Sei sulla pagina 1di 18

1

ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ, D.C.


SECRETARIA DE EDUCACIÓN

COLEGIO LA AMISTAD (IED)


DANE: 111001011690

Área de Humanidades – Asignatura de Español


Taller de aprendizaje
Haz que funcione tu lenguaje
Nombre: _________________________________ Grado: 100 _____ Taller No. 2 Fecha: Segundo período
Elaborado por: Equipo de Docentes Humanidades

Presentación
El lenguaje no es sólo la capacidad que tenemos los seres
humanos para comunicarnos de manera verbal y no verbal,
sino que es la forma en que cada uno de nosotros puede
darle un significado al mundo que nos rodea, a cada una de
nuestras experiencias. El lenguaje, por lo tanto y sin lugar a
duda, es lo que nos hace humanos, lo que nos hace lo que
somos, la mejor muestra de quiénes somos realmente.
Somos seres hechos de lenguaje y en el lenguaje nos
hacemos a nosotros mismos. Estamos rodeados de lenguaje.
Hacia donde quiera que nosotros miremos encontraremos
lenguaje porque llevamos el lenguaje por dentro de nosotros
mismos. Es necesario pensar en el lenguaje de cada uno de
nosotros para establecer las coordenadas de un lenguaje
común, de un lenguaje que nos sirva para comunicarnos
mejor y para convivir mejor. La idea es que cada uno de
nosotros con total libertad pueda hacer que su lenguaje
funcione. La violencia es el fracaso del lenguaje.

Ejes temáticos: Haz que funcione tu lenguaje – Los caballeros andantes – El poder cultural del libro

Metodología
Durante cada una de las clases se propiciará el acercamiento del estudiante con una serie de referentes culturales que le
permitan construir niveles de interacción simbólico a partir de la interacción con sus compañeros de clase. La
participación del estudiante permite que se afiancen los procesos académicos propuestos en cada una de las actividades.
El desarrollo de los ejercicios y de los procesos sugeridos se deberá realizar conforme a los establecido para cada una de
las actividades. Se privilegiará el trabajo individual y el trabajo colectivo, así como la responsabilidad en el cumplimiento
y entrega de cada una de las actividades, consultas, ejercicios y/o talleres propuestos. Durante las clases se buscará que
el estudiante afiance procesos de lectura y de comprensión de sentidos globales de distintos textos escritos.

Evaluación
Durante el desarrollo de las clases se hará énfasis en la participación de los estudiantes en la realización de
cada una de las actividades como un criterio fundamental de evaluación, así como el cumplimiento de cada
una de las condiciones específicas que se planteen en la elaboración de los ejercicios. Desde ese punto de vista,
la evaluación de las actividades corresponde a los siguientes criterios:
Trabajo Individual (Cognitivo): 35%
Trabajo Colectivo (Procedimental): 35%
Auto Evaluación: 10%
Coevaluación (Asistencia y Participación): 10%
Evaluación Trimestral: 10%
2

Capítulo 1
Haz que funcione tu lenguaje
1. Realiza lectura detenida y atenta de la siguiente información. Luego define cada una de las funciones del
lenguaje. Busca ejemplos para comprender mejor el tema.
¿Qué son las funciones del lenguaje?
Podríamos definir las funciones del lenguaje como los diferentes objetivos, propósitos y servicios que se le da al
lenguaje al momento de comunicarse.
Las 6 funciones del lenguaje son:
- Función conativa o apelativa
- Función referencial
- Función expresiva
- Función poética
- Función fática
- Función metalingüística

Definiciones y ejemplos
Al estudiar las definiciones y ejemplos tendrás una idea más cercana a los conceptos explicados.
3

2. Elabora ejemplos de cada una de las funciones lingüísticas y trata de identificar ejemplos en el siguiente
cuento de Jorge Luis Borges.

La rosa de Paracelso

«…Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón,


volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja…»

En su taller que abarcaba las dos habitaciones del sótano, Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier
Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía. El escaso fuego de la chimenea arrojaba sombras irregulares. Levantarse
para encender la lámpara de hierro era demasiado trabajo. Paracelso, distraído por la fatiga, olvidó su plegaria. La noche
había borrado los polvorientos alambiques y el atanor cuando golpearon la puerta. El hombre, soñoliento, se levantó,
ascendió la breve escalera de caracol y abrió una de las hojas. Entró un desconocido. También estaba muy cansado.
Paracelso le indicó un banco; el otro se sentó y esperó. Durante un tiempo no cambiaron una palabra.
El maestro fue el primero que habló:
– Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente – dijo no sin cierta pompa. No recuerdo la tuya. ¿Quién eres y qué
deseas de mí?
– Mi nombre es lo de menos -replicó el otro -. Tres días y tres noches he caminado para entrar en tu casa. Quiero ser tu
discípulo. Te traigo todos mis haberes.
Sacó un talego y lo volcó sobre la mesa. Las monedas eran muchas y de oro. Lo hizo con la mano derecha. Paracelso le
había dado la espalda para encender la lámpara. Cuando se dio vuelta advirtió que la mano izquierda sostenía una rosa.
La rosa lo inquietó.
Se recostó, juntó la punta de los dedos y dijo:
– Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco,
y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo.
– El oro no me importa- respondió el otro.
– Estas monedas no son más que una parte de mi voluntad de trabajo. Quiero que me enseñes el Arte. Quiero recorrer el
camino que conduce a la Piedra.
Paracelso dijo con lentitud:
– El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender.
Cada paso que darás es la meta.
El otro miró con recelo. Dijo con voz distinta:
– Pero… ¿hay una meta?
Paracelso se rió.
– Mis detractores, que no son menos numerosos que estúpidos dicen que no, y me llaman un impostor. No les doy la
razón, pero no es imposible que sea un iluso. Sé que “hay” un Camino.
Hubo un silencio, y dijo el otro:
– Estoy listo a recorrerlo contigo, aunque debamos caminar muchos años. Déjame cruzar el desierto. Déjame divisar
siquiera de lejos la Tierra Prometida, aunque los astros no me dejen pisarla. Quiero una prueba antes de emprender el
camino.
– ¿Cuándo? - preguntó con inquietud Paracelso.
– Ahora mismo – contestó con brusca decisión el discípulo.
Habían empezado hablando en latín; ahora, en alemán. El muchacho elevó en el aire la rosa.
– Es fama -dijo – que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de
ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.
– Eres muy crédulo- dijo el maestro-. No he menester de la credulidad; exijo la fe.
El otro insistió.
– Precisamente porque no soy crédulo quiero ver con mis ojos la aniquilación y la resurrección de la Rosa.
Paracelso la había tomado, y al hablar jugaba con ella.
– Eres crédulo – dijo-. ¿Dices que soy capaz de destruirla?
– Nadie es incapaz de destruirla – dijo el discípulo.
– Estás equivocado. ¿Crees, por ventura, que algo puede ser devuelto a la nada? ¿Crees que el primer Adán en el Paraíso
pudo haber destruido una sola flor o una brizna de hierba?
– No estamos en el Paraíso – habló tercamente el muchacho; – aquí, bajo la luna, todo es mortal.
Paracelso se había puesto de pie e inquirió:
– ¿En qué otro sitio estamos? ¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es
otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?
– Una rosa puede quemarse- desafió el discípulo.
-Aún queda el fuego en la chimenea. Si arrojamos esta rosa a las brasas, creerías que ha sido consumida y que la ceniza
es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que solo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la
vieras de nuevo.
– ¿Una palabra? - dijo con extrañeza el discípulo-. El atanor está apagado y están llenos de polvos los alambiques. ¿Qué
harías para que resurgiera?
4

Paracelso lo miró con tristeza.


