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DIÓCESIS DE SAN CRISTÓBAL

VICARIA REDENCIÓN DEL SEÑOR


PARROQUIA SAN JUAN BAUTISTA
UREÑA ESTADO TACHIRA

GUÍA LITÚRGICA
(partes de la eucaristía y significados)

Presbítero: Luis Useche


Seminarista: José Luis Pereira
Laico: Rosa Prada
INTRODUCCION
La celebración del día del Señor y su Eucaristía dominical está en el corazón de la vida de la Iglesia. Desde
los tiempos apostólicos, la Eucaristía dominical ha sido el fundamento de toda práctica cristiana. Por esta
razón, los fieles han sido y están obligados a participar en la Eucaristía, a menos que se excusó por un
motivo grave.
Participación en la Eucaristía dominical ha sido el testimonio de pertenecer a y ser fiel a Cristo y a su
Iglesia. Nuestra sociedad secular nos anima a empujar a Dios desde el centro de nuestros corazones y el
centro de nuestras vidas. Deportes, fiestas, televisión y haciendo compras han convertido para algunos
una prioridad mayor resultante sólo esporádica participación en misa, llevando eventualmente a la
práctica de la participación en la misa dominical solamente raramente.
Es bueno para reflexionar sobre el precioso don de la Eucaristía es para nosotros. La noche antes de
morir, Jesús nos dio este don en la Última Cena. Él tomó el pan, lo rompió y lo dio a sus discípulos,
diciendo: "Tomen todos ustedes y coman de él; esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes"(Ms
14:22; Lc 22:19).
Entonces Jesús tomó la copa de vino y les dijo: "Tomen esto, todos ustedes y beban de ella: esto es el
cáliz de mi sangre, la sangre del nuevo y sempiterno convenio. Se derramará para Uds. y para todos, para
que los pecados sean perdonados"(vean 1 Cor 11:25).
Cuando celebramos la Eucaristía, simbólicamente no recordamos la Última Cena ni le ofrecemos un
nuevo sacrificio al Padre. Tenemos el privilegio de entrar en la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Recibimos la muy quien se ofreció a sí mismo por nosotros y por nuestra salvación. Recibimos su
cuerpo que renunció para nosotros en la Cruz y su Sangre que derramó para el perdón de nuestros
pecados.
Jesús habló de la importancia de recibirlo en la misa: "Como me envió el Padre viviente y vivo por el
Padre, así que me come vivirá por mí" (Jn 6:57). Jesús nos aseguran: "Verdaderamente, verdaderamente,
os digo que, si no coméis la carne del hijo del hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida dentro de
vosotros" (Jn 6:53). "Mi carne es comida de hecho, y mi sangre es bebida de hecho" (Jn 6:55).
Cuando celebramos la misa, recordamos y otro que somos, es decir, un pueblo llamado a vivir nuestras
vidas en unión con Jesús. Nuestra participación en la Santa Misa celebra nuestra identidad como uno
con Jesús y con el otro en él e intensifica nuestra identidad. Como vamos a la deriva de la participación
regular en el domingo Misa, debilitamos nuestra relación con e identificación con Jesús que es el único
camino al Padre. Como somos menos castigados en Jesús, perdemos demasiado pronto el significado y
propósito en la vida.
COMO PARTICIPAR EN LA MISA
El Papa Emérito Benedicto XVI habló sobre el efecto dinámico de nuestra participación en la misa
dominical y nuestra recibir el cuerpo del Señor sobre toda nuestra vida: "Esta comunión representa un
encuentro entre dos personas, que significa uno mismo permitiendo ser penetrado por la vida de quien
es el Señor, quien es mi Creador y Redentor. El objetivo de esta comunión es asimilar mi vida en mi
transformación y conformidad a aquel que está viviendo el amor. Implica la voluntad de seguir a Cristo,
para seguir a quien va delante de nosotros."
Queridos hermanos, no hay mejor manera de empezar el domingo y la semana que nuestra participación
activa en la Santa Misa. Es la mejor manera posible para expresar nuestro amor por Dios y nuestro amor
por el otro. Tenemos mucha preocupación acerca de nuestra gente joven creciendo en la fe tibia. No
podemos hacer nada mejor para ellos que llevarlos con nosotros cada domingo para esta celebración
gozosa de nuestra identidad en Cristo que nos ama tanto que dio a sí mismo hasta la muerte para
nosotros y ahora da a nosotros en la Eucaristía.
Lo primero y principal que se ha de tener en cuenta, es que la participación en la Misa, no es un acto
meramente social. Es una celebración que indica nuestra fe, amor y agradecimiento a Jesucristo que,
en la cruz, entregó su vida por la salvación de los hombres.
Por eso, en cada Eucaristía, se hace presente esa entrega y sacrificio, que nos redime y salva. Jesucristo
la instituyó el Jueves Santo, vísperas del día de su entrega total en la Cruz, como memorial de su muerte
sacrificial.
Por ello, debemos de participar con una actitud de total agradecimiento y adoración, como si
estuviéramos junto a la cruz en el Calvario ese Viernes Santo, y escuchásemos a Jesús pidiendo al Padre
por el perdón de toda la humanidad.
Esta entrega de Jesús es aceptada por el Padre. Le fue fiel hasta el final, hasta la muerte en cruz. El Padre
aceptó esa entrega, esa “obediencia hasta la muerte” (Flp 2,8), y le corresponde, reivindicándole con la
resurrección. Al entregar su sacrificio a la Iglesia, ésta ha hecho de dicha entrega -porque Cristo lo
quiso así- el centro, la fuente y el culmen de toda la vida de la Iglesia y de cada cristiano en particular.
Es por esto, que junto al sacrificio de la Eucaristía donde se entrega Cristo al Padre, juntamente con Él,
nos entregamos nosotros; recibimos la fuerza de la vida nueva del resucitado, y somos enviados al
compromiso en la sociedad, a favor de la santificación de la misma.
El deseo de la Iglesia manifestado en el Conc. Vaticano II y ya antes en otros documentos, especialmente
en la Encíclica "Mediator Dei" de Pío XII es que se instruya sin cesar a los fieles acerca de lo que es la
Misa, su obligación, sus fines y su participación en el sacrificio eucarístico "en cuya comparación nada
puede ser tan honroso y agradable a Dios".
Dios dice en sus mandamientos: No mates, no robes... y también añade: Santifica las fiestas y éstas se
santifican especialmente oyendo el sacrificio de la Misa. La Iglesia da a la Misa mucha importancia. El
Papa Juan XXIII dijo que "el cristiano no debe estimar nada por encima del Santo sacrificio de la Misa",
y es porque su valor es grande, pues, como dice San Juan Crisóstomo, "la celebración de la Misa, en
cierta manera, vale tanto cuánto vale la muerte de Cristo en la cruz... Y ¿cuál es el precio de la sangre
de Cristo derramada en la cruz? Es el precio de nuestra redención.
Si a alguno "no le dice nada la Misa" y llega a decir que "una Misa más o menos poco importa", es
sencillamente porque "no la vive", y no la vive porque no la conoce, y porque no conoce su valor infinito,
no la ama, cumpliéndose así el adagio filosófico: "Nada se quiere o se ama hasta que no se conoce".
Por ello:
- No te conformes a ir a misa sólo por obligación. Esfuérzate para vivir a fondo la fe en Cristo. Entonces
amarás y valorarás la misa y, por consiguiente, descubrirás la necesidad de participar en ella.
- Lucha por todos los medios para no “acostumbrarte” nunca a celebrar la misa. Y si ya te has
acostumbrado, ora a Dios que te ayude a salir de la rutina en la que has caído, haciendo lo posible por
tu parte para conseguirlo.
- No participes en la misa únicamente por el ánimo de pedir. La palabra Eucaristía significa acción de
gracias. Este vocablo nos recuerda, pues, que los cristianos no nos reunimos sólo para pedir, sino
también – sobre todo – para alabar a Dios y agradecerle todo lo que ha hecho, hace y hará por nosotros.
- No sobrevalores una parte de la misa en detrimento de otra. En la misa hay dos partes principales: la
Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. Las dos se encuentran estrechamente unidas, forman
un todo y se complementan mutuamente.
- Participa en la misa con gozo y alegría en el corazón. La misa es una celebración. En ella celebramos
el amor inmenso con que Dios nos ama. La misa que se celebra sin gozo ni alegría es una celebración
rutinaria y superficial. Y una misa así celebrada no puede ilusionar ni entusiasmar a nadie
- Ten siempre presente que la misa, además de una celebración, es también siempre compromiso. Cada
vez que celebramos la misa con fe nos comprometemos a imbuirnos de los valores del Evangelio y, por
consiguiente, a vivir nuestra vida según el estilo de vida de Jesús.
- Ten siempre presente que la misa es comunión íntima con Cristo y, a la vez, comunión sincera con
todos y cada uno de los hombres y mujeres. Si fallase una de las dos comuniones, la misa sería un gesto
hipócrita. Y no hay nada que nos aleje tanto de Dios como la hipocresía.

