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EN TEORÍA HABLAMOS DE LITERATURA Actas del III Congreso Internacional de Aleph

KAFKA, PRECURSOR DE BORGES: LA RECEPCIÓN BORGIANA DE


FRANZ KAFKA

ELISA MARTÍNEZ SALAZAR


Universidad de Zaragoza

En el conocido ensayo de Jorge Luis Borges, “Kafka y sus precursores” (publicado


por primera vez en La Nación en 1951 y recogido en Otras inquisiciones), se defiende
la provocadora idea de que cada autor crea a sus antecedentes, y no a la inversa. Se ha
dicho que, a través de este texto, Borges intentaba liberarse de la ansiedad que le
produciría la influencia de otros autores, de acuerdo con las teorías de Harold Bloom
(Kampff, 1993). En este sentido son reveladoras las siguientes líneas del ensayo:

En el vocabulario crítico, la palabra precursor es indispensable, pero habría que


tratar de purificarla de toda connotación de polémica o de rivalidad. El hecho es que
cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado,
como ha de modificar el futuro. (1989b: 89-90).

Esta tesis queda ejemplificada por medio de una serie de escritores que prefiguran la
narrativa del escritor checo. No se trata de mostrar que Kafka leyera sus textos, sino de
plantear que quien ha leído a Kafka se acerca a otras creaciones literarias, aunque sean
anteriores, con una nueva mirada, inimaginable sin la existencia de la narrativa
kafkiana: “En cada uno de esos textos está la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o
menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría”
(1989b: 89).
El hecho de que Borges escogiera a Kafka para mostrar su teoría puede no ser
casual. Es probable que esa ansiedad de la influencia fuera mucho mayor con un escritor
como Franz Kafka, sobre el que Borges escribió varios textos, además de citarlo en
numerosas ocasiones al tratar cuestiones del más diverso tipo. Le dedicó conferencias y
habló sobre él a distintos medios de comunicación. También publicó e incluso tradujo
algunos de sus textos, e incluyó referencias a su persona en algún que otro relato. Con
todo, es necesario relativizar esta presencia: la multitud de ocasiones en que Borges se
ocupó del checo puede resultar abrumadora, pero no debe aislarse del conjunto de sus
escritos y declaraciones orales, plagados de referencias eruditas. Kafka no deja de ser
uno más de los muchos escritores que Borges leyó, citó, prologó, publicó y tradujo.
En cualquier caso, el interés de Borges por Kafka y su labor como difusor de su obra
quedan fuera de toda duda. Borges tuvo ocasión de entrar en contacto con la obra de
Kafka en una época temprana, si tenemos en cuenta la historia de la recepción
internacional del escritor checo, y supo apreciar la talla de unos escritos que tardarían en
alcanzar la fama mundial que cosecharon más tarde. Gracias a su aprendizaje de la
lengua alemana y a su presencia en Europa, pudo leer unos textos que –con el tiempo–
le parecerían dignos de ser divulgados1, empresa que asumió él mismo.

1
Las declaraciones en las que Borges hacía referencia a su primera lectura de Kafka son contradictorias,
pero siempre la recuerda durante su estancia en Europa, concretamente entre 1914 y 1917. Carlos García
(2004), que se ha ocupado de esta cuestión, sitúa el comienzo de la fascinación de Borges hacia Kafka
“en algún momento indeterminable del período 1917–1920, más probablemente hacia 1918–1919”. En
cualquier caso, el argentino no comenzó a escribir sobre él hasta mucho más tarde, en 1935, puesto que,
según afirmaba, en esos primeros momentos la literatura de Kafka le resultaba anodina en comparación
con los esplendores verbales de los expresionistas (Reid, 1983: 23; Borges–Ferrari, 1992: 71; Borges,
1997b: 6; Borges–Barone, 2002: 91).

