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Descartes nació en 1596, al sur de París, en la pequeña ciudad de La Haye, sobre el límite de
las provincias francesas de Turena y Poitou, y falleció en febrero de 1650. Provenía de una
familia noble y acomodada. Su padre era consejero en el Parlamento de Rennes y trató de dar
a su hijo una esmerada educación. El joven Rene ingresó como pupilo, en 1604, en el recién
fundado colegio de La Fleche, que, bajo la dirección de los jesuítas, era ya uno de los más
célebres y prestigiosos de Francia. Permaneció allí hasta 1612, donde destacó en los últimos
años en lógica, filosofía y matemáticas. Continuó luego estudiando leyes y obtuvo su
licenciatura en derecho en 1616, en Poitiers. Pero en vez de seguir los pasos de su padre,
decidió probar fortuna en la carrera militar, para conocer mundo. Aprovechando que Mauricio
de Nassau había firmado una tregua por doce años con España, se alistó como voluntario en
su ejército.2 Fue asignado a un regimiento acantonado en Breda, donde realizó trabajos de in-
geniería militar y se vinculó con intelectuales del lugar, entre ellos el médico, físico y
matemático Isaac Beeckman, quien lo animó a dedicarse a las ciencias. Por esa época,
Descartes, en sus ratos libres, compuso un tratado sobre la música, Compendíum
musicae, que sería conocido póstumamente. También datan de esta época las primeras
reflexiones que al final lo conducirían a su original filosofía.
Al quedar libre de sus obligaciones militares, se dedicó a viajar a través de Alemania, y más
tarde se alistó en el ejército de Maximiliano de Baviera.5 Su regimiento estuvo acantonado a
orillas del Danubio y luego fue movilizado a Bohemia y Hungría. Finalmente, en noviembre de
1620, cerca de Praga, el ejército de Maximiliano fue dispersado por los checos. Era el
comienzo de la guerra de los Treinta Años. Descartes salió sano y salvo del conflicto y regresó
a Francia. Su padre había fallecido, dejándole sus tierras y demás posesiones por herencia.
Rene liquidó entonces su patrimonio, aunque decidió conservar el título nobiliario de señor de
Perron. Los años siguientes los dedicó a viajar por Italia y luego se instaló en París. Sin llegar
a ser un hombre rico, su fortuna personal le garantizaba una vida cómoda e independiente.
Por entonces estableció una «teoría de las tangentes» que le dio fama de gran matemático y
le granjeó el respeto de los más grandes intelectos de la época. Descartes quería profundizar
en sus estudios y elaborar su filosofía, pero la capital francesa ofrecía demasiadas
distracciones a un aristócrata joven, soltero y acomodado. Por eso decidió, en 1628, retirarse
a una pequeña ciudad de Frisia, en Holanda. Cuando llegó allí ya había compuesto su
obra Reglas para la dirección del espíritu, que sería publicada después de su muerte. En ese
texto planteaba la necesidad de analizar nuestros modos de conocimiento, exponía que la
inteligencia lleva en sí misma ideas que le son innatas y juzgaba que la metafísica debía
preceder en el orden del saber a la física, y ésta a su vez a la mecánica, la medicina y la
moral.
La clave es el método
Uno de los pocos lemas que incluso los más profanos en filosofía conocen es el
famoso Cogito ergo sum, es decir, «Pienso, luego soy», «Pienso, luego existo». Para
Descartes, el concepto «pienso» es muy amplio, no se refiere simplemente a lo que nosotros
llamamos el pensamiento, como pura reflexión y búsqueda de un conocimiento. Se trata de
toda la actividad mental que tiene un ser humano: la duda, la vacilación, la certeza, incluso los
sentimientos como la alegría y el reconocimiento. También lo que forma la vida, lo espiritual, lo
intelectual. Todo eso entra más o menos en la amplísima concepción de lo que es el cogíto.
Y lo que simplemente dice Descartes es: «Veo o noto que existo», «noto que existo porque si
estoy equivocándome existo, porque no puedo equivocarme sin existir, si estoy dudando
existo, si estoy perplejo existo». Es decir, a partir de cualquiera de los movimientos
intelectuales, anímicos, espirituales, llega a la conclusión de que al menos eso es seguro:
existe. Y a partir de esa certeza va desarrollando las demás.
