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ISSN: 0717-2877
revista-praxis@utalca.cl
Universidad de Talca
Chile
1.1. La Corte ha distinguido cada uno de los derechos reconocidos por el artículo
20 de la C.P., cuya singular formulación obliga al intérprete a determinar la existencia
de tres derechos - libertad de expresión, derecho de informar, derecho a recibir
información -, no obstante íntimamente relacionados entre sí y pertenecientes a una
misma matriz. En una de las primeras sentencias en las que la Corte se reveló consciente
de la coexistencia de tres derechos, cuya consagración independiente no reniega de su
común parentesco ni de sus insuprimibles nexos, se anotó que la libertad de expresión
tenía una extensión mayor que la de las otras libertades enunciadas en el texto, que
giraban sólo en torno de la información1, mientras que la primera tenía por objeto el
pensamiento y las opiniones, “sobre los cuales lo único que puede recaer es la libertad
responsable”. La libertad de expresión, en consecuencia, acota un ámbito del sujeto y
de su capacidad comunicativa, refractario jurídicamente a sufrir restricciones que, en
todo caso, por su propia naturaleza no serán “tantas como las que tienen el derecho a
2
la información y el derecho a informar” .
1.2.1. Los tribunales de ética profesional autorizados por la ley para imponer
sanciones por conductas relacionadas con el ejercicio de la profesión, exceden su
competencia y violan la libertad de expresión si penalizan el comportamiento de un
profesional que se ha limitado a manifestar públicamente su opinión crítica sobre el
funcionamiento de dichos tribunales y la integridad moral de los miembros que los
3
componen. En el caso Miranda Arroyo contra el tribunal de ética médica del Valle ,
la Corte tuteló el derecho a la libertad de expresión de un médico, sancionado
disciplinariamente por un tribunal de ética médica, por el hecho de haber censurado
públicamente, a través de una carta dirigida al director de un periódico, tanto el
funcionamiento real del tribunal como la conducta de algunos de sus miembros. Según
la Corte la competencia de un tribunal de ética médica se contrae a aplicar las normas
que conforman estos códigos de ética a los profesionales que practiquen la profesión
respectiva y sólo en razón de su ejercicio. Ni la ley ni el tribunal pueden concederle
tratamiento de falta disciplinaria a lo que genuinamente corresponde al ejercicio de un
derecho fundamental, como lo es la emisión de una opinión libre sobre cualquier
materia.
5
Sentencia T-104 de 1996.
6
Sentencia T-104 de 1996.
7
Sentencia C-488 de 1993.
8
Sentencia C-488 de 1993.
1.3.3. El contenido del derecho a informar abarca una serie de acciones que se
inscriben en su objeto: “recibir, buscar, investigar y difundir informaciones, concepto
éste genérico que cubre todas las noticias de interés para la totalidad del conglomerado
como los informes científicos, técnicos, académicos, deportivos o de cualquier otra
índole y los datos almacenados y procesados por archivos y centrales informáticas”10.
9
En sentido contrario se pronunció la Corte en la sentencia C-087 de 1998, en la que se declaró la inexequibilidad
que restringía el ejercicio del periodismo a quienes obtuvieran la respectiva tarjeta profesional.
10
Sentencia C-073 de 1996.
11
Sentencia C-033 de 1993.
En este mismo sentido, se ha dicho del derecho a la información que, por fundarse
en la “esencia humana”, es universal, inalienable, irrenunciable y reconocido - no
creado - por la legislación positiva13.
4. FUNCIONES Y FINES
12
Sentencia C-033 de 1993.
13
Sentencia C-488 de 1993.
14
Las afirmaciones siguientes siguen muy de cerca el texto de la aclaración de voto a la sentencia C-425 de 1994,
redactada por el autor con base en la ponencia a su cargo que, sin embargo, no fue acogida por la mayoría. Allí
se condensan las justificaciones clásicas que se han ofrecido en favor de la libertad de expresión, desde John Stuart
Mill hasta las expuestas por los filósofos contemporáneos.
4.6. Contribuye a crear una cultura de tolerancia hacia las ideas, expresiones y
sentimientos ajenos. La práctica constante de la libertad de expresión en todos los
campos fomenta una actitud de respeto mutuo entre las personas que se traduce en
tolerancia con otros puntos de vista, concepciones de vida o expresiones heterodoxas
o nuevas, lo cual es esencial en sociedades como las actuales que distan de ser
homogéneas y que cifran su evolución en la riqueza que encierra el pluralismo y el
ejercicio de la autonomía.