RITOS INTRODUCTORIOS
Se llaman “Ritos introductorios” los comprendidos entre la procesión de entrada y la Oración Colecta,
ambos incluidos. Según la Ordenación General del Misal Romano (OGMR), tienen como “finalidad lograr
que los fieles reunidos constituyan una comunidad y se dispongan a oír como conviene la Palabra de
Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía” (OGMR, 24).
- La entrada del celebrante y el canto que lo acompaña.
A finales del S. IV o comienzos del V se introdujo la entrada solemne del pontífice en la basílica,
adquiriendo muy pronto la forma de cortejo. Algunos atribuyen al Papa Celestino I (422-431) la
incorporación del canto de entrada. Aunque se desconoce la fecha exacta de la incorporación, ya existía
con seguridad en el S. V. Durante mucho tiempo fue un salmo cantado, con una antífona del mismo
salmo, pero luego quedó reducido a una antífona.
Actualmente “puede emplearse para este canto o la antífona con su salmo u otro canto acomodado a la
acción sagrada o la índole del día o del tiempo litúrgico” (OGMR, 26).
* Procesión y canto de entrada: Antes de ponerse en marcha la procesión de entrada hacia el altar para
comenzar la Eucaristía el turiferario ofrece al presidente el incensario para que imponga el incienso. La
procesión de entrada se solemniza si se inicia desde el fondo de la nave. El orden debe ser: turiferarios,
crucífero con dos ceroferarios a ambos lados o portadores de ciriales, siguen los demás ministros y el
diácono (si lo hay), que porta el Evangeliario en alto. Si no hay diácono puede portarlo un acólito o un
lector instituido, siguen los concelebrantes siempre de dos en dos y el SACERDOTE que preside sólo.
Cierra la procesión el maestro de ceremonias y los ministros del libro, mitra y báculo (si preside el
obispo). Los concelebrantes y ministros, cuando van caminando en procesión o están de pie deben tener
ante el pecho las palmas extendidas y juntas, el pulgar de la mano derecha sobre el pulgar de la izquierda
formando una cruz. Los ceroferarios, al llegar al presbiterio, han colocado los ciriales en un sitio
dispuesto para ello. El Evangeliario se coloca sobre el altar, cerrado. Cuando los acólitos están en el
presbiterio han de cuidar de no tener sus asientos en el mismo rango que los diáconos y los presbíteros,
no siendo correcto que se coloquen directamente al lado del celebrante salvo que estén sirviendo el
libro.
Por su naturaleza es un canto procesional, solemne y festivo, que corresponde de suyo al pueblo, y
pretende “abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido e introducir sus
pensamientos en la contemplación del misterio litúrgico o de la fiesta” (OGMR, 25). Con frecuencia es
un canto de apertura, dado que no acompaña a ninguna procesión hasta el altar, quizá porque se trata
de una celebración cotidiana o porque se realiza en un lugar poco espacioso. Con todo, es conveniente
para disponer a la celebración.
VENERACION DEL ALTAR
Mientras normalmente tiene lugar el canto de ingreso, el sacerdote con los otros ministros llega en
procesión al presbiterio, y aquí saluda el altar con una reverencia y, en signo de veneración, lo besa y,
cuando hay incienso, lo inciensa. ¿Por qué? Porque el altar es Cristo: es figura de Cristo. Cuando nosotros
miramos al altar, miramos donde está Cristo. El altar es Cristo. Estos gestos, que corren el riesgo de
pasar inobservados, son muy significativos, porque expresan desde el principio que la misa es un
encuentro de amor con Cristo, el cual «por la ofrenda de su Cuerpo realizada en la cruz. Se hizo por
nosotros sacerdote, altar y víctima» (prefacio pascual V). El altar, de hecho, en cuanto signo de Cristo,
«es el centro de la acción de gracias que se consuma en la Eucaristía» (Instrucción General del Misal
Romano, 296), y toda la comunidad en torno al altar, que es Cristo; no por mirarse la cara, sino para
mirar a Cristo, porque Cristo es el centro de la comunidad, La procesión de entrada desemboca
naturalmente en la veneración del altar, como símbolo de Cristo y lugar del sacrificio eucarístico. Esta
veneración se expresa con tres signos:
La inclinación es un signo de respeto muy expresivo que forma parte del patrimonio religioso de todos
los pueblos; dirigido al altar, el gesto se convierte en un acto de homenaje a Cristo, al lugar del sacrificio
y a la mesa del Señor, y se transforma a la vez en una súplica humilde de los frutos de la-Redención.
El gesto de veneración se completa con el beso. Como el altar simboliza a Cristo y el ministro lo besa en
nombre de toda la comunidad reunida, es un beso de saludo y de amor entre la Iglesia Esposa y el Esposo
Cristo.
Esta veneración comenzada con la inclinación y el beso, puede completarse con la incensación, cuyo
simbolismo primario es de honor, aunque incluye también los significados de purificación y santificación,
según aparece en los ritos de la dedicación del altar, de la que cada incensación es un recuerdo. La
incensación ya no está reservada a la celebración solemne de la Eucaristía, sino que “puede usarse
libremente en cualquier forma de Misa” (OGMR, 235).
EL BESO: SU SENTIDO LITÚGICO
El beso es uno de los gestos más universalmente utilizados en nuestra vida social. También en la liturgia,
más veces de las que a primera vista parece, besamos a las personas o a los objetos sagrados, aunque la
reforma litúrgica haya suprimido algunos besos redundantes.
En casi todos los sacramentos se besa a las personas como signo de lo que quieren comunicar
eficazmente. Respecto al beso de objetos sagrados, son el altar y el libro de los Evangelios los que más
expresivamente reciben este símbolo de aprecio "según la costumbre tradicional en la liturgia, la
veneración del altar y del libro de los Evangelios se expresa con el beso" (IGMR 273).
Al comienzo de la Eucaristía se usa el beso como signo de veneración al altar. Es costumbre antiquísima
en la liturgia cristiana: al menos desde el siglo IV. Su sentido es expresar simbólicamente el aprecio que
se tiene a la "mesa del Señor", la mesa en la que va a realizarse la Eucaristía y donde vamos a ser invitados
a participar del Cuerpo y Sangre del Señor. Es como un saludo simbólico, hecho de Fe y de respeto, al
comenzar la celebración. Con el correr de los siglos se habían añadido demasiados besos al Altar.
Actualmente ha quedado dos. El del inicio y el de la despedida. También se besa el Evangeliario. El que
proclama la lectura del Evangelio, besa al final el libro. Al hacerlo el sacerdote dice en voz baja: "Las
palabras del Evangelio borren nuestros pecados". Esta frase expresa el deseo de que la Palabra
evangélica ejerza su fuerza salvadora perdonando nuestros pecados. Besar el Evangelio es un gesto de
fe en la presencia de Cristo que se nos comunica como la Palabra verdadera. Si preside el obispo se le
llevará para que también éste lo bese. El beso al Evangeliario se inserta dentro de una serie de acciones
simbólicas en torno al Evangelio: escucharlo de pie, reservarlo al ministro ordenado, hacer al principio
la señal de la cruz, incensarlo, etc.
El beso de paz antes de la comunión es uno de los modos de realizar el gesto de la paz.
La paz de puede dar con una simple inclinación de cabeza, o con un apretón de manos, pero sobre todo
en grupos más reducidos, o entre familiares, o en una comunidad religiosa, es más expresivo el beso.
El "ósculo de paz", como se llamaba en los primeros siglos, es algo más que un saludo o un signo de
amistad. Es un deseo de unidad, una oración, un acto de fe en la presencia de Cristo y en la comunión
que Él construye, un compromiso de fraternidad antes de acudir a la Mesa del Señor.
El beso a la Cruz es también frecuente. El Viernes Santo ha quedado un beso lleno de sentido: el que
damos a la Cruz en el rito de su adoración. También son significativos otros besos, no litúrgicos, pero
igualmente llenos de fe, como puede ser el beso al Niño en las celebraciones de la Navidad, o el beso al
crucifijo o a las imágenes sagradas, que muchos cristianos tenemos todavía la costumbre de dar.
SALUDO
Después de venerar el altar, reservado al sacrificio, desde la sede el “sacerdote y toda la comunidad hace
la señal de la cruz” (OGMR, 28). Es un gesto introducido por mandato de Pablo VI.
La señal de la cruz, unida a la fórmula “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo” acompaña
el comienzo de todas las celebraciones cristianas, por eso no podía faltar en la celebración cristiana por
excelencia: la Eucaristía. El gesto recuerda que el sacrificio de Cristo es la fuente de toda santificación,
mientras que la fórmula es un acto de fe en la Santísima Trinidad y una súplica a las tres personas divinas.
Gesto y fórmula manifiestan que los fieles no se reúnen por propia iniciativa, ni en nombre propio, sino
en nombre de Dios Trino.
Hacer la señal de la cruz es un acto de la virtud de religión, que debemos hacer con toda devoción y
decoro y no de cualquier manera. De la manera como hagamos nuestra señal de la fe decimos qué tan
grande es nuestra fe y qué tanto hemos entendido del misterio de la cruz.
Muchas veces parece que algunas personas hacen una mueca en lugar de evocar el signo sagrado de
nuestra salvación; es como si se avergonzaran de que los vieran y trataran de disimular.
La señal de la cruz se hace de dos maneras: Santiguándonos y signándonos.

