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Ni patriotas ni realistas:
El bajo pueblo durante la independencia, 1810-1822
Introducción
* “Toda cobardía aquí debe morir”. Inscripción a la entrada del Infierno de Dante, Divina Comedia
1
La Junta Nacional del Gobierno a los cabildos provinciales, Santiago, 19 de septiembre de 1810, AJMC
Tomo I: 234.
2 Acta de Instalación de la Primera Junta de Gobierno de Chile, Anales: 20.
3 Agustín de Eyzaguirre a Manuel Romero, Santiago, 30 de septiembre de 1810, AEE: 208.
4 Agustín de Eyzaguirre a Miguel de Eyzaguirre, Santiago, 26 de noviembre de 1810, AEE: 238.
5 Agustín de Eyzaguirre a Antonio Manuel Peña, 27 de noviembre de 1810, AEE: 239.
2
6Manuel de Salas, Motivos que ocasionaron la instalación de la Junta de Gobierno de Chile, 1810,
CHDICh XVIII: 168.
7 El Amigo de la ilustración 1, sin fecha, BNCAPCh 1817: 347.
8 Mariano Egaña con motivo de la Apertura del Instituto Nacional, 10 de agosto de 1813, El Monitor
Araucano, 12 de agosto de 1813: 24.
9 Aurora de Chile, periódico ministerial y político. Prospecto, febrero 1812: 2.
10 Manifiesto de los generales del Ejército a sus conciudadanos y compañeros de armas, Santiago,
4 de septiembre de 1814, ABO 2: 345.
11 José Toribio Medina, Los que firmaron el Acta del cabildo abierto del 18 de septiembre de 1810,
en Tres Estudios Históricos (Santiago, 1952): 27.
3
12Francisco de Barros, Descripción de las fiestas septembrales celebradas en Talca el año de 1817,
ABO X: 209.
13 Gazeta Ministerial de Chile, 9 de octubre de 1819: 145.
14 El Semanario Republicano, 7 de agosto de 1813, en CHDICh 27: 6.
15 Viva la Patria. Gazeta Ministerial Extraordinaria de Chile, 16 de noviembre de 1820, XIV: 184.
16 Real Cédula, Madrid, 12 de febrero de 1816, Viva el rey. Gazeta del Gobierno de Chile, 6 de
septiembre de 1816: 211.
4
17 Manuel Antonio Talavera, “Revoluciones de Chile. Discurso histórico, diario imparcial de los
sucesos memorables acaecidos en Santiago de Chile. Primera Parte. Contiene desde el 25 de mayo
de 1810 hasta el 15 de octubre del mismo”, CHDICh Vol. 29 (Santiago, 1927): 101.
18 Oficio de la Real Audiencia al Gobierno sobre el movimiento de tropas, Santiago, 17 de
septiembre de 1810, citado en Melchor Martínez, Memoria Histórica sobre la Revolución de Chile
desde el cautiverio de Fernando VII hasta 1814, en CHDICh Tomo XLI, (Biblioteca Nacional,
Santiago, 1964) 1: 108.
5
Junta Nacional de Gobierno de Chile, la asamblea que tuvo lugar en el edificio del
Consulado en la mañana del 18 de septiembre reunió al Presidente, a los
miembros del cabildo y de las corporaciones, a los jefes de las ordenes religiosas y
a los vecinos más connotados del vecindario ‘noble’ de la ciudad. En suma, se
reunieron allí más de 500 personas, con excepción de los oidores de la Real
Audiencia, quienes objetaron desde un comienzo la realización del acto. Por
supuesto, calculando la población de Santiago en más de 100.000 personas, el
número no fue para nada representativo de los habitantes de la ciudad, lo que
restó legitimidad a la reunión para todos aquellos que no eran vecinos ni
miembros del Ayuntamiento. Argumentando en contra de quienes,
posteriormente, criticaron el escaso número de personas que atendió a la
reunión, Irisarri escribió algunos años después: “En esta capital se congregaron
en el Consulado más de quinientas personas de la primera representación del
país. ¿Cómo, pues, el señor Flores Estrada se atreve a asegurar que nuestra
revolución es obra de unos pocos intrigantes?” 19. Olvidaba señalar Irisarri que a
esos congresales no los eligió nadie y que no representaban más que sus
intereses. Este hecho fundamental no pasó desapercibido a los sujetos más
perspicaces de la época. Así por lo menos lo expresó un testigo: “no habían
recibido el poder representativo ni de la ciudad y menos de todo el reino; y por
consiguiente no podían representar a todo el pueblo chileno. Es necesario
confesar que la autoridad de la nueva Junta…procede o emana de aquella
pequeña reunión de facciosos, de electores que en ese día abusaron del nombre
del pueblo…”20. Las dudas y cuestionamientos perduraron en el tiempo. “Como
si este Cabildo o pueblo comprendiese todo Chile”, escribió años después Hipólito
Villegas, encargado de los asuntos de Hacienda y de plena confianza de
O’Higgins, delimitando con precisión el verdadero alcance de la reunión21. Fue la
historiografía posterior la que desconoció este elemento esencial porque se
trataba de encubrir el hecho de que la República fue gestada por una minoría.