Descartes admite que puede existir —hipótesis más o menos siniestra— un genio maligno,
alguien que estuviera siempre engañándome, permanentemente lanzando alucinaciones
sobre mí, mostrándome apariencias falsas, pero lo que no puede impedir es que yo siga, pese
a todo, existiendo. Esta hipótesis del genio maligno representa simplemente la posibilidad de
que la realidad no sea lo que yo supongo que es a partir de mis sensaciones y raciocinios. En
ese contexto, la demostración de la existencia de Dios, cuya necesidad se le impone a
Descartes, no es un tema teológico, sino más bien la defensa de la idea de que hay
efectivamente un orden en el mundo. Si no hubiese tal orden, la circunstancia de que una
determinada idea sea clara y distinta —esto es, evidente— no garantizaría su verdad. Por otra
parte, Descartes concluye en la existencia, primero de un Dios benévolo —un Dios que no me
engaña, lo cual es una profesión de fe en la inteligibilidad de la naturaleza— que a él le parece
que deriva de la propia realidad espiritual del ser humano, y a partir de ese Dios una serie de
ideas claras y distintas que van a formar el conjunto de nuestros conocimientos.
En Descartes hay una separación entre el espíritu y la materia. La materia es aquello a lo que
el espíritu está destinado a conocer. Nuestro espíritu está destinado a conocer y a vivir dentro
de la materia. Una realidad distinta, separada de ese mundo del espíritu donde está la certeza,
el pensamiento. El mundo de la materia, puro me-canismo, es una bien tramada urdimbre de
causas y efectos que el espíritu va a conocer, y desde el exterior va a reflexionar sobre él.
Un caminante incansable
Rene Descartes pasa, como he dicho, por ser el padre de la filosofía moderna y
contemporánea. El artífice de convertir la subjetividad humana en el baremo de lo que es real
y no es real, de lo que es verdadero y lo que no es verdadero. Ese baremo que antes estaba
en la divinidad o en la tradición o en la autoridad de los antiguos, él lo lleva al campo de la
subjetividad. En otras palabras, esa comprensión que tenemos de nuestro movimiento
espiritual y sus dudas, pero también de la búsqueda de la verdad, es la que va a establecer lo
que existe y no existe, lo que es y no es verdadero. A partir de Descartes, nace el idealismo, la
búsqueda de la ciencia en el sentido moderno del término. Probablemente, la filosofía
propiamente cartesiana, las Meditaciones, incluso las aportaciones en torno al discurso del
método pueden parecemos un poco obvias o, tal vez, pasadas de moda. Algunas de sus
aportaciones matemáticas siguen siendo válidas en sus campos, pero otras no. Se equivocó
en el campo de la física, al hablar por ejemplo de los torbellinos. Descartes proponía una
«teoría de los torbellinos» según la cual el éter formaba vórtices alrededor del sol y las
estrellas, siendo esos torbellinos los que explicaban el movimiento de los planetas. Fue Isaac
Newton el que tuvo la razón frente a Descartes en casi todo.13 Incluso Descartes cometió
equivocaciones en el mundo de lo psicológico cuando dijo que el alma y el cuerpo se unían en
la glándula pineal (lo que hoy llamamos hipófisis), esa parte del cuerpo que en ese momento
no se sabía para qué servía. Todo esto hoy no funciona, no es operativo. Pero sí el
planteamiento de la subjetividad humana como centro y único referente del pensamiento. Esta
aportación, con sus derivaciones y las múltiples consecuencias que tuvo, sigue absolutamente
vigente y, por lo tanto, Descartes es una referencia inexcusable del pensamiento moderno.
¿Nos da miedo pensar? (Bertrand Russell)
El ser humano teme al pensamiento más de lo que teme a cualquier otra cosa del
mundo; más que la ruina, incluso más que la muerte.
¡Fuera el pensamiento!
Es mejor que los seres humanos sean estúpidos, amorfos y tiránicos, antes de que
sus pensamientos sean libres. Puesto que si sus pensamientos fueran libres,
seguramente no pensarían como nosotros. Y este desastre debe evitarse a toda
costa.
Así arguyen los enemigos del pensamiento en las profundidades inconscientes de sus
almas. Y así actúan en las iglesias, escuelas y universidades.