¿QUÉ ES SANTIGUARSE?
Es una oración haciendo la señal de la cruz en la frente, en el pecho, en el hombro izquierdo y luego
en el hombro derecho. Diciendo: En el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo. Y luego Amén.
Cuando se hace la señal de la cruz después de tocar el agua bendita se puede decir primero, al sumergir
los dedos en ella: “Que esta agua bendita nos sea salvación y vida”.
Hay quienes acostumbran al final besar el dedo pulgar extendido sobre el índice formando una cruz,
como reverencia y devoción al signo de nuestra redención. Sin embargo, por piadosa que sea, esta
práctica no forma parte del acto de santiguarse.
¿QUÉ ES SIGNARNOS?
Es una oración haciendo una pequeña cruz con el dedo pulgar en la frente, luego otra en la boca y
luego otra en el pecho. Diciendo: Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor
Dios nuestro.
Cuando nos signamos y luego inmediatamente nos santiguamos, entonces nos estamos persignando.
Hay oraciones y momentos en que nos santiguamos (por ejemplo, al inicio de la misa, al iniciar el día,
al pasar al frente de una iglesia, etc..); hay oraciones y momentos en que nos signamos (antes de
proclamar el evangelio); y hay oraciones y momentos para persignarnos (por ejemplo, al inicio del
Santo rosario, el viacrucis, las novenas, etc..).
UNO DE LOS MOMENTOS EN QUE NOS SIGNAMOS, COMO SE DECÍA ANTES, ES ANTES DE LA
PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO EN LA MISA.
El sacerdote con las manos juntas dice: El Señor esté con vosotros o con ustedes; y el pueblo responde:
Y con tu espíritu; y en seguida dice: Lectura del Santo Evangelio según San…, signando con el pulgar el
libro y a sí mismo en la frente, en la boca y en el pecho, lo cual hacen también todos los demás.
El pueblo aclama diciendo: Gloria a Ti, Señor. En seguida proclama el Evangelio y al final dice la
aclamación Palabra del Señor, y todos responden: Gloria a Ti, Señor Jesús.
¿QUÉ SIGNIFICA SIGNARSE?
Signarnos la frente es pedirle a Dios que bendiga nuestra mente y nos libre de pensamientos y deseos
indebidos, signarnos la boca es pedirle a Dios que bendiga nuestros labios y nos ayude a evitar palabras
ociosas y signarnos en el pecho es para pedirle a Dios que bendiga nuestro corazón y evitar las malas
acciones.
Cuando nos signamos antes del evangelio es para predisponer nuestra mente a la escucha atenta del
mismo, en la boca para que sepamos anunciar el evangelio y en el pecho para ser custodiado con amor
y fe.
Realizada la señal de la cruz, el ministro y los fieles se intercambian un saludo, por el cual “el sacerdote
manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo
se pone de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada” (OGMR, 28).
El Misal emplea tres fórmulas de saludo inspiradas en la Sagrada Escritura, especialmente en las cartas
de los Apóstoles. El saludo es una promesa de salvación por parte de Dios. La respuesta de la comunidad
no es un gesto de benevolencia hacia la persona del ministro, sino una respuesta al ministro de Cristo,
dispensador de los misterios de Dios. Se desea que el Señor esté con “el espíritu” del ministro (no el alma
-dice S. Juan Crisóstomo- sino el Espíritu que ha recibido por la imposición. El saludo del ministro y la
respuesta de los fieles manifiestan la estructura de diálogo de la celebración eucarística. Desde el
principio, la celebración eucarística es un anuncio de la Palabra y de la salvación de Dios, de su gracia.
Por parte del hombre, debe haber una adhesión y una acogida llena de gratitud. Cada hombre debe
acoger desde su libertad la salvación y el amor que Dios le ofrece.
PROCESIÓN Y CANTO DE ENTRADA: Antes de ponerse en marcha la procesión de entrada hacia el altar
para comenzar la Eucaristía el turiferario ofrece al presidente el incensario para que imponga el incienso.
La procesión de entrada se solemniza si se inicia desde el fondo de la nave. El orden debe ser: turiferarios,
crucífero con dos ceroferarios a ambos lados o portadores de ciriales, siguen los demás ministros y el
diácono (si lo hay), que porta el Evangeliario en alto. Si no hay diácono puede portarlo un acólito o un
lector instituido, siguen los concelebrantes siempre de dos en dos y el Sacerdote que preside. Cierra la
procesión el maestro de ceremonias. Los concelebrantes y ministros, cuando van caminando en
procesión o están de pie deben tener ante el pecho las palmas extendidas y juntas, el pulgar de la mano
derecha sobre el pulgar de la izquierda formando una cruz. Mientras tiene lugar la procesión, el pueblo
entona un canto de entrada, que sirve para abrir festivamente la celebración, fomentar la unión de los
fieles y acompañar la procesión. Los ceroferarios, al llegar al presbiterio, han colocado los ciriales en un
sitio dispuesto para ello. El Evangeliario se coloca sobre el altar, cerrado. Cuando los acólitos están en el
presbiterio han de cuidar de no tener sus asientos en el mismo rango que los diáconos y los presbíteros,
no siendo correcto que se coloquen directamente al lado del celebrante salvo que estén sirviendo el
libro.
MONICIÓN INICIAL: Tiene por objeto explicar e implicar a todos en la celebración. Debe ser breve, incisa
y preparada. Puede pronunciarla el presidente u otra persona
ACTO PENITENCIAL: Así como Jesucristo al iniciar su predicación invitó a la conversión, el sacerdote
invita a la asamblea a recordar estas palabras del Salvador y pedir perdón en silencio, luego, oramos
todos con el acto penitencial y terminamos cantando, pidiendo piedad al Señor. Todos somos pecadores
y debemos pedir perdón. Este acto a su vez consta de varias partes:
- Monición, que dice el Sacerdote
- Silencio breve
- Confesión general –Yo confieso...
- Absolución (que perdona los pecados leves del día, pero no tiene la eficacia propia del sacramento de
la penitencia).
Existen otras dos fórmulas además de la anterior, consistentes en un breve diálogo y pueden incluir el
Kyrie, en cuyo caso no se dice posteriormente.
Los domingos, especialmente en tiempo pascual, se puede sustituir el acto penitencial por la bendición
y aspersión del agua bendita, como recuerdo del bautismo.
EL KYRIE: "Señor, ten piedad". Tiene carácter doxológico, no es penitencial, sino que tiene sentido de
aclamación a Cristo y petición de misericordia. Son unas palabras griegas venerables de larga tradición.
Se atribuye al papa San Gelasio –fines S. V- su introducción en la Misa.
GLORIA A DIOS
El Gloria, la grandiosa doxología trinitaria, es un himno bellísimo de origen griego, que ya en el siglo IV
pasó a Occidente. Constituye, sin duda, una de las composiciones líricas más hermosas de la liturgia
cristiana.
«Es un antiquísimo y venerable himno con que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios
Padre y al Cordero, y le presenta sus súplicas... Se canta o se recita los domingos, fuera de los tiempos
de Adviento y de Cuaresma, en las solemnidades y en las fiestas y en algunas peculiares celebraciones
más solmenes» (OGMR 31).
Esta gran oración es rezada o cantada juntamente por el sacerdote y el pueblo. Su inspiración primera
viene dada por el canto de los ángeles sobre el portal de Belén: Gloria a Dios, y paz a los hombres (Lc
