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Capítulo 6
SOTERIOLOGIA
I. Arrepentimiento.
A. Citas bíblicas.
B. Explicación.
C. Manifestación.
D. Condición.
E. Definición.
II. Fe.
A. Citas bíblicas.
B. Explicación.
C. Donación.
D. Centralización
E. Producción.
III. Regeneración.
A. Citas bíblicas.
B. Explicación.
C. Necesidad.
D. Condición.
IV. Justificación.
A. Citas bíblicas.
B. Explicación.
C. Condición.
D. Ilustración.
E. Manifestación.
V. Santificación.
A. Citas bíblicas.
B. Explicación.
C. Condición.
D. Definición.
VI. Adopción.
A. Citas bíblicas.
B. Explicación.
C. Originación.
D. Consumación.
E. Manifestación.
VII. Redención.
A. Citas bíblicas.
B. Explicación.
VIII. Oración.
A. Afirmación.
B. Delineación.
C. Explicación.
D. Estimulación.
E. Ilustración.
F. Regulación.
G. Condición.
H. Limitación.
I. Mediación.
Capitulo VI
SOTERIOLOGIA
I. ARREPENTIMIENTO
A. Citas bíblicas.
“En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo:
Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.” (Mat. 3:1, 2). “Desde
entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los
cielos se ha acercado.” (Mat. 4: 17). Pablo testifico “testificando a judíos y a gentiles
acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.”
(Hechos 20:21). “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y
arrepiéntete.” (Ap. 3:19). Ver también Marcos 6:12; Lucas 24:47; Hechos 2:38;
11:18; 26:20; II Pedo 3:9.
Para aquellos que dicen que el arrepentimiento no debe ser predicado hoy, y que no es
esencial para la salvación, apuntamos que el arrepentimiento fue predicado por Juan
el Bautista, el Señor Jesucristo, y el apóstol Pablo. El arrepentimiento fue proclamado
antes de Pentecostés, en Pentecostés, y después de Pentecostés. “Os digo: No; antes
si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.” (Lucas 13:5).
B. Explicación.
Antes de que alguien pueda ser salvo debe haber arrepentimiento. Debe haber un
cambio de mente sobre muchas cosas: pecado, ego, Dios y Jesucristo. “que con
mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se
arrepientan para conocer la verdad, ” (II Tim. 2:25).
C. Manifestación.
1. Cambio en el intelecto.
2. Cambio de sentimientos.
3. Cambio de voluntad.
4. Cambio de acción.
D. Condición.
2. Por medio del evangelio de Dios. “Al oír esto, se compungieron de corazón, y
dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les
dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para
perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo . . . Así que, los que
recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil
personas.” (Hechos 2:37, 38, 41).
3. Por medio de la enseñanza Escritural. “Porque el siervo del Señor no debe ser
contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido;
2:25 que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda
que se arrepientan para conocer la verdad,” (II Tim. 2:24, 25).
4. Por medio de la disciplina de Dios. “Por tanto, arrepiéntete; pues si no, vendré a ti
pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca.” (Ap. 2:16). Ver también
Apocalipsis 2:5; 3:3; Hebreos 12:6-11.
E. Definición.
II. FE
A. Citas bíblicas.
“Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está
escrito: Mas el justo por la fe vivirá.” (Rom. 1:17). “Concluimos, pues, que el
hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.” (Rom. 3:28). Ver también Mateo
9:22; Hechos 26:18; Romanos 4:5; II Corintios 5:7; Efesios 2:8; Hebreos 11:6;
Santiago 5:15; I Pedro 1:5.
B. Explicación.
1. Conocimiento. Uno debe estar informado antes de poder tener fe. Esto es cierto
tanto en las cosas de los hombres, como en las cosas de Cristo. Es imposible tener fe
en Cristo sin conocerle por la Palabra. “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la
palabra de Dios.” (Rom. 10:17). A veces podemos pedir más fe, pero ese pedido no
tiene lugar. Para incrementar nuestra fe, tenemos que leer más la Palabra de Dios.
Antes de que una persona pueda tener fe, debe conocer que existe.
3. Confianza. Una cosa es saber que Cristo murió, y creerlo; otra cosa es confiar en
El, el Salvador muerto y resucitado, para salvación personal. Tomemos la silla de
nuevo por ejemplo: Uno puede saber que la silla existe, y creer que puede sostenerlo,
pero la fe no es ejercida hasta que se siente en ella. ¿Está usted confiando
completamente en Cristo para su salvación?
C. Donación.
1. De Dios el Padre. “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está
entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que
piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.”
(Rom. 12:3).
2. De Dios el Hijo. “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual
por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó
a la diestra del trono de Dios.” (Heb. 12:2).
D. Centralización.
E. Producción.
El fin de la fe es la salvación. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y
esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” (Ef.
2:8, 9).
III. REGENERACION
A. Citas bíblicas.
“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de
nuevo, no puede ver el reino de Dios. . . Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo,
que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.”
(Juan 3:3, 5). Nosotros somos “renacidos, no de simiente corruptible, sino de
incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” (I Pedro
1:23). “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente
de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” (I Juan 3:9).
Ver también I Juan 2:29; 5:4, 18.
B. Explicación.
1. No es una Reforma. Algunas personas piensan que por dar vuelta una nueva hoja
uno llega a ser un hijo de Dios. Algunas personas dejan de beber por problemas del
corazón, no porque saben que es pecado contra Dios. Aunque pudiese cesar de
cometer todo pecado; aun así no sería regeneración.
7. Es un Nuevo Nacimiento. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura
es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (II Cor. 5:17). “Si
sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él.” (I
Juan 2:29).
C. Confrontación.
Cada persona debe nacer de nuevo. Es una necesidad declarada por el Señor mismo.
1. En vista a la depravación del hombre. “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo
que es nacido del Espíritu, espíritu es.” (Juan 3:6). Las palabras, “debes nacer de
nuevo,” pueden ser mejor traducidas como, “debes nacer de lo alto.” El hombre debe
nacer de lo alto si ha de vivir algún día arriba en los cielos.
D. Condición.
1. La obra de Dios. El proceso para llegar a ser un hijo de Dios no es por una
regeneración natural. El hombre no se puede regenerar a si mismo. No es asunto de
la voluntad humana, sino de Dios. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen
en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son
engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de
Dios.” (Juan 1:12, 13). Hablando en forma práctica, nosotros no tuvimos nada que
ver con nuestro primer nacimiento, y no tenemos nada que ver con este nuevo
nacimiento.
2. El elemento humano. Mientras que es Dios quien regenera al pecador que cree, hay
un rol que le corresponde al hombre; ¡él debe creer! “Por gracia sois salvos”; Sí,
pero “por medio de la fe.” “Nadie va al Padre sino por mí.” Sí, Jesús es el camino,
pero el pecador debe venir con fe. El pecador debe recibir a Cristo por su propia fe.
Esta es la parte humana. Dios hace el resto.
IV. JUSTIFICACION
A. Citas bíblicas.
B. Explicación.
En las cortes humanas, la ley está por encima del Juez. Si el Juez es honesto y justo,
él no puede mostrar misericordia. El debe declarar a la persona inocente o culpable,
de acuerdo a la ley. En la corte de la ley de Dios, el hombre culpable, es traído ante el
estrado del juicio de Dios y puede ser declarado no culpable. Dios esta por encima de
su Ley.
En las cortes humanas, una persona culpable podría ser perdonada, el crimen podría
ser perdonado pero no pagado. En la corte de Dios no es así. Todos los pecados
deben ser pagados por el castigo del pecador. Tres cosas son incorporadas en la
justificación de Dios.
1. Perdón. “Mas aquel a quien Dios levantó, no vio corrupción. Sabed, pues, esto,
varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que de
todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es
justificado todo aquel que cree.” (Hechos 13:37-39).
Otro ha pagado por lo pecados de este pecador, su sustituto, el Señor Jesucristo. Dios
nunca perdona a un pecador aparte de su perdón en Cristo.
Imputación significa “poner algo a cuenta de.” Por lo tanto, la justicia de Cristo es
puesta a cuenta de los pecadores que creen en El. Todos los pecados de los creyentes
fueron puestos a cuenta de Cristo, El pagó por todos ellos. En cambio, Su justicia fue
puesta a cuenta de los creyentes, y ellos fueron declarados justos, al momento de creer
en Cristo.
3. Comunión. “un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en
todos.” (Ef. 4:6). Esta es la comunión de Dios y el creyente como padre e hijo.
Recuerda, Dios es Padre solamente de sus hijos, no de los inconversos.
C. Condición.
1. Negativa.
a. No por obras. “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como
deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es
contada por justicia.” (Rom. 4:4, 5). Ver también Romanos 11:6.
b. No por las obras de la Ley. “Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es
evidente, porque: El justo por la fe vivirá;” (Gal. 3:11). Ver también Romanos 3:20;
Galatas 2:16.
2. Positiva.
a. Por Dios. Con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el
justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” (Rom. 3:26). Ver también
Romanos 8:33.
b. Por Gracia. “Para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos
conforme a la esperanza de la vida eterna.” (Tito 3:7). Ver también Romanos 3:24.
c. Por Sangre. “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos
salvos de la ira.” (Rom. 5:9). Ver también Romanos 3:24, 25.
d. Por Fe. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo; ” (Rom. 5:1).
e. Por Resurrección. "sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser
contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor
nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra
justificación.” (Rom. 4:24, 25).
D. Ilustración.
E. Manifestación.
1. En obras. “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando
ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus
obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice:
Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios.”
(Santiago 2:21-23). La gratitud es la evidencia de la salvación, y se manifiesta en
buenas obras. Muchas veces las buenas obras son muy, muy débiles, pero Dios acepta
la buena voluntad que esta detrás de ellas.
2. En experiencia. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta
gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la
tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la
esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Rom. 5:1-5).
