical y mitos cotidianos en Santo Domingo, Editora
Taller, 1984.
(37) No tiene nada de extraño la ascendencia positivista de Mariátegui. En el cono sur el
positivismo expresó siempre una viva simpatía por la Revolución Rusa, ahí están los textos
de José Ingenieros, leídos hasta alcanzar un nivel de difusión popular en América, y
confundidos incluso por algunos gobiernos represivos con la "literatura comunista". Aníbal
Ponce, el escritor marxista por excelencia, fue biógrafo de Ingenieros.
Un precedente heterogéneo es el de Vicente Sánchez Lustrino, a quien Diógenes Céspedes
llama "Rimbaud dominicano" (38), y quien en un libro publicado en 1912, tomándolo
indistintamente de pensadores muy disímiles, difunde ideas socialistas con un sello
personal y un aliento moralizante alejado de toda ortodoxia marxista.
Su libro Pro-Psiquis, participa de las confusiones que caracterizarán después a las ideas
socialistas más avanzadas en el Continente (39), pero por el intelectualismo en que son
vertidas, y su preocupación literaria particular, es muy poca la influencia que logran. Hasta
la publicación del libro de Diógenes Céspedes, Sánchez Lustrino era un desconocido en la
cultura dominicana.
Más importante es el trabajo de divulgación de Adalberto Chapuseaux, (en lo que respecta a
nuestro estudio) porque su conocimiento era más acabado, y porque su producción
intelectual penetra la "Era". Chapuseaux escribió "El porqué del Bolcheviquismo", en el año
1925; y "Revolución y Evolución", en el 29. Su prédica es ya una incitación abierta a la toma
del poder por el proletariado, y la confianza en un protagonismo popular que se apoya en
una moral positivista. Establece batalla directamente contra las ideas predominantes, tanto
las provenientes del pensamiento conservador, como las derivadas del hostosianismo, y
aporta como solución la idea del socialismo, que como en otros países de América, entra
primero por la vía del Anarquismo. Aunque Chapuseaux explícito la vía partidaria como fi-
losofía de acción, su pensamiento "no formó escuela y careció de repercusiones palpables
en los medios del liderazgo gremial" (40).
(38) Sánchez, Lustrino y el poema en prosa, En: Céspedes, Diógenes. Ideas filosóficas
Op.Cit., pp. 71-80.
(39) Estas confusiones atañen a la influencia del anarquismo, por una parte; y por la otra, a
las fuentes, que como en el caso de Mariátegui provenían del pensamiento italiano.
Otros intelectuales habían hecho fama cultivando las posiciones socialistas antes de entrar
al trujillismo, como Ramón Marrero Aristy y Tomás Hernández Franco, o como esa figura
destacada del grupo "Paladión", Francisco Prats Ramírez, luego uno de los más repulsivos
publicistas del régimen. Incluso un poeta de tanta importancia como Héctor Incháustegui
Cabral, que entrará al trujillismo con esa aureola, todavía en sus "Versos del 40 al 50"
continuará describiéndose como "un hosco guaraguao materialista", citando los nombres
de Marx y Bakunin. El propio Manuel Arturo Peña Balle escribirá, en 1932, el prólogo de la
obra Sobre economía social americana, de Enrique Jiménez, considerada de contenido
socialista.
De modo que, aunque su importancia no llegara a determinar el curso del proceso social,
las ideas socialistas flotaban en el ambiente al momento del ascenso de Trujillo al poder
(41). Pero en contacto con el absolutismo, casi en su totalidad, sus portadores pequeños
(41) Diógenos Céspedes dice que desde 1921-22 existía entre los intelectuales una
teleología cuyo sentido de la historia podría resumirse en la creencia de que, luego de la
ocupación Americana, la marcha irresistible de la República Dominicana era hacia el
socialismo. En: Lenguaje y poesía en Santo Domingo en el siglo XX, Editora Universitaria,
Santo Domingo, 1985, p. 49.
Pero el grupo de mayor significación fue "Acción Cultural", fundado en 1931, y alrededor
del cual se organizó casi toda la intelectualidad de la época, con un amplio programa
multidisciplinario; en su seno se reprodujeron las contradicciones en las que el sector
pensante del país se vio sumido, con motivo del advenimiento de la dictadura.
El "Listín Diario" del 31 de agosto de 1931 reseña la asistencia de más de setenta socios a la
Asamblea constitutiva, de todo el país y probablemente ésta sea una cifra muy cercana a la
totalidad de los intelectuales de significación nacional entonces. La Asamblea y sus
resultados recogen todo el espectro político del país, y resumen las contradicciones
insolubles que el proceso social había acumulado, obligando, en el centro mismo de "Acción
Cultural", a una definición ante el proyecto totalitario. Todos los grupos culturales y
literarios anteriores, se refundieron en "Acción Cultural", viniendo a ser la directiva una
suerte de representación colegiada.
El Presidente electo fue Manuel Arturo Peña Balle, quien había sido presidente de "Ultra", y
cuyo prestigio intelectual se había consolidado en los últimos años del gobierno de Horacio
Vázquez. Peña Balle había tenido una participación muy discreta en los acontecimientos
que se desencadenaron después de la caída del gobierno, y con motivo de las elecciones de
1930. Pero su línea fue de oposición a la candidatura Trujillo -Estrella Ureña, incluso figuró
entre las personalidades que asistieron a la proclamación de la candidatura presidencial de
Federico Velázquez y Ángel Morales (42). En la vicepresidencia se eligió a Julio González
Herrera, que formaba parte del proyecto trujillista inicial de "La Revista", y como secretario
de correspondencia a Cristian Lugo, un miembro de "Paladión".
(42) Aristy Ramón Marrero, La República Dominicana, Tomo III, Editora del Caribe,
195?, p. 141.
Las distintas secciones en que se dividió "Acción Cultural" concilian lo imposible a la altura
de 1931. Entre Jesús María Troncoso, Viriato Fiallo, Jafet D. Hernández, Juan José Llovet,
Luis E. Mena, Enrique de Marchena, Rafael Montás, Manuel A. Amiama, Joaquín Balaguer,
Ramón Lugo Lovatón, José E. Aybar, Francisco Navarro, Arturo Pellerano A., Gilberto
Sánchez Lustrino, Enrique Plá Miranda, Ulises Domínguez, Francisco A. Hernández,
Temístocles Messina, Guido Despradel, Miguel A. Pardo, Ulises Cruz Ayala, Miguel Sainz,
José Ramón Báez, Porfirio Rubirosa, Ramón González Pazos, e Indalecio Rodríguez, se
encontraba una representación de todas las corrientes políticas del país: horacistas,
velazquistas, nacionalistas y trujillistas, todos en proceso de evolución hacia el consenso
despótico, que no obstante, encontrará oposición en algunos miembros del propio
conglomerado pensante que recién se constituía. Además de lo político, el pensamiento
tenía allí representación contradictoria: hostosianos, tradición conservadora, trujillistas y
hasta socialistas (43). En fin, que la unidad alrededor del tirano fue ensayada
tempranamente por los intelectuales.
La constitución de un grupo como "Acción Cultural" tenía, sin embargo, un fundamento
objetivo. El proyecto totalitario se movió rápido en la estructuración de sus instituciones
culturales e instruccionales, como parte de la dominación ideológica que a largo plazo se
proponía. En diciembre de 1931 llegaba Pedro Henríquez Ureña, designado
superintendente general de enseñanza, cargo que antes había sido ocupado por Max
Henríquez Ureña, quien pasó a la Cancillería. El 23 de enero de 1932 el propio Trujillo en
persona inaugura el "Ateneo Dominicano", pronunciando un discurso en el que se
autodenomina "griego y Quijote" (44). Un mes después, se inauguró la "Academia
Dominicana de la Lengua", correspondiente de la española.
(43) Enrique Jiménez, por ejemplo, dedicó su obra "Sobre economía social Americana" a los
jóvenes de "Acción Cultural", y Adalberto Chapuseaux formó parte de una de las secciones
de la agrupación.
Para noviembre de 1932 Trujillo solicita la renovación de la instrucción pública, creando
una "Ley general de Estudios", y recorre el país a caballo repartiendo por todos los pueblos
la famosa "Cartilla Cívica", código férreo que establece el comportamiento ciudadano ante
el poder, y que en la estructura profunda del lenguaje deja ver la pena, la sanción a los
transgresores. También se crean la "Academia de la Historia", con su órgano de publicación
"Clío", y el "Instituto de Investigaciones Históricas". Más adelante, en 1935, se organiza el
"Archivo General de la Nación".
La febril actividad trujillista alrededor de la cultura continuó, acompañada de un
fortalecimiento político desmedido. En el primer año de gobierno, Trujillo había dominado
en forma absoluta el Senado, los diputados y la justicia, y la oposición se había dispersado
en su totalidad en el exilio, huyendo de la violencia oficial que durante la campaña electoral
había dado muestras espantosas (45).
De manera que en el mismo inicio del absolutismo, este proceso llevó al endiosamiento de
su imagen, alcanzando el título, mediante voto unánime de las cámaras, de "Benefactor de
la Patria", en noviembre de 1932. La cultura no estuvo ajena a la conformación del mito, y
las contradicciones harán saltar en pedazos al grupo "Acción Cultural".
(44) El discurso se llama "Crisis de las profesiones liberales" y fue dicho por Trujillo el 23
de enero de 1932. Probablemente fue escrito por Pedro Henríquez Ureña, quien no estaba
ajeno a las numerosas actividades culturales del régimen al principio de la "Era",
entusiasmo que rápidamente abandonó para salir del país y mantenerse en silencio
durante toda su vida en relación con Trujillo. De ser así, esta sería la única huella intelectual
de Pedro Henríquez Ureña en el trujillismo, ya que su labor como superintendente de
enseñanza fue fugaz. Diógenes Céspedes atribuye el discurso a Joaquín Balaguer. (En:
Lenguaje y..., Op.Cit., p. 252), pero el estilo, y el orden jerárquico conducen a Pedro
Henríquez Ureña. Balaguer incluye este discurso en su Pensamiento vivo de Trujillo,
Impresora Dominicana, 1955, p. 29.
(45) Trujillo organizó un cuerpo paramilitar llamado "La 42", tristemente célebre por sus
crímenes y desmanes contra los opositores a su candidatura. Y después del "triunfo"
mantuvo una actitud represiva contra todo el que no se plegara. El caso del doctor Manuel
de Jesús Troncoso de la Concha, detenido y humillado en plena vía pública siendo un
miembro de los grupos "de primera" del país. Diez años después será Presidente títere del
régimen.
El esquema de actividades de "Acción Cultural" parecía más bien un programa de gobierno
en el terreno de la cultura, y su filosofía y principios, redactados por el vocal Joaquín
Balaguer, un manifiesto de la "Ideología del Progreso". Las actividades recibían un amplio
respaldo de prensa, y su difusión adoptaba el punto de vista de la "apoliticidad", alejada de
los propios programas del gobierno, pese a que casi todos los funcionarios intelectuales del
gobierno eran miembros de ella.
En enero de 1932 Pedro Henríquez Ureña dictó un curso de varias secciortes sobre la
cultura del pueblo Griego, que constituyó un rotundo éxito. Aprovechando la presencia en
el país del diputado republicano español José Marcial Dorado, se organizó una Conferencia
sobre el proceso que se siguió en España para la instauración de la República, tras la caída
del régimen monárquico. Esa noche, 5 de noviembre de 1931, Manuel Arturo Peña Balle
pronunció un discurso muy celebrado por la prensa (46). También Fray Cipriano de Utrera
dio conferencias sobre temas históricos, y el viejo símbolo, don Américo Lugo, dictó un
cursillo de varias secciones sobre el pasado desconocido de la nación, tema en el que se le
reputaba amplios conocimientos.
Durante un breve tiempo, pues, "Acción Cultural" pareció flotar sobre el ambiente
totalitario, expresando la unidad que convenía al poder absoluto, pero albergando la
disidencia entre los intelectuales. No hay pruebas documentales de los motivos reales de su
disolución, pero la prensa de la época da claras pistas de las contradicciones políticas entre
sus miembros.
(46) Ver Listín Diario, del 6 de noviembre de 1931.
El 15 de agosto de 1932, Viriato Fiallo (47), miembro de su sección de filosofía, dio una
conferencia en los salones de la entidad sobre "pensamiento filosófico en la actualidad y la
doctrina de los nuevos valores", condicionando la noción del valor a que su expresión se
realice en un marco de libertad. En su Conferencia, Viriato Fiallo se expresó de la siguiente
forma: "Considero que para valorar se requiere libertad espiritual. Que cuando los valores
son impuestos, el hecho es una realización de autoridad pero no es una valoración, porque
falta la independencia del sujeto que valora" (48).
La referencia es directa al proceso de imposición autoritaria que llevaba a cabo el
trujillismo, y que como se ha visto, se coronó con una violencia a la capacidad de valoración
en libertad del hombre, al proclamar "Benefactor de la Patria" a Trujillo.
El 2 de septiembre de 1932, Viriato Fiallo renunciaba, junto a otros miembros, a formar
parte de la "Junta Superior Directiva", recogiendo la prensa la misiva en la cual los
renunciantes alegaban que, "se le había dado al proceso eleccionario un carácter que nunca
estuvo en nuestra intención mantener". La carta estaba firmada por Gilberto Sánchez
Lustrino, Viriato A. Fiallo, Antinoe Fiallo, L.A. Machado González y Carlos Larrazabal Blanco
(49).
(47) Al final de la "Era", Viriato Fiallo sería una figura de leyenda. De los pocos opositores
internos, organizó según parece, un grupo antitrujillista llamado "Unión Patriótica
Revolucionaria", integrado por profesionales, en el cual estaban intelectuales destacados.
Carlos Larrazabal Blanco y Antinoe Fiallo, firmantes de la carta de renuncia de "Acción
Cultural", serían también miembros de este grupo. En: Cassá, Roberto. Movimiento...,
Op.Cit., pp. 322- 327. A la caída de Trujillo, fue candidato presidencial (perdedor) frente a
Juan Bosch.
(48) Listín Diario del 16 de agosto de 1932.
(49) Ese "carácter" que se le había dado al proceso eleccionario es claro que se refiere al
límite que lo político imponía a las actividades culturales de "Acción Cultural". Para el
proyecto totalitario en marcha "Acción Cultural" era ya un obstáculo. El destino de los
firmantes de la carta durante los treinta y un años de la "Era" ilustra sobre lo que estaba
ocurriendo en el seno de "Acción Cultural".
Más allá, "Acción Cultural" sirvió para organizar la "oferta cultural" al régimen,
desapareciendo discretamente del escenario. El destino de los firmantes de la carta es más
interesante: Viriato y Antinoe Fiallo se convirtieron en "desafectos" (50) durante toda la
"Era", pasando su vida como símbolos de resistencia, y sobreviviendo al acoso y la asfixia.
Gilberto Sánchez Lustrino, después de un breve período de resistencia, se hizo un laureado
biógrafo de Trujillo (51). Y Carlos Larrazabal Blanco fue deportado del país, alegándose que
era extranjero, pese a su gran labor cultural y sus vínculos con los dominicanos. L.A.
Machado González, no dejó ninguna otra huella en la cultura nacional.
(50). En la semántica del totalitarismo trujillista, los "desafectos" eran los enemigos de
Trujillo. Ello incluía toda una escala de denominaciones, dependiendo del grado de
peligrosidad del opositor. En: Vega, Bernardo. Unos desafectos y otros en desgracia,
Fundación Cultural Dominicana, 1986.
(51) En 1938 Gilberto Sánchez Lustrino obtuvo el primer premio en un concurso,
convocado por una Junta, para una biografía del Generalísimo Trujillo Molina. Su libro,
primorosamente impreso, se publicó en La Habana, Cuba. En: Trujillo, constructor de una
nacionalidad, Cultural, S.A., Habana, Cuba, 1938. Hay ediciones en varios otros idiomas.
CAPITULO IV
DESLINDE DEL PENSAMIENTO TRUJILLISTA:
"JERGA Y DISCURSO"
La bibliografía trujillista es tan numerosa como uniforme, y reitera una línea argumental
invocada sin cansancio en cualquiera de los niveles de legitimación intelectual que alcance.
En este sentido, la repetición es el signo intelectual de la "Era" (1).