4.7. Ofrece las condiciones para que el gobierno se asiente sobre una base de
legitimidad. El consenso básico que soporta la democracia y la actuación de los
gobernantes, debe ser tanto informado como consciente. Esto no se produce si los
ciudadanos no tienen acceso a informaciones y opiniones que sean relevantes para
adoptar una posición fundada sobre lo que se debate y aprueba en el escenario público.
El libre mercado de ideas, como bien social, debe asegurarse contra las manifes-
taciones monopólicas de la opinión, particularmente en los debates de interés político,
social o cultural, en los que se debe auspiciar la concurrencia del mayor número y
variedad de voces y de ideas. El derecho a la rectificación, entre otras funciones, cumple
la de garantizar “el transparente mercado e intercambio de las ideas y de las opiniones”
(C.f.r., Sentencia T-048 de 1993).
6.1. No se puede prohibir a las personas que estén al margen de la ley que
divulguen públicamente información sobre la violación a los derechos humanos. Las
libertades consagradas en el artículo 20 de la Carta se predican de “toda persona”, “sin
15
Sentencia T-080 de 1993.
16
Sentencia T-332 de 1993.
17
Sentencia C-179 de 1994.
18
Sentencia T-705 de 1996.
19
Sentencia T-259 de 1994.
Finalmente, la Corte concluye que si bien los estudios académicos en el área de las
comunicaciones, son útiles para adquirir destreza y habilidad, no pueden transformarse
en barrera para que los que no han sido formados en ese oficio libremente concurran
con los primeros. En su lugar, serán los resultados y la competencia los que determinen
el acceso, la permanencia y el buen suceso que pueda cosecharse en esta actividad,
siempre abierta a todos sin distinciones ni restricciones.
6.6. La libertad de fundar medios de comunicación masiva que hagan uso del
espectro electromagnético, tiene un alcance más limitado y menos universal que el
ordinario cuando no se requiere acceder a éste para enviar mensajes21. De manera
análoga, desde el punto de vista subjetivo, la simple constatación del limitado número
de frecuencias y de espacios habilitables para la transmisión, obliga a pensar que el
número de sujetos que pueda acceder al espectro con el objeto de operarlas en virtud
de contrato o licencia celebrados o concedidos por el Estado, por fuerza habrá de ser
limitado, aunque naturalmente los procedimientos para seleccionar a las personas
deben ser abiertos y no discriminatorios.
20
Sentencia C-010 de 2000.
21
Sentencia T-081 de 1993.
También el diseño legal como presupuesto para obtener del Estado la licencia o
concesión, en concepto de la Corte, promueve una práctica democratizadora de las
oportunidades o ventajas sociales, dado que ella más que otras alternativas, convoca
una mayor participación de los eventuales beneficiarios.
6.7. La ley 335 de 1996 en punto a los límites de la propiedad accionaria en los
canales nacionales de operación privada - en el lenguaje de la precedente ley 182 de
1995, se usaba la expresión “canal zonal o canales zonales” -, introdujo una modifica-
ción que no podía pasar desapercibida y que motivó un debate constitucional sobre si
ésta podía conducir a que la televisión pudiera quedar sometida al control de los poderes
económicos. A voces del artículo 13 de la ley, “los concesionarios de los canales
nacionales de operación privada deberán ser sociedades anónimas con un mínimo de
trescientos (300) accionistas. Dichas sociedades deberán inscribir sus acciones en las
Bolsas de Valores”.
22
Sentencia C-093 de 1996.
7.1. La ley 104 de 1993, con ligeras variaciones, convirtió en legislación perma-
23
Sentencia C-350 de 1997.
7.2. La ley que con arreglo a lo dispuesto en los artículos 75, 76 y 77 de la C.P.,
regula el servicio público de la televisión, así esta materia se relacione con las libertades
24
Sentencia- C-313 de 1993.
25
Sentencias C-013 de 1993; C-311 de 1994; C-408 de 1994.
26
Sentencia C-350 de 1997.
27
Sentencia T-081 de 1993.