V. SANTIFICACION
Esta es una fase de la salvación que se confunde mucho hoy en día. El estudiante de
la Biblia se sorprenderá de lo que Dios dice acerca de la santificación. Mucho se dice
acerca de la experiencia, y creemos en la experiencia; pero seamos cuidadosos y
dejemos que la Palabra de Dios interprete nuestra experiencia, en vez de que nuestra
experiencia interprete la Palabra de Dios.
A. Citas bíblicas.
B. Explicación.
Para aquellos que sostienen que la santificación es una experiencia por la cual la
naturaleza pecaminosa es erradicada, necesitamos volver a la Palabra de Dios y ver
como el concepto de santificación es usado: “Ungirás también el altar del holocausto
y todos sus utensilios; y santificarás el altar, y será un altar santísimo.” (Ex. 40:10).
¿Dónde está la erradicación aquí? ¿Acaso tenía el altar naturaleza pecaminosa? Aquí
tenemos otro ejemplo: “Moisés dijo a Jehová: El pueblo no podrá subir al monte
Sinaí, porque tú nos has mandado diciendo: Señala límites al monte, y santifícalo.”
(Ex. 19:23). ¿Tenía el Monte Sinaí naturaleza pecaminosa? “Y también que se
santifiquen los sacerdotes que se acercan a Jehová, para que Jehová no haga en ellos
estrago. ” (Ex. 19:22). ¿Cómo podían estos sacerdotes erradicar sus propias
naturalezas pecaminosas? “¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros
decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?” (Juan 10:36). Aquí Cristo
mismo habla de haber sido santificado. ¡Y no hay naturaleza pecaminosa aquí! “Y
por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la
verdad.” (Juan 17:19). ¿Significa esto erradicación de la naturaleza pecaminosa? Por
supuesto que no. “Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer
incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras
que ahora son santos.” (I Cor. 7:14). Es posible que esposas creyentes puedan
erradicar las naturalezas pecaminosas de sus esposos inconversos? Si santificación
significa erradicación de la naturaleza pecaminosa, necesitamos una explicación para
el siguiente texto: “sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad
siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo
el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; ” (I Pedro 3:15).
Cristianos carnales son santificados; eso no habla de erradicación de naturaleza
pecaminosa (I Cor. 1:1, 2 con 3:1, 3).
Otra vez enfatizamos que las palabras “santidad,” “santificación,” y “santo” todas
provienen de la misma raíz que significa “poner aparte,” “separación.” La palabra
“santificar” en Éxodo 13:2, y la palabra “santidad” en Salmo 29:2, y la palabra
“santos” del Salmo 34:9 son la misma palabra. La palabra “santificar” de Juan 17:17,
y la palabra “santo” de Filipenses 1:1, y la palabra “santidad” de Hebreos 12:10 son
todas las mismas palabras.
a. Posicional. “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido
santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el
Espíritu de nuestro Dios.” (I Cor. 6:11). Somos santificados al momento de creer.
“Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos
amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación,
mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, ” (II Tes. 2:13). La
Santificación posicional está primera en orden, absolutamente. Dios nunca nos
desafía a trabajar por una posición; El primero nos coloca en una posición, nos aparta
para El, y nos asegura esa posición. Un santo verdaderamente es un hombre de Dios.
b. Práctica. “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de
toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de
Dios. ” (II Cor. 7:1). “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro
Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad.
Amén.” (II Pedro 3:18).
C. Condición.
D. Definición.
VI. ADOPCION
A. Citas bíblicas.
“y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del
Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la
adopción, la redención de nuestro cuerpo." (Rom. 8:23). Además hay otros 4 lugares
en el Nuevo Testamento donde la palabra “adopción” se menciona: Romanos 8:15;
9:4; Galatas 4:4, 5; Efesios 1:5.
B. Explicación.
En los tiempos del Nuevo Testamento, cuando un niño o niña era menor, él o ella
diferían poco de un esclavo (Gal. 4:1). Pero al día señalado por el padre, entre los
doce y catorce años, se tenía una celebración declarándole hijo de edad. El niño o
niña habían nacido en la familia como hijos; pero al alcanzar mayoría de edad, ese
niño o niña eran declarados hijos en posición de mayores. Lo mismo es cierto en el
caso del creyente. No es adoptado a la familia de Dios; es nacido en la familia de
Dios. Por nacimiento es un hijo de Dios; por adopción será un hijo de Dios.
C. Origen.
“según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y
sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos
suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, ” (Ef. 1:4, 5).
D. Consumación.
Nosotros ya somos hijos nacidos de Dios. “pues todos sois hijos de Dios por la fe en
Cristo Jesús; ” (Gal. 3:26). Pero seremos hijos de Dios en aquel día señalado por el
Padre. A su tiempo nos presentará abiertamente como los hijos de Dios. No lucimos
como hijos de Dios ahora, pero algún día el mundo nos reconocerá como los hijos de
Dios. Esto tendrá lugar en la segunda venida de Cristo. “y no sólo ella, sino que
también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también
gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro
cuerpo.” (Rom. 8:23).
E. Manifestación.
VII. REDENCION
A. Citas bíblicas.
B. Explicación.
1. La Redención declarada.
a. Es enteramente de Dios (Juan 3:16).
b. Es a través de una persona, Cristo (I Pedro 1:18, 19).
c. Es por sangre (Heb. 9:12).
d. Es por poder (I Cor. 1:30).
En Israel un hombre no podía ser esclavo para siempre contra su voluntad. Después
de llegar a ser esclavo, el podía ser liberado por redención por un pariente cercano, o
esperar el año Sabático o el año de Jubileo, cuando todos los esclavos eran liberados.
Pero si él amaba a su amo, de todos modos, y no le interesaba ser liberado bajo
ninguna circunstancia, podía ir a su amo, quien agujerearía su oreja y le haría esclavo
de por vida (Ex. 21:6). Pablo dijo que era esclavo de Jesucristo, un esclavo de por
vida. El fue comprado por sangre, y hecho esclavo por amor. El cristiano debería
tener su oreja agujereada, figurativamente hablando. El debería reconocer que ha sido
crucificado con Cristo.
VIII. Oración
A. Afirmación.
1. Es pecado ser negligentes en la oración. “Así que, lejos sea de mí que peque yo
contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y
recto.” (I Sam. 12:23).
2. Esta así señalado por Dios. “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se
os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se
le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis
dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos
dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mat. 7:7-11).
B. Delineación.
2. Jacob oró su primera oración personal (Gen. 32:9-12). Ver otras oraciones
personales (Deut. 26:1-16; Ex. 5:22).
C. Explicación.
2. Definición Escritural.
a. Como niño yendo al Padre. “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para
estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual
clamamos: ¡Abba, Padre!” (Rom. 8:15).
b. Como niño clamando al Padre. “El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué
quieres que yo haga?” (Hechos 9:6).
c. Como niño deseando estar con el Padre. “E invocó Jabes al Dios de Israel,
diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano
estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo
que pidió.” (I Cron. 4:10).
d. Como niño pidiendo al Padre. “Si el cielo se cerrare y no lloviere, por haber ellos
pecado contra ti, y te rogaren en este lugar y confesaren tu nombre, y se volvieren del
pecado, cuando los afligieres, tú oirás en los cielos, y perdonarás el pecado de tus
siervos y de tu pueblo Israel, enseñándoles el buen camino en que anden; y darás
lluvias sobre tu tierra, la cual diste a tu pueblo por heredad.” (I Reyes 8:35, 36).
e. Como un niño pidiendo intercesión del Padre. “Y cuando hubo tomado el libro, los
cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero;
todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los
santos;” (Ap. 5:8). Ver también Apocalipsis 8:34.
f. Como un niño esperando en silencio delante de Dios. “El deseo de los humildes
oíste, oh Jehová;
Tú dispones su corazón, y haces atento tu oído,” (Sal. 10:17).
D. Estimulo.
3. Las riquezas de las promesas de Dios para las oraciones de los creyentes.
5. La ayuda segura por el Espíritu Santo. “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en
nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el
Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” (Rom. 8:26).
7. El suplir sin limites de la Gracia en Cristo. “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os
falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.” (Fil. 4:19).
8. La posibilidad ilimitada de la fe. “Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le
es posible.” (Marcos 9:23).
9. La abundante habilidad de Dios. “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las
cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder
que actúa en nosotros, ” (Ef. 3:20).
E. Ilustración.
1. Abraham Intercediendo por Sodoma (Gen. 18:22, 23; 19:29).
6. Elías orando por fuego y agua (I Reyes 18:25-41; Santiago 5:17, 18).
16. Las oraciones de intercesión de Pablo por los santos (Ef. 1:15-23; 3:14-21; Col.
1:9-14).
17. La oración del malhechor por perdón (Lucas 23: 42, 43).
F. Regulación.
2. La hora para orar. Muchos poemas se han escrito sugiriendo la hora para orar.
Sabemos que el cristiano debería seleccionar una hora que le sea la mas conveniente
para estar a solas con el Señor. Otra vez aquí no hay ninguna regulación estipulada.
Veamos los siguientes ejemplos:
a. Daniel: tres veces al día. “Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado,
entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se
arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía
hacer antes.” (Dan. 6:10).
b. Cristo: temprano en la mañana. “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy
oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba.” (Marcos 1:35).
c. Pedro y Juan: a la hora de la oración (3 P.M.). “Pedro y Juan subían juntos al
templo a la hora novena, la de la oración.” (Hechos 3:1).
3. El lugar para orar. Cual es el lugar donde Dios se encuentra con el hombre hoy en
dia? Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en
Jerusalén adoraréis al Padre. . . . Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales
adoradores busca que le adoren.” (Juan 4:21, 23). Aquí también vemos que no hay
ningún mandamiento definido, no se especifica ningún lugar para orar.
a. Cristo en el jardín: “Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama
Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro.” (Mat.
