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6 CLAVES SOBRE LA

IMPORTANCIA DE LOS
INGENIEROS ROMANOS
Roma no habría sido Roma sin sus ingenieros, que le dieron
las armas para erigir un imperio y los puentes y caminos para
mantenerlo
José Miguel Parra 13/09/2017

Ruinas del templo de Júpiter en Baalbek, Líbano. Foto: Thinkstock / axel2001.


Con sus construcciones modernas, los romanos no hacen más que estropear el
paisaje”, comenta Astérix mientras, camino de Lutecia para comprar una hoz de
oro, pasa con Obélix frente a un elevado viaducto en plena edificación.

Aquello, sin duda, era cierto en el año 50 a. C., pero más de dos milenios después,
las “moderneces” de entonces forman ya parte imprescindible de nuestra cultura.
Todo ello gracias a los buenos oficios de quienes las levantaron: los ingenieros
romanos.

Lo más curioso es que, a pesar de la extraordinaria calidad de su trabajo, estos no


fueron unos grandes innovadores. Son contados los avances técnicos que les
debemos: la aleación de latón, la amalgama de mercurio para extraer oro, el
hormigón, las norias hidráulicas y poco más.

En realidad, en lo que se mostraron maestros fue en aprovechar y mejorar los


ingenios desarrollados por otros. Siempre pragmáticos, ya se tratara de
los qanats orientales para horadar túneles, las bombas griegas de extracción de
agua o la fundición de hierro o acero, conocida desde hacía milenios, los romanos
fueron capaces de tomar los mecanismos y métodos creados en distintas regiones
y no solo adaptarlos a sus necesidades, sino perfeccionarlos y aumentar así sus
propios conocimientos.

Gracias a ello, el Imperio romano dispuso de la mejor capacidad técnica del


mundo antiguo, que precisamente utilizó para controlarlo y explotarlo a su antojo (o
casi) durante más de quinientos años.

Estos son 6 motivos por los que los ingenieros romanos fueron tan importantes:

1. ¿Polifacéticos? Atendiendo al vocabulario latino, por el Imperio pulularon


muchos tipos de ingenieros. Desde el topógrafo (mencionado en los textos
como agrimensor o gromaticus), que se dedicaba a calcular las superficies para
dividirlas en parcelas o para marcar el recorrido de las calles de una ciudad, hasta
el architectus, que diseñaba y construía acueductos, puentes, vías, canales, pero
también basílicas, baños o villas. Existían, además, otros tipos de ingenieros con
nombres y funciones específicos.

Sin embargo, la división es un tanto artificial. Por otra parte, las fuentes son
claras: durante la Antigüedad los ingenieros fueron muy polifacéticos, y a menudo
se encargaron de construir todo aquello que fuera necesario, reuniendo en sí
mismos las facetas de diseñadores y topógrafos.

Los ingenieros romanos fueron muy polifacéticos y a


menudo construían todo aquello que fuera necesario.
Es indudable que la especialización existía, y que el ingeniero de una legión tenía
mucha más práctica en levantar murallas o fabricar máquinas de asedio que en
erigir un edificio.

Pero, terminado su servicio activo, no tendría muchos problemas en aplicar sus


conocimientos a un puente, si se le encargaba.

2. Formación profesional. Vitruvio, hablando siempre desde un punto de vista


teórico, ya que por entonces no existían las universidades, consideraba que el
arquitecto no solo debía saber dibujar, sino también geometría, óptica y
aritmética, sin olvidarse de conocimientos generales de historia, filosofía, música,
medicina, derecho, astronomía y cosmología. ¡Todo un currículo!

Obviamente, si esto llegó a suceder sería en contados casos. En realidad, tras


aprender a leer y matemáticas básicas en la escuela infantil y quizá algo de
oratoria, gramática, historia, etc. en la escuela de lo gramático, si uno deseaba
hacerse ingeniero no le quedaba más remedio que sumergirse en el mundo teórico
que podía encontrar sobre esa profesión en las bibliotecas.

El método más eficaz para convertirse en ingeniero era


buscar un maestro a quien seguir los pasos como
ayudante.

No conocemos casi ninguna de estas obras, pero, además del clásico tratado de
Vitruvio (siglo I a. C.), sabemos que existía el voluminoso Corpus agrimensorum,
que se encargaba de enseñar a sus lectores cómo medir terrenos y dividirlos. Pero
con esto no bastaba.

El único método eficaz para convertirse en ingeniero era buscar un maestro a


quien seguir los pasos como ayudante, viéndole trabajar y aprendiendo de él.
Como es natural, si, recién ingresado en el ejército, un legionario era destinado al
cuerpo de ingenieros, su camino ya estaba decidido, lo quisiera o no.

Durante sus años de servicio sería uno de esos personajes cuya labor tanto se iba
a dejar sentir en el desarrollo del imperio que Roma estaba conquistando. Unos
conocimientos que posiblemente convirtiera en su ocupación una vez abandonase
el ejército.

