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En el nivel institucional los futuros miembros de una pareja suelen buscar la semejanza de
características al efectuar su elección, mecanismo social denominado homogamia (Girará,
1974) que tiende a la preservación del statu-quo. En su nivel más conservador y primario da
lugar a la simple alianza de linajes (en casos extremos sin la participación decisoria de los
cónyuges) que busca mantener o incrementar el status social y la fortuna económica, y en su
nivel más común es la fuerza que impele a elegir semejanza en características tales
como origen de clase, raza y credo religioso, status social, nivel económico, nivel escolar y
cultural, belleza física, etc. Los factores ideológicos tienen aquí un ámbito privilegiado de
acción, dada su capacidad encubridora de las motivaciones reales de ciertas acciones
individuales, familiares y sociales. Así, definir a un hombre como «un buen partido» encubre y
justifica los intereses familiares de una alianza de linajes con un hombre rico, o el arribismo
social individual. Los correspondientes códigos sociales de valores se expresan popularmente
como cartas de poker de mayor o menor valor: «Carita mata cabeza, y billete mata carita».
Una cosa es notable, al disminuir las presiones derivadas de la elección de una pareja estable,
como sucede en las aventuras amorosas ocasionales, suelen aparecer de manera más nítida y
pura las fuerzas pulsionales, en especial las pulsiones parciales que no están organizadas bajo
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la primacía genital; algo semejante suele ocurrir en la elección de un(a) amante que no
implique la convivencia cotidiana bajo el mismo techo. Los literatos lo han registrado siempre
y hay algunas obras que lo muestran en forma especialmente clara como la pieza teatral de
Emilio Carballido Rosa de dos aromas donde a la amante le basta con ser chispeante y
sensual, porque sólo es para la satisfacción de él, no necesita pasar juicio con los familiares,
amigos y colegas y requerir ser culta y refinada como la esposa.
Una más es la elección simétrica por debilidad. En ésta ambos cónyuges comparten una
problemática semejante. Si consideramos una pareja con tendencia a la depresión podemos
encontrar el siguiente patrón: cuando el cónyuge más débil se precipita en la depresión el otro
se «fortalece» y consigue con ello distanciarse precisamente de lo que más teme que es ese
estado depresivo y de esta manera mantiene una eficacia instrumental en el exterior. Willi
(1975) organiza una tipología de parejas en base a esta última modalidad, o sea la tendencia
de los seres humanos a ser atraídos por compañeros que poseen patrones opuestos de
organización psíquica, aunque frecuentemente opuestos sólo en la modalidad defensiva sobre
un tema del desarrollo que les ha resultado conflictivo, por ejemplo la ansiedad de castración
que uno puede asumir pasivamente y otro con una defensa reactiva, o la depresión en el
ejemplo expuesto.
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institucional),
Como esbozamos antes, hay una diferencia fundamental de las relaciones amorosas en
relación a su estabilidad: cuando son fugaces predomina el aspecto pulsional y el Sujeto busca
satisfacer sus deseos por medio de un Objeto contingente sin interesarse demasiado en la
relación con éste y «los tipos de elección están referidos estrictamente a las pulsiones
parciales, con sus caracteres pregenitales dominantes: es el caso frecuente de la aventura, del
coqueteo o de los vínculos breves, en los que resulta inaplicable o de escaso interés
una explicación sistémica que considere a la pareja como unidad» (Lemaire, 1979). Así, la
elección de la amante en Rosa de dos aromas está determinada por el predominio libidinal: una
mujer chispeante y sensual, divertida y apasionada, con una relación limitada a la satisfacción
pulsional mutua sin las responsabilidades y exigencias derivadas de un proyecto de vida
compartido y estable. Por contraste, «en la medida en que la relación de Objeto está mas
referida, al menos implícitamente, a una cierta intención de durar, más importa la reciprocidad
de las relaciones, y más se impone una comprensión del carácter sistémico que acompaña a la
conciencia de un 'nosotros' colectivo». Por supuesto donde la pareja cumple su función
defensiva interpersonal (a veces por encima de las necesidades pulsionales, por lo cual no es
raro encontrar parejas donde la sexualidad se ha perdido y persiste la relación afectiva o las
conveniencias institucionales) es en este último caso y donde asume primordial importancia la
naturaleza inconsciente de buena parte de sus deseos y comunicaciones. La esposa, en el
mismo ejemplo, se elige -en el nivel institucional- bajo requerimientos derivados de un proyecto
vital compartido a largo plazo y de las presiones sociales y prácticas consecuentes: una
profesional como él, culta y refinada, para poder funcionar como compañera, colaboradora y
potencial madre de sus hijos, y -en el nivel pulsional- con un carácter conservador y prudente
que cubre para él una función defensiva de prohibición de sus impulsos libidinales, pero con un
costo: la renuncia a su conflictiva y temida vitalidad pasional, renuncia que no puede mantener
pasado un tiempo y que instala en una escisión con la amante.
