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Introducción
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El discurso de la educación en la diversidad, en nuestro contexto más próximo,
surge en las últimas décadas del siglo XX como consecuencia del cambio comprensivo
y operativo que se inicia en la escuela para dar respuesta educativa a los cambios
ocurridos en la comprensión de las diferencias humanas, los derechos de la ciudadanía
y las obligaciones de los estados, iniciados en el contexto europeo durante la segunda
mitad del siglo. Supone por tanto, un profundo cambio en el discurso pedagógico, que
encuentra su legitimación y justificación en los importantes cambios epistemológicos,
políticos, socioculturales y éticos que confluyen en nuestro país en esa época. Y que
como tal, encierra nuevas teorías, intereses y poderes, desde los que se legitiman unas
realidades y prácticas educativas concretas, en detrimento de otras.
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común, en la que sus características individuales y grupales, sean tenidas en cuenta y
respetadas, evitando que se conviertan en oportunidades desiguales para acceder a la
educación a la que tienen derecho.
En primer lugar, cabe señalar la importancia que tiene en el marco de las nuevas
sociedades democráticas, el papel que empieza a jugar un nuevo Estado benefactor,
como garante de que los derechos de toda la ciudadanía sean más que una utopía, una
realidad. Me estoy refiriendo al surgimiento en Europa del Estado de Bienestar tras la
segunda guerra mundial, con el objeto de asegurar unos mínimos sociales a toda la
población para compensar la dureza generada por la competitividad capitalista en un
porcentaje cada vez mayor de personas. Este surge con una clara filosofía: los estados
deben prestar a sus ciudadanos (todas las personas son ciudadanos de derecho), los
servicios que les faciliten la vida atendiendo a tres principios básicos: integración
(servicios comunes para todos), sectorización (integración de los servicios en una oferta
ordenada por territorios, adecuada al volumen de población y distancia a los mismos) y
normalización (ofrecer a todas las personas unos modos y condiciones de vida
normales). De esta manera, los estados de bienestar, se comprometen a ofrecer los
servicios sociales comunes que sean necesarios, para garantizar a toda la ciudadanía sus
derechos individuales, entre ellos la educación.
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Paralelamente, en contextos democráticos de otros países, tenían lugar
importantes sentencias jurídicas, en las que prácticas sociales supuestamente iguales,
pero segregadas, eran consideradas ilegales. Permitiendo con ello la reivindicación
primero individual y más tarde colectiva, de las personas caracterizadas por dicho rasgo
diferencial (personas negras, deficientes mentales, etc.) a recibir el mismo trato que el
resto de ciudadanos y a la vez favorecer una toma de conciencia social respecto al hecho
de que en una sociedad democrática, todas las personas son ciudadanos de derecho
(Galarreta, 1999:122). Si bien es cierto que es la prestación de redes de servicios
sociales normalizados, lo que verdaderamente hace posible, el reconocimiento de los
derechos individuales y su conversión en un hecho.
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reales. Es decir una aproximación y adaptación de los servicios comunes a las realidades
y usuarios concretos. En este nuevo contexto, surgen voces de colectivos hasta entonces
marginados o silenciados (personas con minusvalías, mujeres, minorías étnicas, etc.),
que por primera vez reivindican su derecho a una educación, que les permita además de
su desarrollo individual y social, su inclusión como ciudadanos de derecho en la nueva
sociedad democrática
Por último, cabe señalar que en las sociedades tecnológicas actuales, tienen lugar
vertiginosos avances científicos y tecnológicos, que modifican los medios de producción y
comunicación, así como la configuración de la sociedad, introduciendo nuevas estructuras
mentales, actitudes, valores, formas de vida y comportamientos. De manera que producen
en las nuevas generaciones, una transformación de los medios y procedimientos de
socialización, planteando la necesidad de hacer una educación para la anticipación y el
cambio, que evolucione de la cultura de la memoria a la de la creatividad, así como el
desarrollo de una cultura de carácter internacional e intercultural, basada en la capacidad
crítica y los valores democráticos (Pérez, 1994).
En este nuevo contexto, surgió la pregunta clave: ¿Está la escuela ofreciendo una
educación que responda en igualdad de oportunidades a las nuevas necesidades y
derechos de toda la ciudadanía en la sociedad actual?... Sin duda, la respuesta en nuestro
contexto más próximo hace escasamente dos décadas, parece evidente que fue no. De
ahí la necesidad de plantear una reforma educativa como la LOGSE, en la que se
proponía la incorporación del nuevo discurso de la educación en la diversidad, en el
marco de un modelo educativo democrático. De esta manera, el enfoque educativo
diferencial, centrado en las diferencias de algunos individuos (muchas de ellas
consideradas deficiencias), daba paso al nuevo enfoque: el de la educación de la
diversidad; basado en la capacidad de adaptar y flexibilizar un currículo básico y
flexible, en un modelo comprensivo de escuela en el que se pretende la educación
común e individualizada de todos, reconocidos como diferentes.
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Por todo lo dicho anteriormente, cabe afirmar que el cambio aparentemente
simple de una palabra: diversidad por diferencia, encierra un profundo cambio en el
discurso pedagógico, derivado de la triple acepción que éste encierra.
Por otra parte, y para que pueda alcanzarse el objetivo invocado y perseguido de
una enseñanza individualizada (que ésta se adecue a las características del que aprende),
sin perder el carácter social del hecho educativo, la diversidad ha de ser también
considerada una característica sustantiva de cualquier oferta educativa democrática
que se dirija a un grupo. Entendiendo que para que se pueda ordenar el medio humano
y de aprendizaje de un grupo educativo, toda propuesta educativa debe contemplar de
forma ordinaria y para todo el alumnado, la diversificación de medios, recursos,
secuencia de actividades, agrupamientos, dinámicas de trabajo, etc., que permita realizar
distintos procesos e itinerarios de aprendizaje, sin perder lo básico y común, ni la
calidad. En este sentido, se puede afirmar que cuando se sabe crear los cauces
oportunos, la diversidad de experiencias, intereses, conocimientos previos, valores,
capacidades, habilidades, etc. del grupo, constituye en si misma un recurso y medio de
aprendizaje.
Por último, la diversidad debería ser contemplada como un soporte de una serie
de valores de enorme importancia en la construcción de una sociedad democrática,
acogedora de la pluralidad. En la medida en que en los centros escolares, se acepte,
acoja, valore y respete la diversidad humana, muy en particular, la que representan
aquellos colectivos de alumnos tradicionalmente excluidos, apartados o silenciados del
sistema escolar, no solo se estará garantizando el derecho de éstos, sino que será más
fácil promover en todo el alumnado, valores imprescindibles para una sociedad
democrática, como son, la solidaridad, la aceptación y respeto de las diferencias
individuales, la tolerancia o la resolución pacífica de los conflictos (Echeita, 1999).
