La escatología se ha definido tradicionalmente como las
doctrinas de «las últimas cosas» (griego eschata); en relación con el ser humano tanto en su carácter individual (en cuyo caso está comprendida la muerte, resurrección, juicio y la vida eterna) o con el mundo. En este último aspecto, algunos confinan la «escatología» al fin absoluto del mundo, excluyendo así mucho de lo que comúnmente comprende el término. Tal restricción no procede de un buen análisis bíblico. La expresión hebrea bəʾaḥărîṯ hayyāmîm traducida en la LXX en tais eschatais hēmerais («en los últimos—o finales— días»), puede significar el fin del presente orden o incluso «el más allá». Por tanto, es mejor dar una definición amplia. El concepto bíblico del tiempo no es cíclico (como en la concepción griega, en la que escatología podría referirse únicamente al cumplimiento de un ciclo), ni puramente lineal (en cuyo caso, la escatología podría referirse únicamente al punto terminal en la línea); más bien, se nos presenta en un modelo en que el juicio divino y la redención se combinan en un ritmo que «encuentra una expresión característica en términos de muerte y resurrección» (Charles Harold Dodd, According to the Scriptures, Nisbet, London, 1952, p. 129). Así, el término podría entenderse como «para designar la consumación del plan redentor de Dios, sea que se anticipe o no el fin de la historia o del mundo» (George Eldon Ladd, EQ, 30, 1958, p. 140), sea que la consumación fuera absolutamente final o un «cumplimiento gradual» que se revela al ritmo del propósito de Dios. I. LA ESCATOLOGÍA INDIVIDUAL EN EL AT. Las ideas acerca de la existencia después de la muerte (véase) expresadas en el AT son muy generales. Como Jesús les dijo a los fariseos, profundas verdades existían implícitamente en la relación de los hombres con Dios: el Dios que se llama a sí mismo el Dios de Abraham, Isaac y Jacob (Ex. 3:6) «porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven» (Lc. 20:38). Pero estas implicaciones no se destacaban en tiempos del AT. Parcialmente puede haber sido una reacción contra los cultos cananeos a los muertos que el AT pusiera tan poco énfasis en la vida venidera. El Seol se describía como una vasta región subterránea donde habitaban los muertos como sombras; pocos antecedentes se encuentran allí de su carácter y status original. La alabanza a Dios, que era la característica de la piedad de un hombre, enmudecía en el Seol (Sal. 88:10ss.; Is. 38:18); en el pensamiento popular, el Seol estaba fuera del alcance de la jurisdicción de Jehová. Sólo ocasionalmente encontramos una nota más esperanzadora. Los escritores del Sal. 73 y 139 entienden que un hombre que camina con Dios durante su vida, no puede ser privado de su compañía en la muerte: «Si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás» (Sal. 139:8). Job y sus amigos descontaban la posibilidad de que un hombre volviera a vivir otra vez después de su muerte (Job 14:10ss.); ellos no suponen que el consuelo de una existencia futura puede compensar el sufrimiento presente. Solamente en un momento de fe, Job afirma que, si no ocurre en esta vida, entonces después de ésta encontrará uno que abogue por su causa, y éste será Dios mismo (Job 19:25ss.). Una expectación más explícita de una vida que vendrá está unida a la esperanza de una resurrección nacional. En la visión de Ezequiel del valle de los huesos secos, los guerreros muertos reciben una nueva vida cuando el aliento divino penetra en ellos; pero la interpretación de la visión señala no a una resurrección individual sino a una resurrección nacional: «Todos estos huesos son la casa de Israel» (Ez. 37:11). También en Isaías existe una promesa de resurrección: «Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán» (Is. 26:19); pero incluso aquí se señala una restauración nacional. La resurrección individual aparece en forma explícita en Dn. 12:2: «Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua». La creencia de una resurrección futura después de la muerte llegó a ser parte de la ortodoxia judía excepto entre los saduceos, quienes se estimaban a sí mismos como los defensores de la religión antigua en contraste con las innovaciones farisaicas. La doctrina recibió un estímulo tremendo a partir de la persecución de los