26:36).
b. Cristo en el campo. “Entonces mandó a la gente recostarse sobre la hierba; y
tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y
partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud.” (Mat. 14:19).
c. Cristo en la montaña. “En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche
orando a Dios.” (Lucas 6:12).
d. Pablo en un barco en el medio de la tormenta (Hechos 27). ¿Cuál es el lugar
donde los cristianos deberían orar? Cristo dijo, “Mas tú, cuando ores, entra en tu
aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en
lo secreto te recompensará en público.” (Mat. 6:6). El aposento es cualquier lugar
donde el creyente puede aislarse del mundo exterior. Ya sea sobre un bus, caminando
por la calle, o en una habitación cerrada. Es un lugar donde el y Dios puedan estar
juntos en privado.
G. Condiciones.
¿Qué deberíamos hacer para que nuestras oraciones sean contestadas? El cristiano es
alguien que pide para recibir. Las siguientes verdades garantizan las respuestas de
oración.
5. Fe. “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y
os vendrá.” (Marcos 11:24).
6. Sumisión. “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa
conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa
que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.” (I Juan
5:14, 15). Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra
acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los
cielos.” (Mat. 18:19).
H. Limitación.
1. Cuando hay profanación espiritual. Esto sucedió en la vida Esaú. “no sea que
haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su
primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue
desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con
lágrimas.” (Heb. 12:16, 17). Esaú menospreció las bendiciones que tenía por derecho
de nacimiento. Las vendió a bajo costo y las perdió para siempre. En la vida
cristiana, días perdidos y oportunidades perdidas se van. El ayer se fue para siempre.
2. Por penas judiciales. “Háblales, por tanto, y diles: Así ha dicho Jehová el Señor:
Cualquier hombre de la casa de Israel que hubiere puesto sus ídolos en su corazón, y
establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro, y viniere al profeta, yo
Jehová responderé al que viniere conforme a la multitud de sus ídolos,” (Ez. 14:4).
Ver también Deuteronomio 3:25-27; Jeremías 15:1.
3. Por fallas en el proceder. “Entonces Jehová dijo a Moisés: ¿Por qué clamas a mí?
Di a los hijos de Israel que marchen.” (Ex. 14:15). Estemos seguros de que hay un
tiempo para “detenerse y ver la salvación del Señor,” pero también hay un tiempo
para marchar.
4. Por insinceridad. “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman
el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los
hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.” (Mat. 6:5).
5. Por motivaciones carnales. “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en
vuestros deleites.” (Sant. 4:3).
6. Por incredulidad. “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es
semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a
otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor.” (Sant. 1:6,
7).
8. Por fallas al pedir. “no tenéis lo que deseáis, porque no pedís.” (Sant. 4:2c).
Algunos encuentran un conflicto entre este versículo y Mateo 6:8: “No os hagáis,
pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad,
antes que vosotros le pidáis.” Cuestionan que si el Padre sabe lo que necesitamos,
¿por qué habríamos de orar y pedir? Esto ha frustrado la vida de oración de muchos
cristianos. No debería ser así. Es cierto que nuestro Padre sabe todo lo que
necesitamos; si no lo supiese no sería Dios. Su conocimiento, no obstante, no es
garantía de que ya tengamos las cosas necesarias: “no tenéis, porque no pedís.”
Cierto, el Padre sabe lo que necesitamos, pero no obstante nosotros debemos orar por
eso. Sin embargo somos advertidos, que nosotros no podemos engañar a Dios y pedir
por cosas que no necesitamos.
I. Mediación.
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo
hombre,” (I Tim. 2:5). “en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por
medio de la fe en él; ” (Ef. 3:12). Ver también Juan 16:24-26, “porque por medio de
él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.” (Ef. 2:18).
Esta es la formula escritural para presentar nuestras oraciones: al Padre, a través del
Hijo, y por el Espíritu.
1. Adoración.
2. Acciones de gracias.
3. Confesión.
4. Súplica.
5. Intercesión.
Eclesiología
Índice
1 Dificultades actuales de la Iglesia
2 Principios sociológicos y teológicos para comprender la Iglesia
3 Fundamentos bíblicos de la Iglesia
4 Los tres milenios eclesiológicos
4.1 Primer milenio: Iglesia, misterio de comunión
4.2 Segundo milenio: Iglesia de Cristiandad
4.3 Tercer milenio: Iglesia que vuelve a sus orígenes y se abre a los signos de los
tiempos
5 Líneas de fuerza de la eclesiología
6 Retos para la Iglesia de futuro
7 Referencias bibliográficas
Antes de comenzar a reflexionar sobre la matriz eclesiológica quisiéramos afirmar,
para ser honestos, que nuestro horizonte eclesiológico es abierto, aunque presenta la
eclesiología desde la perspectiva católica, la cual podrá ser enriquecida
ecuménicamente por otros abordajes eclesiologicos protestantes, anglicanos y
ortodoxos.
1 Dificultades actuales de la la Iglesia
Al entusiasmo eclesial del siglo XIX (Vaticano I) y de comienzos del XX que
culminó en el concilio eclesiológico del Vaticano II, ha sucedido un tiempo de crisis
eclesial, expresado en formulaciones tales como “Cristo sí, Iglesia no”, “creencia sin
pertenencia eclesial”, “espiritualidad sí, pero institución no”, “cristianos del atrio”,
“invierno eclesial”, “todas las religiones son iguales” etc…
Los motivos son numerosos y variados: escándalos sexuales de ministros de la Iglesia
y escándalos económicos de las finanzas vaticanas, poco respeto a los derechos
humanos dentro de la Iglesia, estrechez de miras del magisterio moral, patriarcalismo,
autoritarismo y centralismo jerárquico, alianza de la Iglesia con los poderosos, etc. En
todos estos casos se identifica a la Iglesia con la jerarquía (Papa, curia vaticana,
obispos, presbíteros), aunque no está conformada solo por la jerarquía, ni es el Reino
de Dios, ni puede sustituir a Jesucristo que es “el camino, la verdad y la vida” (Jn
14,6). Tampoco la Iglesia tiene la exclusividad del Espíritu, ya éste también actúa
fuera de la Iglesia en las culturas y religiones. ¿Qué es, pues, la Iglesia?
2 Principios sociológicos y teológicos para comprender la Iglesia
Desde el punto de vista sociológico cualquier iniciativa personal, tanto de orden
político como cultural y religioso, no puede perdurar si no se institucionaliza,
necesitando para ello toda institución un centro de unidad y gobierno. El movimiento
emprendido por Jesús de Nazaret hubiera desaparecido sin una institucionalización
comunitaria, eclesial.
Pero teológicamente hay que ir más allá: Dios es un misterio de comunión, es una
comunidad Trinitaria y su proyecto de salvación (el Reino de Dios) es comunitario en
su contenido (filiación divina y fraternidad humana) y encarnatorio (se realiza en
Cristo). De esta manera, el designio divino se realiza en la historia suscitado por la
acción del Espíritu comunidades: el Israel del Antiguo o Primer Testamento, la
comunidad de Jesús y sus discípulos, la Iglesia comunidad visible y encarnada en la
historia de la humanidad. Su centro es el mandamiento del amor, el amor trinitario
que se abre y comunica a la humanidad.
La Iglesia no es una ideología, sino un hecho histórico. Por ello, no se puede
comprender la Iglesia sin recurrir a la historia de la Iglesia. Pero, además, la Iglesia no
es simplemente un problema sino un misterio al que solo podemos acceder desde la
fe. Y por ser un misterio ligado al misterio Trinitario (LG I), la Iglesia nunca puede
ser plenamente aprehendida ni definida. Así coexisten, tanto en la Escritura como en
la Tradición teológica, diversas reflexiones sobre la Iglesia (o eclesiologías) que no
son excluyentes ni contradictorias, sino que se complementan y enriquecen
mutuamente. Por esta misma razón, intentaremos acercanos metodológicamente a la
Iglesia desde sus diversos momentos históricos, desde las diversas eclesiologías que
han ido apareciend. No solo desde las eclesiologías oficiales, sino también desde las
eclesiologías que han surgido desde la base de Pueblo de Dios y más concretamente
desde América Latina.
3 Fundamentos bíblicos de la Iglesia
Sin entrar aquí en el problema de la relación de la Iglesia de Jesús con otras
religiones (cf matriz diálogo inter-religioso), podemos afirmar que la Iglesia cristiana
tiene una larga prehistoria en el Primer Testamento: del plan comunitario de salvación
de Dios que se recoge simbólicamente en los 11 primeros capítulos del Génesis
(comunidad interhumana, cósmica y religiosa) y que parece fracasar después de Babel
(Gn 11), Dios elige a Abrahán para que sea cabeza de un pueblo que le sirva con
fidelidad y practique la justicia, de modo que sea luz para todas las naciones (Gn 12,
1-3;18,18). Este pueblo, liberado por Dios a través de Moisés de la esclavitud de
Egipto (Ex 14), será el Pueblo de Dios con el cual Yahvé establecerá una estrecha
alianza (Ex 20). Pero el Pueblo de Dios que pasó de la época de la confederación
tribal a la monarquía, rompió muchas veces esta alianza, sobre todo en el tiempo de la
monarquía y, apesar de la voz crítica de los profetas, acabó en el exilio (Sal 137).
Yahvé lo salva de nuevo y del exilio surge un resto de Israel fiel a Dios, los pobres de
Yahvé (anawim), del cual brotarán Juan Bautista, María y Jesús. En el Antiguo
Testamento ya se prefigura y prepara la Iglesia del futuro (LG 2).
