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Restringir el materialismo puede elevarte espiritualmente.

En el Monte Sinaí, cuando Dios nos dio a entender por primera vez cómo sería vivir
una vida de Torá, Él nos prometió: “Ustedes serán un reino de sacerdotes y un goi
kadosh, una ‘nación santa’” (Éxodo 19:6).

Ahora, 3.300 años después, ¿qué adjetivos describen de mejor manera nuestra vida
diaria? Muchos podrían resumir su realidad existencial con términos
como apurada y estresante. Unos pocos describirían sus vidas
como alegres o satisfactorias. Y una pequeña minoría llegaría a decir que sus vidas
son morales o incluso heroicas.

¿Pero cuántos de nosotros sentimos que gran parte de nuestra existencia


es kadosh, ‘santa’? ¿Es posible que vivamos inconscientemente vidas
de kedushá, ‘santidad’, o somos una generación que ha comenzado a perder el
contacto con la esencia misma de lo que significa ser judío?

Definiendo kedushá y tumá


¿Qué significa kedushá? Una investigación superficial de las fuentes talmúdicas nos
muestra que kedushá es lo opuesto a tumá (impureza espiritual). Sin embargo esto
no aclara las cosas, ya que también nos resulta sumamente difícil definir la
palabra tumá de forma concreta o práctica.

Rashi ofrece una pista extremadamente útil para definir ambos términos. En su
comentario a Levítico 1:1, Rashi revela que Dios le habló a los profetas gentiles
utilizando un lashón tumá (lenguaje impuro), pero que a Moshé le habló utilizando
un lashón jibá (lenguaje afectivo).

Tanto jibá, ‘afecto’ como kedushá son el opuesto a tumá. Entonces, afecto
y kedushá tienen que estar relacionados. Kedushá es una forma de cercanía o
intimidad.

Santidad es un estado en el que no hay distracciones.


Rabí Moshé Jaim Luzatto (Ramjal) refuerza esta idea en su obra clásica La senda de
los justos. Allí él define kedushá como un estado en que una persona “incluso en
medio de realizar los actos físicos necesarios para sustentar su cuerpo, nunca se
desvía de la más elevada intimidad”. De acuerdo al Ramjal, kedushá es un estado
en el que no hay distracciones, una experiencia en la que dos seres se unen a tal
nivel que todo lo demás es irrelevante. Es el estado que describió el Rey David: “Mi
alma está aferrada a Ti” (Salmos 63:9).

El buscapleitos
Si kedushá es intimidad, entonces tumá, su opuesto, debe ser distancia y
desconexión. Lashón hará, el habla que destruye relaciones, es
inherentemente tamé, impura; durante los tiempos bíblicos el acto de habla impura
producía lesiones cutáneas visibles que requerían cuarentena y purificación ritual
(Levítico 13).

De la misma forma, siempre que un óvulo o un espermatozoide humano son


descargados por separado, en lugar de unirse para crear una nueva unidad,
hay tumá (Levítico 15). Cuando el cuerpo y el alma se separan hay tumá (Números
19).

En un comentario mucho más profundo de lo que tenemos capacidad para


comprender, Rabí Menajem Recanati, un cabalista del siglo 14, observó:
“Kedushá es la preservación de la unidad de los mundos y tumá es ‘el buscapleitos
que separa a los cercanos’”.

La referencia a un ‘buscapleitos que separa a los cercanos’ es tomada de


Proverbios 16:28, pasaje sobre el que los comentaristas clásicos ofrecen diferentes
interpretaciones. De acuerdo a Rashi, es un chismoso que se separa a sí mismo de
Dios. De acuerdo a Ibn Ezra, es quien inspira violencia y causa disolución en todas
las relaciones sociales. De acuerdo al Gaón de Vilna, es quien destruye una relación
entre el hombre y su esposa. Pero de acuerdo a todos, kedushá es cercanía
y tumá es distancia.

Creación de intimidad
Paradójicamente, crear intimidad requiere separación. Primero debemos quitar
todas las barreras potenciales que hay entre nosotros y nuestro ser querido. En
Levítico 20:26, Dios propone “Sean Mis kedoshim, ‘Mis sagrados’”; Rashi explica: “Si
se separan de los otros pueblos, entonces serán Míos”.

Para el matrimonio, un hombre toma a una mujer por medio del kidushín, un
proceso que prohíbe a la mujer para todos los demás pretendientes. De acuerdo al
Ramjal, damos el primer paso hacia la kedushá personal separándonos de las
indulgencias físicas que distraen nuestra atención de Dios.
La conexión absoluta requiere dos superficies que hayan sido esterilizadas
quirúrgicamente.
El factor común en todos estos pasos iniciales hacia la kedushá es la remoción de
las distracciones y la eliminación de la interferencia. La conexión absoluta requiere
dos superficies que hayan sido esterilizadas quirúrgicamente.

Sin embargo, alcanzar la kedushá parece ser un proceso de dos etapas. El Ramjal
explica: “El comienzo es trabajo y el final recompensa; el comienzo es esfuerzo y el
final es un regalo. Comienza con uno santificándose a sí mismo y termina con uno
siendo santificado”.

Al remover activamente todas las distracciones creamos un espacio para la


intimidad real en nuestras vidas. Lo único que podemos hacer es preparar el
terreno; la cercanía de la kedushá —ya sea entre el hombre y Dios, entre seres
humanos o entre el cuerpo y el alma—, es un regalo de Dios.

Hacer lugar para un ser querido


Ahora es más claro por qué es posible que sintamos una falta de kedushá en
nuestras vidas. No hay mucho lugar para la intimidad, no hay mucho lugar para la
cercanía. Nunca ha habido una generación que esté más bombardeada con
distracciones, con “buscapleitos” que separan a los seres cercanos. En una palabra,
con tumá.