Estamos de acuerdo con Lemaire cuando considera dos rasgos inconscientes como
característicos de la elección conyugal: la reciprocidad y la función defensiva. Además se
busca en ella la satisfacción de buena parte de los deseos conscientes.
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relación que van a constituir. Por consiguiente, no basta con que uno de ellos encuentre en el
otro la representación de su Ideal del Yo; también es preciso que este otro, o bien encuentre
también en el primero la representación de su propio Ideal del Yo, o las satisfacciones
derivadas de que lo ame un compañero en quien busca la debilidad o la falla». Willi (1975)
denomina como «colusión» a esta última modalidad de elección, en la cual la organización de
pareja se da en torno a un tema del desarrollo donde mientras uno de ellos adopta una
posición «progresiva, fuerte», el otro permanece en posición «regresiva o débil». Por medio de
este mecanismo podemos comprender relaciones consideradas «normales» y también otras
que persisten en el tiempo a pesar de que los miembros parecen odiarse, rechazarse y hasta
destrozarse. Es decir, relaciones donde el Otro no sólo es elegido para compensación de las
debilidades del Sujeto, sino que llega a utilizarse como el depósito proyectivo de las partes
«malas» o rechazadas («el bote de basura»), quedando así el Otro como el «objeto malo»
(mediante la escisión y proyección) al que se ataca y denigra para que el Sujeto pueda sentirse
«bueno y valioso».
La elección de pareja también se da, como lo señalara de mucho tiempo atrás Freud (1905,
1914), en función de dos modalidades de relación: (a) la elección anaclítica que sigue los
modelos parentales, la madre que alimenta o el padre que protege, y, (b) la elección narcisista,
que toma como modelo a la propia persona en relación a como fue, a como es, o a como le
gustaría ser. Esta última modalidad siempre formará parte de la elección en tanto define la
participación imprescindible del Ideal del yo. Comúnmente aparece en la forma de un Ideal del
yo valorado, por ejemplo la mujer que elige al profesional brillante y exitoso que quisiera ser y
que obtiene por la elección misma una satisfacción vicariante. Su trastocamiento le hace
aparecer como negativo del Ideal del yo para cumplir funciones defensivas muy específicas
ligadas a la relación con un «objeto malo y denigrado», por ejemplo la elección por una mujer
de un hombre mediocre que permita depositar en él el fracaso propio y obtener, además,
la gratificación sádica al atacarlo, humillarlo y denigrarlo; él, a su vez, obtendrá
las gratificaciones masoquistas que requiere.
Otro nivel de análisis del vínculo conyugal estará dado por el predominio de modalidades
preedípicas o edípicas de relación de objeto, lo cual implica el grado de discriminación del
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Las modalidades de internalización y relación de objeto dan lugar a tres grandes estructuras
caracterológicas: (1) la preedípica simbiótica, (2) la preedípica objetal y (3) la edípica (Klein,
1935, 1940, 1946, 1948, 1952), (Coderch, 1987). Las describiremos a continuación.