– El atanor está apagado – repitió – y están llenos de polvo los alambiques. En este tramo de mi larga jornada uso de
otros instrumentos.
– No me atrevo a preguntar cuáles son – dijo el otro con astucia o con humildad.
– Hablo del que usó la divinidad para crear los cielos y la tierra y el invisible Paraíso en que estamos, y que el pecado
original nos oculta. Hablo de la Palabra que nos enseña la ciencia de la Kabalah.
El discípulo dijo con frialdad:
– Te pido la merced de mostrarme la desaparición y aparición de la rosa. No me importa que operes con alquitaras o con
el Verbo.
Paracelso reflexionó. Al cabo, dijo:
– Si yo lo hiciera, dirías que se trata de una apariencia impuesta por la magia de tus ojos. El prodigio no te daría la fe que
buscas: Deja, pues, la rosa.
El joven lo miró, siempre receloso. El maestro alzó la voz y le dijo:
– Además, ¿quién eres tú para entrar en la casa de un maestro y exigirle un prodigio? ¿Qué has hecho para merecer
semejante don?
El otro replicó, tembloroso:
– Ya sé que no he hecho nada. Te pido en nombre de los muchos años que estudiaré a tu sombra que me dejes ver la
ceniza y después la rosa. No te pediré nada más. Creeré en el testimonio de mis ojos.
Tomó con brusquedad la rosa encarnada que Paracelso había dejado sobre el pupitre y la arrojó a las llamas. El color se
perdió y solo quedó un poco de ceniza.
Durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro.
Paracelso no se había inmutado. Dijo con curiosa llaneza:
– Todos los médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador. Quizá están en lo cierto. Ahí está
la ceniza que fue la rosa y que no lo será.
El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su
puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas.
Se arrodilló, y le dijo:
– He obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe, que el Señor exigía de los creyentes. Deja que siga viendo la ceniza.
Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo, y al cabo del Camino veré la rosa.
Hablaba con genuina pasión, pero esa pasión era la piedad que le inspiraba el viejo maestro, tan venerado, tan agredido,
tan insigne y por ende tan hueco. ¿Quién era él, Johannes Grisebach, para descubrir con mano sacrílega que detrás de la
máscara no había nadie?
Dejarle las monedas de oro sería una limosna. Las retomó al salir. Paracelso lo acompañó hasta el pie de la escalera y le
dijo que en esa casa siempre sería bienvenido. Ambos sabían que no volverían a verse.
Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza
en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja.
Y la rosa resurgió.

3. Una vez relacionadas cada una de las funciones del lenguaje en el anterior texto, determine cuál es la función
dominante o decisiva para la comprensión global del cuento.

4. Despeje el significado de las palabras desconocidas y establezca en cuáles palabras descansa la mayor fuerza
significativa. Encuentra la palabra más importante del cuento.

5. En el cuento anterior, se habla de una palabra tan poderosa que puede hacer resurgir una rosa de las cenizas,
¿cree que exista una palabra que tenga tal poder? ¿Cuál sería esa palabra y por qué?

6. La alquimia fue una especie particular de conocimiento que tuvo el hombre durante una época pasada de la
humanidad. Profundiza un poco en la alquimia, sus búsquedas y sus principales representantes. Luego, encuentra
en el cuento referentes que permitan relacionar este conocimiento con los elementos textuales que maneja Jorge
Luis Borges.

7. Elabora un escrito de una página en procesador siguiendo las indicaciones formales y las normas de
presentación donde aborde una reflexión acerca el tipo de conocimiento que buscaba el estudiante, y el tipo de
conocimiento que podía ofrecerle el maestro. Recuerda utilizar una cita textual para defender tu punto de vista
de acuerdo con lo que dice el texto. Esta cita debe venir entre comillas y no puede superar tres renglones.

Tipo de letra: Times New Roman


Tamaño: 12 puntos
Márgenes: Justificados (Rectos a ambos lados de la página) y 2.5 desde el borde de la hoja.
Interlineado: 1.5
5

Capítulo 2
Tu fuerza, tu lenguaje…

1. Realiza la lectura del cuento titulado Corazones


solitarios de Rubém Fonseca que se encuentra en el
libro al viento Ficciones desde Brasil e identifica un
ejemplo para cada una de las funciones del lenguaje.

2. Despeja el significado de las palabras desconocidas y


trata de establecer las palabras que tengan una mayor
fuerza significativa dentro del relato.

3. De acuerdo con la dinámica propuesta por Mónica


Tutsi, en un texto de un párrafo, escriba una historia
para que pueda realizar su fotonovela. Recuerda tener
en cuenta las condiciones que le exigió al protagonista
de relato.

4. Realiza lectura atenta y detenida del siguiente


cuento, luego, identifica un ejemplo para cada una de
las funciones del lenguaje.

La pata de mono - W.W. Jacobs

I
La noche era fría y húmeda, pero en la pequeña sala de Al tercer vaso, le brillaron los ojos y empezó a hablar.
Laburnum Villa los postigos estaban cerrados y el fuego La familia miraba con interés a ese forastero que hablaba
ardía vivamente. Padre e hijo jugaban al ajedrez. El de guerras, de epidemias y de pueblos extraños.
primero tenía ideas personales sobre el juego y ponía al -Hace veintiún años -dijo el señor White sonriendo a su
rey en tan desesperados e inútiles peligros que mujer y a su hijo-. Cuando se fue era apenas un
provocaba el comentario de la vieja señora que tejía muchacho. Mírenlo ahora.
plácidamente junto a la chimenea. -No parece haberle sentado tan mal -dijo la señora White
-Oigan el viento -dijo el señor White; había cometido un amablemente.
error fatal y trataba de que su hijo no lo advirtiera. -Me gustaría ir a la India -dijo el señor White-. Sólo para
-Lo oigo -dijo éste moviendo implacablemente la reina- dar un vistazo.
. Jaque. -Mejor quedarse aquí -replicó el sargento moviendo la
-No creo que venga esta noche -dijo el padre con la mano cabeza. Dejó el vaso y, suspirando levemente, volvió a
sobre el tablero. sacudir la cabeza.
-Mate -contestó el hijo. -Me gustaría ver los viejos templos y faquires y
-Esto es lo malo de vivir tan lejos -vociferó el señor malabaristas -dijo el señor White-. ¿Qué fue, Morris, lo
White con imprevista y repentina violencia-. De todos que usted empezó a contarme los otros días, de una pata
los suburbios, este es el peor. El camino es un pantano. de mono o algo por el estilo?
No se qué piensa la gente. Como hay sólo dos casas -Nada -contestó el soldado apresuradamente-. Nada que
alquiladas, no les importa. valga la pena oír.
-No te aflijas, querido -dijo suavemente su mujer-, -¿Una pata de mono? -preguntó la señora White.
ganarás la próxima vez. -Bueno, es lo que se llama magia, tal vez -dijo con
El señor White alzó la vista y sorprendió una mirada de desgana el militar.
complicidad entre madre e hijo. Las palabras murieron Sus tres interlocutores lo miraron con avidez.
en sus labios y disimuló un gesto de fastidio. Distraídamente, el forastero llevó la copa vacía a los
-Ahí viene -dijo Herbert White al oír el golpe del portón labios: volvió a dejarla. El dueño de casa la llenó.
y unos pasos que se acercaban. Su padre se levantó con -A primera vista, es una patita momificada que no tiene
apresurada hospitalidad y abrió la puerta; le oyeron nada de particular -dijo el sargento mostrando algo que
condolerse con el recién venido. sacó del bolsillo.
Luego, entraron. El forastero era un hombre fornido, con La señora retrocedió, con una mueca. El hijo tomó la
los ojos salientes y la cara rojiza. pata de mono y la examinó atentamente.
-El sargento mayor Morris -dijo el señor White, -¿Y qué tiene de extraordinario? -preguntó el señor
presentándolo. El sargento les dio la mano, aceptó la White quitándosela a su hijo, para mirarla.
silla que le ofrecieron y observó con satisfacción que el -Un viejo faquir le dio poderes mágicos -dijo el sargento
dueño de casa traía whisky y unos vasos y ponía una mayor-. Un hombre muy santo… Quería demostrar que
pequeña pava de cobre sobre el fuego. el destino gobierna la vida de los hombres y que nadie
6

