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629-650
Resumen
El propósito de esta investigación es aproximarnos al estudio del acoso sexual
entre iguales en la adolescencia. Para ello, 283 estudiantes (53% chicos, 47%
chicas) entre 15 y 17 años respondieron de manera anónima a un cuestionario que
intentaba obtener información acerca de la incidencia de la victimización y perpe-
tración de las conductas relacionadas con el acoso sexual a lo largo del último año,
y la reacción emocional ante episodios recientes. Los resultados indican que las
conductas de acoso sexual forman parte de las interacciones entre adolescentes ya
que la mayor parte de los participantes se ha visto envuelto en algún episodio de
acoso sexual (89,4%), y que aunque varones y mujeres son víctimas en la misma
medida, los varones cometen más conductas de acoso sexual. Por otro lado, las
mujeres señalan sentirse peor que los varones ante episodios concretos. Los resul-
tados subrayan la necesidad de seguir indagando en los patrones de victimización
sexual de los adolescentes, que nos permitan diseñar futuras intervenciones dirigi-
das a promocionar el bienestar en las relaciones interpersonales.
Palabras clave: adolescencia, acoso sexual, relaciones entre iguales.
Abstract
The purpose of this paper was to explore peer sexual harassment in adolescence.
283 Students (53% boys, 47% girls) between 15 and 17 years of age completed
an anonymous questionnaire designed to obtain information about the incidence
of victimization and perpetration during the last year, and the emotional response
to recent episodes. Results indicate that sexual harassment related behaviors are
part of the interactions among adolescents, since most of participants have been
involved in some situation of peer sexual harassment (89.4%). Although boys
and girls are victims to the same extent, boys are more likely to commit sexual
harassment than girls. Moreover, girls reported feeling worse in specific episodes.
Finally, data also underscore the need for additional research in patterns of sexual
victimization among adolescents that allows us to design future interventions that
promote the wellbeing in interpersonal relationships.
Key words: adolescence, sexual harassment, peer relations.
Introducción
Durante la adolescencia, los chicos y chicas tienen que redefinir las relacio-
nes con sus iguales (Furman y Shaffer, 2003), y durante esta etapa del desa-
rrollo aumenta el contacto de los adolescentes con sus iguales de distinto sexo
(Pellegrini, 2001). Estos cambios evolutivos, a menudo tienen como consecuen-
cia el inicio de las relaciones amorosas, de pareja y sexuales (Steinberg y Morris,
2001), pero también de las relaciones de victimización, como el acoso sexual
entre iguales.
El estudio del acoso sexual entre iguales en el entorno escolar ha desper-
tado un gran interés en los últimos veinte años en países como EE.UU., Canadá,
Australia o Suecia. Las diferentes investigaciones llevadas a cabo coinciden en
señalar que el acoso sexual es un fenómeno menospreciado y generalizado
que interfiere en el proyecto educativo de los centros y los alumnos (American
Association University Women [AAUW], 1993, 2001; Witkowska y Kjellberg,
2005), y que tiene un impacto negativo, no sólo en las víctimas, sino también en
los demás compañeros del centro escolar (Ormerod, Collinsworth y Perry, 2008).
En nuestro país, apenas se han llevado a cabo estudios acerca de este fenómeno,
aunque algunas investigaciones (p. ej., Informe del Defensor del Pueblo 2000,
2006; Ortega, Ortega y Sánchez, 2008) ya han comenzado a interesarse por la
intimidación y el acoso sexual entre iguales.
Una de las primeras dificultades a las que se enfrenta el estudio del acoso sexual,
es que las definiciones utilizadas varían de unas investigaciones a otras (Murnen y
Smolak, 2000), y no existe acuerdo entre los investigadores y profesionales acerca
de qué es el acoso sexual en el entorno escolar. La definición utilizada para llevar
a cabo este trabajo se basa, fundamentalmente, en la propuesta de Witkowska
(Witkowska y Kjellberg, 2005; Witkowska y Menckel, 2005), que señala que el
acoso sexual entre iguales es una conducta no deseada o inapropiada, de natura-
leza sexual, cometida por algún compañero del centro y que interfiere en el derecho
de los alumnos a estar en un entorno escolar seguro y respetuoso. El acoso sexual
incluye conductas verbales, como insultos, nombres, rumores o comentarios sexua-
les, propuestas insistentes para conseguir citas o relaciones sexuales, etc.; además
de conductas físicas, que implican cualquier contacto sexual no deseado, como las
caricias, besos, abrazos, el asalto sexual, etc.