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supone tomar la diversidad en consideración, como un punto de partida y llegada,
proceso y contenido, hecho y valor (Sáez, 1997: 34)
Reconociendo que son muchos más y que éstos no siempre tienen carácter de
generalizables, en mi opinión, en el breve espacio de tiempo en el que el discurso de la
diversidad ha encontrado un cauce operativo para su puesta en práctica, han confluido
en el actual sistema educativo al menos cinco circunstancias, que sin ser una garantía
para su desarrollo, si pueden ser consideradas como condiciones básicas para que el
mismo tenga lugar. Son las siguientes.
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b).- La selección de un curriculum común relativamente abierto y flexible.
Quizás ésta sea la principal medida adoptada que permite asegurar el necesario
equilibrio entre la comprensividad del curriculum, y la atención a la diversidad en sus
distintas manifestaciones, puesto que requiere la concreción y adaptación del mismo a
cargo del profesorado, en función de las necesidades y posibilidades de cada contexto.
Para dar una respuesta a la diversidad de necesidades de toda la ciudadanía, tan
importante es la adecuada selección del curriculum común y prescriptivo diseñado,
como el del proceso de desarrollo e implementación del mismo.
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d).- Lectura contextual de necesidades en las aulas-centros. Con la
incorporación en el DCB del concepto de necesidades educativas aportado por Warnock
(1978), se introduce en el discurso psicopedagógico de nuestro contexto, la
comprensión interactiva de las necesidades educativas de cada sujeto, en el contexto del
aula y grupo de pertenencia, entendida como un medio ordenado o articulado por los
docentes a través de su propuesta educativa. De esta forma, la percepción estática y
personal de las características diferenciales de cada sujeto, da paso a la lectura
interactiva y contextual de las necesidades de todos y cada uno de los sujetos del grupo,
en relación al curriculum y organización del aula-centro. Permitiendo con ello el paso
de la comprensión de las dificultades de aprendizaje de algunos alumnos, los
“diferentes” o “especiales” a la de las dificultades y nuevas posibilidades de la
enseñanza en-con grupos heterogéneos.
Por eso, en primer lugar deberíamos aclarar que el cambio comprensivo que
encierra el discurso de la educación en la diversidad, en poco más de una década,
difícilmente podría haber producido en la escuela (que a penas hace dos siglos ha dejado
de ser para las élites, asumiendo una función selectiva y jerarquizadora de la población)
las transformaciones necesarias en su mentalidad y en su modo interno de
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funcionamiento, como para que su puesta en práctica esté siendo posible en todas las
dimensiones que abarca. Lo que explica que en gran parte de las políticas educativas,
centros y profesores actuales, persista aún una mentalidad selectiva y meritocrática,
propia de otros tiempos, desde la que se tratan de justificar, legitimar y mantener,
prácticas que no deberían ser aceptadas, porque ya no se soportan ni en la razón, ni en la
ética, ni en la legalidad vigente.
a).- La comprensión errónea del cambio de discurso que conlleva la incorporación del
término diversidad.
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diferencias de las personas hasta entonces consideradas de educación especial (a partir
de ahora: e.e.), sino porque cada vez es mayor el porcentaje de alumnado que con
nuevas etiquetas, pasa a formar parte del grupo clasificado como “diferente” o “de
apoyo” o “de e.e.”.
Este fenómeno más reciente consiste en identificar a las personas con el proceso
o modelo de programa, a través del cual son escolarizadas. Así a partir del proceso de
integración de la e.e. en el sistema educativo ordinario, las personas que durante años
habían sido clasificadas y etiquetadas por el tipo de tratamiento (“de e.e.”), en el nuevo
contexto pasan a ser identificadas con el nombre del proceso. Y se habla de alumnos “de
integración” o “de inclusión”. Reflejando con ello la persistencia de ciertas prácticas y
mecanismos de segregación ocultos, así como la situación de exclusión que siguen
viviendo, a pesar del cambio formal que parecía haberse producido en su educación.
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siglas con las que se nombran aquellos. Siendo bastante común la utilización de
expresiones tales como: “alumnos ACI”, “de refuerzo”, “diversificado”, “de garantía
social” “de programa complementario”, etc. Llegando al extremo (como empieza a ser
mas frecuente de lo que sería deseable en los últimos años de ESO) de que algunos
alumnos son etiquetados con las medidas más extraordinarias, incluso antes de que por
su edad puedan ser administrativamente adscritos a las mismas. Proyectando con ello, la
actitud de dejación y renuncia a probar y agotar cuantas medidas ordinarias pudieran
adoptarse antes de tomar esa decisión, así como la imagen devaluada que se tiene del
sujeto y la terrible previsión de que ése va a ser su único e irremediable futuro (profecía
autocumplida).
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ligadas al contexto. A las que se debe responder con un mismo tratamiento integrador
de la heterogeneidad, a través del proceso de adaptación curricular, entendido como un
continuum. En este sentido parecería más lógico que todas las medidas que se proponen,
en lugar de ir asociadas a poblaciones, lo fueran a tipos de necesidades y aparecieran
consideradas como parte de la estrategia general del sistema educativo para atender a la
diversidad.
Como bien señala en su análisis este autor, dicha modificación no tendría mayor
importancia, si de ella no se derivará, como ocurre, la necesidad de volver a “ordenar”
al alumnado en “poblaciones” o grupos diferenciales: los que no tienen n.e.e.s, los
discapacitados físicos, psíquicos o sensoriales, los que tienen trastornos graves de
conducta, los de situaciones socioculturales desfavorecidas o los de altas capacidades
intelectuales. Porque aunque surjan grupos nuevos o se modifique en algo la
denominación que reciben los ya conocidos, lo importante y grave de este modelo de
definición, es que lleva consecuentemente a desarrollar propuestas y niveles de
adaptación curricular para cada una de las poblaciones, casi siempre específicas y
excluyentes, reduciendo la concepción del proceso de adaptación curricular a la
elaboración de ACIs. A la vez que contribuye a recobrar el papel terapéutico de los
nuevos perfiles profesionales que aparecen, cada vez más especializados en tratamientos
específicos para poblaciones especiales.
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En esta misma línea, cabe analizar el segundo fenómeno de desvirtuación del
discurso que se está produciendo, como consecuencia del procedimiento de dotación de
los recursos. Cierto es que la administración utiliza diferentes procedimientos, pero
quisiera centrar la atención en dos de los más comunes. Cuando utiliza criterios
cuantitativos estandar, como el ratio de alumnos por docente, sin considerar las
necesidades globales y diferentes que tiene cada centro en su contexto. Porque
automáticamente se produce una discriminación en contra de aquellos centros que
teniendo más necesidades específicas deberían disponer de mayores recursos. Es el caso
de aquellos centros públicos que intervienen en contextos socioculturalmente
carenciales, en los que la heterogeneidad y desigualdad de su alumnado, requiere clases
menos numerosas, la presencia continuada de más de un docente por aula, más recursos
didácticos, la organización de actividades extraescolares complementarias, etc. Para lo
que sería necesario aplicar una política de discriminación positiva que relativizara dicho
criterio, permitiéndole ampliar su oferta socioeducativa.
