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Capítulo IV: Enseñar la identidad cultural

Introducción: Morín comienza este capítulo preguntándose cómo podrían, los


ciudadanos del nuevo milenio, pensar sus problemas y los problemas de su tiempo. Para
ello nos hace faltar comprender tanto la condición humana en el mundo, como la
condición del mundo humano que a través de la historia moderna se ha vuelto la de la
era planetaria.

Actualmente nos encontramos hundidos en una era planetaria que nos exige trabajar en
la conciencia terrenal y en la identidad que tenemos como seres humanos.
Estamos inmersos en una cantidad infinita de problemas que afectan a todos por igual y
que pueden llevarnos a la destrucción, tal como lo es la muerte ecológica.
Se nos exige que cuidemos a la tierra en la que habitamos pero para esto hace falta
educar en la identidad y en la patria en la que habitamos. Se debe de hacer conciencia de
que todos tenemos los mismos problemas y por tanto lo que se haga afectara a todos de
la misma manera.

En síntesis, la finalidad de la introducción en este capítulo es recalcar que la necesidad,


en este nuevo milenio, es la de educar con un pensamiento policéntrico capaz de apuntar
a un universalismo no abstracto sino consciente de la unidad/diversidad de la humana
condición. La educación, insisto, debe trabajar para la identidad y la conciencia terrenal.

Somos conscientes de que un problema puede repercutir en todos lados. Esto es un


legado del siglo XX, que se marcó por catástrofes y guerras mundiales. También el
cambio climático y el calentamiento global. Pero por sobre todo el fracaso de
ideologías, la construcción de derechos y responsabilidades, y la imposición de un
sistema (occidental) son los principales legados de este.

El aprender a vivir en completa armonía con el medio es el principal desafío que nos
toca enfrentar, el desarrollo sostenible y responsable, la tolerancia y la empatía deber ser
valores primordiales para la educación del futuro. No se cualquier futuro, del futuro que
crearemos, moldearemos y del cual seremos responsables.
2. El legado del siglo XX: el siglo XX fue la alianza de dos barbaries, la primera trae
consigo guerras, masacre, fanatismo; la segunda viene de una racionalización que no
conoce más que el cálculo e ignora a los individuos, sus sentimientos, sus almas.

Esta era bárbara se divide, en primer lugar, en la idea de La herencia de muerte: el


siglo XX pareció dar razón a la formula atroz según la cual la evolución humana es un
crecimiento del poder de la muerte. La muerte introducida en el siglo XX no es
solamente la de las dos guerras mundiales y los campos de concentración nazis y
soviéticos, sino también es la de dos nuevas potencias de muerte: las armas nucleares,
las muertes ecológicas y las nuevas enfermedades.

Luego habla de la Muerte de la modernidad, dice que nuestra civilización occidental,


al soltarse del pasado, creía dirigirse a un progreso infintio movido por la ciencia y la
razón; pero con Hiroshima hemos aprendido que la ciencia es ambivalente, con el
Holocausto hemos visto que la razón es imprecisa, hemos visto a la razón retroceder y al
delirio estalinista tomar la máscara de la razón histórica. Hemos visto que la civilización
del bienestar podría producir al mismo tiempo malestar. Si la modernidad se define
como fe incondicional en el progreso, en la ciencia, en el desarrollo económico,
entonces esta modernidad está muerta.

La esperanza: podemos avizorar para el tercer milenio la posibilidad de una nueva


creación: la de una ciudadanía terrestre, para la cual el siglo XX ha aportado los
gérmenes y embriones. La educación, que es a la vez la transmisión de lo viejo y
apertura de la mente para acoger lo nuevo, está en el corazón de esta nueva misión.

El aporte de las contracorrientes: se puede pensar que todas las aspiraciones que han
alimentado las grandes esperanzas revolucionarias del siglo XX, pero que han sido
engañadas, podrían renacer bajo la forma de una nueva búsqueda de solidaridad y
responsabilidad.

En el juego contradictorio de las posibilidades: una de las condiciones fundamentales


para una evolución positiva seria que las fuerzas emancipadoras inherentes a la ciencia
y a la técnica pudieran superar las fuerzas de muerte y esclavitud. La ciencia y la
tecnología a religado la tierra, pero en cambio han creado las peores condiciones de
muerte y destrucción. Los humanos esclavizan a las maquinas que esclavizan la energía,
pero al mismo tiempo son esclavizados por ellas. Nadie puede asegurar que nuestras
sociedades hayan agotado sus posibilidades de mejoramiento y de transformación y que
hayamos llegado al fin de la historia. Lo que conlleva el peor peligro conlleva también
las mejores esperanzas y por esta misma razón el problema de la reforma del
pensamiento se ha vuelto vital.

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