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LOS NIÑOS ENCOPRÉTICOS1

Paul Barrows

Pese a que la encopresis resulta ser un síntoma extremadamente molesto para quie­
nes lo sufren, y a pesar de ser objeto de frecuentes consultas en los servicios de psi­
quiatría infantil, la literatura analítica, sorprendentemente, apenas se ocupa de este
tema2.
Este hecho resulta aún más sorprendente si se conoce la historia del desarrollo
de la teoría psicoanalítica. Tanto Freud como Abraham le concedieron una gran
importancia a la elaboración del concepto de fase anal del desarrollo, relacionando
dicho concepto con sus propias observaciones acerca del desarrollo infantil y de las
teorías sexuales infantiles; prueba de ello es la asimilación de las heces a los. bebés,
que encontramos en el caso del pequeño Hans3: En el curso de la misma observa­
ción, Freud advertía también el placer que el niño obtenía con la retención de sus
heces y de su orina. Melanie Klein, sin llegar a rechazar abiertamente la idea de una
fase anal como tal, se interesó más por el papel de las heces como vehículo del sadis­
mo infantil, y advirtió además su asimilación a los bebés en la mente del niño. Sobre el
tema de la analidad apenas existen trabajos recientes si exceptuamos el artículo de
Meltzer, que se ha convertido ya en un clásico, que trata sobre la relación existente
entre la masturbación anal y la identificación proyectivaE
En el presente artículo me propongo pues reexaminar el problema de la enco­
presis, enfocándolo desde la perspectiva de la relación de objeto. Presentaré un mate­
rial clínico relacionado con una forma particular de encopresis (ligada a la retención
anal), con el fin de ilustrar la gran similitud de este síntoma con un tipo concreto de
relación de objeto, que, a mi juicio, puede ser movilizado por el proceso de la psi­
coterapia analítica. En todos los casos que describo, se produjo una mejoría sinto­
mática.
604 Parte IV: Las patologías

Los problemas que vamos a tratar aquí van más allá de este síntoma concreto tal
y como podemos observarlo al trabajar con niños. En su artículo “ Una forma par­
ticular de resistencia neurótica contra el método psicoanalítico”, Abraliam llamaba
la atención sobre aquellos pacientes adultos que “practican el estreñimiento en su
análisis” y que, de esta manera, “perpetúan una tradición de comportamiento infan­
til” . En la descripción que da de estos casos (al igual que en la que Meltzer hace de
sus pacientes)5, puede observarse claramente el equivalente “adulto” de los niños que
describo: “Podríamos decir que se regocijan decidiendo si, cuándo y cuánto se libra­
rán de su material psíquico inconsciente”6.

I ,a encopresis no es una afección rara. Se le estima una prevalencia de entre un


I y 2%, y afecta tres o cuatro veces más aproximadamente a los varones que a las hem­
bras7. I)oleys8 escribe: “Se estima que la encopresis funcional afecta a un porcentaje de
niños que oscila entre un 1,5 y 7,5- Esta incidencia depende evidentemente de la edad
del paciente” . Doleys prosigue: “Bellman9 ha observado que un 8% de los niños de
tres años exoneran el vientre en sus pantalones, frente a un 2,8% de los niños de cua­
tro años y un 2,23% de los de cinco años”. Para los niños entre diez y doce años10, las
cifras alcanzan un 1,2% en el caso de los chicos y un 0,3% en el caso de las chicas.
Se admite generalmente que la encopresis suele ir acompañada de trastornos del
comportamiento y/o de dificultades en el plano emocional11.
En un reciente artículo, Anderson y sus colaboradores12 observan que existe un
consenso sobre la manera de clasificar los trastornos encopréticos y citan, por ejem­
plo, a Hersov13, quien distingue las siguientes categorías en función de los factores
psicológicos susceptibles de estar implicados en el control de los esfínteres:

1. Los niños que han aprendido a controlar sus esfínteres, pero lo olvidan tem­
poralmente a causa de factores como el estrés (por ejemplo, al empezar a ir al
colegio).
2. Los niños que nunca han aprendido a controlar sus esfínteres, debido o bien
a un trastorno orgánico o bien a una deficiente educación sobre ello.
3. Los niños que poseen reflejos anales normales, pero que se ensucian por reten ­
ción y rebosamiento, debido o bien a una secuela de anomalías físicas (por
ejemplo, una fisura anal) o bien a un conflicto de control entre el niño y sus
padres.

Doleys subraya igualmente lo importante que es distinguir al subgrupo de los


que sienten miedo a la defecación (fobia al aseo)14.

Los autores prosiguen con una revisión de todos los niños que estaban siendo
tratados en el centro donde ellos trabajaban y hacen una interesante clasificación
Capítulo 40: Los niños encopréticos 605

entre los dos grupos, el de los más jóvenes (3-6 años) y de los más mayores (7-14
años). Han considerado pertinente hacer esta distinción porque los niños de cada
grupo diferían en casi todos los puntos que habían escogido para abordar su estudio.
En el último grupo, se observaba una incidencia de defecación en los pantalones
mucho mayor (81%), por oposición a los niños con antecedentes de estreñimiento
(14%) o con problemas de retención (un solo caso sobre 21 en un grupo). En ese
grupo se observaba asimismo una incidencia de problemas familiares imporianles
mucho mayor y un índice de fracaso del tratamiento más elevado.
En el grupo de los más jóvenes, que es el que aquí más nos interesa, de 22 niños
un 36% presentaba problemas de tránsito (es decir, sufría estreñimiento) desde que
nacieron; un 64% presentaba problemas de retención con encopresis por rebosa
miento; mientras que tan sólo un 36% de los casos defecaba de manera inapropia
da en sus pantalones. Hallamos confirmación de esta sorprendente particularidad en
Doleys, quien afirma igualmente: “En la mayor parte de los casos de encopresis, los
pacientes presentan cierto grado de estreñimiento o de retención”.
Entre los niños más pequeños, tan sólo se detectó un 18% de casos con proble
mas familiares importantes (incidencia que confirma una vez más 1)oleys citando a
Levine15: “Los problemas familiares, conyugales o de comportamiento, no resultan
favorables en principio”. El tratamiento de los comportamientos incidió favorable
mente en el índice de pronósticos favorables.
Sin duda, debemos ser prudentes acerca de la validez general de este estudio, en
cuanto a la eficacia relativa de los diferentes métodos de tratamiento. En una nueva
revista, se llegaba a la sorprendente conclusión (teniendo en cuenta la frecuencia de
esta patología) de que “llama la atención el escaso número de estudios satisfactorios
en el plano metodológico, que evalúen los métodos de tratamiento de la encopre­
sis”16. Eso incluye todos los intentos por evaluar los enfoques de inspiración más psi-
coanalítica. De hecho, la opinión que parece prevalecer es que la encopresis es un
síntoma difícil de tratar y que los padres pueden acabar peregrinando de consulta en
consulta para escuchar la opinión de diferentes especialistas. Buchanan17 observa:
“Los terapeutas, en general, consideran esta afección relativamente resistente al tra­
tamiento. Es muy posible que persista durante muchos años, remitiendo durante
cortos períodos de tiempo. Pero los estudios llevados a cabo en los centros especiali­
zados presentan un índice de curación de tan sólo un tercio de los casos” . Los pro­
gramas de tratamiento de comportamiento intensivos intrahospitalarios no han resul­
tado eficaces a largo plazo. “Los largos períodos que algunos niños han pasado
siguiendo programas de aprendizaje raramente han sido coronados con el éxito. En
cuanto el niño volvía a casa, el problema reaparecía. Sin contar que una larga hospi­
talización generaba problemas en el niño.” 18
En el estudio de Anderson, nos sorprende tal incidencia de trastornos, presentes
aparentemente desde el nacimiento, y el hecho de que los problemas fundamentales
606 Parte IV: Las patologías