El estudio llevado a cabo por la AAUW (1993) reveló que el 83% de las estu-
diantes estadounidenses y el 71% de sus compañeros, señalaban haber sufrido
Acoso sexual entre iguales 631
acoso sexual al menos una vez a lo largo de su vida escolar y que ocho de cada
diez episodios habían sido perpetrados por otros alumnos. Ocho años después,
en 2001, la AAUW volvió a realizar la misma encuesta, mostrando que a pesar
de que los centros escolares habían puesto en marcha políticas de prevención, el
panorama seguía siendo el mismo y que las tasas de victimización prácticamente
no habían cambiado. Un estudio comparativo llevado a cabo con adolescentes de
Boston y Johannesburgo (Fineran, Bennett y Sacco, 2003), encontró que a lo largo
del último año escolar, un 79% de los adolescentes sudafricanos y un 83% de los
estadounidenses habían sido víctimas de alguna conducta de acoso sexual, y que
no existían diferencias significativas entre los porcentajes. A su vez, Witkowska y
Menckel (2005) encontraron que un 77% de las chicas suecas evaluadas indicaba
haber sufrido al menos una conducta de acoso sexual perpetrada por algún compa-
ñero a lo largo del último año.
En España se han llevado a cabo algunos estudios de incidencia, con resulta-
dos muy distintos. El Defensor del Pueblo, llevó a cabo en 1999 un estudio repre-
sentativo sobre violencia escolar en la Educación Secundaria Obligatoria. En dicha
investigación participaron 3.000 estudiantes y los resultados indicaron que respecto
al acoso sexual, la incidencia de la victimización era del 2% y la incidencia de per-
petración era del 0,6%. A pesar de señalar que la frecuencia de aparición del acoso
sexual era baja, recomendaba la puesta en marcha de medidas dirigidas a evitar
la victimización (Informe del Defensor del Pueblo, 2000). Posteriormente, en el
año 2006, en una investigación de características similares, el Defensor del Pueblo
encontró que la incidencia de victimización y perpetración del acoso habían dis-
minuido (hasta alcanzar valores del 0,9% y 0,4%, respectivamente) en los centros
escolares de nuestro país.
Por su parte, el estudio de Ortega, Ortega y Sánchez (2008) sobre violencia
sexual entre compañeros y parejas adolescentes, encontró que el 69,4% de los par-
ticipantes afirmaba haber sido víctima de violencia sexual por parte de sus compa-
ñeros, y el 58,4% reconocía haber agredido sexualmente a sus compañeros. Estos
datos resultan interesantes en la medida en que permite comparar y relacionar la
incidencia del acoso sexual con la violencia sexual en las relaciones de pareja ado-
lescentes. Sin embargo, no aporta datos acerca de la incidencia de victimización y
perpetración de las conductas concretas.
Es llamativa la notable diferencia de los resultados encontrados en estos estu-
dios llevados a cabo en nuestro país. Una posible explicación tiene que ver con el
tipo de preguntas a las que los participantes tenían que responder. Mientras que
Ortega et al. (2008) preguntaban acerca de la incidencia de 14 conductas relacio-
nadas con el acoso sexual, en el estudio del Defensor del Pueblo (2000, 2006),
se preguntaba directamente a los participantes si habían sufrido acoso sexual
(aunque los entrevistadores les daban una definición del término). Investigaciones
previas indican que los adolescentes y jóvenes reconocen como acoso sexual prin-
cipalmente aquellas conductas que incluyen contacto físico, como la coerción o
el asalto, frente a comportamientos menos invasivos o de tipo verbal (Fitzgerald
y Ormerod, 1991; Hand y Sánchez, 2000; Roscoe, Strouse y Goodwin, 1994;
Terrance, Logan y Peters, 2004). Parece lógico pensar, por tanto, que es posible
632 Vicario-Molina, Fuertes y Orgaz
que las tasas de victimización y perpetración en el estudio del Defensor del Pueblo
(2000, 2006), recojan únicamente las experiencias de alumnos que han sufrido y
cometido conductas más graves o de tipo físico.