Poco importó a quienes organizaron el Cabildo Abierto de 1810 su
representatividad. El objetivo principal de la reunión consistía en analizar las
tribulaciones por las cuales atravesaba el reino para tomar las decisiones que
enmendaran su rumbo. Sin embargo, en medio de los discursos que
proclamaron la situación de acefalía en que quedó la monarquía después de la
captura de Fernando VII, el derecho que tenían los chilenos para erigir una Junta
en nombre de la soberanía popular y la necesidad de hacerlo cuando el reino se
hallaba “amenazados de enemigos y de las intrigas”, los redactores del acta
introdujeron un elemento que después la historiografía ha preferido ignorar. Nos
referimos a la grave situación interna que vivía el país en esos momentos.
“Que siendo el principal objeto del gobierno y del cuerpo representante de
la patria, el orden, quietud y tranquilidad pública, perturbada
notablemente en medio de la incertidumbre acerca de las noticias de la
metrópoli, que producía una divergencia peligrosa en las opiniones de los
ciudadanos, se había adoptado el partido de conciliarlas a un punto de
28 Diego Barros Arana, Historia Jeneral de Chile (16 Vols., 2da. edición, DIBAM, 2002), Vol. VIII: 88.
29 Martínez, 1: 85.
30 Talavera, I: 90.
31 Talavera: 317.
32 El Semanario Republicano, 7 de agosto de 1813: 10.
8
democrática o popular es sin duda una exageración. Más bien los que se
atrincheraron allí fueron los mentecatos de siempre que, ante cualquier rumor,
acuden a los cuarteles denunciando el desorden popular. En 1813, por citar un
ejemplo, interesados en realizar lo más rápido posible la matrícula de los
habitantes de la ciudad, los ediles manifestaron que esa tarea debía llevarse a
cabo sin tardanza, “para que tengan efecto las importantes miras de llenar los
objetos del buen orden, tranquilidad y pública seguridad...”.33 El Cabildo, como
lo demostraron los hechos posteriores, no tuvo el papel político que le asignaron
los historiadores; fue más bien la caja de resonancia de un grupo patricio que se
sintió asediado por el bajo pueblo.
El protagonista central de la tragedia que se temía en julio de 1810 fue la
plebe, la que procedería a la ‘matanza’ de la ‘nobleza’ santiaguina, ese reducido
segmento de la elite que debido a su condición de propietaria de solares en la
ciudad, de su alcurnia benemérita y de su ya probado interés por asumir ‘las
riendas’ del gobierno, se había atrincherado en el Cabildo de la ciudad. Cada
paso tomado por el gobernador y las autoridades monárquicas se vinculaba con
ese dramático final. Con motivo de la prisión de José Antonio Ovalle, José
Antonio Rojas y Bernardo Vera y Pintado, el Cabildo estimó necesario fundar su
argumento a favor de su liberación señalando que estos patricios eran hombres
inspirados por “su religión, su nobleza y el amor a su patria, tienen intereses y
familias para velar sobre el buen orden y tranquilidad pública” 34. En una
palabra, en medio de una situación volátil, los concejales estipulaban que ellos
estaban en condiciones de salvar al reino. “Entonces fue cuando su Ilustre
Ayuntamiento y vecindario”, se manifestó en el Acta de instalación del primer
Congreso nacional, “reanimados con la memoria de sus leales progenitores y
noble presentimiento del vasallaje más feliz, sensibilizó la tierna efusión de sus
afectos….la diversidad estaba solo en los medios, conviniendo todos en su
incomparable importancia…..”35. Talavera lo expresó con un tono más crítico: “El
vecindario de Chile atropellando todas estas leyes, se reasume en sí una facultad
que no le corresponde…..”36. Esta tarea, tan fundamental como trascendente, no
la rehusó la aristocracia que, en esos mismos días, se representaba a sí misma
como la encargada de vigilar el orden y la estabilidad en su condición, auto
asignada, de ser los beneméritos del reino. “La lealtad de los habitantes de
Chile”, señaló el consejo municipal en un acta de septiembre de 1808, “en nada
degenera de la de sus padres, que a costa de su heroica sangre, sacaron este país
del estado de barbarie en que se hallaba, y uniéndolo al imperio español lo
civilizaron, poblaron e hicieron religioso….”37. En agosto de 1810, con motivo del