puede oponérsele impunemente. Le dio este poder: Tres -Sin duda -dijo Herbert, con fingido horror-, seremos
hombres pueden pedirle tres deseos. felices, ricos y famosos. Para empezar, tienes que pedir
Habló tan seriamente que los otros sintieron que sus un imperio, así no estarás dominado por tu mujer.
risas desentonaban. El señor White sacó del bolsillo el talismán y lo examinó
-Y usted, ¿por qué no pide las tres cosas? -preguntó con perplejidad.
Herbert White. -No se me ocurre nada para pedirle -dijo con lentitud-.
El sargento lo miró con tolerancia. Me parece que tengo todo lo que deseo.
-Las he pedido -dijo, y su rostro curtido palideció. -Si pagaras la hipoteca de la casa serías feliz, ¿no es
-¿Realmente se cumplieron los tres deseos? -preguntó la cierto? -dijo Herbert poniéndole la mano sobre el
señora White. hombro-. Bastará con que pidas doscientas libras.
-Se cumplieron -dijo el sargento. El padre sonrió avergonzado de su propia credulidad y
-¿Y nadie más pidió? -insistió la señora. levantó el talismán; Herbert puso una cara solemne, hizo
-Sí, un hombre. No sé cuáles fueron las dos primeras un guiño a su madre y tocó en el piano unos acordes
cosas que pidió; la tercera fue la muerte. Por eso entré graves.
en posesión de la pata de mono. -Quiero doscientas libras -pronunció el señor White.
Habló con tanta gravedad que produjo silencio. Un gran estrépito del piano contestó a sus palabras. El
-Morris, si obtuvo sus tres deseos, ya no le sirve el señor White dio un grito. Su mujer y su hijo corrieron
talismán -dijo, finalmente, el señor White-. ¿Para qué lo hacia él.
guarda? -Se movió -dijo, mirando con desagrado el objeto, y lo
El sargento sacudió la cabeza: dejó caer-. Se retorció en mi mano como una víbora.
-Probablemente he tenido, alguna vez, la idea de -Pero yo no veo el dinero -observó el hijo, recogiendo el
venderlo; pero creo que no lo haré. Ya ha causado talismán y poniéndolo sobre la mesa-. Apostaría que
bastantes desgracias. Además, la gente no quiere nunca lo veré.
comprarlo. Algunos sospechan que es un cuento de -Habrá sido tu imaginación, querido -dijo la mujer,
hadas; otros quieren probarlo primero y pagarme mirándolo ansiosamente.
después. Sacudió la cabeza.
-Y si a usted le concedieran tres deseos más -dijo el -No importa. No ha sido nada. Pero me dio un susto.
señor White-, ¿los pediría? Se sentaron junto al fuego y los dos hombres acabaron
-No sé -contestó el otro-. No sé. de fumar sus pipas. El viento era más fuerte que nunca.
Tomó la pata de mono, la agitó entre el pulgar y el índice El señor White se sobresaltó cuando golpeó una puerta
y la tiró al fuego. White la recogió. en los pisos altos. Un silencio inusitado y deprimente los
-Mejor que se queme -dijo con solemnidad el sargento. envolvió hasta que se levantaron para ir a acostarse.
-Si usted no la quiere, Morris, démela. -Se me ocurre que encontrarás el dinero en una gran
-No quiero -respondió terminantemente-. La tiré al bolsa, en medio de la cama -dijo Herbert al darles las
fuego; si la guarda, no me eche la culpa de lo que pueda buenas noches-. Una aparición horrible, agazapada
suceder. Sea razonable, tírela. encima del ropero, te acechará cuando estés guardando
El otro sacudió la cabeza y examinó su nueva tus bienes ilegítimos.
adquisición. Preguntó: Ya solo, el señor White se sentó en la oscuridad y miró
-¿Cómo se hace? las brasas, y vio caras en ellas. La última era tan
-Hay que tenerla en la mano derecha y pedir los deseos simiesca, tan horrible, que la miró con asombro; se rió,
en voz alta. Pero le prevengo que debe temer las molesto, y buscó en la mesa su vaso de agua para
consecuencias. echárselo encima y apagar la brasa; sin querer, tocó la
-Parece de Las mil y una noches -dijo la señora White. pata de mono; se estremeció, limpió la mano en el abrigo
Se levantó a preparar la mesa-. ¿No le parece que y subió a su cuarto.
podrían pedir para mí otro par de manos? II
El señor White sacó del bolsillo el talismán; los tres se
rieron al ver la expresión de alarma del sargento. A la mañana siguiente, mientras tomaba el desayuno en
-Si está resuelto a pedir algo -dijo agarrando el brazo de la claridad del sol invernal, se rió de sus temores. En el
White- pida algo razonable. cuarto había un ambiente de prosaica salud que faltaba
El señor White guardó en el bolsillo la pata de mono. la noche anterior; y esa pata de mono; arrugada y sucia,
Invitó a Morris a sentarse a la mesa. Durante la comida tirada sobre el aparador, no parecía terrible.
el talismán fue, en cierto modo, olvidado. Atraídos, -Todos los viejos militares son iguales -dijo la señora
escucharon nuevos relatos de la vida del sargento en la White-. ¡Qué idea, la nuestra, escuchar esas tonterías!
India. ¿Cómo puede creerse en talismanes en esta época? Y si
-Si en el cuento de la pata de mono hay tanta verdad consiguieras las doscientas libras, ¿qué mal podrían
como en los otros -dijo Herbert cuando el forastero cerró hacerte?
la puerta y se alejó con prisa, para alcanzar el último -Pueden caer de arriba y lastimarte la cabeza -dijo
tren-, no conseguiremos gran cosa. Herbert.
-¿Le diste algo? -preguntó la señora mirando -Según Morris, las cosas ocurrían con tanta naturalidad
atentamente a su marido. que parecían coincidencias -dijo el padre.
-Una bagatela -contestó el señor White, ruborizándose -Bueno, no vayas a encontrarte con el dinero antes de mi
levemente-. No quería aceptarlo, pero lo obligué. vuelta -dijo Herbert, levantándose de la mesa-. No sea
Insistió en que tirara el talismán. que te conviertas en un avaro y tengamos que repudiarte.
7

La madre se rió, lo acompañó hasta afuera y lo vio -Se me ha comisionado para declararles que Maw &
alejarse por el camino; de vuelta a la mesa del comedor, Meggins niegan toda responsabilidad en el accidente -
se burló de la credulidad del marido. prosiguió el otro-. Pero en consideración a los servicios
Sin embargo, cuando el cartero llamó a la puerta corrió prestados por su hijo, le remiten una suma determinada.
a abrirla, y cuando vio que sólo traía la cuenta del sastre El señor White soltó la mano de su mujer y,
se refirió con cierto malhumor a los militares de levantándose, miró con terror al visitante. Sus labios
costumbres intemperantes. secos pronunciaron la palabra: ¿cuánto?
-Me parece que Herbert tendrá tema para sus bromas - -Doscientas libras -fue la respuesta.
dijo al sentarse. Sin oír el grito de su mujer, el señor White sonrió
-Sin duda -dijo el señor White-. Pero, a pesar de todo, la levemente, extendió los brazos, como un ciego, y se
pata se movió en mi mano. Puedo jurarlo. desplomó, desmayado.
-Habrá sido en tu imaginación -dijo la señora III
suavemente. En el cementerio nuevo, a unas dos millas de distancia,
-Afirmo que se movió. Yo no estaba sugestionado. marido y mujer dieron sepultura a su muerto y volvieron
Era… ¿Qué sucede? a la casa transidos de sombra y de silencio.
Su mujer no le contestó. Observaba los misteriosos Todo pasó tan pronto que al principio casi no lo
movimientos de un hombre que rondaba la casa y no se entendieron y quedaron esperando alguna otra cosa que
decidía a entrar. Notó que el hombre estaba bien vestido les aliviara el dolor. Pero los días pasaron y la
y que tenía una galera nueva y reluciente; pensó en las expectativa se transformó en resignación, esa
doscientas libras. El hombre se detuvo tres veces en el desesperada resignación de los viejos, que algunos
portón; por fin se decidió a llamar. llaman apatía. Pocas veces hablaban, porque no tenían
Apresuradamente, la señora White se quitó el delantal y nada que decirse; sus días eran interminables hasta el
lo escondió debajo del almohadón de la silla. cansancio.
Hizo pasar al desconocido. Éste parecía incómodo. La Una semana después, el señor White, despertándose
miraba furtivamente, mientras ella le pedía disculpas por bruscamente en la noche, estiró la mano y se encontró
el desorden que había en el cuarto y por el guardapolvo solo.
del marido. La señora esperó cortésmente que les dijera El cuarto estaba a oscuras; oyó cerca de la ventana, un
el motivo de la visita; el desconocido estuvo un rato en llanto contenido. Se incorporó en la cama para escuchar.
silencio. -Vuelve a acostarte -dijo tiernamente-. Vas a coger frío.
-Vengo de parte de Maw & Meggins -dijo por fin. -Mi hijo tiene más frío -dijo la señora White y volvió a
La señora White tuvo un sobresalto. llorar.
-¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Le ha sucedido algo a Herbert? Los sollozos se desvanecieron en los oídos del señor
Su marido se interpuso. White. La cama estaba tibia, y sus ojos pesados de
-Espera, querida. No te adelantes a los acontecimientos. sueño. Un despavorido grito de su mujer lo despertó.
Supongo que usted no trae malas noticias, señor. -La pata de mono -gritaba desatinadamente-, la pata de
Y lo miró patéticamente. mono.
-Lo siento… -empezó el otro. El señor White se incorporó alarmado.
-¿Está herido? -preguntó, enloquecida, la madre. -¿Dónde? ¿Dónde está? ¿Qué sucede?
El hombre asintió. Ella se acercó:
-Mal herido -dijo pausadamente-. Pero no sufre. -La quiero. ¿No la has destruido?
-Gracias a Dios -dijo la señora White, juntando las -Está en la sala, sobre la repisa -contestó asombrado-.
manos-. Gracias a Dios. ¿Por qué la quieres?
Bruscamente comprendió el sentido siniestro que había Llorando y riendo se inclinó para besarlo, y le dijo
en la seguridad que le daban y vio la confirmación de histéricamente:
sus temores en la cara significativa del hombre. Retuvo -Sólo ahora he pensado… ¿Por qué no he pensado antes?
la respiración, miró a su marido que parecía tardar en ¿Por qué tú no pensaste?
comprender, y le tomó la mano temblorosamente. Hubo -¿Pensaste en qué? -preguntó.
un largo silencio. -En los otros dos deseos -respondió en seguida-. Sólo
-Lo agarraron las máquinas -dijo en voz baja el visitante. hemos pedido uno.
-Lo agarraron las máquinas -repitió el señor White, -¿No fue bastante?
aturdido. -No -gritó ella triunfalmente-. Le pediremos otro más.
Se sentó, mirando fijamente por la ventana; tomó la Búscala pronto y pide que nuestro hijo vuelva a la vida.
mano de su mujer, la apretó en la suya, como en sus El hombre se sentó en la cama, temblando.
tiempos de enamorados. -Dios mío, estás loca.
-Era el único que nos quedaba -le dijo al visitante-. Es -Búscala pronto y pide -le balbuceó-; ¡mi hijo, mi hijo!
duro. El hombre encendió la vela.
El otro se levantó y se acercó a la ventana. -Vuelve a acostarte. No sabes lo que estás diciendo.
-La compañía me ha encargado que le exprese sus -Nuestro primer deseo se cumplió. ¿Por qué no hemos
condolencias por esta gran pérdida -dijo sin darse la de pedir el segundo?
vuelta-. Le ruego que comprenda que soy tan sólo un -Fue una coincidencia.
empleado y que obedezco las órdenes que me dieron. -Búscala y desea -gritó con exaltación la mujer.
No hubo respuesta. La cara de la señora White estaba El marido se volvió y la miró:
lívida.
8