En los treinta y un años de dominación trujillista, la producción de ideas formaba parte
inseparable del esquema defensivo total, y aunque el ejército era la base del control
despótico, para un régimen de tan larga duración, la defensa teórica, el adoctrinamiento, y
el aparato instruccional se convertían en mecanismos preventivos de la disidencia, y en
ordenadores del consenso alrededor de la figura del tirano. La actividad editorial de la
"Era" es casi inabarcable; incluía publicaciones históricas, biografías del tirano, respuestas
a los opositores en el exterior, discursos de Trujillo y sus funcionarios, logros económicos y
constructivos, libelos contra desertores del trujillismo, publicaciones de carácter cultural,
posiciones oficiales del gobierno en torno a la política exterior, etc. A todo ello hay que
agregar los periódicos y el trabajo de los columnistas de choque en el diarismo, cuyos
textos, muchas veces, se convertían después en libros.
(1) "Una de las formas de la eficacia de la ideología trujillista residió en la repetición de las
hipérboles -dice Diógenes Céspedes- Como figuras, eran el medio necesario para comunicar
a lo colectivo la eternidad, la divinidad y la uniformidad circular de la vida" (Ver: "El efecto
Rodó. Nacionalismo idealista VS. Nacionalismo práctico: Los intelectuales antes de y bajo
Trujillo", En: Cuadernos de poética", No. 17, enero-abril, 1989, p. 10)
En un curioso inventario, Cordero Michel da una idea de la magnitud de la embestida
oficial: "Cada año -afirmase celebran en el país cerca de 400 misas" por la salud del jefe",
300 retiros espirituales, 2.500 conferencias políticas, y más de 800 mítines, desfiles y
manifestaciones, con una asistencia total de 3.5 a 4.0 millones de personas pertenecientes a
todas las clases sociales" (2).
Su expansión como mito por permutación tiene también a su favor la moral de desquite
que durante años había sembrado en la mente de los dominicanos la educación oficial.
Desde el punto de vista de la ideología, la masacre no es más que la materialización de un
bello sueño interior, que la enseñanza de la historia había grabado como moral de desquite
en el corazón de los dominicanos. El hacedor es entonces únicamente la extraña conjunción
del pensamiento colectivo, dejado como herencia amarga de una prédica traumática de
nuestra relación con Haití, y su voluntad de determinación gloriosa.
Sin evocarla, en la carpintería del miedo, la Masacre tejió en la cultura trujillista una
complicidad nacional y fabricó una épica silente, una conciencia plena de que no se podía
estar en la ribera de un régimen que, como dice el Eclesiatés, ejecuta la danza sobre las
tumbas de los muertos. Tanto el mito fundacional, derivado de la "reconstrucción", como el
mito de confirmación por permutación de la Masacre, son mitos sensoriales, que establecen
hechos comparables, decisiones, reservas de historia sagrada en el lenguaje, a la que el
recitante de la "Jerga" acude para justificar con plenitud y riqueza al trujillismo. El sistema
de significación trujillista asumió entonces el mito de "La Paz", mito de naturaleza
puramente psíquica, complementario de los otros dos, pero que impone y notifica un
orden.
La rápida movilidad del trujillismo en el terreno de la instrucción y la cultura se
relacionaron, primordialmente, con la imposición de este mito. En la Cartilla Cívica, que
Balaguer define como "La más impresionante de las manitestaciones literarias de Trujillo",
se recoge el papel ideológico de "La Paz" en la estructura de dominación.
"La paz es el mayor bien de que puede disfrutar un Pueblo. En la Paz todas las vidas están
seguras (...) el presidente trabaja incesantemente por la felicidad de su pueblo. El mantiene
la paz; sostiene las escuelas, hace los caminos, protege el trabajo en toda forma; ayuda la
agricultura; ampara las industrias; conserva y mejora los puertos, mantiene los hospitales;
favorece el estudio y organiza el Ejército para garantía de cada hombre ordenado" (17).
Como mito "La Paz" no tiene ambigüedad posible, notifica el orden, hace comprender las
condiciones de la interactuación social, y segrega al opositor del partidario. Es, incluso, la
condición de la felicidad colectiva ("El Presidente trabaja incesantemente por la felicidad
de su pueblo. El mantiene la paz"), y como concepto mítico se vincula directamente a lo
sagrado ("El mantiene la paz").
En el sistema semiológico del trujillismo, "La Paz" está constituida por una suerte de
ubicuidad: notificando un orden del presente, niega el pasado. Como en el caso de la
"reconstrucción", su presencia es memorial, se apoya en el recuerdo de la debilidad de las
instituciones que sirvió de pretexto a todo el pensamiento teórico sobre la cuestión
nacional, en el siglo pasado y principio del presente, rememora continuamente el ciclo de
guerras civiles y proclamas revolucionarias que caracterizaron la vida del país desde 1911
a 1930. Es, por lo tanto, un mito de interpelación.
En la cultura trujillista el mito de "La Paz" se ordena en oposición a dos contrafiguras
históricas: Los "Gavilleros" y los Caciques Regionalistas. Las "Ideas Cívicas" de la "Cartilla"
de Trujillo significan con claridad la resistencia que se le opone al mito operante de "La
Paz": "Debes ver en cada revolucionario un enemigo de tu vida y de tus bienes. En una
época de desorden no hay garantía ni seguridad... La paz es el mayor bien de los pueblos
(...). La guerra entre hermanos es la peor calamidad que ha sufrido la República" (18).
(17) Balaguer, Joaquín. "Cartilla Cívica para el Pueblo Dominicano", En: Pensamiento vivo
de Trujillo, p. 275.
La suerte que le cupo a la palabra "gavillero", es la lectura de una aventura que pasó
primero por el lenguaje para ocultar la historia verdadera. Después se hizo ideología,
contravalor con el que se marcaban las aspiraciones de independencia y los bríos en armas
de los patriotas que desde el mismo inicio de la intervención norteamericana de 1916,
cabalgaron las tierras del Este alzados contra el poder interventor. En el lenguaje de
parroquia de los Alcaldes Pedáneos, que los miraban cruzar con sus mosquetones todavía
ardiendo, la expresión fonológica y sémica de "Gavillero" se fue tiñendo de malignidad, y
por esa transferencia lingüística que la llevó repetidas veces a los informes oficiales, sirvió
para nombrar a todo el movimiento en armas de oposición a la intervención imperialista.
La palabra venía cargada de un atesoramiento de sentido que la hacía terrorífica en los
desolados caminos del campo dominicano. De allí fue a parar a la imaginación del pedáneo,
que la incluyó en las notas de observaciones para el Gobernador, con su gracejo popular.
Por un mimetismo lingüístico se hizo vocablo instrumental y nocional del invasor, al servir
para denominar al alzado, en el encubrimiento por la palabra de la realidad histórica en
movimiento, y como disfraz y metamorfosis de lo que toda lógica de dominación colonial
enmascara (19).
En la estrategia de dominación colonial, tal y como decía Nebrija a los Reyes Católicos en el
siglo XVI, "La lengua ha sido siempre compañera del Imperio". Despojo capital que a través
de un mote, cerca en la lengua toda la grandeza y valores del dominado en armas, y ha sido
recurso frecuente del Imperio Inglés en la India, los franceses en Argelia, los españoles en
Cuba, y que los norteamericanos asumieron en el país, como contrainsurgencia y forma de
contrarrestar la resistencia.
(18) Ibidem, p. 277.
(19) Para conocer la tergiversación histórica que la historia oficial creó sobre los
''Gavilleros", es imprescindible la lectura del libro de Félix Servio Ducoudray, Los
"Gavilleros" del Este. Una epopeya calumniada, Editora Cultural Dominicana, 1976.
Al cese de la intervención norteamericana de 1916, la palabra "Gavillero" adquirió prestigio
por la carga épica que la rodeó en la lucha nacionalista, tal y como ocurrió con el vocablo
"Mambí", luego del triunfo de los independentistas cubanos. Pero la vigencia léxica siguió
siendo negativa, y la transformación de significado, que le correspondía una vez
recuperada la soberanía de la patria, fue eclipsada por Trujillo. Sus méritos militares más
"relevantes" se realizaron justamente contra los "Gavilleros".
Las biografías de Trujillo presentaban como punto de partida de su cruzada por "La Paz",
las campañas militares de las tropas bajo su mando contra los campesinos del Este del país.
Desalojados con violencia de sus predios agrícolas por las tropas interventoras, se borda
una saga heroica, en la que el "Gavillero" se convierte en causalidad mitológica. Es célebre
la que narra Ernesto Vega Pagán (repetida hasta el plagio), sobre el temible bandido Bonely
Abreu, fugado de la cárcel sin que ninguna de las patrullas que lo perseguían pudiera
atraparlo. Trujillo se internó en el monte, solo, "y en la noche llegó al lugar denominado
"Los Pomos", donde se encontraba durmiendo el terrible gavillero, portando un foco en la
mano izquierda y su pistola 45 en la derecha, le gritó: si no quiere ser muerto ríndase, que
es el Capitán Trujillo que se lo ordena" (20).
Ramón Emilio Jiménez describe el episodio de Las Sambranas, en el que Trujillo rescata dos
jóvenes raptadas por "Gavilleros" (21). En sus numerosas biografías aparecen sus
encuentros gloriosos con el "General Güebita", en Los Llanos, y las heroicas persecuciones
que realizaba a pie entre los matorrales, "porque cabalgando, el matorral espinoso
desgarra el uniforme". La imagen impecable de Trujillo es superior a la hazaña, "camina a
pie entre los matorrales, porque el matorral espinoso desgarra el uniforme". La pulcritud
en el vestir fue una característica de Trujillo, que recuperada por el mito parece significar
por sí misma. La evidencia desplegada de esta limpieza, en plena acción, confiere una
claridad, una distancia, de la vulgaridad (perseguir bandidos a pie, corriendo en pleno
monte, no es cosa de dioses) del propio hecho (22).
(20) Para la construcción del mito, la biografía militar de Trujillo es problemática. Bajo el
clima moral de colaborador del ejército de intervención, con el estado de conciencia creado
por la prédica del nacionalismo, sus "hazañas militares" no tienen la grandeza de un ser
mágico, cuya imagen mitológica es consumida por un pueblo entero. Se reducen a episodios
de bandidos, y parten del libro de Ernesto Vega Pagán, Biografía militar del Generalísimo
Trujillo.
La contrafigura primera de la épica militar del Generalísimo es el "Gavillero", que tenía, sin
embargo, una dificultad para su aprovechamiento total en la ideología: su relación con el
nacionalismo. Pese a todo lo que pudiera decir el discurso oficial, los "Gavilleros" estaban
ligados indisolublemente a la historia del nacionalismo, eran portaestandarte del espíritu
nacional en un momento crucial de la nacionalidad. El mito trujillista es globalmente un
mito de esencia nacionalista; la Felicidad del viaje mitológico del héroe trujillista reside en
ese arribo, tras una cadena apretada de esfuerzo, al ser nacional. Son esos vacíos
innombrables los que llena el mito, convertido en signo suficiente de la historia. Pese a la
simbolización negativa del "Gavillerismo", resultaba poco eficaz como contrafigura (23).
(21) Emilio Jiménez, Ramón. Biografía de Trujillo, Editora del Caribe, Ciudad Trujillo, i956.
(Ramón Emilio Jiménez advierte la dificultad del mito en el aspecto militar e intensifica la
epopeya hasta convertirla en su contrario. Juzga, por ejemplo, que la desocupación militar
del país es obra de Trujillo, ya que, al acabar éste con el bandolerismo, el movimiento
pacifista pudo triunfar).
(22) Emilio Jiménez, Ramón. Op.Cit., p. 97.
(23) Trujillo mismo llegó a usar argumentos nacionalistas, inspirados en el "repudio"
fraudulento de los métodos de represión que las tropas yanquis emplearon en el país. En
una carta que le dirigió al Obispo Monseñor Tomás Reilly, le recuerda todo un memorial de
agravios contra las tropas norteamericanas ("Pero, el Pueblo Dominicano, jamás supo del
tormento del agua, de la eremación de mujeres y niños, del tortor de la soga, de la caza de
hombres en las sabanas como si fueran animales salvajes, ni del arrastro de un anciano
septuagenario en la cola de un caballo a plena luz meridiana en la Plaza de Hato Mayor. En:
Una carta histórica al Obispo de San Juan de la Maguana, Editorial La Nación, Ciudad
Trujillo, 1961, p. 14). Trujillo olvida su propio pasado, en esta carta escrita en la
postrimería de su régimen, que expresa las contradicciones entre la Iglesia y el Gobierno,
por la Carta Pastoral del 31 de enero de 1960, en la que los Obispos dominicanos pedían el
cese de la represión desatada con motivo de la invasión del 14 de junio de 1959.
Enarbolando los tormentos que él mismo ejecutaba como verdugo, descarta al Obispo
Reilly, de nacionalidad norteamericana, por ser la Intervención norteamericana una
escuela de tortura y atropello.
Como los demás, este mito es también tributario de la historia, y en el trujillismo conduce a
una escisión memorable entre el burgués ético y el burgués político. Como político burgués,
la ética del trujillismo hace brotar la verdadera Independencia, que de acuerdo con una
auténtica moral de clase no podía sino provenir de la soberanía económica "(...) el 24 de
septiembre de 1940 firmé en Washington conjuntamente con el Secretario Hull, después de
laboriosas negociaciones, el acuerdo que puso término a la Convención y dejó a los
dominicanos el manejo irrestricto de su soberanía") (32).
(28) Mota, Fabio A.. Un Estadista de América, Editora Montalvo, 1945, p. 30.
(29) Alberto Román, Miguel. Trujillo, el libertador dominicano, Editora del Caribe, 1956, p.
16. (30).- Sánchez Lustrino, Op.Cit., p. 190.
(30) Sánchez Lustrino, Op. Cit., p. 190.
(31) Valdeperes, Manuel. Acción y pensamiento de Trujillo, 1956, p. 39.
Los avatares de la soberanía dominicana estaban unidos a los desaciertos económicos y a
los empréstitos, (el de la casa Harmont, 1870, desembocó en la "Convención
dominico-americana", de 1907, ésta, a su vez, en la "Convención de 1924). Desde la
Administración del Dictador Ulises Heureaux, la República era un mal deudor de algunas
potencias europeas. En 1904 hubo que someterse a un "Laudo Arbitral". La Convención de
1907 fue el resultado del deterioro inevitable de esta situación, los Estados Unidos
entraron en el escenario, en virtud del destino manifiesto de la Doctrina Monroe.
La intervención norteamericana de 1916 se apoyó en la "Convención de 1907", la
"Independencia Económica" que propicia el "Tratado Trujillo-Hull", es la "verdadera
liberación", la forma terminada del gran sueño mítico de la Independencia. Corresponde al
mito feliz, la motivación de una irrefutable jerarquía de patriciado, que arraiga un sentido
por analogía: Duarte y Trujillo asumen el mismo rango, la misma equivalencia:
"-Conciudadanos A nombre del Gobierno felicito al pueblo de la República Dominicana en
este día de gloria que marca la última etapa de su liberación definitiva, gracias al recio y
noble esfuerzo y a las ansias patrióticas de Rafael Leónidas Trujillo Molina, Benefactor
esclarecido" (33).
(32) Balaguer, Joaqrín, El Pensamiento..., Op.Cit., p. 217.
(33) Discurso del Presidente Títere de Trujillo, Dr. Manuel de jesús Troncoso de la Concha,
en el recibimiento de Trujillo, a su regreso de firmar el 'Tratado Trujillo-Hull" el 24 de
septiembre de 1940. En: Mota, Fabio A., Op.Cit., p. 109.
Estos mitos funcionaron en el trujillismo como un sistema de significación y nutrieron la
ideología, al dar a leer, en la literalidad del sentido, la grandeza motivada del absolutismo.
Para Roland Barthes: "El mito es un habla excesivamente justificada". Como todo mito que
sustenta la naturaleza del poder, en el trujillismo se repitieron sus esquemas semiológicos,
adquiriendo un estado de naturaleza que los petrificó en la conciencia pública.