Jesús pertenece al pueblo de Israel y con su vida, muerte y resurrección abre un
horizonte nuevo; forma una comunidad de discípulos (Mc 3, 13-19 y paralelos) para
renovar Israel: los doce representan las doce tribus de Israel; luego de Pascua y
Pentecostés estos discípulos constituirán la base de la comunidad cristiana, es decir de
la Iglesia (cf matriz de cristología)
El Nuevo Testamento presupone la existencia de comunidades cristianas y recoge las
reflexiones y exhortaciones pastorales de los primeros testigos de Jesús en torno a las
diversas comunidades cristianas; el Nuevo Testamento se origina en la tradición viva
de la Iglesia que antecedió a los escritos. El Espíritu ilumina e inspira a los escritores
en función de la formación de la Iglesia. En el Nuevo Testamento no hay una
eclesiología sistemática, sino una pluralidad de vivencias pastorales y de reflexiones
eclesiológicas.
Para Pablo, la Iglesia es Pueblo de Dios (Rm 11), Cuerpo de Cristo (1 Cor 12,13) y
Templo del Espíritu (1 Cor 3, 16). Las Cartas pastorales, escritas en un momento
posterior, presentan a la Iglesia como Casa de Dios (1 Tm 3.5.15), la cual debe
mantener la fidelidad doctrinal y la estructura ministerial de gobierno. Las Cartas de
la cautividad ven a la Iglesia como Cabeza de Cristo (Col 1, 18) y Esposa del Señor
(Ef 5, 21-23). Lucas -en su evangelio- y sobre todo en los Hechos de los apóstoles,
nos presenta el tiempo de la Iglesia (Hch 1,8) que prosigue y lleva adelante el tiempo
de Jesús, bajo la fuerza del Espíritu. Para Mateo la Iglesia es el verdadero Israel (Mt
21, 33-46), dentro del cual Pedro es la roca y posee las llaves del Reino (Mt 16, 19).
La tradición joannea refleja una dimensión más personal de la fe como adhesión a
Cristo, pero no faltan imágenes con resonancia eclesial como el buen pastor (Jn 10), la
alegoría de la vid (Jn 15) y la parábola eclesial de la pesca milagrosa que culmina con
el encargo a Pedro de apacentar las ovejas (Jn 21). La 1ª Carta de Pedro se dirige a
una comunidad cristiana en situación de diáspora y la anima recordándole que es
Pueblo de Dios, linaje escogido y sacerdocio santo (1 Pe, 2,9-10). La Carta de
Santiago recalca la prioridad de los pobres en la Iglesia (Sant 2, 1-7). Hebreos
presenta a Jesús como el sacerdote fiel y compasivo que nos ha abierto la entrada al
santuario del cielo (Hb 9). Apocalipsis quiere consolar y animar a una Iglesia en
situación de persecución por el Imperio romano y ofrece imágenes femeninas de la
Iglesia: la mujer que vence al dragón (Apoc 12), la Esposa del Cordero (Apoc 19), la
Nueva Jerusalén (Apoc 21).
A través de estos diversos escritos aparecen los rasgos esenciales de la Iglesia del
Nuevo Testamento: una comunidad que vive una radical igualdad y fraternidad entre
todos sus miembros, con pluralidad de carismas y ministerios, uno de los cuales es el
de gobierno que vela por la unidad de fe y la comunión. Es una comunidad centrada
en Cristo y en el Espíritu, una comunidad encarnada en la historia que camina hacia el
Reino de Dios siguiendo el estilo pobre y sencillo de Jesús de Nazaret, una
comunidad en la que los pobres ocupan un lugar privilegiado, una comunidad que
anuncia la buena nueva del evangelio de Jesús, celebra la fracción del pan y sirve a
todo el mundo.
4 Los tres milenios eclesiológicos
No basta conocer la eclesiología bíblica, ni la Iglesia que Jesús quería, sino que
hemos de conocer cómo la Iglesia se ha ido desarrollando en la historia a través de los
siglos. Podemos distinguir tres milenios eclesiales y eclesiológicos.
4.1 Primer milenio: Iglesia misterio de comunión
Es el paso de la Iglesia apostólica a la Iglesia post-apostólica, cuando la experiencia
de Jesús se plasma en el Nuevo Testamento, la comunidad se organiza y se estructura
internamente (obispos, presbíteros, diáconos). Se abre a todos los pueblos y culturas,
reacciona y se defiende frente a las herejías trinitarias y cristológicas, padece
persecuciones y martirio. La misma que, sobre todo después de la paz constantiniana,
está dotada de grandes santos que a la vez son pensadores y escritores, los llamados
Padres de la Iglesia. Esta Iglesia posee un impulso que durará hasta el año mil.
Es una Iglesia que se concibe como misterio de comunión, comunión Trinitaria,
comunión eucarística, comunión fraterna y pastoral, comunión solidaria con los
pobres. La reflexión teológica, la eclesiología, es más vital, pastoral, bíblica y
litúrgica que sistemática. La Iglesia se introduce en el credo en el tercer artículo sobre
la fe en el Espíritu, para expresar que la Iglesia existe bajo la fuerza del Espíritu que la
santifica, unifica, la mantiene fiel a la tradición apostólica y abierta a la universalidad
católica: por esto se proclama una, santa, católica y apostólica.
Se desarrollan pastoralmente algunas imágenes de la Iglesia como la luna que brilla,
no con luz propia, sino por la luz del sol que es Jesús; la barca de Pedro que atraviesa
el mar del mundo guiada por el piloto que es Cristo y por la fuerza del Espíritu; la
Iglesia que es santa y pecadora, casta prostituta, nunca abandonada por el Espíritu. Es
una Iglesia que vive fuertemente la dimensión local, pero que reconoce la primacía en
la caridad de la Iglesia de Roma, una sede santificada por el martirio de Pedro y
Pablo. Es una Iglesia participativa y activa que intenta resolver las tensiones internas
con espíritu de diálogo y que hace de la eucaristía el lugar de comunión eclesial: la
Iglesia hace la eucaristía, la eucaristía hace la Iglesia.
4.2 Segundo milenio: Iglesia de Cristiandad.
Aunque la Cristiandad hunde sus raíces en tiempo de Constantino y Teodosio (s. IV),
no se consolida definitivamente hasta el siglo XI con la reforma de Gregorio VII
quien, para defender la libertad de la Iglesia frente a los señores feudales, centraliza la
Iglesia y refuerza la autoridad papal, en desmedro de las Iglesias locales y de la
participación comunitaria. Es una Iglesia fuertemente clerical, juridicista y
triunfalista. La eclesiología sistemática nace en el siglo XIV como defensa del poder
papal (el sol) frente al emperador (la luna).
En esta Iglesia comienza la división entre clero y laicos, la ruptura entre la Iglesia
occidental latina y la Iglesia oriental, entre la Iglesia romana y las Iglesias de la
Reforma, entre la Iglesia y la sociedad moderna ilustrada. Esta tendencia autoritaria y
cerrada al mundo secular aumenta después de la revolución francesa (s. XVIII), se
consolida en el concilio Vaticano I (s. XIX) y llegará a su cumbre con el pontificado
de Pío XII. Es ciertamente la Iglesia de las catedrales y de las sumas teológicas, una
Iglesia con grandes santos y santas, místicos y místicas, pero es también la Iglesia de
las cruzadas, de la inquisición, y de las guerras de religión entre cristianos.
En este segundo milenio no faltan movimientos proféticos que piden una vuelta a los
orígenes evangélicos: el monacato, los movimientos laicales de los siglos XI al XIII,
los mendicantes, la Reforma, los obispos y misioneros del siglo XVII defensores de
los indígenas en América Latina, la minoría teológica del Vaticano I que postulaba
una Iglesia más comunitaria, pneumatológica y trinitaria. A mitad del siglo XX surgen
en el contexto occidental europeo una serie de movimientos teológicos y pastorales
(movimiento bíblico, litúrgico, patrístico, ecuménico, social…) que se cristalizará en
el Vaticano II convocado por Juan XXIII; el Vaticano II representa un cambio de
modelo eclesial, es el fin de la Cristiandad, el paso a la Iglesia del Tercer milenio.
4.3. Tercer milenio: Iglesia que vuelve a sus orígenes y se abre a los signos de los
tiempos
El concilio Vaticano II (1962-1965) es un verdadero Pentecostés eclesial que
recupera la dimensión comunitaria de la Iglesia de comunión y dialoga con la
sociedad moderna. De Iglesia clerical pasa a ser Iglesia Pueblo de Dios (LG II); de
Iglesia juridicista pasa a ser Iglesia misterio y sacramento de unidad entre Dios y la
humanidad (LG I, 1, 9, 48); de Iglesia triunfalista pasa a ser una Iglesia que peregrina
hacia la escatología (LG VII). La eclesiología del concilio es una eclesiología de
comunión. Una serie de reformas conciliares configura un tiempo de primavera
eclesial que no duró mucho, pues los movimientos reaccionarios e integristas que
querían volver a la Iglesia de Cristiandad (como Lefèbvre) junto a la exageración de
algunos grupos extremistas, provocaron fuertes tensiones eclesiales y, desde Roma,
comienza un repliegue y freno del Vaticano II por miedo a las rupturas internas y,
sobre todo, por temor a que la Iglesia perdiese su identidad cristiana. Se inicia así un
largo invierno eclesial, una hermenéutica de la continuidad del Vaticano II, muy
alejada del aggiornamento o puesta al día que quería Juan XXIII y que se ha
mantenido vigente, sobre todo en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
El nombramiento de Francisco ha oxigenado el ambiente eclesial y hay síntomas de
una nueva primavera eclesial: se retoma el impulso del Vaticano II y se desea volver a
las actitudes evangélicas de los orígenes de la Iglesia.