Concluye la Corte que los medios que necesitan hacer uso del espectro - radio,
televisión, telégrafo, télex etc. -, tienen que “subordinarse necesariamente a las normas
que lo reglamentan” y a lo que disponen los tratados internacionales suscritos por
Colombia. La libertad de fundar estos medios es limitada y, por ende, sólo se ejercita con
arreglo a las normas legales que regulan las telecomunicaciones y el uso del espectro.
9. LA PROHIBICIÓN DE LA CENSURA
La prohibición que recae sobre la censura tiene ese carácter, pues de lo que se trata
es de enfrentar con ella al mayor cercenamiento posible de que pueda ser objeto la
libertad de expresión, si se descuenta de las afrentas la eliminación física de quien emite
la expresión o la opinión. Esta prohibición, en suma, previene la muerte de la palabra.
Se pretende garantizar - ordenando como comportamiento obligatorio del Estado la
abstención absoluta -, que éste se inhiba de sustraer del conocimiento público las ideas,
expresiones, informaciones y datos que considere inconvenientes. La técnica a la que
se suele apelar para este efecto - el control previo del Estado -, al igual que el
empobrecimiento que en el mundo de las ideas genera esta manifestación abusiva del
poder, justifican ampliamente la prohibición de la censura.
28
Sentencia T-321 de 1993.
29
Sentencia T-104 de 1996.
A nuestro juicio, la sentencia sugiere que la censura contra las opiniones podría
imponerse si éstas llegaren ciertamente a vulnerar el orden público, lo que no puede
compartirse dado el carácter absoluto de la prohibición de la censura y el ámbito propio
de la libertad de expresión. En nuestro concepto, el análisis de una restricción cuya
transgresión desata con posterioridad un comportamiento reactivo de índole
sancionatoria, pese a no implicar censura previa, primero, puede considerarse violatorio
de la libertad de expresión en todas sus acepciones, si afecta su núcleo esencial o
restringe el derecho de manera desproporcionada e irrazonable y, segundo, en algunos
casos puede asimilarse materialmente a censura previa cuando las sanciones sean tan
30
Sentencia C-488 de 1993.
31
Sentencia C-179 de 1994.
32
Sentencia C-350 de 1997.
33
Sentencia C-010 de 2000.
34
Sentencia C-010 de 2000.
35
Ley 74 de 1966, art. 6.
Aunque en algunos fallos de la Corte se adopta una postura más tímida o incluso
contraria, en la sentencia T-080 de 1993, se dijo: “La importancia para la vida
democrática y para el intercambio libre de ideas, justifica que la jurisprudencia
constitucional le haya otorgado a la libertad de expresión primacía sobre los derechos
a la honra y al buen nombre, salvo que se demuestre por el afectado la intención dañina
o la negligencia al presentar hechos falsos, parciales, incompletos o inexactos que
vulneran o amenazan sus derechos fundamentales”.
36
Esta afirmación debe matizarse en el caso de los derechos de los niños que, en virtud de lo estipulado en el artículo
42 de la C.P., tienen prelación sobre los derechos de los demás. El contenido de esta regla de resolución de
conflictos entre los derechos, se analiza en la sentencia C-041 de 1994. En este fallo la Corte prefirió deferir a la
definición del juez la solución del conflicto, entre los derechos de los demás y los del menor, debiendo éste “hacer
una cuidadosa ponderación de los intereses en juego teniendo en cuenta las circunstancias concretas”.
37
Sentencia T-094 de 2000.
38
Sentencia C-403 de 1992.
39
Sentencia C-010 de 2000.
40
Sentencia T-512 de 1992.
41
Sentencia T-909 de 1992.
42
Sentencia T-080 de 1993.
43
Sentencia T-213 de 1993.
Pero aún por fuera de las relaciones laborales, la Corte ha rechazado la sola idea
45
de que pueda existir un pretendido “derecho al insulto” . Según la Corte, la ley puede
44
Sentencia C-299 de 1998.
45
Sentencia C-010 de 2000.