Sobre estos mitos elaboró la ideología toda la legitimación del régimen, inundando la vida
cotidiana, poblando las determinaciones de la historia, habitando el arte, la cultura, la
educación, la religión. Al hacerse destrucción esencial del pasado, el mito-sistema del
trujillismo alcanzó toda la colectividad. No había forma ingenua de la vida de relación que
pudiera escapar a su presencia opresiva. Tal como propiciaba la construcción perpetua de
su verdad absoluta, ni la familia, ni el amor, ni el pensamiento, dejaban de estar
condicionados por el peso aplastante de sus símbolos.
CAPITULO VI
La ideología trujillista no tiene definición, ni arroja luz lanzarla contra las precisiones
clásicas de lo ideológico, provenientes de La ideología Alemana (1). El verdadero telón de
fondo de la legitimación y el consenso del régimen era la violencia. Sobre esta premisa, el
edificio ideológico pudo llegar al absurdo, e interpretar la realidad "de un modo
especulativo-idealista, es decir, fantástico, como la auto-creación del género, la sociedad
como sujeto, representándose la serie sucesiva de los individuos relacionados entre sí
como un solo individuo que realiza el misterio de engendrarse así mismo" (2).
El trujillismo acumuló factores sobre determinantes de lo social, económicos y político en
tal nivel, que la justificación ideológica echaba manos con mayor frecuencia de la pasta
divina de Trujillo, que de la racionalización de clase burguesa. En el absolutismo trujillista
"las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases" (3),
se transformaron en una verdad superior, cuyo nutriente fundamental era el mito. No es
que la ideología en general carezca de un componente mitológico, es que en el trujillismo el
mito sustituyó la ideología, y lo que se volcó sobre la sociedad como reproducción
ideológica de las relaciones de producción vigentes, fue el sistema de significación que
atendía a la justificación del poder personal de Trujillo, con el trasfondo de la violencia.
(1) Marx, Carlos; Engels, Federico. La Ideología Alemana, Editora Política, La Habana, 1979.
(2) Ibidem. p. 38.
(3) Ibidem, p. 34.
Cualquiera que sea la suma de justificaciones de que se compone el pensamiento trujillista
(4), es claro que la instalación de su régimen, desde el punto de vista de las relaciones de
"En primer término (...) el régimen trujillista fue una variante de Dictadura burguesa. Tenía
por objetivo y contenido esenciales el sostén al capital" (6).
El sistema de significación mitológica del trujillismo comenzó a operar tempranamente,
desde 1926. Pero como el trujillismo encarna una dominación de clase, para "poder
presentar su interés como el interés general, tiene que empezar conquistando el poder
político" (7). La especificidad de la formación social dominicana originó que, en el momento
de Trujillo tomar el poder, estos componentes mitológicos se sobre impusieran a la
racionalización ideológica del nivel de la formación social, pasando a ser la "ideología" los
rasgos heroicos del "Benefactor", que suspenden la verdad cotidiana, y sustituyen la
gestión corporativa de la clase burguesa. El discurso teórico hiperboliza, hasta el ridículo, la
personalidad en la historia. Pero su fundamentación descansa en esa especificidad de la
formación social dominicana, y de la sicología del tirano.
(4) La revisión bibliográfica sobre la 'Ideología" del trujillismo descubre una suma de ideas
que fueron apareciendo en la medida en que fueron cambiando las circunstancias
nacionales e internacionales. En determinado momento, el régimen se autodefinió como
nacionalista, y luego declaró la guerra a los Alemanes. Asumía el liberalismo y al mismo
tiempo justificaba la existencia de la dictadura. En realidad, como dice Roberto Cassá, "no
tenía necesidad de la coherencia de un discurso teórico, sino que bastaba sustentarse en un
agregado de mitos y de presupuestos políticos e históricos que tenían como única función
la justificación del poder personal de Trujillo". En: Capitalismo y Dictadura, Editora
Universitaria, Santo Domingo, 1982, p. 753.
(5) Ibidem. p. 674.
(6) Ibidem, p. 740.
(7) La ideología alemana, Op.Cit., p. 34.
En su libro, La fortuna de Trujillo, Juan Bosch explica esta circunstancia: "En 1930, Santo
Domingo era la tierra ideal para un empresario sin conciencia (...) Rafael Leónidas Trujillo
fue ese empresario, con una ventaja sobre todos los que habían creado, antes que él,
organizaciones capitalistas en cualquier lugar del mundo: ejercía el poder militar y ejercía
el político; de manera que él no tendría competidores y en su explotación no habría pugnas
de intereses económicos, militares y políticos, porque él era trino y uno: sería dueño del
capital, del gobierno y de las armas" (8).
Roberto Cassá puntualiza: "(...) el Estado creó, por intermediación de la persona del
déspota en tanto capitalista, su propia base de sustentación económica, que le ampliaba el
margen de autonomía respecto a los factores tradicionales" (9). Trujillo solo, como
capitalista, llegó a acumular un peso específico en la riqueza nacional, superior al de la
débil clase burguesa, que el proceso social dominicano había generado. Para ello empleó,
desde el principio, el aparato del Estado y la violencia institucional personificada en el
monopolio y el despojo. Su independencia contó además con que en su aventura hacia el
poder, la clase dominante tradicional no había tenido participación. El sector económico
más poderoso, las Corporaciones Azucareras Norteamericanas, se vio envuelto en la
vertiginosidad de los acontecimientos, colocándose sin remedio ante los hechos
consumados (10). La dictadura se transformó en un instrumentó de conquista del
predominio económico, sustituyendo o mediatizando en forma significativa, las oligarquías
tradicionales.
(8) Bosch, Juan. La Fortuna de Trujillo, Editora Alfa Omega, Santo Domingo, 1985, p.27.
(9) Capitalismo y Dictadura, Op.Cit., p. 704.
(10) Trujillo jugó con habilidad, en medio de la crisis de 1930, para desorientar con
respecto a sus verdaderas intenciones. Las fue definiendo paso a paso, frente al negociador
norteamericano y presionando con situaciones de hecho. Para una visión documental de
sus relaciones con los Estados Unidos en esta época, En: Vega, Bernardo. Los Estados
Unidos y Trujillo, Año 1930 (2 Tomos), Fundación Cultural Dominicana, 1986.
Esta autonomía del poder dictatorial de Trujillo se ampliaba aún más por una característica
común a otras dictaduras latinoamericanas: su régimen era una herencia de la ocupación
militar norteamericana, él había organizado el ejército, que le era personalmente leal, lo
que le permitía contar con un aparato militar independiente de la clase gobernante
tradicional (11). En el ensueño de su turbación gloriosa, la dictadura alcanzó extremos
delirantes.
Su dominio sobre el país era total, controlaba casi el cuarenta y cinco por ciento (45%) de
toda la mano de obra activa, y como al mismo tiempo controlaba las plazas
gubernamentales, que incluía las fuerzas armadas, los empleados públicos en general, el
sistema bancario, eléctrico y hotelero operado por el gobierno, el dominio personal de
Trujillo sobre la cartera de empleos del país, se elevaba a casi el 80% de las personas
asalariadas. Era difícil que alguien se atreviera a dar un empleo en la maquinaria pública o
en los institutos autónomos del Estado sin consentimiento de Trujillo (12).
El dato revela la imposibilidad material de sobrevivir al margen del trujillismo dentro del
país. El control era aún mayor si se toma en cuenta que mediante el dominio del aparato del
Estado, Trujillo imponía fácilmente sus condiciones al resto de la débil burguesía nacional.
Algunos opositores vivían de las profesiones liberales, en condiciones de extrema
precariedad. Otros, se refugiaban en grupos económicos tradicionales, como el Grupo
Vicini, que albergó algunos intelectuales y profesionales considerados "desafectos" por el
régimen, pero en general, plegarse era el destino.
(11) La familia Somoza en Nicaragua es un ejemplo similar al del trujillismo en la
República Dominicana. El poder se transformó en un instrumento de acumulación
capitalista. En ambos casos, las burguesías locales fueron postergadas. Ambas dictaduras
provenían de ejércitos formados por la intervención de tropas norteamericanas. Pero ni
siquiera la dinastía familiar de los Somozas es comparable con el dominio tan absoluto del
trujillismo de toda la estructura económica, social y política del país. Para una breve
comparación de estos dos modelos de dictadura latinoamericana. En: Halperin Donghi,
Tulio. Historia contemporánea de América Latina, Editora de Ciencias Sociales, La Habana,
Cuba, pp. 415-418.
(12) La Fortuna de Trujillo, Op. Cit., p. 61.
Encarnando una dualidad de clase y sujeto individual, Trujillo modernizó el aparato del
Estado y el conjunto de las relaciones sociales del país, pero el pensamiento y la cultura
adquirieron matices propios de esta singularidad. Esta especificidad de la formación social
dominicana se expresó en la ideología como un absoluto infranqueable que polarizaba la
vida y la palabra. Siendo, como era, la manifestación de un grado considerable de desarrollo
capitalista en el país, el pensamiento que la acompañaba tenía que adaptarse a las
necesidades de justificación y de manejo del poder, del absoluto que personificaba el
tirano, no como expresión de clase, sino como persona.
El resultado fue que, formalmente, el aparato institucional trujillista se manifestaba en
correspondencia con el ideal clásico de las doctrinas liberales, erigiendo en la sociedad civil
todo un marco de referencia legal y representatividad, que remitían al espacio teórico del
Contrato Social, de Juan Jacobo Rousseau, base de la tradición racionalista del capitalismo
europeo.
En un discurso de 1933, pronunciado ante la Asamblea de Magistrados, Trujillo proclama
con énfasis su credo liberal.
"Sois, por un canon constitucional, uno de los tres poderes que informan la fuerza del
Estado, y estáis investidos por virtud de la concepción orgánica del Gobierno, de la elevada
función de la conciencia social. En mí reposa la capacidad del poder ejecutivo, y represento
por ello, en la ideología y en los hechos, la voluntad del pueblo; y es por ello, por nuestra
natural correlación en el engranaje de las instituciones de 3a Nación, por Jo que os he
invitado para exponer ante vosotros mis ideas acerca de vuestra investidura" (13).
Esa "Ideología" que Trujillo dice representar, informa al Estado moderno, en cuanto nos
dice que el Estado es el pueblo ("Y represento en la Ideología y en los hechos, la voluntad
del pueblo"), y que éste es el verdadero soberano. El Estado moderno, representativo, con
su separación de los poderes, será posible sólo donde la nación ha devenido sociedad civil,
donde ese Estado no sea más que una abstracción de esa sociedad. Para que esto se cumpla,
la sociedad civil debe apartarse de sí misma en cuanto sociedad civil, mediante un acto
político que es una completa transustanciación (En Rousseau se trata de una unanimidad
de aceptación: enajeno mi libertad para participar en la soberanía) (14).
Los atributos legales de esa "transustanciación" se mantuvieron en el trujillismo como
caricatura: sufragio universal, división tripartita del poder del Estado (Poder judicial, Poder
Legislativo y Poder Ejecutivo). Mientras que otros atributos, como el pluripartidismo y la
alternabilidad, figuraron en la práctica política de manera tan burda, que su aparición
episódica se redujo a farsa (15).
Los regímenes liberales típicos realizan esa "transustanciación", a través de la fórmula de la
soberanía de la voluntad general, verdadero centro del Contrato Social de Rousseau. La
racionalización histórica que lo acompaña, su filosofía, su marco legal, es la ideología. La
relación entre ideología y realidad es siempre deformante, pero la justificación ideológica,
con respecto a la realidad, no puede tener una diferencia del cielo a la tierra. La
deformación ideológica roussoniana termina proclamando al pueblo como el verdadero
soberano, aunque en los hechos la "representatividad" instaure una dominación de clase.
Hegel rebatirá la fórmula de la soberanía popular, para él el Estado es también el Soberano
y no el príncipe. Pero la soberanía es monárquica, porque la soberanía del Estado se
expresa en el individuo monarca (16).
(13) Balaguer, Joaquín. "La majestad de la justicia", En: El Pensamiento vivo de Trujillo,
Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo, 1955, pp. 34-35.
(14) Della Volpe, Galvano. Rousseau y Marx, Editora Platina, Argentina, 1963, p. 42.
(15) Trujillo creó muchas veces oposición artificial, con partidos políticos que dirigían
personeros del trujillismo, como el Partido Laborista Nacional, dirigido por Francisco Prats
Ramírez, antiguo miembro del grupo literario "Paladión". Además, participó del juego de la
democracia, en 1946, permitiendo incluso la organización de grupos comunistas en el país.
Sobre este tema, En: Vega, Bernardo. Un Interludio de tolerancia, Fundación Cultural
Dominicana, 1987.
Trujillo unirá la antinomia de base de Rousseau y Hegel, él será el Estado y el príncipe, el
Estado y el Soberano, la voluntad general y la sangre real. Desmesura lógicamente
irreconciliable en la racionalización que opera todo corpus ideológico. Lo que el contrato
social, (de inspiración roussoniana) estableció fue la ley como expresión de la voluntad
popular del contrato; ello sustituyó el edicto regio (las Bulas y Cédulas Reales) marcando
una mediación en lo referente a la interactuación social entre razón e historia. Trujillo
personifica el Edicto Regio y la Ley, la fusión mitológica de lo viejo y lo moderno brotando
"de un solo individuo que realiza el misterio de engendrarse a sí mismo".
Esta es la contradicción infranqueable de la legitimación intelectual en la "Era" y el centro
de la polarización entre la vida y la palabra que caracteriza al trujillato. El sacerdote José
Luis Sáez, en su ensayo "Trujillo catolicismo e hispanidad" (17), hace resaltar la dificultad en
el estudio de la semántica trujillista. Pero esas dificultades no son tales, sino empleo cínico
de términos como "democracia" "alternabilidad", "voto popular", "libertad",
"Independencia", "soberanía", "poder judicial", "poder legislativo", etc. Por provenir del
discurso liberal de inspiración francesa, y ser el ropaje formal e institucional de las
democracias occidentales, se hacía un lenguaje obligado de los intelectuales del régimen.
Como Trujillo se adscribió formalmente al liberalismo, y en su régimen funcionaba una
cámara legislativa y un poder judicial, y hasta se celebraban comedias de elecciones, estos
términos se explicarán no en su significación semántica directa, sino en la perífrasis
explicativa de la singularidad que lo rodeaba el espacio político del trujillismo, que
constituyó la mayor tensión intelectual de la "Era" a través del lenguaje. Este juego retórico
fue el trabajo de los intelectuales.
(16) Rosseau y Marx, Op.Cit., p. 65.
(17) Estudios Sociales, No. 73, julio-septiembre, 1973, pp. 89-104.
Asumiendo todo el plano formal del liberalismo, transformando el carácter de las
relaciones sociales cualitativamente en burguesa, la naturaleza despótica del poder, el uso
desmedido de fuente del monopolio personal de las riquezas del tirano que asume el
Estado, impiden que, de acuerdo con el nivel correspondiente del desarrollo social, la
libertad civil responda al ordenamiento progresivo (burgués) y a las transacciones del
liberalismo. El esquema de legitimación de esta deformación, se funda primero en la
violencia, y luego en el sistema de significación mitológica que el trujillismo elaboró, como
consenso, en la ideología.
Los temas clásicos de lo que se considera "ideología del trujillismo", se pueden representar
en las siguientes propuestas recurrentes: Mesianismo, Hispanismo, Catolicismo,
Anticomunismo, Antihaitianismo. Todos tienen una relación instrumental demasiado
inmediata con lo político, y una simplicidad tan rotunda en su adulteración de la historia y
de la realidad, que los hace colindar con la propaganda, y no con la racionalización
ideológica. En rigor, cumplen las dos funciones. Pero en su referencialidad, se bautizan en
el mito que acompaña como un esplendor inalterable a la "Era" desplegándose en la
historia.
El Mesianismo fija un punto de encuentro obligado de toda la argumentación trujillista de
legitimación del poder: la negación del pasado. Mitológicamente, el trujillismo es una edad
que reposa plenamente en sí misma. El arribo de Trujillo no sólo es providencial porque se
instala en la tranquila certidumbre de que es la última oportunidad de la historia, ni
siquiera por sus realizaciones materiales, sino por la evidencia de lo fraguado en el fuego
divino, en la distancia de lo sagrado.