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Desde el principio de su creación narrativa2 hasta el final de su días, Kafka estuvo


muy presente en la mente de Borges, en su lengua y en su pluma. Pero la actitud de
Borges hacia Kafka no permaneció invariable ni estuvo exenta de contradicciones. En
un primer momento, adoptó un papel difusor de la obra del checo, con “Las pesadillas y
Franz Kafka” (ensayo que vio la luz en 1935) y la publicación en la revista Destiempo
de “Un fratricidio” en 1936. Pronto llegó el punto culminante de esta labor divulgativa,
correspondiente a los años 1937 (reseña de la traducción inglesa de El proceso,
biografía sintética de Kafka) y, sobre todo, 1938 (traducción de “Ante la ley”, nota a la
biografía de Kafka escrita por Max Brod3, prefacio y traducciones de La metamorfosis).
Me gustaría señalar en este punto que, frente a lo que se ha creído durante mucho
tiempo, Borges no tradujo la totalidad de ese volumen de relatos de Kafka titulado La
metamorfosis y publicado por la editorial argentina Losada. Como ha puesto de
manifiesto Fernando Sorrentino (1998), las versiones en español tanto de la nouvelle
que da título al libro como de “Un artista del hambre” y “Un artista del trapecio” son
obra de una mano española que los había traducido años antes para la Revista de
Occidente.
A lo largo de la década siguiente, la presencia de Kafka en Borges será leve, pero
constante: no fue el protagonista de ningún ensayo, pero suele aparecer citado al hablar
de otros asuntos una o dos veces por año. Además, Borges publica textos suyos en la
Antología de la literatura fantástica (1940) y en una publicación periódica que el
argentino dirigía por aquel entonces, Los Anales de Buenos Aires (1946).
Será 1951 el año en que redacte “Kafka y sus precursores”. Después de esta fecha,
el interés de Borges por el checo se reduce considerablemente. Las alusiones durante la
primera mitad de los años 50 serán escasas y muy poco relevantes. Es a partir de aquí
cuando nos topamos con una década de silencio, entre 1956 y 1966. Borges no lo cita ni
una sola vez, ni mucho menos le consagra ningún ensayo. A pesar de este
distanciamiento, incluye algún texto suyo en distintas antologías: Cuentos breves y
extraordinarios (1955), Manual de zoología fantástica (1957) y el Libro del cielo y el
infierno (1960). En la primera mitad de la década de los 60 el silencio será, ya, total, sin
alusiones, traducciones ni publicaciones relacionadas con Kafka.
Después de este paréntesis, vuelven a aparecer referencias esporádicas al escritor
praguense, esta vez relacionadas con la faceta docente de Borges: en cursos,
conferencias e incluso en un manual de literatura4. Esta tendencia marca el período
1966-1969, en el que vuelve a publicar escritos de Kafka, dentro de El libro de los seres
imaginarios y en las ediciones limitadas de Una confusión cotidiana y El buitre
(García, 2004).
A partir de 1969 o 1970 comienza a advertirse, junto con otras referencias de paso a
Kafka, una nueva actitud en Borges: la de una cierta relativización de la importancia de

2
La época de inicio de la vida narrativa de Borges coincide con el período en que Borges empezó a
escribir y traducir a Kafka (Boegeman, 1977: 205; Rodríguez, 1982: 299; Aizenberg, 1982: 4–5). Por
ello, no es de extrañar que sus tres primeros libros de relatos sean precisamente aquellos en los que la
presencia del escritor checo es más evidente.
3
“Las pesadillas y Franz Kafka”, La Prensa, 2 de junio de 1935; “Un fratricidio”, Destiempo, nº 2,
noviembre de 1936; “The Trial, de Franz Kafka”, El Hogar, 6 de agosto de 1937; “Franz Kafka”, El
Hogar, 29 de octubre de 1937; “Ante la ley”, El Hogar, 27 de mayo de 1938; “Franz Kafka – Eine
Biographie”, El Hogar, 8 de julio de 1938.
4
Al margen de referencias de este tipo irremediablemente perdidas, tenemos constancia de distintas
alusiones a Kafka presentes en sus clases de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires (Borges,
2002b), en la Introducción a la literatura norteamericana escrita en colaboración con Esther Zemborain
de Torres Duggan y publicada en 1967 (Borges, 1997: 1002 y 1019) y en una conferencia pronunciada en
la Universidad de Harvard durante el curso 1967–68, “El arte de contar historias” (Borges, 2001: 67–68).