giren en torno al estreñimiento y la retención, en lugar ele a la cncopresis propia­


mente dicha. Se trata de niños que podríamos clasificar en ese grupo que conozco
más, debido a mi experiencia clínica, y que describo más adelante. Parece que cons­
tituyen la mayoría de los encopréticos que conocemos. Este estudio me reafirma en
la impresión de que los problemas de control (el problema del dominio) son los más
destacados en estos niños.
Sin embargo, este último punto merece una matización. El tema del dominio
que emerge en el trabajo descrito más adelante adquiere un tono claramente edípi-
co y, al menos en dos de estos casos, las dificultades paténtales en relación con el ape­
go han favorecido el desarrollo de las “ilusiones edípicas” 19, sin poder ofrecerle al
niño una representación edípica lo suficientemente fuerte. No hay duda de que es
preciso realizar un trabajo de envergadura con los padres, lo cual podría justificar la
elección de esta opción terapéutica. De hecho, Sarah Rosenfeld, en su artículo sobre
el tema del Jo u r n a l20, defiende la idea de que el tratamiento elegido es el tratamien­
to de la madre, dado que un grado importante de colusión parece intervenir en el
nivel de la elección del síntoma. Al mismo tiempo, reconoce que esta opción suele
ser considerada inaceptable, pero que, a falta de este acercamiento, existe entonces
el peligro de una interrupción prematura de la terapia21. Por otro lado, si le propo­
nemos al niño que se someta a terapia, creo que la intensidad emocional de la rela­
ción transferencial y los límites rigurosos del marco analítico le ofrecerán una matriz
ideal para la confrontación y la elaboración de todos los problemas subyacentes.

Jim

El primer caso que me gustaría tratar aquí es el de Jim, un niño de cinco años recién
cumplidos que me fue enviado por su médico de cabecera debido a la encopresis que
padecía y tras una leve mejoría, obtenida gracias a la ayuda de un “calendario” . Pero
el médico consideraba que ésta no sería duradera. El cuadro clínico revelaba más bien
un problema de defecación activa en los pantalones y no tanto una encopresis por
retención y rebosamiento, aunque no excluía episodios de retención, pues el niño pre­
sentaba, según sus padres, cierta tendencia a negarse a ir al baño precisamente cuan­
do éstos le animaban a hacerlo, y ello sucedía claramente cuando más ganas tenía el
pequeño de hacerlo. (Posteriormente, se demostró que padecía también de enuresis
nocturna, de la cual la madre no había hecho mención alguna al principio, pues no
consideró esta afección como un problema. Resulta interesante advertir que lo mis­
mo ocurrió en el caso de Sarah, del que hablaremos más adelante.)
Los padres de Jim estaban separados. Pese a ello, el padre, que asistió a la primera
consulta, seguía muy implicado en la educación de su hijo, le veía mucho y mante­
nía buenas relaciones con la madre. De este matrimonio habían nacido dos hijos. El
Capítulo 40: Los niños encopréticos 6( )7

hermano de Jim, un año y pico mayor que él, era casi idéntico a él. La madre tenía
un nuevo compañero, y Jim acababa de tener una hermanita, nacida de esta nueva
relación de su madre.
Sin embargo, el problema de la encopresis de Jim databa de antes de todos estos
acontecimientos. La madre estaba preocupada por la idea de que tal vez fuera ella la
causante de los problemas de Jim, pues forzó un tanto a su hijo para que aprendie­
ra a controlarse, cuando éste tenía unos dos años. Quería que aprendiera a contro­
lar sus necesidades al empezar la escuela, adonde ya acudía su hermano.
Jim era un niño rubio, inteligente, vivo y cariñoso. Siguió conmigo una terapia
semanal durante varios años. Al final del tratamiento, el síntoma de llamada no había
vuelto a aparecer desde hacía mucho tiempo. Jim sacaba buenas notas en el colegio
y su desarrollo global era bueno, pese a las distintas mudanzas y a los diferentes cam­
bios de colegio y de compañeros de su madre.
La terapia reveló muy pronto dos problemas centrales de su psicopatología: sus
celos de sus otros hermanos (tanto de su hermana recién nacida como de su herma­
no mayor) y el rol de padre edípico. Jim tenía muchos problemas para aceptar su
posición y trataba con frecuencia de negar esta realidad dándole la vuelta. Por ejem­
plo, durante una sesión se empeñó en afirmar que él había nacido tan sólo cinco
minutos después de su hermano, para acabar afirmando que él había nacido antes
que su hermano. Todo ello, dicho en un tono extremadamente serio y, aparente­
mente, sin que se diera cuenta de la contradicción en que estaba incurriendo (más
tarde, llegó a decir que era el padre de su hermano). Se lo interpreté como la preo­
cupación que él sentía por no ser superado por su hermano, como su deseo de ser
mayor y sus celos del tiempo que su hermano había pasado con su madre antes de
que él estuviera ahí.
En la transferencia, el pequeño se esforzó tanto por apropiarse de todo lo que
había en la estancia, a fin de no dejar nada para mis otros pequeños pacientes, como
por echarme (a veces en el sentido recto) de mi posición de padre edípico.
E n tró y se p u so a ord en ar la h ab itació n , d icién dom e q u e todo ten ía que p erm an ecer
de ese m odo d u ran te d ie z d ías. U n poco m ás tarde, p u so su silla en e l sitio qu e n orm al­
m ente ocu p ab a la m ía... Vino a sen tarse en m is ro d illas y m e tiró de la corbata, de lo que
llam ó “p e q u eñ a c o r b a ta C u a n d o le in terp reté su deseo de p oseer esa cosa p ro p ia d e p e r­
sonas m ayores, d e p a p á , m e d ijo que é l ten ía u n a exactam ente ig u al... M á s tarde se em pe­
ñó en d ecir: “E s m i d esp ach o”.
Me reprochó también durante mucho tiempo que yo fuera quien ponía los lími­
tes. Su resentimiento acabó focalizándose más concretamente en el hecho de que yo
era el detentor del reloj que nos indicaba la hora del final de la sesión. Con frecuen­
cia, durante las primeras fases de la terapia, se acercaba a mí para que le enseñara'la
hora que era y le dijera cuándo debía detenerse. Cuando comenzó a emerger la sig­
nificación de este comportamiento, restringí su acceso a mi reloj, por lo cual empe-
608 Parte IV: Las patologías