Por otra parte, si fuera cierto que en la pornografía, las mujeres son
reducidas a objetos, entonces eso implicaría que no se les pide su
consentimiento explícito ni tampoco se tienen en cuenta sus intereses.
Pero esto no ocurre en la pornografía. Quienes participan en ella lo
hacen con pleno consentimiento y sin que ninguno de sus intereses sea
vulnerado. Las mujeres adultas son conscientes de sus actos y tiene
derecho a elegir libremente qué hacer con su vida, siempre que no
implique violar los derechos de nadie —ni los de ellas mismas.
En ese último punto estoy totalmente de acuerdo: lo que está mal debe
ser rechazado y anulado; no tolerado ni reformado.
Hace ya varios años, en este mismo espacio, el Doctor en Ciencias Filosóficas Jorge. G. Arocha
publicó un trabajo titulado “La esterilidad de la pornografía en la era de la información”, donde
apuntaba lo siguiente:
“¿Ha notado que en los últimos tiempos los límites morales se vuelven cada vez más difusos, que la
permisibilidad sobre temas tabúes aumenta, pero «extrañamente» los prejuicios se mantienen? Este
es el caso de la pornografía, donde se conjugan persecuciones, pero al mismo tiempo se reproducen
espacios para su comercialización”.
Con los nuevos avances tecnológicos el debate se aviva, ya que cada vez más hay quien reconoce su
funcionalidad, y de otro lado hay quien la niega; de esa manera, la actual controversia en torno a su
producción, distribución y consumo define dos campos opuestos: por un lado, los que apoyan su
difusión si bien con ciertos controles y límites; y por otro lado; quien niega absolutamente su
presencia en nuestro mundo.
En cualquier caso, el aumento de su difusión es evidente y, para que se tenga una idea, la palabra
más buscada en Google es sex, de la cual obtenemos en 0,08 segundos 194 millones de resultados.
Intente con Irán, Guerra Nuclear, Barack Obama u otros términos para que pueda comparar. Cada
segundo se gastan 3.065.64 dólares en pornografía, y 28.258 usuarios de Internet la están viendo. El
12 % de las páginas webs de Internet son pornográficas, es decir, un total de 24.644.172 de páginas;
y 2.500 millones de emails diarios son pornográficos, un 8% del total. El 25 % de todas las
búsquedas realizadas están relacionadas con la pornografía, un total de 68 millones de búsquedas al
día. El 35 % de las descargas de Internet son pornografía, y el horario en que más se consume es de
9:00 a.m. a 5:00 p.m., o sea, en horario de trabajo”. [1]
Esto por supuesto que pone de manifiesto la “popularidad” que ha alcanzado la pornografía en los
tiempos actuales, y gracias a las nuevas tecnologías.
Si conocemos también que según las mismas estadísticas de la revista GOOD, solo tienen prohibida
la divulgación de la pornografía los siguientes países: Arabia Saudí, Irán, Bahréin, Egipto, Emiratos
Árabes, Kuwait, Malasia, Indonesia, Singapur, Kenia, India, Cuba, y China, nos daremos cuenta
que este es un asunto absolutamente universal, y que quizás valga la pena preguntarnos: ¿cómo y
dónde empezó todo?
Se establece el culto totémico hacia las estructuras anatómicas de la procreación: el culto hacia el
útero (objeto de culto debido a su capacidad de retener al feto y propiciar su nacimiento); y el culto
fálico, considerado como “depositante de vida”. Las figuras como la Venus de Willendorf
demuestran la obsesión social por los genitales, la maternidad, la fertilidad y el erotismo, a través de
tetas y nalgas de proporciones exageradas, con una posible intención de representar la pornografía.
En la Grecia clásica el arte era falocéntrico, con una dimensión también probablemente
pornográfica. La representación de escenas sexuales era habitual en el arte popular del imperio
romano, cuyas visiones sobre la sexualidad se acercaban moralmente a las visiones de la Grecia
Clásica. Con la aparición del cristianismo, se vio a la pornografía como una forma de la lujuria, y
era considerada un pecado mortal junto a la masturbación, la fornicación, la sodomia, el adulterio y
la prostitución.
La literatura erótica aparece, bajo controversia, en los últimos siglos de la Edad Media, mientras
que la pornografía, en una forma similar a la actualidad (producción en masa), aparece en el siglo
XVI durante la cultura de la imprenta.