2,14). Comienza este himno, claramente trinitario, por cantar con entusiasmo al Padre, «por tu inmensa
gloria», acumulando reiterativamente fórmulas de extrema reverencia y devoción. Sigue cantando a
Jesucristo, «Cordero de Dios, Hijo del Padre», de quien suplica tres veces piedad y misericordia. Y
concluye invocando al Espíritu Santo, que vive «en la gloria de Dios Padre».
¿Podrá resignarse un cristiano a recitar habitualmente este himno tan grandioso con la mente
ausente?...
ORACIÓN COLECTA
Para participar bien en la misa es fundamental que esté viva la convicción de que es Cristo glorioso el
protagonista principal de las oraciones litúrgicas de la Iglesia. El sacerdote es en la misa quien pronuncia
las oraciones, pero el orante principal, invisible y quizá inadvertido para tantos, «¡es el Señor!» (Jn 21,7).
Dichosos, pues, nosotros, que en la liturgia de la Iglesia podemos orar al Padre encabezados por el mismo
Cristo. Así se cumple aquello de San Pablo: «El mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza,
porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; él mismo ora en nosotros con gemidos
inefables» (Rm 8,26).
De las tres oraciones variables de la misa -colecta, ofertorio, postcomunión-, la colecta es la más
solemne, y normalmente la más rica de contenido. Y de las tres, es la única que termina con una
doxología trinitaria completa. El sacerdote la reza -como antiguamente todo el pueblo- con las manos
extendidas, el gesto orante tradicional.
La palabra colecta procede quizá de que esta oración se decía una vez que el pueblo se había reunido -
colligere, reunir- para la misa. O quizá venga de que en esta oración el sacerdote resume, colecciona, las
intenciones privadas de los fieles orantes. En todo caso, su origen en la eucaristía es muy antiguo.
El sacerdote invita a orar, lee la oración y el pueblo ratifica con un AMEN. La oración colecta se dice tras
el Gloria, si lo hay, o tras el “Señor ten piedad”. Es la primera de las oraciones presidenciales.
Mediante esta oración se expresa la índole de la celebración, o sea, el carácter propio del día. Si es
solemnidad, fiesta o memoria se suele citar en la misma el santo que celebramos. Se la llama así porque
recolecta las intenciones individuales en una sola oración que se convierte en la oración de la Iglesia.
También se la llama a veces oración del día o de la Misa. Se considera la oración más importante de las
variables y concluye con la fórmula trinitaria más desarrollada.
En épocas pretéritas, cuando los fieles se reunían en una iglesia y se trasladaban procesionalmente a
otra para la Misa, era la oración inicial que se rezaba cuando el pueblo estaba reunido. Actualmente,
con la oración colecta concluyen los ritos iniciales y se da paso a la Liturgia de la Palabra. La oración
colecta es, junto al canto de entrada, la parte más antigua de los ritos iniciales.
También se llama colecta a la recaudación monetaria que se hace a favor de los necesitados durante la
Misa.
LITURGIA DE LA PALABRA
¿QUÉ SIGNIFICA LITURGIA?
Como bien es sabido, la celebración de la Santa Misa en la Iglesia está compuesta por dos liturgias: la de
la Palabra y la de la Eucaristía. La palabra tiene su origen en el latín: “Liturgia”. A su vez proviene de un
vocablo griego que significa “servicio público”. Por tanto, liturgia es el orden y forma con que se realizan
las ceremonias de culto.
1. LA PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA
La proclamación de la Palabra se remonta a la historia del Pueblo de Israel. Durante varios siglos, las
leyes, costumbres, la alianza y las promesas de Dios a su Pueblo, así como las tradiciones se fueron
pasando oralmente de generación en generación. Con el destierro y la crisis de valores, los israelitas
percibieron la necesidad de poner por escrito todas las tradiciones. Hacia el Siglo VI antes de Cristo,
surgió la experiencia de la sinagoga. El pueblo reunido escuchaba la Palabra de Dios, haciendo de la
Palabra escrita y proclamada, una palabra viva. Esa costumbre de las reuniones sinagoga les fue
transmitida a las primeras comunidades cristianas, y continúan hasta ahora en nuestras celebraciones
litúrgicas, aunque bajo otro esquema. Lo que no ha cambiado es que, en cada lectura, Dios habla a Su
Pueblo: “En diversas ocasiones y bajo diferentes formas, Dios habló a nuestros padres por medio de los
profetas, hasta que, en estos días, que son los últimos, nos habló a nosotros por medio de Su Hijo.
¿CÓMO SE CELEBRA LA LITURGIA DE LA PALABRA?
El Concilio Vaticano II pidió que se abrieran los tesoros de la Sagrada Escritura para el enriquecimiento
espiritual del pueblo cristiano. La Iglesia eligió los libros del Antiguo Testamento para que fueran
proclamados en el primer momento (primera lectura) para tener un encuentro con fragmentos de la Ley
Mosaica, episodios de la historia de Israel, de los libros proféticos o de algunas frases de la sabiduría
popular del pueblo elegido. Todos ellos nos hablan del Mesías que los profetas esperaban. Después del
salmo, sigue la proclamación de los escritos de los apóstoles (segunda lectura), es decir, los primeros
testigos de Cristo. Con el título de “epístola” se designan las cartas que los apóstoles dirigen a las
primeras comunidades cristianas que se formaron y a través de ellas les exhortan, enseñan, amonestan
y dirigen para que no se pierda la fe que les han transmitido.
¿PARA QUÉ SIRVE LA LITURGIA?
Recibir del Padre el pan de la Palabra encarnada
En la liturgia es el Padre quien pronuncia a Cristo, la plenitud de su palabra, que no tiene otra, y por él
nos comunica su Espíritu. En efecto, cuando nosotros queremos comunicar a otro nuestro espíritu, le
hablamos, pues en la palabra encontramos el medio mejor para transmitir nuestro espíritu. Y nuestra
palabra humana transmite, claro está, espíritu humano. Pues bien, el Padre celestial, hablándonos por
su Hijo Jesucristo, plenitud de su palabra, nos comunica así su espíritu, el Espíritu Santo.
Siendo esto así, hemos de aprender a comulgar a Cristo-Palabra como comulgamos a Cristo-pan, pues
incluso del pan eucarístico es verdad aquello de que «no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra
que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3; Mt 4,4).
Pero ¿para qué necesitamos la liturgia de la palabra? El alimento de la Palabra de Dios, tomado de la
Biblia, nutre la fe de los cristianos y prepara el corazón para que luego asimile el Cuerpo y Sangre del
Señor. Las dos mesas que Dios nos ofrece se complementan en un solo sacramento. En la Liturgia de la
Palabra, el Pueblo de Dios escucha con atención las lecturas de la Biblia que previamente han sido
preparadas, tal y como si fueran una carta escrita por Dios para cada uno de nosotros. Cuando el
ministro, pues, confesando su fe, dice al término de las lecturas: «Palabra de Dios», no está queriendo
afirmar solamente que «Ésta fue la palabra de Dios», dicha hace veinte o más siglos, y ahora recordada
piadosamente; sino que «Ésta es la palabra de Dios», la que precisamente hoy el Señor está dirigiendo
a sus hijos.
El número de lecturas varía de acuerdo al día, tenemos dos lecturas en los días de la semana, tres lecturas
los domingos y en las celebraciones especiales de la Vigilia Pascual o Pentecostés podemos tener siete.