En la relación de objeto edípica o genital hay una diferenciación clara de sujeto y objeto y es
respetada la libertad y la independencia del objeto, siendo también reconocidas sus
necesidades cuya satisfacción acrecienta la propia felicidad del sujeto. La percepción del objeto
es mas realista y hay suficiente disponibilidad libidinal para amar a otros objetos y para
dedicarse a distintas actividades. La relación de objeto es total y hay capacidad (no sin
dificultades) para tolerar la ambivalencia con respecto a él. Predominan los mecanismos
de defensa neuróticos, del tipo de la represión. La ansiedad predominante es de castración.
Pasemos ahora a revisar lo que sucede desde el vector tiempo en la evolución longitudinal de
las parejas.
Muchos autores han abordado el problema de la evolución de la pareja desde una visión
meramente descriptiva y así hablan del «flechazo», la «luna de miel», el acomodo a los hijos
pequeños, adolescentes, adultos, y el «nido vacío». Lemaire (1979) hace aportes
fundamentales a este problema postulando la elección misma de pareja como una defensa
interpersonal que refuerza al sistema de defensas intrapsíquicas de cada cónyuge. Además, va
mas allá de los esquemas descriptivos del ciclo vital de las parejas mediante la propuesta de un
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La Etapa Precrítica es la etapa idílica de la relación, la etapa del enamoramiento que implica el
establecimiento (y defensa) de una unión de carácter fusional e idealizada lograda mediante el
uso de mecanismos arcaicos, psicóticos, de defensa, especialmente de la escisión y la
idealización del objeto amado, así como la negación de la agresividad hacia el mismo.
Chasseguet-Smirgel (1975) con sus estudios sobre el Ideal del yo nos ha dado importantes
aportaciones sobre la psicodinamia del enamoramiento. Ella, como otros autores franceses, ve
al impulso amoroso tanto proveniente de fuentes edípicas como del intento de trascender los
traumatismos de la separación preedípica originaria (de la etapa fusional, simbiótica, del bebé
con su madre), de ahí su búsqueda de un universo de completud y comunión. «En el amor
destaca esta autora-, desde el momento de la elección, el sujeto y el objeto representan la
objetivación del nexo entre el yo (el sujeto) y el ideal del yo (el objeto). Dicho de otro modo, el
sujeto se encuentra en la vecindad de su ideal encarnado»... Y más adelante precisa: ...» los
primeros momentos del amor -con independencia de la respuesta del objeto- rebosan de júbilo
exaltado, de una expansión egótica. En efecto, el resplandor del objeto (del ideal del yo)
cae sobre el yo; y me inclino a decir que la proposición de Freud «El objeto, por así decir, ha
devorado al yo» se puede comprender como «El ideal del yo ha devorado al yo», o sea como la
fusión de las dos instancias en la fiesta, como el reencuentro del vínculo original anterior a la
diferenciación del yo y el no-yo».
De esta manera el aguijón del Ideal del Yo deja de hacer sufrir al sujeto (se alcanza al Ideal en
la pareja) y por la vía regresiva se produce una amplia reestructuración de su aparato psíquico
con aproximación de las instancias Yo-Ideal del yo (el Yo se vuelve uno con su Ideal), Yo-
Superyo (no hay prohibición, persecución, ni culpa del Superyo sobre el Yo) y Yo-Ello (las
pulsiones del Ello quedan satisfechas y no presionan al Yo), además del borramiento fusional
Sujeto-Objeto (se es Uno con el Objeto, se pierden las fronteras, se recupera la inicial
satisfacción fusional del bebé con su madre). Las ganancias afectivas, narcisistas y libidinales
no son nada despreciables. Lemaire señala que el estado amoroso permite al ser humano
reconstituir su vitalidad afectiva y sus capacidades de adaptación, además de acompañarse de
un estado agradable semejante al reposo, al sueño, al orgasmo, etc.
Las ganancias que las parejas obtienen del estado amoroso, del amar y ser amadas, son
amplias, pero también tiene sus costos. El primero depende de que siendo un estado
eminentemente regresivo y con algunos componentes ilusorios, tiende a producir un sector de
distorsión y alejamiento de la realidad que juega a contracorriente de las fuerzas biológicas y
sociales de tipo progresivo que suelen ser las dominantes; el segundo depende de que el
borramiento fusional implica para el sujeto alguna forma de dependencia o de apropiación,
donde pierde cierta parte de su autonomía y libertad.