reconocimiento del Consejo de Regencia, el procurador del cabildo declaró
públicamente “que cada uno de los regidores se veía constituido padre de la
patria y que reunidos todos tenían la potestad misma del pueblo”38. En esas
39 Acuerdo del cabildo de Rancagua, agosto de 1810, citado por Talavera, 41.
40 Presentación del Cabildo contra el fraile José María Romo, Santiago, 31 de agosto de 1810,
citado en Martínez: 82.
41 El Semanario Republicano, 25 de septiembre de 1815: 69.
42 El Valdiviano Federal, 11 de octubre de 1831, citado por Collier, Ideas y política: 85.
43 Talavera, I: 83.
10
49 Martínez, 1: 215.
50
Alejandra Araya, Imaginario político e impresos modernos: de la plebe al pueblo en proclamas, panfletos
y folletos. Chile 1812-1823 (Manuscrito, 2009) facilitado por la autora.
51 Miguel Luis Amunátegui, Los precursores de la Independencia de Chile (Santiago, 3 Vols., ), Vol.
3: 521.
52 Barros Arana, VIII: 75
12
56 Id., 250.
57
Aurora de Chile, 13 de febrero de 1812: 6.
58 Viva el rey. Gazeta del Gobierno de Chile, 27 de septiembre de 1816.
14
67
Jocelyn-Holt: 142.
68
Acta del Cabildo de Santiago de 4 de mayo de 1810, ACS: 7.
69 Oración del Diputado Juan Antonio Ovalle, Santiago, 4 de julio de 1811, en Martínez, I: 250.
70 Richard J. Cleveland, A narrative of voyages, Vol. 1, cap. 12. Citado por Barros Arana VII: 18.
71 Martínez, 1:17.
72 Memorial al Rey de la Junta Gubernativa, Santiago, 2 de octubre de 1810, en Martínez, I: 121.
Véase también Talavera: 332.
17
“el vulgo se había formado una idea ventajosa de este sujeto. No saben
los hombres comunes distinguir que los vicios más de una vez se
disfrazan con el traje de la virtud. Así es que, viendo a Carrasco en
Valparaíso preferir en su trato la sociedad de los hombres más humildes,
acompañarse de los plebeyos, gustar de sus asambleas, entretenerse en
sus juegos y derramar entre ellos el prest militar de que subsistía, le
canonizaban de hombre popular, limosnero y desprendido del orgullo que
hace abominable a los grandes. Pero lo cierto es que lo que parecía
humildad, grandeza de ánimo y desprendimiento, no era más que
poquedad de corazón, bajeza de sentimientos y una triste habituación de
prodigar sus pocos intereses entre las gentes de su devoción”81.
Descrito como un sujeto rodeado de una irresistible “aura popular”, el propio
Cabildo de la ciudad habría escrito al rey agradeciendo su nominación en el cargo
y solicitado que se le designara en propiedad. Sin embargo, señala el autor, el
entorno de García Carrasco estaba compuesto por los “figurones más
despreciables. La dama primera de esta tragicomedia es una indecente negra,
por cuya mano se consiguen de Carrasco los favores más inesperados. Los
penachos más altos de este pueblo se rinden a las faldas de la etíope Magdalena
para lograr un feliz despacho en sus pretensiones”. Otro de sus compañeros fue
Demián Seguí, “asesino de profesión e íntimo amigo y comensal de Carrasco”,
quien le habría ayudado a saquear a la fragata inglesa Scorpion, en las playas de
Topocalma82. A estos sujetos sumaba los innumerables criminales que libraba de
los tribunales, interviniendo en los juicios que se llevaban a cabo en los estrados
judiciales. “Sólo aspiraba a la protección de todo hombre bajo y
delincuente....desautorizada la justicia, la plebe estaba en estado de
insubordinación e incorregibilidad; todo se preparaba para una catástrofe”.