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ejemplo disléxico (justificando una atención de apoyo en lenguaje). La situación
descrita no supondría un mayor problema si una vez dotado el centro de ese profesional,
éste pasara a formar parte del equipo de apoyo y enmarcara su intervención en su
proyecto educativo. Sin embargo, resulta preocupante observar, como es lo más común
que suceda, que una vez dotado el centro de uno u otro especialista, éste intervenga de
forma aislada atendiendo las necesidades para las que se siente capacitado y
responsable, contribuyendo con ello indirectamente a la permanencia en el centro de un
modelo de apoyo “directo al alumnado”. Modelo caracterizado por el establecimiento de
grupos lo más homogéneos posibles del alumnado “con dificultades de aprendizaje”, de
manera que éste pueda ser atendido el mayor tiempo posible por el “profesorado de
apoyo”, en el “aula de apoyo”. Sin tener lugar la coordinación necesaria de su
intervención con el plan y profesorado del aula ordinaria. Mucho menos la del plan de
apoyo en relación al plan anual y proyecto del centro. Siendo este modelo el más
generalizado en los centros y el que menos favorece al tratamiento de la diversidad,
porque permite que los recursos personales y materiales de apoyo que deberían ser del
centro, se conviertan en recursos “especiales”, solo para el alumnado “diferente”
(Martínez, 2001).
Por todo lo dicho hasta ahora, creo que se puede afirmar, que mientras las medidas
reglamentarias, no tengan en cuenta los efectos señalados (no se tome al centro como
unidad en el análisis de las necesidades y en la dotación de recursos) y no vayan dirigidas
al cambio de la mentalidad y las prácticas uniformadoras de la escuela, en breve podemos
encontrarnos con la paradoja de que las medidas de respuesta a la diversidad, además de no
servir para ir dotando a la escuela de los medios que ayuden a cubrir las nuevas
necesidades que requiere una educación en la diversidad de calidad (favoreciendo la
inclusión de “los nuevos") puedan estar sirviendo para facilitar el "desahucio" de “los
antiguos inquilinos” que aunque incómodamente ya vivían allí con anterioridad. Me refiero
a esas prácticas de algunos centros y docentes, que sin cuestionar su manera de enseñar,
además de ofrecer resistencias para la incorporación en “su” aula de “ese tipo de
alumnado” por el que se ha conseguido la dotación de los recursos de apoyo, aprovechan
con rapidez la existencia de los mismos para "sacar" del aula ordinaria y delegar en los
nuevos especialistas, la educación de un número cada vez mayor de alumnos que no
aprenden, están desmotivados o tiene un mal comportamiento.
Y es que tanto para los administradores, como para los docentes, es mucho más
fácil definir las necesidades como déficits individuales, que tener en cuenta los factores
interactivos que implica su valoración, en el contexto que define el plan de intervención
que diseña el docente para el grupo clase. Como lo es seguir planteando las dificultades
de aprendizaje del alumnado, en lugar de abordar por una vez las dificultades de
enseñanza, las necesidades formativas del profesorado, y las carencias de los centros y
el sistema.
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comprensivo, se mantienen ciertas prácticas curriculares propias del modelo técnico
diferencial que trata de superar.
Pero si por el contrario, como vemos que ha sido la práctica más corriente, los
centros interpretan y realizan sus proyectos comunes como un sumatorio de proyectos
curriculares parciales. Estos se realizan, a través de un proceso deductivo de selección y
secuenciación de objetivos y contenidos, por equipos “expertos” en características de
etapas evolutivas (etapa o ciclo) o de áreas (departamentos). Y toman como referentes el
D.C.B. o los libros de texto y la caracterización administrativa que se hace de los grupos
por cursos y de las necesidades educativas siguiendo el modelo deficitario, no es de
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extrañar que en el proceso de desarrollo del diseño propuesto, se favorezcan errores
conceptuales y desviaciones prácticas del mismo, tan importantes como las que siguen
persistiendo. Entre las que quisiera destacar las siguientes:
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nivel de exigencia. Algo similar ocurre en la etapa secundaria, cuando el énfasis puesto
en la comprensividad de las primeras etapas, va dando paso a la implantación de nuevas
medidas especificas y excepcionales (Forteza, 2001). A través de la oferta de materias o
créditos optativos, que en la práctica se convierten en “obligatorios” y de su selección a
partir de la capacidad y disponibilidad del profesorado, en lugar de las necesidades e
intereses del alumnado. O la de itinerarios paralelos, desde los que se “dibujan” caminos
diferentes y sin retorno, que favorecen la homogeneización y la desigualdad del
alumnado, y no garantizan el aprendizaje de lo que debería ser común, se van
reduciendo las expectativas y posibilidades puestas en el alumnado, primero como
aprendiz, y mas tarde como ciudadano. A la vez que se favorece la errónea asociación
que suele hacerse entre “adaptar” y “recortar” contenidos (García y Gómez, 2001).
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3).- La contrarreforma de la reforma: ¿un viaje de vuelta sin haber ido?.
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de introducir más que una reforma, una contra-reforma, en la que la defensa de la
equidad, la diversidad y la justicia, sean rápidamente sustituidas por la defensa de la
calidad, la libertad y la eficacia. Así, sin haberse parado a analizar los errores del
modelo vigente, y aún mucho menos, los riesgos que entrañan muchos de los cambios
que se proyectan como mejoras, se inicia la obsesión del cambio por el cambio, como si
de un valor en sí mismo se tratara, sin detenerse a analizar si los cambios que se
proponen favorecen o atentan claramente contra el discurso de la diversidad. Aspecto
que voy a tratar de analizar, centrándome en cuatro aspectos:
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mercado en el marco de la educación y con ellas la creación de nuevas desigualdades. Y
es que entendida la educación como un producto a consumir, en lugar de un derecho a
reclamar, ésta podrá ser disfrutada por quienes disponen de los medios para costearla y
de las cualidades que el mercado valore en función de lo que puedan aportar a la
producción, no tanto al desarrollo personal y social. Aumentando con ello las
desigualdades de recursos entre centros y las de oportunidades entre el alumnado y
nuevos grupos sociales, cada vez más desvalidos, con los que la iniciativa privada nunca
tendrá interés de intervenir porque no resultan rentables (Torres, 1999:113-120)
Con ello y después de muchos años de esfuerzo, por lograr una educación
obligatoria lo mas comprensiva y extensa posible, asistimos a una tendencia a la
aceptación como mejora de un discurso contra-reforma en el que elevando mínimos
curriculares, rebajando la edad de escolarización obligatoria, justificando itinerarios
tempranos y excluyentes, diseñando una formación profesional devaluada, volviendo al
modelo de profesorado especializado en contenidos, aumentando los controles en los
productos a través de cursos reválida o pruebas selectivas, defendiendo el derecho
individual de cada persona-alumno a seguir o no estudiando, etc...estamos iniciando un
camino de vuelta sin haber ido, que atenta contra la comprensividad, requisito básico
para el desarrollo del discurso de la diversidad.
