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Vulcanismo

La actividad volcánica en Ío o vulcanismo en Ío, uno de los satélites de Júpiter, produce ríos de lava, pozos volcánicos y
plumas1 de azufre y dióxido de azufre que son lanzadas a cientos de kilómetros de altura. Esta actividad volcánica fue
descubierta en 1979 por los científicos encargados de analizar las imágenes de la sonda Voyager 1.2 La observación de Ío
mediante las misiones espaciales del Programa Voyager, Galileo, Cassini y New Horizons, junto con los distintos
observatorios astronómicos terrestres, revelaron más de 150 volcanes activos, aunque se supone la existencia de más de
400 volcanes en total en este satélite.3 La actividad volcánica de Ío hace de este satélite uno de los cuatro objetos celestes
volcánicamente activos que se conocen en nuestro sistema solar, junto con la Tierra, Encélado (satélite de Saturno) y
Tritón (satélite de Neptuno).

La fuente de calor de Ío proviene del efecto conocido como calentamiento por marea. La variación de la fuerza de atracción
de Júpiter debida a la excentricidad de la órbita de Ío y a la rotación sobre su propio eje generan intensas fricciones en el
interior del satélite. Este efecto fue predicho poco tiempo antes del sobrevuelo de la Voyager 1. El calentamiento,
producto de la fuerza de marea, se disipa a través de su corteza,4 y difiere del calor geotérmico interno que posee la
Tierra, que proviene del decaimiento radiactivo.5 La ligera diferencia en la atracción gravitatoria de Júpiter hace que Ío
sufra un abultamiento debido a la fuerza de marea que varía al pasar del punto más cercano al más lejano de su órbita.
Esta variación que modifica la forma de Ío causa el calentamiento interno por fricción. Sin este calentamiento de marea,
Ío sería similar a la Luna de la Tierra, geológicamente muerto y cubierto de cráteres por los impactos de asteroides, ya que
son cuerpos de tamaño y masa similares.

La actividad volcánica de Ío ha producido la formación de cientos de centros volcánicos y extensas formaciones de lava,
haciendo de este satélite el cuerpo celeste volcánicamente más activo del sistema solar. Existen tres tipos diferentes de
erupciones volcánicas identificadas, difiriendo en duración, intensidad, radio de efusión, y en si la erupción se produce
dentro de una «fosa volcánica», en cuyo caso este tipo particular de formación se denomina patera. La lava, compuesta
principalmente por basalto, fluye en Ío por decenas o inclusive cientos de kilómetros, y es similar a la de los escudos
volcánicos de nuestro planeta.

Proceso de formación del suelo


La causa principal de la formación de los suelos es la meteorización, que consiste en la alteración que experimentan las
rocas en contacto con el agua, el aire y los seres vivos. Pueden distinguirse:
 Meteorización física o meteorización mecánica es aquella que se produce cuando, al bajar las temperaturas, el
agua que se encuentra en las grietas de las rocas se congela. Así aumenta su volumen y provoca la fractura de las
rocas.
 Meteorización química es aquella que se produce cuando los materiales rocosos reaccionan con el agua o con las
sustancias disueltas en ella.
La actividad biológica puede contribuir tanto a la meteorización física como a la química.

El suelo puede formarse y evolucionar a partir de la mayor parte de los materiales rocosos, siempre que permanezcan en
una determinada posición el tiempo suficiente para permitir las anteriores etapas. Se pueden diferenciar:
 Suelos autóctonos, formados a partir de la alteración de la roca que tienen debajo.
 Suelos alóctonos, formados con materiales provenientes de lugares separados. Son principalmente suelos de
fondos de valle cuya matriz mineral procede de la erosión de las laderas.
La formación del suelo es un proceso en el que las rocas se dividen en partículas menores mezclándose con materia
orgánica en descomposición. El lecho rocoso empieza a deshacerse por los ciclos de hielo-deshielo, por la lluvia y por otras
fuerzas del entorno:

El lecho de roca madre se descompone cada vez en partículas menores. Los organismos de la zona contribuyen a la
formación del suelo desintegrándolo cuando viven en él y añadiendo materia orgánica tras su muerte. Al desarrollarse el
suelo, se forman capas llamadas horizontes. El horizonte A, más próximo a la superficie, suele ser más rico en materia
orgánica, mientras que el horizonte C contiene más minerales y sigue pareciéndose a la roca madre. Con el tiempo, el
suelo puede llegar a sustentar una cobertura gruesa de vegetación reciclando sus recursos de forma efectiva Cuando el
suelo es maduro suele contener un horizonte B, donde se almacenan los minerales lixiviados.

Se denomina suelo a la parte superficial de la corteza terrestre, biológicamente activa, que proviene de la desintegración
o alteración física y química de las rocas y de los residuos de las actividades de seres vivos que se asientan sobre él. Son
muchos los procesos que pueden contribuir a crear un suelo particular, algunos de estos son: la deposición eólica,
sedimentación en cursos de agua, meteorización, y deposición de material orgánico. De un modo simplificado puede
decirse que las etapas implicadas en la formación del suelo son las siguientes: «Instalación de los seres vivos
(microorganismos, líquenes, musgos, etc.) sobre ese sustrato inorgánico».

Amenaza desastre y gestiones de riesgo


AMENAZA: Factor externo de riesgo, con respecto al sujeto o sistema expuesto vulnerable, representado por la potencial
ocurrencia de un suceso de origen natural o generada por la actividad humana, con una magnitud dada, que puede
manifestarse en un sitio especifico y con una duración determinada, suficiente para producir efectos adversos en las
personas, comunidades, producción, infraestructura, bienes, servicios, ambientes y demás dimensiones de la sociedad.

RIESGO: Magnitud probable del daño a las personas y sus bienes, en un territorio o ecosistema especifico (o en algunos
de sus componentes) en un periodo momento determinado, relacionado con la presencia de una o varias amenazas
potenciales y con el grado de vulnerabilidad que existe en ese entorno.

GESTION DE RIESGO: Para tener percepción de un riesgo hay que identificarlo primero, y para ello, hay que conocer cuáles
son esos riesgos, cómo evitarlos o modificarlos, para así prevenir sus potenciales efectos o al menos alcanzar la resiliencia
necesaria para superarlos. El concepto «resiliencia», se refiere a la capacidad de un sistema, comunidad o sociedad
expuestos a una amenaza para resistir, absorber, adaptarse y recuperarse de sus efectos de manera oportuna y eficaz, lo
que incluye la preservación y la restauración de sus estructuras y funciones básicas. En otras palabras, significa la capacidad
de «resistir a» o de «resurgir de» un choque. La resiliencia de una comunidad con respecto a los posibles eventos que
resulten de una amenaza se determina por el grado al que esa comunidad cuenta con los recursos necesarios y es capaz
de organizarse tanto antes como durante los momentos apremiantes. Su dimensión es válida en la integración de la
adaptación al cambio climático y la reducción del riesgo de desastres. La comunicación del riesgo es un conjunto de
capacidades y conocimientos para transmitir a la sociedad una información adecuada sobre una crisis potencial o en
desarrollo, reconociendo la lógica incertidumbre y sin intentar eliminar por completo los temores. Para ello se requieren
planificación, identificar lenguajes, gestionar percepciones y buscar puntos de equilibrio.
Cuando se concreta una amenaza y ocurre un desastre, los niños y niñas que se encuentran en las escuelas es uno de los
grupos más vulnerables, y corren un mayor riesgo de perder la vida cuando estas instalaciones no son seguras. Además,
un centro educativo que permanezca sin daños puede servir como albergue mientras se identifica otra instalación y así
puedan retomar a las clases.

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