Paralelamente, además de la constante humillación de los ‘nobles’, el autor del
documento declara que el gobernador dispuso la desmovilización de las milicias
capitalinas, que suspendió los ejercicios militares y que demostró abiertamente
su desprecio y desconfianza hacia el patriciado de la ciudad. En una palabra,
siguiendo la argumentación del documento, los nobles de la capital presenciaban
en esos días la materialización de una de sus peores pesadillas: una revuelta
popular encabezada por el propio gobernador del reino. Mientras crecía el abismo
entre García Carrasco y la nobleza, observó el autor, éste “se lisonjeaba sin
reserva de tener muy de su parte a la plebe, a quien, ofreciéndole las propiedades
de los ricos, la haría entrar en cualquier partido..-”83.
El incidente más ilustrativo de las preferencias del gobernador y que reflejó
de un modo público el abismo que existía entre éste y la aristocracia capitalina
fue la orden de prisión que dictó contra José Antonio Rojas, José Antonio Ovalle y
Bernardo Vera y Pintado, bajo la acusación de conspirar contra la monarquía.
Según el autor, para condenarlos, el gobernador y sus cómplices buscaron
“carpinteros, toneleros y otros hombres miserables”, dispuestos a testificar contra
81 Id., p. 66.
82 De acuerdo a Barros Arana, Segui era un español desertor que ejercía el oficio de pulpero en
Valparaíso y que “siempre se le hallaba pronto para empresas de la más dudosa moralidad….este
personaje era el hombre de la amistad íntima y de toda la confianza del presidente Carrasco”. Ver
Barros Arana, 108, nota 42.
83 Id. 68.
20
los tres emblemáticos patricios. Una vez que se realizó la orden de deportación al
Perú de los tres reos, prosigue el autor, el ‘pueblo’ que se agrupó para defenderlos
en las playas del puerto fue amedrentado por una multitud armada reunida por
Demián Seguí. La multitud, como era de esperarse, estaba conformada por
“gente de su mismo jaez para acabar con todos al primer movimiento que se
sintiese....”. De acuerdo a Manuel Antonio Talavera, Seguí logró reunir más de
cuarenta hombres “eligiendo a este fin los marineros más bandidos y de alma
más atravesada con las miras de resistir cualquier oposición que se hiciera por
parte de los reos”84. El improvisado contingente popular habría estado armado de
sables, pistolas y otras armas. Melchor Martínez describió una escena similar.
“Un soez marinero cómplice y participante de la presa Escorpión gobernaba cien
hombres apostados por el Señor Ex Presidente y de quien se había valido
Bulnes….”85. Durante el embarque de Ovalle y Rojas, el propio Seguí supervisó la
operación. Ante la demora por conseguir un bote para trasladar a los prisioneros
al buque que se encontraba a punto de zarpar destino a Lima, el capitán de la
plebe habría expresado: “que cualquier bote era bastante para embarcar a unos
traidores”86.
Pocos días después, cuando la Real Audiencia y el Cabildo de Santiago
realizaron diligencias para lograr que García Carrasco depusiera su actitud
beligerante, el gobernador habría ordenado al comandante de artillería que
ocupase la plaza de armas “con el tren cargado de metralla... asegurando que
tenía seiscientos plebeyos para cualquier designio”. Acciones de este tipo, de
acuerdo con Santiago Leal, retrataban la “perfidia y traición del presidente”.
Luego agrega:
“Como ya se descubrían sin tanto rebozo las cavilaciones del Jefe (García
Carrasco), testificaron sujetos de la mayor probidad que le habían oído
decir más de una vez más de una vez que pronto llegaría el día en que
dijese a la canalla: Ea, haced vuestro deber; que no es justo que unos
tengan mucho y otros tan poco o nada, debiendo todos los bienes ser
comunes. Nadie dudaba de esta sacrílega intención pues para creerla
recordaban no solo la suma adhesión que Carrasco tenía a la Plebe, sino
el descaro con que atropellaba las leyes y los magistrados para
sostenerla, favoreciendo con especialidad a cuanto tunantón desalmado
podía capitanearla.....”(Subrayado en el original)
Desde ya se puede alegar que la naturaleza afiebrada de este relato, escrito
para justificar el derrocamiento del último gobernador español en Chile, le niega
todo valor histórico. Sin embargo, los historiadores liberales solamente
descalificaron los datos relativos a la conspiración que habría tramado García
Carrasco con los capitanes de la plebe para llevar a cabo una sanguinaria
revolución social. Solamente Barros Arana, es una escueta línea que se pierde en
el relato general, afirma que García Carrasco había “tratado de reunir por medio
84 Talavera, I: 13. De acuerdo a Talavera, Segui quedó preso desde aquella noche por orden del
gobernador del puerto.