Empero, en otras sentencias la Corte ha admitido que las personas jurídicas son
titulares activos del derecho al buen nombre, el cual para efectos de su protección queda
47
asimilado al denominado “good will” . Las personas jurídicas pueden, en consecuen-
cia, reclamar la tutela de este derecho cuando quiera que sean objeto de difamación en
razón de expresiones injustamente ofensivas o injuriosas. Justamente, con base en este
precedente la Corte protegió el derecho al buen nombre y a la imagen de la “Salsamentaría
San Martín Ltda.”, vulnerados por un operador de la televisión48.
11.1.7. Los sujetos pasivos del derecho al hábeas data, es decir, las personas
46
Sentencia T-472 de 1996.
47
Sentencia T-412 de 1992.
48
Sentencia T-094 de 2000.
11.2.3. Una manifestación del derecho a la intimidad, en los términos del artículo
15 de la C.P., lo constituye la correspondencia y demás formas de comunicación
privada, las cuales sólo pueden ser interceptadas o registradas mediante orden judicial,
en los casos y con las formalidades que establezca la ley. La Corte ha entendido por
correspondencia “toda forma de comunicación de pensamientos, noticias, sentimientos
o propósitos, sostenidas por cualquier medio entre personas determinadas”52. En el
fallo citado la Corte consideró que la correspondencia de carácter privado podía tener
lugar en un recinto público, independientemente de que el remitente y su destinatario
fueran personajes con proyección pública. La protección constitucional a las comuni-
caciones privadas que se intercambien personajes públicos, siempre que ellas no
consientan en revelar su contenido a terceros, pertenece a su intimidad. Los extraños
a la relación que se origina por la correspondencia entre sujetos determinados, no tienen
derecho a conocerla, pese a que se haya producido en un recinto público, en ella
intervengan como partes personajes con proyección pública y la misma contenga datos
o informaciones de interés general53.
51
Sentencia SU-089 de 1995.
52
Sentencia T-696 de 1996.
53
Sentencia T-696 de 1996.
54
Sentencia T-696 de 1996.
55
Sentencia T-090 de 1996.
56
Sentencia T-094 de 2000.
57
Sentencia T-094 de 2000.
58
Sentencia T-484 de 1994.
59
Sentencia C- 310 de 1996.
60
Sentencia C-350 de 1997.
61
Sentencia T-384 de 1994.
62
Sentencias T-028 de 1996; T-459 de 1997 y T-322 de 1996.
63
Sentencia T-263 de 1998.
Con las reservas anteriores, cabe ahora enunciar la doctrina de la Corte, limitativa
del discurso religioso en situaciones de violencia extrema: “a quien emite opiniones o
califica conductas conforme a los postulados y dogmas de una específica cosmovisión
religiosa le está vedado imputar falsamente (1) hechos que constituyan delitos; (2) que,
en razón de su distanciamiento de la realidad, comprometan el prestigio o la propia
imagen de las personas que son objeto de tales opiniones; o, (3) calificaciones
tendenciosas, que dentro de contextos de violencia o intolerancia, resulten susceptibles
de producir una amenaza real y efectiva de los derechos a la vida y a la integridad
personal de la persona afectada”.
La Corte comprobó que las aseveraciones del sacerdote no tenían ningún asidero
en la realidad de los hechos. Se trataba en últimas de una falsa adscripción de
responsabilidad que no sólo afectaba gravemente la reputación del profesor, sino que
ante todo ponía en peligro su vida y su integridad personal, dadas las condiciones de
violencia y de intolerancia existentes en el municipio.
La Corte anota que el discurso religioso dirigido a orientar a los fieles sobre el
preciso alcance de un dogma o creencia y el rechazo de ideas, actitudes o comporta-
mientos contrarios a éstos, no afecta ningún derecho fundamental. Es normal, en
consecuencia, que la manifestación religiosa se exteriorice mediante descalificaciones
amparadas por el derecho a la libre expresión y difusión de las ideas religiosas,
independientemente de que éstas sean más o menos intolerantes. En el presente caso,
sin embargo, el sacerdote no hizo ninguna precisión sobre los vocablos empleados o
acerca del sentido que tenían a la luz de la religión católica. En estas condiciones las
expresiones usadas para acusar a una persona de la comunidad como promotora de
prácticas de satanismo, hechicería o brujería, tenía por fuerza que juzgarse con base en
el significado social que el medio les atribuye y que, como se sabe, se asocian en éste
a actuaciones del más diverso género y de las cuales no se excluyen actos verdadera-
mente delictivos.