No es casual que Francisco sea el primer Papa latinoamericano, ya que en América
Latina hubo una recepción creativa y evangélica del Vaticano II que se plasmó en la
escucha del clamor de los pobres (Medellín 1968), la opción por los pobres
(Puebla1979), la inculturación en las culturas indígenas y afroamericanas (Santo
Domingo 1992), el impulso hacia un discipulado misionero y a una Iglesia en estado
de misión (Aparecida 2007). En los años 60-80 surgió en América Latina la imagen
de Iglesia de los pobres, con obispos que fueron verdaderos Santos Padres de la
Iglesia de los pobres, comunidades eclesiales de base (CEBs), laicos comprometidos
en la justicia, mujeres defensoras de los derechos humanos, agentes pastorales y
movimientos apostólicos, la teología de la liberación y numerosos mártires… todo lo
cual recuerda los momentos de la Iglesia del Primer milenio. Estas corrientes
teológicas y pastorales se han abierto en las últimas décadas a nuevos sujetos y a
nuevos campos: a las mujeres, a los indígenas y afroamericanos, a los jóvenes, a las
nuevas identidades sexuales, a la ecología, a la religiosidad del pueblo, a la piedad y
mística popular, etc.
La eclesiología de América Latina ha historizado la salvación (liberación) y el pecado
(estructuras que matan) y ofrece una imagen de Iglesia de los pobres y diferentes, al
servicio de la vida, para que el pueblo tenga vida plena y en abundancia, comenzando
por lo mínimo que es el pan de cada día.
5 Líneas de fuerza de la eclesiología
Esta diversidad de imágenes y reflexiones eclesiales tienen el riesgo de llevarnos a
una dispersión y relativismo eclesiológico, si no intentamos establecer los principios
estructuradores de la Iglesia y de la eclesiología.
Podemos afirmar claramente que los principios estructuradores de la Iglesia son
trinitarios, la Iglesia es Ecclesia de Trinitate, pero esta Trinidad se manifiesta ad extra
en las dos misiones trinitarias que constituyen el principio cristológico y el principio
pneumatológico o del Espíritu.
Principio cristológico: la Iglesia es la Iglesia de Jesús, preparada y prefigurada
proféticamente en el Antiguo Testamento, centrada en Jesús de Nazaret, Hijo de Dios
y Palabra encarnada, enviado por el Padre para realizar su proyecto de filiación y
fraternidad universal, el Reino de Dios. La vida de Jesús de Nazaret, sus opciones, su
cruz y su resurrección revelan y hacen presente el proyecto del Padre. Jesús no quería
fundar una comunidad separada de Israel, pero de hecho su comunidad de apóstoles y
discípulos después de la Pascua, será el núcleo de la Iglesia futura de la cual Jesús es
fundamento y piedra angular. La Iglesia es el cuerpo comunitario de Jesús en la
historia, hasta que llegue su segunda venida en la Parusía. Jesús es la riqueza, la
belleza y la luz de la Iglesia, sin Él la Iglesia es estéril y miserable, la Iglesia no
significa nada si no es testimonio y sacramento de Jesús.
Principio pneumatológico: la Iglesia no nace en Belén o Nazaret sino en la Pascua
con la efusión del Espíritu Santo que es el que preparó la venida de Jesús, lo ungió en
el bautismo, lo guió en su vida y lo resucitó de entre los muertos. Ese mismo Espíritu
hace nacer la Iglesia y la guía a través de la historia, la santifica, vivifica y rejuvenece
continuamente con los sacramentos y con diversos carismas y dones (LG 12) para que
realice el proyecto del Padre inaugurado por Jesús (LG 4). Sin Espíritu la Iglesia se
reduciría a una simple organización humanitaria y social que hace propaganda del
evangelio. Con Espíritu, la Iglesia es la comunión trinitaria. Su misión es un
Pentecostés continuado. Pero el Espíritu actúa más allá de la Iglesia católica y de las
Iglesias cristianas y hace que la salvación llegue a todos los que, por caminos
misteriosos para nosotros, se pueden asociar al misterio pascual (GS 22).
No hay una Iglesia sin Espíritu (tentación del cristomonismo o de solo Cristo) ni un
Espíritu sin Jesús (espiritualismo, iluminismo, gnosticismo, new age…). El Hijo
encarnado en Jesús y el Espíritu son los dos brazos del Padre que desde la creación
acompañan y guían a toda la humanidad (Ireneo[1]). La Iglesia es ícono de la
Trinidad.
Esta Iglesia se manifiesta como anuncio y testimonio del evangelio (kerigma y
martirio), celebración eucarística y sacramental (liturgia), servicio al mundo, sobre
todo a los pobres (diaconía) y todo ello en comunidad y comunión (koinonía).
Desde el Vaticano II la Iglesia puede ser definida como sacramento[2], es decir signo
e instrumento de la unión con Dios y con la humanidad (LG 1; 9; 48), no es una
simple institución jerárquica, pero tampoco un entusiasmo sin mediación sacramental.
No es el Reino, sino semilla del Reino (LG 5). Es sacramento histórico de liberación
(teología de la liberación), ha sido convocada por el Padre para hacer memoria y
seguir el camino de Jesús hacia el Reino, por la fuerza del Espíritu. Su ícono es la
figura de María, tipo y modelo de la Iglesia (LG VIII). En el fondo se retoman las
imágenes paulinas y trinitarias de la Iglesia: Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo,
Templo del Espíritu.
6 Retos de la Iglesia de cara al futuro
Son muchos los retos actuales de la Iglesia de cara al futuro. En general, se puede
decir que el desafío mayor es llevar a término lo que el Concilio Vaticano II propuso y
no se ha podido realizar todavía, por ejemplo potenciar la colegialidad episcopal y las
Iglesias locales, el desarrollo del laicado, respetar la legítima autonomía de la
creación… Pero hay otros temas que el concilio no abordó y que deben ser
gestionados hoy: reforma del Papado y de la curia, promover la ordenación de
hombres casados (viri probati), revisar el papel de la mujer en la Iglesia, repensar la
moral y pastoral sexual y matrimonial, dialogar con los teólogos y teólogas, asumir el
desafío ecológico…
Más aún, en el momento de cambio epocal y axial como el que vivimos, la Iglesia
debe iniciar al misterio de Dios (mistagogía) y dialogar con todas la religiones para
buscar conjuntamente la justicia, la paz y la integridad de la creación.
Pero podemos afirmar que todos estos cambios estructurales, por más necesarios que
sean, son insuficientes y a la larga inviables si la Iglesia como Pueblo de Dios no
vuelve de nuevo al evangelio de Jesús de Nazaret y se deja guiar por el Espíritu del
Señor. Los cambios en la Iglesia y en la sociedad ordinariamente vienen de abajo. El
Espíritu del Señor actúa desde abajo. De una Iglesia convertida al evangelio podrá
nacer una Iglesia sencilla, pobre y de los pobres, sincera, acogedora, que promueva el
diálogo, la cercanía y la ternura, que sienta la alegría de conocer, vivir y anunciar el
evangelio, una Iglesia que testimonie al mundo el amor y la misericordia del Padre,
que suscite esperanza, una Iglesia preocupada, ante todo, por el dolor y sufrimiento
humano, que denuncie la idolatría del dinero y las estructuras económicas que
excluyen y matan al pueblo, una Iglesia que salga a la calle, vaya a las fronteras y a
los márgenes sociales y existenciales, que respete a los que piensan diferente y no los
juzgue, una Iglesia que sea casa y hogar de puertas abiertas y no quiera reconquistar el
poder y prestigio perdido ni volver a una nueva Cristiandad, sino ser levadura y
fermento en un mundo pluralista ¿No es ésta la imagen de Iglesia que promueve el
Papa Francisco? A todos los bautizados nos corresponde ser audaces y creativos para
ir configurando una Iglesia fiel a sus orígenes y que discierna los nuevos signos de los
tiempos.
Concluyamos con una definición de Iglesia de Juan Crisóstomo que puede resumir
todo cuanto hemos expuesto: “Sínodo es el nombre de la Iglesia”,[3] es decir una
comunidad que unida por el Espíritu del Señor camina con toda la humanidad hacia el
Reino de Dios, dando testimonio del evangelio de Jesús de Nazaret.
Escatología
En esta voz estudiamos la cuestión del final de la historia humana y del mundo físico
en la perspectiva teológica cristiana y en sus relaciones con los conocimientos
científicos cosmológicos acerca del último destino del cosmos.
Contenido [ocultar]
1 Introducción
2 La escatología cristiana a la luz de la filosofía
2.1 Perspectiva antropológica: miedo a la parusía, contrapuesto a la esperanza
2.2 Aspectos filosóficos de la parusía
3 Escatología teológica y visión científica del destino del universo
3.1 Un mundo en devenir destinado a su disolución
3.2 Perplejidades ante el final catastrófico
3.3 Posibilidades del universo terminal
3.4 Reflexiones filosóficas acerca del fin del cosmos
3.5 Relación entre el destino físico del cosmos y la escatología cristiana
4 La perspectiva teológica del fin del mundo
4.1 Renovación del cosmos y de la materia
4.2 Destrucción del universo actual
4.3 El “nuevo mundo” en la Sagrada Escritura
5 La renovación del cosmos como evento teológico
5.1 Papel de Dios en la renovación cósmica
5.2 Naturalismo y sobrenaturalismo
5.3 El Cristo cósmico
5.4 Cristo situado entre la creación y la consumación
5.5 El universo creado para Cristo
5.6 El universo hecho en el Verbo
5.7 Recapitulación
6 Tareas temporales y dimensión escatológica
7 Reflexión final
8 Notas
9 Bibliografía
10 Cómo Citar
11 Derechos de autor
1. Introducción ↑
Los temas del fin del mundo en la visión teológica y su relación con la cosmología
científica pueden relacionarse, pues el final de la historia en la concepción cristiana –
juicio final, resurrección de los muertos, etapa definitiva de vida eterna– comporta
una transformación profunda del mismo cosmos material, cosa que parece suponer
también una conmoción de las estructuras materiales del universo (Mt 24, 29; Mc 13,
24; Lc 21, 25), es decir, una renovación del cosmos.