Por lo que respecta a las diferencias de sexo, la mayor parte de los estudios
señalan que las chicas parecen ser una población de riesgo (p. ej., Fineran et al.,
2003; Ormerod et al., 2008; Timmerman, 2003). Sin embargo, los argumentos que
aportan los autores y autoras para apoyar esta afirmación son diferentes. Algunos
consideran que las chicas sufren más acoso sexual (AAUW, 1993; Bennett y Fineran,
1998); otros afirman que las chicas sufren las formas más graves —físicas— de
acoso (Hand y Sánchez, 2000; Timmerman, 2003); y otros argumentan que aunque
pueden sufrir acoso en la misma medida que los chicos, las chicas se sienten más
amenazadas y preocupadas (Bennett y Fineran, 1998; Fineran y Bennett, 1999;
Fineran et al., 2003), e incluso que los chicos, en algunas circunstancias, perci-
ben de forma positiva ciertas situaciones de acoso sexual (AAUW, 2001; Hand y
Sánchez, 2000; Murnen y Smolak, 2000). No obstante, también hay autores que
señalan que estas diferencias de sexo en la victimización pueden deberse a aspec-
tos teóricos y metodológicos, como que los cuestionarios que miden acoso sexual
sirvan únicamente para obtener información acerca de las conductas que sufren las
chicas (Baldwin y Daugherty, 2001).
La mayor parte de las investigaciones coinciden al señalar que las conduc-
tas verbales son las más frecuentes (AAUW, 2001; Dawn, 2003; McMaster,
Connolly, Pepler y Craig, 2002; Shute, Owens y Slee, 2008; Timmerman, 2002;
Witkowska y Menckel, 2005). Sin embargo, chicos y chicas sufren distintos tipos
de conductas verbales de acoso. En concreto, las chicas sufren más comentarios
sexuales (AAUW, 1993, 2001; Roscoe, Strouse y Goodwin, 1994), comentarios
degradantes de género y evaluaciones de su atractivo (Witkowska y Menckel,
2005). Los chicos, por su parte, señalan que las conductas verbales que más
sufren son comentarios de carácter homófobo (AAUW, 2001; Timmerman, 2002,
2003; Witkowska, 2005) y comentarios sexuales (Heritage, Denton y West, 1996;
Roscoe et al., 1994).
Las menos prevalentes, tanto en el caso de los chicos como en el de las chicas,
son las conductas no deseadas de carácter físico, que incluyen besos, caricias, rela-
ciones sexuales, etc. (AAUW, 1993, 2001; Dawn, 2003; McMaster et al., 2002;
Fineran y Bennett, 1999; Roscoe, Strouse y Goodwin, 1994; Timmerman, 2002;
Witkowska y Menckel, 2005). Sin embargo, algunos estudios como el que llevaron
a cabo Bennett y Fineran (1998) indican que a pesar de ser menos frecuentes, un
32% de adolescentes las han sufrido alguna vez. Parece, además, que las víctimas
de las formas más graves de acoso son mayoritariamente chicas (Bennett y Fineran,
1998; Hand y Sánchez, 2000; Timmerman, 2002, 2003).
Los estudios que ofrecen datos sobre perpetración de acoso sexual entre
iguales parecen indicar que no solamente muchos adolescentes son víctimas,
sino que muchos son perpetradores (AAUW, 2001; Fineran et al., 2003). El estu-
dio transcultural de Fineran et al. (2003) indicaba que un 74% de los adoles-
centes sudafricanos encuestados y un 78% de los participantes estadounidenses,
habían perpetrado algún tipo de conducta de acoso sexual a lo largo del último
Acoso sexual entre iguales 633
año. La AAUW (2001), por su parte, encontró que el 54% de los encuestados
reconocía haber perpetrado alguna vez una conducta de acoso sexual (50% de
las chicas, 57% de los chicos). Concretamente, las conductas que más adoles-
centes decían perpetrar eran de tipo verbal (bromas, chistes, insultos homófo-
bos) (AAUW, 2001).
Por lo que respecta a las diferencias de sexo, la investigación apunta a que
los chicos perpetran más conductas de acoso sexual a sus iguales que las chicas
(AAUW, 1993, 2001; Fineran y Bennett, 1999; Fineran, Bennett y Sacco, 2003;
McMaster et al., 2003; Ortega et al., 2008).