La iconografía trujillista teje un mito donde la ideología hace funcionar el convencimiento:
"El rebaño está ahí, bajo la mirada de Dios, en espera del regalo decisivo de Dios. Y
entonces interviene la voluntad de Trujillo con ánimo de erigirse en candidato ideal de Dios
para cumplir la obra magna de salvar al pueblo dominicano" (18). Según esta viñeta de Ángel
S. del Rosario Pérez, Trujillo es el candidato de Dios en las elecciones de 1930.
El mesianismo en acto, aparece también en potencia en la infancia milagrosa del
Benefactor. Ismael Herraiz, al describir cómo Trujillo salvó la vida en la niñez, la relaciona
con la sobrevivencia, también milagrosa de la Patria.
"(...) porque, en realidad, lo que el suero antidiftérico acababa de arrancar del sepulcro era
nada menos que la patria dominicana. Cuyo destino estaba ya aferrado poderosamente por
aquellas diminutas manos que combatían con la muerte (...), porque ningún dominicano
puede pensar en aquel milagro sin reconocer en él algo así como la pura mirada de Dios
manifestándose al fin sobre la incierta suerte de Santo Domingo" (19).
No existe necesidad de ponderación ideológica, porque en la estructura del mito, la patria
misma es Trujillo; él es, incluso, preexistente a ella, su inmanencia. La legitimación
mesiánica llega a identificar plenamente a Trujillo con Dios: "El primer día, como en el
relato de la Biblia, creó la paz nacional (...). El segundo día creó las Fuerzas Armadas (...).
(18) Rosario Pérez, Ángel S. del. La Exterminación añorada, Sin pie de Imprenta, 1957, p.
342.
(19) Herraiz, Ismael. Trujillo dentro de la historia, Ediciones Acies, Madrid, 1957, p. 10.
El tercer día creó la cultura (...) (20). Ni siquiera en sus pensadores más encumbrados, como
Peña Balle o Balaguer, el mesianismo trujillista alcanza categoría de argumentación
ideológica clásica, su transparencia divina es tan parecida a sí mismo que opera como su
propia negación.
El mayor nivel de abstracción teórica de la ideología del trujillismo aparece en el
tratamiento del hispanismo, que no obstante absolutiza la búsqueda de una "diferencia"
con Haití. La hispanidad tiene detrás el fuerte aliento teórico de Manuel Arturo Peña Balle,
que desde principio de 1930 inició los perfiles de una teorización sobre lo nacional,
vinculándolo a nuestra relación con Haití (21). Esta sobre determinación de lo hispánico
funciona en el universo de significación ideológica del trujillismo, a condición de que el
inventario histórico que se haga, con su génesis ideal y todo, sea únicamente sobre la
diferencia que acarrea la colonización francesa en Haití, y la colonización española en la
República Dominicana.
Para Peña Balle lo distinto de ambos procesos se expresa en calidades espirituales siempre
favorables al pueblo dominicano, por la naturaleza humanista de la colonización española.
El contrapunteo es dominicanidad como prolongación de la hispanidad y haitianismo como
prolongación de un engendro aportado por Francia y los esclavos africanos ("Lo
galo-etiópico", dirá siempre la literatura trujillista, al referirse a Haití) (22). Ambas entidades
funcionan como esencias metafísicas eternamente parecidas a sí mismas. En la
sublimización casi ridícula de lo hispánico, Peña Balle no se incluyó nunca como
colonizado. Para él en América no hubo colonización española (23).
(20) Castillo de Aza, Zenon. Trujillo, protector de la Iglesia Dominicana, Sin pie de
Imprenta, 1960, pp. 11-12.
(21) Las preocupaciones de Peña Balle por la cuestión nacional son preexistentes al
trujillismo. Su amplio conocimiento de los temas fronterizos, su dominio del tema de la
deuda pública, el desglose histórico de la hispanidad en la Isla, son preocupaciones que
había proyectado en artículos y polémicas (como la que sostuvo con Estrella Ureña en
1920). Para esta etapa de Peña Balle, En: Peña Balle, Manuel Arturo, La Etapa liberal,
Compilación y presentación Bernardo Vega, Fundación Peña Balle, 1991. Y González,
Raymundo. Peña Balle y su concepto histórico de la Nación Dominicana, INTEC, 1988.
(22) La semántica racista de los pensadores dominicanos dice "lo galo-etiope", para
referirse a Haití. Ello alude al elevado número de nacionales etiopes que tiene la influencia
africana en Haití (Price Mars afirma que componen el93%), y la simbiosis que se opera con
lo francés, en el proceso de la colonización. El cerco discriminatorio en el lenguaje es, sin
embargo, anterior. Ya en 1795, dice Carlos Esteban Deive en su libro Las Emigraciones
Dominicanas a Cuba, el relator Francisco Figueiras al referirse a los negros de Haití los
llama "Bárbaros etíopes". Los pensadores racistas de la cuestión nacional acuñarán
después "lo galo-etiópico", sintetizando el proceso de dominación. Emiliano Tejera y Peña
Balle se distinguen en el uso de esta expresión. En: Deive, Carlos Esteban. Las Emigraciones
dominicanas a Cuba, Fundación Cultural Dominicana, Santo Domingo, 1989, pp. 99-100.
La absolutización del fundamental aporte hispánico en nuestra cultura, no necesitaba
demostración, puesto que hispanidad y dominicanidad son una misma cosa. Pero el
opuesto que esa aventura intelectual de la diferencia tenía por delante, la haitianidad, se
concretó, históricamente, en un "conglomerado humano culturalmente inmotivado" (24).
Frente a la hispanidad del dominicano, el análisis antropológico de la haitianidad lo
inmoviliza en el tiempo. La africanidad haitiana atravesó la cultura occidental sin
contaminarse pues carece de "aglutinante cultural" (25), e incluso, no logró apropiarse
siquiera del significante de toda cultura: la lengua. La haitianidad es el mayor peligro que
ha enfrentado la aventura espiritual de la dominicanidad, de ahí provienen las mayores
amenazas de desintegración que la dominicanidad ha vivido, en esa geología diferencial de
ambas esencias está la salvación.
(23) "(...) porque ni nosotros ni ningún país hispanoamericano fuimos colonia en ningún
momento". En: Peña Balle, Manuel Arturo, "La Compañía de Jesús en Sar.to Domingo", En:
Ensayos históricos, Fundación Peña Balle, Obras I, 1989, p 210.
(24) "En los cien años que duró la historia de esta colonia francesa no se hizo visible ni
siquiera una sola manifestación de cultura, oficial ni privada que pueda considerarse como
expresión, aún mediocre, de la inquietud espiritual o intelectual de aquella colectividad
humana que vivió en lo que propiamente podría llamarse un nivel infra-cultural". En:
Ensayos históricos, Op. Cit., p. 158.
(25) "Cuando hablamos de la ausencia casi completa de un aglutinante cultural en el
proceso constitutivo de aquella sociedad, abarcamos en la expresión, desde luego, los
elementos internos de la vida civil y del derecho privado". En: Ensayos históricos, Op. Cit.,
p. 160.
El colonizador es quien nos diferencia, el que marca nuestro ser con rasgos étnicos,
religiosos y culturales tan poderosos que resisten las vicisitudes sin nombre de nuestro
proceso formativo. Lo hispánico es un ente metafísico, totalmente alejado de la historia
real, pero a pesar de su burda raíz ideal, sirve para oponerlo a "lo otro", verdadero museo
de horrores que ha creado entre nosotros y Haití, una frontera más que geográfica,
espiritual. En 1942, Peña Balle proclamó como principio de la política de frontera "evitar
que nuestra nacionalidad se contamine" (26).
La hispanidad salva, lo "Galo etiópico" se inmoviliza en la animalidad plena. De la fuerte
visión espiritualista de la historia, piedra de salvación de la hispanidad trujillista, al canto
épico nacionalista de la dictadura, la identificación de la "diferencia" con el régimen de
Trujillo fue automática, particularmente por el recio tratamiento del absolutismo al
"problema haitiano", y la matanza de 1937 como épica subterránea en el lenguaje. La glosa
ideal de régimen fuerte de la tiranía, imprescindible para garantizar la "diferencia", con
respecto del contra ideal haitiano por el que esta "diferencia" se erigía, era el fin del azar y
la incertidumbre de una amenaza de desintegración, que la pureza de nuestra estirpe
hispánica impidió consumar. El trujillismo era el alter ego de la hispanidad.
En el contrapunteo de estas dos esencias, llega un momento en el que lo racial designa lo
cultural, porque esos valores primeros de los africanos, inmovilizados en medio de la
dinámica histórica, se hacen uno (la haitianidad), y sólo pueden ser designados en el orden
racial. La hispanidad remite a una cultura, una lengua, pero en el sustrato de la
instrumentalización trujillista, apuntaba a un reclamo de diferenciación racial.
La búsqueda de la "diferencia", únicamente, comenzó en la culturología que Peña Balle
elaboró para el trujillismo, como un catálogo de opuestos culturales entre haitianos y
dominicanos. Pero polarizó tanto lo hispánico, que terminó por apuntar la especificidad
cultural que defendía. A la dominicanidad se le cercenó el aporte negro, africano, a costa de
subrayar la "diferencia" con lo "opuesto", la haitianidad. El negro, el mulato, se esfumaron
de la vida nacional. Al propio Trujillo, racialmente mestizo, lo embadurnaban todos los días
de maquillaje para blanquearlo. El mismo era una imagen pintoresca de las dictaduras
tropicales. Maquillado en forma exagerada para separarlo del común de los mortales y
aplacarle el negro que llevaba en sus tipos genéticos. Verlo era casi una alegría de carnaval,
con su uniforme rutilante, cercado por el fulgor de sus numerosas medallas, parpadeando
torpemente en el poco de humanidad que le estorbaba. Los niños que teníamos la fortuna
de haberlo visto, jugábamos después a describirlo. Trujillo tenía los cachetes como una
manzana, cosa que el mito popular atribuía a la alimentación. Se decía que por la mañana
desayunaba con un consomé de diez gallinas, reducida su sustancia energética a una breve
tacita de café.
(26) Peña Balle, Manuel Arturo. Política de Trujillo, Impresora Dominicana, 1954, p. 66.
El resultado práctico de esta defensa mutilada de la especificidad nacional, se tradujo en la
falsificación monumental del espacio en que este mito era hablado: los dominicanos
pasamos a ser un país de blancos hispánicos e "indios". En correspondencia con el volumen
de la prestidigitación, en el lugar en que los documentos oficiales preguntan por la raza
(Cédula personal de identidad, pasaporte, etc.) todavía hoy, los dominicanos de "color",
escriben "indio".
Una consecuencia del escamoteo de nuestra realidad étnica por parte de la Ideología
trujillista, ha sido la dificultad de nuestra denominación racial. Partiendo del "indio", el
dominicano se nombra de cualquier forma (moreno, lavado, clarito, mulato, etc.), menos
"negro". Jean Price Mars llamó "Bovarismo" a esa pretensión de blancura de la ideología
trujillista, y las respuestas de los teóricos trujillistas fue desconcertante. Fabio A. Mota
exclamó: "ancestralmente somos blancos". Y el inefable Ángel S. del Rosario Pérez, en su
libro La exterminación añorada, dibuja un contrapunteo entre el "moreno dominicano" y el
"negro haitiano", en que la “diferencia" es francamente brutal.
Sin quererlo, el mito de la hispanidad del dominicano, aportó un ejemplo concreto de la
parcialidad de las diferencias, y del alejamiento en la ideología, de las similitudes. La
distancia de un factor común provoca que la especificidad defendida se restituyera en una
otredad desconocida. La hispanidad pasó a ser un mito gigantesco, que convivía en la
cotidianidad de la mentira institucional de la dictadura. Acarreó una forma de enajenación
colectiva que atravesó la ideología y se internó en el mito.
En el sistema de significación mitológica, que en el trujillismo funciona como ideología, la
Hispanidad se acompañó siempre del catolicismo y el catolicismo fue hermanado con el
anticomunismo. Hispanidad, catolicismo y anticomunismo conforman un subsistema
simbólico de legitimación, del que Trujillo emerge en una cruzada más amplia,
supranacional, como campeón de la fe y portaestandarte de los fueros de la libertad de
Occidente frente al comunismo. Este subsistema tiene componentes ideológicos más
concretos, constituye un factor de convencimiento de los sectores burgueses, respecto a la
conveniencia del régimen, por lo que en el plano nacional servía al consenso.
Pero como en el trujillismo todo guiño sublimado de la ideología, se subsume bajo el lujo
visual de los gestos del príncipe, lo concreto ideológico se evapora de nuevo en el habla
mítica. No es sólo que se practique un "catolicismo instrumental", como dice el sacerdote
José Luis Sáez (27), es que en la desmesura característica de la tiranía, Trujillo llegó a
sustituir la mediación religiosa entre el hombre y Dios. En un libro escrito para
conmemorar la victoria de Trujillo sobre los expedicionarios de Maimón, Constanza y
Estero Hondo, enl959, Pedro Gil Iturbides da fe de este credo: "Y porque queremos ser
salvos, porque queremos que las promesas de Dios nuestro señor se cumplan en nosotros,
seguimos y seguiremos a Trujillo" (28).
(27) Trujillo, catolicismo e hispanidad, Op. Gt., pp. 96-97.
Trujillo acababa de ganar una batalla importante contra el comunismo, signo de Dios; es él
la vía de la santa redención posible, él significa la piedra fundacional de la fe ("Tu eres
Pedro, sobre esta piedra edificaré mi iglesia"), por eso Pedro Gil Iturbides reitera el camino:
"Hemos expuesto en una división de siete partes, las razones por las que nosotros, los
dominicanos, seguimos a Trujillo. Dichas razones tienen un cierto parecido a los 10
mandamientos de la Ley de Dios nuestro señor" (29).
El catolicismo beligerante del trujillismo se funda, además, en un abolengo histórico, en ese
complejo de primogenitura que la cultura de la "Era" divulgó profusamente en sus textos:
"Primogénita de las provincias ultramarinas de España (...), Raíz de la hispanidad en
América, primer asentamiento de europeos en las tierras recién conquistadas (...) Primer
solar americano en que se cantó la Santa Misa Católica (...) Asiento glorioso de la primera
catedral americana (...) Faro del saber en que se fundó la primera Universidad del Nuevo
Mundo"(30).
Con tantas primogenituras, el trujillismo enarboló la defensa de "los valores de la cultura
cristiana", en relación con la plenitud de ese pasado histórico, y fue la réplica de lo
grandioso, redimida en ese revigorizador universal de la fe que encarnaba el Generalísimo.
Patria y catolicismo eran consustancial ("El catolicismo no es para la nación dominicana un
factor secundario o adjetivo, sino que es substancia, esencia y vida de nuestro pueblo")(31),
por lo que la fidelidad a nuestros orígenes pasa por la defensa ardorosa de la hispanidad y
el catolicismo, rango épico similar a la defensa de la patria.
(28) Gil Iturbides, Pedro. Por qué seguimos a Trujillo, sin pie de imprenta, julio, 1959, p. 49.
(29) Ibidem, p. 61.
(30) El discurso trujillista, para fundamentar la hispanidad del dominicano, está lleno de
estas primogenituras culturales y étnicas. Lo hispánico designa el catolicismo, y es la raíz
inalterable de la dominicanidad.
Catolicismo, patria e hispanidad, se confunden frecuentemente en la oratoria trujillista, y
definen un mundo cómodo, protegido de una amenaza silente y terrible, estruendosa y
fatal: la amenaza arrogante del comunismo. En el acopio incesante de vocablos
instrumentales que la tiranía usó para enmascarar la realidad opresiva, el estigma de
"comunista" funcionó como el infierno dantesco: allí iban a parar todos los enemigos de
Trujillo, como los enemigos del Dante, eran moradores impenitentes de los más tenebrosos
círculos de las profundidades. En ese subsistema de significación, los seres simples y puros
hallan una justificación del gobierno fuerte de la dictadura, en la misión develada por esas
antinomias, que solo una humanidad superior agota.
La retórica del absolutismo hizo de este subsistema de la ideología trujillista, la fuente de
una semántica particularmente cínica, semántica de ocultamiento del autoritarismo, cuya
morfología de confrontación (Hispanidad, catolicismo, patria, versus Comunismo),
presionaba en el interior del país a la unidad alrededor del régimen. El comunismo era
foráneo, extraño a estas esencias. Venía de fuera. Afuera también, estaban los exiliados,
enemigos del régimen. La cadena semiológica construye una significación de adentro hacia
afuera, y de afuera hacia adentro (32).