Algunos autores prefieren traducir parusía como vuelta de Cristo. Esto no es del todo
exacto, porque Cristo, aunque haya resucitado y esté sentado a la derecha del Padre,
en ningún momento ha dejado el mundo que creó y redimió con el fin de volver a él
más adelante. Él sigue estando plenamente presente, aunque oculto, en la Iglesia y la
Sagrada Eucaristía y por eso vive entre todas las creaturas. Cuando se encarnó y vivió
entre nosotros, y ahora en la vida de la Iglesia, la presencia y el actuar del Señor entre
los hombres son discretos, escondidos, pacientes y silenciosos. Con la parusía o
“segunda venida”, sin embargo, la presencia y la acción de Cristo entre los hombres
serán decisivas, innegables, públicas y definitivas para la humanidad entera y para
todo el mundo creado.
En suma, el hecho de percibir el fin del mundo con miedo y no con esperanza
contribuyó a disminuir el aprecio de los creyentes por el peso teológico decisivo y
positivo de la parusía. Pero antropológica y teológicamente hablando el miedo no es
un parámetro adecuado para el creyente cristiano, porque “el que teme”, dice san
Juan, “no es perfecto en el amor” (1 Jn 4, 18)1. Además hay otros factores de tipo
filosófico que contribuyeron a disminuir la fe en la parusía.
¿Qué se puede decir de la posición de Hegel? Sin duda él se oponía al enfoque algo
individualista y privado de la salvación escatológica a la que nos referíamos
anteriormente. Quiso recuperar la dimensión histórica, colectiva, pública, terrena y
global de la acción reconciliadora de Dios en el mundo por medio de Cristo.
El precio pagado por Hegel, sin embargo, es alto, porque en cualquier escatología “de
este mundo” la actualización o reconciliación de la colectividad –de la “humanidad”
en su conjunto– se obtiene a expensas de la persona individual. En el fondo hay como
una vuelta a la idea pagana del final ineluctable, al que según Hegel todos los
hombres están destinados como instrumentos pasajeros del hacerse en el mundo del
Espíritu absoluto, que es un Espíritu del mundo (Weltgeist).
Esta visión, opuesta a la antigua concepción estática del universo, recibió un respaldo
definitivo con la astrofísica moderna –nacimiento, formación y muerte de las
estrellas– y con la teoría del Big Bang, interpretada a la luz de la física de la
relatividad general (el universo en el que vivimos está en expansión). A este se añade
que el segundo principio de la termodinámica –aumento de entropía en los sistemas
físicos que no reciben aportes energéticos de fuera, como sucede en el universo–
introducía no sólo una visión histórica de la naturaleza, sino que predecía un futuro
cósmico de progresiva desintegración de sus estructuras (muerte térmica del universo)
(Wehrt 1974; Harrison 2000; O’Callaghan 2001; Ellis 2002; Castagnino y Sanguineti
2006; Islam 2009).
La sorpresa ante este futuro puede notarse en las siguientes palabras del astrofísico
Arnold Benz: “todos los pronósticos relativos al futuro, sea sobre seres vivientes,
planetas, estrellas, galaxias o el universo, prevén en última instancia una
desintegración. El Sol se enfriará, la tierra se perderá en el espacio, e incluso la
materia del universo decaerá radioactivamente. Cierto que puede pensarse que
también en el futuro nacerá algo diverso, que sea tan nuevo como lo fue la vida sobre
la tierra hace 4 mil millones de años. Pero este tipo de novedad no es previsible,
porque los desarrollos globales son lineales y caóticos. No existe ninguna esperanza
demostrable de modo científico natural” (Benz 2000, 162; cursiva del autor).
Dicho de un modo más cáustico por el físico Peter Atkins: “Todo el mundo sabe por
qué las cosas cambian: las cosas tienden a lo peor. Los científicos expresan este hecho
de un modo diverso, menos emotivo y más preciso, apto para hacerlo cuantitativo,
diciendo que ‘las cosas tienden a dispersarse’ (...) Es especialmente importante notar
que esta dispersión caótica de moléculas es sin finalidad, es decir, nada se dirige hacia
una especial dirección” (Atkins 1986, 83; cursiva del autor).
Una observación en el mismo tono es la conocida frase del premio Nobel de física
Steven Weinberg al final de su obra Los tres primeros minutos: “Es todavía más difícil
darse cuenta de que el universo actual se ha desarrollado a partir de condiciones
inexplicablemente extrañas y que sobre su futuro pesa una extinción caracterizada por
un hielo infinito o por un calor insoportable. Cuando más comprensible se nos aparece
el universo, tanto más se nos muestra como sin finalidad (pointless)” (Weinberg 1977,
144).
En este mismo sentido, narra Paul Davies que “Bertrand Russell, profundamente
deprimido por las consecuencias del segundo principio de la termodinámica, escribió
en términos angustiosos que, ya que el sistema solar está destinado a perecer, la
existencia humana es inútil e incluso absurda. Esta convicción contribuyó ciertamente
a su ateísmo” (Davies 1994, 102-3). Su comentario conclusivo es el siguiente: “lo que
induce a muchas personas a pensar que nuestra existencia carece de significado no es
la duración efectiva del tiempo, sino la idea de que, tarde o temprano, el universo se
volverá inhabitable” (Davies 1994, 103).
Ante este panorama “escatológico” físico surgen dos posibles planteamientos. Uno,
filosófico-científico y sin ninguna referencia a Dios, intenta encontrar algún sentido a
este destino, sobre todo respecto al hombre, o al menos buscando las posibilidades de
que en el universo pudiera seguir subsistiendo alguna forma de vida inteligente, algo
que se supone tendría más valor que la mera existencia de partículas inanimadas y
desordenadas. En otros casos, los autores no creyentes aceptan sin más el destino de
destrucción, por lo que suelen adoptar una actitud de desesperanza y nihilismo.
Efectivamente, un universo en el que al final todo muere parece un sin sentido, como
vimos en las citas consignadas arriba. El segundo planteamiento es el de los que
relacionan el escenario cosmológico final con Dios, concretamente con la escatología
cristiana.
A. Universo cíclico. Como hemos visto, era ésta la visión corriente de las cosmologías
precristianas (Eliade 1999). Modernamente fue repropuesta a nivel ideal por la
conocida tesis de Nietzsche del eterno retorno. En el campo cosmológico, en la
segunda mitad del siglo pasado algunos autores formularon la hipótesis de una posible
serie de ciclos sucesivos de expansiones y contracciones del universo. Actualmente
existen algunos nuevos modelos de universos cíclicos, si bien son especulativos, es
decir, no cuentan con una base empírica (Steinhardt y Turok 2007). Los ciclos pueden
tener una duración enorme, pero no implican necesariamente que su número sea
infinito.
El orden temporal estático, sin un verdadero pasado y presente, es tal que cualquier
momento del mismo podría considerarse como eterno, o como “eternamente situado”
en una serie temporal. Los filósofos, siguiendo una denominación propuesta por John
Ellis McTaggart, suelen llamar a este tiempo una serie temporal B, mientras que la
serie temporal A es la que contiene un pasado realmente distinto del futuro. El
universo considerado de este modo (block universe) es completamente atemporal.
Algunos autores “superan” el problema del destino último del cosmos, así como el del
inicio, negando la realidad del tiempo como dirección pasado-futuro o tiempo A
(McTaggart 1908, Barbour 1999). Esta posición “parmenídea” puede valer, como
sugerimos arriba, para el nivel abstracto en que se coloca la física teórica. Si se
tomara como algo real y absoluto, haría irrelevantes todas las experiencias humanas,
es decir, eliminaría la historia. Consideramos que esta postura confunde las
abstracciones ideales del pensamiento con la realidad ontológica, una tentación
frecuente en el idealismo.
En esta línea, cabe pensar que se podría intentar transmitir algo de nuestros hallazgos
a esos otros hipotéticos seres inteligentes, como especula el físico Andrei Linde: “La
única posible estrategia de supervivencia que vemos en este momento es viajar desde
los viejos dominios a otros nuevos, desplazándonos hacia las regiones inflacionarias
que se autoregeneran [se refiere a viajes hipotéticos a otros universos; sin embargo, si
esto no fuera posible...] podemos intentar enviar alguna información sobre nosotros,
sobre nuestra vida y nuestros conocimientos (...) En este caso tendríamos el
pensamiento consolador, aunque nuestra vida tenga que desaparecer en esta parte del
universo, de tener algunos herederos, y en este sentido nuestra existencia no será
completamente sin sentido” (Linde 1989, 353). Está presente en esta frase el deseo de
eternizarnos de alguna manera, pensando en futuribles utópicos que, de todos modos,
aunque fueran reales, no servirían para dar sentido a nuestras vidas. La hipotética vida
en otros universos sería siempre física y temporal, sometida a la caducidad y a las
limitaciones propias de la realidad material.
Poca gente cree y espera realmente en la especulación del futuro cósmico de plenitud.
Se trata de una propuesta de “paraíso cósmico” que se coloca en la misma línea de la
proyección de un futuro definitivo de perfección inmanente al cosmos tal como fue
pensado por Hegel y Marx, aunque esta vez el dominio completo sobre la materia está
pensado en términos tecnológicos e informáticos. El perfeccionamiento último no es,
pues, moral ni religioso, sino que se coloca en el plano del control tecnológico, cosa
que en una perspectiva antropológica lo empobrece. La escatología cristiana prevé
ciertamente un cosmos material plenamente sometido al espíritu, pero no como fruto
de avances tecnológicos, ni como simple resultado de procesos evolutivos biológicos,
sino como obra del poder de Dios.
Sin embargo, estas dos últimas posibilidades no alteran el problema antropológico que
se plantea si la especie humana está llamada a desaparecer a causa del proceso
cósmico del devenir. Por otra parte, se ha de notar que es lógico que las previsiones
científicas se refieran a eventos futuros repetitivos –cíclicos– o bien destructivos,
porque ninguna ley física permite prever la emergencia de novedades cualitativas, así
como desde la base de un puro conocimiento del mundo inanimado nunca habría
podido predecirse el surgimiento de la vida y mucho menos el de la vida animal y la
especie humana.