La actitud correcta de cada uno de los cristianos que escuchamos la Palabra de Dios debería ser la misma
del profeta Samuel: “habla Señor, que tu siervo escucha” y al término de la proclamación, que no lectura
propiamente dicha, los cristianos unidos en asamblea responden “Te alabamos Señor” dando realmente
gracias a Dios que quiso de nuevo hablar a Su Pueblo con palabras de amor.
LA DOBLE MESA DEL SEÑOR
El Vaticano II, siguiendo antigua tradición, ve en la eucaristía «la doble mesa de la Sagrada Escritura y de
la eucaristía» En efecto, desde el ambón se nos comunica Cristo como palabra, y desde el altar se nos da
como pan. Y así el Padre, tanto por la Palabra divina como por el Pan de vida, es decir, por su Hijo
Jesucristo, nos vivifica en la eucaristía, comunicándonos su Espíritu.
Por eso San Agustín, refiriéndose no sólo a las lecturas sagradas sino a la misma predicación «el que os
oye, me oye» (Lc 10,16)-, decía: «Toda la solicitud que observamos cuando nos administran el cuerpo de
Cristo, para que ninguna partícula caiga en tierra de nuestras manos, ese mismo cuidado debemos poner
para que la palabra de Dios que nos predican, hablando o pensando en nuestras cosas, no se desvanezca
de nuestro corazón. No tendrá menor pecado el que oye negligentemente la palabra de Dios, que aquel
que por negligencia deja caer en tierra el cuerpo de Cristo» (ML 39,2319). En la misma convicción estaba
San Jerónimo cuando decía: «Yo considero el Evangelio como el cuerpo de Jesús. Cuando él dice «quien
come mi carne y bebe mi sangre», ésas son palabras que pueden entenderse de la eucaristía, pero
también, ciertamente, son las Escrituras verdadero cuerpo y sangre de Cristo» (ML 26,1259).
LECTURAS EN EL AMBÓN
El Vaticano II afirma que «la Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el
Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles
el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo» (DV 21). En efecto, al
Libro sagrado se presta en el ambón -como al símbolo de la presencia de Cristo Maestro- los mismos
signos de veneración que se atribuyen al cuerpo de Cristo en el altar. Así, en las celebraciones solemnes,
si el altar se besa, se inciensa y se adorna con luces, en honor de Cristo, Pan de vida, también el
leccionario en el ambón se besa, se inciensa y se rodea de luces, honrando a Cristo, Palabra de vida. La
Iglesia confiesa así con expresivos signos que ahí está Cristo, y que es Él mismo quien, a través del
sacerdote o de los lectores, «nos habla desde el cielo» (Heb 12,25).
2. EL SALMO
El Salmo es un elemento bellísimo de la liturgia de la Palabra que se conoce como “responsorial” o
“gradual”. Es una oración que fue escrita para cantarse y tiene por base el libro de los salmos, que
contiene 150 poesías cuyo autor es el pueblo de Israel en su conjunto y que constituyen un legado para
el pueblo cristiano. Existen varias formas de proclamarlo: 1) El salmista o un lector proclama los
versículos del salmo y la asamblea responde la antífona prevista en el leccionario, que es el libro litúrgico
en varios volúmenes clasificados según los ciclos de la liturgia, que contiene la Palabra de Dios. 2) El
salmista canta la antífona y proclama el salmo a lo que la asamblea responde recitando de memoria la
antífona intercalándola entre los versículos. 3) El salmista canta la antífona y la asamblea la repite. Luego
el salmista canta todo el salmo, canta nuevamente la antífona y la asamblea responde repitiéndola.
¿QUÉ ES EL SALMO?
En los salmos encontramos una manera de aprender a orar a través de la alabanza y la petición a Dios.
En la celebración de la liturgia, el salmo es la respuesta a la primera lectura; es como si Dios nos diera
sus propias palabras para responderle.
3. ACLAMACIÓN Y PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO
Antes de la proclamación del Evangelio se canta o se recita la Aclamación o aleluya. Esta palabra hebrea
que significa “que viva Dios, hay que darle gracias y alabarlo” era usada por el pueblo hebreo como una
verdadera oración en los salmos y en la celebración de la Pascua. En los primeros siglos de la Iglesia, se
cantaba el aleluya para celebrar a Cristo resucitado. Actualmente cantamos el aleluya todos los
domingos excepto en tiempo de cuaresma.
¿CUÁL ES EL MOMENTO DE MAYOR GOZO EN LA LITURGIA?
La proclamación del Evangelio, es decir, la Buena Nueva, debe ser el momento de mayor gozo en la
liturgia de la Palabra, pues las dos anteriores y el salmo, nos han preparado para escuchar al mismo
Cristo hablando a Su Pueblo. Cada domingo con la lectura de un párrafo de alguno de los Evangelios,
conocemos más a Cristo, el Señor. Oigámosle de pie en señal de respeto, pues es el pensamiento y la
palabra misma de Cristo lo que podemos escuchar.
Los libros de los evangelios son cuatro y corresponden a lo que pusieron por escrito los apóstoles San
Mateo y San Juan, además de San Lucas, compañero de San Pablo y Marcos, discípulo de Pedro.
Todas estas lecturas, lo mismo que los salmos responsoriales se hacen desde el ambón, la mesa de la
Palabra de Dios y “Cuando se leen las sagradas Escrituras en la Iglesia, Dios mismo habla a su pueblo, y
Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio.»
4. LA HOMILÍA
El Concilio Vaticano y la Renovación de la Iglesia precisan lo que debe ser la homilía: una conversación
familiar por la que el pastor de almas alimenta a su rebaño y le ayuda a aplicar en las circunstancias
concretas de la existencia el mensaje del Evangelio. La homilía debe revelarnos la voluntad de Dios,
expresada en la Palabra, debe ayudar a tomar conciencia de ella, explicando, anunciando, exhortando y
animando a la comunidad reunida, pero siempre aplicando el mensaje revelado a la vida diaria.
¿QUÉ ES LA HOMILÍA?
En los documentos del Concilio Vaticano II encontramos lo que la homilía es: «Aunque la palabra divina
en las lecturas de la sagrada Escritura se dirija a todos los hombres de todos los tiempos y sea inteligible
para ellos, sin embargo, su más plena inteligencia y eficacia se favorece con una explicación viva, es decir,
con la homilía, que viene así a ser parte de la acción litúrgica» y “,y goza también de una cierta presencia
del Señor, como afirma el papa Pablo VI: «(Cristo) está presente en su Iglesia que predica, puesto que el
Evangelio que ella anuncia es la Palabra de Dios y solamente se anuncia en el nombre, con la autoridad
y con las asistencia de Cristo…». Escuchemos con atención la homilía, pues en ella es Cristo Maestro
quien está enseñando a Su Pueblo.
EL CREDO
El Credo es la respuesta más plena que el pueblo cristiano puede dar a la Palabra divina que ha recibido.
Al mismo tiempo que profesión de fe, el Credo es una grandiosa oración, y así ha venido usándose en la
piedad tradicional cristiana. Comienza confesando al Dios único, Padre creador; se extiende en la
confesión de Jesucristo, su único Hijo, nuestro Salvador; declara, en fin, la fe en el Espíritu Santo, Señor
y vivificador; y termina afirmando la fe en la Iglesia y la resurrección.
Puede rezarse en su forma breve, que es el símbolo apostólico (del siglo III-IV), o en la fórmula más
desarrollada, que procede de los Concilios niceno (325) y constan-tinopolitano (381).