mártires bajo Antíoco Epífanes en los años que siguieron al 168 a.C. Con el nuevo énfasis en la resurrección (véase) comienza una tendencia que destaca la situación del justo y el malo en el mundo que vendrá, en el Paraíso y en el Hades respectivamente, e incluso en el estado intermedio entre la muerte y la resurrección (cf. el rico y Lázaro en Lc. 16:19ss.). Pero en la enseñanza bíblica, es Cristo quien por su muerte y resurrección ha logrado para los suyos una nueva esperanza viviente (1 P. 1:3), «el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio» (2 Ti. 1:10). II. LA ESCATOLOGÍA MUNDIAL EN EL AT. La escatología del AT está estrechamente relacionada con el concepto del «día del Señor». En las primeras veces que esta frase aparece (Am. 5:18–20), Amós reprende a los de su nación por desear con tanta vehemencia ese día, asegurándoles que cuando éste llegue no traerá luz (como ellos esperan) sino oscuridad, y no será de regocijo sino de dolor. Del contexto se deduce que en ese día se esperaba que Jehová vindicaría su nombre y a su pueblo ante los impíos. Pero Amós insiste que puesto que Jehová es tan justo, su intervención para vindicar su propia causa conllevará su juicio sobre los injustos dondequiera que estos estén y, especialmente, si se encuentran entre su pueblo escogido, ya que ellos tuvieron mejores oportunidades de conocer su voluntad que otras naciones. Quizá la idea israelita del Día de Jehová se asociaba con la fiesta anual en que se celebraba el reinado de Jehová. Si los llamados «Salmos de entronización» (cf. Sal. 93; 95– 100) pueden usarse como evidencia para este festival, debemos inferir que el reinado de Jehová se celebraba en numerosas maneras. Él era soberano sobre la creación; era soberano en la fertilidad y cosecha ante la dependencia estacional-agrícola; era soberano en su trato redentivo con su pueblo Israel; era soberano también en su relación con otras naciones. Su soberanía en todas las esferas se manifestaría en una escala universal en el día que «juzgaría al mundo con justicia» (Sal. 9:8; 96:13; 98:9). Los salmistas y profetas reconocían que, en tanto que el reinado de Jehová ya se ejercía de muchas maneras, la realidad de la que eran testigos estaba muy por debajo de lo que ellos sabían era el ideal. La soberanía de Jehová ni siquiera recibía de Israel el reconocimiento debido, por no hablar de las naciones que nunca le habían conocido. Esta disparidad entre lo real y lo ideal no duraría para siempre; en el día de Jehová su justo reinado sería reconocido universalmente y la tierra se llenaría «del conocimiento del Señor» (Is. 11:9; cf. Hab. 2:14). En aquel día, dijo un profeta posterior, «Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre» (Zac. 14:9). El día de Jehová, aquí y en varios otros pasajes es la ocasión de una teofanía; en Zac. 14:3s., Jehová conduce el ataque sobre los agresores de su pueblo y planta su pie victoriosamente sobre el Monte de los Olivos. Un factor que enfatizaba el contraste entre la realidad y lo ideal fue la declinación de la monarquía davídica. La casa de David representaba el reino divino en la tierra; pero cuando la desorganización, la injusticia social y la invasión extranjera habían reducido su grandeza prístina, su capacidad de continuar siendo una digna representante de la soberanía de Dios sufrió deterioro. Además, al irse hundiendo más y más las fortunas de la casa de David, vemos aparecer con más claridad la figura de un rey venidero de la línea de David en quien Dios realizaría todas las promesas brillantes que había hecho a David, un rey que restauraría y sobrepasaría las glorias desvanecidas de tiempos anteriores (cf. Is. 7:12ss; 9:65, 11:1ss; 32:1ss; Mi. 5:2ss; Jer. 23:5; 33:14ss). Gran parte de la escatología posterior de los judíos está impregnada por la esperanza de un Mesías davídico; un Mesías que inauguraría la nueva era al aniquilar a los enemigos de su pueblo y ser entronizado como el permanente vicerregente de Dios. A veces, sin embargo, el príncipe davídico es eclipsado por su tarea sacerdotal por las descripciones de la era venidera; esto es evidente, por ejemplo, en el programa de Ezequiel para la nueva comunidad de naciones en la era de restauración cuando Jehová moraría en medio de su pueblo. Un ejemplo