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¿Es posible “forjar” una patria en el Perú en pleno siglo

XXI?: desafíos de la Antropología en el desarrollo del


proyecto de nación en el Perú

Alejandro Villanueva Gutiérrez

20155484

Desde que terminó el periodo de Conquista en el Perú y, paulatinamente, en toda


Latinoamérica, comenzaron a surgir narrativas optimistas respecto al futuro de
las surgentes nuevas naciones, consideradas por sí mismas como independientes,
con intenciones de formar su propio camino hacia la unificación y de otorgar
libertad y oportunidades para sus “ciudadanos”. Sin embargo, a lo largo del
camino de cada nación “independiente”, han tenido lugar eventos que
dificultaban esta formación en condiciones óptimas de las nuevas naciones, sean
tanto provenientes desde el mismo país, como desde el exterior. Es debido a esto
que Matos Mar refiere a una dominación europea sostenida sobre el que sería el
Tercer Mundo subdesarrollado, en el cual se encuentra el Perú, desde la época de
la Conquista; y, finalizada la conquista, esta dominación europea se canalizó a
través de Inglaterra. Pero no todas las dificultades eran ocasionadas desde el
exterior, sino también desde el interior, como el mantenimiento de las jerarquías
de las élites criollas, quienes a su vez perpetraban las desigualdades y, con estas,
la dominación.

Lo antes mencionado esta contextualizado hacia el siglo XIX, siglo en el que a su


vez surge también la antropología como disciplina y se comienza a buscar
orientación sobre cuál o cuáles serán sus objetos o focos de estudio. Surgió a fines
del XIX en Europa y rápidamente a inicios del siglo XX llegó a América,
específicamente Estados Unidos, y rápidamente fue diversificando sus enfoques
así como asentando a la vez sus prácticas de la disciplina.

Por diferentes circunstancias, Manuel Gamio, mexicano de nacimiento, conoce la


disciplina y termina instruyéndose en ella. Es desde él que surge un nuevo
enfoque para la antropología dado que reconoció el potencial de la misma
disciplina en su finalidad misma sobre las pretensiones que tenía. Es aquí que
volvemos al inicio del texto: las nuevas naciones independientes buscaban su
consolidación. Gamio, a través de la antropología, propuso una alternativa para
esta consolidación:

Es axiomático que la Antropología en su verdadero, amplio


concepto, debe ser el conocimiento básico para el desempeño del
buen gobierno, ya que por medio de ella se conoce a la población
que es la materia prima con que se gobierna y para quien se
gobierna (1916: 23).

Para todos aquellos quienes buscaban ese “futuro” tan anhelado del país del cual
formaban parte, el proyecto de “forjar patria” propuesto por Gamio resultaría el
camino a tomar para alcanzar ese objetivo. Este proyecto, además, se presentaba
de manera “amigable”: no buscaba simplemente transformar a los indígenas en
mestizos, sino integrarlos, con sus diferencias, dentro del país, preservando de
esa manera sus diferentes rasgos culturales propios. Gamio pone el ejemplo de
México y reconocía la existencia de pequeñas patrias al interior de México, pero
que por motivos de las relaciones con el resto de la sociedad mexicana o con el
exterior, se habían mantenido separados intencionalmente, ya que no existe aun
lo que se quiere fomentar: un “verdadero sentimiento de nacionalidad” (p. 28).

Es con lo anterior que se comienzan a dilucidar los intereses de Gamio para


México por carencia de estos: mismas aspiraciones, idénticos fines y, por sobre
todo, exaltación a la misma patria. Todo esto con la finalidad de concretar
algunos de los más apreciados sueños de quienes declararon la independencia a
los diferentes países en algún momento.
Sin embargo, pese a las buenas intenciones que puede haber tenido Gamio,
surgieron críticas directamente relacionadas con el trasfondo de lo que implicaba
el desarrollo de ese proyecto integracionista. Como propuso Warman, en líneas
generales, el proyecto de una patria unificada de Gamio implicaba una patria
homogénea; es decir, indiferente con las diferencias existentes a través del
desarrollo de una homogeneización de la población mexicana. Es además dentro
de esta pretensión de homogeneidad e igualdad entre la población mexicana,
indistintamente de las diferentes raíces que puedan tener, que se invisibiliza el
ejercicio de las diferentes relaciones de poder y de diferente manera.

