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El feminismo y la prefiguración del cambio social

“Esta construcción de poder popular que es, al mismo tiempo, creación del
sujeto colectivo y de los sujetos individuales que componen el colectivo, es ya
la sociedad socialista en camino. La vamos construyendo al mismo tiempo que
avanzamos. El hombre nuevo, la mujer nueva están naciendo” Rubén Dri (en
Acha, Campione y otros, 2007), Reflexiones sobre Poder Popular

“Esta dimensión invisible de la política –que en última instancia ancla en una


mirada de la revolución en tanto proceso autocreativo– ha sido por lo general
descuidada”
James Scott (2000), “Los dominados y el arte de la resistencia”.

Como ya expresamos en varias oportunidades, entendemos que la


construcción de relaciones sociales que se sustraigan de las
lógicas opresivas, jerárquicas y excluyentes que el orden
dominante intenta naturalizar es una tarea imprescindible de
abordar desde el momento actual, si es que realmente aspiramos a
que las condiciones para una transformación radical de la
sociedad estén dadas algún día. En este sentido es que retomamos
la idea gramsciana de la política prefigurativa, que, como puede
deducirse del concepto, prefigura un orden de cosas. Como ya
expresamos, tal idea está fuertemente vinculada a nuestra
concepción de poder popular, dónde la dicotomía medios– fines es
abandonada, entendiendo que en los medios está contenido el fin
mismo. Retomando a Hernán Ouviña (2007),

“Entendemos que el contradictorio derrotero que va de la relación


de dominio a la plena emancipación debe tener como acicate
constante la construcción, desde el inicio mismo del proceso
autonómico, de formas de vinculación, entre nosotros y (a no
olvidar) con la naturaleza, que prefiguren el horizonte comunista
anhelado. Desde esta perspectiva el fin debería estar contenido, al
menos tendencialmente, en los medios mismos. O mejor aún: los
medios no serían concebidos como meros medios
instrumentalizables, sino que contendrían en su seno, en potencia,
los objetivos perseguidos”.

Podemos definir entonces a la política prefigurativa como un


conjunto de prácticas que en el momento presente, “anticipan” los
gérmenes de la sociedad futura. Así, “la transformación
revolucionaria (y por tanto el poder popular mismo) deja de ser
entonces un horizonte futuro, para arraigar en las prácticas
actuales que en potencia anticipan el nuevo orden social venidero”
(Ouviña, 2007).

La deconstrucción de la cultura dominante y la construcción de


una contracultura de lxs oprimidxs requieren de un trabajo
cotidiano en cada una de las esferas de la sociedad.

“Cabe recordar que para Gramsci la política prefigurativa no puede


pensarse sino en una clave integral, vale decir, como una “nueva
forma de ser”, en su sentido más amplio. Ello implica imaginar
nuestra lucha en tanto apuesta total, que no equivale a la
intransigencia del todo o nada, sino a concebir cada resquicio de
la vida como trinchera de lucha” (Ouviña, 2007)

Si se trata de ponderar los posibles aportes del feminismo a la


construcción de poder popular, debemos reconocer que son las
intelectuales y militantes feministas las que han sabido poner la
atención sobre el mundo de lo privado, lo personal y lo cotidiano,
como manifestación de las relaciones de dominación, pero
también como espacios de creación de sociabilidades alternativas.
Estas corrientes se encargaron de hacer visibles aquellas
dimensiones de la vida que habían sido condenadas a la oscuridad
por la moderna dicotomía patriarcal entre el mundo de lo público y
de lo privado. Los padecimientos de las mujeres en particular, pero
también de otrxs sujetxs oprimidxs, fueron invisibilizados a través
de una estrategia que buscó naturalizar y privatizar dichas
opresiones, para así obstaculizar la comunicación, el
reconocimiento y la organización frente a las mismas. “Las
emociones, sentimientos de la vida cotidiana, al no tener espacio
de expresión, al no tener nombre, no posibilitan la reflexión ni
generan una base subjetiva sobre la cual construir la cohesión
social. Una política que no se haga cargo de las aspiraciones,
miedos, subjetividades en la vida cotidiana, dice Lechner, se
vuelve una política insignificante. Volver significante la política en
el período actual es también iluminar los mecanismos más opacos
de la exclusión, más impactantes por la naturalidad con la que
funcionan” (Vargas, 2008).