posterior del mismo tipo de expectación se encuentra en la literatura de Qumrán, donde el Mesías davídico se visualiza subordinado al sumo sacerdote, quien sería el jefe del estado en la nueva era. En el libro de Daniel aparece otra forma de esperanza mesiánica. Aunque ya no existe la monarquía hebrea, el Altísimo no ha abandonado su reinado; los reinos de los hombres junto a sus sucesivos gobernantes paganos mantienen su poder sólo por la voluntad divina y hasta cuando él lo permita. La época del dominio pagano es limitada; cuando el último de los imperios paganos haya caído, el Dios de los cielos levantará un reino que durará por siempre. En la visión del día de juicio que se describe en Dn. 7, este dominio universal se lo da a «uno como un hijo de hombre» (v. 13) al fin del tiempo, a quien se asocia—si no se iguala—en la interpretación de la visión con «los santos del Altísimo» (vv. 18, 22, 27). A medida que pasaba el tiempo, el día del Señor, fue descrito en un lenguaje apocalíptico (cf. Is. 24:1ss; Jl. 2:30; 3:9ss.; Mal. 3:16–4:6) aunque tal lenguaje se encuentra incluso en los profetas anteriores al exilio (cf. Jer. 4:23–26, con su figura «miré a la tierra, y he aquí que era un caos» (BJ); cf. Sof. 1:2ss.). Y no únicamente el lenguaje pictórico apocalíptico se encuentra presente en los profetas, sino la misma idea del día del Señor, con su intervención activa y no simplemente como el desarrollo inevitable de una situación determinada, aunque el énfasis se encuentra más definido en los apocalípticos. Parte de la literatura apocalíptica recibe también la influencia del zoroastrismo, en el que se encuentra una bien definida concepción del día del juicio final, separación y regeneración, cuando el mal sería quemado en el fuego purificador y el «dominio deseado» del bien se establecería. Una muestra interesante de la expectación escatológica al final de la era precristiana la provee la literatura de Qumrán, mencionada antes (véase también el artículo Los Manuscritos del Mar Muerto.) III. LA ESCATOLOGÍA DEL NT: JESÚS Y EL REINO DE DIOS. Al pasar del AT al NT notamos un cambio en el énfasis escatológico. La escatología del AT mira hacia adelante; sus notas dominantes son de esperanza y promesa. Aunque éstas están presentes en el NT, la nota dominante aquí es la de cumplimiento en Jesús. Esto es evidente incluso en libros del NT que en otras materias varían considerablemente. Así, no hay dos libros que sean más distintos en su forma literaria que el evangelio de Juan y el Apocalipsis; pero cuando vamos más allá de la forma para entender la sustancia, oímos a uno cuyo nombre es «La Palabra de Dios» diciendo a sus seguidores: «en el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Jn. 16:33; cf. Ap. 5:5; 19:33). Con el ministerio de Jesús, la escatología bíblica alcanza su momento decisivo. Su ministerio en Galilea, resumido en Mr. 1:15 («El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio»), proclama el cumplimiento de la visión de Daniel: «y llegó el tiempo y los santos recibieron el reino» (Dn. 7:22). En un sentido, el reino de Dios ya estaba presente en el ministerio de Jesús: «Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc. 11:20; cf. Mt. 12:28). Pero en otro sentido, el reino de Dios (véase) era algo futuro, por lo que enseñó a sus discípulos a orar: «Venga tu reino» (Lc. 11:2). Éste era el sentido en que él podría venir «con poder» (Mr. 9:1); un evento asociado con la parousia (Advenimiento) del Hijo del Hombre «en las nubes con poder y gran gloria» (Mr. 13:26). La figura del Hijo del Hombre que juega un papel tan prominente en parte de la enseñanza de Jesús acerca del reino de Dios, especialmente después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo (Mr. 8:29), se remonta a «uno semejante a hijo de hombre» al que Daniel vio en su visión del juicio (Dn. 7:13s.). En la enseñanza de Jesús se fue haciendo evidente que él mismo cumpliría este papel. Pero en tanto que él usa el lenguaje de Daniel y habla del Hijo del Hombre como destinado a sufrir, usando un lenguaje que recuerda al siervo obediente y sufriente de Jehová en Is. 52:15–53:12. Esta identificación práctica del Hijo del Hombre con el siervo puede que no haya sido una innovación completa («uno semejante a hijo del hombre» es