Con tasas tan altas de victimización y perpetración, es esperable que algunos
adolescentes se ajusten tanto al papel de víctima como al de perpetrador, y así lo
indican los resultados de varios estudios (p. ej., AAUW, 1993; Fineran y Bennett,
1999; McMaster et al., 2002). Esto ha llevado a algunos investigadores (p. ej., Lee,
Croninger, Linn y Chen, 1996; Timmerman, 2003) a considerar que las conductas
de acoso son prevalentes y públicas y que pueden ser el reflejo de una “cultura
escolar” en la que se llega a normalizar al menos ciertas conductas relacionadas con
el acoso, a pesar de que las consecuencias para las víctimas parecen ser, en general,
graves y negativas (AAUW, 1993, 2001; Dahinten, 1999; Larkin, 1994; Murnen y
Smolak, 2000; Paludi y Barickman, 1991; Stein, Marshall y Tropp, 1993), si bien
existen diferencias de sexo en la reacción emocional ante el acoso sexual (AAUW,
1993, 2001; Fineran y Bennett, 1999; Murnen y Smolak, 2000; Trig y Wittenstrom,
1996). Tal vez, el sexo sea una variable importante a la hora de entender no sola-
mente las tasas de victimización y perpetración, sino la reacción emocional ante las
conductas de acoso.
Partiendo del marco expuesto, consideramos que el acoso sexual es un fenó-
meno problemático en la interacción entre adolescentes, que comprende una
gran diversidad de conductas (p. ej., insultos, coerción sexual). En este sentido,
nos parece relevante conocer en qué medida aparece, a través de qué conductas
concretas se manifiesta y qué reacciones emocionales provoca en las víctimas. Por
lo tanto, los objetivos de este estudio son: 1) estimar la incidencia del acoso sexual
entre iguales a través de la incidencia de las conductas relacionadas con el acoso
sexual; 2) conocer la reacción emocional ante el acoso sexual; y 3) examinar si existe
relación entre ser víctima y ser agresor.
Los resultados de las diferentes investigaciones y los resultados obtenidos indi-
can, efectivamente, que los chicos y chicas adolescentes interaccionan en contextos
altamente sexualizados. Parece lógico pensar que estas situaciones de acoso tam-
bién suceden en nuestros centros escolares, y que por lo tanto, un alto número de
chicos y chicas indiquen haber sufrido alguna conducta a lo largo del último año.
No obstante, en este contexto, es fundamental considerar el impacto del sexo, por
lo que esperamos que el porcentaje de chicas que reconozca haber sufrido alguna
conducta sea mayor que el de chicos, y que la reacción emocional sea más nega-
tiva en el caso de las adolescentes. A su vez, esperamos que un mayor número de
chicos que de chicas señale haber perpetrado alguna conducta relacionada con el
acoso sexual en el entorno escolar.
634 Vicario-Molina, Fuertes y Orgaz
Método
Participantes
Instrumento
Para este estudio, las conductas relacionadas con el acoso sexual se definen
como conductas inapropiadas o no deseadas de naturaleza sexual, llevadas a cabo
por algún compañero del centro. Esta definición incluye diferentes conductas ver-
bales y físicas, que fueron incluidas en un cuestionario ad hoc elaborado a partir
de instrumentos utilizados en investigaciones previas sobre el acoso sexual entre
iguales en el entorno escolar (AAUW, 1993; McMaster et al., 2002; Waldo, Berdahl
y Fitzgerald, 1998; Witkowska y Menckel, 2005). Este cuestionario preguntaba si a
lo largo del último año habían sufrido y perpetrado las distintas conductas de acoso
sexual, considerando dos niveles, nunca, y al menos en una ocasión. Los ítems del
cuestionario incluían ocho conductas relacionadas con el acoso sexual, tanto de
tipo verbal, como de tipo físico (tabla 1). Los comportamientos contemplados en los
ítems de victimización y perpetración eran idénticos, para poder analizar posterior-
mente las relaciones entre ambas variables.
Las instrucciones del cuestionario aclaraban que en todos los casos se hacía refe-
rencia a conductas no deseadas o inapropiadas, en las que se habían visto envueltos
los participantes y algún compañero del centro, dentro o fuera del mismo. Cuando
un participante señalaba haber sido victimizado en una conducta concreta, se soli-
citaba que aportara información sobre cuál fue su reacción emocional la última vez
que le ocurrió (información sobre el último episodio); concretamente si había sido
positiva o negativa. El nivel de consistencia interna (a de Cronbach) es de 0,81 para
la muestra total; 0,75 para las chicas, y 0,83 para los chicos.