z ó a mostrarse cada vez más irritado conmigo. Trató de “remediar” esta situación apo
derándose de mi reloj y obstinándose en decir que acabaríamos la sesión cuando el
lo dijera o intentando salir de la sala antes del final de la sesión.
El reloj, pues, acabó representando el hecho de que yo estaba en posesión de algo
que él no tenía. Dada su incapacidad para tolerar este “hecho”, trataba de negarlo
pretendiendo lo contrario. Por ejemplo, con respecto a la corbata, sostenía que él
tenía una igual. En un nivel concreto, podríamos considerarlo como una referencia
al pene paterno. En otro nivel, creo que se podría enfocar como el hecho de que yo
estuviera en posesión de una forma de sab er del que él estaba excluido (que no era
otro que el conocimiento de la sexualidad —de la madre sexuada—). Al afirmar que
era él quien pondría fin a la sesión a la hora que él quisiera, se ponía, como fantasma,
en mi lugar por identificación proyectiva, escapando así a la realidad de su situación.
Pienso que en aquel entonces todo esto no estaba tan claro para mí como llegó
a estarlo después de trabajar con Alice, quien atrajo fuertemente mi atención sobre
la importancia capital de esta noción de acceso al saber.

Alice

Alice llegó a mi consulta con cuatro años de edad afectada por un problema de enco-
presis por retención fecal crónica. Padecía también retención de orina. Al igual que
muchos otros niños del estudio citado anteriormente, presentaba, al parecer, pro­
blemas de estreñimiento desde que tenía unos meses de vida, recibiendo entonces
tratamiento médico consistente en la administración de supositorios. Fue amaman­
tada durante sus primeros siete meses, y se ponía a llorar en cuanto la dejaban en la
cuna. Los padres tenían explicaciones orgánicas para estos problemas y, de hecho,
durante el tiempo que duró su terapia conmigo, la llevaron a diversos especialistas
en alergias. Cuando el tratamiento concluyó (con éxito, si tenemos en cuenta que el
síntoma se relajó), los padres seguían atribuyendo a la intolerancia a determinados
alimentos la causa de las dificultades de carácter que persistían, pese a haberse obser­
vado cierta mejoría. No aceptaron la propuesta de una ayuda individual para Alice,
que fue muy fiel a sus sesiones de terapia bisemanales durante algo más de un año.
Los trastornos de carácter eran evidentes en la época en que llegó a mi consulta,
aunque permanecían en un segundo plano ante la gravedad del problema de la enco-
presis. La niña se mostraba muy autoritaria con sus padres, a quienes trataba de mane­
jar a su antojo (y con cierto éxito dadas las propias dificultades de los padres en este
sentido). Se mostraba caprichosa y se entregaba a manifestaciones de cólera espec­
taculares cuando alguien, fuera quien fuera, trataba de entablar conservación con su
madre (su puericultora se dio por vencida cuando trató de hablar con la madre). En
la transferencia, estos trastornos se manifestaron inmediatamente en la dificultad que
i 'iii'lliiln 10: Los niños encopréticos 609

Alice mostraba al tener que separarse de su madie dui.inle el tiempo que duraba la
sesión y, posteriormente, en su comportamiento de control lucia mí.
Sarah (a quien describiré más adelante) mostró la misma dificultad para sepa­
rarse de su madre, cosa que llegué a comprender en los dos casos como la represen­
tación de una reticencia a concederle una existencia por separado e independiente al
objeto. Esto ha suscitado el problema técnico de la actitud que debemos adoptar ante
tales casos. En ambos casos negocié con los padres al principio de la sesión, una vez
que acompañaron a sus hijos a la sala (ante mi presencia por lo tanto), que entrarían
y que permanecerían en ella, en lugar de quedarse allí hasta que sus hijos les autori­
zaran a salir. Esta medida suscitó primero mucha oposición, gritos y descontento,
pero luego resultó muy eficaz. Le ofrecía al niño la experiencia concreta de la “pare­
ja formada por sus padres”, capaz de trabajar en común y de tolerar la expresión de
la ira de su hijo, sin posibilidad de ejercer control alguno sobre él.
Muy pronto, durante las sesiones, Alice atrajo mi atención sobre la importancia
que para ella tenía el formar parte de “la confidencia” . Del mismo modo que pre­
tendía mantener un control absoluto sobre sus objetos (al igual que sobre sus pro­
ducciones corporales), en el campo del conocimiento, ese poder absoluto adquiría la
forma de la omnisciencia.
Llegó a la sesión, la p rim e ra después d e la s vacacion es d e N a v id a d , y a d v irtió la p re ­
sencia d e a g u a en el suelo y d e u n trocito d e cin ta ad h esiva sobre la m esa. N o hizo com en­
tario algu n o . Poco después, a n u n c ió con a ire d e su p e rio rid a d : “A puesto a qu e no sab es
lo que he hecho e l d o m in g o ”. Y a ñ a d ió q u e h a b ía ido a l zoo. D esp u és m e p reg u n tó s i
sa b ía cu án tos regalos le h a b ía n hecho p o r N a v id a d . M e d ijo q u e h a b ía recibido cientos
de ellos... M á s tard e a tó u n a cu erd a a m i silla y m e d ijo q u e seguro q u e y o no sa b ía lo
qu e p re te n d ía h acer. R e su ltó q u e la cu e rd a ib a a se rv ir p a r a a ta rm e a e lla y q u e yo
no ten d ría derecho a m overm e h asta la sigu ien te “b u rla ” (d ecía claram en te “b u rla ”y no
“a ñ o ”12) . Interpreté lo siguiente: ante el hecho de que no sabía de dónde procedía
el agua ni la cinta adhesiva, ni dónde había yo pasado las vacaciones de Navidad, le
daba la vuelta a las cosas de forma que era ella quien sabía y era yo quien descono­
cía (quizá por ello podía “burlarse” de mí). Me dijo que yo tenía que cerrar los ojos
-y no abrirlos hasta que ella me lo dijera- y preguntar: “¿Dónde está Alice?”. Así lo
hice, cerré los ojos por segunda vez y entonces la niña reapareció. Le dije que tenía
ganas de mantener el control de estas apariciones y desapariciones. Me dijo enton­
ces que tenía que quedarme aquí toda la noche; me autorizaba, eso sí, a pasar por
casa a recoger algo de ropa (pero sólo al finalizar la sesión) para pasar la noche aquí.
Me indicó que podía hacer uso del diván o de la cama que había en la sala. Comen­
té el hecho que ella no quería imaginarme en mi casa, ni imaginar tampoco dónde
iba yo a pasar la noche.
El tema de su control omnipotente sobre sus objetos vuelve una y otra vez, de
forma idéntica a lo que acabamos de describir, cuando se disponía a atarme:
610 Parte TV: L as patologías