quizá una de las primeras tal vez la primera, de las muchas interpretaciones del siervo); pero la forma en la que Jesús habla del Hijo del Hombre en términos de siervo es un tanto distintiva, porque no solamente él identifica estas dos figuras, sino que se presenta a sí mismo como aquel que cumple estas dos figuras en su propia persona. Así como en Daniel «uno como hijo de hombre» recibe el reino de manos del Anciano de Días, así en los evangelios, Jesús recibe el reino de su Padre. Pero como en Dn. 7:18ss. «los santos del Altísimo» reciben el reino, también Jesús comparte su reino con sus discípulos, su «manada pequeña» (Lc. 12:32; 22:29s.). Sin embargo, es evidente que la consumación del reino—su venida con poder—debe esperar el sufrimiento del Hijo del Hombre. A veces, Jesús usa el término «vida»—más completamente, «vida eterna» (la vida del siglo venidero)—como un sinónimo del «reino de Dios»; entrar en el reino es entrar a la vida. Esto es consistente con el punto de vista existente de que el reino de Dios sería establecido en la nueva era, cuando los justos serían resucitados para gozar para siempre de la vida resucitada. En la enseñanza apostólica (que en este punto hace explícito lo que era implícito en las propias palabras de Jesús) esta vida eterna es algo que puede disfrutarse en el presente, aunque su florecimiento completo debe esperar una consumación que vendrá. Porque la muerte y resurrección de Cristo han introducido una nueva fase en el reino de Dios, para que aquellos que creen en Cristo compartan ya esta resurrección de vida, aunque todavía vivan en la tierra en un cuerpo mortal. Hay un intervalo (que puede ser más corto o más largo) entre la resurrección de Cristo y su parousia y durante este intervalo («la última hora») la era que viene se traslapa con la presente (véase). Los cristianos viven espiritualmente en «esa hora» en tanto que viven temporalmente en «esta era»; ellos poseen la vida eterna antes que haya ocurrido la resurrección del cuerpo. Este esquema, que es especialmente característico de los escritos de Pablo y Juan, ha sido llamado «escatología realizada». Pero la «escatología realizada» del NT no excluye una resurrección escatológica en el futuro. IV. «LA ESCATOLOGÍA REALIZADA». ¿Cuál es el eschaton, «la última cosa» que es el objeto propio de la esperanza escatológica? Si ésta se encuentra en el ministerio, pasión y triunfo de Jesús, entonces no puede ser éste el fin absoluto del tiempo (véase) porque éste ha continuado existiendo desde entonces. Quizá deberíamos decir que el NT revela que la «última cosa» es aquel que es el «Último» (el eschatos [masculino] en vez de eschaton [neutro]). (Podemos comparar el título de Jesús «El Primero y el Último» en Ap. 1:17; 2:8; 22:13). Es decir, Jesús es en sí mismo el cumplimiento de la esperanza del pueblo de Dios, el «Amén» a todas las promesas de Dios. Hace una generación o dos, el nombre más significativo en este campo de estudios fue el de Albert Schweitzer con su «escatología completa». Según él, Jesús, quien creía ser el Mesías de Israel al fin del tiempo, se encontró conque la consumación no ocurrió cuando él la esperaba, así que se entregó a la muerte para forzar su parousia como el «Ungido». Puesto que las ruedas de la historia mundial no respondieron a su control para detenerse en su última revolución, él se arrojó sobre ellas y fue aplastado. «La rueda sigue girando, y el cuerpo destrozado de un Hombre inmensurable, quien fue lo suficientemente fuerte como para pensar de sí mismo como el gobernante espiritual de la humanidad y sujetar la historia según su propósito, sigue colgado aún. Ésta es su victoria y su reino» (The Quest of the Historical Jesus, Black, Londres, 1911, p. 369). En otras palabras, el pensamiento y mensaje de Jesús era básicamente escatológico, y escatológico en el sentido ejemplarizado por el crudo apocalipticismo de su día. Su enseñanza ética fue proyectada únicamente para el breve período intermedio entre su ministerio y su inminente parousia. Más tarde, cuando su muerte fue vista como la destrucción de las condiciones escatológicas en lugar de hacerlas posibles, la proclamación del reino fue reemplazada por la enseñanza de la iglesia. Si bien es cierto que la interpretación de Schweitzer acerca