-Hace diez días que está muerto y además, no quiero Los fósforos cayeron. Permaneció inmóvil, sin respirar,
decirte otra cosa, lo reconocí por el traje. Si ya entonces hasta que se repitió el golpe. Huyó a su cuarto y cerró la
era demasiado horrible para que lo vieras… puerta. Se oyó un tercer golpe.
-¡Tráemelo! -gritó la mujer arrastrándolo hacia la -¿Qué es eso? -gritó la mujer.
puerta-. ¿Crees que temo al niño que he criado? -Un ratón -dijo el hombre-. Un ratón. Se me cruzó en la
El señor White bajó en la oscuridad, entró en la sala y se escalera.
acercó a la repisa. La mujer se incorporó. Un fuerte golpe retumbó en toda
El talismán estaba en su lugar. Tuvo miedo de que el la casa.
deseo todavía no formulado trajera a su hijo hecho -¡Es Herbert! ¡Es Herbert! -La señora White corrió hacia
pedazos, antes de que él pudiera escaparse del cuarto. la puerta, pero su marido la alcanzó.
Perdió la orientación. No encontraba la puerta. Tanteó -¿Qué vas a hacer? -le dijo ahogadamente.
alrededor de la mesa y a lo largo de la pared y de pronto -¡Es mi hijo; es Herbert! -gritó la mujer, luchando para
se encontró en el zaguán, con el maligno objeto en la que la soltara-. Me había olvidado de que el cementerio
mano. está a dos millas. Suéltame; tengo que abrir la puerta.
Cuando entró en el dormitorio, hasta la cara de su mujer -Por amor de Dios, no lo dejes entrar -dijo el hombre,
le pareció cambiada. Estaba ansiosa y blanca y tenía algo temblando.
sobrenatural. Le tuvo miedo. -¿Tienes miedo de tu propio hijo? -gritó-. Suéltame. Ya
-¡Pídelo! -gritó con violencia. voy, Herbert; ya voy.
-Es absurdo y perverso -balbuceó. Hubo dos golpes más. La mujer se libró y huyó del
-Pídelo -repitió la mujer. cuarto. El hombre la siguió y la llamó, mientras bajaba
El hombre levantó la mano: la escalera. Oyó el ruido de la tranca de abajo; oyó el
-Deseo que mi hijo viva de nuevo. cerrojo; y luego, la voz de la mujer, anhelante:
El talismán cayó al suelo. El señor White siguió -La tranca -dijo-. No puedo alcanzarla.
mirándolo con terror. Luego, temblando, se dejó caer en Pero el marido, arrodillado, tanteaba el piso, en busca de
una silla mientras la mujer se acercó a la ventana y la pata de mono.
levantó la cortina. El hombre no se movió de allí, hasta -Si pudiera encontrarla antes de que eso entrara…
que el frío del alba lo traspasó. A veces miraba a su Los golpes volvieron a resonar en toda la casa. El señor
mujer que estaba en la ventana. La vela se había White oyó que su mujer acercaba una silla; oyó el ruido
consumido; hasta casi apagarse. Proyectaba en las de la tranca al abrirse; en el mismo instante encontró la
paredes y el techo sombras vacilantes. pata de mono y, frenéticamente, balbuceó el tercer y
Con un inexplicable alivio ante el fracaso del talismán, último deseo.
el hombre volvió a la cama; un minuto después, la mujer, Los golpes cesaron de pronto; aunque los ecos
apática y silenciosa, se acostó a su lado. resonaban aún en la casa. Oyó retirar la silla y abrir la
No hablaron; escuchaban el latido del reloj. Crujió un puerta. Un viento helado entró por la escalera, y un largo
escalón. La oscuridad era opresiva; el señor White juntó y desconsolado alarido de su mujer le dio valor para
coraje, encendió un fósforo y bajó a buscar una vela. correr hacia ella y luego hasta el portón. El camino
Al pie de la escalera el fósforo se apagó. El señor White estaba desierto y tranquilo.
se detuvo para encender otro; simultáneamente resonó
un golpe furtivo, casi imperceptible, en la puerta de FIN
entrada.

5. Identifica cuál es la función del lenguaje que determina el efecto estético en el cuento, para ello, utiliza ejemplos
textuales que justifiquen tu respuesta.

6. Determina los personajes principales del cuento y explica la función del lenguaje predominante que se cumple
en cada uno de ellos.

7. Pedir deseos a voluntades superiores es un referente constante en


nuestra cultura, explica de qué forma creer en “la pata de mono”
refleja rasgos culturales.

8. Explica por escrito de una manera muy breve el punto de contacto


que puede establecerse entre Antígona y La pata de mono. No olvides
utilizar ejemplos para justificar tu respuesta.

9. Elabora una Fotonovela del anterior cuento. Puedes hacerlo


utilizando fotografías o dibujando una secuencia de imágenes.
Recuerda compartir tu trabajo con tus compañeros de clase.
9

Capítulo 3
Explora tu lenguaje, conoce tu propia lengua….
1. Realice lectura atenta y detenida del cuento titulado El hombre que sabía
javanés de Alfonso Henriques de Lima que se encuentra en el volumen
Ficciones desde Brasil y determine en cuales palabras descansa la fuerza
significativa del cuento y cuáles palabras resulta fundamental aclarar para
comprender el significado global.
2. Establezca una diferencia entre el concepto de lengua y de lengua a partir
del anterior cuento.
3. Identifique cuáles son las principales lenguas que se hablan en América
Latina y explique de qué manera esta diversidad de lenguas se constituye en
una manifestación de la complejidad del lenguaje.
4. Realice lectura atenta y detenida del cuento Manifiesta no saber firmar de Estercilia Simanca y una breve
muestra de la obra poética Hugo Jamioy y determine cuáles son los principales valores culturales que se presentan
en sus oralituras.
5. Establezca un sentido para la expresión oralitura y determine en qué pasajes de los
textos leídos en clase pueden encontrarse huellas de esta expresión.
6. Teniendo en cuenta el poema analfabetas, explica de manera breve en un texto corto
de un párrafo en qué consiste el analfabetismo cultural al que se refería el poema y en
qué otras ocasiones puede evidenciarse tal actitud.