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Así, mal interpretando lo que es la individualización de la enseñanza y en aras a
la eficacia, se anuncia el diseño de nuevos itinerarios formativos, en los que en función
de las capacidades e intereses del alumnado y de las necesidades sociales, de nuevo
todos los ciudadanos podrán ser seleccionados y clasificados, como si se tratara de
prepararles para el Mundo Feliz de Huxley y esta medida fuera la tabla de salvación que
curará todos los males de los que ahora se aqueja la enseñanza en esta etapa. Y mientras
tanto, se habla muy poco del tipo de aprendizajes, relación educativa y profesionales
que van a dedicarse a cada unos de los tres itinerarios. De qué profesorado estará
cualificado para trabajar con el grupo de los “conflictivos abstencionistas”. De en quien
elegirá o a quién se le impondrá en el claustro ser profesorado de estos grupos. O de si
todos los centros van a tener suficiente alumnado y recursos para ofertar los tres
itinerarios o de nuevo empezará a haber centros para “buenos” y “malos” alumnos. Y en
ese caso ¿no “coincidirá” que los centros públicos ubicados en los contextos mas
desfavorecidos sean los reductos para la nueva formación profesional y el absentismo?.
Y ¿qué los privados y algunos públicos de las zonas más favorecidas de la ciudad sean
los que puedan ofrecer el itinerario de las élites?.
Ciertamente, son numerosas los autores, que durante los últimos años, nos
vienen advirtiendo de cómo estamos asistiendo a la construcción de un peligroso
discurso que presenta el término calidad, como una preocupación por la mejora de los
servicios, también el educativo. Cuando en realidad lo que esconde es una serie de
decisiones que favorecen los intereses de las políticas neoliberales, transformando la
educación para todos de los Estados del Bienestar en un mercado educativo (Angulo,
1995; Appel, 1995; Escudero, 2001 c, Halliday, 1995; Torres, 2001; Whitty, Power
&Halpin, 1999) Caracterizado por algunas de las prácticas que hemos venido
analizando: la concepción clientelista de la escuela, la educación como producto a
consumir, la privatización de la enseñanza o la reducción de las garantías estatales.
Prácticas que como hemos ido viendo no solo no favorecen, sino que atentan contra el
discurso de la diversidad.
Por otra parte, no es menos cierto, que detrás de la palabra calidad se esconden
discursos ideológicos, sociales y políticos claramente diferentes, por lo que al hablar de
la mejora de la educación en la diversidad, no deberíamos renunciar a la utilización de
este término, tanto como matizar que cual de las dos concepciones claramente
antagónicas del mismo, le favorece y cual atenta contra ella.
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Si cuando hablamos de calidad, entendemos el logro de una educación que
ofrezca a toda la ciudadanía, igualdad de oportunidades para desarrollar al máximo sus
potencialidades, compensando las desigualdades (naturales o no), incluso promoviendo
la equidad a través de intervenciones basadas en el principio de discriminación positiva,
a favor de quienes se incorporan a la educación en una situación de desventaja, con la
intención última de que todos sin exclusión, podamos formar parte activa y participativa
en una sociedad democrática como ciudadanos; entonces hablar de calidad de la
educación y de educación en la diversidad, es una misma cosa. Porque como expresara
hace algún tiempo Skrtic (1991), la búsqueda de la equidad es el camino de la
excelencia educativa, porque esa búsqueda genera necesariamente incertidumbre y ésta
suele traer de la mano la creatividad y la innovación.
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compensatoria, logopeda, equipos de orientación pedagógica, orientador, consultor,
etc,). En gran parte como consecuencia de su falta de formación en la cultura de la
diversidad, especialmente en la etapa de secundaria.
Por eso, en este último apartado, en el que pretendo señalar algunas condiciones
básicas para que en el futuro más próximo exista en la práctica una educación en la
diversidad de calidad, en lugar de plantear soluciones técnicas concretas, propongo
reflexionar sobre la necesidad de recuperar el discurso y establecer algunas pautas
generales y comunes, que pudieran orientar a los diferentes profesionales comprometidos
con la puesta en práctica del mismo, dando sentido a su quehacer diario.
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1.- Recuperemos el discurso.
Sin ánimo de caer en un pesimismo pedagógico, creo que se puede afirmar que
estamos asistiendo a un momento educativo en el que los discursos parecen agotados,
las políticas educativas carecen de ambición y los movimientos sociales apenas se
esfuerzan por asegurar los logros que tanto esfuerzo costó alcanzar. Por eso más que
nunca necesitamos encontrar argumentos que nos ayuden a repensar el discurso para
que podamos salir de esta situación de desánimo y descrédito en la educación en la
diversidad, así como seguir descubriendo nuevos significados de lo que por ella
entendemos como indicador de progreso en una sociedad, en la que los vertiginosos
avances tecnológicos, contrasta con el retroceso de los avances sociales, entre ellos los
educativos.
En mi opinión, una educación que pretenda evitar que las diferencias humanas
supongan discriminaciones y desigualdad de oportunidades, para que todas las personas
alcancen “su carta de ciudadanía”, tal y como se demanda en nuestra moderna sociedad
democrática, necesita introducir en el debate pedagógico y la reflexión de sus prácticas,
una atención expresa a los valores que se transmiten y las razones que justifican, cada una
de las medidas que adopta para dar respuesta a las diferencias detectadas. Por eso, antes de
apresurarnos a diseñar cualquier propuesta de intervención para dar respuesta a la
diversidad (desde las más comunes a las más específicas), deberíamos analizar y
consensuar qué principios éticos, ideológicos y pedagógicos sustentan las prácticas
ordinarias de enseñanza, desde las que parecen no encontrarse las respuestas adecuadas a
todas las necesidades. Y que sean éstos los que guíen el porqué, el cómo y el para qué de la
educación, el currículo y las prácticas pedagógicas. De esta manera evitaríamos que la
educación se contemple como un mero problema técnico, en el que con la excusa de la
atención a la diversidad, se fomente una especie de liberalismo curricular que legitime y
oculte las desigualdades, a la vez que favorezca el individualismo, la competitividad y la
discriminación. Así por el contrario, podríamos contribuir a que se convirtiera en un factor
determinante de la calidad de vida de los sujetos, y del porvenir de la sociedad.