del mensaje de Jesús fue a su manera una saludable reacción a la interpretación liberal que él rechazó, fue igualmente parcial y exagerada en su selección de la información del Evangelio. Uno puede reconocer el valor de su contribución al debate sin aceptar su interpretación. Más recientemente, C.H. Dodd, con su «escatología realizada», ha llegado a ser posiblemente el nombre más significativo en este campo (especialmente en Gran Bretaña). En su Parables of the Kingdom (Nisbet, Londres, 1935), él interpreta las parábolas de Jesús en términos del desafío ante una decisión con la que los hombres son confrontados cuando se proclama el evangelio del reino. En The Apostolic Preaching and its Developments (Hodder and Stoughton, Londres, 1936), «el reino de Dios se concibe como viniendo en los sucesos de la vida, muerte y resurrección de Jesús, y proclamar estos hechos, adecuadamente, es predicar el evangelio del Reino de Dios» (pp. 46s.). Aquí no se hace una referencia a una futura venida de Jesús. Los eventos históricos del evangelio constituyen un proceso escatológico «una manifestación decisiva de los poderosos hechos de Dios para la salvación del hombre»; y la concentración tardía sobre una «última cosa» que vendría fue el resultado de una reincidencia en la escatología judía la cual tuvo el efecto de relegar a un segundo plano aquellos elementos del evangelio que son los más distintivos del cristianismo. En un libro posterior, sin embargo—The Coming of Christ (Cambridge University Press, 1951)—Dodd parece conceder una consumación futura asociada con la persona de Cristo: lo que vino a la tierra con la encarnación de Cristo «fue final y decisivo para todo el significado y propósito de la existencia humana, y lo encontraremos nuevamente cuando la historia haya terminado … en aquella última frontera encontraremos a Dios en Cristo» (p. 58). Una posición similar a la de Dodd es la que adopta Joachim Jeremias en The Parables of Jesus (S.C.M., Londres, 1954); no obstante, Jeremias reconoce su deuda a Dodd. Según Jeremias, las parábolas de Jesús expresan una escatología «que se encuentra en un proceso de realización»; ellas proclaman que «la hora del cumplimiento ha llegado» y llevan a los que oyen a concentrar sus mentes en la persona y misión de Jesús (p. 159). No hay un pensador más estimulante de esta escuela que John Arthur Thomas Robinson. Su obra In the End, God … (Clarke, Londres, 1950) interpreta la parousia de Cristo no como un evento literal del futuro sino como una presentación simbólica o mitológica de «lo que debe suceder y de lo que ya está sucediendo, dondequiera que el Cristo llega en amor y poder, dondequiera que se tracen los signos de su presencia, dondequiera que se vean las marcas de la cruz. El Día del Juicio es un cuadro dramatizado e idealizado de cada día» (p. 69). En un libro posterior, Jesus and His Coming (S.C.M., Londres, 1957), enfrenta la pregunta crucial: ¿Usó Jesús un lenguaje que sugiriera su retorno del cielo a la tierra? Un examen crítico de la información lo lleva a decir «No». Las expresiones de Jesús sobre el tema expresan en realidad los temas de la vindicación y visitación, p. ej. su respuesta a la pregunta del Sumo Sacerdote en cuanto a si era o no era el Mesías (Mr. 14:62s.): «Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo». En Mt. 26:64 y Lc. 22:69 una frase, «desde ahora» se inserta antes de «veréis»; esto lo toma Robinson como una parte genuina de la respuesta. Estas, palabras de Jesús, basadas principalmente en el Sal. 110:1 y en Dn. 7:13, declaran que el Hijo del Hombre, aunque condenado por sus jueces terrenales, será vindicado en el tribunal de Dios. Y si aquí la venida del Hijo del Hombre representa una vindicación, existen otros dichos de Jesús en los evangelios donde la venida del Hijo del Hombre significa una visitación en juicio, los cuales comenzarán a circular a causa de su rechazo (p. ej., Lc. 12:40; Mt. 10:23; Lc. 18:8). Esta visitación de juicio ocurrirá «desde ahora» con tanta exactitud como la vindicación. Robinson, en lugar de hablar de una «escatología realizada», habla de una «escatología inaugurada»; una escatología inaugurada por la muerte y resurrección de Jesús. Porque su muerte y resurrección no agotaron su actividad mesiánica; al