Por eso la Corte concluyó: “Las afirmaciones antes anotadas, pese a haber sido
efectuadas por un ministro de la Iglesia Católica, no pueden ser consideradas como una
forma de discurso religioso, como quiera que no constituyen la calificación de una serie
de hechos conforme a los postulados de una cierta dogmática sagrada. Por el contrario,
ellas constituyen tan sólo la descripción de eventos que, se supone, ocurrieron en la
realidad. En esta medida, como antes se vio, su validez constitucional depende de que
tal descripción refleje la realidad tal como ella sucedió”. En la sentencia se dispone que
el sacerdote debe proceder a aclarar, corregir o rectificar sus afirmaciones a fin de
garantizar la integridad de los derechos del actor.
La Corte ha sostenido que de producirse una insalvable colisión entre las libertades
de expresión y de información y un derecho pecuniario “como el que se deriva de la
propiedad de los derechos de transmisión de un determinado espectáculo”, prevalecen
los primeros, por su carácter de derechos fundamentales. Esta tesis se sostuvo por la
Corte en un proceso de tutela en el que se enfrentaban dos comunicadores contra el
presunto propietario de derechos sobre un espectáculo deportivo. En este caso (comen-
taristas deportivos contra el club Atlético Huila)64, las directivas del club de fútbol,
alegaban que éste en su condición de propietario y responsable del espectáculo
deportivo ofrecido por los partidos a disputarse en el estadio municipal del que era
arrendatario, podía por razones preventivas prohibir a los actores - periodistas depor-
tivos -, ingresar al estadio y efectuar las transmisiones radiales que hasta ese momento
realizaban, en vista de la agresividad del lenguaje empleado que lograba exacerbar el
ánimo de los espectadores y atentaba contra la seguridad de los eventos, exponiendo
incluso a que dicha plaza pudiere ser sancionada con la suspensión. La carencia de
pruebas sobre la propiedad del espectáculo y acerca de la irresponsabilidad real
atribuida a los comentaristas, llevó a la Corte a plantear en términos rotundos un
conflicto que, en otras condiciones, seguramente habría podido formularse de manera
más matizada o diferente. La Corte, en la sentencia, señala que las restricciones -
prohibición para acceder al estadio y transmitir los partidos -, por incidir sobre el
ejercicio de derechos fundamentales, sólo podían aplicarse a los comunicadores
incursos en actos de irresponsabilidad por parte de autoridades competentes y de
acuerdo con lo dispuesto por la ley. La fuente de estas restricciones y las condignas
sanciones, en consecuencia, no podía ubicarse en la zona de los poderes privados.
64
Sentencia T- 368 de 1998.
65
Sentencia T-411 de 1999.
«En el presente caso, la Corte comienza por resaltar que la medida es muy
severa, puesto que la ley no está simplemente limitando, o restringiendo, o
condicionando, la publicidad radial para estas actividades, sino que prohibe,
en este medio, toda propaganda en favor de ellas. La pregunta natural que
surge es si las finalidades constitucionales perseguidas por la disposición
justifican un mandato tan estricto.
Así, en primer término, si la ley considera que esas actividades deben ser
desestimuladas, la única razón válida, por ser compatible con el pluralismo
que la Constitución prohíja (CP art. 7), es argumentar que esos oficios
generan riesgos sociales y ponen en peligro derechos de terceros. Pero si ello
es así, entonces lo lógico es que esas ocupaciones sean reglamentadas y la ley
exija los correspondientes títulos de idoneidad para su ejercicio; en cambio,
resulta irrazonable que esas labores sean libres, lo cual significa que el
legislador ha considerado que no presentan riesgos sociales, pero que no
puedan ser promocionadas. Y en todo caso, lo cierto es que los daños sociales
ligados a esas actividades distan de ser evidentes.
Finalmente, el exceso de esta medida es todavía más claro si se tiene en cuenta que
la mayor parte de los eventuales riesgos que podría tener esta publicidad se encuentran
ya cubierto por la primera prohibición, contenida en este mismo artículo 13 de esta ley,
que será declarada exequible, y según la cual no puede haber propaganda radial para
profesionales que carezcan del correspondiente título de idoneidad. En efecto, si fuera
del caso de los chamanes de una comunidad indígena, una persona se anuncia como
“hechicero” y promueve por radio su actividad, argumentando que es capaz de curar los
más disímiles males de la salud, entonces esa publicidad se encuentran prohibida por
la ley, pero no porque se trate de la propaganda comercial de un “hechicero”, sino por
cuanto este particular está violando la primera parte del artículo 13 de la ley, en la
medida en que estaría haciendo publicidad para una actividad, como es la medicina,
para cuyo ejercicio carece del título de idoneidad que la ley exige.
