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Resulta bastante compleja la denominación asignada a cada grupo aborigen por los
estudiosos de diferentes épocas. En líneas generales, puede decirse que estos han
sido llamados guanahatabeyes, ciboneyes o taínos, según, algunos; taínos o
subtaínos, según otros; y cazadores, pescadores-recolectores, protoagricultores y
agricultores, en estudios más veraces y recientes, en función de su estadío de
desarrollo. Lo importante, en verdad, estriba en precisar que los primitivos pobladores
del archipiélago no llegaron a este de una vez por todas, sino que aún continuaban
asentándose en el mismo a fines del siglo XV, y la conquista y colonización españolas
paralizó su evolución cultural en Cuba.
Los historiadores estiman que a la llegada de Cristóbal Colón a Cuba, la isla estuvo
habitada por unos 300 mil indios. Estos grupos estaban llegando, en 1492, a un grado
superior de vida, anímica, con una superestructura que ya incluía enterrar a sus
muertos, y una incipiente división interna de las funciones dentro del grupo, entre el
jefe (cacique) y el resto de la población, de la cual se destacaba el individuo
encargado de las funciones religiosas, llamado behique. La elaboración de
pictografías y ciertos juegos (batos) y bailes (areitos) reflejan la complejidad anímica
que muy lentamente alcanzaba la sociedad aborigen de la región oriental cubana a la
llegada de los españoles. Cinco siglos después, la toponimia insular debe mucho aún
a estos primeros pobladores.
El clima noble, la variada flora con abundantes alimentos naturales desde frutas
hasta tubérculos que aún hoy forman parte de la dieta de los cubanos como
el boniato y la yuca así como la inexistencia de animales peligrosos, favorecían de
manera especial la vida de los pobladores originales del archipiélago. Entonces sólo
los huracanes ―cuyo paso desde luego era imposible de pronosticar― constituían
una amenaza a la vida, pero aún frente a ellos existía el amparo protector de las
cuevas.