Acoso sexual entre iguales 635
Procedimiento
Análisis de datos
Resultados
Un 83,4% de los participantes señaló que a lo largo del último año había sufrido
algún tipo de conducta sexual no deseada perpetrada por un compañero del centro
escolar, mientras que un 74,2% indicó haber cometido alguna conducta de este
tipo en el último año.
Por lo que respecta a la victimización (tabla 1), la prueba de Q de Cochran
indica que existen diferencias significativas en los porcentajes de participantes que
señalaron haber sufrido las distintas conductas de acoso sexual (c²(7)= 240,395,
p= 0,0001). Realizadas las pruebas a posteriori (tabla 2), encontramos que un por-
centaje significativamente mayor de adolescentes señaló haber sufrido tocamientos
y caricias, citas insistentes e insultos o motes sexuales. En el extremo contrario se
sitúan las relaciones sexuales obligadas y besar u obligar a besar, que fueron vividas
por un porcentaje significativamente menor de participantes.
636 Vicario-Molina, Fuertes y Orgaz
Tabla 1
Distribución de los porcentajes de participantes que señalaron haber sufrido y
haber perpetrado las diferentes conductas al menos en una ocasión, prueba de
significación y tamaño de efecto para las diferencias de sexo
Victimización Perpetración
Conductas 1 2 3 4 5 6 7 8
0,0001 - 0,0001 -
1. Rumores n.s. - 0,003 n.s. - 0,0001 0,001 -n.s. n.s. - n.s. 0,009 - n.s.
0,001 0,0001
0,002 - 0,0001 -
3. Insultos o motes sexuales 0,004 0,004 n.s. - n.s. n.s. - 0,00010,0001 - n.s.
0,0001 0,001
0,0001 - 0,0001 -
4. Citas o proposiciones 0,0001 0,0001 n.s. n.s. - 0,0001 n.s. - n.s.
0,0001 0,0002
0,0001 - 0,0001 -
5. Intentar desnudar n.s. n.s. n.s. 0,0001 0,0001 - n.s.
Acoso sexual entre iguales
0,0001 0,0001
0,0001 - 0,0001 -
6. Tocar, acariciar, rozar, abrazar 0,0001 0,0001 0,0001 n.s. 0,0001
0,0001 0,0001
0,002† -
7. Besar u obligar a besar 0,0001 0,002 0,0001 0,0001 0,0001 0,0001
0,004†
Victimización
Conductas 1 2 3 4 5 6 7 8
0,0001 - 0,0001 -
6. Tocar, acariciar, rozar, abrazar n.s. n.s. 0,0001 n.s. 0,0001
0,0001 0,0001
n.s.† -
7. Besar u obligar a besar 0,0001 0,0001 0,0001 0,0001 0,0001 0,0001
n.s.†
Tabla 4
Comparación entre la proporción de adolescentes que ha vivido cada una de las
conductas como víctima y como perpetrador para la muestra total y por sexos
Notas:
n.s.= no hay diferencias significativas
†= calculado a partir de de una distribución binomial.
Más de la mitad de los varones señaló haber sufrido que alguien les tocara,
acariciara o abrazara de manera sexual (tabla 1). Este porcentaje es significati-
vamente mayor que el de las restantes conductas, excepto para las citas o pro-
posiciones sexuales insistentes (tabla 2). A su vez, las conductas que, de manera
significativa, menos varones señalaron haber sufrido son las relaciones sexuales y
los besos obligados.
En el caso de las mujeres, más del 40% indicó haber sufrido tocamientos, cari-
cias, etc.; insultos o motes de tipo sexual; y citas y proposiciones insistentes (tabla
1). No existen diferencias significativas entre los porcentajes de estas conductas, por
lo que podemos decir, que estadísticamente, son las conductas que más mujeres
señalaron haber sufrido (tabla 2). Al contrario, un porcentaje muy bajo de las chicas
señaló haber sufrido relaciones sexuales obligadas e insultos homófobos, no exis-
tiendo diferencias significativas entre los porcentajes de estas conductas (tabla 2).
Perpetración
(χ²(1)= 11,012; p< 0,001; w= 0,49). Para las conductas concretas, el porcentaje de
chicos que señaló haber cometido alguna conducta a lo largo del último año es
superior al porcentaje de las chicas. Es más, estas diferencias son significativas para
todas las conductas, excepto para los insultos sexuales o motes, con un porcentaje
similar para varones y mujeres (tabla 1).