66
Sentencia T-080 de 1993.
69
Sentencia T-066 de 1998.
70
Sentencia T-259 de 1994.
71
Sentencia T-259 de 1994.
72
Sentencia T-074 de 1995.
73
Sentencia T-094 de 2000.
El deber de confirmación se exige con mayor rigor cuando la noticia por su propio
74
contenido entraña la imputación de una falta o delito. En el caso carne de caballo , la
Corte advirtió la existencia de una falencia en el proceso investigativo previo a la
divulgación de un informe según el cual una salsamentaría vendía carne bovina
ocultando a su clientela que en ella mezclaba carne de caballo. Señaló la Corte: “el
medio (...) ha debido constatar que lo informado era cierto, acudiendo ante la autoridad
administrativa correspondiente - la Secretaría de Salud del Distrito -, que es la
competente para determinar la calidad y las condiciones de la carne que en esa
salsamentaría se vende; al no hacerlo el medio, ignorando el conducto y el procedimien-
to para adquirir la certeza necesaria de que la noticia es veraz, violó abiertamente los
75
derechos fundamentales de la accionante” .
12.2.6. Por fuera de los casos en los que el parámetro de la veracidad puede exigirse
de manera estricta - como cuando lo publicado se aparta visiblemente de la realidad y
esta divergencia resulta fácilmente perceptible desde un comienzo aún para el periodis-
ta o informador menos avisado o diligente -, en las demás hipótesis su aplicación no
puede obedecer a un juicio mecánico de concordancia o disconformidad objetiva entre
lo divulgado y los hechos reales. Por el contrario, el juicio debe basarse en la situación
o hecho materia de la información, su mayor o menor complejidad y el momento en el
que este contexto es apreciado por el informador. Si se exigiera que sólo las noticias
absolutamente confirmadas y perfectamente coincidentes con los hechos, fuesen las
únicas que pudiesen ser objeto de publicación, la libertad de informar y de ser
informado, quedaría notablemente reducida y las funciones que estas libertades
cumplen en una sociedad democrática no podrían nunca ser satisfechas. Este empobre-
cimiento del espectro informativo, no lo ampara ni lo patrocina la Constitución, pese
a que lamentablemente se pueda inferir de algunas sentencias de la Corte que sólo la
74
Sentencia T-094 de 2000.
75
Sentencia T-094 de 2000.
76
Sentencia T-066 de 1998.
77
Sentencia T-094 de 2000.
78
Sentencia T-259 de 1994.
79
Sentencia C-010 de 2000.
Tanto la restricción que se basa en el contenido del mensaje, como la que respecto
de éste se comporta de manera neutral - porque se concentra en las otras condiciones
que acompañan a la emisión del mensaje -, pueden ser violatorias de la libertad de
expresión. Por las dos vías, vedando o poniendo barreras a “lo que se dice” o al “cómo
se dice”, se puede cercenar esta libertad.
80
Sentencia C-010 de 2000.
81
Sentencia C-010 de 2000.
82
Sentencia C-010 de 2000.
83
Sentencia C- 010 de 2000.
84
Sentencia C-162 de 2000.
85
Sentencias T-251 de 1993 y T-332 de 1993.
86
Sentencia T-074 de 1995.
87
Sentencia SU-056 de 1995.
A nuestro juicio, esta cirugía no siempre puede llevarse a cabo; tampoco conviene
realizarla cuando el propósito central del acto comunicativo gira en torno de la
88
Sentencia T-048 de 1993.
89
En un debate político, por ejemplo, no sería conducente, en principio, descontar de los escritos ideológicos
publicados en un diario, las partes referidas a los hechos que sirven de soporte a las calificaciones que se hacen,
con el objeto de someterlos al procedimiento de rectificación parcial.
90
Sentencia T-080 de 1993.
91
Sentencia T- 369 de 1993.