7. Elabora un escrito de una página en procesador siguiendo las indicaciones formales


y las normas de presentación donde aborde una reflexión acerca de la importancia de
valorar y conservar las raíces lingüísticas de los pueblos indígenas en América, así como
las tradiciones culturales que se deprenden del uso y de la apropiación de nuestra lengua
materna. Recuerda utilizar una cita textual para defender tu punto de vista de acuerdo
con lo que dice el texto. Esta cita debe venir entre comillas y no puede superar tres
renglones.

Tipo de letra: Times New Roman


Tamaño: 12 puntos
Márgenes: Justificados (Rectos a ambos lados de la página) y 2.5 desde el borde
de la hoja.
Interlineado: 1.5

Capítulo 4
El lenguaje de la poesía

1. Realice lectura atenta y detenida de cada uno de los poemas de Candelario Obeso propuestos y que aparecen
en Cantos populares de mi tierra y establezca cuáles son las características principales de la escritura poética.
2. Explique de qué manera podría decirse que Candelario Obeso es un oralitor. Utilice ejemplos que sustenten su
respuesta.
3. Analice cuáles son las relaciones que pueden establecerse entre el lenguaje, la lengua y a poesía en el caso de
Candelario Obeso.
4. Sin lugar a duda, Candelario Obeso marca un hito por la forma particular como usa su lenguaje, como usa sus
propios recursos lingüísticos para dar cuenta de la forma particular en que ve y siente el mundo. Al igual que
Candelario, en un texto corto demuestra que puedes usar el lenguaje de una manera tan creativa como lo hacía
él, para ello puedes valerte de cualquier recurso que te permita romper el uso convencional del código.
10

5. Lee con atención cada uno de los siguientes textos. Luego, compara cada una de sus características particulares
y establece una relación que te permita identificar en qué niveles de la lengua y del lenguaje opera la construcción
de sentido.

Rayuela: Capítulo 68 - Julio Cortázar


Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso
y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos
exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las
incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía
que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a
poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando,
reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de
ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de
cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en
un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo
en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se
entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los
extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante
embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé!
Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las
marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi
crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.
FIN

Capítulo 7
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por
primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer
cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con
soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco
comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces


jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros
ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes
se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan
tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua
en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y
viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos
buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de
tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de
flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si
nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y
terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es
bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te
siento temblar contra mí como una luna en el agua.

6. Tomando como referencia el Capítulo 68 de Rayuela, asumiendo que la jitanjáfora es la figura


literaria por la cual se crean palabras nuevas en una lengua, la idea es que hagas un texto corto imitando
el estilo de Julio Cortázar en este capítulo. Recuerda que el reto es crear e inventar la mayor cantidad
de palabra nuevas posibles.

7. Una vez explorada esta dimensión del lenguaje, vamos a trabajar con el capítulo 7. En esta ocasión se
trata de cambiar la mayor cantidad de sustantivos y adjetivos que tenga el texto hasta que parezca un
texto completamente nuevo. Comparte tu ejercicio de escritura con tus compañeros.
11

8. Realiza lectura atenta y detenida de los siguientes poemas determinando cuáles son las principales
características del lenguaje de la poesía que están presentes en cada poema. Asimismo, explora la
temática y trata de establecer una relación entre las formas del lenguaje que se hacen manifiestas en
cada poema.

Recorriéndote

Quiero morder tu carne, y viene a mí


salada y fuerte, en toda su dureza de macho enardecido.
empezar por tus brazos hermosos Bajar luego a tus piernas
como ramas de ceibo, firmes como tus convicciones guerrilleras,
seguir por ese pecho con el que sueñan mis sueños esas piernas donde tu estatura se asienta
ese pecho-cueva donde se esconde mi cabeza con las que vienes a mí
hurgando la ternura, con las que me sostienes,
ese pecho que suena a tambores y vida continuada. las que enredas en la noche entre las mías
Quedarme allí un rato largo blandas y femeninas.
enredando mis manos Besar tus pies, amor,
en ese bosquecito de arbustos que te crece que tanto tienen aun que recorrer sin mí
suave y negro bajo mi piel desnuda y volver a escalarte
seguir después hacia tu ombligo hasta apretar tu boca con la mía,
hacia ese centro donde te empieza el cosquilleo, hasta llenarme toda de tu saliva y tu aliento
irte besando, mordiendo, hasta que entres en mí
hasta llegar allí con la fuerza de la marea
a ese lugarcito y me invadas con tu ir y venir
-apretado y secreto- de mar furioso
que se alegra ante mi presencia y quedemos los dos tendidos y sudados
que se adelanta a recibirme en la arena de las sábanas.

ARDER

Cuando nos besamos trituramos un ángel.


Su última voluntad será nuestro deseo.
Tiempo habrá para escupir sus vidrios de colores,
su sombrero de plumas,
barajas manoseadas por tahúres
y ahora
hay que hacerlo entrar,
ofrecerle licor (que él viene de morirse),
acercarle una silla (que lee en la oscuridad).
Dirá sus baratijas,
su forma de guiarnos al secreto de la vieja estación.
Dirá que el vino está hecho de hojas secas,
que puede hacer un fuego con tu rostro y el mío.
(Ni un centavo de luz a su trabajo).
Cuando nos besamos desollamos un ángel,
un condenado a muerte
que va a resucitar en otras bocas.
No tengas lástima por él,
sólo hay que hincar el diente y triturar al ángel.
Abrir tus piernas blancas y darle sepultura.

JORGE BOCCANERA (Argentina, 1952)


12

9. Una vez explorados los referentes propuestos para analizar el lenguaje de la poesía, la idea es hacer una
representación audiovisual sobre las funciones del lenguaje. Desde ese punto de vista, se trata de poder
ejemplificar cada una de las funciones del lenguaje en una historia o dramatizado que involucre los textos
propuestos en el capítulo. Se tendrá en cuenta la edición del vídeo, así como la participación en cámara de cada
integrante como los dos criterios principales de evaluación. Ello implicará que debe haber una organización y
disposición del trabajo en cada uno de ustedes. Como se tratan de seis funciones del lenguaje que serán
representadas, cada grupo podrá tener seis integrantes. Los estudiantes pueden escoger si explican las funciones
a lo largo de la representación, o si explican al final cada una de las funciones después del dramatizado. Sólo se
podrán vincular ejemplos de los textos compartidos en este capítulo. En todo caso, el trabajo debe ser colectivo y
socializado con el grupo.

Capítulo 5

Los caballeros andantes


1. Realice lectura atenta y detenida de cada uno de los siguientes cuentos. Trate en cada caso, de determinar la
época a la que pertenece cada historia, así como la precisión de los marcadores textuales que en cada relato le
permitan justificar su elección. Aclare el significado de palabras desconocidas.

2. Elabore una representación gráfica en octavos de cartulina blanca de los personajes más importantes de alguna
de las historias atendiendo a la forma como aparecen descritos en cada narración.

3. Explique los valores culturales que aparecen en cada uno de los relatos, así como las características ideológicas
que deja ver cada personaje en las decisiones que toma a lo largo de cada una de las historias.

Historia de Abdula, el mendigo ciego - Anónimo: Las mil y una noches


El mendigo ciego que había jurado no recibir ninguna limosna que no
estuviera acompañada de una bofetada, refirió al Califa su historia:
-Comendador de los Creyentes, he nacido en Bagdad. Con la herencia de mis
padres y con mi trabajo, compré ochenta camellos que alquilaba a los
mercaderes de las caravanas que se dirigían a las ciudades y a los confines de tu
dilatado imperio.
Una tarde que volvía de Bassorah con mi recua vacía, me detuve para que
pastaran los camellos; los vigilaba, sentado a la sombra de un árbol, ante una
fuente, cuando llegó un derviche que iba a pie a Bassorah. Nos saludamos,
sacamos nuestras provisiones y nos pusimos a comer fraternalmente. El
derviche, mirando mis numerosos camellos, me dijo que no lejos de ahí, una
montaña recelaba un tesoro tan infinito que aun después de cargar de joyas y de
oro los ochenta camellos, no se notaría mengua en él. Arrebatado de gozo me
arrojé al cuello del derviche y le rogué que me indicara el sitio, ofreciendo darle
en agradecimiento un camello cargado. El derviche entendió que la codicia me
hacía perder el buen sentido y me contestó:
-Hermano, debes comprender que tu oferta no guarda proporción con la fineza que esperas de mí. Puedo no hablarte más
del tesoro y guardar mi secreto. Pero te quiero bien y te haré una proposición más cabal. Iremos a la montaña del tesoro
y cargaremos los ochenta camellos; me darás cuarenta y te quedarás con otros cuarenta, y luego nos separaremos,
tomando cada cual su camino.
Esta proposición razonable me pareció durísima, veía como un quebranto la pérdida de los cuarenta camellos y me
escandalizaba que el derviche, un hombre harapiento, fuera no menos rico que yo. Accedí, sin embargo, para no
arrepentirme hasta la muerte de haber perdido esa ocasión.
Reuní los camellos y nos encaminamos a un valle rodeado de montañas altísimas, en el que entramos por un desfiladero
tan estrecho que sólo un camello podía pasar de frente.
El derviche hizo un haz de leña con las ramas secas que recogió en el valle, lo encendió por medio de unos polvos
aromáticos, pronunció palabras incomprensibles, y vimos, a través de la humareda, que se abría la montaña y que había
un palacio en el centro. Entramos, y lo primero que se ofreció a mi vista deslumbrada fueron unos montones de oro sobre
los que se arrojó mi codicia como el águila sobre la presa, y empecé a llenar las bolsas que llevaba.
13