Durante el siglo XVI la literatura erótica se ve frenada por distintas visiones morales sobre la
obscenidad, lo que provoca que los autores publiquen sus obras bajo nombres falsos y con ciertas
limitaciones en la distribución.
En el siglo XVIII se populariza el arte erótico con la aparición del arte rococó, y durante los últimos
años del arte barroco, cuyo erotismo era principalmente sutil y moderado, recurriendo al desnudo y
a escenas que marcaban sentimientos como el amor, la pasión, la felicidad y la ira.
La pornografía moderna consigue su mayor presencia a partir de la llamada Edad de Oro del porno,
que tiene lugar desde los años 70’ hasta la actualidad.
El concepto de pornografía que se tiene hasta nuestros días tomará una nueva definición con la
invención y la popularidad de la fotografía para sustituir los trabajos de ficción literaria y artes
plásticas que predominaron en los siglos anteriores. Los burdeles, los cabarets y la prostitución
fueron unas de las principales fuentes económicas del siglo XIX en toda Europa.
El cinematógrafo de los hermanos Lumiere adquiere forma comercial en el año 1895. Es un año
después cuando es realizada la primera película pornográfica, que fue la película francesa Le
Coucher de la Mariée (1896), dirigida por Léar y producida por Eugène Pirou, donde se ve a
Louise Willy, una actriz de cabaret, haciendo un striptease y teniendo relaciones sexuales con un
hombre.
Durante la primera mitad del siglo XX la pornografía estuvo totalmente prohibida por distintas
leyes en Estados Unidos e Inglaterra.
En los años 1960 comienza a tomar una mayor divulgación debido al debilitamiento y anulación de
las leyes que la regulaban, influenciados por la corriente de búsqueda de derechos sexuales que
motivó el movimiento de la Revolución Sexual.
El cine comercial comienza a florecer en los primeros años del siglo XX a partir de cortometrajes
sencillos, que eran presentados en cines que fueron populares en Estados Unidos e Inglaterra entre
1900 y 1920.
En 1952, la Suprema Corte estadounidense determina que el cine está protegido por la Primera
Enmienda y la Decimocuarta Enmienda de la Constitución, enfatizando la libertad de expresión
como elemento de la producción en los medios audiovisuales. Esa misma institución jurídica, en
1957, dictaminó que el Hicklin Test —que servía para considerar si un trabajo era o no obsceno—,
era inválido, y ello permitió la venta comercial de pornografía en calidad de arte, perdiendo su
carácter artístico solo cuando mostrase genitales expuestos femeninos, dando inicio así al periodo
semi-legal de la pornografía para hombres.
En el año de 1969, la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos de América retira los cargos
levantados contra un hombre que poseía pornografía en video para uso personal; y, en ese mismo
año, Dinamarca se convierte en el primer país en legalizar la pornografía, lo que conllevó a una alta
producción de películas con material pornográfico entre 1970 y 1974.
A mediados de los años noventa del siglo pasado; aparece la pornografía en formato DVD,
permitiendo una distribución mayor de material erótico. Entre 1995 y 2000, varias empresas
productoras de pornografía se incorporan a Internet, y abren los sitios oficiales de sus marcas, tales
como la revista Playboy en 1994, y la revista Hustler en 1995. También en 1995 se incorpora al
alcance de Internet el servicio de videoconferencia, que hizo posible la capitalización de live cams y
servicios de cyber sex.
La distribución de estas películas por Internet se desarrolló aproximadamente a partir del 2008.
Primero atendiendo a los miembros, y, después a través de la venta o alquiler de copias digitales.
Por mi parte, considero que la pornografía se ha convertido en una masiva aberración social; el sexo
debe ser íntimo, tierno, solo entre dos, y si existe el amor es magnífico, si solo es la pasión también
vale, pero en las películas pornográficas, los actores son malos, no disfrutan, hacen cosas extrañas,
fuera de contexto, y siempre me recuerdan un mal vouyerismo, llamado en Cuba “rascabucheo”, de
una pareja que lo hace muy mal.
Verdad que puede ser un paliativo cuando no hay otra cosa a mano, pero no debe constituir una
adicción. Parafraseando a Calviño: no vale la pena.