contrario, éstas «iniciarían y desarrollarían el reino de Dios en el que desde ahora la obra redentora del Padre podría llevarse a su cumplimiento la cual hasta ahora había sido negada» (p. 81). Al ministerio de Jesús antes de su muerte y resurrección Robinson le aplica el nombre de «escatología proléptica» (p. 101), porque en sus palabras y hechos los signos de la era mesiánica podían verse por anticipación. Él cree que en un período temprano de la historia de la iglesia, la perspectiva cambió. En tanto que los cristianos continuaban pensando de la vindicación como siguiendo inmediatamente a su muerte y resurrección, ellos pospusieron su visitación para un día futuro. V. LA SEGUNDA VENIDA. La amplia respuesta de Jesús al Sumo Sacerdote debe examinarse exactamente para determinar si implicaba o no una venida del Hijo del Hombre a la tierra. En Dn. 7:13 (el pasaje del AT en el que se basa la descripción de su venida con las nubes del cielo) el «uno como un hijo de hombre» viene hasta el Anciano de días y se ha inferido de aquí que Jesús pensaba del Hijo del Hombre como viniendo con las nubes del cielo hasta la presencia de Dios, y no a la tierra. Pero en ese caso, ¿cómo podría ver el Sanedrín al Hijo del Hombre? Y de hecho, ¿dónde se localiza al Anciano de días en Dn. 7:13? Los tronos de Dn. 7:9 se ubican en la tierra en lugar del cielo; es en la tierra, al parecer, que el Anciano de días ocupa su trono de juicio, otorga dominio al Hijo del Hombre y da el juicio a los santos del Altísimo. En Mr. 13:26, otro pasaje donde Jesús habla de los hombres que verán «al Hijo del Hombre, que vendrá en las nubes con gran poder y gloria», existen pocas dudas que se refiera a una venida a la tierra, porque son hombres de la tierra los que lo ven y él procede a «enviar a sus ángeles para juntar a sus escogidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo» (v. 27). Pero se entiende ampliamente que el discurso de Mr. 13 en su forma presente no es la enseñanza inalterada de Jesús, y que los vv. 24–27 en particular son en segundo lugar, el producto del cambio de perspectiva en la iglesia primitiva lo cual también se refleja, p. ej. en 2 Ts. 1:6–10. El argumento de Mr. 13, sin embargo, no puede desecharse tan rápido. Puede ser que el discurso de Jesús en este capítulo tuviera su propia historia antes de ser incorporado en el evangelio de Marcos y que se hubiera conservado en forma separada. Evidentemente, los vv. 24–27 se basan en los profetas del AT para describir el día del Señor; ¿pero qué podría ser más natural? «Cuando Dios avanza para salvación el universo palidece delante de él» (George Raymond Beasley-Murray, A Commentary on Mark Thirteen, MacMillan, Londres, 1957, p. 67). Y contra este trasfondo de un cielo oscurecido, el Hijo del Hombre viene con las nubes a la tierra. Una interpretación similar de Mr. 14:62 parece más razonable, aunque la interpretación contraria de este versículo «ha llegado a ser casi una nueva ortodoxia en Gran Bretaña» (Beasley-Murray, op. cit., p. 91). Sin embargo, la «nueva ortodoxia» no ha sido aceptada universalmente; Joseph Edward Fison mantiene que Mr. 14:62 es el único texto seguro que, sin ambigüedades, prueba que Jesús habló de su retorno a la tierra (The Christian Hope, Longmans, Londres, 1954, p. 194) Por lo tanto, si Jesús contemplaba un regreso a la tierra, debemos investigar si él contemplaba un intervalo entre el cumplimiento de su ministerio y esa segunda venida. Al buscar la respuesta a esta pregunta, nos ponemos conscientes de una tensión entre la idea de un reino de Dios como presente en la vida y obra de Jesús y la idea de una consumación futura; una tensión evidente en el pensamiento y enseñanza de Jesús mismo así como en el pensamiento y enseñanza de la iglesia primitiva. No hacemos justicia a esta tensión cuando interpretamos el NT y su evidencia en términos de una exclusiva escatología realizada o de una exclusiva escatología futura. Que Jesús pensaba en un intervalo que separaba su pasión de su parousia se deduce claramente de lo que dice Mr. 13:10 («es necesario que el evangelio sea predicado ante todas las naciones»); ciertamente una expresión genuina de Jesús refiriéndose al período anterior a la consumación final, si pertenecía originalmente a su contexto presente