Diluyéndose en esa contradicción insalvable que hacía ideología del pasado histórico, la
Encuesta sobre el General Pedro Santana, cerró con pérdidas las únicas dos batallas cul-
turales que el trujillismo libró para reajustar a la "realidad" su esquema ideológico. La
tríada supervivió, el hispanismo no se despojó de su papel de fuga de la realidad mestiza, la
masacre siguió siendo el pavor de un utensilio patriótico que no se mencionaba. Solo la
ridiculez del título nobiliario de "Márquez de las Carreras", que los Reyes Católicos
adjudicaron a Santana por la Anexión, se parangonó con el bicornio de plumas que Trujillo
llevó a España en su visita de 1954.
CAPITULO VII
¿Cuál fue el papel intelectual de Manuel Arturo Peña Balle, que los más autorizados
historiadores del propio trujillismo lo consideran su intérprete más sagaz? (1). Peña Balle
es, en el trujillismo, la ruptura estruendosa entre la inteligencia y su objeto. Nadie como él
ilustra el desamparo, la nueva indigencia, la violencia de jun rito conocido que usaba y
menospreciaba el saber. Nadie como él, viniendo de la euforia liberal del nacionalismo y el
hostosianismo, elaboró los marcos de una cultura explicativa, que se constituyeron en "las
tres pequeñas liturgias de la presencia divina" del absolutismo.
Su diferencia con toda la intelectualidad degradada del régimen, es que él llevó al
trujillismo el único pensamiento ancilar que tenía una reflexión completa, formando una
culturología de base histórica, que había reflexionado conservadoramente la cuestión
nacional, antes que la dimensión épica del trujillismo la redujera al desenvolvimiento del
espíritu absoluto. Trujillo menospreciaba el trabajo teórico (2), Peña Balle murió postergado
y dolido en su aristocratismo intelectual (3). Pero la paradoja es que, sobre la suspicacia que
Trujillo albergó, su intento de "ajustar en una correspondencia duradera, orgánica, la
relación entre proyecto nacional y esa modalidad de la dominación social burguesa" (4),
sobrevivió como el único intento teórico coherente de legitimación del trujillismo.
(1) "Pero, por encima del cabal ejercicio de esas altas funciones, Peña Balle alcanzó esta
envidiable preeminencia en el arte y ciencia de gobierno: la de ser el más sagaz y decidido
intérprete de las ideas políticas de Trujillo". Prólogo de Emilio Rodríguez Demorizi a:
Manuel Arturo Peña Balle, Política de Trujillo, Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo,
1954, p. 8.
(2) "Los intelectuales orgánicos del régimen insistirán por todos los medios en encontrarle
coherencia al inexistente programa de acción del déspota, quien más bien actuaba de
acuerdo a la necesidad de cada momento, restándole importancia al esfuerzo de sus
exégetas". Incháustégui, Arístides. "El Ideario de Rodó en el trujillismo", En: Estudios
Sociales, No. 60, abril-junio, Santo Domingo, 1985, p. 55. "En consecuencia, al dictador le
importaba un comino el malabarismo filosófico, sociológico o cientificista que desplegaban
esos intelectuales (...)". En: Céspedes, Diógenes. "El Efecto Rodó. Nacionalismo idealista vs.
Nacionalismo práctico: los intelectuales antes de y bajo Trujillo", En: Cuadernos de poética,
No. 17, enero-abril, 1989, p. 9.
Antes de que el trujillismo convirtiera la deuda pública en un mito que transportó al héroe
al génesis mismo del viacrucis nacional, Peña Balle había escrito, (1926) en un lenguaje
positivista, su Historia de la deuda pública dominicana (5). Configuraba, (sin saberlo) al
burgués ético del mito trujillista de la "Independencia económica": "Hemos dicho que entre
nosotros han corrido paralelamente la historia política y la económica. La insuficiencia de
nuestras entradas y la circunstancia de que el Estado Dominicano haya vivido en una
constante condición de insolvencia, han producido muy graves y muy lamentables
trastornos de política exterior, que en diferentes ocasiones han puesto en peligro la
existencia misma de la República" (6).
(3) La historia de las decepciones que Trujillo le hizo pasar a Peña Balle son numerosas.
Héctor Pérez Reyes, colaborador íntimo de él, narra la última, la que se vincula a su fin: "En
una cena que el Embajador Thomen le dio al Generalísimo en Washington se le preguntó a
Peña-Balle si estaba invitado cuando se presentó al lugar formando parte del séquito de
quien era el agasajado. Abandonó el lugar y se trasladó a New York a someterse a chequeos
médicos pues su salud se quebrantaba. Regresó con un diagnóstico malo, y se encerró en su
casa a esperar la muerte". En: "Manuel Arturo Peña Balle, la bondad y el intelecto
conjugados", Isla abierta, Suplemento cultural, sábado 29 de octubre de 1988, pp. 4-8.
(4) González, Raym undo. Peña Balle y su concepto histórico de la nación dominicana,
Edición Mimeografiada, p. 2.
(5) Peña Balle, Manuel Arturo. "Historia de la deuda pública dominicana". En: Ensayos
históricos, Fundación Peña Balle, Santo Domingo, 1989.
(6) Peña Balle, Manuel Arturo. "Historia de la deuda pública dominicana", En: Ensayos
históricos, Fundación Peña Balle, Santo Domingo, 1989, p.274.
Su pensamiento no era todavía trasunto del absolutismo, ni sus palabras estaban marcadas
por la culpabilidad previa que el trujillismo significaba. Su intención era desentrañar 'Tas
causas esenciales que han determinado, de un modo más o menos inmediato, el fracaso de
un sistema científico y proporcionado de democracia, en nuestra organización política" (7).
Resalta su lenguaje científicista y la frialdad del distanciamiento teórico, suficiencia que se
completa con el manejo de una bibliografía enjundiosa, lejos de la palabra-aventura que la
simplicidad maniquea de la épica trujillista impone.
Este texto de 1926, describe una trayectoria ideológica que es, en principio, un intento de
superación discursiva de todo el lastre del liberalismo anterior, esfuerzo del nacionalismo
beligerante de los años veinte, necesitado de una interpretación historicista del presente. El
mismo Peña Balle define su objetivo: "Estamos investigando los orígenes de nuestra vida
nacional, y desde entonces echamos de ver hasta qué punto han influido las causas de
nuestra incapacidad económica, en nuestra incapacidad política y social"(8). Orígenes de la
vida nacional que todo el liberalismo nacionalista convertirá en pasado a escudriñar, y que
preservará del contagio a Américo Lugo ante la embestida trujillista. A él le servirá para
ahondar una visión de lo nacional que la decepción de la historia llevará, paso a paso, al
conservadurismo.
La búsqueda atravesó una etapa nacionalista agresiva, llegando al antimperialismo, que sus
ideas reflejaron básicamente en el aspecto jurídico, y que los periódicos de la época
recogen como una batalla jurídico-político, desgarradora, en la que el nacionalismo
incorporó su fustración final. Son célebres su "Carta abierta" de 1922 al Arzobispo Adolfo
Alejandro Nouel, recriminando su participación en la comisión negociadora del Plan de
evacuación. Sus ataques a Federico Velázquez, quien había intentado explicar el Plan de
desocupación, que los líderes tradicionales de los partidos políticos habían apoyado con su
firma en Washington. Las burlas hirientes contra el Licenciado Francisco J. Peynado, en una
larga serie de artículos periodísticos, porque éste había proclamado en tono
grandilocuente: "Yo impuse el plan a Washington". A Peynado lo llegó a calificar como "el
insinuador de la muerte de la República", y le dijo: "Aquello de que yo impuse el Plan a
Washington... no es sino una bella humorada" (9).
(7) Ibidem, p 283.
(8) Ibidem, p. 274.
Desglosó, jurídicamente, la proclama del Capitán de la Armada de los Estados Unidos, H.S.
Knapp, con la cual se justifica la intervención norteamericana. Concluyó, rotundo, "no tiene
justificación de ningún género, cuando esa justificación se busque dentro de los dictados
del Derecho Internacional Público o cuando se la busque iluminada por los principios de
confraternidad y respeto que deben existir entre los pueblos civilizados que se comparten
el dominio político del mundo" (10).
La batalla política de la "Pura y simple", le creó una aureola nacionalista y una estirpe
intelectual de leyendas, que se acrecentó en el gobierno de Horacio Vázquez, con motivo de
la ratificación en el Congreso de la "Convención de 1924" (11). Peña Balle fue a parar a la
cárcel, por un discurso incendiario que pronunció, luego de ratificada la "Convención". La
prédica nacionalista inflamada juzgó inalterado el control norteamericano sobre las
aduanas del país. El verbo analítico del joven jurisconsulto de entonces, fustigó al
Presidente Vázquez por traidor, y definió para sí una tarea redentora de carácter
antiimperialista: "Me he consagrado en cuerpo y alma, a cumplir el sagrado deber, el
inaplazable deber, de contribuir, desinteresadamente, sin miras ulteriores, a la erección del
dique que los dominicanos hemos de oponer a la influencia imperialista, desintegradora, y
desconcertante, que los Estados Unidos están ejerciendo sobre la entidad moral de nuestro
pueblo, (12).
(9) Peña Balle, Manuel Arturo. La Etapa Liberal, Fundación Peña Balle (Compilación y
presentación de Bernardo Vega), 1991, p. 33. (En esta etapa la fogosidad y penetración de
Peña Balle es notoria. El mismo espíritu apasionado que llevará al trujillismo lo acompaña,
y el aire enfático en sus apreciaciones intelectuales que, con toda seguridad, disgustaba a
Trujillo).
(10) Ibidem, p. 45.
(11) Junto con Peña Balle también fue a la cárcel el tribuno ardiente Rafael Estrella Ureña,
nacionalistas de barricadas y representantes destacados de la juventud intelectual. Según el
Listín Diario del 26 de mayo de 1925, se les acusó de" oraciones fulminantes emitidas
contra la nueva convención y ofensas al Presidente de la república", En: Medina benet,
Víctor. Los Responsables, Edit. Amigo del Hogar, Santo Domingo, p. 65. Y, La Etapa liberal,
Op.Cit., pp.80-82.
La tarea se perdió, transfigurada en las urgencias políticas que reclamaron su definición
frente a un proceso social de gran movilidad. Pero el nacionalismo se convirtió en excusa
sublime que permitía disimular su acercamiento al gobierno del Presidente Vázquez. En
1926, apoyó la tesis de la "prolongación" del gobierno, reivindicando la libertad primordial
de los principios, al considerar que "la prolongación está en consonancia con el viejo
reclamo de la "Pura y simple". Alegar que la "prolongación" equivalía a un acto de
soberanía plena y a una postura radical que significaba la vuelta a los principios de la "Pura
y simple", era un sofisma intelectual, mientras en la práctica su acercamiento vergonzante a
Horacio Vázquez era un hecho (13).
Acorazado en la euforia perfecta del pasado heroico del nacionalismo, Peña Balle
comenzaba a hacer de su capacidad intelectual una garrocha que le lanzará al poder. Poco
tiempo después, con un cargo del gobierno (14) y con una presencia pública beligerante a
favor del oficialismo, cuando la "prolongación" se transforme en reelección, la apoyará sin
otro argumento que aluda a los viejos afanes del nacionalismo. "Por una sola vez", -afirma-
como si el viejo caudillo pudiera resistir otra.
(12) La Etapa liberal, Op.Cit., p. 81.
(13) Peña Balle había participado en una reunión en la que se trató un acuerdo con el
Partido Nacional, de Horacio Vázquez, para ir aliados a las elecciones municipales de 1927.
Como esas gestiones se hicieron sin autorización del Partido Nacionalista fueron criticados
los participantes de ese proyecto de acuerdo. De aquí en adelante, el acercamiento de Peña
Balle a Horacio Vázquez se consumará sin mayores sorpresas. En: La Etapa liberal, Op.Cit.,
pp. 132-135.
(14) En el 1927 Peña Balle aceptó un cargo en el gobierno de Horacio Vázquez. Por su
formación y capacidad intelectual, pasó rápidamente a presidir la Comisión de Fronteras.
En: La Etapa liberal, Op. Cit., p. 66.
A partir de ese momento, el pensamiento de Manuel Arturo Peña Balle se vuelve
plenamente ancilar, siempre "adoptando el punto de vista de la autoridad, del poder" (15).
Es su entrada al gobierno del Presidente Vázquez, en un cargo en la "Comisión de
fronteras", en 1927, lo que le facilitará el dominio del segundo aspecto de su pensamiento
vinculado directamente a la ideología del trujillismo: los orígenes del Estado dominicano y
las relaciones con Haití (16). Preocupación nacionalista que sustituirá en el trujillismo los
ardores del nacionalismo antinorteamericano de los años veinte, épica racial y mito por
permutación de la garantía y la seguridad de la "patria, que Peña Balle interpretará con
acierto, armado de la experiencia que atesoró desde 1927, con una práctica intelectual
definida, siempre claramente, como sustentación del poder (17).
El tercer componente de "las tres pequeñas liturgias de la presencia divina", que en Peña
Balle es preexistente al trujillismo, es la hispanidad. Por su contenido, fondo religioso
católico que funciona como sistema común de referencias culturales para el dominicano, la
hispanidad es la única relación idílica con el pasado que Peña Balle, y luego la ideología
trujillista, mantienen sin problematización.
(15) Peña Balle y su concepto histórico de la Nación Dominicana, Op.Cit., p. 1.
(16) La épica del nacionalismo trujillista sustituyó el furor anti norteamericano, heredado
de las campañas nacionalistas contra la intervención de 1916, por el antihaitianismo. El
nacionalismo antinorteamericano en la dictadura, tenía una gesta galante: la compra de los
centrales azucareros, el Tratado Trujillo- Hull. La semántica del nacionalismo
antihaitianismo se sumergía en la historia, y brotaba de la deformación del espíritu
nacional. Peña Balle estaba singularmente capacitada para pulsarlas las dos.
(17) "Lo más característico de su producción intelectual lo constituye el intento de dar una
fundamentación conservadora a la realidad nacional", Peña Balle y su concepto histórico de
la Nación Dominicana, Op.Cit., p. 1.
La fundamentación es metafísica: la hispanidad es una esencia eternamente parecida a sí
misma. Pero como pasado, la autoconciencia le asigna el lugar de encuentro de la identidad.
Ello ocurre negando la inmediatez, el pasado ominoso de la dominación haitiana, la
turbulencia del republicanismo trapero. En un artículo de 1925, "Por las piedras ilustres",
en el que el joven abogado protesta por la destrucción de las ruinas de San Nicolás, la
particular concepción del pasado comienza a establecerse: "Ayer cayeron al golpe
formidable de la piqueta inconsciente e ignara, las piedras legendarias y simbólicas de San
Nicolás (...) se han abatido aquellos gloriosos recuerdos de un pasado que siempre FUE
MEJOR (mayúsculas de Peña Balle), sin que un solo grito de indignación y protesta haya
salvado el concepto de las generaciones que en estos tiempos se manchan y se escarnecen,
oscureciendo el prestigio y el valor de hombres y tiempos ya idos" (18).
Ese pasado que siempre FUE MEJOR es la clave del mito total del trujillismo, la apertura
secreta de un espacio ideal que confunde los tiempos, la puerta obstinada del ser verdadero
del dominicano. Saltando en el túnel del tiempo hasta las "piedras ilustres", Peña Balle
descubrirá la posibilidad de una reducción sustancial de la historia: nuestro pasado es lo
hispánico, la idea pura del ser nacional se reconcilia míticamente en lo hispánico. Hallazgo
que en su pensamiento tiene su particular aventura y sus contradicciones, pero que
sublimado en la ideología del absolutismo sirvió de sostén al irracionalismo ideológico de
la deformación burguesa de la dictadura. Partiendo del positivismo hostosiano que sirvió
de base a su formación intelectual, profundamente divorciado de la hispanidad, el arribo a
esa hispanidad metafísica significa un desgarramiento. En ese espacio ideal, por ejemplo, la
cultura francesa, de la que él era tributario, adquirió un signo negativo casi total. El
lenguaje que designa esa manifestación hispana se resiente continuamente, sobre todo en
relación con la historia. Es mucha la parcialidad en que se refugia el pensamiento ideal que
absolutiza lo hispánico, ni siquiera la lengua como sostén de esa identidad plena, lo salva
del irracionalismo.
