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Esta tesis queda ejemplificada por medio de una serie de escritores que prefiguran la
narrativa del escritor checo. No se trata de mostrar que Kafka leyera sus textos, sino de
plantear que quien ha leído a Kafka se acerca a otras creaciones literarias, aunque sean
anteriores, con una nueva mirada, inimaginable sin la existencia de la narrativa
kafkiana: “En cada uno de esos textos está la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o
menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale decir, no existiría”
(1989b: 89).
El hecho de que Borges escogiera a Kafka para mostrar su teoría puede no ser
casual. Es probable que esa ansiedad de la influencia fuera mucho mayor con un escritor
como Franz Kafka, sobre el que Borges escribió varios textos, además de citarlo en
numerosas ocasiones al tratar cuestiones del más diverso tipo. Le dedicó conferencias y
habló sobre él a distintos medios de comunicación. También publicó e incluso tradujo
algunos de sus textos, e incluyó referencias a su persona en algún que otro relato. Con
todo, es necesario relativizar esta presencia: la multitud de ocasiones en que Borges se
ocupó del checo puede resultar abrumadora, pero no debe aislarse del conjunto de sus
escritos y declaraciones orales, plagados de referencias eruditas. Kafka no deja de ser
uno más de los muchos escritores que Borges leyó, citó, prologó, publicó y tradujo.
En cualquier caso, el interés de Borges por Kafka y su labor como difusor de su obra
quedan fuera de toda duda. Borges tuvo ocasión de entrar en contacto con la obra de
Kafka en una época temprana, si tenemos en cuenta la historia de la recepción
internacional del escritor checo, y supo apreciar la talla de unos escritos que tardarían en
alcanzar la fama mundial que cosecharon más tarde. Gracias a su aprendizaje de la
lengua alemana y a su presencia en Europa, pudo leer unos textos que –con el tiempo–
le parecerían dignos de ser divulgados1, empresa que asumió él mismo.
1
Las declaraciones en las que Borges hacía referencia a su primera lectura de Kafka son contradictorias,
pero siempre la recuerda durante su estancia en Europa, concretamente entre 1914 y 1917. Carlos García
(2004), que se ha ocupado de esta cuestión, sitúa el comienzo de la fascinación de Borges hacia Kafka
“en algún momento indeterminable del período 1917–1920, más probablemente hacia 1918–1919”. En
cualquier caso, el argentino no comenzó a escribir sobre él hasta mucho más tarde, en 1935, puesto que,
según afirmaba, en esos primeros momentos la literatura de Kafka le resultaba anodina en comparación
con los esplendores verbales de los expresionistas (Reid, 1983: 23; Borges–Ferrari, 1992: 71; Borges,
1997b: 6; Borges–Barone, 2002: 91).
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La época de inicio de la vida narrativa de Borges coincide con el período en que Borges empezó a
escribir y traducir a Kafka (Boegeman, 1977: 205; Rodríguez, 1982: 299; Aizenberg, 1982: 4–5). Por
ello, no es de extrañar que sus tres primeros libros de relatos sean precisamente aquellos en los que la
presencia del escritor checo es más evidente.
3
“Las pesadillas y Franz Kafka”, La Prensa, 2 de junio de 1935; “Un fratricidio”, Destiempo, nº 2,
noviembre de 1936; “The Trial, de Franz Kafka”, El Hogar, 6 de agosto de 1937; “Franz Kafka”, El
Hogar, 29 de octubre de 1937; “Ante la ley”, El Hogar, 27 de mayo de 1938; “Franz Kafka – Eine
Biographie”, El Hogar, 8 de julio de 1938.
4
Al margen de referencias de este tipo irremediablemente perdidas, tenemos constancia de distintas
alusiones a Kafka presentes en sus clases de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires (Borges,
2002b), en la Introducción a la literatura norteamericana escrita en colaboración con Esther Zemborain
de Torres Duggan y publicada en 1967 (Borges, 1997: 1002 y 1019) y en una conferencia pronunciada en
la Universidad de Harvard durante el curso 1967–68, “El arte de contar historias” (Borges, 2001: 67–68).
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Esta actitud se aprecia en las Conversations with Jorge Luis Borges de Richard Burgin, New York, Holt,
Reinhart, & Winston, (apud Kristal, 2002: 125); en el prólogo a El informe de Brodie, publicado en 1970
(Borges, 1989b: 399); en el Ensayo autobiográfico (Borges, 1987: 45 y 54), publicado originalmente en
el New Yorker el 19 de septiembre de 1970, y con ocasión de una encuesta sobre la traducción, llevada a
cabo por Fernando Sánchez Sorondo, publicada el 21 de septiembre de 1975 en La Opinión Cultural de
Buenos Aires y reeditada por Sur un año después (Borges, 1999a: 324).
6
Ya había expresado esta idea en la entrevista que mantuvo con Margaret Boegeman en 1976
(Boegeman, 1977: 213; 1987: 175). Y, posteriormente, en Reid (1983: 23), Braceli (1998: 119) y
Fernández (1986: 17).