O bservó el rastro de a g u a en e l suelo, p ero rechazó la idea de que estuviera relacion a­


do con el hecho d e que otros niños p u d ieran u tiliz a r la sa la ... D ijo que ib a a co rtar los bor­
des d e m i p a n ta ló n ... A tó u n a cu erd a alred ed o r d e l brazo d e l silló n y p reten d ió con ello
tenerm e bajo su control... D ecidió entonces que m e a ta ría a m i con u n a cuerda y no p o d ría
regresar a m i casa. M e d ijo que m e lib e ra ría cuan do volviera el m iércoles siguiente.
Durante otra sesión, reapareció el mismo tema, al que siguió un material alusi­
vo a la depresión subyacente (la basura) contra la cual se defendía mediante la defen­
sa maníaca siguiente:
Q u ería a ta rm e a la silla . M e d ijo que ten ía qu e p erm an ecer a h í p a r a siem pre. A ñ a ­
d ió q u e ib a a cortarm e e l pelo, la b a rb a, e l bigote, e l p a n ta ló n , los p á rp a d o s y “m i cosi­
ta q u e cu elga” (conscientem ente h a c ía a lu sió n a m i co rb ata).
Después se subió a una silla y exclamó que ella era una estrella del circo. A con­
tinuación, metió los pies en la papelera y me habló del hecho de que en casa se ponía
de pie encima de la papelera. Me contó cómo construía con ella un cohete con la
cola especial de su padre y con la ayuda de éste.
Este material muestra muy claramente cómo Alice había estructurado su mun­
do interior alrededor del mantenimiento de una “ilusión edípica”23, es decir, la ilu­
sión de que mantenía una relación exclusiva con su objeto (yo mismo en la transfe­
rencia), lo cual excluía la presencia de mi pareja o de niños rivales. La niña tenía
acceso a la “cola de papá” y ello alimentaba el cohete con su manía, alejándolo de la
tierra firme de la realidad. Mantenía que, en efecto, tenía un control todopoderoso
sobre sus objetos y negaba la significación de todo indicio que probara lo contrario
(los rastros de agua en el suelo).
El control del objeto está asociado estrechamente al conocimiento, puesto que
implica la idea de que el sujeto sabe lo que el objeto está haciendo. El hecho de “no
saber” expone al sujeto a sentirse ignorante y estúpido —lo cual resulta profunda­
mente humillante-. El material de un caso que supervisé ilustraba este punto (se tra­
taba de una niña de cinco años, adoptada, que padecía una encopresis y cuyo caso
fue seguido por Caroline Church, a quien le doy las gracias por permitirme utilizar
este material):
C ogió la p e lo ta d e gom aesp u m a a m a r illa y a rran có un trozo. C a lific a b a a la p e lo ­
ta d e e stú p id a. L a terap eu ta le p re g u n tó : "¿P or q u é está r o ta ? ”. A lo c u a l la n iñ a res­
p o n d ió : “P u esp o rq u e se h a m arch ad o” (la p e lo ta h a b ía rodado h asta d eb ajo d e la m esa).
I'.scarbó den tro d e la p e lo ta d icien d o : “H ay un agu jero d e n tro ”. S ig u ió rom p ién d ola en
tro cítos.
I ,a niña se sentía estúpida porque no podía controlar las idas y venidas de la pelo-
la, y tal sentimiento lo proyectaba inmediatamente en el objeto. De hecho, esta niña
lile adoptada con unas pocas semanas de edad. Había sufrido, pues, la pérdida pre­
matura ríe su objeto y se había visto enfrentada prematuramente con el hecho de que,
lii( ¡era lo que hiciera para tratar de conservarlo, su objeto podía llegar a “desaparecer”.
Capítulo 40: Los niños encopréticos () I I

Sarah

Sarah llegó a mi consulta con cuatro años de edad. Teníamos constancia de un inci­
dente traumático que había tenido lugar entre Sarah y el amigo de la sobrina de la
madre, seis meses antes de su llegada a mi consulta. Nadie conocía los detalles de
aquel incidente. El amigo lo negaba rotundamente y Sarah se negaba a hablar de ello.
Con todo, la familia había advertido un cambio en el carácter de la niña desde el
incidente, se había vuelto tímida y apagada, lo cual contrastaba con su anterior per­
sonalidad, sociable y abierta. De hecho, según la descripción de sus padres, antes era
excesivamente abierta con los desconocidos. Empezó a padecer un problema de enco-
presis (más tarde, descubrimos que también mojaba la cama con regularidad, pero
la madre, que había presentado el mismo síntoma siendo niña, no había hablado de
ello al principio por no considerarlo un problema).
La familia fue recibida primero en la clínica, en el servicio de ayuda para niños
menores de cinco años (por mí mismo). Después, dado que, tras sucesivas entrevis­
tas, no se constató mejoría alguna y dada la creciente inquietud que suscitaba en los
padres la presencia del síntoma ante la próxima entrada en preescolar prevista para
septiembre, se acordó someter a la niña a una psicoterapia semanal a partir del últi­
mo trimestre escolar (previo al inicio del curso en septiembre). La encopresis desa­
pareció, pese a la recaída que supuso volver a ver al amigo de la sobrina de su madre
por casualidad; la enuresis remitió también casi del todo (se le diagnosticó entonces).
La escuela, en cambio, le supuso a Sarah muchas dificultades, dados sus problemas
de carácter, muy similares a los de Alice. Las relaciones con sus compañeros eran
complicadas, en el colegio buscaba el apoyo de los adultos y tenía tendencia a ocu­
par el sitio de la profesora. Aún no me había mencionado nada, dicho sea de paso,
acerca del incidente con el amigo de la sobrina de su madre.
Incluso en un marco de sesiones con una niña de cinco años, la omnisciencia de
Sarah saltaba a la vista. Su padre me contó al principio de una sesión que desde nues­
tro último encuentro Sarah venía sosteniendo con obstinación que sabía exactamente
dónde vivía yo.
Cuando empecé a verla a solas, en seguida surgieron problemas relacionados con
la separación. Sarah se ponía sistemáticamente a gritar en cuanto se encontraba a
solas conmigo en la sala. Esta situación perduró, aunque finalmente acabó reducida
a una protesta puramente formal al principio de cada sesión. Protestó también con­
tra el hecho de que me reuniera con sus padres a solas, sin ella, para mantener una
entrevista preliminar antes de iniciar su tratamiento.