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años han recurrido a la separación e incluso aislamiento individual de las personas
consideradas diferentes, carecen hoy en día de toda justificación y legitimidad.
Con frecuencia, cuando la realidad como la que acabo de reflejar, nos muestra la
distancia que existe entre los discursos teóricos, las medidas legislativas y las prácticas
denunciables, solemos adoptar una actitud de resignación, pesimismo o escepticismo que
nos lleva a renunciar a todo intento de reflexión y recuperación del discurso. Sin embargo,
en mi opinión, es justo cuando las inercias de las prácticas han desvirtuado el verdadero
sentido del término integración, cuándo se hace más necesario que nunca recuperar y
extender la auténtica dimensión educativa del mismo, y profundizar en su significado
recogiendo la filosofía desde la que se propuso. En este sentido, cuando planteo la
necesidad de que cualquier decisión curricular y práctica de enseñanza, cumplan el
principio educativo básico de la integración, a lo que me refiero es a que favorezcan el
desarrollo óptimo de todo el alumnado (no solo el de las personas a las que se le atribuyen
necesidades educativas especiales) a través de su relación y participación activa con el
resto de compañeros, en los mismos grupos de pertenencia y propuesta de aprendizaje.
De manera que nadie sea separado-marginado de la misma, sea cual sea su diferencia.
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ciudadanos en la nueva sociedad democrática. Y con ello me estoy refiriendo al logro de
aprendizajes tales como el respeto a las personas y grupos diferentes, la utilización del
diálogo en la resolución de conflictos, la sensibilización con los derechos de las minorías,
la disposición a ayudar a las personas más necesitadas, la actitud crítica y el compromiso
con la eliminación de situaciones injustas y discriminativas, la capacidad para trabajar de
forma cooperativa en equipos heterogéneos, la comprensión de las relaciones de
interdependencia en la sociedad globalizada, etc.
Por otra parte, una vez finalizado el proceso de integración del sistema educativo
especial en el sistema ordinario, sería conveniente que empezáramos a hablar de los
procesos de escolarización de todos los sujetos y de que éstos cumplieran los principios de
una escuela inclusiva, capaz de organizar diversas formas de educación que permitan
cubrir las diferentes necesidades educativas que tiene el total del alumnado, incluidas las
más específicas. Es decir, una escuela capaz de ofrecer una educación de calidad para
todos sin exclusión alguna (Ainscow, 2001). En ese caso, tendría sentido reservar el
término de integración, solo para aquellas situaciones en las que el alumnado inicialmente
haya estado segregado, haciendo referencia al resultado obtenido de ese proceso, una vez
ha llegado a formar parte de los grupos de pertenencia y de las dinámicas socioeducativas
que de manera colectiva se desarrollen en el aula y centro en el que esté siendo educado.
Porque como bien señala el movimiento de escuelas inclusivas, cuando no ha habido un
proceso de segregación, no tiene sentido hablar de integración.
Por tanto, cuando propongo que toda intervención educativa debería sustentarse en
los principios de integración e inclusión, a lo que me refiero es a que se evite cualquier
medida de homogeneización y segregación selectivas (incluso transitorias), que contribuya
a la marginación y exclusión de los sujetos a los que se dirige. A la vez que cada situación
educativa concreta encuentre su justificación y legitimación, en el hecho de que la
inclusión socieducativa del alumnado en la misma, sea el objetivo último para el que se
propone, y ésta sea el medio más adecuado de los posibles para lograr su mayor
integración.
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plantea a la escuela el reto de desarrollar un modelo común de enseñanza no etnocéntrico,
en el que la presencia de culturas diferentes en un mismo centro y aula, no sea motivo de
conflictos, sino la oportunidad para hacer de éstos un espacio de diálogo y comunicación,
donde se fomente el conocimiento, respeto y aceptación entre diversos colectivos
socioculturales, tan necesarios para la mejora de la convivencia en la nueva sociedad de la
globalización.
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comprender las culturas ajenas, impidiendo con ello el establecimiento de unos valores y
normas de convivencia democráticos y universales. Y todo ello manteniendo el
compromiso con la detección y eliminación de cuantas discriminaciones grupales e
individuales, derivadas de las distintas identidades culturales y grupales, puedan surgir en
los distintos procesos de enseñanza-aprendizaje. Sin embargo, creo que es en esta línea en
la que debemos ir avanzando, porque otras prácticas ensayadas no ofrecen mejor solución.
Por tanto, y a modo de síntesis, lo que propongo con este principio es que toda
propuesta y práctica educativa superando el etnocentrismo, reconozca la diversidad
cultural como riqueza social, desde un enfoque intercultural, en el que sin caer en la
identidad incuestionable de las culturas, el relativismo cultural, o la tolerancia y
creación de espacios culturales aislados y estancos, se plantee la necesidad y el reto de
crear nuevos marcos de convivencia plural, justa y solidaria con los diferentes referentes
culturales.
Hasta ahora hemos abordado la diversidad como un hecho, un derecho y un valor que debe
abordar toda propuesta y práctica educativa, aludiendo a la circunstancia de los sujetos de
ser distintos y diferentes, como algo digno de ser respetado y potenciado en una sociedad
democrática. Pero aún nos queda por plantear otra cara de la diversidad, en la que se
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esconden arraigados intereses. Cuando la diferencia se convierte en un indicador de
desigualdad, del no poder llegar a ser, o del no tener posibilidades de ser y participar de los
bienes sociales, económicos y culturales (Gimeno 2000). Realidad que me lleva a plantear
el tercer principio, con el que trato de alertar sobre la necesidad de que antes de proponer
ninguna medida concreta de respuesta a la diversidad, se analice si la diferencia que se
pretende respetar es digna de serlo o si se trata de un reflejo de la desigualdad de
oportunidades y discriminaciones que sufren algunos sujetos y grupos. Porque en ese caso,
la intervención educativa debería dirigirse hacia su eliminación si es posible o en su
defecto a la compensación de la misma. Evitando así, que bajo el discurso, las políticas y
las prácticas del respeto a la diversidad y de la necesidad de la diversificación como
respuesta, estemos encubriendo el mantenimiento de viejas desigualdades y la creación de
algunas nuevas.
Afortunadamente, hoy en día son numerosas las teorías e investigaciones que bajo
un enfoque interaccionista, analizando las diferencias humanas, nos han aportado claves
para entender que la situación de ciertos grupos históricamente desfavorecidos, es
consecuencia de prácticas de marginación y exclusión social fuertemente arraigadas, y no
de las diferencias “naturales” a las que tradicionalmente se ha recurrido para justificar su
situación. Igualmente son numerosos los trabajos holísticos realizados, que nos han abierto
una luz para que podamos ver los sutiles mecanismos de discriminación que permanecen
ocultos en la escuela de hoy en día, a pesar de su convicción de que ofrece un trato de
igualdad a todo su alumnado. Son a esas situaciones de discriminación a las que trato de
hacer referencia en el título de este tercer principio, cuando propongo la eliminación de los
"ismos" como una forma estructural de combatir las desigualdades. Es el caso del trato
desigual que recibimos las personas por ser de determinado sexo (sexismo), de
determinada ¿raza? (racismo), por pertenecer a determinado grupo. ¿clase?.. social
(clasismo.), etc...