El cuadro de destrucción del orden del cosmos parece un sin-sentido o un evento anti-
finalístico. Sin embargo, este cuadro demuestra las características propias del devenir
de las cosas mudables y temporales, que nacen y perecen. Una lección que de aquí
podría sacarse, semejante a la que podemos obtener de la muerte humana, es que en el
mundo físico, sin más y tal como lo conocemos, no es posible lograr una plenitud o la
culminación de un orden. Cualquier cosa que se logra en el mundo físico, como tal,
puede perecer, y de hecho perece. Y es éste precisamente el problema antropológico y
también, de alguna manera, ontológico o metafísico. Si nada es eterno, o si lo único
eterno son las partículas elementales, es decir, la pura materialidad, nada parece tener
sentido. Si todo acaba así, la vida del hombre, individual y colectivamente, está
abocada a la desesperación y al absurdo. Pero todo cambia si se abre la perspectiva
teológica.
Muchos autores intentan buscar aspectos del cosmos evolutivo, tal como lo
conocemos, que puedan relacionarse con la escatología cristiana (Russell 2002;
Russell 2008; Stoeger 2009). De todos modos, ningún modelo cosmológico terminal
es incompatible con la parusía, siempre que tal modelo no se tome de modo cerrado,
es decir, como excluyendo una intervención futura de Dios sobre el estado del mundo.
El universo del mañana podrá evolucionar de muchas maneras, pero esto no impide
que Dios pueda intervenir sobre él para otorgarle un nuevo estatuto físico que sea
congruente con la resurrección de los muertos y con la glorificación corpórea de los
bienaventurados. Es más, la realidad de una nueva creación glorificada, aunque no
podamos imaginarla en sus detalles, aparece coherente con el universo en que
vivimos, que tan sólo sería rescatado de su condición de corrupción y sería, en
cambio, elevado a un orden nuevo correspondiente a la condición gloriosa del cuerpo
de los que fueron fieles a los planes divinos de amor y de misericordia (Conway
Morris 2002; Ward 2002; O’Callaghan 2012, 105-151).
La mayor parte de los estudios sobre la relación entre el futuro físico del cosmos y la
escatología cristiana se centra en el tema del tiempo y su vínculo con la eternidad.
Vivimos en un mundo temporal, en una estructura cósmica espacio-temporal que,
como señala la cita anterior, un día terminará. El futuro escatológico, por tanto, no
debe imaginarse en términos simplemente temporales (Gingerich 2002). El evento
escatológico supone el ingreso del cosmos renovado en una dimensión de eternidad
que no podemos imaginar. No se trata exactamente de la eternidad de Dios mismo
(Galván 2001). Hablando de la eternidad escatológica que espera al hombre,
Benedicto XVI en la encíclica Spe salvi señala (Benedicto XVI 2007): “Podemos (…)
tratar de salir con nuestro pensamiento de la temporalidad a la que estamos sujetos y
augurar de algún modo que la eternidad no sea un continuo sucederse de días del
calendario, sino como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos
abraza y nosotros abrazamos la totalidad. Sería el momento del sumergirse en el
océano del amor infinito, en el cual el tiempo –el antes y el después– ya no existe” (n.
12).
Siendo material la nueva creación, puede decirse que en ella existirá la dimensión
temporal, pero transformada y asimilada a la eternidad (Polkinghorne 2005;
Sanguineti 2006, 188). Ya varios Padres de la Iglesia –Ireneo y Gregorio de Nisa–
hablaron de una especial temporalidad en la que vive y crece el justo (O’Callaghan
2012, 226). En la misma naturaleza viviente y en el hombre observamos formas más
altas de temporalidad que superan la corrupción y que no significan sin más una mera
prolongación del tiempo cronométrico. La temporalidad integrada y unificada por su
participación en la eternidad de Dios supone una victoria sobre la temporalidad
dispersiva del puro devenir (Maldamé 1993, 255-59).
Sean como sean los aspectos concretos del cosmos físico glorificado, lo esencial es
que será un cosmos en plena armonía con la vida personal de la comunidad de los
bienaventurados. “La enseñanza cristiana acerca de la vuelta de Cristo en la gloria
para traer el reino de Dios en su plenitud debe verse, por tanto, en un contexto
plenamente cósmico. No es cuestión de que Jesús vaya a venir a este planeta desde las
nubes. Es cuestión de que la entera creación encontrará un cumplimiento en una
forma transfigurada de vida personal” (Ward 2002, 247).
Walter Kasper lo explica así: “La fidelidad de Dios no sólo se refiere a la historia de la
salvación, sino también a la existencia permanente de los órdenes de la naturaleza,
que una y otra vez producen asombro en el observador y alabanza del Creador para el
piadoso. Ambos aspectos, la contingencia histórica y el orden duradero, se conectaban
entre sí en los últimos libros del Antiguo Testamento y en los primeros de la
apocalíptica judía. El Apocalipsis incluye la naturaleza y sus órdenes dentro del plan
salvífico-histórico de Dios” (Kasper 1988, 282). Escribe por su parte Leo Scheffczyk:
“En la transformación del cosmos los hombres reconocerán el secreto de la
conformidad con Cristo presente en el mundo material, y en todo lo que lo constituye”
(Scheffczyk 1966, 180).
Es cierto, de todos modos, que la Escritura plantea una discontinuidad entre el cosmos
presente y el mundo futuro glorificado (Rom 8, 19-21; 2 Pt 3, 10-13; Ap 21, 1-2).
Pero no se trata de una eliminación total, pues se daría una continuidad entre ambos
órdenes. Al destacar la continuidad entre la creación y la salvación, frente al
gnosticismo de Marción, Tertuliano observaba con agudeza que “Dios es juez porque
es Señor, y es Señor porque es Creador, y es Creador porque es Dios” (De
resurrectione, 14, 6; Tertuliano 2004). Parece menos adecuado considerar el juicio y la
consumación final sin más en términos de una intrusión violenta por parte de Dios,
extrínseca y del todo inesperada. El Dios que juzga es al mismo tiempo el único
Creador y Señor del universo y de todo lo que contiene. Es Quien es fiel a la Alianza.
La intervención final de Dios acontecerá cuando lo disponga su Sabiduría y
corresponde plenamente al dominio del Creador sobre la naturaleza y sus leyes.
Asimismo, el Apocalipsis delinea una renovación del cosmos por obra del poder
misericordioso de Dios, incluyendo una paráfrasis de Isaías 65, 17 ss., ya citado. Dice
el vidente: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera
tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Vi también la ciudad santa, la nueva
Jerusalén, que bajaba del cielo de parte de Dios, ataviada como una novia que se
engalana para su esposo. Y oí una fuerte voz procedente del trono que decía: ‘Ésta es
la morada de Dios con los hombres: Habitará con ellos y ellos serán su pueblo, y
Dios, habitando realmente en medio de ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de
sus ojos; y no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior
ya pasó’” (Ap 21, 1-4).
Uno de los textos más claros de la Biblia al respecto se encuentra en la segunda carta
de Pedro (3, 10-14), donde se describe la destrucción del mundo y su reemplazo por
una nueva creación. “Como un ladrón llegará el día del Señor. Entonces los cielos se
desharán con estrépito, los elementos se disolverán abrasados, y lo mismo la tierra
con lo que hay en ella (…) Los cielos se disolverán ardiendo y los elementos se
derretirán abrasados” (vv. 10, 12). Se exhorta a los creyentes a la vigilancia: “Si todas
estas cosas se van a destruir de ese modo, ¡cuánto más debéis llevar vosotros una
conducta santa y piadosa, mientras aguardáis y apresuráis la venida del día de Dios!”
(vv. 11-12). A pesar de ello, “nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos
nuevos y una tierra nueva, en los que habita la justicia” (v. 13). De nuevo se exhorta a
los fieles: “Por lo tanto, queridísimos, a la espera de estos acontecimientos, esmeraos
para que él os encuentre en paz, inmaculados e intachables” (v. 14).
El texto señala que el mundo tal como lo conocemos será destruido y recreado de
nuevo por el poder de Dios. Por esta razón se anima a los creyentes a vivir
virtuosamente y en vigilancia, con el fin de entrar en el reino de Dios cuando éste
llegue en plenitud. El mensaje es espiritual y ético, pero la base es la promesa de una
renovación cósmica de todo el universo.
Una visión ética o religiosa que no conceda importancia a la materia se pone fuera de
la realidad y resulta poco creíble. El desarrollo de la antropología filosófica
contemporánea se basa, en gran medida, en los estudios relativos a la fenomenología
del cuerpo humano (Bruaire 1968; Merleau-Ponty 1978; Henry 2000). Esta
concepción se opone al predominio de antropologías y psicologías espiritualistas, con
frecuencia deudoras del cartesianismo, que no tienen en cuenta la naturaleza
psicosomática del hombre (O’Callaghan 2002). La misma visión de Tipler,
mencionada arriba, resulta dualista, porque el control del cosmos se consigue sólo a
través de la tecnología informática y por tanto no se distingue cualitativamente de la
producción de un robot inteligente. La resurrección es concebida aquí en términos
bioinformáticos.
La obra de salvación realizada por Cristo, en esta línea, lleva consigo no sólo el lado
negativo de la superación del pecado y la muerte, derivados de la desobediencia
primordial del hombre, sino también un aspecto positivo central, en el que el cosmos
creado por Dios progresa y se desarrolla bajo el poder divino hacia su definitiva
plenitud de gloria. Así, la resurrección de Cristo de entre los muertos –y nuestra
resurrección prometida en virtud de Cristo resucitado– no es sólo signo tangible y
gozoso del amor del Padre hacia su Hijo, por haber sido “obediente hasta la muerte y
muerte de cruz” (Fil 2, 7), y signo también de la promesa del perdón divino para los
hombres. Además constituye la afirmación divina del valor supremo y perpetuo del
universo creado, del deseo de Dios de expresar su soberanía sobre la creación no
destruyendo o humillando la materia, sino mediante la adopción y confirmación de su
realidad, elevando así todo lo creado en Cristo hacia una plenitud de gloria y
esplendor (O’Callaghan, 2013, 316-52).