Hay veces que permitimos que la tecnología se meta en el camino de la kedushá.


En el pasado, lo único contra lo que tenían que luchar las mujeres para captar la
atención de sus maridos era la TV y el periódico. Hoy en día internet capta la
atención incluso de los esposos más devotos y los teléfonos inteligentes les
permiten chequear constantemente el precio de las acciones y los titulares en
medio de las reuniones. Los teléfonos celulares, que fueron creados supuestamente
para mejorar la conectividad, nos siguen a los restaurantes, a la sinagoga y a los
cuartos más privados de nuestro hogar, destruyendo los momentos íntimos que
hacen que valga la pena vivir.

A menudo nos distraemos tanto con las galletitas de chocolate que no advertimos a
quien las horneó para nosotros.
A veces permitimos que la comida se meta en el camino de la kedushá. Amamos las
cosas dulces, amamos lo que engorda. Usamos esa palabra sin percibir la
atemorizante verdad que transmite. A menudo nos distraemos tanto con las
galletitas de chocolate que no advertimos a quien las horneó para nosotros; nos
distraemos tanto por los miles de restaurantes y productos que hay disponibles (y
por la experiencia gustativa que prometen) que no advertimos al Chef verdadero
que hay detrás del banquete.

A menudo permitimos que la ropa, la casa, la carrera y la interminable lista de otros


“buscapleitos” se interpongan entre nosotros y la intimidad real.

Quizás un judío normal que vive en el siglo 21 sólo pueda experimentar


la kedushá si da un paso atrás de las distracciones. Es posible que la antigua
fórmula para lograr conexión (“Kedoshim tihiyú, prushim tihiyú”, por medio de la
separación pueden lograr santidad) nunca haya merecido más atención que en
esta, la más moderna de las generaciones.

Un plan práctico para lograr kedushá


La verdad es que uno no puede tener lo mejor de ambos mundos. La indulgencia
egoísta llevada al nivel de adicción interfiere con la cercanía. Quienes trabajan en el
tratamiento de alcohólicos, drogadictos y comilones compulsivos tienen esto muy
claro.

Debemos crear más espacios y tiempos para quienes queremos amar. Debemos
liberarnos del hipnotizador control absoluto de la modernidad para poder
reenfocarnos en las relaciones. No necesariamente tenemos que hacer cambios
rotundos en nuestra vida de la noche a la mañana; de hecho, casi sin excepción, el
progreso espiritual real sólo es posible por medio de pequeños —pero
consistentes— pasos hacia adelante. No podemos permitir que el tentador
progreso nos distraiga y esperar enfocarnos de todas formas en una persona
querida.

El progreso espiritual real ocurre por medio de pequeños —pero consistentes— pasos
hacia adelante.
La búsqueda de la kedushá no nos exige que abandonemos los celulares, aunque sí
es posible que requiera que los apaguemos durante ciertas horas cruciales cada
día. Hay ciertas tecnologías (como la casilla de correos de voz) que, si las usamos
con inteligencia, pueden incluso ayudarnos a crear la privacidad y la tranquilidad
necesarias para el florecimiento de la kedushá.

Cortar con nuestra fascinación por la comida no implica olvidar el sushi o el helado,
pero sí puede ser de ayuda limitar esas indulgencias a Shabat, las festividades y
otras smajot que nos ayuden a enfocarnos menos en la comida y más en Dios y en
nuestros seres queridos.
Muchos judíos concentran sus compras de ropa en los períodos de las festividades,
y una adherencia aún más rigurosa a este régimen nos liberaría del ocio ritual en
los centros comerciales y de devorar las publicidades y los catálogos de ropa
durante los meses de baja temporada. Si bien para llevar una vida de santidad no
hace falta que nos alejemos de una carrera exitosa, puede que sí necesitemos hacer
lugar en nuestra agenda profesional para la plegaria, el estudio de Torá y quizás
incluso para cenar con los niños.

Esta no es una lista de recomendaciones ni exhaustiva ni universal, y tampoco


pueden ser implementadas todas estas ideas de una vez. Lo que sí podemos hacer
es que todos los años, quizás en Rosh HaShaná, sea una costumbre familiar dar un
pequeño y práctico paso hacia la kedushá. Puede que los efectos de tal costumbre
en un período de 5-10 años vayan más allá de lo imaginable.

Una nación santa


Hace muchos años, una mujer soltera secular pasó una comida de Shabat con mi
familia. Era viernes por la noche. Ella se sentó muy tranquila viéndonos hablar, reír y
cantar. Al final de la noche se dirigió a mí y, con absoluta seriedad, me preguntó
cómo había logrado tener una relación tan buena con mi esposa y con mis hijos. Al
igual que muchas personas que crecen en esta época de la historia, esta mujer
nunca había visto kedushá, por lo que la conmovió verla.

La verdad es que virtualmente todo judío tiene el potencial para tener


verdadera kedushá en su vida. Tenemos Shabat. Tenemos festividades. Durante
esos tiempos especiales, nos alejamos de las distracciones y tratamos de
enfocarnos más en Dios y la familia. La cashrut limita nuestras indulgencias
culinarias.

El intrincado sistema de la Torá crea tiempo y espacio para la cercanía. Dios nos
dijo: “Ustedes serán un reino de sacerdotes y un goi kadosh”, y a menudo vivimos
el cumplimiento de esa promesa. Ahora tan sólo quisiéramos vivirlo un poco más.

Si asumimos hoy un valiente compromiso, quizás el próximo año miremos hacia


atrás y declaremos: Su comienzo fue trabajoso y su final recompensa, su comienzo
fue esfuerzo y su final un regalo. Comenzó con nosotros santificándonos a nosotros
mismos y terminó con nosotros siendo santificados.

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