El derviche hizo otro tanto, noté que prefería las piedras preciosas al oro y resolví copiar su ejemplo. Ya cargados mis
ochenta camellos, el derviche, antes de cerrar la montaña, sacó de una jarra de plata una cajita de madera de sándalo que
según me hizo ver, contenía una pomada, y la guardó en el seno.
Salimos, la montaña se cerró, nos repartimos los ochenta camellos y valiéndome de las palabras más expresivas le
agradecí la fineza que me había hecho, nos abrazamos con sumo alborozo y cada cual tomó su camino. No había dado
cien pasos cuando el numen de la codicia me acometió. Me arrepentí de haber cedido mis cuarenta camellos y su carga
preciosa, y resolví quitárselos al derviche, por buenas o por malas. El derviche no necesita esas riquezas -pensé-, conoce
el lugar del tesoro; además, está hecho a la indigencia.
Hice parar mis camellos y retrocedí corriendo y gritando para que se detuviera el derviche. Lo alcancé.
-Hermano -le dije-, he reflexionado que eres un hombre acostumbrado a vivir pacíficamente, sólo experto en la oración
y en la devoción, y que no podrás nunca dirigir cuarenta camellos. Si quieres creerme, quédate solamente con treinta,
aun así te verás en apuros para gobernarlos.
-Tienes razón -me respondió el derviche-. No había pensado en ello. Escoge los diez que más te acomoden, llévatelos y
que Dios te guarde.
Aparté diez camellos que incorporé a los míos, pero la misma prontitud con que había cedido el derviche, encendió mi
codicia. Volví de nuevo atrás y le repetí el mismo razonamiento, encareciéndole la dificultad que tendría para gobernar
los camellos, y me llevé otros diez. Semejante al hidrópico que más sediento se halla cuanto más bebe, mi codicia
aumentaba en proporción a la condescendencia del derviche. Logré, a fuerza de besos y de bendiciones, que me
devolviera todos los camellos con su carga de oro y de pedrería. Al entregarme el último de todos, me dijo:
-Haz buen uso de estas riquezas y recuerda que Dios, que te las ha dado, puede quitártelas si no socorres a los
menesterosos, a quienes la misericordia divina deja en el desamparo para que los ricos ejerciten su caridad y merezcan,
así, una recompensa mayor en el Paraíso.
La codicia me había ofuscado de tal modo el entendimiento que, al darle gracias por la cesión de mis camellos, sólo
pensaba en la cajita de sándalo que el derviche había guardado con tanto esmero. Presumiendo que la pomada debía
encerrar alguna maravillosa virtud, le rogué que me la diera, diciéndole que un hombre como él, que había renunciado a
todas las vanidades del mundo, no necesitaba pomadas. En mi interior estaba resuelto a quitársela por la fuerza, pero,
lejos de rehusármela, el derviche sacó la cajita del seno, y me la entregó.
Cuando la tuve en las manos, la abrí. Mirando la pomada que contenía, le dije:
-Puesto que tu bondad es tan grande, te ruego que me digas cuáles son las virtudes de esta pomada.
-Son prodigiosas -me contestó-. Frotando con ella el ojo izquierdo y cerrando el derecho, se ven distintamente todos los
tesoros ocultos en las entrañas de la tierra. Frotando el ojo derecho, se pierde la vista de los dos.
Maravillado, le rogué que me frotase con la pomada el ojo izquierdo. El derviche accedió. Apenas me hubo frotado el
ojo, aparecieron a mi vista tantos y tan diversos tesoros, que volvió a encenderse mi codicia. No me cansaba de
contemplar tan infinitas riquezas, pero como me era preciso tener cerrado y cubierto con la mano el ojo derecho, y esto
me fatigaba, rogué al derviche que me frotase con la pomada el ojo derecho, para ver más tesoros.
-Ya te dije -me contestó- que si aplicas la pomada al ojo derecho, perderás la vista.
-Hermano -le repliqué sonriendo- es imposible que esta pomada tenga dos cualidades tan contrarias y dos virtudes tan
diversas.
Largo rato porfiamos; finalmente, el derviche, tomando a Dios por testigo de que me decía la verdad, cedió a mis
instancias. Yo cerré el ojo izquierdo, el derviche me frotó con la pomada el ojo derecho. Cuando los abrí, estaba ciego.
Aunque tarde, conocí que el miserable deseo de riquezas me había perdido y maldije mi desmesurada codicia. Me arrojé
a los pies del derviche.
-Hermano -le dije-, tú que siempre me has complacido y que eres tan sabio, devuélveme la vista.
-Desventurado -me respondió-, ¿no te previne de antemano y no hice todos los esfuerzos para preservarte de esta
desdicha? Conozco, sí, muchos secretos, como has podido comprobar en el tiempo que hemos estado juntos, pero no
conozco el secreto capaz de devolverte la luz. Dios te había colmado de riquezas que eras indigno de poseer, te las ha
quitado para castigar tu codicia. Reunió mis ochenta camellos y prosiguió con ellos su camino, dejándome solo y
desamparado, sin atender a mis lágrimas y a mis súplicas. Desesperado, no sé cuántos días erré por esas montañas; unos
peregrinos me recogieron.
FIN
14

NOVELA DÉCIMA
Alibech se hace ermitaña, y el monje Rústico la enseña a meter al diablo en el infierno, después, llevada de allí, se
convierte en la mujer de Neerbale.