85 Oficio del cabildo de Santiago con los cargos que comprueban la arbitrariedad y despotismo del
presidente García Carrasco, Santiago, 7 de agosto de 1810, en Martínez, I: 3 - 64.
86 Talavera, I: 14.
21
las calles en patrullas dispuesto a vender cara su sangre. “Algunos vecinos de los
que tenían influjo en la campaña”, escribió posteriormente en su Diario el general
José Miguel Carrera al describir los eventos de 1810, “o que mandaban fuerzas de
las milicias, las disponían a favor del pueblo”90. Así transcurrieron las noches de
los días 13 y 14 de julio, fecha ominosa del movimiento revolucionario parisiense.
“Recordando otros accidentes del gobierno de Carrasco”, escribió Barros Arana,
“se aseguraba, además, que los agentes de éste reunían turbas de malhechores,
como las que Seguí organizaba en Valparaíso, y las armaban de puñales para
caer en un momento dado sobre los patriotas más caracterizados, cuyo
exterminio se daba como resuelto en los consejos de palacio. Agregabase en los
corrillos que uno de los agentes de Carrasco ofrecía la libertad a los esclavos que
acudiesen a servir al gobierno y que se prestasen a apresar o dar muerte a sus
amos. Estos rumores, circulados con prodigiosa rapidez, eran creídos en todas
partes, y provocaron en la población el propósito de resistencia a mano
armada”91. Esta descripción de los eventos hecha por Barros Arana la basó en la
versión de los hechos que hizo circular el Cabildo de Santiago una vez que fue
derrocado García Carrasco. Allí, bajo la forma de un oficio, las autoridades de la
ciudad manifestaron que Santiago se encontraba al verdadero borde de una
guerra civil.
“A las primeras horas de la noche del 13 de julio, se veían ya frecuentar
las calles varias tropillas de gentes del pueblo, dirigiéndose todos a la
Plaza Mayor, a donde concurriendo también la principal nobleza, se
compuso un concurso como de mil hombres, que todos o los más venían
prevenidos con toda especie de armas, unos a pie y muchos a
caballo….lo restante de los tumultuantes se repartieron en diferentes
cuadrillas o patrullas por varios puntos de la ciudad, precedidos y
comandados todos los dichos destacamentos por los dos alcaldes y por
otros sujetos de su posición…en esta vigilante diligencia sufrieron toda la
noche que fue una de las más rigurosas de aquel Invierno…..un vil
mulato salió proponiendo libertad a los esclavos, como sostuviesen al
Presidente; cada noche se difundía una gran novedad; ya que se armaba
la plebe para que saqueasen a la capital; ya que aparecían escuadrones
de gentes de las campañas. Lo cierto es, que las órdenes y misterios del
Sr. Presidente tuvieron a toda la gente honrada temerosa de la más
inicua agresión”92.
Antonio Talavera proporciona una descripción similar de los eventos de
aquella infausta noche:
“prevaleció esta noticia principalmente de las 8 a las 9 de la noche del
referido día 13, y a esta hora comenzó a granear la gente alta, y baja por
todas las calles, a conducirse de acuerdo a la plaza mayor.
Inmediatamente se hizo una convocatoria de toda la nobleza del
vecindario, que armándose de pistolas, trabucos, sables y otras armas
ofensivas y defensivas, los unos a pie y los otros a caballo hasta el
número de 800, poco más o menos, se presentaron unos en las casas de
104
Cabildo del 7 de agosto de 1810, en ACS: 26.
27
105
Id. :82
106
Id.: 33.
28
110 Sumaria averiguatoria [sic] seguida de orden del señor gobernador por el señor don José
Antonio Ramos, teniente de caballería del reino, ayudante mayor de esta plaza; contra Damián
Següí, sobre haber mandado acuartelar de su orden veintidós hombres armados de caballería del
barrio del Almendral poniendo el pueblo en expectación, Plaza de Valparaíso, 11 de julio de 1810,
en
30
que en cuanto le mandó el aviso les dijo en voz alta a toda la gente que ya
no se necesitaba; y que se retirasen a sus casas. Que es cuanto tiene que
decir, y lo que lleva declarado es la verdad a cargo del juramento que
hecho tiene en el que se afirmó y ratificó siéndole leída esta su declaración,
dijo ser de edad de cuarenta años y que no le tocan las generales de la ley
firmándola con dicho señor ayudante y el presente escribano de que doy
fe”111.