Desde el principio, Sarah trató de afirmar su control sobre las sesiones. Empe­
zaba casi siempre por reordenar la sala a su manera. Intentaba darme órdenes y me
incitaba a hacer en su lugar aquellas cosas que ella era perfectamente capaz de hacer
612 Parte TV: L as patologías

por sí misma. Me anunció su negativa a volver a las sesiones justo después de »|ii<- le
hablara de una pequeña interrupción vacacional inminente. Insistía también de lor
ma regular en llevarse a casa sus dibujos, y eso que yo le había dejado claro que éstos
debían permanecer en su casillero. Retrasaba el momento de partir.
Durante una de las sesiones, en la que le hice ver que yo tenía un reloj y ella no,
me dijo qu e ella ten ía u n reloj en casa, qu e su p a d re se lo h a b ía roto y q u e desde enton­
ces ten ía otro reloj esp ecial en casa, q u e era p a r a e l colegio y qu e no p o d ía tra e r a q u í. Se
f ijó después en que, entre los an im ales, h a b ía un m ono, y d ijo que en casa ten ía uno igual.
Q uiso pon erse a ju g a r conm igo a “e le gir”y, u n a vez qu e conseguí que m e lo exp licara, no
p a r ó h asta q u e con sigu ió qu e eligiéram os la s m ism as cosas. S e lo in terp reté com o e l deseo
d e qu e e lla y yo fu é ra m o s igu ales, d e p arecerse a m í y d e h acer a un lad o la s d iferen cias
existentes entre nosotros.
T iró a l suelo, en fad ad a, todos los an im ales que h a b ía sobre la m esa. M e d ijo qu e ib a
a ir a u n a fie s ta esp ecial (u n a fie sta d e desp ed id a p a r a u n a n iñ a de su colegio). S e acer­
có después a la c a sita d e m uñ ecas y d ijo q u e a ll í h a b ía fu ego . S acó la cu erd a q u e ib a a
u tiliz a r com o m an guera. L e d ije qu e se e n fad ab a ca d a vez qu e le h ac ía ver q u e existían
d iferen cias y qu e in ten tab a entonces d ecirm e que, d e to d as m an eras, existían cosas espe­
ciales de la s qu e yo carecía (la fie sta , e l reloj). L e señ alé q u e se a fe rra b a a la posesión de
la m an gu era com o s i fu e r a algo esp ecial q u e e lla q u e rría poseer, e l “z ig ü ig ü i” (n om bre
qu e la fa m ilia le d a b a a l p e n e ) p a r a parecerse a m í.
M e p regu n tó si era h ora d e m arch arse y, cu an do le d ije qu e no, m e d ijo que se m ar­
ch aba d e todas fo rm as. S e apropió de m i silla en el m om ento en que m e levan té p a r a orde­
n a r la sa la y ab o rd é con e lla la cuestión d e su deseo d e pon erse en m i sitio y d e d a r ór­
denes.
Además del deseo de control, el complejo de castración saltaba a la vista en esta
sesión. Quería reivindicar el hecho de que ella también poseía una “manguera”. Con
ello, pretendía negar la percepción de las diferencias existentes entre nosotros. Chas-
seguet-Smirgel24 ha resaltado que las diferencias fundamentales, que deben ser afron­
tadas, son la diferencia de los sexos y la de las generaciones. Sarah trataba de negar
estas dos “realidades de la existencia”, reivindicando una similitud falaz entre no­
sotros dos. En la sesión que siguió a la que acabo de relatar, me dijo que ella “tenía
una cosita en casa y que esa cosita era también un “golfillo” (nombre que la familia
daba a la vagina). Me dijo también que yo tenía un “reloj penoso”.
Después del verano, esta cuestión siguió siendo muy importante en las sesiones.
S e p u so a m ira r a los an im ales, llam ó a l p e rro “z o rro ”. Poco después, cu an do descu­
brió el oso p a n d a , se em peñó en d ecir que éste y e l zorro eran idén ticos —los dos eran p a n ­
d a s (los dos son de color blan co y negro, au n q u e d ifie ra n en el resto)—. S e lam en tó tam ­
bién p o r e l hecho d e qu e en su colegio algo h a b ía “c a m b ia d o ” (se e stab a refirien do a su
nuevo colegio, en e l que a c a b a d e in ic ia r e l nuevo curso, y a l a diferen te lo calización de
los aseos). A bordé con e lla la fo rm a en qu e p re te n d ía q u e la s cosas fu e ra n igu ales, au n -
Capítulo 40: L o s niños encoprétii

que fu e ra n diferen tes, y cóm o se esfo rzab a p o r no ver la s d iferen cias existentes entre ella
y yo. M e d ijo qu e m e callara. L e d ije que no le g u sta b a que le h iciera ver esas dijeren c u
Se p u so entonces a b u scar c iertas cosas que, según e lla, no con segu ía encon trar. Se per
gu n tó dónde estab a su sacap u n tas, p u e s ten ía que a fila r su lá p iz (cuando en re a lid a tl é\u
estab a bien a fila d o ). P regu n tó d ón de estab a la otra to rtu ga y dónde estab a el otro coche
L e d ije que d a b a la im presión d e e star p en san d o que fa lt a b a algo y que, a veces, tra ta lo
de convencerse d e lo co n trario d icien d o qu e la s cosas eran igu ales. R om pió con un yo/p
la p u n ta d e l láp iz, p ero d ijo enseguida que a rre g la ría todo aqu ello trayéndom e otros /api
ces de su casa. Tenía m ontones d e ellos en casa. M e traería din ero p a r a com prar otro Itlpi
H a c ia e l f i n a l de la sesión, se m ostró con tenta p o r sa b e r cosas de la p e líc u la A latlih qu
yo desconocía.
Una vez más, vemos cómo Sarah recurre a soluciones de omnipotencia, viéndu
se a sí misma como la persona que aporta o posee todos los recursos (la reserva >1
lápices en casa). Esto tiene lugar inmediatamente después de la ansiedad que le str
cita el tema del lápiz roto, estropeado -ese “algo” diferente que define lo que man
la diferencia entre nosotros y que es vivido como una falta, como algo de lo que
carece. Sarah no parece capaz, en este estadio, de soportar la realidad tic su posii i<>
con respecto al padre edípico, o más bien con respecto a la pareja edípica. Redenw
mente, en una ocasión en que estaba jugando con un muñeco, dijo que se pregunto
ba cómo estab an fab ricad o s. A bordé su cu rio sid ad sobre el m odo en que se hacen los bebe
A firm ó q u e la s m am ás tien en bebés. A se n tí h acién d o le ver q u e eso es algo q u e p a rtir
h acer la s m am ás p e ro no los n iñ os, o m ás b ien algo q u e la s m am ás y los p a p á s p u n ir
hacer. M an tu v o qu e los p a p á s no ten ían bebés y que no ten ían nin gún p a p e l en su fa b t ,
cación, y a ñ a d ió q u e Los bebés ten ían bebés. D espués, p rete n d ió que te n ía un h erm a t.
cinco añ os m ayor qu e ella (su h erm an o era en re a lid a d m ucho m ás pequ eñ o que ella)
que ella sa b ía ocuparse de é l m ucho m ejor q u e yo.
El rol del padre está pues completamente escamoteado, y una vez reconocido <
manera efímera el rol de la madre, Sarah diluyó este reconocimiento afirmando qi
los bebés también tenían bebés.
Britton25 ha llamado la atención sobre lo que él denomina la “simetría invei
como defensa contra la realidad” . Se trata aquí también de una forma de defensa pa
ticular contra el hecho de hacer frente a la realidad psíquica de la constelación ni
pica. Sarah suministra un excelente ejemplo de lo que este autor llama la “lógica sim
trica” (siguiendo a Matte-Blanco) cuando me dice en una sesión reciente: “Los padi
cuidan a sus hijos, luego los niños cuidan a sus padres”, evitando con ello reconoi
la realidad, es decir, que eso significa que los niños son cu id ad o s por los padres.