(18) La Etapa liberal, Op.Cit., p. 83.
Estas "tres pequeñas liturgias de la presencia divina", se apoyarán en la bibliografía que
Peña Balle irá conformando, al principio influido por las consideraciones de orden
filosófico del positivismo hostosiano y por las ideas de Américo Lugo sobre el pasado
histórico. En la medida en que sus ideas se hagan reflejo del mito hablado del trujillismo, la
separación de sus fuentes se hará más pronunciada. Rasgo en el que acompañará al
trujillismo, que se separó tanto de su base material, que la legitimación ideológica se
transformó en un mito total. La ruptura entre la inteligencia y su objeto que el trujillismo
impone en el pensamiento, hizo de Manuel Arturo Peña Balle el mito de sí mismo en la
"Era".
Su esbozo de 1926, Historia de la deuda pública dominicana, destinado, según hemos visto
a explicarse la ausencia de un "sistema científico y proporcionado de democracia, en
nuestra organización política", dentro de una búsqueda de "los orígenes de la vida
nacional", desembocará en el discurso "Aspectos internacionales de la Independencia
financiera", de 1941, que proclamará como conquista el mito del burgués ético liberado al
fin, por el celeste adalid, de la dependencia económica. Su inventario traiciona los objetivos
democráticos del estudio de 1926, (aunque el mismo diga: "nada hemos de agregar a lo que
con este objeto publicamos en 1926) pero consolida con su prestigio y autoridad en la
materia, el mito de equivalencia que la maquinaria había levantado luego de la firma del
tratado Trujillo-Hull.
El acucioso investigador de 1926 descubre en el Tratado, la "Ausencia total y absoluta de
todos los vínculos de tutelaje", la "Reintegración completa al ejercicio de la soberanía", y
ningún vínculo con la "servidumbre internacional" que desde 1907 acarreaba la Patria. El
metalenguaje del científico de 1926, deja en el débito del mito la cuenta impagable de la
democracia. Es un lenguaje segundo "que pone en acción no las cosas, sino su nombre" (19).
El que sea Peña Balle quien las pronuncie hace creíble el mito en estado puro, no solo por el
peso intelectual que le confiere su pasado pensamiento en la materia, sino porque él mismo
llega doblegado de esos trajines, y su verbo reparador es la vergüenza tenue de ser,
también, lo otro, "Ni los enemigos más enconados y acérrimos del Generalísimo Trujillo
podrían negarle la gloria..." (20).
Es lo que ocurre también con la experiencia que saca de su vida en la frontera. Para 1928,
después de haber roto con el Partido Nacionalista, ocupaba un puesto técnico, y en el 29
presidía la Comisión encargada de la delimitación fronteriza con Haití. Bernardo Vega dice
que "los tres asuntos más importantes que ocuparon la atención de los políticos durante el
gobierno de Horacio Vázquez fueron: la negociación y la ratificación de la Convención de
1924, los planes de Vázquez de quedarse en el poder, y el acuerdo fronterizo con Haití" (21).
En los tres, Peña Balle tuvo participación, pero el protagonismo en la Comisión de fronteras
le deparó una autoridad, y una producción bibliográfica, que se hicieron carne del
engendro ideológico del trujillismo.
Su monumental Historia de la cuestión fronteriza dominico- haitiana, publicada en 1946, se
reelaboró, según su propia confesión, con los materiales obtenidos en 1928. Revisión
minuciosa, desde el punto de vista jurídico e histórico, de los diferentes tratados
fronterizos, y de las vicisitudes de su aplicación en la práctica. La confección final de este
texto, cotejo de apuntes de 1928, se caracteriza, sin embargo, por ser una apoyatura teórica
apresurada de la Masacre de1937 (22). El circuito de personalidades históricas que
confronta con la añeja problemática fronteriza, y el cúmulo de irresponsabilidades
ejecutivas derivadas de la historia (Ignacio María González, Buenaventura Báez, Ulises
Heureaux), apuntan hacia una recuperación de la Masacre como una inevitable resultante
de la irresponsabilidad en el pasado.
(19) Barthes, Roland. Mitologías, Siglo Veintiuno Editores, México, 1980, p. 242.
(20) "Aspectos internacionales de la Independencia financiera", En: Peña Balle, Manuel
Arturo Política de Trujillo, Op.Cit., pp. 13-21.
(21) La Etapa liberal, Op.Cit., p. 55.
Él lo deja ver como excusa de lo que pasó, y como alma profética de lo que pueda ocurrir:
"para que nos sea posible afrontar estos problemas (...) libres de prejuicios (...)
debidamente informados sobre el proceso y evolución de los hechos (...) para poder
estimar (...) las necesidades que puedan derivarse de tales situaciones" (23). Cuando escribe
las "Palabras previas" de La Historia de la cuestión fronteriza dominico-haitiana, ya ha
pronunciado su discurso "El sentido de una política", en la ciudad fronteriza de Elías Piña,
en 1942 (24), pieza clásica del racismo antihaitiano dominicano. La noción de la frontera
como un "estado social" que recoge en la "Palabras previas" es una reiteración de la política
trujillista de fronteras, contenida en aquel discurso.
(22) Después de la "Masacre de 1937", tejida como determinación silente en la memoria
colectiva, el trujillismo necesitaba un fundamento histórico que le diera apoyo al mito
subterráneo que había levantado el hecho. Raymundo González dice que: "la matanza de
haitianos había convertido en cuestión de estado la historia de las relaciones con Haití". El
papel de Peña Balle fue demostrar, históricamente, que esa tarea estaba ahí, que si no se
había realizado era por la irresponsabilidad histórica de los gobernantes dominicanos
anteriores, y que Trujillo sí asumía enteramente esa responsabilidad. El mito sumergido
dotándose de carnalidad. En: González, Raymundo. Op.Cit., p. 17.
(23) Peña Balle, Manuel Arturo. Historia de la cuestión fronteriza, "Palabras previas",
Ciudad Trujillo, Imp. Luis Sánchez Andújar, 1946, p. 13. Para que se adaptara al sistema de
significación que en el trujillismo funcionaba como ideología, Peña Balle hizo ajustes de
contenido a sus notas de 1928. En: Peña Balle y su concepto histórico de la nación
dominicana, OP.Cit., pp. 18-20.
(24) Contrario a su culturología, que trabaja las diferencias culturales y desemboca en lo
raáal."El sentido de una política" es decididamente racista. Peña Balle hablaba en
representación de Trujillo, delineando una política de fronteras, que envolvió en un
lenguaje organiásta tomado del componente racista del positivismo. Algunas de estas ideas
las llevará a las "Palabras previas" de La Cuestión fronteriza, y las desarrollará en el
mito-sistema como aspecto esencial del trujillismo teórico, en su conferencia "La Patria
Nueva", En: Política de Trujillo, Op.Cit., pp.59-73 y 103-123.
"Las palabras previas" recogen también las primeras ideas de su importante conferencia de
1948, "La Patria Nueva" (25) en la que los problemas fronterizos se hacen parte
consustancial de la nacionalidad. Son pilar de lo que él considera la "Patria Nueva", en
oposición a "todo ese proceso de hondonada" que es "lo que nosostros consideramos como
la Patria Vieja, la que se perdió para siempre en la noche de un pasado que no debemos
recordar, sino para dolemos de su tristeza y de su fatalidad" (26). "La Patria Nueva" lleva
dentro un aliento mitológico que el propio Peña Balle bautizó, ya que el reajuste final de la
deuda externa es "el núcleo, el corazón". Pero como "La patria nueva" no son sólo las
realizaciones materiales", antes que en ninguna otra parte, vive, en las nuevas fronteras".
Peña Balle apunta una idea capital: el trujillismo ha levantado una "nueva frontera". Pero
esta nueva frontera, más que a las realizaciones materiales se dirige hacia una idea: "ni los
puentes, ni las carreteras, ni los canales, ni los hospitales, ni las industrias ni nada que
tenga consistencia meramente material". El inefable de la "Patria Nueva" tiene, sin
embargo, un lugar: "vive antes que en ninguna otra parte, en las nuevas fronteras", y esa
"grandiosa construcción, su raíz, su esencia, están firmados en el mundo inmaterial del
pensamiento y de los sentimientos de nuestras masas". Interpretándolo, Peña Balle
superaba a Trujillo. Aunque el déspota no podría explicarlo de esa manera, la Masacre de
1937 buscaba convertirlo en ese signo de amparo. Tenía a su favor el pasado, y los
"sentimientos de nuestras masas", educada por la ideología en la moral de desquite.
(25) Política de Trujillo, Op.Cit., pp. 103-123.
(26) Ibidem, pp. 112-113. Peña Balle era un intérprete tan eficaz del pensamiento
trujillista, que sus ideas formaban un fondo común. La revisión de los numerosos discursos
de la "Jerga" arroja un número sorprendente de plagios de esta conferencia. Para solo citar
un caso, Rafael Compres Pérez, Embajador en España, de Trujillo, la reproduce en un
discurso como cosa propia. Con punto y coma, "La Patria Nueva", aparece plagiada sin
rubor. En: La República Dominicana y España, Taller Gráfico CIES, Madrid, pp. 76-86. La
única diferencia es que la conferencia del embajador Comprés Pérez se titula "Esencia y
sentido de la Patria Nueva". El libro del embajador tiene fecha de 1959.
Con las observaciones de 1928 concibió, también, "La independencia dominicana como un
definido sentimiento de cultura", (en el prólogo a la "Antología de Emiliano Tejera" en
1950) que le permitirá separar por contraste las dos esencias (haitianidad e hispanidad),
en la culturología de base histórica que crea para el trujillismo, porque "los dominicanos no
fuimos a la Independencia impulsados únicamente por un ideal político, sino más bien
obligados por necesidades apremiantes de preservación cultural". La tesis de Peña Balle de
que la Independencia obedeció a una necesidad de orden cultural, deslinda con claridad el
papel de la cultura en su pensamiento. Lo cierto es que, en la proporcionalidad del
desenlace, la cultura fue un elemento de identificación siempre presente. Se podría decir
que la singularidad de nuestra Independencia, no se da únicamente en el hecho, también
singular, de que ésta se efectúa contra el Estado que representa la única revolución
triunfante de negros esclavos de la humanidad (y no contra una metrópoli europea), sino
que, en parte por ello mismo, lo cultural adquirió una importancia especial.
Sin embargo, lo que resalta esta antropología del espíritu no es el hallazgo de esta
singularidad, sino la desgracia de nuestra vecindad traumática, con un conglomerado a
quienes la "ideología del progreso" del siglo XIX americano hizo tipos contrarios al
desarrollo civilizado. El gaucho, el campesinado, los descendientes de precolombinos y los
negros, eran tipos condenados por la noción del desarrollo que la ideología de las élites
americanas había impuesto. La tesis, remite, pues, a éste arquetipo del contraideal en
oposición al cual su culturología labraba otra esencia. Por ese camino se llegó a justificar,
abiertamente, la Masacre de 1937, como en el caso de Tomás Hernández Franco (27).
(27) Hernández Franco, Tomás. "Síntesis, magnitud y solución de un problema", Cuadernos
dominicanos de cultura, No. 1, septiembre, 1943, pp. 77-89.
Para el funcionamiento de su culturología, la historia real no tiene significación, sino en
"cuanto a su contenido espiritual" (28) "La noción de cultura intervenía como un principio
superior, trascendental si se quiere, en la Independencia nacional" (29). Clave de la
"diferencia", el hallazgo colocó al trujillismo teórico en el centro de una antropología que
dejaba de lado, en principio, el fundamento racista. En el caso de Peña Balle, aunque se
confundan con ella, las argumentaciones sobre el "problema haitiano", no descansarán en
la minusvaloración racial. La instrumentalización metafísica de la historia despliega una
antropología diferenciadora de las dos culturas-esencias que comparten la Isla.
No se ha reparado que, en esta línea, un libro capital de esa culturología como Orígenes del
Estado haitiano, estuvo destinado a desvirtuar la interpretación etnológica y antropológica
que del "hecho haitiano" hizo Jean Price Mars, en su libro de 1928 Ainsi Parla Uoncle (30).
Price Mars había recogido el conjunto de sus conferencias dictadas en plena ocupación
norteamericana y propuesto la aventura maravillosa de descubrir a Haití en su compleja
mitología, y en todo lo que llevaba la marca indiscutible de la civilización africana. Con una
alta metodología científica, Price Mars levantó "el primer inventario coherente de la
herencia africana en Haití" (31) dándole a la haitianidad una sustancia teórica, haciendo
resaltar esa aventura espiritual del desenraizamiento del hombre africano en la Isla y sus
resultados.
(28) "Orígenes del Estado haitiano", En: Ensayos históricos, Op.Cit., p. 154.
(29) Peña Balle y su concepto histórico de la nación dominicana, Op.Cit., p. 44. Refiriéndose
al funcionamiento de la cultura en el pensamiento de Peña Balle, Raymundo González
explica: "Aquí los valores que reflejan la visión de poder se resuelven en "forma cultural"
sin mediación alguna: se traducen en prejuicios tradicionales. La sociedad no interviene
sino como receptora. Todavía más: la cultura se acata del mismo modo que una ley: la
cultura se aplica sobre el colectivo social".
(30) Existe una traducción en español de esta obra. Price Mars, Jean. Así habló el tío, Casa
de las Américas, La Habana, Cuba, 1968.
(31) Depestre, René (pról.). Así habló el tío, p.XIII.
Pese a que Price Mars absolutizó los valores africanos (32), dejando de lado
"particularidades psicológicas, en formas de alienación, en estados de conciencia distintos
en sus características y en sus contenidos de Africa a la vez que de Europa" (33), su viaje a
las raíces constituía una sólida propuesta de identidad del hombre haitiano, que la
dominicanidad no tenía. El propio Peña Balle lo reconoció así: "El doctor Price Mars, en su
conocido y elogiado ensayo (...) Ainsi Parla L'oncle hizo un plausible esfuerzo, para fijar
científicamente las raíces etnográficas de aquella colectividad y su actual constitución
social" (34). Reconocimiento que no le impide afirmar: "Pero de este ensayo no se desprende
una sola conclusión que pueda desmentir ni desfigurar a la que hemos llegado nosotros en
cuanto a la ausencia casi completa de un aglutinante cultural en el proceso constitutivo de
aquella sociedad amorfa y anodina" (35).
Las conclusiones que no pueden ser desmentidas a las que se refiere, forman el cuerpo de
su culturología, que sacan la identidad del dominicano, en oposición al memorial de
factores culturales de que carece el pueblo haitiano. Orígenes del estado haitiano pasa un
inventario exhaustivo de estas carencias: "Esa es una sociedad sin historia (...) sin
antecedentes tradicionales, sin punto de partida y sin raíces espirituales...) no evolucionó
hacia ninguna forma de cultura (...) fue impermeable a toda influencia de la cultura (...) no
se hizo visible ni siquiera una sola manifestación de cultura (...), "lo que propiamente
podría llamarse un nivel infra-cultural" (...) "no alcanzó ni siquiera la expresión de un
idioma que le sirviera de instrumento a sus ideas" (36).
Las ciencias humanas y sociales tienen sus relaciones de incertidumbre, la culturología
peñabatllista da por hecho todos sus hallazgos, renuncia a explicar la complementaridad
entre historia y etnología (37). La etnología establece dos formas de considerar una
civilización: por una parte, la cultura, por la otra, la sociedad. La cultura designa el conjunto
de las relaciones que los hombres mantienen con el mundo, y la sociedad designa, más
particularmente, las relaciones que los hombres mantienen entre sí. La cultura fabrica
organización: cultivamos la tierra, construimos casas, producimos objetos manufacturados,
etc. En este amplio sentido etnológico, la sociedad está separada de la cultura, aunque
mantiene con ella una relación de complementaridad (38).