Dioneo, que diligentemente la historia de la reina


escuchado había, viendo que estaba terminada y que sólo
a él le faltaba novelar, sin esperar órdenes, sonriendo,
comenzó a decir:
Graciosas señoras, tal vez nunca hayáis oído contar
cómo se mete al diablo en el infierno, y por ello, sin
apartarme casi del argumento sobre el que vosotras todo el
día habéis discurrido, os lo puedo decir: tal vez también
podáis salvar a vuestras almas luego de haberlo aprendido,
y podréis también conocer que por mucho que Amor en los
alegres palacios y las blandas cámaras más a su grado que
en las pobres cabañas habite, no por ello alguna vez deja
de hacer sentir sus fuerzas entre los tupidos bosques y los
rígidos alpes, por lo que comprender se puede que a su
potencia están sujetas todas las cosas.
Viniendo, pues, al asunto, digo que en la ciudad de Cafsa, en Berbería, hubo hace tiempo un hombre riquísimo que,
entre otros hijos, tenía una hijita hermosa y donosa cuyo nombre era Alibech; la cual, no siendo cristiana y oyendo a
muchos cristianos que en la ciudad había alabar mucho la fe cristiana y el servicio de Dios, un día preguntó a uno de
ellos en qué materia y con menos impedimentos pudiese servir a Dios. El cual le repuso que servían mejor a Dios aquellos
que más huían de las cosas del mundo, como hacían quienes en las soledades de los desiertos de la Tebaida se habían
retirado. La joven, que simplicísima era y de edad de unos catorce años, no por consciente deseo sino por un impulso
pueril, sin nada decir a nadie, a la mañana siguiente hacia el desierto de Tebaida, ocultamente, sola, se encaminó; y con
gran trabajo suyo, continuando sus deseos, después de algunos días a aquellas soledades llegó, y vista desde lejos una
casita, se fue a ella, donde a un santo varón encontró en la puerta, el cual, maravillándose de verla allí, le preguntó qué
es lo que andaba buscando. La cual repuso que, inspirada por Dios, estaba buscando ponerse a su servicio, y también
quién la enseñara cómo se le debía servir. El honrado varón, viéndola joven y muy hermosa, temiendo que el demonio,
si la retenía, lo engañara, le alabó su buena disposición y, dándole de comer algunas raíces de hierbas y frutas silvestres
y dátiles, y agua a beber, le dijo:
-Hija mía, no muy lejos de aquí hay un santo varón que en lo que vas buscando es mucho mejor maestro de lo que
soy yo: irás a él.
Y le enseñó el camino; y ella, llegada a él y oídas de éste estas mismas palabras, yendo más adelante, llegó a la celda
de un ermitaño joven, muy devota persona y bueno, cuyo nombre era Rústico, y la petición le hizo que a los otros les
había hecho. El cual, por querer poner su firmeza a una fuerte prueba, no como los demás la mandó irse, o seguir más
adelante, sino que la retuvo en su celda; y llegada la noche, una yacija de hojas de palmera le hizo en un lugar, y sobre
ella le dijo que se acostase. Hecho esto, no tardaron nada las tentaciones en luchar contra las fuerzas de éste, el cual,
encontrándose muy engañado sobre ellas, sin demasiados asaltos volvió las espaldas y se entregó como vencido; y
dejando a un lado los pensamientos santos y las oraciones y las disciplinas, a traerse a la memoria la juventud y la
hermosura de ésta comenzó, y además de esto, a pensar en qué vía y en qué modo debiese comportarse con ella, para que
no se apercibiese que él, como hombre disoluto, quería llegar a aquello que deseaba de ella.
Y probando primero con ciertas preguntas, que no había nunca conocido a hombre averiguó y que tan simple era
como parecía, por lo que pensó cómo, bajo especie de servir a Dios, debía traerla a su voluntad. Y primeramente con
muchas palabras le mostró cuán enemigo de Nuestro Señor era el diablo, y luego le dio a entender que el servicio que
más grato podía ser a Dios era meter al demonio en el infierno, adonde Nuestro Señor le había condenado. La jovencita
le preguntó cómo se hacía aquello; Rústico le dijo:
-Pronto lo sabrás, y para ello harás lo que a mí me veas hacer.
Y empezó a desnudarse de los pocos vestidos que tenía, y se quedó completamente desnudo, y lo mismo hizo la
muchacha; y se puso de rodillas a guisa de quien rezar quisiese y contra él la hizo ponerse a ella. Y estando así, sintiéndose
Rústico más que nunca inflamado en su deseo al verla tan hermosa, sucedió la resurrección de la carne; y mirándola
Alibech, y maravillándose, dijo:
-Rústico, ¿qué es esa cosa que te veo que así se te sale hacia afuera y yo no la tengo?
-Oh, hija mía -dijo Rústico-, es el diablo de que te he hablado; ya ves, me causa grandísima molestia, tanto que
apenas puedo soportarle.
Entonces dijo la joven:
15

-Oh, alabado sea Dios, que veo que estoy mejor que tú, que no tengo yo ese diablo.
Dijo Rústico:
-Dices bien, pero tienes otra cosa que yo no tengo, y la tienes en lugar de esto.
Dijo Alibech:
-¿El qué?
Rústico le dijo:
-Tienes el infierno, y te digo que creo que Dios te haya mandado aquí para la salvación de mi alma, porque si ese
diablo me va a dar este tormento, si tú quieres tener de mí tanta piedad y sufrir que lo meta en el infierno, me darás a mí
grandísimo consuelo y darás a Dios gran placer y servicio, si para ello has venido a estos lugares, como dices.
La joven, de buena fe, repuso:
-Oh, padre mío, puesto que yo tengo el infierno, sea como queréis.
Dijo entonces Rústico:
-Hija mía, bendita seas. Vamos y metámoslo, que luego me deje estar tranquilo.
Y dicho esto, llevada la joven encima de una de sus yacijas, le enseñó cómo debía ponerse para poder encarcelar a
aquel maldito de Dios.
La joven, que nunca había puesto en el infierno a ningún diablo, la primera vez sintió un poco de dolor, por lo que
dijo a Rústico:
-Por cierto, padre mío, mala cosa debe ser este diablo, y verdaderamente enemigo de Dios, que aun en el infierno, y
no en otra parte, duele cuando se mete dentro.
Dijo Rústico:
-Hija, no sucederá siempre así.
Y para hacer que aquello no sucediese, seis veces antes de que se moviesen de la yacija lo metieron allí, tanto que
por aquella vez le arrancaron tan bien la soberbia de la cabeza que de buena gana se quedó tranquilo.
Pero volviéndole luego muchas veces en el tiempo que siguió, y disponiéndose la joven siempre obediente a
quitársela, sucedió que el juego comenzó a gustarle, y comenzó a decir a Rústico:
-Bien veo que la verdad decían aquellos sabios hombres de Cafsa, que el servir a Dios era cosa tan dulce; y en verdad
no recuerdo que nunca cosa alguna hiciera yo que tanto deleite y placer me diese como es el meter al diablo en el infierno;
y por ello me parece que cualquier persona que en otra cosa que en servir a Dios se ocupa es un animal.
Por la cual cosa, muchas veces iba a Rústico y le decía:
-Padre mío, yo he venido aquí para servir a Dios, y no para estar ociosa; vamos a meter el diablo en el infierno.
Haciendo lo cual, decía alguna vez:
-Rústico, no sé por qué el diablo se escapa del infierno; que si estuviera allí de tan buena gana como el infierno lo
recibe y lo tiene, no se saldría nunca.
Así, tan frecuentemente invitando la joven a Rústico y consolándolo al servicio de Dios, tanto le había quitado la
lana del jubón que en tales ocasiones sentía frío en que otro hubiera sudado; y por ello comenzó a decir a la joven que al
diablo no había que castigarlo y meterlo en el infierno más que cuando él, por soberbia, levantase la cabeza:
-Y nosotros, por la gracia de Dios, tanto lo hemos desganado, que ruega a Dios quedarse en paz.
Y así impuso algún silencio a la joven, la cual, después de que vio que Rústico no le pedía más meter el diablo en el
infierno, le dijo un día:
-Rústico, si tu diablo está castigado y ya no te molesta, a mí mi infierno no me deja tranquila; por lo que bien harás
si con tu diablo me ayudas a calmar la rabia de mi infierno, como yo con mi infierno te he ayudado a quitarle la soberbia
a tu diablo.
Rústico, que de raíces de hierbas y agua vivía, mal podía responder a los envites; y le dijo que muchos diablos
querrían poder tranquilizar al infierno, pero que él haría lo que pudiese; y así alguna vez la satisfacía, pero era tan
raramente que no era sino arrojar un haba en la boca de un león; de lo que la joven, no pareciéndole servir a Dios cuanto
quería, mucho rezongaba. Pero mientras que entre el diablo de Rústico y el infierno de Alibech había, por el demasiado
deseo y por el menor poder, esta cuestión, sucedió que hubo un fuego en Cafsa en el que en la propia casa ardió el padre
de Alibech con cuantos hijos y demás familia tenía; por la cual cosa, Alibech, de todos sus bienes quedó heredera. Por
lo que un joven llamado Neerbale, habiendo en magnificencias gastado todos sus haberes, oyendo que ésta estaba viva,
poniéndose a buscarla y encontrándola antes de que el fisco se apropiase de los bienes que habían sido del padre, como
de hombre muerto sin herederos, con gran placer de Rústico y contra la voluntad de ella, la volvió a llevar a Cafsa y la
16