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Pero como la contabilidad final va mas del lado de las ganancias, las parejas suelen entrar en
una suerte de complicidad para defender, ante las amenazas del exterior y el interior, ese
estado de privilegiada satisfacción.
La inmadurez de algunos sujetos les hace imposible soportar, ya desde este momento, la
carga que les implica el asumir una relación afectiva densa y comprometida, que evitan
mediante distintas argucias defensivas como la limitación del tiempo de relación (amores de
vacaciones, con extranjeros o a distancia, centrados en la comunicación por carta o teléfono o
e-mail), o limitación del área relacional (valorar sólo los aspectos económicos, o la belleza, por
ejemplo), o limitación del compromiso afectivo (mediante «barreras» diversas como el cuidado
de los hijos, o de los padres, etc). También por razones de inmadurez otros sujetos que logran
acceder a esta etapa son incapaces de salir de ella y trascenderla en un movimiento
progresivo, como se destaca más adelante. Esto es debido a que mantienen formas de
idealización primitiva no susceptibles de confrontarse y ajustarse a la realidad.
La Etapa de Crisis de la Pareja, de duelo por la pérdida de la idealización del objeto, es donde
reaparecen las partes escindidas y negadas del objeto de amor, forzando a una visión más
ajustada a la realidad del mismo, signo de madurez difícil para todos e imposible de alcanzar
para algunos, que echan a andar una serie de mecanismos defensivos para permanecer en la
idealización o para llegar a la ruptura. La nueva etapa requiere pasar de la divalencia propia de
la escisión que mediante la idealización mantiene en la inconsciencia al objeto malo, a la
ambivalencia donde el mismo objeto amoroso será a ratos bueno y a ratos malo, por momentos
amado y por momentos odiado o rechazado. Esta situación requiere de una estructura psíquica
madura que haya alcanzado la triangulación edípica, y aún en ese caso requiere de gran fuerza
y tolerancia
para poder manejar un cambio tan radical en la relación con el objeto amoroso.
Pone a prueba la capacidad para un amor estable que aparece primordialmente ligado o la
adquisición de relaciones objetales evolucionadas, de una integración de las pulsiones
libidinales y agresivas, así como de un Ideal del Yo y un Superyo maduros, con la consecuente
organización de las pulsiones bajo el primado genital. «Una evolución satisfactoria del yo y de
las pulsiones bajo el primado genital favorece verosímilmente más el amor que el
enamoramiento» -dice Chasseguet-Smirgel. Si la exaltación del enamoramiento se
acompaña, obligadamente, de una sumersión en el universo ilimitado del narcisismo,
donde «amor» conjuga con «siempre», el desarrollo genital logrado parece mas capaz de dar al
amor su pan de cada día. Un ideal del yo que haya investido la evolución habrá perdido algo de
su megalomanía, y soportará la relatividad, por lo tanto, la cotidianidad. El enamoramiento es
por definición un estado; el amor implica el establecimiento de una relación, y de una relación
duradera. Como lo señala Freud (1921), «El amor sensual está destinado a extinguirse con la
satisfacción; para perdurar tiene que encontrarse mezclado desde el comienzo con
componentes puramente tiernos, vale decir, de meta inhibida, o sufrir un cambio en ese
sentido». Ahora bien, en realidad, dudo que el enamoramiento, si lo oponemos al amor,
ponga en juego la corriente tierna. La proyección del ideal del yo sobre el objeto no
se confunde con la ternura, que en muchos casos está por completo ausente en la pasión. La
ternura, como su nombre lo indica, se opone a la dureza, es decir, a la agresividad. Consiste en
una sofocación voluntaria (y no en una represión) de la violencia. Uno se enternece ante la
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inocencia y la fragilidad. La sola proyección del ideal del yo sobre el objeto no convierte a éste
en un representante adecuado de la debilidad (quiero decir que la investidura narcisista no se
confunde con la ternura). Me parece que la ternura se liga esencialmente a la indulgencia, es
decir, a una posibilidad de tolerar las fallas y las imperfecciones del compañero y, por lo
tanto, de tener un ideal del yo menos exigente, menos absoluto. (Ella interesa sobre todo a la
relación precoz madre-hijo, que la pareja reconstituye en cierto nivel).» Consecuentemente
incluye la preocupación por el Otro, incluyendo, así, al Superyo.