Para empezar, la “integración” propuesta por Gamio no implicaba una igualdad


con respecto a los demás mexicanos, sino integración en términos de que se
vuelvan parte de la sociedad nacional en retórica, pero no de facto. Esto se refleja
en que, si bien los indígenas fueron incluidos oficialmente, continuaban cargando
con todos los prejuicios de inferioridad adjudicados por las clases dominantes
siendo vistos como “a quienes hay que proteger”, exotizándolos, sometiéndolos
a la burocracia estatal ‘racional’ y sobre todo por la imposición de rasgos de la
cultura dominante: idioma, tecnología, educación, etc. Por otro lado, la inserción
a la sociedad nacional implicaba también una inserción al mercado y, con este,
inserción al sistema económico: el capitalismo. Con esta inserción, lo único que
se estaba consiguiendo era proletarizarlos y reproducir, así como alimentar, el
mismo sistema económico explotador, puesto que ya de por sí estaban
considerados dentro de la parte inferior de la sociedad nacional en todo sentido.
De esta manera, se demostraría lo que destaca Bonfil: existía una red de
relaciones asimétricas entre las etnias indígenas minoritarias y el resto del país.
Indígenas dominados política, económica, cultural y simbólicamente por el
sector más “moderno” del país.

En resumen, por más altruista que haya podido parecer la propuesta de Gamio,
esta resultaba tener matices etnocentristas y evolucionistas rechazando la
autonomía de las minorías indígenas sobre su propio futuro y su desarrollo
cultural particular. De esta manera, Bonfil destaca que existía una red de
relaciones asimétricas entre las etnias indígenas minoritarias y el resto del país.

Como indica el mismo Warman, la antropología sirvió primero a la “metrópoli


imperial”, las potencias imperiales occidentales, y luego a sectores nacionales que
fomentaban el desarrollo de un “colonialismo interno”, como por ejemplo
grandes empresas, que a su vez estaban relacionadas de igual manera con las
potencias internacionales (1970: 36).

Aquí parece ser que el problema de la constitución de la sociedad nacional es la


diversidad cultural, dado que dificulta el proceso de integración por las
diferencias. Es por esto que Bonfil propone que “la diversidad cultural, en sí
misma, no es incompatible con la idea de nación (1970: 57)”. Es aquí que se puede
regresar al problema sobre cuál es el problema, y se puede demostrar que no es
la diversidad, sino el manejo de esta diversidad lo que la genera. Siguiendo la
misma línea, Bonfil propone que este proyecto requiere previamente de la
liberación de la población indígena del sometimiento ¿Sometimiento por parte
de quienes? Por parte del resto de la sociedad, representada por el Estado, y con
la antropología como voz autorizada y brazo ejecutor que, con o sin intención,
terminaba reproduciendo prácticas occidentales y, como mencione previamente,
etnocentristas.

Para poder entender cómo es que ha sido posible que surja una antropología que
avale ese tipo de prácticas y que no haya considerado sus implicancias es
importante entender que en los 1920’s, cuando Gamio hizo la propuesta, la
disciplina estaba aún en sus primeras décadas y no lograba consolidarse ni
desarrollar suficiente autocrítica sobre sí misma como para poder generar
reflexiones más profundas. Precisamente por esto es que es necesario hacer aquí
un salto a los 1960’s aproximadamente, cuando la disciplina ya se había
difundido más a lo largo del mundo para explicar una propuesta de cómo se
podía entender al proyecto de Gamio de acuerdo al contexto en el que se
encontraba.
Como mencioné previamente en una cita de Warman, la antropología propuesta
por Gamio sirvió como brazo del imperialismo en México, tanto a nivel interno
como externo. Aquí resulta apropiado considerar el panorama de Matos Mar
sobre las relaciones de dependencia entre países, en el cual refiere justamente a
una dominación tanto externa como interna. Por una parte, la dominación
occidental se reprodujo a través de narrativas y prácticas desde el exterior hacia
el México, en este caso, y, por otro lado, se reprodujo también una dominación
desde los sectores más occidentalizados, “modernos” y mestizos sobre las
minorías indígenas, consideradas como inferiores.