tomó por mujer, y con ella de su gran patrimonio fue heredero. Pero preguntándole las mujeres que en qué servía a Dios
en el desierto, no habiéndose todavía Neerbale acostado con ella, repuso que le servía metiendo al diablo en el infierno
y que Neerbale había cometido un gran pecado con haberla arrancado a tal servicio.
Las mujeres preguntaron:
-¿Cómo se mete al diablo en el infierno?
La joven, entre palabras y gestos, se lo mostró; de lo que tanto se rieron que todavía se ríen, y dijeron:
-No estés triste, hija, no, que eso también se hace bien aquí, Neerbale bien servirá contigo a Dios Nuestro Señor en
eso.
Luego, diciéndoselo una a otra por toda la ciudad, hicieron famoso el dicho de que el más agradable servicio que a
Dios pudiera hacerse era meter al diablo en el infierno; el cual dicho, pasado a este lado del mar, todavía se oye. Y por
ello vosotras, jóvenes damas, que necesitáis la gracia de Dios, aprended a meter al diablo en el infierno, porque ello es
cosa muy grata a Dios y agradable para las partes, y mucho bien puede nacer de ello y seguirse.
Mil veces o más había movido a risa la historia de Dioneo a las honestas damas, tales y de tal manera les parecían
sus palabras; por lo que, llegado él a la conclusión de ésta, conociendo la reina que el término de su señorío había llegado,
quitándose el laurel de la cabeza, muy placenteramente lo puso sobre la cabeza de Filostrato, y dijo:
-Pronto veremos si el lobo sabe mejor guiar a las ovejas que las ovejas han guiado a los lobos.
Filostrato, al oír esto, dijo riéndose:
-Si me hubieran hecho caso, los lobos habrían enseñado a las ovejas a meter al diablo en el infierno no peor de lo
que hizo Rústico con Alibech; y por ello no nos llaméis lobos porque no habéis sido ovejas, pero según me ha sido
concedido, gobernaré el reino que se me ha encomendado.
A quien Neifile contestó:
-Oye, Filostrato; habríais, queriéndonos enseñar, podido aprender sensatez como aprendió Masetto de las monjas y
recuperar el habla en tal punto que los huesos sin dueño habrían aprendido a silbar.
Filostrato, conociendo que había allí no menos hoces que dardos tenía él, dejando el bromear, a dedicarse al gobierno
del reino encomendado empezó; y haciendo llamar al senescal, en qué punto estaban todas las cosas quiso oír, y además
de esto, según lo que pensó que estaría bien y que debía satisfacer a la compañía, por cuanto su señorío durase,
discretamente dispuso, y después, dirigiéndose a las señoras, dijo:
-Amorosas señoras, por mi desventura, pues que mucho dolor he conocido, siempre por la hermosura de alguna de
vosotras he estado sujeto a Amor, y ni el ser humilde ni el ser obediente ni el secundarlo como mejor he podido conocer
en todas sus costumbres, me ha valido sino primero ser abandonado por otro y luego andar de mal en peor, y así creo que
andaré de aquí a la muerte, y por ello no de otra materia me place que se hable mañana sino de lo que a mis casos es más
conforme, esto es, de aquellos cuyos amores tuvieron infeliz final, porque yo con el tiempo lo espero infelicísimo, y no
por otra cosa el nombre con que me llamáis, por quienes bien sabían lo que decían, me fue impuesto.
Y dicho esto, poniéndose en pie, hasta la hora de la cena dio a todos licencia.

El libro de arena - Jorge Luis Borges


…thy rope of sands…
George Herbert (1593-1623)
La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número
infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes… No, decididamente no es este, more
geométrico, el mejor modo de iniciar mi relato. Afirmar que es verídico es ahora una convención de todo relato fantástico;
el mío, sin embargo, es verídico.
Yo vivo solo, en un cuarto piso de la calle Belgrano. Hará unos meses, al atardecer, oí un golpe en la puerta. Abrí y entró
un desconocido. Era un hombre alto, de rasgos desdibujados. Acaso mi miopía los vio así. Todo su aspecto era de pobreza
decente. Estaba de gris y traía una valija gris en la mano. En seguida sentí que era extranjero. Al principio lo creí viejo;
luego advertí que me había engañado su escaso pelo rubio, casi blanco, a la manera escandinava. En el curso de nuestra
conversación, que no duraría una hora, supe que procedía de las Orcadas.
Le señalé una silla. El hombre tardó un rato en hablar. Exhalaba melancolía, como yo ahora.
–Vendo biblias –me dijo.
No sin pedantería le contesté:
17

–En esta casa hay algunas biblias inglesas, incluso la primera, la de John Wiclif. Tengo asimismo la de Cipriano de
Valera, la de Lutero, que literariamente es la peor, y un ejemplar latino de la Vulgata. Como usted ve, no son precisamente
biblias lo que me falta.
Al cabo de un silencio me contestó:
–No solo vendo biblias. Puedo mostrarle un libro sagrado que tal vez le interese. Lo adquirí en los confines de Bikanir.
Abrió la valija y lo dejó sobre la mesa. Era un volumen en octavo, encuadernado en tela. Sin duda había pasado por
muchas manos. Lo examiné; su inusitado peso me sorprendió. En el lomo decía Holy Writ y abajo Bombay.
–Será del siglo diecinueve –observé.
–No sé. No lo he sabido nunca –fue la respuesta.
Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre tipografía, estaban
impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos. En el ángulo
superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevara el número (digamos) 40.514
y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como
es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.
Fue entonces que el desconocido me dijo:
–Mírela bien. Ya no la verá nunca más.
Había una amenaza en la afirmación, pero no en la voz. Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí.
En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja. Para ocultar mi desconcierto, le dije:
–Se trata de una versión de la Escritura en alguna lengua indostánica, ¿no es verdad?
–No –me replicó.
Luego bajó la voz como para confiarme un secreto:
–Lo adquirí en un pueblo de la llanura, a cambio de unas rupias y de la Biblia. Su poseedor no sabía leer. Sospecho que
en el Libro de los Libros vio un amuleto. Era de la casta más baja; la gente no podía pisar su sombra, sin contaminación.
Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin. Me pidió que
buscara la primera hoja. Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo
fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro.
–Ahora busque el final.
También fracasé; apenas logré balbucear con una voz que no era la mía:
–Esto no puede ser.
Siempre en voz baja el vendedor de biblias me dijo:
–No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna la
última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie
infinita admiten cualquier número. Después, como si pensara en voz alta:
–Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del
tiempo.
Sus consideraciones me irritaron. Le pregunté:
–¿Usted es religioso, sin duda?
–Sí, soy presbiteriano. Mi conciencia está clara. Estoy seguro de no haber estafado al nativo cuando le di la Palabra del
Señor a trueque de su libro diabólico.
Le aseguré que nada tenía que reprocharse, y le pregunté si estaba de paso por estas tierras. Me respondió que dentro de
unos días pensaba regresar a su patria. Fue entonces cuando supe que era escocés, de las islas Orcadas. Le dije que a
Escocia yo la quería personalmente por el amor de Stevenson y de Hume.
–Y de Robbie Burns –corrigió.
Mientras hablábamos yo seguía explorando el libro infinito. Con falsa indiferencia le pregunté:
–¿Usted se propone ofrecer este curioso espécimen al Museo Británico?
–No. Se lo ofrezco a usted –me replicó, y fijó una suma elevada.
18

Le respondí, con toda verdad, que esa suma era inaccesible para mí y me quedé pensando. Al cabo de unos pocos minutos
había urdido mi plan.
–Le propongo un canje –le dije–. Usted obtuvo este volumen por unas rupias y por la Escritura Sagrada; yo le ofrezco el
monto de mi jubilación, que acabo de cobrar, y la Biblia de Wiclif en letra gótica. La heredé de mis padres.
–A black letter Wiclif –murmuró.
Fui a mi dormitorio y le traje el dinero y el libro. Volvió las hojas y estudió la carátula con fervor de bibliófilo.
–Trato hecho –me dijo.
Me asombró que no regateara. Solo después comprendería que había entrado en mi casa con la decisión de vender el
libro. No contó los billetes, y los guardó. Hablamos de la India, de las Orcadas y de los jarls noruegos que las rigieron.
Era de noche cuando el hombre se fue. No he vuelto a verlo ni sé su nombre. Pensé guardar el Libro de Arena en el hueco
que había dejado el Wiclif, pero opté al fin por esconderlo detrás de unos volúmenes descabalados de Las mil y una
noches.
Me acosté y no dormí. A las tres o cuatro de la mañana prendí la luz. Busqué el libro imposible, y volví las hojas. En una
de ellas vi grabada una máscara. El ángulo llevaba una cifra, ya no sé cuál, elevada a la novena potencia. No mostré a
nadie mi tesoro. A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que lo robaran, y después el recelo de que no fuera
verdaderamente infinito. Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía. Me quedaban unos amigos; dejé de
verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé
la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra.
Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos
que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.
Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso
era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa
obscena que infamaba y corrompía la realidad.
Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al
planeta.
Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca
Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el
sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena
en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta.
Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México.
FIN

Capitulo Final
Autoevaluación
ASPECTO A EVALUAR SIEMPRE CASI ALGUNAS NUNCA
5 SIEMPRE VECES
4 3 0
Participo en clase, hago preguntas relacionadas con el tema,
claras y oportunas
Presto la debida atención en clase.
Sigo las instrucciones del profesor.
Termino las actividades asignadas para realizar en el aula.
Me esfuerzo en la realización y entrega puntual de las
tareas.
Utilizo internet, textos, periódicos, películas, entre otros
como apoyo para mi aprendizaje de la clase.
Participó activamente en el trabajo en grupo
Traigo los útiles necesarios para el desarrollo de las clases
Soy puntual en las clases
Mantengo el salón ordenado y hago uso adecuado del
mobiliario y material de apoyo.
Total

Potrebbero piacerti anche