En el patrón de perpetración de los chicos, destaca el porcentaje de chicos que
manifestó haber perpetrado insultos homófobos e insultos o motes sexuales (tabla
1). No existen diferencias significativas entre ambas conductas (tabla 3). Las con-
ductas que menos varones señalan haber perpetrado son las relaciones sexuales y
los besos no deseados.
Por lo que respecta a las chicas, más de la mitad señaló haber utilizado un mote
o un insulto sexual con alguno de sus compañeros. Esta conducta es la que, de
manera significativa, más han perpetrado las adolescentes (tabla 3). Ninguna de
las participantes señaló haber obligado a algún compañero a mantener relaciones
sexuales (tabla 1).
Al igual que en la muestra total, existe relación entre haber sido víctima y haber
perpetrado algún tipo de conducta de acoso sexual, un patrón que se mantiene
tanto en el caso de las mujeres (c²(1)= 13,08; p= 0,0001; w= 0.32) como en el de los
varones (c²(1)= 33,67; p= 0,0001; w= 0,48), en el que es especialmente importante.
En el caso de los varones (tabla 4), encontramos que el porcentaje que señaló
haber utilizado los insultos homófobos es mayor que el porcentaje que reconoció
haberlos sufrido. Por otro lado, los porcentajes de victimización de los insultos o
motes y tocamientos, caricias y abrazos son mayores que los porcentajes de perpe-
tración para estas conductas.
Para las chicas, en cambio, los porcentajes de victimización son mayores que los
de perpetración en todas las conductas, excepto en los rumores, insultos homófo-
bos y los insultos o motes sexuales, en los que no existen diferencias significativas
(tabla 4).
En la figura 1 se presenta un resumen de las ocho conductas de acoso sexual
según el sexo y el papel de víctima o perpetrador.
Figura 1
Distribución por sexos de los porcentajes de participantes que señalan ser víctimas
y perpetradores para cada una de las conductas
Tabla 5
Distribución del porcentaje de varones y mujeres que señalaron haber tenido
una reacción emocional negativa ante el último episodio de acoso; prueba de
significación (χ²) y tamaño de efecto (w)
Discusión
Algunas autoras (p. ej., Craig, Pepler, Connolly y Henderson, 2001; McMaster
et al., 2002) señalan que ciertas conductas de acoso entre iguales, por ejemplo, las
caricias, abrazos, y avances sexuales, pueden ser formas desadaptativas de interac-
ción, provocadas por la falta de experiencia al relacionarse con compañeros del otro
sexo; mientras que otras conductas, como los insultos, los rumores o los motes,
son una forma de expresar hostilidad y agresividad. Esta perspectiva de la ausencia
de experiencia en la interacción con los iguales, considera que aunque se trate de
comportamientos normativos, no son deseables, ni apropiados. Sin embargo, desde
nuestro punto de vista, ciertas conductas graves que incluyen la coerción sexual
no pueden ser explicadas únicamente como fruto de la inexperiencia. Por lo tanto,
de cara a futuras investigaciones, se plantea la necesidad de estudiar si pueden
existir dos tipos de perpetradores, tal y como proponen Glick y Fiske (1997): uno
“socialmente inexperto” que se ve involucrado de manera accidental en conductas
de acoso aisladas y leves, y otro “sexualmente agresivo”, que actuaría de manera
hostil e intencionada.
Tal y como proponen McMaster et al. (2002), el acoso sexual podría ser un com-
portamiento de riesgo limitado en el tiempo, pero que en algunos adolescentes
con una trayectoria personal de agresión, sea un escalón más en el desarrollo de un
perfil de personalidad agresivo. Así, podría explicarse por qué la incidencia de las
conductas relacionadas con el acoso sexual en la adolescencia es tan elevada, sobre
todo si se compara con los datos de acoso sexual en la vida adulta y en el entorno
laboral (p. ej., Fitzgerald, 1993; Instituto de la Mujer, 2006). Desde esta perspectiva
evolutiva, las conductas de acoso fruto de la inexperiencia desaparecerían a medida
que los chicos y chicas van ganando en experiencia, y en cambio, se mantendrían
únicamente aquellos comportamientos que tengan una motivación hostil y agresiva.
Así, es posible que ciertas dinámicas de acoso sexual en la adolescencia, sean de
algún modo diferentes a las que tienen lugar en el entorno laboral, que estarían más
relacionadas con la diferencia de poder entre hombres y mujeres (Lee et al., 1996).