Esta declaración fue ratificada, en sus puntos principales, por los demás testigos
presentados en el juicio: los cabos Juan de la Cruz Castro y Félix López, además
de los soldados Juan Agustín Castro, Manuel Campaña –“que declara llevaba una
cuchilla grande a la cabecera de su enjalma que es de su uso- Carlos de las
Cuevas y Manuel Silva. Durante el juicio, durante una visita de inspección
realizada a la celda en que se encontraba Següi se le descubrió una carta que fue
citada como evidencia del crimen cometido por el acusado. La carta
mencionada, incorporada al expediente, rezaba así:
“+
Señor don Rafael Díaz
Valparaíso y julio 11 de 1810
Muy señor mío. El día 10 del que corre amaneció el día muy claro y el sur
velo todo. La noche ya pronta 22 hombres a caballo con los caballos
ensillados y 22 de a pie y el día 11 me mandó llamar el señor gobernador y
me preguntó que porque había aprontado aquella gente, yo le contesté que
el Señor Presidente me tenía encargado que cuando yo echase de ver algún
alboroto en el pueblo que junt[ase] los amigos que yo tuviese y me ofreciese
al dicho Señor Gobernador y me trató de pícaro y me mandó poner un par
de grillos y al que tenía en su casa los 22 hombres calló que este ser
Aguayo es preso conmigo.”
En su Confesión, Següi no desmintió en ningún punto los cargos formulados en
su contra. D e modod lacónico respondió cada una de las preguntas del fiscal,
amparado en que su procedimiento había sido realizado bajo las órdenes de la
máxima autoridad del país.
“Confesión del reo Damián Següí cabo primero de la 2ª compañía miliciana.
En la ciudad y puerto de Valparaíso a los doce días del mes de julio de mil
ochocientos diez el señor don José Antonio Ramos teniente de Asamblea de
Caballería del reino y ayudante mayor de esta plaza y juez fiscal de este
sumario; pasó con asistencia de mí el presente escribano al cuartel de
artillería y haciendo sacar de los calabozos al reo Damián Següí cabo
primero de la segunda compañía de artillería miliciana al cual le hizo
inmediatamente levantar la mano derecha, y:
1. Preguntado: ¿Juráis a Dios nuestro señor y prometéis al Rey decir
verdad sobre el punto de que os voy a interrogar? Dijo: si juro y responde
_______________________
2. Preguntado su edad, patria, religión y estado y ejercicio, dijo: que era de
edad de cuarenta y cinco años, de Mallorca; católico, apostólico, romano;
casado en esta ciudad y puerto; de ejercicio comerciante y responde
_________________________________
111
Id., Declaración del 1º testigo el sargento José Aguayo.
31
Escribano.” Para agravar aún más su posición, Següi reconoció a los testigos
presentados en su contra, ratificando sus dichos y dando testimonio que “no sabe
que alguno de ellos le tenga odio o mala voluntad y que no los tiene por
sospechosos y habiéndole leído en este estado las declaraciones de los referidos
testigos y preguntado si se conforma con ellas. Dijo: que se conviene con las
declaraciones…..”.
¿Por qué Següi actuaba de un modo tan ingenuo frente a sus acusadores?
Una posible explicación puede ser en las torturas a que seguramente fue
sometido para obtener su confesión. Esta práctica, bastante común en Chile
colonial, debe haber sido un dispositivo especialmente utilizado en un momento
de crisis. Otra posible explicación es la confianza que tenía Següi en el proceder
del gobernador García Carrasco que, sin duda, una vez enterado de los
procedimientos usados contra su testaferro, actuaría con energía contra sus
acusadores. Lo importante y crucial es que Següi no estaba enterado de los
acontecimientos de la capital. En una palabra, que su suerte, como la del
malogrado García Carrasco, ya estaba echada por el patriciado. “Don José
Antonio Ramos teniente de Asamblea de caballería del reino y ayudante mayor de
esta plaza, vistas las declaraciones que se registran en este proceso contra
Damián Següí y su confesión, resulta reo de un motín y por ello digno de la pena
capital, conforme al espíritu de nuestras ordenanzas….incurriendo en la pena del
artículo 26, título 1º, tratado 8º de las Reales Ordenanzas del Ejército que es la
de muerte de horca, a que se le acuso concluyendo por el Rey. Valparaíso y julio
17 de 1810”. De poco le sirvió a Degüí recurrir a la papeleta que poseía en su
poder desde comienzos de junio de 1810, en la cual García Carrasco le daba la
comisión especial que le llevó a reunir a los hombres sin tomar autorización de
los comandantes de la ciudad.