Lo que denuncia pues, el análisis de la culturología peñabatllista no es la constatación de
este hecho, que Claude Lévi-Straus llama entropía, sino que, a partir de esta comprobación,
el pueblo haitiano termina lo más lejos posible de la cultura, se lo coloca en la naturaleza, al
nivel de las diferencias raciales y biológicas. Peña Balle confundió la baja entropía de la
sociedad haitiana y el poco orden a través de su cultura, y lo ubicó más lejos aún de lo que
había debido hacerlo, fundiéndolo en una condición de naturaleza. Olvidando, además, que
estos desniveles tienen causas históricas. Es esta la derivación racista inevitable de su
culturología, el sesgo prestigioso de cerebro del mito por permutación de la Masacre de
1937(39).
(36) Ibidem,pp. 151-163.
(37) Diógenes Céspedes explica con claridad esta insuficiencia del discurso de Peña Balle:
"La debilidad del ensayo de Peña Balle (Orígenes del Estado Haitiano) radica en analizar el
surgimiento del Estado haitiano con los conceptos de la antropología y la etnología
colonialista de finales del siglo XIX y principios del XX (...) dividiendo a las naciones según
ese sentido de la historia, en civilizadas y salvajes". "Ese dualismo impidió a Peña Balle
acceder a la constitución de la cultura oral que acompañó, solidariamente, todo el proceso
de la formación del Estado Haitiano". En: Lenguaje y poesía en Santo Domingo en el siglo
XX, Editora Universitaria, Santo Domingo, 1985, p. 349.
(38) Levi-Straus, Claude. Arte, lenguaje, etnología, Entrevista con George Charbonnier.
Cuadernos de Arte y Sociedad, Instituto del Libro, La Habana, Cuba, pp. 36-54.
Toda una bibliografía posterior, responde, desde un desesperado retroceso al pasado, a
demostrar la imposibilidad de que esa identidad esencial del hombre haitiano haya cuajado
en la historia, tal y como postula Price Mars. Las Devastaciones de 1605 y 1606 (1938), el
primer tomo de Historia de la cuestión fronteriza dominico-haitiana (1946), La Isla de la
Tortuga (1951), El Tratado de Basilea (1952), y por supuesto Orígenes del estado haitiano
(1954), es el memorial colectivo de una andanza histórica que no concretó nación, que se
desperdigó como manada salvaje, viniendo de bucaneros y filibusteros, cruzando los mares
con grilletes en pies y manos. La culturología peñabatllista funda la identidad del
dominicano, en oposición a estos hallazgos que desculturan la identidad haitiana.
Peña Balle ilustra, en el trujillismo, una moral de intelectual solo. Sus ideas habitan la
autoconciencia trujillista, tienen el ímpetu y la serenidad de ser preexistentes al mito, pero
el provecho ultimo de su pensamiento únicamente es creíble desde el poder. La historia
oral cuenta que el propio Trujillo solía burlarse de sus excesos (¡Esos son manías de Peña
Balle!), pero en el trujillismo, él es el único que debía íntegramente sus cargos públicos, al
poder del saber. Fuera del marco de la legitimación despótica, "las tres pequeñas liturgias
de la presencia divina", son una fábula impura. El instala el mito en la profundidad de un
vacío, en el momento exacto en que el régimen, a principio de los años cuarenta, estaba
requerido de él.
(39) 'Teña Balle presupone que las ideas sólo son susceptibles de expresarse en lengua
escrita como creación y fijación de cultura (...) y que no vea en los discursos que tiene por
delante que aún de ese patous que él desprecia, salieron también, en forma de discursos
orales, las estrategias y las tácticas, las órdenes y las acciones que derribaron al poderoso
régimen esclavista, más civilizado, más refinado y más moderno que sus esclavos africanos
y que poseían las armas y las máquinas europeas". En: Lenguaje y -poesía en Santo
Domingo, Op.Cit., p. 350.
Llenó la vocación "distinguida" del déspota con la baratija teórica del hispanismo, vistiendo
de mistificaciones el pasado, haciendo que Trujillo se proclamara "español allende los
mares" y viera en su gesta, la prolongación de la del Cid Campeador. Sustancia mitológica
que hizo al tirano próximo e inaccesible. Su pensamiento no fue el de Justo Sierra
justificando a Porfirio Díaz, en nombre de una filosofía y una clase social. La invención fue
la filosofía, confinada a una realidad mágica que, en cuanto a la justificación del poder, no
encontró límites racionales. Trujillo se separó tanto de su base material, que el
pensamiento que lo acompañó voló sin amarras terrenales. Peña Balle es su "más sagaz
intérprete" porque voló con él.
Pero el mito como lugar de encuentro tiene que ser tan consistente que acomode al viajero,
identificándolo, sin burdos artificios, consigo mismo. Peña Balle no se acomodó como
inquilino, traía su carga de pensamientos, y la depositó en el régimen como si renunciara a
su propia ceguera, como si se despojara del maleficio de la sordera propia. No hay, en la
cultura dominicana-, un momento más transido de apostasía que aquel en que proclama su
identificación espiritual con el autoritarismo:
"La experiencia de esos primeros cien años nos hizo comprender que no siempre andan
tomados de la mano el sentido de ficticias perspectivas teóricas y subjetivas con ia real
expresión histórica de los hechos en que se asientan la vida institucional de la República. El
pueblo dominicano es cosa bien distinta de como lo han visto los soñadores y los
imaginativos"(40).
Los "soñadores y los imaginativos de esos primeros cien años", van desde Duarte a Américo
Lugo, es decir, toda la tradición ideal del pensamiento liberal dominicano. El Peña Balle que
habla no es ya el intelectual vergonzante que oculta su acercamiento al gobierno de
Horacio Vásquez en una postura ortodoxa del nacionalismo, o que apoya la reelección del
anciano presidente fundándose en un verbalismo jurídico sencillamente ridículo. Su
pragmatismo no tiene ya máscaras teóricas, él se encuentra en el mito. Como en un juego
de espejos, identificó allí sus antiguos bríos nacionalistas, y halló en Trujillo el signo
suficiente sobre el que se levantará la decepción de la historia.
(40) Peña Balle, Manuel Arturo. Contribución a una campaña, Editorial El Diario, Santiago,
1942, p.33.
Circunstancias con las cuales el hostosianismo era una pesada carga, y la estrella
inmaculada de Santiago Guzmán un punto demasiado lejano. Hasta Américo Lugo, pese a
sus resabios elitistas contra el pueblo, se convertía de pronto en un símbolo embalsamado,
distante. El Peña Balle que entró al trujillismo, se despojó de estos arreos sin piedad y puso
a los pies del "jefe" el único pensamiento ancilar que tenía una reflexión completa.
Por ello él es también el mejor modelo de la relación entre el trujillismo y los intelectuales.
Dada la ferocidad del régimen, los estrictos controles y hasta autocontroles, que se ejercían
sobre la producción*de ideas, el dilema del intelectual, con todo y lo inexorable de su
situación, era verdaderamente simple. Incluso se podría pensar que inútil, o prescindible,
en un régimen que suprime el peso de la historia por la fuerza, y que trivializa la vida con la
unanimidad, haciendo de la contradicción infinita de la existencia un fin eufórico que
encarnaba el tirano. Pero es justamente por ello que Trujillo valoraba en su régimen a los
intelectuales que iban más allá de una "dulce efusión retórica", arriesgando agudeza en el
trabajo intelectual, desertando de la tautología.
La repetición es el signo intelectual de la "Era", pero es también la amenaza de un orden
donde no existe el pensamiento, y en la mitología de proyección del poder absoluto
siempre se hace creer que ello es posible puesto que, en la claridad precisa de sus ideas, el
hombre armoniza la totalidad de sus relaciones con el Estado. La relación instrumental es
plena en la tiranía de Trujillo (41), pero en tanto la legitimación y el consenso requieren la
producción de un "corpus ideológico,,, el intelectual tiene una cierta esfera de valoración en
esa relación. Ningún intelectual podía condicionar la tiranía (42), cualquiera que haya sido
su importancia en la vida espiritual de la nación, sin que la violencia lo borrara del
escenario, y en esa relación unívoca nadie se equivocaba sin pagarlo con la vida. De esto
hay ejemplos notables. Pero desde antes de la toma del poder, Trujillo valoró el aporte de
los intelectuales en la consolidación del poder político.
Era la coartada ideológica del orden lo que los intelectuales reproducían en la "Era de
Trujillo"; culto a la fuerza que encarnaba el poder personal del "Jefe", como clase burguesa
y como Estado. Trujillo estaba muy consciente de que el poder mismo es superior a
cualquier ideología, o a sus exégetas. La justificación del despotismo era tácita e
incuestionable en la relación ancilar de Trujillo y los intelectuales, y se abría en el
funcionamiento del pensamiento con el telón de fondo de la violencia. Pero el déspota
permitió vías de retroalimentación con sus núcleos intelectuales, valorando una relación
especial que llevaba a las altas esferas del poder a todo el que se destacaba en la vida
intelectual, dándole tratamiento de consideración a las fuentes del consenso ideológico.
(41) En virtud de esta relación instrumental plena, las Memorias y Testimonios de los
protagonistas intelectuales de la "Era" son documentos de valor relativo. En la ruta de mi
vida, de Víctor Garrido, dibuja una heroicidad espiritual que, arrojada contra la
degradación general, es penosamente inauténtica. Memorias de un cortesano de la Era de
Trujillo, de Joaquín Balaguer, es sencillamente cínica. Y, El Pozo muerto, de Héctor
Incháustegui Cabral, es una explicación sicologista de un vacío generacional, que llenó
Trujillo. La de Virgilio Díaz Grullón, es la Antinostalgia de una Era, título que hace legible la
analogía de esa instrumentalización absoluta, dejando ver, en la superficie del lenguaje, la
imposibilidad del Testimonio, la apropiación de la memoria.
(42) Trujillo hizo advertencias directas al espíritu ensimismado de los intelectuales:
"Admiro la inteligencia humana: el hombre creador que en la piedra y en el bronce, en la
pintura o la palabra, traspone los límites humanos y por su genio llega hasta la divinidad,
me entusiasma (...). Pero no lo olvidéis: por encima de todas las virtudes y cualidades
humanas, el jefe del Partido Dominicano, ama la lealtad y perdona todo, -todo! menos la
traición, porque el desleal y el traidor es el único ser en cuyo corazón no florece jamás el
arrepentimiento". El discurso se llama "Paz, orden y trabajo, lema de la Nueva Patria
Dominicana", fue pronunciado el 23 de febrero de 1935. El 26 de marzo de ese mismo año
Manuel Arturo Peña Balle entraba al Partido Dominicano. Peña Balle mantuvo su
aristocratismo intelectual incluso frente a Trujillo. Por ejemplo en su abundante
bibliografía trujillista, solo una vez, en el discurso de Azua, el 19 de marzo de 1942, llama
"doctor" a Trujillo, como se usaba en las fórmulas oficiales. En cambio, varias veces se
refirió a él como autodidacto. Quizás Trujillo pensaba en él, cuando decía ese discurso.
La historia oral habla del círculo de consejeros que el propio Trujillo llamaba "Los
salomones". Areópago de celebridades intelectuales en poder de un saber que el tirano
consultaba antes de tomar decisiones de trascendencia, al modo del Rey bíblico. "Los
salomones" de Trujillo otorgaban al tirano la posibilidad de conjurar la inmovilidad de un
régimen sin pensamiento. "Las tres pequeñas liturgias de la presencia divina", es el museo
de los amos del pensamiento en la "Era". "Los salomones" eran la lucidez alienada del país.
Manuel Arturo Peña Balle, fue su estrella.
CAPITULO VIII
Doña María Martínez de Trujillo era escritora laureada, su obra dramática Falsa amistad (la
cultura oral esparció el chiste, en plena "Era", de que las iniciales de Falsa amistad F. A.
querían decir: fue Almoina) fue puesta en escena por la prestigiosa compañía teatral de
María Teresa Montoya, y su libro Meditaciones Morales, lleva un prólogo del intelectual
mexicano José Vasconcelos. Ramfis Trujillo, el hijo mimado del tirano, según Almoina,
"gustaba leer a Shakespeare, del que frecuentemente repetía largos párrafos de memoria"
(5).
Incháustegui, excelente poeta y notable intelectual trujillista, toca con maestría los
registros totales del mito hablado del trujillismo. El poema crispado, sin embargo, no
devela nada. Estos registros ya estaban escritos en el mito, inpregnados en el gesto ritual
que la escena ideológica del absolutismo forzosamente impone a toda habla. El poema es
aquí el "lujo" de esa habla, el "rebuscamiento, de imágenes de un uso social que se agrega a
la pura materia" mitológica. Trujillo rodeado de libros es el mito nombrado en el poema, la
buena conciencia de vincular un pensamiento y un acto. Trujillo nombrado en el poema es
más que la acción, asume una igualdad de naturaleza con el pensamiento que lo nombra.
Incháustegui, que lo ha nombrado todo, lo consigna:
Por cuanto en tu mente aguarda su ocasión tus hermanos te queremos.
Únicamente el mito nombrado en el poema puede borrar, brevemente, el primer prestigio
de Trujillo, la violencia, la fuerza. La evanescencia del mito en el poema es dos veces la
historia escamoteada: la que se impone a la historia como ideología, transfigurada en el
mito-sistema y la que, asumiendo el mito, se eleva a la forma de significación del sistema
del poema. Por eso, en la "Era", el poema condescendía a la forma social del mito, pero
permitía asignar a la singularidad milagrosa de Trujillo, una doble textura, un doble manto.
Trujillo puede, por esta vía, traspasar a la naturaleza su efluvio pacificador sin que se
advierta que éste brota de la violencia. Un poema del gran escritor dominicano, Antonio
Fernández Spencer, "El viaje glorioso de Trujillo", ilustra esta transferencia:
Trujillo es la alegría por los caminos del maíz, de la sonrisa.
Trujillo es viento rico, es lluvia fina, generosa, por estos campos de la paz fecundo riego,
milagrosa mano.
El poema de Spencer es una epopeya que se sustenta en un coro, usando la estructura de
los Cantares sagrados de San Juan de la Cruz, como ante el Dios de los místicos, al paso de
Trujillo las cosas, los elementos de la naturaleza, devienen sujetos jubilosos:
Sin Trujillo las tardes no me gustan, los montes no me gustan sin Trujillo la tierra no es
alegre. (...) Soy el Ozama, coronado de siglos, traigo mis aguas limpias, mis más puras
arenas y estos juncos de fervor hechizados, para ti que llegas como la luz, como los campos
que en el amanecer van entregando ríos, aldeas, hombres alegres con sus radiantes pechos
trujillistas.
El poema es un pujo fervoroso, con multitud de lugares comunes de la poesía en lengua
castellana, y como en ésta, la personificación nimbada del héroe lo deja a mitad de camino
entre lo profano y lo sagrado. Spencer se decidió, al hacer este poema, por lo más
fácilxopiar la estructura de San Juan de la Cruz, e irse de viaje con Trujillo, que amansará a
su paso los fieros colmillos de la realidad y doblegará la historia. La "alegría del maíz", la
risa idiota de "Adela, Pablo, campesinos con sus pañuelos de trabajo", el "mar de ola en ola",
el "martillo alegre", el "serrucho y la gubia", regocijados, recibirán al héroe y al poeta.
A fin de cuentas, en el marco de una naturaleza santificada por su presencia bienhechora,
Trujillo es una" alondra en cada pecho", por lo que, en la multitud que dialoga en el poema,
rememorando al coro griego, la salmodia es única:
Dialogan dos. Todos dialogamos:
-Sin Trujillo las tardes no me gustan, los montes no me gustan sin Trujillo la tierra no es
alegre. Es, sin dudas, el sol americano.
Ni siquiera el ingenio puede saltar el marco del poema ancilar. La predeterminación
heroica provee los decorados ficticios, los rasgos de ensueño de un mundo fraternal, en el
que el poema transforma la cotidianidad prosaica de la dictadura. En su típico estilo, el
poeta Manuel del Cabral, intentó saltar sobre la trampa ideológica. Su poema, "Un cuento
para Angelita en el Año del Benefactor", recurre a los mismos contenidos de la filosofía de
la historia del trujillismo, pero se desliza como una narración infantil, descubriendo el
misterio y tocando, con ojos de maravilla, el desnudo azar de nuestro acontecer. Hay dos
tiempos, dos líneas temporales en la narración referida, que convergen en el mito
fundacional de la "Era", el ciclón:
"Y a la isla le cayeron todos los males, igual que al principio al Capitán: miserias,
humillaciones, y fuetazos de huracán...