Como Matos Mar indica: “La dominación interna funciona así dentro de una
sistema bastante rígido que se manifiesta en cada relación social, cultural,
económica y política (1969: 32).”; esta dominación interna en los diferentes tipos
de relaciones queda evidentemente demostrada en el proyecto de “forjar patria”
de Gamio: inserción al mercado capitalista, castellanización, inferiorización y
exotización, así como el mismo hecho de que el mismo Estado tenga la potestad
de permitir o no permitir la injerencia de la antropología en las poblaciones
indígenas de “su” territorio.

Explicado esto anterior, resulta posible asemejar los contextos de México y del
Perú, salvando sus diferencias particulares. En ambos contextos se dan procesos
similares de una dominación interna como externa, en ambos casos respecto a las
mismas potencias imperialistas, en ambos casos existe una gran cantidad de
población considerada como indígena y la posición de las autoridades sobre esta
población indígena ha sido la de inferiorizar e imponer, tomando como eje de
referencia las prenociones impuestas de igual manera desde las potencias
occidentales. Por este motivo, si se busca continuar el proyecto de “forjar patria”
desde la antropología en el caso peruano, es muy importante tomar en cuenta las
falencias y críticas del caso mexicano.

Entender la antropología en el contexto actual es completamente diferente a


entenderla en la época de Gamio y en la época de Matos Mar, Warman o Bonfil.
Ya en pleno siglo XXI el neoliberalismo está absolutamente consolidado como
sistema económico, político y cultural imperante en el contexto global actual. El
Estado fue rebasado por el libre mercado y las lógicas económicas se han
impuesto en múltiples sectores productivos y sobre múltiples regiones de cada
país.

Si se tiene que decir algo sobre las comunidades indígenas, ya no son importantes
ahora las discusiones sobre cómo lograr una integración exitosa y preservando
su autonomía, sino ahora interesan más los temas de resolución de conflictos en
relación a industrias extractivas o cómo fomentar de manera óptima el turismo,
entre otros asuntos neoliberales. Sin embargo, es notorio que no existe siquiera
un ideal de nación compartido entre los mismos peruanos. La auto-identificación
con el hecho de ser parte de la patria que es el Perú tiende a ser variable en
diferentes contextos dentro del mismo país como consecuencia de las relaciones
asimétricas expuestas por Bonfil y por la falta de una inclusión de las
comunidades indígenas por parte del Estado.

Por otra parte, la prioridad de la antropología, así como de otras disciplinas que
se caracterizan por desarrollar producciones académicas, se encuentra más en
publicar en revistas, publicar libros, incluso ser negociador/persuasor de
indígenas en favor de industrias y demás nichos de mercado que destacan la
producción antropológica por sí misma y por el valor que puede tener o dar a
quienes producen.

Es en esta situación que la reflexión planteada por Degregori sobre la


antropología como “bella durmiente” sale a flote, solo que ahora, explicada la
situación de la antropología durante el siglo XX, surgiría la pregunta modificada:
¿la antropología tomará un rol funcional al neoliberalismo, cómo históricamente
hizo con el imperialismo occidental, o tomará un rol crítico con respecto a este
sistema? Lógicamente que para un propuesta con las intenciones como la de
“forjar patria”, las críticas sobre esta y con toda la madurez que ha ido
adquiriendo la disciplina a lo largo de su existencia, resulta claro que el camino
para lograr una adecuada integración del país y con un respeto de la autonomía
es tomar un rol crítico sobre el neoliberalismo por lo que este significa para el
desarrollo de los diferentes tipos de relaciones sociales sobre los que tiene
influencia.

Pero esta crítica al neoliberalismo debe ser pensada no solo en función al objeto
de estudio de la disciplina, sino también sobre la práctica misma y con mayor
énfasis en el rol que tengan los mismos antropólogos dentro del sistema del que
son parte inherentemente.

No hubo reforma neoliberal en la universidad pública, y por ende


en la antropología, por el tipo de neoliberalismo que se da en el
país. No lo llamaría chicha sino un neoliberalismo inserto en
nuestras más antiguas tradiciones de exclusión y discriminación,
llevado adelante por una elite sin visión ni interés por el país, que
desde mucho antes había encontrado que la solución a «su»
problema estaba en la privatización de la educación superior
(Degregori 2008: 21).