Santiago y junio 2 de 1810
El señor gobernador del puerto de Valparaíso y demás justicias y jefes
militares a quienes ocurra don Damián Següí a quien he comisionado para
el descubrimiento del robo del almacén de pólvora de aquel puerto, le
prestarán el favor y ayuda que pida y necesite para el desempeño de su
comisión; haciendo que se le abran las puertas de las casas de que hayan
sospechas y cuanto conduzca al mejor servicio del soberano. Carrasco.
Meneses.”
Aún más expresiva de la estrecha relación que existía entre el Gobernador
y el capitán de la plebe fue la corta misiva que hizo llegar García Carrasco al
gobernador de Valparaíso cuando se enteró que Demián Següí se encontraba
sometido a proceso. Escrita en las vísperas de su derrocamiento, la nota del
gobierno ordenaba de modo perentorio:
“Haga Vuestra Señoría poner inmediatamente en libertad a mi comisionado
Damián Següí para que venga a su arbitrio a darme razón de su comisión
= Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años. Santiago y julio doce de mil
ochocientos diez = Francisco Antonio García Carrasco = Señor gobernador
de Valparaíso =
¿De qué servían las órdenes de un gobernador que había sido derrocado? Un
hombre traicionado por sus más cercanos colaboradores y otro enfrentado a la
pena de muerte por seguir las órdenes del Presidente constitucional de Chile,
fueron los infaustos protagonistas de la opereta política montada por el patriciado
33
para tomar el poder. Las cartas de García Carrasco cuando nadie le obedecía no
servían de nada. Por el contrario, cualquier vínculo con la última autoridad
legítima del país solamente agravaba la falta y empeoraba la situación judicial de
Següí. No obstante, a pesar de no contar con la confianza de sus subalternos,
García Carrasco intentó burlar las acciones de la elite, ordenando la liberación de
Següí, dos días después de ser derrocado. Al respecto, escribió al gobernador de
Valparaíso el 16 de julio:
112
Subrayado en el original.
34
113 Viva El Rey. Gazeta del Gobierno de Chile, 23 de marzo de 1815, BNCAPCh 1813-1817: 125.
35
habilidades políticas y logró apreciar el poder que poseía. Por sobre todo, los
eventos de julio demostraron que el aparato colonial monárquico era incapaz de
neutralizar el poder de la aristocracia local. En ese sentido lo acontecido en
septiembre simplemente fue el corolario de un proceso histórico que adquirió su
fuerza arrolladora en los meses previos: una forma de institucionalizar lo que fue
un golpe de fuerza. En septiembre, el reino ya era gobernado por un español-
criollo, la Junta nacional agrupaba a lo más granado y políticamente activo del
patriciado y su elección se produjo de modo más o menos unánime. En el entre
tanto, se había estabilizado la relación política en el seno del patriciado clases y
se había eliminado el peligro de un alzamiento de la plebe. “Tomó al mismo
tiempo las disposiciones más enérgicas para disciplinar los regimientos de
milicias”, escribió Torrente, “acuartelar tropas y poner al país en estado de
defensa”116. Tan solo restaba a la elite ponerse de acuerdo sobre el camino que
seguirían para asegurar el dominio que se habían asegurado con el
derrocamiento del último gobernador español.
El ruido político no cesó inmediatamente con la mera derrota de la plebe;.