92
Sentencia T-472 de 1996.
El periódico local a través de varios editoriales había denunciado una situación que
le parecía censurable: El puerto de Santa Marta, convertido en primer exportador de
cocaína a nivel nacional - según el diario -, gracias a la complicidad de ciertos
empleados del terminal marítimo administrado por la sociedad portuaria. En apoyo de
la denuncia y de las apreciaciones que se hacían en los diversos artículos en los que se
trató el tema, se aludía a informes de ciertas autoridades y a la cantidad de decomisos
de cocaína llevados a cabo por la policía. Las acusaciones del periódico apuntaban a la
existencia de una aparente complicidad o negligencia de los empleados de la sociedad
portuaria, puesto que sin ella, se aducía por éste, no se podría explicar por qué y cómo
ingresaba al puerto tanta cantidad de heroína, sospecha que se acrecentaba con la actitud
hostil de los directivos de la empresa para con los periodistas que infructuosamente
intentaban averiguar lo que ocurría dentro del puerto y sus instalaciones.
93
Sentencia T-332 de 1993.
94
Sentencia T-066 de 1998.
Como se explica más adelante, en esta materia la sentencia C-162 de 2000 produce
un viraje radical en torno del significado e implicaciones de la rectificación, la cual por
dirigirse básicamente a permitir que se garantice un adecuado e imparcial equilibrio
informativo, cuando prospera no le resta per se verosimilitud a la versión del comunicador
sino que concurre con ésta. La rectificación, la hace el rectificante, valiéndose del
espacio que en el propio medio le facilita el comunicador por decisión propia o del juez
que lo obliga a ello. La Corte erróneamente había supuesto que la estimación de la
demanda de rectificación, aparejaba la previa destrucción en términos de verdad de la
versión del medio. De ahí que en todos los casos señalara que era el medio - derrotado
en el proceso - el que debía reconocer la falsedad o inexactitud de sus informaciones.
De este modo se desvirtuaba la finalidad de la rectificación y, al mismo tiempo, se
sobrecargaba un procedimiento sumario no diseñado para establecer en días hábiles la
única verdad subyacente a un acontecimiento respecto del cual competían dos versio-
nes: la del medio y la de la persona que cuestionaba el mensaje divulgado. La carga
impuesta al solicitante de la rectificación - probar la falsedad o inexactitud de la especie
publicada -, no dejaba tampoco de ser agobiante y excesiva. Lo mismo puede afirmarse
respecto del juez que como conductor de un proceso sumario, asumía la responsabilidad
de establecer cuál de las dos versiones correspondía a la verdad de los hechos. La nueva
doctrina de la Corte se formula luego de precisar la función de la rectificación y las
posibilidades y rendimientos que cabe razonablemente esperar de un procedimiento
sumario y cautelar, que se ha establecido no para hallar la única verdad existente y darle
a su declaración fuerza de cosa juzgada, sino para perseguir la más modesta pero
relevante constitucionalmente de equilibrar el proceso de comunicación social.
Esta regla conoce una excepción, que la misma sentencia primeramente citada se
encargó de mencionar. La Corte se refiere a las informaciones que se soportan en
afirmaciones de carácter indefinido, que por serlo colocan a los agraviados en
imposibilidad de desvirtuarlas. En este evento la carga de la prueba recae sobre el
comunicador que deberá probar la verdad de la información transmitida. En el caso, el
periódico El Tiempo había publicado un artículo y un editorial, en los cuales de manera
genérica, se criticaba la actividad de las organizaciones de defensa de los derechos
humanos que, en su concepto, de buena fe o de manera sutil, mediante la formulación
de denuncias (“estrategia de guerra jurídica de los grupos subversivos que operan en
el país”), terminaban por favorecer los intereses de los grupos guerrilleros y entorpecer
95
Sentencia T-263 de 1998.
96
Sentencia T-050 de 1993.
97
Sentencia T-080 de 1993.
98
Sentencia C-162 de 2000.
Solamente la persona afectada por la información que no cumpla con los parámetros
exigidos por la Constitución, puede recurrir a la acción de tutela con el objeto de obligar
a que el comunicador o medio renuente procedan a hacer la rectificación solicitada99.