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la obra del checo, situándolo por debajo de escritores menos universales y


minusvalorándolo con determinados comentarios, tendencia que perduraría, al menos,
hasta 19765.
Es entonces cuando Borges vuelve a publicar escritos de Kafka. En el Libro de los
sueños (1976) incluyó "Conviene distinguir", breve texto del "cuarto cuaderno en
octavo" (García, 2004). Además, como director de la colección La Biblioteca di Babele,
publicada en Milán por Franco Maria Ricci, publicó y prologó el volumen de relatos de
Kafka titulado El buitre, aparecido posteriormente en lengua española: en Buenos Aires
en 1979 (La Ciudad) y en Madrid en 1985 (Siruela). Se trataría de una versión, más del
gusto borgiano, de la ya lejana, pero frecuentemente reeditada, Metamorfosis de Losada:
desaparecen dos de los textos procedentes de la Revista de Occidente (“La
metamorfosis” y “Un artista del trapecio”), y el tercero, “Un artista del hambre”, se
titula de un modo más fiel al original: “Primera tristeza” (“Erstes Leid”). El resto de los
relatos publicados en el libro de 1938 se reeditan aquí, a excepción de “Una cruza”,
seguramente por haber aparecido en El libro de los seres imaginarios. Esta sería la
manera que Borges tendría de reivindicar su propia labor traductora frente a una falsa
atribución que contaba ya con más de cuarenta años.
Con la década de los ochenta comienza el último periodo de la recepción borgiana
de Franz Kafka, en el que Borges retoma el impulso de antaño y afirma por doquier
haber pretendido, sin éxito, imitar al checo en sus inicios narrativos: “Yo he escrito […]
algunos cuentos en los cuales traté ambiciosa e inútilmente de ser Kafka” (Borges,
1983: 3)6. En 1981 se publica su prefacio a un volumen de cuentos de Kafka en inglés7;
en 1982 prologa una traducción al español de La metamorfosis8; en 1983, periodistas y
estudiosos de todo el mundo solicitan su participación en coloquios, publicaciones y
congresos conmemorativos del centenario del nacimiento de Kafka9. 1985 fue un año
consagrado al checo: prologó América. Relatos breves, mencionó a Kafka en otros cinco
prefacios de la misma colección (Biblioteca Personal)10, le dedicó conferencias
(Vázquez, 1996: 323) y declaró, una vez más, haber intentado en vano ser Kafka.
Afirmación que no abandonaría ni en el mismo año de su muerte.
Las referencias a Kafka contenidas dentro de la obra ficcional de Borges se adecuan,
en líneas generales, al mismo esquema cronológico que hemos podido esbozar en
relación a su presencia en ensayos y declaraciones del argentino, pero de una manera

5
Esta actitud se aprecia en las Conversations with Jorge Luis Borges de Richard Burgin, New York, Holt,
Reinhart, & Winston, (apud Kristal, 2002: 125); en el prólogo a El informe de Brodie, publicado en 1970
(Borges, 1989b: 399); en el Ensayo autobiográfico (Borges, 1987: 45 y 54), publicado originalmente en
el New Yorker el 19 de septiembre de 1970, y con ocasión de una encuesta sobre la traducción, llevada a
cabo por Fernando Sánchez Sorondo, publicada el 21 de septiembre de 1975 en La Opinión Cultural de
Buenos Aires y reeditada por Sur un año después (Borges, 1999a: 324).
6
Ya había expresado esta idea en la entrevista que mantuvo con Margaret Boegeman en 1976
(Boegeman, 1977: 213; 1987: 175). Y, posteriormente, en Reid (1983: 23), Braceli (1998: 119) y
Fernández (1986: 17).
7
Franz Kafka Stories 1904–1924, trad. Nélida Mendilaharzu de Machain, London, McDonald & Co,
1981.
8
"Jorge Luis Borges habla del mundo de Kafka", Buenos Aires, Ediciones Orión / Embajada de Austria
en la Argentina, 1982.
9
Por ejemplo, colaboró con El País para el suplemento especial dedicado a Kafka el 3 de julio de 1983 y
con el Forum “Franz Kafka and the Modern World Literature: a Centennial Perspective”, en Nueva York
(Reid 1983).
10
En 1985, Borges escribe una serie de prólogos para los libros que integrarían una colección de obras de
lectura imprescindible, publicada por Hyspamérica: Biblioteca Personal. Entre ellos, el de Kafka titulado
América. Relatos breves. Cita al checo, además, en sus introducciones a obras de Chesterton, Dino
Buzzati, Melville, Juan José Arreola y David Garnett.