La misma condena que las mujeres recibieron por parte del


Patriarcado Capitalista a permanecer en la esfera de lo privado, de
lo indiscernible como decía Amorós, fue la que posibilitó la
emergencia de una serie de problematizaciones que poco a poco
fueron exigiendo modificaciones a la hora de pensar el poder y la
política. A la iluminación del espacio privado como ámbito de
ejercicio de relaciones de poder se fue sumando la
problematización, sobre todo con el feminismo radical de los 60,
de ciertos aspectos de la vida social que antes eran circunscriptos
a una cuestión personal, en contraposición a una concepción de la
política restringida al ámbito de lo público-colectivo. “La teoría
política feminista contribuyó decisivamente a esta mirada con su
reflexión sobre la dimensión política de lo personal, resumida en el
slogan lo personal es político. Esta afirmación fue el impulso más
contundente para politizar la cotidianeidad y posicionarla,
lentamente, en el horizonte referencial de las mujeres y la
sociedad” (Vargas, 2008).

Sin duda, la atención prestada por el feminismo a las relaciones de


poder existentes en los planos no-tan-públicos de la vida social
supuso un plus de politización y, por lo tanto, una radicalización de
la crítica de los sistemas dominantes y las formas en que sus
valores son encarnados en las prácticas cotidianas de lxs sujetxs,
habilitando a problematizar núcleos de dominación que
permanecían invisibilizados por no alcanzar el estatus político
según la modernidad patriarcal. Esto, a su vez, está vinculado con
la concepción del poder como relación social, que permite advertir
que el enemigo de los proyectos emancipatorios no son sólo una
institución, una clase, un sistema, sino sus valores in-corpo-rados
en cada unx de nosotrxs. Así lo afirma la poetisa feminista,
lesbiana, caribo-norteamericana Audre Lorde: “Para provocar un
verdadero esfuerzo revolucionario, jamás debemos interesarnos
exclusivamente en las situaciones de opresión de las que tratamos
de liberarnos, debemos concentrarnos en esa parte del opresor
sepultada en lo más profundo de cada una de nosotras, y que no
conoce otra cosa que las tácticas de los opresores, los modos de
relacionarse de los opresores” (citada en Dorling, 2009).

Los aportes feministas a la ampliación de las esferas de


politización, a la radicalización de las críticas del orden dominante
y, por tanto, de la concepción de lo que hay que revolucionar para
cambiarlo todo, fueron sintetizados en los 70 con el slogan “lo
personal es político”. Su apropiación contemporánea por
movimientos sociales y de mujeres podemos encontrarla plasmada
en remeras y banderas: “Revolución en las calles, en las plazas y
en las camas”.

Estos aportes son sin duda una actualización y radicalización de


aquella dimensión prefigurativa de la política de la que nos
hablaba Gramsci a principios del Siglo XX, y quizás sea uno de los
aportes fundamentales que los movimientos sociales y populares
contemporáneos hayan heredado de las experiencias feministas.
Lamentablemente, el carácter androcéntrico de las
reconstrucciones históricas, y entre ellas también de las
genealogías de las experiencias de lucha que suelen recuperarse
para dar cuenta de los repertorios que informan nuestras
experiencias organizativas contemporáneas, tiende a subestimar e
invisibilizar los aportes de las mujeres y a mezquinar su
reconocimiento. Esperamos que este trabajo permita empezar a
desandar ese camino dejándonos ver que gran parte de las
prácticas de las que nos enorgullecemos fueron recuperadas,
directa o indirectamente, de esas experiencias feministas, y que,
más importante aún, podamos ver que muchas de las prácticas
que aún no pudimos transformar, pueden encontrar coordenadas
de orientación en las experiencias del feminismo que, cansado de
revoluciones silenciosas, sigue trabajando para hacerse escuchar,
convencido de que la revolución será feminista, o no será.

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