LA ORACIÓN UNIVERSAL U ORACIÓN DE LOS FIELES


La liturgia de la Palabra termina con la oración de los fieles, también llamada oración universal, que el
sacerdote preside, iniciándola y concluyéndola, en el ambón o en la sede. Ya San Pablo ordena que se
hagan oraciones por todos los hombres, y concretamente por los que gobiernan, pues «Dios nuestro
Salvador quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,1-4). Y
San Justino, hacia 153, describe en la eucaristía «plegarias comunes que con fervor hacemos por
nosotros, por nuestros hermanos, y por todos los demás que se encuentran en cualquier lugar»
De este modo, «en la oración universal u oración de los fieles, el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal,
ruega por todos los hombres. Conviene que esta oración se haga, normalmente, en las misas a las que
asiste el pueblo, de modo que se eleven súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que
sufren algunas necesidades y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo» (OGMR 45).
LA LITURGIA EUCARÍSTICA
Una vez finalizada la oración universal de los fieles, se concluye la Liturgia de la Palabra y se abre paso
a la segunda parte de la celebración: la Liturgia Eucarística. Con la preparación de los dones, comienza
la liturgia propiamente eucarística. No se trata de dos acciones cultuales distintas, sino de dos
momentos de un único misterio.
El paso de la liturgia de la Palabra a la liturgia Eucarística está bien resaltado por el gesto del ministro
que deja la sede y pasa al altar, lugar reservado al Sacrificio.
La liturgia eucarística comprende la preparación y ofrenda de los dones, la plegaria eucarística y la
comunión. Esta estructura se fundamenta en los actos que realizó Jesucristo en la Última Cena cuando
tomó el pan y el vino, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio a sus discípulos.
Cabe destacar que en muchas ocasiones le damos una importancia enorme a esta parte de la Eucaristía,
llegando incluso a afirmar que el resto de la celebración es una “simple preparación”. Sin embargo, el
Concilio Ecuménico Vaticano II nos enseña que: Las dos partes de que consta la misa, a saber, la liturgia
de la palabra y la liturgia eucarística, están tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un único
acto de culto. Por lo tanto, teniendo claro que ambas partes de la acción eucarística poseen una
importancia semejante, centremos nuestra atención en el tema de esta formación. Para iniciar,
intentemos dar respuesta a una pregunta: ¿qué es la Liturgia Eucarística? Por su ubicación y sus diversos
elementos, esta segunda parte de la Eucaristía nos recuerda el valor sacrificial de la Misa. Es decir, nos
pone en contacto con la donación de Aquel que dio la vida por la salvación del género humano. Por lo
tanto, la Liturgia Eucarística nos une a la entrega de Cristo en la Cruz, para que seamos capaces de darnos
por el hermano y poder llegar -de este modo- a participar de la Resurrección. Ahora bien, debemos tener
claro que su estructura no es una invención antojadiza, puesto que la encontramos en el testimonio de
la Sagrada Escritura, específicamente en los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). En ellos
encontramos una narración similar del relato de la institución: “Y, tomando pan, después de pronunciar
la acción de gracias, lo partió y se lo dio […]” (Lc 22, 19).
PRESENTACIÓN DE DONES
Presentamos el pan y el vino que se transformarán en el cuerpo y la sangre de Cristo. Realizamos la
colecta en favor de toda la Iglesia. Oramos sobre las ofrendas.
Por su parte, la Plegaria eucarística va desde el diálogo del Prefacio (El Señor esté con ustedes) hasta el
verdadero momento del ofertorio: la doxología (Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente…).
Por último, los ritos de comunión inician con el Padrenuestro y finalizan con la oración postcomunión.
EL PREFACIO, PRIMERA PARTE DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA
Prefacio, viene del latín, quiere decir hablar antes o delante, lo que se dice antes, lo que se pronuncia
primero. No es un pórtico preliminar ni un preámbulo o prólogo que introduce. Es parte integrante de
la Plegaria eucarística. La riqueza de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II: encontramos en el Misal
Romano más de cien Prefacios, en muchos de ellos se expresa en oración la teología profunda del
Concilio. Además, en la Colección de Misas de la Virgen María hay cuarenta y seis Prefacios nuevos, y en
ellos encontramos la teología mariana del Concilio y de documentos del Papa Pablo VI. Una riqueza
inmensa, desconocida por muchos.
LA ACLAMACIÓN:
con la que toda la asamblea, uniéndose a los santos del cielo y en nombre de toda la creación, canta o
aclama al Señor: “Por eso, con los ángeles y los santos, cantamos tu gloria diciendo: Santo, Santo, Santo
es el Señor, Dios del universo…” (Prefacio de la Plegaria eucarística IIª). Esta aclamación que constituye
una parte de la Plegaria eucarística, la hace todo el pueblo con el sacerdote. En Jesucristo Resucitado el
canto que iniciaron los ángeles (Lc 2,14). Y la Liturgia del cielo y de la tierra se unen en una alabanza
perenne al Padre y “al Cordero que está degollado, que merece todo poderío y riqueza, saber y fuerza,
honor, gloria y alabanza” (Ap 5,12).
EPÍCLESIS
El celebrante extiende sus manos sobre el pan y el vino e invoca al Espíritu Santo, para que por su acción
los transforme en el cuerpo y la sangre de Jesús. Después del Santo, la plegaria eucarística continúa con
la Epíclesis. Etimológicamente tiene el sentido de “llamar sobre”, “invocar sobre”, pidiendo que la fuerza
del Espíritu Santo descienda sobre los dones.