7
Franz Kafka Stories 1904–1924, trad. Nélida Mendilaharzu de Machain, London, McDonald & Co,
1981.
8
"Jorge Luis Borges habla del mundo de Kafka", Buenos Aires, Ediciones Orión / Embajada de Austria
en la Argentina, 1982.
9
Por ejemplo, colaboró con El País para el suplemento especial dedicado a Kafka el 3 de julio de 1983 y
con el Forum “Franz Kafka and the Modern World Literature: a Centennial Perspective”, en Nueva York
(Reid 1983).
10
En 1985, Borges escribe una serie de prólogos para los libros que integrarían una colección de obras de
lectura imprescindible, publicada por Hyspamérica: Biblioteca Personal. Entre ellos, el de Kafka titulado
América. Relatos breves. Cita al checo, además, en sus introducciones a obras de Chesterton, Dino
Buzzati, Melville, Juan José Arreola y David Garnett.
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más radical: se concentran al comienzo de su obra narrativa (que coincide con las fechas
en las que empezó a escribir sobre Kafka) y no reaparecen hasta los años 70.
En la primera época las alusiones a Kafka, más o menos veladas, que aparecían en
algunos relatos constituían una suerte de llamada de atención al lector sobre el modo en
que Borges había transformado en ellos algunos elementos de estirpe kafkiana. Así, para
dejar claro su juego intertextual, incluye en el cuento “La lotería en Babilonia” (El
jardín de senderos que se bifurcan, 1941) una “letrina sagrada” llamada “Qaphqa”,
palabra evidentemente homófona al nombre del autor checo11. La siguiente alusión a
Kafka aparece en “El milagro secreto” (Artificios, 1944), homenaje a Kafka y Praga,
según el propio Borges (Aizenberg 1982: 11, n14). El protagonista es un escritor
expresionista checo de lengua alemana, Jaromir Hladík12, que vive en una Praga de
ensueño. La alusión a Kafka no deja lugar a dudas al situar al personaje en una de las
calles en las que vivió Kafka, la Zeltnergasse. Por otra parte, y dados estos elementos, la
utilización de la palabra “proceso” no puede ser inocente13.
Una referencia que ha eludido la crítica es la del “Kaf” de “El acercamiento a
Almotásim” (Historia de la eternidad, 1936), descrito como “la montaña circular que
rodea la tierra” (Borges, 1989a: 418)14. Aunque “Kaf” sea el nombre de un oasis y una
ciudad de Arabia Saudí (Balderston, 1986: 280), no deja de evocar a Kafka, al presentar
el texto diversos rasgos kafkianos y aparecer situado, dentro del libro del que forma
parte, inmediatamente después de una referencia a Kafka, con la que concluye el ensayo
dedicado a “Los traductores de las 1001Noches”: “¿Qué no haría un hombre, un Kafka,
que organizara y acentuara esos juegos, que los rehiciera según la deformación alemana,
según la Unheimlichkeit de Alemania?” (1989a: 413). Además, esa “montaña circular
que rodea la tierra” recuerda a la muralla china del relato del checo, tal y como la
describía Borges: “un muro infinito que dé la vuelta de su imperio infinito” (1996: 98).
Muchas décadas después, dentro de El libro de arena (1975) se publicó “El
Congreso”, uno de los cuentos que Borges consideraba kafkiano, al menos en parte, tal
y como afirma en el epílogo: “El opaco principio quiere imitar el de las ficciones de
Kafka” (1989c: 72)15. Por último, el poema “Ein Traum” (La moneda de hierro, 1976)
incluye a Kafka como personaje:
11
Además, la lotería está regida por una misteriosa “Compañía”, que ha sido puesta en relación con El
castillo (Boegeman, 1977: 228; 1987: 183) y “La gran muralla china” (Aizenberg 1982: 6). Sin entrar en
el análisis comparado de ambos relatos, no quisiera dejar de señalar una técnica propia de Kafka y que
Borges emplea aquí, sobre la que la crítica no parece haber reparado: el hecho de convertir una frase
hecha en argumento. Si “sentirse como una cucaracha” está en el origen de “La transformación”, “La
lotería en Babilonia” constituye la realización literal de la expresión “La vida es una lotería”.
12
Frantisek Vrhel (2004) comenta la coincidencia del apellido de este personaje con el novelista y
dramaturgo checo Václav Hladík, pero Borges, dice, desconocía la lengua checa y los libros de este autor
únicamente estaban disponibles en librerías de segunda mano. Sin embargo, el conocimiento de este autor
le pudo venir a través de la Encyclopaedia Británica, donde se calificaba su obra Evzen Voldan como “a
very striking representation of the life of modern Prague” (Balderston, 1986: 74).
13
Según Edna Aizenberg (1982: 6), estos relatos, abiertamente kafkianos, situados en unos escenarios tan
extraños y exóticos y basados en una noción ingeniosa, parecen estrechamente vinculados a “La gran
muralla china”, el relato de Kafka preferido por Borges.