Este fragmento de un texto de Degregori grafica claramente y de manera breve


como es que la desigualdad se reproduce de manera casi inconsciente en la
sociedad y la antropología como disciplina académica se inserta dentro de esta.
Nosotros como antropólogos somos parte de esta red de relaciones jerárquicas y
debemos reconocernos también como tales. Tomar rol crítico con el sistema actual
implica evitar perpetrar ante todo esta desigualdad existente no solo entre
individuos sino entre escuelas de antropología de diferentes regiones. Existe una
falta de cohesión entre escuelas antropológicas peruanas así como un desbalance
en tanto a la calidad y tipo de formación académica así como el acceso a
información, por lo cual sería uno de los primeros asuntos a solucionar. La
cohesión, para un tipo de proyecto como este, es crucial, principalmente porque
es un proyecto de integración nacional.

En segundo y último lugar, un asunto a tomar con mucha relevancia es el de la


producción académica. Como mencione previamente, la producción académica
es fetichizada y valorada por sí misma y con intenciones de obtener prestigio por
parte de la propia academia antropológica internacional, mientras que el
conocimiento que se ha podido producir y que puede ser útil para el desarrollo
de políticas o para la realización de cambios beneficiosos para diferentes
comunidades permanece en papeles y no tiene mayor trascendencia. Por este
motivo, una producción crítica respecto al contexto peruano, referente a sus
instituciones, relaciones exteriores y diversos actores que participen del contexto,
considero particularmente, debería ser la directriz de una academia
antropológica que aspire a la consolidación de una patria en la que se tenga como
valor fundamental la igualdad de oportunidades para desarrollarse plenamente
como personas, independientemente del origen de cada uno.

Como conclusión, quiero enfatizar en que, por más antiguas y desfasadas que
puedan parecer pretensiones tan modernas como la Gamio sobre el proyecto de
patria, resultan muy importantes de tomar en cuenta.

El hecho de formar parte de un país y reconocernos como iguales en condición


de derechos que los demás compatriotas implican una intención por la
preservación de estos derechos fundamentales que deberían ser respetados
incuestionablemente. Sin embargo, en el día a día, sea a través de medios o de
manera presencial, somos capaces de percibir diferentes actos de vulneración
contra la integridad de diferentes personas, indistintamente de si son
considerados como indígenas o “ciudadanos”, puesto que en esta jerarquizada
sociedad es posible ser víctima de diferentes tipos de violencia (política,
económica, por género, por etnicidad, etc.).

A pesar de que estas situaciones de violencia sean tan explícitas, son de igual
manera ignoradas por muchas personas e incluso hasta reproducidas por estas
mismas. Ahí es que resalta la antropología como un herramienta para no solo
tener acceso a la experiencia humana, sino también tomar una postura crítica
sobre estas situaciones de violencia y desigualdad de modo que se busque la
igualdad que se pregona y, a través del respeto por la autonomía tanto de
comunidades indígenas como de individuos, en un contexto donde deje de ser
normalizada la violencia, se camine hacia la forja de una Perú en el cual sí exista
oportunidades para todos los peruanos de desarrollarse de la más óptima manera
posible.

Bibliografía

Bonfil, Guillermo (1970). “Del indigenismo de la revolución a la antropología


crítica”, en Warman, Arturo: De eso que llaman antropología mexicana,
México: Nuestro Tiempo, pp. 39-65.
Degregori, Carlos Iván (2008). “¿Cómo despertar a la Bella Durmiente?: por una
antropología para comprender un país escindido”. En: Diez, Alejandro
(ed.), La Antropología ante el Perú de hoy. Balances regionales y antropologías
latinoamericanas. Lima: PUCP CISEPA.

Gamio, Manuel (1916). Forjando Patria (Pro nacionalismo), México: Porrúa, pp. Viii-
42
Matos Mar, José (1969). “El pluralismo y la dominación en la sociedad peruana.
Una perspectiva configuracional”. En: Dominación y cambios en el Perú
rural. Lima: IEP, pp. 23-59.

Warman, Arturo (1970). “Todos santos y todos difuntos”, en Warman, Arturo:


De eso que llaman antropología mexicana. México: Nuestro Tiempo, pp. 9-38

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