Reconociendo las realidades diferentes que encierra cada caso, creo que cabe
realizar un análisis conjunto de las mismas, porque todas ellas participan de un proceso
común a través del cual se construyen y mantienen socialmente. Este se inicia con la
creación sociocultural de grupos diferenciales antagónicos a partir de un único rasgo
(hombres-mujeres, blancos-negros...). Continua con la generalización a todos los
miembros de cada grupo de características observadas en algunos, entendidas como
estables, excluyentes y opuestas. A partir de entonces cada sujeto portador de ese rasgo
diferencial, pasa a formar parte de ese grupo (sin contar necesariamente con su voluntad)
Por último, con independencia de su singularidad individual, se le atribuye todas las
características asociadas al grupo, se le presupone ciertas capacidades, actitudes,
intereses..., se le asigna cierto rol social, se proyectan determinadas expectativas sobre él y
se le ofrece determinadas oportunidades acordes con “sus” características y rol.
30
la construcción antagónica de estos grupos, surge de la lógica de su complementariedad
social, de manera que la deconstrucción de uno de ellos, altera el equilibrio del orden
social establecido. Sirva como ejemplo de lo que digo, el cambio social ocurrido y el que
queda por realizar, con motivo de la lucha de las mujeres por salir del rol social
tradicionalmente asignado y la necesidad de que paralelamente se reconstruya el
tradicionalmente asignado al grupo masculino, hasta encontrar un nuevo orden social que
se sustente en la colaboración en lugar de la complementariedad.
Por todo ello, considero que una propuesta de educación en la diversidad debe
comprometerse con la eliminación de las desigualdades, denunciando cualquier trato
discriminativo que puedan recibir las personas por “ser” o “estar” en situaciones de
desventaja. Lo que implica una triple actuación: a) cuestionar y criticar las
conceptualizaciones universales de las que parte cada estereotipo, b) paliar compensando y
contribuyendo a la eliminación de las desigualdades hasta garantizar la igualdad de
oportunidades y c) desarrollar en todas las personas el máximo de sus potencialidades, sin
prejuzgar, limitar o dirigir sus capacidades, intereses, etc., a partir de categorías atributivas
estables, que discriminan a las personas y mantienen las estructuras sociales generadoras
de la desigualdad.
31
escolares, la comprensividad y la diversificación, o dónde termina la libertad y el derecho
individual y empiezan los colectivos... entre otros, serán algunos de los dilemas que
adquieren significado y tienen una posible solución (la "menos mala") a través del debate y
consenso que debemos seguir manteniendo, primero en el marco concreto de las políticas
educativas y después de cada comunidad y centro escolar. No obstante, algunos de estos
aspectos mas generales, trataré de abordarlos en los apartados siguientes.
Sin embargo, hemos de ser conscientes de que entrar en esa lógica neoliberal,
permite a los más poderosos ordenar un peligroso discurso, en el que se habla de la
urgente necesidad de reformar los sistemas educativos, para su acomodación a las
nuevas necesidades de la economía y la producción. Y que en beneficio de un supuesto
menor control ideológico y de la mayor libertad, se reclame la necesidad de reducir el
denominado “intervencionismo totalitarista” del Estado en educación. Porque a través
de este discurso, se tratan de justificar las políticas de privatización e individualización
de todos los servicios sociales, también el educativo, atentando contra los intereses
comunitarios, de manera especial contra los de los más débiles (Torres, 2001).
Con este telón de fondo, las necesidades educativas de los sujetos en la nueva
sociedad democrática, pasan a un segundo plano o a ser desatendidos. Y se ponen en
cuestión las funciones desempeñadas por los modernos Estados democráticos, los cuales
empiezan a perder cada vez más espacios y capacidad para intervenir en las diferentes
esferas que hasta entonces eran de su competencia. Como consecuencia de todo ello, el
denominado Estado del Bienestar, la garantía de servicios públicos y por ende el
sistema educativo, empiezan a estar seriamente amenazados. Desmantelando las
políticas de protección social, que tanto han costado construir para garantizar a toda la
ciudadanía la igualdad de oportunidades, que le asegure la inclusión y participación
social, y de forma indirecta el acceso a una vida satisfactoria de calidad. Y es que en
una sociedad en la que el Estado pierde su capacidad para incidir y organizar la
participación de la ciudadanía, terminan siendo las leyes del mercado (y los poderosos
que mueven sus hilos) las que deciden qué cultura deben poseer las nuevas generaciones
32
e, incluso, quiénes de entre sus miembros tendrán acceso a ella, durante cuánto tiempo y
con qué niveles de calidad. Y en la medida que los servicios públicos, entre ellos el
educativo, vayan sometiéndose a las leyes del mercado, sus productos se irán
convirtiendo en objeto de consumo, a los que tendrá mas o menos posibilidad de
acceder cada ciudadano en función de sus recursos, no de sus necesidades y derechos.
3.- Mas allá de la escuela. La escuela y el profesorado solos no pueden dar respuesta
al nuevo discurso.
33
actualmente la nuestra, para que sea posible, necesita de un amplio consenso y la
colaboración de toda la sociedad.
34
utilizan intereses ideológicos partidista, surgen “coyunturalmente” y empiezan a fijarse
en el “inconsciente colectivo”, a veces personalizados en algunos sujetos, por ejemplo
asociaciones como: negro-emigrante, emigrante-ilegal, etc.. otras dirigidos a la
“demonialización” de algunos movimientos o posicionamientos ideológicos que atentan
contra sus privilegios. Por ejemplo: antiglobalización-violencia, ocupas-violencia,
nacionalismo-terrorismo, etc...
Ante esta situación cabe plantearse si la escuela deberá y podrá tener la fuerza
suficiente para poder contrarrestar la tendencia social o estar al servicio de los nuevos
valores de la sociedad. En cuyo caso ésta podría reclamarle su función socializadora, y
tratar de cambiar el rumbo del camino iniciado introduciendo en la escuela los nuevos
valores sociales, para que las generaciones del futuro no tuvieran que sentir el choque
entre el modelo de persona y sociedad para el que se les educa y el de la realidad en la
que parece que van a tener que vivir. Pero de nuevo se observa una división social.