Yo diría que la clave de cada uno de estos casos está en el fracaso del niño a
hora de negociar correctamente la situación edípica, es decir, de aceptar plenamc
te la realidad psíquica de la existencia de la pareja edípica. Se niega la existencia i
614 Parte TV: Las patologías

esta pareja y, a partir de ahí, también la de todos los niños fruto de esa unión. Cada
uno de esos niños contrahace la realidad de manera similar con el fin de mantener­
se en un mundo de ilusión. Los “hechos” que vienen a contradecir la ilusión acaban
siendo negados (las huellas de agua en el suelo no son obra de los otros niños). Se
afirma la “similitud” existente entre el niño y el adulto, en general por identificación
proyectiva con el adulto y por la insistencia en pretender “poseer” las mismas cosas
que el adulto.
Ello da como resultado las similitudes que hemos observado en la presentación
de estos casos clínicos: los celos intensos hacia los hermanos, la necesidad exage­
rada de control omnipotente sobre el objeto, los similares trastornos de carácter
(cierto grado de intolerancia hacia los demás niños, una actitud hipermadura pseu-
do-adulta, el deseo desesperado de ser considerado excepcional y de ser protagonis­
ta en todo momento). Estos elementos también estaban presentes en los casos des­
critos por Flynn y Forth26.
Con todo, lo más sorprendente de estos casos son los intentos por ejercer un con­
trol absoluto sobre el objeto. Y desde esta óptica, podríamos afrontar el síntoma de
la retención, tanto en términos de resistencia al control ejercido p o r t 1 objeto como
en un plano más simbólico. Com o dice Abraham, en el origen hay una ecuación
entre las heces y el objeto.
“La experiencia analítica ha demostrado sin dejar lugar a dudas que en el estadio
intermedio del desarrollo libidinal (el estadio anal) el individuo considera a la per­
sona que es el objeto de su deseo como algo sobre lo cual ejercer un derecho de pro­
piedad y que en consecuencia hay que tratar a esta persona del mismo modo que se
trata a la parcela más antigua de propiedad privada, esto es, el contenido del propio
cuerpo, las heces.”27
Al ejercer un control sobre las heces (a través de la retención), el niño realiza su
fantasma de controlar y de poseer el objeto.
Creo sinceramente que el material que acabamos de describir evidencia aún más
el hecho de que dicho control se ejerce de manera defensiva, a fin de evitar el tener
que reconocer la naturaleza edípica del objeto o, dicho de otra manera, el hecho de que
esté manteniendo otras relaciones y de que posea una existencia por separado e inde­
pendiente. Lo que este control absoluto que opera en el fantasma está haciendo es
negar la realidad. En lugar de recurrir a las materias fecales como un consuelo, como
sugiere Rosenfeld, considero, y esto no es más que una hipótesis, más acertado estu­
diar el control ejercido sobre las materias fecales con objeto de mantener intacta la
ilusión de controlar el objeto. De hecho, tanto Forth como Rosenfeld han insistido
en este aspecto citando el fragmento del texto de Abraham:

El placer especial provocado por el acto de excreción, que debe diferenciarse


riel placer obtenido de los productos del proceso excretorio, comprende, además
Capítulo 40: Los niños encopréticos 615

d e las se n sa c io n e s físic a s, una gratificación psíquica basada en el cumplimiento del


acto [ ...] 28.

No se trata tanto del hecho de que las materias fecales en sí mismas sean sobrein­
vestidas como del proceso que consiste en poder controlar su aparición o su no apa­
rición. La “gratificación psíquica” resulta del sentimiento de ejercer un control sobre
el objeto representado por las heces. Este control sirve entonces para impedir la emer­
gencia, en el mundo interior del niño, de la figura de la pareja formada por los padres,
libre para llevar a cabo un proceso procreador y ante el cual el niño debe encontrar
su sitio, sitio que no es el de un igual.

El rol del complejo de castración

Otro elemento frecuente e importante que se deduce del material que acabo de expo­
ner es la actitud de las niñas ante la posesión del pene. Sarah, como hemos visto, afir­
maba de manera totalmente explícita que poseía un “zigüigüi” como yo. Alice pre­
tendía también tener una “varita mágica” y trataba de “castrarme” cortando mi “cosita
que cuelga”. Forth y Rosenfeld29 resaltan el hecho de que, en el caso de las niñas que
han tratado, el no tener pene suponía una fuente de añoranza; y Flynn30, del mismo
modo, observa que su paciente expresaba claramente su deseo de ser un varón. A
simple vista, éstos parecen los clásicos ejemplos de deseo de pene que llevan implí­
cita una negación.
“Por eso reniega de sus propias percepciones sensoriales, que le han demostrado
la ausencia del pene en los genitales femeninos, y se aferra a la convicción contraria”
(Freud, 1923).
La situación tampoco es tan diferente en el caso del niño varón, pues, como obser­
va Melanie Klein:

A l ig u a l q u e e n el c o m p le jo d e c a s tr a c ió n d e las n iñ a s, en el c o m p le jo fe m e ­
n in o d e l v a r ó n , e x iste en el f o n d o u n d e se o fr u s t r a d o p o r p o se e r u n ó r g a n o e sp e ­
c ia l..., lo s ó r g a n o s d e la c o n c e p c ió n , d e l e m b a r a z o y d e l p a r t o .31

En el caso de Jim, está claro que también está preocupado por el sentimiento de
que yo poseía cierta cosa que él no tenía y que ello le apenaba mucho. Esta situación
parecía relacionada también con la impresión que él tenía de que yo sabía cosas (la
hora) que él ignoraba. Melanie Klein relaciona este sentimiento con un estadio tem­
prano del desarrollo:

E l y o e s tá a ú n ta n p o c o d e s a r r o lla d o c u a n d o e s a s e d ia d o p o r la a p a r ic ió n d e
la s t e n d e n c ia s e d íp ic a s y la in c ip ie n t e c u r i o s i d a d s e x u a l a s o c i a d a a e lla s ... U n o
616 Parte IV: Las patologías

d e lo s l a m e n t o s m á s a m a r g o s q u e h a lla m o s en el in c o n sc ie n te es q u e lod.is estas


p r e g u n ta s q u e n o s in v a d e n ... q u e d a n sin r e s p u e s ta ... E l s e n tim ie n t o t e m p r a n o d e
n o te n e r c o n e x io n e s m ú lt ip le s . S e u n e al s e n tim ie n t o d e in c a p a i id a d , d e i m p o ­
te n c ia , r e s u lta n te d e la s itu a c ió n e d íp ic a ... E n a m b o s se x o s, el complejo de castra
ción se acentúa p or este sentim iento de ignorancia ,32

Melanie Klein prosigue su exposición defendiendo la idea de que el aprendizaje


del control de los esfínteres acentúa esta problemática de la castración:

E s t o c o n tr ib u y e d ir e c ta m e n te al c o m p le jo d e c a stra c ió n . E n e sta fase te m p r a ­


n a d e l d e sa r ro llo , la m a d r e q u e s e llev a las m a te ria s fe ca le s d e s u h ijo sig n ific a ta m ­
b ié n u n a m a d r e q u e lo d e s m ie m b r a y lo c astra. N o s ó lo p r e p a r a el te rre n o p a ra el
c o m p le jo d e c a s tr a c ió n a trav és d e la s fr u s tr a c io n e s a n a le s q u e le in flin g e ; en tér­
minos de realidad psíquica, ella es tam bién la castradora ,33

Podemos pues afirmar que, reteniendo sus materias fecales, el niño no sólo ejer­
ce su poder sobre el objeto, en su fantasma, sino que además trata de escapar a la
ansiedad generada por la situación que M. Klein describe, la de la madre como cas­
tradora. Niega el rol de la madre en el sentido que le da aquí M. Klein. Sin embar­
go, existe, añadiría yo, otro sentimiento, positivo esta vez, que también supone una
negación: el que tiene hacia la madre como la persona que limpia a su hijo y que se
ocupa de él, y a la que puede pedir ayuda. Con esto, el niño niega su impotencia
(castración) relativa a su estado de dependencia. Esto se lleva a cabo, como hemos
visto, a través de la identificación proyectiva con el objeto reivindicando la abolición
de las diferencias; dicho de otro manera, negando la realidad.
Sin embargo, en lugar de afrontar el complejo de castración como un problema
independiente, considero que podríamos entenderlo como un aspecto diferente del
problema del poder del que hablaba anteriormente. Temperley presenta un estado
de las concepciones actuales del concepto de Edipo, resumiendo así la situación:

L a in d iv id u a c ió n [...] im p lic a el d o lo r d e la e x c lu sió n d e la s o tr a s re la c io n e s


d el o b je to , e s p e c ia lm e n te d e la e sc e n a p r im itiv a . L a p é r d id a d e e sta ilu sió n d e un
c o n tr o l a b so lu to , m a n t e n id a a trav és d e la id e n tific a c ió n p r o y e c tiv a es lo q u e h ace
q u e se “ lleve a c a b o ” v e r d a d e r a m e n te la c a str a c ió n .

El problema de la castración manifiesta en estos niños no es pues más que el refle­


jo de esta problemática aún más fundamental; y los mecanismos que los pequeños
ponen en marcha, por ejemplo, para negar la ausencia del pene, corresponde exac­
tamente a los que utilizan para negar la realidad de la pareja edípica.
Capítulo 40: Los niños encopréticos b.

Orígenes tempranos

Según lo expuesto, no podemos sino hacer especulaciones acerca de la naturaleza de


los primeros precursores de los conflictos edípicos que he descrito y sobre la cuestión
de la elección del síntoma, para la cual no tengo una explicación concluyente.
Lo más sorprendente de todo es que estos niños han sufrido en realidad, y muy
tempranamente, una pérdida objetal, que ha podido reforzar en ellos la necesidad de
recurrir, de manera defensiva, a un control omnipotente del objeto (representado
de forma concreta por las heces) que los protegiera de la violencia de los afectos aso­
ciados a esta pérdida.
Esta posición está muy próxima a la que Forth expone en su artículo, donde
defiende la idea de que el problema está relacionado con la diada madre-hijo y que
los conflictos tienen un origen pre-edípico. Señala que el niño de cuatro años que la
autora estaba tratando “había vivido la experiencia de una pérdida real de preocu­
pación por parte de sus padres [y] que ello lo había llevado a volverse hacia sus pro­
pias producciones corporales, como un medio de aferrarse a su objeto”34.
El paciente de Forth, como Jim, había sido “privado” al mismo tiempo de su padre,
a consecuencia de un divorcio, y de su madre, en el plano emocional, pues ésta tenía
la mente en otras cosas. Alice había sido privada del seno de forma prematura, a las
siete semanas de vida (cosa que no le ocurrió a su hermana, a la que su madre ama­
mantó hasta los dieciocho meses). Aparentemente, según se detectó en la visita médi­
ca que tuvo lugar en su séptima semana de vida, la niña no cogía peso y se ponía a
gritar en cuanto la dejaban en la cuna. Sus padres empezaron entonces a alimentarla
con el biberón y la situación mejoró. Sin embargo, fue más o menos en aquella épo­
ca cuando sus problemas de retención fecal empezaron a agravarse. Podríamos defen­
der la idea de que la pérdida objetal (el seno) enfrentó a Alice al derrumbamiento de
la ilusión a la cual hacía referencia Winnicott —la ilusión de que es el bebé omnipo­
tente el que crea el seno—en un estadio muy temprano para que pueda tolerarlo sin
tener que recurrir al control todopoderoso del objeto/heces (podríamos ver en ello
una alusión a esa pérdida en una sesión en la que la niña me habló de una parte de su
venda, un pequeño elefante, que se había marchado y que “no pudieron reemplazar ”).
Sus propias producciones corporales eran de hecho, en este estadio, el único aspecto
de su entorno sobre el cual podía ejercer algún control, después de haber fracasado en
su intento por establecer una relación satisfactoria con el seno.
Flynn sugiere algo parecido para el caso de su paciente: “Los problemas que Geor-
gina debía afrontar eran consecuencia de la separación que le supuso el destete y de
la separación brutal de su madre [...] el recuerdo que la pequeña tiene de ello es el
de una ruptura demasiado temprana de la ‘ilusión fusional’, en la que el niño se sien­
te invadido por su entorno, lo cual le impide superar el narcisismo primario de una
manera tolerable”35.
618 Parte TV: Las patologías