La elección de pareja puede llegar a satisfacer las demandas del nivel institucional y algunas
de las de nivel pulsional, pero pueden quedar sin satisfacerse algunas de éstas, especialmente
si por alguna razón su búsqueda es conflictiva y se encuentran en alguna medida reprimidas.
Los cambios suscitados en el individuo al pasar el tiempo pueden disminuir esta inhibición y
buscar la satisfacción de estas tendencias. En esas condiciones, de pronto, alguna
persona puede tener tales características que rompa la barrera de la represión y active estos
impulsos «dormidos», dando lugar al movimiento irresistible hacia otro hombre o mujer que le
fascine.
Un ejemplo de tipo evolutivo. Un hombre que al elegir pareja estaba necesitado de una
mujer tierna y delicada, un tanto maternal, por tener problemas en la expresión y
manejo de su agresión, al ir mejorando en el transcurso del tiempo de esta inhibición
fóbica, puede llegar a sentirse muy atraído por una mujer sensual y pasional, del tipo de
aquellas que antes se alejaba por inseguridad. Un ejemplo de psicopatología. Una
mujer, con una madre dominante y sádica y un padre fóbico, elige para casarse un
individuo pasivo, tímido y reprimido, que la defienda de enfrentar su sexualidad. A sus
amistades cercanas, que saben de su chispa vital, les resulta obvia su actitud defensiva
y la confrontan. No hay peor sordo que el que no quiere oír y sólo unos años después
logra escuchar esto y reaccionar en consecuencia. Un día se siente muy atraída por
otro hombre que es la antípoda de su discurso feminista: un macho controlador y sádico
que le hace descubrir su intensa sexualidad masoquista. Aventuras repetidas le llevan
con hombres cada vez mas sádicos, así como a la separación y divorcio de su marido.
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Hay que recordar la insistencia de Lemaire (1979) con respecto a la elección de pareja como
mecanismo de defensa interpersonal. De esta manera, la persona del segundo ejemplo eligió
un marido que le permitía protegerse de la intensidad de sus impulsos sexuales y, sobre todo,
de la característica masoquista que los marcaba, derivada de la relación con su madre y
hermana mayor, ambas bastante sádicas en su trato hacia ella. Sin embargo esto reaparece
años más tarde, como el retorno de lo reprimido. Aparece cuando, en otro momento de su vida
menos defensivo, tiene algunas aventuras extramaritales y se descubre con una sexualidad
intensa y plena con otros hombres, aunque siempre con marcado tono masoquista. Lo repetido
de este tipo de experiencias, la imposibilidad de entendimiento con otro tipo de parejas
sexuales y la sensación de riesgo que le dejó la relación fugaz con un hombre especialmente
sádico que le hizo temer por su vida, la hacen buscar tratamiento psicoanalítico.
En las relaciones que persisten a través del tiempo, hay dos grandes momentos de ajuste en
la relación de pareja como defensa interpersonal: en la Etapa de Crisis de la Pareja
substituyéndose los mecanismos de defensa arcaicos o psicóticos por mecanismos de defensa
neuróticos que permiten una visión ambivalente y más realista del objeto amado y de la
relación amorosa; y en la Etapa Postcrítica donde se requiere la integración de las pulsiones
reprimidas (generalmente parciales) así como la integración de aspectos edípicos reprimidos y
un ajuste intersistémico del aparato psíquico de cada uno de los cónyuges.