Es bien conocido, sin embargo, que el evangelista Juan presenta la creación del
mundo como operada por medio del Lógos o Palabra de Dios (Jn 1, 3). El Lógos
juanino contiene reminiscencias platónicas y estoicas, presentes concretamente en el
Lógos de Filón de Alejandría. Con esto se acentúa su función de principio de la
racionalidad intrínseca del universo y de la misma razón humana, salvando la infinita
distancia entre lo increado de Dios y el carácter creado del mundo (el carácter
inspirado de la Escritura no es obstáculo, por otra parte, para que ciertas nociones
bíblicas hayan sido tomadas del lenguaje, de la cultura y de la sabiduría helénica del
momento en que fueron escritas). En cualquier caso, la visión pancrística del universo
de Teilhard debe ser matizada para que quede en firme la distinción entre las creaturas
cósmicas, las personas humanas finitas y la Persona del Verbo Encarnado,
satisfaciendo así una exigencia ya señalada por el Papa Pío XII (1943) en su encíclica
Mystici corporis (DH 3816).
Se puede señalar además que los textos bíblicos citados por Teilhard para justificar el
aspecto cósmico de la cristología (por ejemplo Col 1, 17; 2, 10; 3, 11) prestan
atención sólo al lado escatológico del papel cósmico de Cristo –es decir, Cristo como
el punto Omega de la creación–, sin tener tanto en cuenta el papel protológico del
Verbo eterno de Dios en la creación del mundo (en su terminología, Cristo como el
“punto Alfa” de la creación). La comprensión escatológica de la cristificación cósmica
sugerida por Teilhard podría prestarse a una visión incierta de la intervención de Dios
sobre la naturaleza, o a una indistinción entre el plano biológico, en el que el mal es
un defecto natural, y el plano de la persona, en el que el mal es moral.
Los dos planos son distintos, aunque están relacionados. Los males físicos que sufre
el hombre, aun teniendo causas estrictamente biológicas, se remiten al final a una raíz
misteriosa en el pecado de origen, por el que la muerte humana entró en el mundo
(Rom 5, 12). La resurrección de Cristo supone una victoria sobre el pecado y, por
consiguiente, sobre la misma muerte como fenómeno biológico (ver sobre este tema
Murphy et al., 2007).
Este punto supone que el mal moral, al afectar al complejo de la vida humana, tiene
también una dimensión cósmica y puede ponerse en relación con la misma biología,
dado que al hombre se le exige un dominio racional de las pasiones y tendencias que
no está presente en los animales, sin que esto signifique que la conducta instintiva
animal sea un desorden como tal. La redención operada por Cristo permite que el
hombre supere el desorden introducido por el pecado en su vida cognitiva y emotiva y
por eso mismo permite, en definitiva, que sea superada la muerte, como sucederá en
la resurrección gloriosa de los que han sido receptivos del mensaje salvífico de Cristo.
Notemos, en este sentido, que Platón había afirmado en el Timeo 27d-30c cómo Dios
–el Hacedor o Demiurgo– formaba el universo siguiendo un modelo eterno
contemplado en las Ideas. Dios se subordinaba así a las Ideas. En los platónicos
influídos por el estoicismo, como Filón, judío que así interpreta el libro del Génesis,
el puesto del Hacedor correspondía al Lógos, que en subordinación a Dios ejercía su
obra ordenadora como un intermediario entre la eternidad y la trascendencia de lo
divino, por una parte, y la corruptibilidad insuperable de la materia en el otro. El
Lógos tenía la función instrumental de poner orden en el universo, de hacer de éste un
kosmos. Expresiones semejantes pueden encontrarse, sin duda, en el Nuevo
Testamento: Dios crea el mundo por medio del Verbo (Jn 1, 3), o por medio de Cristo,
que en cuanto Verbo Encarnado sigue siendo principio creador de todas las cosas (1
Cor 8, 6; Col 1, 16). Pero el Nuevo Testamento va más allá de la doctrina estoico-
platónica al emplear otras dos maneras de considerar la relación entre el Verbo y el
mundo: el mundo se hace por Cristo y en Cristo. La creación tiene así una dimensión
cristológica profunda. Cristo se sitúa no sólo en el final escatológico, sino que, como
Verbo de Dios, está presente y actúa en el origen mismo del universo, función que
sigue manteniendo después de su Encarnación, por lo que podemos decir que todas las
cosas subsisten en Cristo.
Según la fe cristiana, además, Cristo –el Verbo de Dios que se encarna– constituye Él
mismo el fin último y la finalidad suprema del universo. En palabras –algo oscuras–
de Tertuliano, “todo lo que estaba plasmado en la tierra era el pensamiento de Cristo,
el hombre por venir, el Verbo hecho carne, aunque era entonces mero barro y la tierra”
(De resurrectione carnis, 6; Tertuliano 2004). Dicho de otro modo, el universo desde
sus inicios está ordenado hacia su perfección última, que es Jesucristo, el Verbo eterno
de Dios hecho carne, el Señor resucitado de toda la creación. Dios “unirá todas las
cosas en Él” (Ef 1, 10), para que Él sea “todo en todos” (1 Cor 15, 28).
5.7. Recapitulación ↑
La fe en la resurrección final de los muertos obrada por el poder de Dios, basada en el
testimonio de los apóstoles que habían visto al Señor Jesucristo resucitado, actuó
como un poderoso catalizador en la historia que favoreció el desarrollo y
consolidación de la antropología cristiana, de la cosmología teológica y de la misma
ética (O’Callaghan 2013, 483-703). Además, ella hizo presente en la vida humana
algo que el mundo antiguo no se atrevió a proponerse: que la misma materia
corruptible había sido creada por Dios con una “vocación” a la eternidad.
Cabe preguntarse, más allá de las relaciones sociales y familiares llenas de amor y
contemplación a la luz de la visión beatífica que se darán en la nueva creación, ¿qué
quedará de los frutos del trabajo y de las actividades humanas temporales? Si los
hombres están hechos “a imagen de Dios”, con el fin de dominar la tierra y trabajarla
(Gn 1, 26s.), ¿no se puede pensar que en el nuevo mundo se encontrarán de algún
modo los resultados del trabajo, los progresos científicos y tecnológicos, las
realizaciones artísticas, por lo menos las obras humanas en las que Dios fue
glorificado y obedecido, y en las que los demás hombres fueron amados y servidos?
Sobre esta cuestión en al ámbito católico surgieron dos posiciones opuestas durante
los años 1950 y 60, una llamada “escatologismo”, la otra “encarnacionismo”
(Malevez 1949; Illanes 1973; Pozo 1992, 128-37). El debate se desarrolló
especialmente en el período posterior al Concilio Vaticano II, a veces en el contexto
del diálogo que algunos teólogos intentaron establecer con el pensamiento marxista
con relación a las realizaciones sociales tendientes a una mayor justicia entre los
hombres.
En cierto sentido, incluso no se puede decir que los hombres “cooperen” propiamente
en este proceso, porque el obrar de la creatura es inconmensurable con el del Creador.
Tal vez sería más correcto decir que los hombres deberían emplear los talentos dados
por Dios para recibir con alegría y aprovechar los dones –dones de naturaleza y de
gracia– que Dios les ha ofrecido abundantemente. “Buscad primero el Reino de Dios
y su justicia y todas estas cosas se os añadirán” (Mt 6, 33).
7. Reflexión final ↑
Es comprensible que la destrucción y la renovación del cosmos hayan sido percibidas
con una dosis de miedo y temor, en vez de esperanza y alegría. Siguiendo la lógica de
la Cruz y de la Resurrección de Cristo, sin embargo, es claro que más allá de la
destrucción y final del mundo temporal, está la promesa de renovación del universo
en el que resplandecerá la belleza de la obra consumada de Dios. Se puede pensar que
gran parte de lo que los hombres hayan logrado aquí en la tierra, trabajando junto con
los demás y empleando lo mejor de sus energías e inteligencia dadas por Dios –en
obras de arte y pensamiento, en la música, poesía y literatura, en obras de formación y
educación– seguirá viviendo para siempre sublimado y cumplido en sus ideales más
altos, e incorporado a la contemplación y amor de Dios en una vida eterna de
plenitud.
Lo que no quedará del universo temporal es todo lo que tenga que ver con la
corrupción y la muerte, con el mal y el pecado, ni tampoco con lo que implica ahora
una lucha contra estas limitaciones. Por eso sería ingenuo pensar que el universo
glorificado sería simplemente como la etapa final del perfeccionamiento tecnológico,
económico, jurídico o biológico. Los esfuerzos temporales en estos campos no por eso
son inútiles, del mismo modo que muchas cosas que se hacen en la preparación de una
obra consumada al final deben dejarse de lado. Pero esos esfuerzos, si fueron
santificados, incorporados a la dimensión de eternidad que viene con la unión a
Cristo, resultan recuperados por sublimación. Lo que quedará del mundo temporal en
que vivimos son nuestras propias individualidades. Las personas en la gloria vivirán
en plenitud los grandes ideales de la humanidad de contemplación, amor y obrar
lúdico y artístico, situados en un universo físico congruente con el nuevo estatuto de
inmortalidad de los vivientes inteligentes en el nuevo mundo. Ellos vivirán una
relación mucho más profunda que la actual con las demás creaturas –la naturaleza y
las personas– y con Dios, dentro de un dinamismo y variedad supratemporal que no
nos es dado imaginar, lo mismo que un niño pequeño no puede imaginarse la riqueza
que contendrá su futura vida adulta.