La Ordenación General del Misal Romano lo expresa así: “la Iglesia, por medio de determinadas
invocaciones, implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones que han presentado los hombres
queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y para que la víctima
inmaculada; que se va a recibir en la Comunión.

El sacerdote, imponiendo sus manos sobre las ofrendas, pide, pues, al Espíritu Santo que, así como obró
la encarnación del Hijo en el seno de la Virgen María, descienda ahora sobre el pan y el vino, y realice la
transubstanciación de estos dones ofrecidos en sacrificio, convirtiéndolos en cuerpo y sangre del mismo
Cristo (Heb 9,14; Rm 8,11; 15,16). Todos estos misterios son afirmados ya por San Pablo en formas muy
explícitas. Si pan eucarístico es el cuerpo de Cristo (1Cor 11,29), también la Iglesia es el Cuerpo de Cristo
(1Cor 12). En efecto, «porque el pan es uno, por eso somos muchos un solo cuerpo, pues todos
participamos de ese único pan» (1Cor 10,17). Es Cristo en la Eucaristía el que une a todos los fieles en un
solo corazón y una sola alma (Hch 4,32), formando la Iglesia.
Según todo esto, cada vez que los cristianos celebramos el sacrificio eucarístico, reafirmamos en la
sangre de Cristo la Alianza que nos une con Dios, y que nos hace hijos suyos amados. En la celebración
eucarística se puede apreciar claramente cómo la Iglesia entera y cada fiel entra en comunión con la
Trinidad. Si la obra de nuestra salvación es obra de toda la Trinidad, en la Misa se alaba al Padre por los
beneficios de la creación, se hace presente el Hijo y el misterio de la Redención, y por la fuerza del
Espíritu Santo la Iglesia se hace una y se ofrece con Cristo en su sacrificio de adoración.

CONSAGRACIÓN
Si la Plegaria Eucarística es el corazón de la Misa, las palabras de la consagración son el corazón de la
Plegaria eucarística. El resto de la misa es el marco sagrado de este sagrado momento.
Desde la celebración de la Última Cena, la Iglesia ha mantenido con fidelidad el mandato de Jesús:
“Haced esto en memoria mía”. A través de la celebración eucarística, la Iglesia hace presente aquel
momento, aquellos gestos y palabras que Jesús realizó y pronunció. En aquella Cena, Cristo instituyó el
sacrificio y convite pascual, por medio del cual el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente
en la Iglesia cuando el sacerdote, que representa a Cristo Señor, pronuncia “in persona Christi” las
palabras de Jesús. En ese momento, aquellas mismas palabras que Jesús pronunció, de alguna manera,
“vuelven a resonar” por la representación sacramental que el sacerdote hace de Cristo.

“Cristo, en efecto, tomó en sus manos el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos
diciendo: Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en
conmemoración mía. De ahí que la Iglesia haya ordenado toda la celebración de la liturgia eucarística
según estas mismas partes que corresponden a las palabras y gestos. Por el ministerio del sacerdote
católico, es el mismo Cristo, Sacerdote único de la Nueva Alianza, el que hoy pronuncia estas palabras
litúrgicas, de infinita eficacia doxológica y redentora. Por esas palabras, que al mismo tiempo son de
Cristo y de su esposa la Iglesia, el acontecimiento único del misterio pascual, sucedido hace muchos
siglos, escapando de la cárcel espacio-temporal, en la que se ven apresados todos los acontecimientos
humanos de la historia, se actualiza, se hace presente hoy, bajo los velos sagrados de la liturgia. «Tomad
y comed mi cuerpo, tomad y bebed mi sangre» ...
DOXOLOGÍA
La palabra doxología es un neologismo que viene del griego: Doxa (gloria, alabanza) y logos (palabra);
por tanto, la palabra doxología significa ‘palabra de alabanza’.
Las palabras: “Por Cristo con él y en él a ti Dios Padre Omnipotente en la unidad del Espíritu Santo todo
honor y toda gloria por los siglos de los siglos”, forman parte de la doxología final, que a su vez es la
última parte de la plegaria eucarística.
Esta doxología final de la misa en la forma en que la conocemos se ha utilizado desde aproximadamente
el siglo VII en toda la cristiandad de occidente. Estas palabras son propias, única y exclusivamente, del
obispo o sacerdote celebrante y de los sacerdotes concelebrantes. Y “la doxología final: por la cual se
expresa la glorificación de Dios… es afirmada y concluida con la aclamación Amén del pueblo” (IGMR,
78, h).
Por tanto, durante la doxología los fieles guardan silencio y sólo intervienen para unirse a dicha
doxología con un fuerte y contundente: “AMEN”.
Esta doxología es una de las doxologías que se usan para dar alabanza a Dios, distinguiéndola de la
doxología mayor (Gloria a Dios en el cielo…) y la doxología menor (Gloria al Padre y al hijo…).
Finalmente, una de estas doxologías es la que se pronuncia antes del rito de la paz: “Tuyo es el reino,
tuyo el poder y la gloria por siempre Señor”.
PADRE NUESTRO
Preparándonos para comulgar, rezamos al Padre como Jesús nos enseñó.
El Padrenuestro se introdujo en los ritos de comunión también por la petición del “pan de cada día”, no
sólo para el pan material, sino también referido a la Eucaristía. Ayuda a los cristianos a comprender lo
que dijeron los mártires de Bitinia, a quienes se prohibió celebrar la Misa: “Nosotros no podemos vivir
sin la Eucaristía”. No puede haber verdadera vida cristiana sin el Cuerpo y Sangre de Cristo. El amor a la
Eucaristía, el comprender que no hay vida divina sin ella, nos lleva a la oración constante y humilde,
pidiendo a Dios que no nos falte la Eucaristía, que no nos falte la Misa, que no nos falten sacerdotes que
nos den el alimento.
Juntamente se pide el perdón de los pecados, favoreciendo así la humildad como preparación a la
recepción de la comunión. Reconocerse pecadores, porque realmente lo somos, es actitud necesaria
para acercarnos a recibir al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. No es necesario aclarar
que no basta esta petición de perdón para borrar los pecados mortales, para los que debe preceder la
confesión sacramental. Pero este reconocimiento de nuestra necesidad de salvación, es condición
necesaria para valorar la donación que Cristo hace de sí mismo por nosotros y para nosotros en la
Eucaristía.
RITO DE LA PAZ
Es característica esencial y propia del rito romano que la paz se intercambia después del Padrenuestro y
-antes de la Fracción del Pan, según lo determinó en el siglo VI san Gregorio Magno.
Cristo se la comunicaba al sacerdote (a través del gesto del beso al altar), el sacerdote al diácono. La
liturgia actual prevé que el intercambio se realice entre los fieles. Debe ser siempre un gesto religioso,
debe estar penetrado de sacralidad. “Conviene «que cada uno dé la paz, sobriamente, sólo a los más
cercanos a él" (Redemptionis sacramentum, 72).
Unos a otros nos deseamos una vida llena del Señor y de su paz. La paz se debe dar únicamente a los
que están a nuestro lado, aunque no los conozcamos, ya que esto significa desear la paz a todos los
presentes en la misa. Esos barullos que, con la mejor de las intenciones, se montan a veces en este
momento, incluso con salidas del banco que se ocupa para darle la paz a otros conocidos, sobran.
El que da la paz suele decir «La paz sea contigo», y el que la recibe contesta «Y con tu espíritu». Después,
retroceden un poco y se inclinan el uno hacia el otro, con las manos juntas de la manera habitual.