Entre aquellos para quienes la educación aparece como la responsable de todos los
males de la nueva sociedad y aquellos que la consideran la tabla de salvación que nos
puede conducir a un futuro mejor. Mientras para algunos la escuela es legitimadora de
desigualdades, generadora de otras nuevas y reproductora del orden social establecido,
para otros ésta tiene la capacidad de igualar las desigualdades sociales y de conseguir la
transformación social.
A la luz de este nuevo debate, cabe afirmar que ambas posturas requerirían una
importante reconstrucción. Porque la sociedad actual no puede dejar sola a la escuela
convirtiéndola en el único agente de socialización primaria. Cuando como señalan todos
los estudiosos de la nueva sociedad de la información, una de sus características es la
pérdida del poder, control y responsabilidad de la familia, en el proceso de socialización
de la nueva ciudadanía (Tezanos, 2001). Y lo es también la de distintos agentes de
socialización, tradicionales en nuestra sociedad (vecinos, iglesia, miembros de las
pequeñas comunidades de reconocido prestigio, etc..) que al ir desapareciendo, han ido
delegando muchas de sus funciones en la escuela. Baste recordar las demandas de una
escolarización cada vez más temprana, no con fines educativos sino de custodia. O la
constante incorporación de programas educativos (de higiene, educación sexual,
educación vial, prevención de la drogodependencia, contra el racismo, etc.) que con la
excusa de la incorporación en la escuela de nuevos aprendizajes básicos para la
ciudadanía, delegan en ésta la educación en actitudes, hábitos, y habilidades tan
fundamentales y de difícil desarrollo, que requieren la colaboración de toda la sociedad.
Así que es necesario advertir de que si como empieza a suceder, lo que se pretende es
que sea la escuela quien asuma cada vez más esa responsabilidad, sin dejar de cumplir
sus funciones tradicionales en relación a la socialización secundaria, ésta necesitaría
contar con mayores recursos y apoyos sociales que los que tiene ahora (Escudero, 20001
b). Porque resulta contradictorio comprobar que es justo cuando hay una opinión
dominante de descrédito e incapacidad de la escuela y de sus profesionales para lograr
nada y cuando menos se la apoya, cuando más se le exige. Así que en tanto la nueva
realidad social, no cree nuevas estructuras, instituciones o roles que cubran esa función
tan básica, la socialización primaria corre el riesgo de quedar en manos del azar en
perjuicio de los mas desfavorecidos natural y socialmente.
35
recursos humanos y materiales, así como en formación e innovación. Y esto contrasta
con la pérdida de poder y financiación de los últimos años y con la tendencia que
marcan las actuales políticas, que nos están llevando a una progresiva reducción del
gasto público en educación, especialmente alarmante en las etapas no universitarias.
Basta observar las cifras de los últimos años, para comprobar que las partidas asignadas
a personal, bienes, servicios y gastos propios, los que más afectan a la enseñanza
pública, han experimentado una sensible reducción respecto a la denominada
“transferencia de capital”, en la que se incluyen los fondos derivados a la financiación
privada. Cierto es que dicha reducción en algunos contextos va acompañada de la
reducción de matrícula en los centros públicos, en beneficio de algunos centros privados
concertados. Pero no lo es menos, como veíamos anteriormente, que en el proceso de
selección de los centros que hacen familias y profesionales, se produce un sesgo de la
población más desfavorecida hacia los centros públicos, por lo que dicho “ajuste”
resulta insuficiente para cubrir todas las necesidades que se concentran en los mismos.
Por otra parte, ese “movimiento” hacia los centros concertados, nos plantea nuevas
cuestiones sobre las que deberíamos reflexionar: ¿es que el discurso de la diversidad se
puede sostener si sólo se mantiene en la escuela pública? ¿no se terminará haciendo
cargo la escuela pública (como lo hace la sanidad pública) de la educación de las
personas cuya diferencia no es socialmente valorada (pobres, deficientes, de grupos
minoritarios sin poder...) porque su educación no es rentable y ellas no cuentan como
fuerzas productivas, y los centros privados y concertados del resto, de ese porcentaje de
la población cuya diferencia es positiva o al menos fácil de asimilar (homogeneizar) en
el sistema? Y en ese caso ¿cabe esperar que realmente sean esos centros públicos, los
que aplicando una política de discriminación positiva, sean los que vayan a tener la
mayor dotación de recursos necesaria para educar a los más desfavorecidos socialmente,
porque “coincide” que son quienes tienen mayores dificultades para adaptarse a la
escuela y menor éxito en ella? o por el contrario aplicando criterios economicistas de
rendimientos y ratios, terminarán siendo los peor dotados y con ello esteremos
contribuyendo a la paradoja de que sea la escuela pública, la que contribuya a su
circuito de exclusión social?......
Las escuelas públicas no pueden ser las únicas que acojan los grupos humanos
socialmente excluidos y discriminados y las que desarrollen programas y políticas
“parche” dirigidos a la compensación, reeducación, reconducción moral o desarrollo de
habilidades cívico-sociales, mientras el resto de la sociedad sigue sin entrar a analizar,
criticar y combatir las políticas educativas y sociales que permiten que existan
estructuralmente esos grupos. Menos aún cuando éstos se proponen en detrimento de un
36
curriculum académico de conocimiento científico, destinado solo para aquellos sectores
de la población que disponen de los medios y oportunidades para acceder y seguir con
éxito en una escuela privada y selectiva. Ya que por si solas no pueden educar, combatir
y superar la doble moral de una sociedad con valores marcados por el neoliberalismo
económico y la libertad negativa, que cuando lo necesita continua reclamando la
protección de un Estado, al que solo le pide la responsabilidad de imponer la formación
democrática en sus aulas, a las personas que se educan en la red pública.
Por último y para que estos esfuerzos no fueran asilados, ni prodigaran las
frecuentes tendencias de intervenciones localistas y con ello la creación de nuevas
desigualdades, habrían que ir estableciendo una red de redes de servicios sociales (entre
ellos los educativos), que con el apoyo, seguimiento y rendición de cuentas, de los
responsables locales, comarcales, autonómicos, y en última instancia del Estado,
diseñaran y desarrollaran de manera articulada, proyectos encaminados a introducir,
desarrollar y velar por la incorporación de este discurso de la diversidad, como una seña
de identidad propia de la sociedad democrática progresista del siglo XXI, hacia la que
deberíamos ir dirigiendo nuestra atención.
37
4.- El centro como unidad de cambio para la mejora de la educación en la diversidad.
38
posible desarrollar en todo su alumnado, los valores, habilidades, competencias, etc. que
sean necesarios, para garantizar su óptima integración como ciudadanos en la nueva
sociedad de la información. Entendiendo, que dicho proyecto es un proceso inacabado
de adaptación de un currículo común y democrático, a la diversidad de necesidades
cambiantes de todo su alumnado, necesariamente crítico y de mejora en la práctica, que
permita el desarrollo institucional de la cultura de la diversidad. Lo que nos lleva a la
segunda consideración planteada.