Por lo que respecta a las conductas concretas, la mayor parte de los estudios
(p. ej., AAUW, 2001; Dawn, 2003; McMaster et al., 2002; Witkowska y Menckel,
2005) señalan que las conductas más frecuentes son de tipo verbal. En el caso de
la perpetración, nuestros resultados coinciden con los estudios previos, en los que
los comportamientos que más adolescentes señalan haber cometido son de tipo
verbal. Sin embargo, nuestros resultados indican que aunque muchos adolescentes
señalan haber sufrido conductas verbales, la conducta que más chicos y chicas han
experimentado en el último año es una conducta de tipo físico. Una posible expli-
cación va ligada a los estereotipos de género y a la posible resistencia de los partici-
pantes a reconocer que han sufrido ciertas conductas de acoso sexual que pueden
cuestionar su masculinidad/feminidad, su orientación sexual, o su vida sexual; como
ocurre con los insultos o motes sexuales y los insultos homófobos. Pero además, la
mayor incidencia de ciertas conductas físicas como las caricias, abrazos, etc. con
significado sexual, puede deberse al carácter ambiguo que estos comportamientos
pueden tener, ya que es frecuente que aparezcan en algunas interacciones con los
amigos o amigas, si bien en otros contextos o situaciones pueden ser inadecuados
o indeseables.
Acoso sexual entre iguales 645
Las conductas menos frecuentes, tal y como también señalan otros estudios
(AAUW, 2001; Roscoe et al., 1994; Timmerman, 2002; Witkowska y Menckel,
2005) son de tipo físico, concretamente, aquellas que incluyen los besos y las rela-
ciones sexuales obligadas.
El análisis de las diferencias de sexo nos indica que, en contra de lo que espe-
rábamos encontrar, en general y para un gran número de conductas de acoso, los
chicos y chicas de nuestra investigación informan de niveles de victimización simi-
lares. Algunos estudios han encontrado resultados parecidos (p. ej., McMaster et
al., 2002; Ortega et al., 2008). Sin embargo, parece que ciertas conductas pueden
ser específicas de sexo, tal y como sugieren algunas investigaciones (p. ej., AAUW,
2001; Chiodo, Wolfe, Crooks, Hughes y Jaffe, 2009). Mientras que la conducta
que más chicos señalaron haber sufrido es que les hayan intentado desnudar, la
conducta que más chicas sufrieron son los tocamientos, caricias, etc. Pero además,
más chicas recibieron insultos o motes sexuales, y más chicos sufrieron insultos
homófobos. Por lo tanto, podríamos aventurar que de algún modo, chicos y chicas
sufren diferentes conductas de acoso sexual.
En el caso de la perpetración, y tal y como esperábamos, los resultados obteni-
dos indican que aunque la mayor parte de los varones y mujeres de la muestra han
perpetrado alguna conducta de acoso sexual a lo largo del último año, los varones
cometen más conductas que las mujeres, tal y como apunta la investigación previa
(AAUW, 1993, 2001; McMaster et al., 2002; Fineran y Bennett, 1999; Fineran et
al., 2003). Por otro lado, las conductas que más perpetran tanto varones como
mujeres, son de tipo verbal (AAUW, 2001).
Nuestros resultados, en general, coinciden con los encontrados en otros estu-
dios sobre violencia en la adolescencia, concretamente sobre violencia en las rela-
ciones de pareja (Fernández-Fuertes y Fuertes, 2005; Ortega et al., 2008). Estos
estudios señalan que no existen diferencias en la victimización, aunque los chicos
cometen más actos violentos. Simultáneamente, nuestros resultados contradicen
las afirmaciones hechas en algunos estudios previos que mantienen que las adoles-
centes sufren más acoso sexual por parte de sus iguales (AAUW, 1993, 2001) o que
sufren las formas más graves -físicas- (Bennett y Fineran, 1998; Hands y Sánchez,
2000; Timmerman, 2003).