Algunos liturgistas, con buenas razones, han pedido que el rito de la paz sea antes de la procesión de las
ofrendas, según la práctica ambrosiana.
Por último, aclarar que el rito de la paz y de saludarse no tiene sentido penitencial ni de pedir perdón a
quien se saluda.
COMUNIÓN
Llenos de alegría nos acercamos a recibir a Jesús, pan de vida. Antes de comulgar hacemos un acto de
humildad y de fe.
ORACIÓN
Damos gracias a Jesús por haberlo recibido, y le pedimos que nos ayude a vivir en comunión.

RITOS DE DESPEDIDA
Son ritos que concluyen la celebración.
BENDICIÓN
Recibimos la bendición del sacerdote.
DESPEDIDA Y ENVÍO
Alimentados con el pan de la Palabra y de la Eucaristía, volvemos a nuestras actividades, a vivir lo que
celebramos, llevando a Jesús en nuestros corazones.
GLOSARIO CATOLICO

ANAMNESIS: Proviene del griego anamnesis, que significa "memoria", recuerdo. Este término
se encuentra en Lc 22,19: "Haced esto en memoria mía". La Iglesia celebra en la eucaristía la
memoria de Cristo, recordando pasión, resurrección y su ascensión a los cielos.
ANAFORA: Formulario empleado por la celebración EUCARÍSTICA, que comprende
necesariamente el diálogo de introducción, como una acción de gracias. Los significados de
este vocablo de origen griego («acción de elevar») han sido de oblación, de súplica y
de invocación.
Casi todos los ritos disponen de diversas anáforas. Estas por lo normal llevan el nombre de
un apóstol o de un santo, al que se atribuyen.
CELEBRACIONES SOLEMNES:
Las celebraciones de la Iglesia Católica se dividen en celebraciones del Señor, de la Virgen y de los
Santos, y a su vez, cada uno de estos grupos y dependiendo de su grado de importancia en tres clases:
SOLEMNIDADES: Días que por ser considerados muy importantes por la Iglesia se equiparan a
domingos (pascua semanal) y comienzan a celebrarse, por lo tanto, en las vísperas. Son catorce:
Maternidad de María, Epifanía, San José, Anunciación, San Juan Bautista, Santos Pedro y Pablo,
Asunción, Todos los Santos, Inmaculada, Navidad, Trinidad, Corpus Christi, Sagrado Corazón y Cristo
Rey. Estas solemnidades tienen todo propio como las lecturas, prefacio, oraciones, etc. En nuestra
nación, Santiago Apóstol (patrón de España) es también solemnidad. La solemnidad por excelencia es
el domingo de Pascua, en que celebramos la Resurrección.
FIESTAS: Hoy día son veinticinco. Son días litúrgicos de menor rango que las solemnidades y se
celebran dentro del día natural, salvo que se traten de fiestas del Señor que caigan en domingo, teniendo
entonces primeras Vísperas. Citaremos las fiestas de los distintos Apóstoles, el Bautismo de Jesús,
Sagrada Familia y otras.
MEMORIAS: Pueden ser obligatorias o libres, las obligatorias en el calendario universal son
sesenta y tres. Las memorias, tanto las obligatorias como las libres, son conmemoraciones de los Santos
y algunas de la Virgen.
EPICLESIS: El sacerdote, imponiendo sus manos sobre las ofrendas, pide, pues, al Espíritu
Santo que, así como obró la encarnación del Hijo en el seno de la Virgen María, descienda
ahora sobre el pan y el vino, y realice la transubstanciación de estos dones ofrecidos en
sacrificio, convirtiéndolos en cuerpo y sangre del mismo Cristo (Heb 9,14; Rm 8,11; 15,16). Es
éste para las Iglesias orientales el momento de la transubstanciación, mientras que la Iglesia
latina la ve en las palabras mismas de Cristo, es decir, en el relato-memorial, «esto es mi
cuerpo». En todo caso, siempre la liturgia ha unido, en Oriente y Occidente, el relato de la
institución de la Eucaristía y la invocación al Espíritu Santo.
EMBOLISMO: Es una oración que recoge y desarrolla una oración precedente. Hay que señalar
que el Padrenuestro es la única oración de la Iglesia que está de por sí integrada en la liturgia
de la Misa. ¿Cuál es la explicación? Pues, sencillamente, no se dice “Amén” porque la
oración no ha terminado aún. Después de concluir la Asamblea diciendo “y líbranos del mal”,
en lugar de decir “Amén”, el sacerdote continúa hablando solo.
DOXOLOGIA: Es la alabanza a Dios. El término doxología se usa para indicar la propiedad de dar
gloria a Dios que debe tener el lenguaje teológico para ser auténtico. En cuanto a la liturgia, indica la
oración de alabanza dirigida al Dios de los cristianos.
En la misa, la Gran doxología es el himno del Gloria, un himno con el que la Iglesia católica ensalza a
la Santísima Trinidad. También hay doxologías menores, como aquella con la que la oración eucarística
se cierra: «Por Cristo, con él y en él...», con la que se expresa solemnemente la glorificación de Dios.
En la misa está también la doxología «Líbranos, Señor... », que sigue al Padrenuestro. En la liturgia de
las horas, el himno concluye con la doxología que suele dirigirse a la persona divina en cuyo honor se
canta («Que alegría cuando me dijeron vamos a la casa del señor.», «Tú que vives y reinas con el Padre
en la unidad del Espíritu Santo, etcétera.»). Al final de cada salmo se recita la doxología Gloria Patri.
DETRIMENTO: Daño moral o material en contra de los intereses de alguien . En concreto,
podemos determinar que emana del vocablo “detrimentum”, el cual a su vez procede del verbo
“deterere”, que puede traducirse como “gastar por frotamiento”.

INTELEGIBLE:
Se utiliza el término "inteligible" para manifestar que algo es comprensible, que está
dotado de coherencia y racionalidad, que puede ser pensado. Considerado en esta acepción,
lo inteligible se opone a lo no inteligible, a lo incomprensible.
OBLACION:
(del latín oblatio, "ofrenda") alude a una ofrenda o sacrificio que se realiza a una divinidad. Este
sacrificio, en un sentido más primitivo, corresponde a la ofrenda de un don perceptible por los sentidos,
como manifestación externa de la veneración a Dios, aunque puede tener connotaciones más
espirituales y abstractas.
NEOLOGISMO:
Uso de palabras y empleo de las palabras dándole una connotación propia.
Ejemplo: creyente o bautizado para designar al católico no implica que estemos ante neologismos, ante
términos novedosos, pero sí podrían dársele otro significado, o hacer más larga la palabra.
PRAXIS:
Proviene de un término griego y hace referencia a la práctica. Se trata de un concepto que se utiliza en oposición
a la teoría. El término suele usarse para denominar el proceso por el cual una teoría pasa a formar parte de la
experiencia vivida.

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