Retrato de Marco Agripa. Foto: Wikimedia Commons / Shawn Lipowski.

3. Pasión por el agua. En el siglo I a. C., Roma había alcanzado una población
cercana al millón de habitantes. El crecimiento de la ciudad fue paulatino, de
modo que los diferentes cónsules de la República y luego del Imperio la
procuraron abastecer de agua.

Esta no solo era necesaria para el consumo, sino que acabó constituyendo uno de
los elementos definitorios de la cultura romana. Todas las ciudades de relevancia
contaron con un suministro de agua gracias a los acueductos.

Para que nos hagamos una idea, cuando en el año 33 a. C. Agripa se encargó de
mejorar el abastecimiento de agua de Roma, no solo construyó un nuevo
acueducto, el Aqua Iulia, sino también 700 cisternas, 500 fuentes y 130 torres de
agua. ¡Y la ciudad todavía no había terminado de crecer!
Los diferentes cónsules de la República y luego del
Imperio procuraron abastecer Roma de agua.

Esa agua traída desde tan lejos alimentaba también uno de los elementos más
característicos de la cultura romana, los baños. Nacidos de las instalaciones que
acompañaban a los gimnasios griegos, no tardaron en ser adoptados con pasión
por los romanos, que los hicieron evolucionar hasta convertirlos en los grandes
establecimientos termales de la época imperial, dotados no solo de piscinas con
agua a distintas temperaturas, sino también de espacios donde realizar ejercicio
físico e incluso de bibliotecas públicas.

4. Limpiar las calles. Los romanos eran conscientes de los problemas causados
por el exceso de inmundicia, y pusieron a sus ingenieros a trabajar para atajarla.
Las calles de las ciudades, por su parte, podían ser un auténtico vertedero.

Pompeya, por ejemplo, era una ciudad recorrida y ensuciada –como todas en
aquellas fechas– por animales de todo tipo, desde caballos hasta humanos. La
mayoría de casas carecían de adecuados servicios sanitarios, de modo que los
vecinos utilizaban las calles para aliviarse. “¡Cagón, aguántate las ganas hasta que
hayas pasado de largo!”, reza un aviso encontrado en Pompeya que explica bien la
situación.

Los ingenieros procuraron reducir un tanto esa suciedad al trazar las calles
pompeyanas de modo que sirvieran para desaguar el líquido que manaba de las
fuentes. El agua derramada arrastraba parte de los restos por las calles. Si las
lluvias eran fuertes, se llevaban con ellas gran parte de los detritos acumulados.
Las calles de Pompeya eran una especie de cloaca a cielo abierto.
Calle de Pompeya.

5. Todos los caminos llevan a Roma. La atención prestada al trazado de las


calles no es extraña, pues los romanos tuvieron que acabar convirtiéndose en
grandes ingenieros de caminos. Mientras su ámbito fue solo el latino, usaron
para trasladarse los caminos naturales que seguían los accidentes del terreno y se
creaban con el paso continuado de gente.

El primero de los grandes caminos pavimentados fue la


vía Apia, comenzada en 312 a. C., que comunicaba
Roma con Capua.

Sin embargo, a partir del siglo III a. C. quedó claro que las legiones debían
desplazarse con rapidez, lo mismo que las mercancías necesarias para alimentar
a Roma. Por ello, se inició la construcción de grandes vías perfectamente
pavimentadas, las vías públicas, que seguían el camino más corto o el más
rápido, de modo que, cuando era preciso, cruzaban valles mediante inmensos
puentes, en lugar de bajar y subir sus laderas.

No se escatimaron gastos para facilitar un veloz desplazamiento terrestre. El


primero de estos grandes caminos fue la vía Apia, comenzada en 312 a. C. por
Apio Claudio Ceco para comunicar Roma con Capua. Fueron los primeros pasos
de una red que llegaría a tener 100.000 kilómetros de longitud durante el Imperio.

Ruinas del acueducto de Barbegal, Francia. Foto: Wikimedia Commons /


Maarjaara.

6. El invento romano. El abastecimiento de grano era esencial para alimentar a la


creciente población. Se necesitaba molerlo en grandes cantidades para fabricar
harina, lo cual llevó al único invento técnico puramente romano: la noria
hidráulica.
De nuevo, los ingenieros llegaban al rescate de los gobernantes, desarrollando un
sistema que les permitía sacar todavía más ventaja del agua que acarreaban hasta
la ciudad.

La noria vertical aprovecha el movimiento del agua para transformarlo en energía.


Transmitida por una serie de engranajes hasta una rueda de molino, esta realizaba
el trabajo a una velocidad cinco veces mayor de lo que giraba la noria. En algunos
casos se puede hablar de norias casi industriales, como las que existían
en Barbegal (Francia) a finales del Imperio.

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