Desde la perspectiva individual, como lo señala Kernberg (1995), hay una transformación
evolutiva que arranca de la excitación sexual como afecto básico, pasa por una segunda etapa
que es el deseo erótico por otra persona (un anhelo de intimidad y fusión que implica cruzar
una barrera y convertirse en uno con el objeto elegido) y culmina en el amor sexual maduro con
las características que se describieran párrafos atrás. Esta relación amorosa madura implica la
integración de dos corrientes: la regresiva preedípica de fusión con el objeto amado que implica
la recuperación -así sea transitoria e imaginaria- de la unidad simbiótica ideal con la madre; y la
tendencia progresiva, edípica, de la consolidación de las diferencias de las representaciones
del self y el objeto, que permite la relación íntima con un objeto diferenciado y «total», con
capacidad de preocuparse por él. Este concepto de relación amorosa madura es
completamente diferente del que Reich planteara polémicamente equiparando genitalidad con
capacidad de orgasmo. La descarga orgásmica tiene que ver con la etapa mas primitiva de la
evolución amorosa: la de la excitación sexual. Lo que es claro desde la evolución normal
también lo es desde la psicopatología: hay algunos caracteres narcisistas que tienen excelente
desempeño sexual (y orgásmico) sin alcanzar la capacidad para el amor y las relaciones
estables; algunos neuróticos, en cambio, tienen inhibiciones edípicas para la sexualidad
pero conservan capacidad de amar y de mantener relaciones estables. La pasión sexual no es
imprescindible para las relaciones estables, si bien el amor maduro lo incluye de la manera
precisada por Kernberg:«... la pasión sexual no equivale al ánimo extático característico de la
adolescencia. La conciencia profunda, autocontenida y autocrítica del amor a una persona,
combinada con la conciencia clara del misterio final que separa a cada uno del resto, la
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aceptación de que hay anhelos irrealizables como parte del precio a pagar por un compromiso
total con un otro amado, también reflejan la pasión sexual». El goce sexual tiene una capacidad
estimulante y renovadora en la vida marital y, según este autor, tiene la capacidad de entretejer
los aspectos heterosexuales y homosexuales (propios de la bisexualidad originaria del ser
humano), así como los aspectos afectuosos y agresivos y los propios de la sexualidad
polimorfa infantil en una relación total e integrada. Por otra parte el superyo maduro promueve
el amor y el compromiso con ese objeto.
Caro amigo Jorge Amado: pensándolo bien, no hay receta para la tarta de mandioca que yo
hago. Algo me indicó doña Alda, la mujer del Renato, el del museo, pero aprendí haciéndola,
rompiéndome la cabeza hasta encontrarle el punto (¿no fue amando como aprendí a amar?
¿no fue viviendo como aprendí a vivir?).
Veinte o mas bollitos de masa de mandioca, según el tamaño que se desee. Le aconsejo a
doña Celia que no dude en hacerla grande, pues la tarta de mandioca le gusta a todos y
siempre piden más. ¡Hasta ellos dos, tan distintos, son locos por la tarta de mandioca o
'carimá'; sólo en eso están de acuerdo... ¿o lo están también en eso que yo me sé...? Pero no
me hable de esas cosas, señor Jorge, déjeme en paz, que si no me enfado. Azúcar, sal, queso
rallado, manteca, leche de coco, sal de la fina y de la gruesa, que las dos son necesarias.
Usted, que escribe en los diarios, ¿puede decirme por qué se necesitan siempre dos amores?...
¿por qué a nuestro corazón no le basta con uno solo?
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Las cantidades al gusto de la persona, pues cada uno tiene su paladar y a algunos les gusta
más salado, ¿no es así? La masa debe ser muy livianita y el horno estar bien caliente.
Esperando haberle sido útil, señor Jorge, ahí tiene la receta, que más que receta es un saludo.
Pruebe la tarta adjunta y hágame saber si le gusta. ¿Cómo están los suyos? Aquí en casa
todos bien. Compramos otra parte de la farmacia y alquilamos para el verano una casa en
Itaparica, un lugar muy chico. De lo otro... ya sabe a qué me refiero... a eso mismo, sólo le diré
que el que es tuerto no tiene compostura. De mis desvelos ni le hablo, sería una falta de
respeto, pero es un hecho indiscutible que quien enciende la raya del día sobre el mar es esta
su servidora, Florípedes Paiva Madureira, doña Flor dos Guimaraes.