Una buena manera de afrontar con éxito esos dos retos, puede ser que cada
centro inicie un proceso de investigación acción, en el que tomando su proyecto
educativo como marco y referente, siguiendo los principios de la educación en la
diversidad anteriormente desarrollados, se comprometa con el análisis y cambio
inacabado, de la respuesta educativa que articula su oferta para atender cada vez mejor a
las distintas necesidades educativas de su alumnado. En dicho proceso, poniendo el
énfasis en la diversidad y calidad de la oferta educativa, diferentes equipos docentes
coordinados, tendrían la oportunidad de planificar su intervención adaptada, someter a
discusión su práctica, y valorar la necesidad de introducir nuevas adaptaciones durante y
al término de su desarrollo. Así sería posible ir consensuando su proyecto compartido,
flexible y adaptado, con el del centro.
39
cuestionamiento de los cómos y los con qués, sin perder el norte de los para qués y los
qués. Así como el necesario equilibrio entre el desarrollo curricular, organizativo y
profesional. Tres ejes claves para que una propuesta educativa compleja como la que
nos proponemos, pueda ser llevada a la práctica.
Si queremos romper con las inercias del doble sistema educativo, uno dirigido a
las personas “normales” que aprenden sin dificultad, de cuya responsabilidad educativa
se hace cargo el profesorado ordinario y otro dirigido a las personas “diferentes” que
tienen dificultades de aprendizaje, cuya educación sea responsabilidad del profesorado
especialista, todavía dominante; es necesario plantear una formación inicial y común de
todo el profesorado. Basada en el cambio de actitudes (a favor del respeto de la
diversidad y de la igualdad de oportunidades que permita la equidad), en la capacitación
de las habilidades necesarias para mantener un proceso de reflexión sobre su práctica
40
(para trabajar en el proceso de investigación en la acción antes referenciado), y sobre
todo en el saber cómo trabajar con la diversidad y buscar estrategias pedagógicas
diversificadas, tales como las que propone Gimeno (2000): El debate y consenso acerca
de lo que debe ser común para todos, la definición de distintos modos de trabajar y
aprender en común, el diseño de itinerarios educativos en función de las posibilidades y
necesidades de todo el alumnado, la utilización de diversos recursos materiales en el
aula para diversificar los procesos de enseñanza-aprendizaje, o la creación de itinerarios
formativos que rompan con las clasificaciones de grados y las actuaciones individuales
del profesorado.
A través del trabajo individual del profesorado, desde el limitado espacio de “su”
aula y materia es muy poco posible hacer frente a la complejidad que entraña dar una
buena respuesta a la heterogeneidad de su alumnado. Porque aun suponiendo a cada
docente dicha capacidad, la falta de coordinación de sus acciones atentarían contra la
perspectiva sistémica y la flexibilidad, tanto curricular como organizativa, que como
hemos defendido ha de tener el proceso de concreción-adaptación del curriculum en el
centro. Y porque difícilmente se puede transmitir el verdadero significado de la cultura
de la diversidad viviendo (en este caso trabajando en) la individualidad.
Con todo ello lo que estoy sugiriendo es que la formación que necesita el nuevo
profesorado, con independencia de la etapa y contenido en el que vaya a intervenir,
incluya un conocimiento del discurso teórico y práctico de lo que supone diseñar una
propuesta de educación en la diversidad, facilitando el desarrollo de sus capacidades
para que sea posible el cambio de un trabajo tradicionalmente desempeñado de manera
individual, a las que se requieren cuando haya de trabajar de la forma colaborativa que
se le demanda. Entre cuyos aprendizajes caben destacarse algunos tan básicos y poco
comunes como: saber escuchar, saber contar su práctica, saber analizarla, saber decir
devolver-hacer de espejo a otro, saber consensuar, respetar opiniones y posturas
diferentes, saber crear y utilizar herramientas que permitan el registro, análisis y mejora
de la práctica, saber diseñar, utilizar y mejorar procedimientos de trabajo y la
organización de los mismos.
Igualmente propongo que dicha formación sea realizada tomando al centro (si es
posible que se realice en el propio centro), y al grupo-aula como ejes de análisis y
solución de problemas, planteando la imprescindible coordinación global de cada
intervención, y el apoyo de un modelo de asesoramiento (interno o externo) que
intervenga “con” el resto de profesionales. En este sentido, mi experiencia como
miembro de equipos acompañantes en el proceso formativo de distintos profesionales en
esta nueva forma de actuar (Errestuz, 1999 a, 1999 b ), me permite señalar por su valor
formativo y capacidad de innovación de la práctica, la importancia que tiene la
explicitación y fijación por escrito de los procedimientos, que ordenan determinadas
maneras de resolver el trabajo cotidiano individual y/o colectivo de los distintos
41
profesionales que intervienen en un centro. Primero, porque cuando éstos se explicitan,
consensuan y fijan, por todos los órganos unipersonales y colegiados del centro, se
señalan las maneras más deseables y funcionales de ejecución de sus tareas y el impacto
previsto, y éstas sirven de referente cuando más tarde traten de valorar si realmente se
van solucionando los problemas. En segundo lugar, porque es una buena forma de
comprometer públicamente a un equipo para su adecuado desarrollo y mejora
profesional, que facilita la coordinación de centro y da contenido y valor al trabajo
colegiado. Por último, porque de esta forma encontramos un nivel de trabajo
colaborativo, funcional y con significado, que sirve de puente entre los grandes
proyectos de centro y las preocupaciones cotidianas del docente surgidas en los
contextos del aula.
42
cada uno, el de una vida social, justa y de calidad. Para lo cual debería tomar dichos
proyectos como referente y norte, que ayuden a decidir cada uno de los qué, los para
qué y los cómos, de cuantas intenciones e intervenciones educativas se proponga al
alumnado, en el proyecto educativo y curricular del centro. De esta manera, alcanzar la
vida de calidad de todos será el principal argumento y razón que justifique y legitime la
necesidad de acercar, adaptar y diversificar la educación común a cada contexto y
proyecto de vida. En lugar de la mayor o menor capacidad del medio y de las personas,
para justificar la necesidad de trazar caminos de salida sin retorno en el estrecho,
uniforme y selectivo sendero que dibujan los sistemas educativos en las sociedades
injustas.
43
devaluada de nuestra capacidad profesional para conseguir el cambio hacia la mejora. Y
quizás lo que es peor, subidos al carro del “sálvese quien pueda” estaremos corriendo el
riesgo de convertirnos en cómplices de esa tendencia generalizada de responsabilizar a
los sujetos más débiles de su situación individual, dejándolos a “su suerte”. O lo que es
lo mismo, el de empezar a convertirnos en técnicos burócratas al servicio de los
intereses neoliberales del estado, en lugar de educadores al servicio de la ciudadanía.
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