Los partidos o banderías que se formaron en el seno de la elite con motivo de los
pasos que debían darse para estabilizar al país asumieron el objetivo más
fundamental: consolidar su toma del poder y asegurar la gobernabilidad del reino
después de su acto de fuerza. En ese contexto surgió una interrogante aún más
crucial pues, ante el eventual caso de un nuevo alzamiento plebeyo, ¿qué fórmula
de gobierno era más adecuada para sofocar el desorden popular: la monárquica o
la de gobierno directo por la aristocracia? Esta interrogante, como se desprende
de la literatura de la época dividió a la elite en los partidos de que se ha hecho
mención y de los cuales hizo tanto acopio la historiografía. En septiembre, con
motivo de estas divisiones, se habló de ‘convulsiones y discusiones públicas” –
hecho inédito en la historia de Chile-, y se llegó a temer “las funestas resultas que
se divisaban” de proseguir los enfrentamientos verbales entre los miembros de
ambos bandos. “Dijeron que siendo tan notorios los partidos y divisiones del
pueblo”, se señala en un Oficio del cabildo del 11 de septiembre de 1810, “con
que peligra la tranquilidad pública y buen orden, según lo propuso el señor
procurador General de la ciudad, debía tratarse del modo y forma de consultarla
para seguridad de las autoridades y del vecindario”117. Apenas un día más tarde,
con motivo de una reunión celebrada por la Real Audiencia y el Cabildo en la
morada del gobernador Toro y Zambrano, los oidores se sumaron a estos
clamores118. Por doquier prevalecía la opinión de que “la discordia entre los
vecinos nobles de esta capital” tendría serias repercusiones políticas para todo el
país119. “Cualquier sacrificio es lícito para contener, sosegar y pacificar a un
pueblo”, se manifestó en un oficio del cabildo santiaguino fechado el 15 de
septiembre, era legitimo para pacificar a las clases pudientes que pujaban entre
sí para ejercer de modo monopólico el poder120.
122 Oficio de la Junta de Gobierno a los señores Regente y Oidores de la Real Audiencia, 24 de
septiembre de 1810, AJMC I: 235.
123 Acta del cabildo de Santiago, 22 de marzo de 1814, ACS: 314.
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126 Bando de la Junta Gubernativa del Reino sobre el resguardo del orden público, Santiago, 24 de
septiembre de 1810, en ANFMI 15: 47.
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indios, castas y mestizos habían sido uno de los ejes principales de la vida
ciudadana. Eliminando la retórica y la propaganda, el decreto comentado
demostraba que la nueva institucionalidad nacía con un sesgo anti popular, como
el fruto conspirativo de una minoría audaz y temerosa que había desarrollado
una nítida conciencia de sus intereses pero que no tenía en su pecho la
formación de un gobierno auténticamente nacional. La incorporación de la plebe
al relato no es un mero gesto reivindicativo, de otorgar ‘voz a los sin voz’ o
presentar ‘la visión de los vencidos’. Tampoco se trata de hacer historia ‘desde
abajo o desde adentro’, como lo ha planteado de modo tan franco nuestro amigo
Gabriel Salazar, ni de instalar a los ‘rotos’ con uniforme haciendo la tarea de los
patricios sin chistar. Por el contrario, a través de una revisión total del relato
sobre la ‘Independencia’, nuestra intención es situar a la plebe en la contienda
revolucionaria tanto en su rol de reclutas forzados como en su dimensión
subjetiva y trascendente, animada por sus propios códigos, idearios y
expectativas; se trata pues de analizar ese período de la historia en que el
desgobierno y las rupturas internas de la elite dominante, junto con la
maduración de la consciencia popular, se tradujeron en una creciente
manifestación de un modelo cultural transgresivo que irrumpió de súbito sobre el
escenario político cuando el reino pasaba sus momentos más aciagos debido a la
crisis constitucional. Una manifestación plebeya de larga duración que no solo
fue la expresión de una resistencia contra los dictados de la elite sino también la
obra de una identidad cada vez más nítida y segura de sí misma. Desde ese
ángulo, se subraya el hecho que la mera presencia de la canalla, antes y después
de 1810, movilizó el temor del patriciado y le forzó a tomar medidas draconianas
orientadas a su sumisión, fundiendo en las políticas del nuevo sistema
institucional – el Estado republicano- sus intenciones de hegemonía total y de
domesticación de quienes aspiraba a convertir en proletarios. En una palabra,
simplemente se trata de hacer historia a secas, intentando reconstruir el proceso
real que tuvo lugar a inicios del siglo XIX, durante el cual la plebe desplegó todo
su poder, autonomía y conciencia en uno de las confrontaciones más
contundentes que ha tenido con la oligarquía. Esta de más señalar que al
emprender este camino se intenta echar abajo todo el peso de la noche
historiográfica, ese relato elitista y manipulador que ha insistido durante dos
centurias en negar, omitir u opacar el rol del bajo pueblo en la historia nacional.