Doña Flor y sus dos maridos lleva a la pantalla, en una superproducción brasileña llena de
grandes figuras -tanto en la dirección como en los actores, en el autor musical como en la
cantante- al cronista de Bahía: Jorge Amado, quizá el autor moderno mas representativo del
Brasil; creador, como Balzac, de una verdadera «Comedia Humana» bahiana, de una prolífica
obra donde transitan una galería de personajes típicamente brasileños en su forma de abordar
la vida, en la matriz cultural donde se desenvuelven y que, al mismo tiempo, son universales y
prototípicos en su esencia humana.
Jorge Amado no moraliza, no enjuicia, sólo describe al mundo y a los hombres como los ve,
con sus cualidades y sus defectos, sus pasiones y sus búsquedas.
Doña Flor está casada con Vadinho, sobrenombre que, a través de un juego de palabras
intraducible, alude a un sujeto de conducta licenciosa y desordenada.
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Vadinho muere, víctima de sus propios excesos. Pero Jorge Amado se cuida de moralizar, él
es brasileño, no español culposo. Le interesa más la dimensión humana de los sentimientos y
necesidades que elaborar una filípica moral o religiosa.
Florina atraviesa el difícil período del duelo, donde hay que matar (internamente) al muerto,
donde hay que aceptar con dolor y resignación su desaparición, para poder recuperar la
libertad de volver a vincularse.
La elección de pareja es narcisista, aunque con variantes para ambos: él, una elección en
espejo: alguien pasional que pueda dar satisfacción, cuando menos transitoria, a sus propias e
insaciables pasiones. El narcisista, por su dificultad para alcanzar la saciedad está condenado,
como Don Juan Tenorio, a seguir buscando sin descanso. Ella, en cambio, elige su Ideal del
yo, alguien que es como ella quisiera ser: libre, lúdico, desenfadado y pasional.
Pero la realidad pugna por ser considerada, la vida toda nos la requiere, y eso nos hace
avanzar y alcanzar la etapa de Crisis de la Pareja. Algunas parejas temen tanto esta etapa que
dedican gran parte de la energía de su sistema defensivo a evitarla y, ciertamente, hay parejas
que mueren sin haber pasado de la etapa precrítica.
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En Doña Flor, la etapa de crisis aparece con sus dudas, con la percepción realista de las
carencias que tiene su relación, con la aparición del dilema entre quedarse o separarse de
Vadinho.
La muerte de él interrumpe este proceso, que queda inacabado, que no logra alcanzar la etapa
postcrítica de reajustes signados por la reaparición de lo reprimido. A Vadinho su patología
narcisista le impide la posibilidad de alcanzar la etapa de Crisis de la Pareja, que implica echar
a andar mecanismos de defensa más evolucionados, más capaces de convivir en un contexto
de realidad; mecanismos de defensa que son propios de la posición depresiva de Melanie Klein
y que están dominados por el mecanismo de represión. El narcisista tiene una estructura
defensiva en la que domina la escisión, no puede alcanzar esta etapa si no resuelve antes su
patología caracterológica y Vadinho muere con ella, en manía plena, en medio del delirio del
Carnaval bahiano.
Doña Flor elige, tras el duelo, al boticario. Esta elección es de tipo anaclítica, de
apuntalamiento, de apoyo; busca al padre que protege. Tantas desventuras debidas al
abandono narcisista de Vadinho la llevan a elegir bajo el mecanismo de formación reactiva: la
seguridad ante todo. Algo que efectivamente alcanza con este buen hombre obsesivo y corto
de miras. Pero también alcanza, en la crisis de esta pareja, el tedio, el aburrimiento propio de
una relación con un personaje que vive la vida sin pasión, un personaje que más que vivir,
válgase la libertad del lenguaje, «es vivido».
La pequeñez y limitaciones de los seres humanos queda así crudamente evidenciada, aunque
disfrazada con el velo del poeta costumbrista.
Bibliografía
AMADO, Jorge (1966), Doña Flor y sus dos maridos, Losada, Buenos Aires, 59 ed.,1974
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WILLI, Jürg (1975), La pareja humana: relación y conflicto. Morata, Madrid, 1985.
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