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más radical: se concentran al comienzo de su obra narrativa (que coincide con las fechas
en las que empezó a escribir sobre Kafka) y no reaparecen hasta los años 70.
En la primera época las alusiones a Kafka, más o menos veladas, que aparecían en
algunos relatos constituían una suerte de llamada de atención al lector sobre el modo en
que Borges había transformado en ellos algunos elementos de estirpe kafkiana. Así, para
dejar claro su juego intertextual, incluye en el cuento “La lotería en Babilonia” (El
jardín de senderos que se bifurcan, 1941) una “letrina sagrada” llamada “Qaphqa”,
palabra evidentemente homófona al nombre del autor checo11. La siguiente alusión a
Kafka aparece en “El milagro secreto” (Artificios, 1944), homenaje a Kafka y Praga,
según el propio Borges (Aizenberg 1982: 11, n14). El protagonista es un escritor
expresionista checo de lengua alemana, Jaromir Hladík12, que vive en una Praga de
ensueño. La alusión a Kafka no deja lugar a dudas al situar al personaje en una de las
calles en las que vivió Kafka, la Zeltnergasse. Por otra parte, y dados estos elementos, la
utilización de la palabra “proceso” no puede ser inocente13.
Una referencia que ha eludido la crítica es la del “Kaf” de “El acercamiento a
Almotásim” (Historia de la eternidad, 1936), descrito como “la montaña circular que
rodea la tierra” (Borges, 1989a: 418)14. Aunque “Kaf” sea el nombre de un oasis y una
ciudad de Arabia Saudí (Balderston, 1986: 280), no deja de evocar a Kafka, al presentar
el texto diversos rasgos kafkianos y aparecer situado, dentro del libro del que forma
parte, inmediatamente después de una referencia a Kafka, con la que concluye el ensayo
dedicado a “Los traductores de las 1001Noches”: “¿Qué no haría un hombre, un Kafka,
que organizara y acentuara esos juegos, que los rehiciera según la deformación alemana,
según la Unheimlichkeit de Alemania?” (1989a: 413). Además, esa “montaña circular
que rodea la tierra” recuerda a la muralla china del relato del checo, tal y como la
describía Borges: “un muro infinito que dé la vuelta de su imperio infinito” (1996: 98).
Muchas décadas después, dentro de El libro de arena (1975) se publicó “El
Congreso”, uno de los cuentos que Borges consideraba kafkiano, al menos en parte, tal
y como afirma en el epílogo: “El opaco principio quiere imitar el de las ficciones de
Kafka” (1989c: 72)15. Por último, el poema “Ein Traum” (La moneda de hierro, 1976)
incluye a Kafka como personaje:

11
Además, la lotería está regida por una misteriosa “Compañía”, que ha sido puesta en relación con El
castillo (Boegeman, 1977: 228; 1987: 183) y “La gran muralla china” (Aizenberg 1982: 6). Sin entrar en
el análisis comparado de ambos relatos, no quisiera dejar de señalar una técnica propia de Kafka y que
Borges emplea aquí, sobre la que la crítica no parece haber reparado: el hecho de convertir una frase
hecha en argumento. Si “sentirse como una cucaracha” está en el origen de “La transformación”, “La
lotería en Babilonia” constituye la realización literal de la expresión “La vida es una lotería”.
12
Frantisek Vrhel (2004) comenta la coincidencia del apellido de este personaje con el novelista y
dramaturgo checo Václav Hladík, pero Borges, dice, desconocía la lengua checa y los libros de este autor
únicamente estaban disponibles en librerías de segunda mano. Sin embargo, el conocimiento de este autor
le pudo venir a través de la Encyclopaedia Británica, donde se calificaba su obra Evzen Voldan como “a
very striking representation of the life of modern Prague” (Balderston, 1986: 74).
13
Según Edna Aizenberg (1982: 6), estos relatos, abiertamente kafkianos, situados en unos escenarios tan
extraños y exóticos y basados en una noción ingeniosa, parecen estrechamente vinculados a “La gran
muralla china”, el relato de Kafka preferido por Borges.
14
Reaparece en El libro de los seres imaginarios (1997a: 695) y en Nueve ensayos dantescos (1989c:
368), donde se retoma la leyenda del Simurgh.
15
La idea de esta narración data, al menos, de 1945, año en que Borges declaró tenerla en mente a la
revista Latitud, añadiendo que conciliaría “los hábitos de Whitman y los de Kafka” (Borges, 2002: 353).
En 1955 vuelve a nombrar el proyecto de una novela llamada “El Congreso”, esta vez sin vincularla con
Kafka.15 María Esther Vázquez (1996: 276) recuerda que Borges le comentó que llevaba dentro el
argumento del cuento durante años sin atreverse a redactarlo hasta 1971, año en que se publicó en edición
de bibliófilo (Borges 1999b: 150).

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Lo sabían los tres.


Ella era la compañera de Kafka.
Kafka la había soñado.
Lo sabían los tres.
Él era el amigo de Kafka.
Kafka lo había soñado.
Lo sabían los tres.
La mujer le dijo al amigo:
Quiero que esta noche me quieras.
Lo sabían los tres.
El hombre contestó: Si pecamos,
Kafka dejará de soñarnos.
Uno lo supo.
No había nadie más en la tierra.
Kafka se dijo:
Ahora que se fueron los dos, he quedado solo.
Dejaré de soñarme.
(Borges, 1996: 154).

Borges aseguraba haber soñado este poema (de ahí el título, que significa ‘un sueño’
en alemán). En el prólogo comenta que, dado que ya tenía forjada una imagen pública,
podía permitirse ciertos caprichos literarios: “Puedo transcribir las vagas palabras que oí
en un sueño y denominarlas Ein Traum” (1989c: 121). María Kodama (2004) lo
confirmaba no hace mucho: al parecer, Borges se despertó a mitad de la noche y mandó
copiar el poema. Al haberle sido dado en un sueño, no se consideraba con derecho a
corregirlo: “No puedo cambiarlo, porque Kafka me lo dictó”. Sin embargo, el título bien
puede ser un guiño a la prosa temprana de Kafka con el mismo nombre, aunque nada
tengan que ver ambos textos (García, 2004).

Recapitulando, si Borges llevó a cabo una auténtica labor divulgativa de la obra de


Franz Kafka (especialmente de su narrativa breve) cuando este aún no era
mundialmente famoso, consagrándole diversos ensayos, publicando traducciones de sus
textos e introduciendo alusiones a su literatura en algunos de sus primeros relatos, esta
omnipresencia del checo parece diluirse después de Otras inquisiciones, especialmente
entre 1956 y 1966. ¿Por qué ese silencio? Pareciera que, por medio de “Kafka y sus
precursores”, Borges hubiera logrado deshacerse de un demonio que lo perseguía, de un
padre literario cuya presión debía eliminar.
Sin embargo, los motivos de este cambio de actitud bien pueden ser más mundanos:
por esas fechas, Borges escribe asimismo un menor número de obras de ficción (no
volvería a publicar un libro hasta El hacedor, en 1960); el fin del peronismo le había
permitido covertirse en Director de la Biblioteca Nacional, se había quedado ciego y,
con el Premio Formentor en 1961, había adquirido prestigio internacional.
Probablemente, la ceguera y el trabajo limitaban su escritura.
Por otra parte, Kafka sería ya un escritor consagrado, y Borges prefería ocuparse de
autores u obras menos populares. Cuando Borges volvió, por fin, a referirse a Kafka, lo
hacía, en ocasiones, de un modo que nada tenía que ver con la admiración de sus
comienzos: no se trataba de menosprecio, sino de una especie de pose de indiferencia,
que parecía querer relativizar la importancia de un escritor que ya formaba parte del
canon. A Kafka ya no le hacía falta un defensor ni un vocero. Este cambio de actitud,
desde la admiración hacia un escritor poco conocido, hasta las críticas hacia el mismo
autor, una vez consagrado, no era extraño en Borges. El mismo trato recibió, por
ejemplo, James Joyce (Costa, 1999: 72-73), con el que también pareció reconciliarse
finalmente.