De aquí en adelante, la realidad responde a un encantamiento singular, que tiene la ventaja
de ser presentado con esos rasgos ante la imaginación de una niña, que no por ser la hija de
Trujillo, carece de interés por lo maravilloso:
Entonces, pasó una cosa... ¿Qué?
Que se va poniendo nuevo todo lo que va una mano tocando como la vara de Moisés.
Prestidigita con oro: miel sonora y muda miel, Brujo del agua y la tierra ¿Qué ve?
Que al tocar la selva intacta brota un batallón de azúcar que se va hasta el mar a pie.
La sorpresa final es, sin embargo, más enternecedora: de todo lo grandioso que hizo
Trujillo, superándose siempre a sí mismo, sólo una cosa le resultaba insuperable: la propia
Angelita:
Sólo otra cosa hizo el Mago que no ha superado aún...
¿Otra cosa?
Sí.
Tú.
Angelita resulta ser aquella a quien le cuentan la historia y lo contado, personaje referido
en la ficción y lo real: Divinización por osmosis de la hija del benefactor, que por serlo, es ya
la más portentosa realización del superbo. Artilugio verbal en el que el mito doblega al
ingenio.
También el grado de superlativa presencia del mito tutelar intimida la lengua. "Monumento
a un héroe- Trujillo-", el poema de Carlos Curiel, resuelve una grave indecisión en la lengua,
pero al mismo tiempo proyecta lo limitado de este instrumental, al momento de describir,
con rasgos imperecederos, la grandeza de Trujillo. La meditación parte de la
responsabilidad de seleccionar los materiales con los cuales se construirá un monumento
que eternice la "noble dimensión de padre y guía" de Trujillo.
La incertidumbre se asemeja a una duda metódica, y por su trascendencia, el peso
abrumador del acto, coloca al poeta en las fronteras mismas de lo sagrado:
Qué elementos de eternidad escogeremos -sonoro bronce o perdurable mármol-
Se pregunta angustiado. Y luego se tortura aún más, interrogándose sobre la forma en que
se plasmará esa grandeza:
¿Cuál de tus gestos en la inerte materia aprisionado quedará, fijo en el tiempo eterna cifra
de tu vida ilustre?
Para, finalmente, liberarse, en un arrebato romántico, de las angustias de su meditación:
¡Qué importa el material! Exclama, alborozado por el hallazgo: bronce, granito, mármol. La
firme roca y el metal dispuesto en arco tenso que tu nombre lance a través de los siglos
venideros, jamás resumirán tu gloria entera.
Tal la grandeza de la obra, ella misma paralizando por sus dimensiones en qué material
eternizarla, y que se hace pesado dilema, que el poeta graba, al fin, en la palabra misma,
ante la imposibilidad de abarcarla en cualquier otra textura conocida.
El poema trujillista tiene esa contradicción metafísica, el rasgo marcadamente hiperbólico
del mito, la dificultad de atrapar toda la riqueza de ese hombre-Dios desplegado en la
historia, inviste en la lengua una parálisis sagrada.
Los ejemplos presentados son suficientes, sobre todo porque hemos seleccionado autores
de gran trascendencia en la vida cultural dominicana. Pero si continuáramos trabajando los
textos incluidos en este Album Simbólico, tomando los poemas de escritores también
importantes, como Aída Cartagena Portalatín ("Para siempre Trujillo), Freddy Gatón Arce
("Canto material a Trujillo"), Lupo Hernández Rueda ("Llego una luz contigo"), Víctor
Villegas ("Benefactor de la Patria") Abelardo Vicioso ("Navegante del mundo"), Manuel
Valerio ("Cinco estrellas perfilan el curso de la gloria"), Máximo Avilés Blonda ("A
Trujillo"), y otros, el resultado sería la constatación en el texto, del aplastamiento espiritual
que el sistema de significación mitológica del trujillismo impuso.
Bajo el peso de la alienación que contienen, los ciento tres escritores representados, son un
mismo poema. En la mirada celeste del déspota, los unifica la tersura de la violencia
simbólica que vive, también, en el ciudadano común. Hay una ausencia dolorosa en este
Álbum Simbólico, que pasa la violencia como un desdén del espíritu. Se trata del poeta
estrafalario Juan Sánchez Lamouth, que tenía obra y nombre suficientes para ser incluido.
Por dos razones debió estar en la antología: por su obra de auténtico poeta, muy superior a
la de la mayoría de los incluidos, y por trujillista, cosa que reiteraba en sus numerosas
publicaciones, incluso como un medio de vida.
Lamouth fue excluido por el rechazo que siempre despertó su informalidad y pobreza
solemne, y él siempre se quejó amargamente de esa injusticia. Lamouth era un verdadero
buhonero de la palabra. Vivía de sus versos, dedicaba sus libros y sus poemas a los
poderosos y les cobraba sin piedad las dedicatorias. El y Domingo Moreno Jiménez eran los
únicos que vivían íntegramente de la literatura, aunque la austera dignidad del Sumo
Pontífice del "Movimiento Postumista" distaba mucho de la bohemia disoluta del poeta de
la "Aldea". De modo que, además del peligro político que significaba no aparecer en el
Álbum Simbólico que conmemoraba los veinticinco años de poder del "Jefe", Lamouth
arriesgaba la suciamente judaica comida de todos los días. Si ese desaire tomaba cuerpo,
era casi imposible que los poderosos pagaran sus versos.
El Álbum Simbólico se acabó de imprimir el 3 de octubre de 1957, y el 11 de agosto de
1958, Juan Sánchez Lamouth ponía en circulación su libro 50 Cantos a Trujillo y una Oda a
Venezuela (9).
Diez meses después del Álbum Simbólico que no lo acogió como poeta ni como trujillista,
Lamouth publica cincuenta cantos a Trujillo, casi uno por cada dos poetas del Álbum. Pero
eso no es todo. El 14 de junio de 1959, la Editora del Caribe ponía a circular el libro Canto a
las legiones de Trujillo. Uno no sabe si la fecha es coincidencia, pero el colofón del libro
dice: este libro se terminó de imprimir en los Talleres tipográficos de la Editora del Caribe,
C. por A., Ciudad Trujillo, Distrito Nacional, República Dominicana, el día 14 de junio
del959.
Si la fecha que consigna el colofón es cierta, habría que admitir que Canto a las legiones de
Trujillo es el libro más oportunamente ancilar de la "Era", puesto que el 14 de junio de
1959 otra legión de antitrujillistas invadía el país e irían a morir en las montañas de
Constanza, Maimón y Estero Hondo (10).
(9) Lamouth… Juan Sánchez. 50 Cantos a Trujillo y una Oda a Venezuela, Editora del Caribe,
Santo Domingo, 1958.
Después de muerto Trujillo, Lamouth blandía un ejemplar del Álbum Simbólico en las
frecuentes discusiones de intelectuales, argumentando que su exclusión demostraba que
"estaba en desgracia" con el régimen, y explicaba sus publicaciones posteriores como una
precaución imprescindible para sobrevivir.
Menos abundante, y todavía menos conocida, la literatura trujillista levantó una narrativa.
Carece de importancia artística alguna, y repite, hasta en su forma más grotesca, el
esquema historicista de la ideología. Contrario a la poesía, no contaba con el favor del
tirano, por lo que sus publicaciones no pasan de tres o cuatro novelas, dos de un mismo
autor. Trujillo no dejó constancia de que alguna vez haya leído una novela. El poema, en
cambio, lo conmovía de tal forma, que una metáfora certera podía significar la felicidad de
un prójimo. La narrativa levantó su universo manipulando el mito, tan próxima a la
propaganda, que la composición del espacio novelesco se confundía con ella. Sin el apoyo
de Trujillo, plegada a la propaganda que era más efectiva, la narrativa trujillista no alcanzó
el "lujo" del poema, ni se difundió como la poesía, con el amplio patrocinio del gobierno.
Compay Chano (11) de Miguel Alberto Román es la más conocida, junto a Gente de Portal (12)
del mismo autor. Miguel Alberto Román es un publicista destacado del trujillismo, con
otros libros de exaltación al régimen, y sus novelas recogen en forma directa los contenidos
del sistema de significación mitológica que en el trujillismo funcionan como ideología.
Compay Chano, por ejemplo, trata el tema de la masacre de 1937, y su lectura no se
diferencia en nada de la lectura de un parte oficial del gobierno dominicano sobre el hecho.
Trujillo tiene en la novela, tres formas de presencia: como álter ego de Compay Chano, un
ganadero dominicano de la línea fronteriza, que encarna la resolución heroica de expulsar a
los haitianos de la zona. Como personaje propiamente del discurso ficcional, ya que él
forma parte como tal del universo novelesco. Y, finalmente, como realidad externa a la
ficción referida reiteradas veces por el autor en esa mezcla de novela-ensayo que es
Compay Chano, y en la sustentación historicista que le va dando el autor al relato.
(10) La Duda parte de la personalidad del propio Lamouth que era capaz de hacer
consignar esa fecha en el colofón, como muestra de su trujillismo profesional. Con un libro
con ese título, y una fecha de tanta significación trujillista en el colofón, Lamouth se podría
considerar un hombre de suerte, y son pocos los funcionarios públicos trujillistas que se
salvaron del sablazo económico que la dedicatoria de un libro tan" patriótico" conllevaba.
(11) Román, Miguel Alberto. Compay Chano, Editorial El Caribe, Ciudad Trujiillo, 1949.
(12) Román, Miguel Alberto. Gente de portal, Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo, 1934.
La novela es burdamente antihaitiana, y el cuadro inicial es una descripción de
mansedumbre y felicidad entre Compay Chano, su hijo Julián y la abuela. La peonada que
viste de fuerte azul, es un coro de aprobación servil a la vista plácida de la comarca.
Entonces la abuela cuenta cómo muere la madre de Julián, luchando contra una haitiana
que, a los pocos días de nacido, quería robarle el hijo. La historia reproduce una
superchería común de los dominicanos, según la cual "los haitianos comen niños". Después
de un conjunto de peripecias, protagonizadas por bandas de merodeadores haitianos que
azotaban las propiedades fronterizas, la novela reproduce el relente hazañoso de los
hechos que en la "vida real" protagonizó Trujillo con el "corte".
Compay Chano y su hijo Julián encarnan, en principio, la confrontación típica entre
civilización y barbarie, sólo que en este caso es la barbarie la que triunfa sobre la
civilización. Después de la Masacre la frontera se describe como arribo de épica:
"Era una égloga de Paz la frontera de la República Dominicana, después de la expulsión de
los nativos de la república de Haití en el año 1937. El trabajo de los dominicanos ahora
abría en la tierra libre los surcos de la prosperidad nacional en aquella región fronteriza
que había sido usurpada y pillada por los haitianos. El gobierno dominicano que había
condenado a culpables y pagado una indemnización al gobierno haitiano, de acuerdo al
tratado de Washington de 1938, desarrollaba después un plan pacifista de
dominicanización fronteriza" (13).
En la algarabía de la ficción, el autor se cuida de no traspasar la versión oficial: "el gobierno
castigó a los culpables, y pagó indemnización", afirma, echando por tierra todo el edificio
heroico que le había asignado a la "epopeya" de Compay Chano. La dimensión del crimen
obliga a este circunloquio, y el pavor de la desmesura, que el régimen arrojó elípticamente
sobre la carga épica de conformación nacional, es la confirmación de la culpa. La masacre
de 1937 no tenía épica posible por la mala conciencia que grabó en la nación, exterminio
desigual que dejó sin mito intermediario el discurso de la ficción, y que únicamente la
ideología del trujillismo levantó horrorizada y vergonzante, como mito por permutación.
Por eso, Compay Chano termina con los gritos jubilosos de esperanzas de las multitudes
migratorias que marchaban entonces hacia la Paz y la prosperidad lograda en la frontera,
pues la "Era de Trujillo", representada en muchos de sus símbolos realistas, creaba a todo
lo largo de la frontera una barrera de civilización. Salvo la capacidad y maestría en su
género, no hay ninguna diferencia con el discurso de Manuel Arturo Peña Balle "El sentido
de una política". La hipermetáfora de la novela es el signo de amparo que Trujillo encarna
en la vida nacional.
Igual signo de amparo gobierna la hipermetáfora de Gente de Portal que se inicia el 23 de
febrero de 1930, con el llamado Movimiento Cívico que llevaría a Trujillo al poder. Los
personajes son labrados como arquetipos negativos o positivos, de una sola pieza,
bamboleándose en las vicisitudes de la historia política y de la inestabilidad clásica del país.
En el espacio novelesco interactúan personajes históricos reales (Desiderio Arias, Estrella
Ureña, Martínez Reyna, Federico Velázquez, y muchos otros que tomaron parte en los
acontecimientos desencadenados después del 23 de febrero de 1930), junto a personajes
de la ficción (El general Juan Castellón, Don Armando, Alfredo, y muchos otros).
Dependiendo de su relación con el trujillismo, o de su oposición al mismo, los personajes de
la ficción se cargarán de un contenido negativo (El general Castellón, por ejemplo, figura
conchoprimesca, brutazo, corrompido y sensualista, responde políticamente al general
Desiderio Arias), o positivo, si culminan en el desenlace de la trama narrativa, del lado de
las ideas del absolutismo trujillista (como Don Armando y su hijo Alfredo).
(13) Compay Chano, Op.Cit., p. 279.
Como la naturaleza violenta de los personajes históricamente datados, está en el fondo de
la historia narrada, y ella se transfiere a la ficción, es esa concupiscencia manigüera lo que
Trujillo arrasa, sobreviniendo en la imagen del mundo, y mágicamente, la unidad. Es la
ficción puerilmente clarificada en el estado de tipo. El trujillismo distanció tanto la vida y la
palabra, que incluso la ficción se hizo pura institución de la realidad alienada. Ningún
mundo onírico, ningún vuelo del pensamiento creativo sobre esa historia maniquea. En ese
mito de proyección que era el trujillismo, se simplificaron tanto las contradicciones por el
nivel de la violencia, que allí todo era fácil, transportable hacia los claros intereses del
orden.
No es necesario subrayar el final de la historia, la probidad del trujillismo es que diferencia
su arribo maravilloso de todo lo que ve en el pasado. Como el Dios barbado de los
precolombinos, toda historia que aluda a la "Era", llega empolvada del borroso ayer. La
ficción que lo asume, empantana su vuelo en este símbolo de la felicidad. Gente de Portal
dibuja el caos, y en el signo de amparo de Trujillo, consuma la felicidad del arribo. Ese es el
clima obligado de toda épica que quiere mostrar la gentileza benéfica del progreso, que
debe a la opresión y al miedo el absurdo del pensamiento uniformado. Trujillo fue la
plenitud del miedo, ninguna ficción aliada al terror y al espanto, podía traducirlo.
Camisa de fuerza que oprime la novela de Luis Henríquez Castillo, La Montaña de azúcar
(14), dotada de una estructura picaresca en la que los cambios de situaciones y de oficios del
Para tener una idea de la importancia que el aparato ideológico dio al Merengue, se puede
señalar que, por ejemplo, la Antología musical de la Era de Trujillo 1930-1960, del músico e
investigador don Luis Rivera, publicada en cinco volúmenes, recoge casi quinientas
composiciones de merengue, de las cuales unas trescientas se dedican a exaltar la persona
y la obra del benefactor de la Patria (20). El Merengue es un habla natural que albergaba el
mito, pero que por su origen, en determinado momento en que sale a flote su función
catártica, puede expresar también la privación del mito. Como, en efecto, ocurrió con
Trujillo. A los pocos días de su muerte, el Merengue que lo acompañó en su reinado, se
apropió de uno de esos epítetos naturales con el que la imaginación popular vulneraba su
sacralidad (a Trujillo le decían "el chivo"), y cantó la abolición del mito:
"Mataron al chivo, y se lo comieron. Mataron al chivo y no me lo dejaron ver... Mataron al
chivo, en la carretera, mataron al chivo y no me lo dejaron ver..."
(20) El inventario aparece en: Antología del merengue, Op.Cit., p. 31, Ver también, Rivera
Luis. Antología musical de la Era de Trujillo, 1930-1960, Secretaría de estado de Educación
y Bellas Artes, 5 Tomos.
Andrés L. Mateo