Es cierto que una publicación puede ser objeto de tacha o repudio por un vasto número
de personas. No obstante, la Corte ha rechazado que la acción de tutela sirva de medio
para la defensa de intereses difusos. Se ha exigido a este respecto que la persona que
instaura la acción de tutela sea aquella que esté en capacidad de demostrar que la
publicación le ha generado un daño y que entre estos dos extremos se acredite una
relación de causalidad. Por esta razón en el caso imágenes escabrosas100- en la primera
página de un periódico se publicaba la fotografía del cuerpo mutilado de un menor que
había perecido en la tragedia colectiva producida por el desbordamiento de las aguas
del río Tapartó -, ratificó la improcedencia de la tutela por haber sido interpuesta por
una persona que no tenía ninguna relación con el menor: “caso distinto hubiera sido,
por ejemplo, el de los padres del menor cuyas fotografías aparecen en el diario El
Espacio pues ellos sufrieron directamente el perjuicio ocasionado por su publicación”.
99
Sentencias T-321 de 1993 y T-479 de 1993.
100
Sentencia T-479 de 1993.
13.6.2 La rectificación dispuesta por el juez de tutela debe efectuarse con arreglo
a lo ordenado cabalmente en ella, sin incluir adiciones o agregados que descalifiquen
la providencia judicial o que lesionen injustamente a la persona cuya pretensión de
rectificación ha prosperado. En el caso Manuel Francisco Becerra contra responsables
103
del noticiero Q.A.P. , no obstante que el juez ordenara la rectificación de una noticia
probadamente falsa e inexacta, el noticiero al llevar a cabo la rectificación criticó la
sentencia por haberse producido supuestamente en condiciones de indefensión respec-
to de las directoras del informativo y, de otro lado, aprovechó la ocasión para lastimar
la reputación del demandante, lo que hizo sacando a relucir una antigua fotografía suya
en la que aparecía en compañía de un cabecilla del narcotráfico. Finalmente, el juez de
tutela de segunda instancia, so pena de desacato, obligó a las directoras del noticiero a
cumplir la rectificación en los términos ordenados inicialmente. Seguidamente, el
noticiero reconoció públicamente su error y señaló que se había equivocado al darle
mérito a la información suministrada por un parlamentario, a la sazón vocero de la liga
ciudadana contra la corrupción, quien a su vez había sostenido que el ex contralor
Becerra “habría dejado listo para ser adjudicado un contrato de auditoría externa que
favorecería a la empresa de la que es socia la esposa”. En consecuencia, agregó el
noticiero en la rectificación: “no es cierto que el ex contralor le haya querido meter un
101
Sentencia T-369 de 1993.
102
Sentencia T-369 de 1993.
103
Sentencia T-206 de 1995.
104
Sentencia T-074 de 1995.
105
Sentencia T-074 de 1995.
106
Sentencia T-404 de 1996.
107
Sentencia T-066 de 1998.
108
Sentencia C-162 de 2000.
Ahora, desde el punto de vista del derecho al debido proceso, si bien para el
presunto agraviado con la información, la existencia de un procedimiento administra-
tivo, opcional al mecanismo de defensa judicial, comporta un reforzamiento de sus
garantías, para el comunicador que, en cambio, se ve expuesto directamente al poder
administrativo y a la amenaza de severas sanciones si no acata sus órdenes, lo que se
presenta no es cosa distinta que una degradación de sus derechos fundamentales. Según
la Corte, tratándose de una disputa referida a derechos fundamentales - qué se publica
y qué no se publica -, ella debe ser resuelta por el órgano judicial como defensor de los
derechos fundamentales que, en un término razonable y con las debidas garantías, debe
determinar los derechos y obligaciones constitucionales (C.P. art., 29; art., 8 de la
En esta hipótesis, a la que se pueden agregar otras en las que lo que se reclama es
la violación de un derecho fundamental vulnerado con la divulgación de una informa-
ción - independientemente de que sea o no exacta -, no es necesario solicitar la previa
rectificación del medio de comunicación, puesto que lo que se debe conceder es la
protección inmediata del derecho que se conculca. En estas situaciones la rectificación
sólo representa una protección parcial o carece inclusive de relevancia ante la
existencia de otra lesión principal que de inmediato debe hacerse cesar (caso tanga
mortal)109.
109
Sentencia T-259 de 1994.