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(2011)
Las fotos de identificacioá n, desarrolladas para cumplir con un papel burocraá tico de control
laboral, son testimonio de ese desplazamiento y muestran contradictoriamente una
indefensioá n y dignidad estremecedora de los joá venes, mujeres y hombres registrados;
debido al cuidado, respeto y empatíáa con el que fueron retratados.
Esa misma indefensioá n y dignidad la encontramos en muchas de las fotografíáas de prensa
que retratan a los campesinos del sur andino, asolados por la violencia de la guerra interna
del Peruá de principios de los anñ os 80, donde los campesinos miran frontalmente a la
caá mara que los retrata, portando entre sus manos la fotografíáa de identificacioá n del
familiar desaparecido, principalmente por el accionar de las fuerzas contrainsurgentes del
Estado en lucha contra el partido maoíásta alzado en armas, “Sendero Luminoso”.
Ese síámil, por el que que son retratados fotograá ficamente los expulsados de la sociedad y
de su territorio, por la violencia estructural y por la violencia políática del Peruá de los anñ os
30 y de los anñ os 80, es el que me estremece e interpela. Me planteo entonces la
apropiacioá n, cita y desplazamiento fotograá fico de los retratos de Sebastiaá n Rodríáguez, que
me permita hablar aquíá y ahora simultaá neamente de los victimados por “la violencia del
tiempo”.
El verdadero oro peruano no es el del metal extraíádo de los andes, sino es el mismo
poblador nativo ninguneado y postergado por la explotacioá n y saqueo de eá l y de su
territorio.
Pugnar por la recuperacioá n de una memoria que devuelva la dignidad arrebatada y
reconstruya un cuerpo colectivo que se encuentra secuestrado y desaparecido por la fuerza
de la violencia, es la motivacioá n de este y de otros proyectos y trabajos que realizo.
– ¿No cree usted que aman a los Estados Unidos, o a su Inglaterra? ¿No cree usted que cada
quien ama al país en que ha nacido? ¿No lo cree usted, compañero? – le pregunté.
– De esos gringos que he visto en Morococha no lo creo, compañero. Uno que tiene a su
padre y a su madre y a su patria y va a otra nación para hacer millones con la sangre y la
tierra extranjera, acaso, si es hombre criado por padres y madres, ¿puede escupir al
trabajador que le hace ganar millones? ¿Puede escupirlo? ¡Ahistá! Ese no tiene crianza.
Por eso, como maldición, no hay para él otro apoyo que las balas. ¡Balas y billetes, es la
patria del gringo! Y entonces todo se lo quiere agarrar. No hay más remedio para él.
¡Están condenados! Y nosotros, amigo, estamos bajo los zapatos de los condenados.
El Sexto, José María Arguedas (1962, ambientada en 1937). Diaá logo entre Gabriel, narrador
y protagonista, estudiante universitario de origen andino, y Alejandro Caá mac, carpintero
de las minas de Morococha, ex campesino de Sapallanga).