Algunos autores señalan que el impacto de una conducta de acoso depende
de la valoración que haga la persona (Duffy, Wareham y Walsh, 2004). Esta idea
está basada en la propuesta de Lazarus y Lazarus (1994) de que las valoraciones
que haga la persona mediarán en la respuesta de estrés. En este sentido, quizá el
resultado más interesante de esta investigación tiene que ver con las diferencias
de sexo en la reacción emocional ante los últimos episodios de acoso. Hemos visto
que la tendencia general es que más chicas que chicos señalen haberse sentido de
forma negativa. Este resultado está en consonancia con lo que esperábamos encon-
trar y con lo que han encontrado otras investigaciones: que es más probable que
los chicos respondan de manera positiva al acoso (AAUW, 1993, 2001; Murnen y
Smolak, 2000; Trigg y Wittenstrom, 1996), y que las chicas se sientan más preocu-
padas ante el acoso sexual que los chicos (AAUW, 2001; Fineran y Bennett, 1999).
Autores como Susan Fineran y Larry Bennett (Fineran, 2002; Fineran y Bennett,
646 Vicario-Molina, Fuertes y Orgaz
1999; Fineran et al., 2003), siguiendo los postulados de MacKinnon (1979), afirman
que el acoso sexual es funcional, puesto que se utiliza para mantener la dominan-
cia masculina heterosexual y el control interpersonal sobre las mujeres, y que, por
tanto, las mujeres y las minorías sexuales son las principales víctimas del acoso.
Aunque el acoso sexual entre iguales ocurre entre adolescentes de una edad y posi-
ción relativa similar dentro de su centro escolar, la existencia de una diferencia de
poder estructural entre varones y mujeres en la sociedad mayoritaria y en el centro
educativo, puede provocar que los chicos y chicas atribuyan diferentes significados
a las distintas conductas de acoso. Partiendo de esta desigualdad, las mujeres pue-
den percibir como más amenazante el acoso sexual porque han sido socializadas
en un contexto cultural en el que son más vulnerables a la victimización y se les
atribuye menos poder que a los varones (Ormerod et al., 2008). En este sentido,
el nivel de preocupación y la reacción emocional de las chicas ante el acoso sexual
puede interferir en las consecuencias (Duffy et al., 2004), y que éstas sean más
negativas para las adolescentes que para sus compañeros (AAUW, 2001; Murnen y
Smolak, 2000; Roscoe et al., 1994; Timmerman, 2003; Trigg y Wittenstrom, 1996),
por lo que en ese sentido, podríamos mantener que son las adolescentes las prin-
cipales víctimas.
Sin embargo, nuestros resultados también parecen indicar que los varones
podrían reaccionar de manera diferente ante conductas concretas. Si bien no se
han encontrado diferencias significativas, las conductas ante las que más varones
señalaron tener una reacción emocional negativa, son (además de las relaciones
sexuales obligadas) las conductas de tipo verbal, como los rumores, insultos homó-
fobos e insultos o motes sexuales. Otros estudios han señalado también que el
insulto homófobo es la conducta más preocupantes para los adolescentes mascu-
linos (AAUW, 2001; Gruber y Fineran, 2008) y que esas conductas son utilizadas a
menudo por los adolescentes como arma para atacarse entre ellos (Pascoe, 2005).
En este sentido, ser víctima de insultos o nombres de este tipo predice altos nive-
les de ansiedad y depresión en los varones (Poteat y Espelage, 2007). En cambio,
parece que ante conductas de acoso que incluyen avances sexuales de las muje-
res, los hombres no se sienten amenazados (Waldo et al., 1998); y que ante un
escenario de acoso o coerción ficticio, si quien perpetra la conducta es una mujer,
se percibe como menos amenazante (LaRocca y Kromrey, 1999) y más aceptable
(Ilabaca, Fuertes y Orgaz, 2008). No obstante, estudios longitudinales recientes
(p. ej., Chiodo et al., 2009) señalan que no podemos subestimar el impacto del
acoso sexual en los varones adolescentes, puesto que, aunque el impacto es más
fuerte y negativo para las mujeres, las consecuencias a largo plazo también son
muy importantes.
Somos conscientes de que este trabajo de investigación tiene algunas limitacio-
nes que pueden poner en cuestión los resultados obtenidos. En primer lugar, úni-
camente hemos obtenido información de alumnos de 4º de E.S.O., lo que impide
generalizar los resultados a la población de adolescentes. En segundo lugar, nues-
tro cuestionario únicamente recoge algunas conductas relacionadas con el acoso
sexual, difícilmente todas las que son. Por otro lado, aunque se trata de un cues-
tionario anónimo, no podemos comprobar el grado de sinceridad de las respues-
Acoso sexual entre iguales 647
Conclusiones
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