o no. La consumación final está vitalmente relacionada a lo que ocurrió cuando Jesús vino la primera vez. Porque él a la vez cumplió el reino, y lo prometió. Su promesa está confirmada por su cumplimiento en la vida y la muerte; el cumplimiento del reino en la vida y la muerte será vindicado cuando su promesa llegue a ser verdad. Las implicaciones de esta tensión son expuestas por Werner Georg Kuemmel en Promise and Fulfilment (S.C.M., Londres, 1957). Oscar Cullmann, quien reconoce la obra de Kuemmel, también ha tratado el tema iluminadamente (cf. «The Return of Christ» en The Early Church, S.C.M., Londres, 1956, pp. 141ss.). Él ha cautivado la imaginación de muchos por su feliz analogía del Día D y del Día V (Día de la Victoria) [expresiones de la Segunda Guerra Mundial. nota del ed.] para ilustrar la relación entre lo que Cristo hizo en su primera venida y lo que hará cuando venga nuevamente. Una vez que la batalla decisiva de una guerra ha sido ganada, el resultado final está asegurado; el intervalo entre la última manifestación y la celebración de la victoria es de una duración incierta y de una importancia relativa. Así, la parousia de Jesús no es el evento decisivo del evangelio; mejor, es la secuela inevitable de un evento decisivo que ocurrió en su muerte y resurrección. El tiempo en que esto ocurra no es tan importante como el hecho de que el acontecimiento está asegurado. Con la obra consumada por Jesús en su primera venida se inaugura la era escatológica. El Cordero inmolado (véase) ha vindicado su título para ser el Señor de la Historia: ésta es la lección de Ap. 5:5ss. La consumación de la época escatológica está estrechamente relacionada con su persona como lo fue en su inauguración; en 2 Ts. 2:8 se llama «resplandor de su venida» (lit. la «manifestación de su presencia»). Él ha sido vindicado por Dios, aunque esa vindicación no haya sido todavía universalmente revelada y reconocida. Pero el creyente que vive ahora «entre dos tiempos» y espera la «manifestación de su presencia» experimenta ya la seguridad de su presencia, su venida, su permanencia como Victorioso y Liberador. El NT que abunda en detalles acerca de la presente vindicación y exaltación de Cristo, admite que aún no vemos todas las cosas sometidas a él, pero enseña a confiar plenamente como viendo a Jesús glorificado (He. 2:8s.); ésta es una garantía suficiente de que Aquel que viene vendrá (He. 10:37). La parousia de Cristo está estrechamente asociada en el NT con la resurrección de su pueblo (y en generalmente con la resurrección de la humanidad) y con el juicio del mundo. Mientras el pueblo de Cristo experimenta la resurrección para vida aquí y ahora, aquellos que le rechazan son «condenados ya» (Jn. 3:18), este aspecto «realizado» de la resurrección y juicio no excluye su consumación futura. El evangelio, que enfatiza con peucliaridad que el juicio del mundo coincidió con la encarnación y pasión de Cristo (Jn. 12:31), y que los creyentes en él ya poseen la vida eterna (Jn. 3:36), habla también con claridad de una resurrección que será efectuada por Cristo el día final (Jn. 6:39s.), cuando «todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación» (Jn. 5:28, 29). Algunas cuestiones menores activamente investigadas en relación con la parousia, especialmente entre el pueblo evangélico—tales como la relación de tiempo en los mil años de Ap. 20:2ss., o con la Gran Tribulación de Mr. 13:19, etc. pertenece más a una exégesis detallada de textos de la Escritura individualmente que a un resumen general de la escatología bíblica. Lo que es esencial en el evangelio es la expectación segura del tiempo cuando los efectos cósmicos de la obra redentora de Cristo sean cumplidos y cuando «la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Ro. 8:21). BIBLIOGRAFÍA R.H. Charles, A Critical History of the Doctrine of a Future Life; S.D.F. Salmond, The Christian Doctrine of Immortality; H.A.A. Kennedy, St. Paul’s Conceptions of the Last Things; M.J. Wyngaarden, The Future of the Kingdom; R. Otto, The Kingdom of God and the Son of Man; T.F. Glasson, The Second Advent and His Appearing and His Kingdom; E.F. 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FREDERICK FYVIE BRUCE1
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