14
Reaparece en El libro de los seres imaginarios (1997a: 695) y en Nueve ensayos dantescos (1989c:
368), donde se retoma la leyenda del Simurgh.
15
La idea de esta narración data, al menos, de 1945, año en que Borges declaró tenerla en mente a la
revista Latitud, añadiendo que conciliaría “los hábitos de Whitman y los de Kafka” (Borges, 2002: 353).
En 1955 vuelve a nombrar el proyecto de una novela llamada “El Congreso”, esta vez sin vincularla con
Kafka.15 María Esther Vázquez (1996: 276) recuerda que Borges le comentó que llevaba dentro el
argumento del cuento durante años sin atreverse a redactarlo hasta 1971, año en que se publicó en edición
de bibliófilo (Borges 1999b: 150).
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Borges aseguraba haber soñado este poema (de ahí el título, que significa ‘un sueño’
en alemán). En el prólogo comenta que, dado que ya tenía forjada una imagen pública,
podía permitirse ciertos caprichos literarios: “Puedo transcribir las vagas palabras que oí
en un sueño y denominarlas Ein Traum” (1989c: 121). María Kodama (2004) lo
confirmaba no hace mucho: al parecer, Borges se despertó a mitad de la noche y mandó
copiar el poema. Al haberle sido dado en un sueño, no se consideraba con derecho a
corregirlo: “No puedo cambiarlo, porque Kafka me lo dictó”. Sin embargo, el título bien
puede ser un guiño a la prosa temprana de Kafka con el mismo nombre, aunque nada
tengan que ver ambos textos (García, 2004).
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La relación de Borges con Kafka atravesó, por tanto, distintas etapas, que eran las
posturas que tomaba el argentino ante un escritor al que indudablemete admiraba: la
emulación, el silencio, la minusvaloración y la exagerada exaltación. Kafka parecía un
fantasma que lo perseguía: al principio le gustaba jugar con él y presentarlo al resto del
mundo; después, prefirió ignorarlo; más tarde, le irritaba su presencia sempiterna y, por
último, no tuvo más remedio que aceptarlo. Como todo esquema, este que he trazado
tiene mucho de reduccionista: por supuesto, no se trata de etapas claramente separadas
entre sí y absolutamente homogéneas. Sin embargo, más simplista resulta admitir, sin
más reflexión crítica, la tantas veces reiterada admiración de Borges hacia Kafka.
Por otra parte, no debe pasarse por alto la ironía borgiana, que matiza tanto la
defensa inicial de la obra de Kafka, como su veneración absoluta durante sus últimos
años16. Sus elogios a la obra de Kafka durante la década de los 80 contrastaban con la
declaración de su propia nimiedad. La exageración obvia en un sentido dejaba claro que
el otro extremo tampoco era sincero. Esa insistencia final en afirmar que había tratado
inútilmente de ser Kafka, sin conseguirlo, esconde, tras un aspecto de adoración, una
irónica voluntad de dejar claro que había logrado una personalidad literaria propia y
distinta; de reafirmar que era –más por gracia que por desgracia– simplemente Borges.
Esta autoafirmación podría explicarse en relación con la ansiedad de la influencia
teorizada por Harold Bloom. Una ansiedad sentida no sólo frente a los escritores, sino
también frente a los críticos, sobre los que Borges solía ironizar.
Un análisis de los ensayos y declaraciones de Borges en torno a Kafka pone en
evidencia dos actitudes fundamentales. Por un lado, el argentino trataba de alejarse de
las tendencias críticas mayoritarias en torno al escritor checo, a las que frecuentemente
ridiculizaba, destacando así su propia singularidad. Esto le lleva a presentar
contradicciones en sus consideraciones en torno a Kafka a medida que van triunfando
nuevas interpretaciones, así como a limitar la importancia del checo una vez que se
produjo lo que podríamos llamar el boom Kafka. Por otro lado, Borges destacaba de la
obra kafkiana aquellos aspectos que vinculaban la escritura del checo con la suya
propia, presentando a un Kafka absolutamente borgiano, obsesionado por los laberintos
y el infinito. Borges no aprendió de Kafka la expresión literaria de esos conceptos, sino
que la reconoció en su obra, convirtiendo así a Kafka en su precursor, de modo que,
parafraseando el ensayo “Kafka y sus precursores”, Kafka ya no se puede leer con los
mismos ojos después de haber atravesado el universo borgiano.
16
En otro lugar he analizado el componente humorístico de la recepción borgiana de Kafka (“Una letrina
sagrada llamada Qaphqa: El humor en la recepción borgiana de Franz Kafka”, Eclipse, nº 6, en prensa).
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Esta conferencia, con un título distinto (“Borges and Kafka: A Word on the Short Story “Secret
Miracle””) ha sido publicada en checo en el último número de Die Verwandlung. Rocenka Spolecnosti
Franze Kafky, el boletín de la Sociedad Franz Kafka, correspondiente al año 2004 (pp. 22–32).
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