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La relación de Borges con Kafka atravesó, por tanto, distintas etapas, que eran las
posturas que tomaba el argentino ante un escritor al que indudablemete admiraba: la
emulación, el silencio, la minusvaloración y la exagerada exaltación. Kafka parecía un
fantasma que lo perseguía: al principio le gustaba jugar con él y presentarlo al resto del
mundo; después, prefirió ignorarlo; más tarde, le irritaba su presencia sempiterna y, por
último, no tuvo más remedio que aceptarlo. Como todo esquema, este que he trazado
tiene mucho de reduccionista: por supuesto, no se trata de etapas claramente separadas
entre sí y absolutamente homogéneas. Sin embargo, más simplista resulta admitir, sin
más reflexión crítica, la tantas veces reiterada admiración de Borges hacia Kafka.
Por otra parte, no debe pasarse por alto la ironía borgiana, que matiza tanto la
defensa inicial de la obra de Kafka, como su veneración absoluta durante sus últimos
años16. Sus elogios a la obra de Kafka durante la década de los 80 contrastaban con la
declaración de su propia nimiedad. La exageración obvia en un sentido dejaba claro que
el otro extremo tampoco era sincero. Esa insistencia final en afirmar que había tratado
inútilmente de ser Kafka, sin conseguirlo, esconde, tras un aspecto de adoración, una
irónica voluntad de dejar claro que había logrado una personalidad literaria propia y
distinta; de reafirmar que era –más por gracia que por desgracia– simplemente Borges.
Esta autoafirmación podría explicarse en relación con la ansiedad de la influencia
teorizada por Harold Bloom. Una ansiedad sentida no sólo frente a los escritores, sino
también frente a los críticos, sobre los que Borges solía ironizar.
Un análisis de los ensayos y declaraciones de Borges en torno a Kafka pone en
evidencia dos actitudes fundamentales. Por un lado, el argentino trataba de alejarse de
las tendencias críticas mayoritarias en torno al escritor checo, a las que frecuentemente
ridiculizaba, destacando así su propia singularidad. Esto le lleva a presentar
contradicciones en sus consideraciones en torno a Kafka a medida que van triunfando
nuevas interpretaciones, así como a limitar la importancia del checo una vez que se
produjo lo que podríamos llamar el boom Kafka. Por otro lado, Borges destacaba de la
obra kafkiana aquellos aspectos que vinculaban la escritura del checo con la suya
propia, presentando a un Kafka absolutamente borgiano, obsesionado por los laberintos
y el infinito. Borges no aprendió de Kafka la expresión literaria de esos conceptos, sino
que la reconoció en su obra, convirtiendo así a Kafka en su precursor, de modo que,
parafraseando el ensayo “Kafka y sus precursores”, Kafka ya no se puede leer con los
mismos ojos después de haber atravesado el universo borgiano.

16
En otro lugar he analizado el componente humorístico de la recepción borgiana de Kafka (“Una letrina
sagrada llamada Qaphqa: El humor en la recepción borgiana de Franz Kafka”, Eclipse, nº 6, en prensa).

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17
Esta conferencia, con un título distinto (“Borges and Kafka: A Word on the Short Story “Secret
Miracle””) ha sido publicada en checo en el último número de Die Verwandlung. Rocenka Spolecnosti
Franze Kafky, el boletín de la Sociedad Franz Kafka, correspondiente al año 2004 (pp. 22–32).

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