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IMPORTANCIA DE LOS
INGENIEROS ROMANOS
Roma no habría sido Roma sin sus ingenieros, que le dieron
las armas para erigir un imperio y los puentes y caminos para
mantenerlo
José Miguel Parra 13/09/2017
Aquello, sin duda, era cierto en el año 50 a. C., pero más de dos milenios después,
las “moderneces” de entonces forman ya parte imprescindible de nuestra cultura.
Todo ello gracias a los buenos oficios de quienes las levantaron: los ingenieros
romanos.
Estos son 6 motivos por los que los ingenieros romanos fueron tan importantes:
Sin embargo, la división es un tanto artificial. Por otra parte, las fuentes son
claras: durante la Antigüedad los ingenieros fueron muy polifacéticos, y a menudo
se encargaron de construir todo aquello que fuera necesario, reuniendo en sí
mismos las facetas de diseñadores y topógrafos.
No conocemos casi ninguna de estas obras, pero, además del clásico tratado de
Vitruvio (siglo I a. C.), sabemos que existía el voluminoso Corpus agrimensorum,
que se encargaba de enseñar a sus lectores cómo medir terrenos y dividirlos. Pero
con esto no bastaba.
Durante sus años de servicio sería uno de esos personajes cuya labor tanto se iba
a dejar sentir en el desarrollo del imperio que Roma estaba conquistando. Unos
conocimientos que posiblemente convirtiera en su ocupación una vez abandonase
el ejército.
3. Pasión por el agua. En el siglo I a. C., Roma había alcanzado una población
cercana al millón de habitantes. El crecimiento de la ciudad fue paulatino, de
modo que los diferentes cónsules de la República y luego del Imperio la
procuraron abastecer de agua.
Esta no solo era necesaria para el consumo, sino que acabó constituyendo uno de
los elementos definitorios de la cultura romana. Todas las ciudades de relevancia
contaron con un suministro de agua gracias a los acueductos.
Para que nos hagamos una idea, cuando en el año 33 a. C. Agripa se encargó de
mejorar el abastecimiento de agua de Roma, no solo construyó un nuevo
acueducto, el Aqua Iulia, sino también 700 cisternas, 500 fuentes y 130 torres de
agua. ¡Y la ciudad todavía no había terminado de crecer!
Los diferentes cónsules de la República y luego del
Imperio procuraron abastecer Roma de agua.
Esa agua traída desde tan lejos alimentaba también uno de los elementos más
característicos de la cultura romana, los baños. Nacidos de las instalaciones que
acompañaban a los gimnasios griegos, no tardaron en ser adoptados con pasión
por los romanos, que los hicieron evolucionar hasta convertirlos en los grandes
establecimientos termales de la época imperial, dotados no solo de piscinas con
agua a distintas temperaturas, sino también de espacios donde realizar ejercicio
físico e incluso de bibliotecas públicas.
4. Limpiar las calles. Los romanos eran conscientes de los problemas causados
por el exceso de inmundicia, y pusieron a sus ingenieros a trabajar para atajarla.
Las calles de las ciudades, por su parte, podían ser un auténtico vertedero.
Pompeya, por ejemplo, era una ciudad recorrida y ensuciada –como todas en
aquellas fechas– por animales de todo tipo, desde caballos hasta humanos. La
mayoría de casas carecían de adecuados servicios sanitarios, de modo que los
vecinos utilizaban las calles para aliviarse. “¡Cagón, aguántate las ganas hasta que
hayas pasado de largo!”, reza un aviso encontrado en Pompeya que explica bien la
situación.
Los ingenieros procuraron reducir un tanto esa suciedad al trazar las calles
pompeyanas de modo que sirvieran para desaguar el líquido que manaba de las
fuentes. El agua derramada arrastraba parte de los restos por las calles. Si las
lluvias eran fuertes, se llevaban con ellas gran parte de los detritos acumulados.
Las calles de Pompeya eran una especie de cloaca a cielo abierto.
Calle de Pompeya.
Sin embargo, a partir del siglo III a. C. quedó claro que las legiones debían
desplazarse con rapidez, lo mismo que las mercancías necesarias para alimentar
a Roma. Por ello, se inició la construcción de grandes vías perfectamente
pavimentadas, las vías públicas, que seguían el camino más corto o el más
rápido, de modo que, cuando era preciso, cruzaban valles mediante inmensos
puentes, en lugar de bajar y subir sus laderas.