Quisiera proponer, sin embargo, otra forma de enfocar el problema que tenga en
cuenta la manera en que el trabajo de los psicólogos del desarrollo, tales como Daniel
Stern, afrontan el concepto del narcisismo y de la “ilusión fusional”. Este trabajo ha
confirmado los puntos de vista de Melanio Klein sobre el hecho de que el niño no
atraviesa ninguna fase narcisista primaria propiamente dicha, sino que ésta está rela­
cionada, desde su nacimiento, con el objeto.
“El niño empieza a sentir su yo emergente desde su nacimiento. Está preprogra­
mado para tener conciencia de los procesos de la organización del yo. No pasa nun­
ca por un período de total indiferenciación entre él y los demás. No existe confusión
entre él y el otro al principio o en su primera infancia. El niño también está prepro­
gramado para reaccionar de forma selectiva ante los acontecimientos sociales exter­
nos y no vive la experiencia de ninguna fase comparable al autismo”36.
El trabajo de Stern (al igual que los de Thevarthen y Murray) se centra más bien
en la importancia de la capacidad de la madre para responder a las señales emitidas
por el niño, con el objeto de permitirle a éste desarrollar el sentimiento de un yo pro­
visto de intencionalidad, es decir, el sentimiento de poder actuar sobre su entorno.
Esta capacidad de respuesta sincronizada suministra al niño las condiciones necesa­
rias para que éste desarrolle el sentido de lo que Álvarez ha denominado un senti­
miento de “poder”37, por oposición a la creación de ilusiones todopoderosas. La ausen­
cia de verdadera disponibilidad emocional por parte de la madre, ausencia de la que
no resulta descabellado pensar que pueda formar parte de la experiencia temprana
de estos niños, podría haber determinado un sentimiento de “fracaso” de su poder.
Y este aspecto de la pérdida del objeto sería el factor decisivo. Según esta óptica,
el niño había vivido una experiencia insuficiente o inadecuada de un objeto que él
pudiera “controlar”, en el sentido de suscitar respuestas apropiadas y fiables por par­
te de este objeto. Podríamos pensar que tal déficit obligaría al niño a controlar lo que
pudiera, es decir, sus producciones corporales. I ,a ausencia de una experiencia ade­
cuada de “poder” estimularía el desarrollo de estados más omnipotentes.
Pero esto sigue siendo una hipótesis. De lo que parece no haber dudas en todo
este material es de que se echa en falta una presencia sólida de la pareja formada pol­
los padres. Los elementos de que disponemos nos sugieren que ello obedecía, al menos
en parte, a que tal pareja tampoco estaba disponible para sí misma en la realidad de
su entorno externo. En el caso de Jim, el padre estaba realmente ausente y no repre­
sentaba una figura muy poderosa (también era el caso del paciente de Forth). En el
caso de Alice, así como en el de Sarah, existían claras dificultades en torno al tema
del apego, pues en ambos casos los padres tenían problemas para establecer límites,
y crear un espacio para sí mismos como pareja en el caso de Sarah (tanto Sarah como
su hermano acababan siempre la noche en la alcoba de sus padres).
Me atrevería a afirmar en consecuencia que el denominador común de estas sitúa
i iones está en el fracaso de los padres para ofrecerle al niño la realidad de su presen­
Capítulo 40: Los niños encopréticos 619

cia como padres con la fuerza suficiente y que dicho fracaso anima al niño a de­
sarrollar “una configuración edípica ilusoria... como organización defensiva destina­
da a negar la realidad psíquica de la relación parental”38.
Klein ha subrayado en su obra la interacción de la realidad interna y externa y la
necesidad de que a veces se afirme una versión más anodina de la realidad para con­
tradecir el poder de los fantasmas del niño. La experiencia de una pareja fecunda es,
al mismo tiempo que una fuente de hostilidad, algo inmensamente tranquilizador
para el niño, que se da cuenta de que no ha conseguido separar a sus padres. Flynn
observaba que para su paciente fue muy importante ver cómo sus padres se ocupa­
ban de ella de una forma más unida tras el trabajo que la pareja llevó a cabo. Del mismo
modo, resultó muy útil tanto para Alice como para Sarah el ver a sus padres y a su
terapeuta trabajar juntos, como una especie de pareja parental, sobre los problemas
de separación que se habían planteado.

El trabajo clínico que hemos expuesto en este y en otros artículos parece demos­
trar que la psicoterapia psicoanalítica puede resultar una opción terapéutica muy efi­
caz para los niños que sufren encopresis, aunque no pueda resolver por sí sola este
problema. Este artículo ilustra ciertos aspectos periféricos de la cuestión, que podrí­
an ser abordados en un trabajo con los padres. Soy consciente también del hecho de
que los niños descritos en él son todos muy pequeños, y de que la cosa podría ser
muy diferente si éstos tuvieran tres o cuatro años más. En cualquier caso, creo que
este punto está tratado en el estudio de Anderson et a l .,39 El trabajo que he descrito
fue breve y poco intenso, lo cual, en mi opinión, constituye un argumento en favor
de una intervención rápida y temprana.
Considero interesante destacar otro hecho. Mientras que en gran parte de la lite­
ratura no analítica sobre el tema, se insiste en el acceso del niño a un mayor control
de sus esfínteres recalcitrantes, lo que más llama la atención cuando se empieza a
explorar los determinantes inconscientes del problema es, por el contrario, la nece­
sidad que tiene el niño de llegar a renunciar a sus intentos de ejercer un control topo-
deroso sobre su objeto. Cuando eso sucede, el niño puede dejarse llevar y confor­
marse a las demandas del objeto de ejecutarse en un lugar apropiado -situación que
representa al mismo tiempo un compromiso con la realidad de su posición con res­
pecto a la pareja parental-. La psicoterapia analítica puede pues no sólo ofrecer cier­
to alivio ante el síntoma más penoso, sino también provocar cambios mucho más
profundos y duraderos en términos de desarrollo de la personalidad y de relaciones
de objeto.
()2( ) I'arte IV: Las patologías

N otas

1 I I p resen te a rtíc u lo fu e p u b lic a d o en el Jou rn al o f C hild Psychotherapy, n .° 2 , 1 9 6 6 , p p . 2 4 0 -


2(i(). 1.a v ersió n fra n c e sa h a sid o tr a d u c id a del in g lé s p o r É lisa b e th B a ra n g c r. A g ra d e c e m o s
.i la red a cció n d el Jo u rn al o fC h ild Psychotherapy su. a u to r iz a c ió n p a ra la p u b lic a c ió n de este
texto.
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Capítulo 40: Los niños encopréticos 621

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2(5 FLYNN, D . y FORTH, M . J . : Op. cit.
27 ABRAHAM, K . (1 9 2 4 ): “A sh o rt stu d y o f the d e v e lo p m en t o f the lib id o , view ed in the ligh t o f
m e n ta l d iso rd ers” , SelectedPapen on Psychoanalysis, L o n d re s, H o g a r th , 1 9 7 3 .
28 Ib íd ., p. 3 7 3 , las cu rsivas so n m ías.
25 FORTH, M . y ROSENFELD. S .: Op. cit.
30 FLYNN, D .: Op. cit.
31 KLEIN, M . (1 9 2 8 ): “ E arly stage o f the O e d ip u s con flict” , G uilt and Reparation and Other Works,
L o n d re s, H o g a r th , 1 9 7 5 . [KLEIN, M . (1 9 2 8 ): “ P rim ero s e sta d io s del c o n flic to d e E d ip o y la
fo rm a c ió n del su p e r y ó ” , en Obras Completas, t. 1, B u e n o s A ires, P aid ó s H o rm é , 1 9 8 0 .]
32 Ib íd ., las cu rsivas so n m ía s.
33 Ib íd ., las cu rsivas so n d e la au to ra.
34 FORTH, M . ].: Op. cit.
35 FLYNN, D .: Op. cit.
36 STERN , D . (1 9 8 5 ): The Interpersonnal World o f the Infant, N u e v a York, B a sic B o o k . [STERN,
D .: E l mundo interpersonal del bebé, B arcelo n a, P aid ós, 1 9 8 5 .]
37 V éase ÁLVAREZ, A . (1 9 9 2 ) : Live Company, L o n d re s y N u e v a York, T a v isto c k /R o u tle d g e .
38 “ T h e m issin g lin k, p a re n ta l se xu ality a n d the O e d ip u s c o m p le x ” , op. cit.
39 ANDERSON, S . et a l.: Op. cit.

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