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A los seres humanos siempre los reúne la necesidad de compartir, de dialogar y de encontrarse
para abordar muchas situaciones que alegran, preocupan, e inquietan. Hoy es uno de esos momentos
en que la vida nos ha traído a este lugar para pensar en conjunto en un tema transcendental para estas
y las futuras generaciones. Los temas de la reconciliación, el perdón y la paz están sobre la mesa en
este recinto, pero el objetivo va mucho más allá de analizarlos, y es que al terminar esta jornada estos
conceptos de vida hayan impregnado sus corazones y que, desde otra mirada, la del alma empecemos
a pensar al otro y a sentir al prójimo mucho más cercano a cada uno de nosotros. Ese prójimo es el
vecino, el guerrillero, el que pide una limosna, el que ha fracasado y cometido errores, la mujer que
vende su cuerpo, el huérfano, el que ha caído en grandes errores, en fin, son todas las personas que,
de una manera u otra, están en nuestro camino.
Sobre la reconciliación se predican muchas cosas, pero ¿hay una vivencia real de esta idea?
¿O solo son palabras que se escuchan por doquier, que van y vienen de discurso en discurso?
Cuando miramos a nuestro alrededor, cunado aguzamos los sentidos, cuando percibimos
señales se aprecia como el rencor, el desprecio, el resentimiento, la palabra descortés y muchas otras
manifestaciones negativas siguen campantes en cada persona, en las comunidades, en nuestros
dirigentes, en la sociedad en general.
Entonces, como se puede hacer realidad la reconciliación que invita a volver, una y otra vez
a conciliar y esta acción implica ponerse de acuerdo, hablar, dialogar con respeto. Implica ponerse en
los zapatos del otro, obliga a mirar al otro desde la compasión. El Dalai Lama ha dicho que este siglo
debe ser el de la compasión y el del perdón para poder ser mejores seres humanos.
Pero ¿por qué es tan difícil la reconciliación? ¿Qué hace que nos encarnicemos con quien nos
hace daño? ¿por qué no somos capaces de perdonar a quien nos ofende? ¿Somos tan incapaces los
seres humanos de darle una nueva oportunidad a aquel que ha caído o se ha equivocado? Son tantos
los interrogantes que se originan cuando hablamos de temas como el que hoy nos reúne en este lugar,
que nos provoca un maremágnum de ideas que es necesario dilucidar reunidos para que entre todos
podamos ir cambiando un poco e ir logrando que en verdad la reconciliación pueda darse en este país
tan desangrado, tan herido, tan difícil, donde la vida no tiene valor para algunos, al igual que la
dignidad, el respeto, la consideración y todos los demás valores que nos rotulan como humanos.
Y qué decir del perdón, de esa capacidad de amar que nos invita a poner muchas veces la otra
mejilla. De esa voluntad férrea de no ver en el otro los defectos sino sus bondades. De esa posibilidad
de vivir el borrón y cuenta nueva. ¿O es que cada uno de nosotros no hemos pecado muchas veces?
¿No pensamos acaso, en que solo somos una pequeñísima partícula en este universo tan inmenso?
El no perdonar daña el corazón y los golpes de pecho, las oraciones, los ayunos, las
confesiones, los arrepentimientos pasan a ser actos sin sentido cunado en nuestro interior sigue
viviendo el rencor y la idea de, perdono, pero no olvido.
Perdonar es una de las pruebas más grandes de quien ama. Es la muestra de la generosidad
que hay en una persona, que puede llegar a entender que somos tan imperfectos, que nos estamos
tropezando a cada momento por una u otra razón y que fallamos. Vivimos en un mundo cargado de
tantas situaciones negativas que van provocando ira, dolor, miedo, rencor, y que van impregnándonos
de negatividad, de incapacidad de acercarnos con confianza al otro y por esto nos cerramos al perdón.
El perdón necesita nacer en cada corazón, no como un acto de hipocresía, sino como una
muestra de la capacidad de sentir al otro, de verlos con la verdadera caridad humana, de analizar su
situación y entenderla, de darle una vez y otra vez, otra oportunidad para redimirse y encontrar el
camino; pero solos no lo podemos hacer, se requiere la unión de fuerzas, de buenos sentimientos, del
apoyo mutuo.
Y qué decir de la paz. Todos hablan de paz, pero nadie se compromete, así se oía en un
programa televisivo. La bandera de la paz la enarbolamos todos, pero cuánto hacemos para que ella
sea una realidad que se siente cuando nos saludamos cada mañana, cuando estrechamos al otro en
nuestros brazos, cunado estampamos un beso en sus mejillas o en su frente, cuando hablamos de
alguien.
La paz es un estado ideal que hay que materializar de alguna manera, pero que es necesarios
construir con acciones significativas, aunque sean pequeñas. La paz debe instaurarse en nuestro
interior y debe reflejarse en la manera como tratamos al otro, en la forma como hablamos del otro, en
cada acción nuestra, en cada intento de acercarnos y conversar. La paz es paciencia, es amor, es
espera, es caridad. Ella es frágil y fuerte a la vez, es complicada, pero no por ello debe estar ausente,
tiene que ser un norte en la vida de los humanos. Tiene que caber en nuestros hogares, en nuestras
instituciones educativas, en las comunidades en las que vivimos, en cada instante de la vida.
La paz es un compromiso que debemos construir, vivir, sentir y valorar. Todos tenemos
derecho a una vida feliz, a una vida placentera, a estar en calma, aún en la pobreza.
La invitación es para todos, no solo vinimos aquí a participar de una actividad académica.
Hoy tenemos la oportunidad de trazar un nuevo camino, que debe empezar en nuestros corazones e
irradiar la vida que asumimos. Debe extenderse, cada vez, a un círculo mayor de nuestras relaciones
y debe permear todas nuestras actividades. De lo contrario hemos venido a perder el tiempo, a hacer
un discurso más, de los que comúnmente circulan por las calles y se escuchan a lo largo y ancho del
mundo.
Me despido diciendo, deseando y sintiendo que tengo el compromiso de perdonar, de
reconciliarme conmigo misma y con los demás y de seguir trasegando por el camino que conduce a
la paz. Además, confiando en que somos un milagro de amor, que tuvo en esta ocasión, la oportunidad
de pensar en estos tremas que nos dignifican y reconcilian como verdaderos humanos. Permitamos
que reinen la vida y la felicidad para la hemos nacido.
Muchas gracias.

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