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Pneumatología

Curso de verano formación catequística 2019

Recopilación hecha por Lic. Fernando Antonio Dávalos Bautista.


PROGRAMA
Introducción

La Persona del Espíritu Santo

La Deidad del Espíritu Santo

La obra del Espíritu Santo


OBJETIVO
Los catequistas profundizan la Persona del
Espíritu Santo, que motiva e ilumina su acción
catequística y suscita la acción salvadora de la
Iglesia
Introducción
La reflexión sobre el Espíritu Santo (llamada
Pneumatología, de “pneuma” que significa
espíritu en griego) se ha desarrollado con
fuerza en la Iglesia con un mayor estudio y
culto sobre el Espíritu Santo.
Pneumatología o Neumatología es un término que
proviene del griego πνεῦμα ( transliterado al
alfabeto románico: pneúma-) que significa "
e s p í r i t u " , s o p lo , h á l i to , v i e n to ; y q u e
metafóricamente describe un ser inmaterial o
influencia, y -logía, -λογία, tratado, discurso,
estudio.
La Pneumatología incide más en las
dimensiones personales y eclesiales del
Espíritu que en los aspectos históricos,
sociales y políticos.
Naturalmente que «sabemos» quien es el Espíritu
Santo: es la tercera persona de la Trinidad, el
Espíritu del Padre y del Hijo, «es Señor y
vivifica», e igual en todo al Padre y al Hijo.
Introducción
La importancia de este estudio es introducirnos,
entender a la Persona y la obra del Espíritu
Santo, que nos llevará a no cometer un error
doctrinal y a un énfasis inadecuado en la
experiencia, como es evidenciado en el movimiento
carismático.
No entender a la Persona y la obra del Espíritu
Santo dará como resultado que se les robe a
los creyentes las bendiciones de Cristo.
No entender a la Persona y la obra del
Espíritu Santo obstaculizará a los
creyentes en su servicio a Dios, de ser
creyentes fructuosos y de disfrutar las
bendiciones de una vida victoriosa en
Cristo.
LA PERSONA DEL
ESPÍRITU SANTO
1. El Espíritu Santo es una Persona distinta,
conocible y sensible

La manifestación del Espíritu Santo como


Persona igual al Padre y al Hijo, consustancial
a ellos en la unidad de la divinidad.

Esta revelación pertenece al Nuevo Testamento. En


el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios, en los
diversos modos de acción que hemos ilustrado en
las catequesis anteriores, era la manifestación del
poder, de la sabiduría y de la santidad de Dios. En el
Nuevo Testamento se pasa claramente a la
revelación del Espíritu Santo como Persona.

Posee los atributos de personalidad: Porque Tiene


intelecto (Juan 14:26; Romanos 8:27; 1 Corintios
2:10-12). Expresa emociones (Romanos 15:30;
Efesios 4:30). Demuestra Su voluntad (Hechos
13:2,4; 1 Corintios 12:11).

Del evangelio de Mateo resulta evidente que el Padre y


el Hijo son dos Personas distintas: "el Padre" es aquel
a quien Jesús llama "mi Padre celestial" (Mt 15, 13; 16,
17; 18, 35); "el Hijo" es Jesús mismo, designado así por
una voz venida del cielo en el momento de su bautismo
(Mt 3, 17) y de su transfiguración (Mt 17, 5), y
reconocido por Simón Pedro como "el Cristo, el Hijo de
Dios vivo" (Mt 16, 16). A estas dos Personas divinas es
ahora asociado, de modo idéntico, "el Espíritu Santo”.

En la Biblia la expresión "en el nombre de”


normalmente sólo se usa para referirse a personas.
Además, es notable el hecho de que la frase
evangélica use el término "nombre" en singular, a
pesar de mencionar a varias personas. De todo ello
se deduce, de modo inequívoco, que el Espíritu Santo
es una tercera Persona divina, estrechamente
asociada al Padre y al Hijo, en la unidad de un solo
"nombre" divino.

Reconocer al Espíritu Santo como


Persona es una condición esencial para
la vida cristiana de fe y de caridad.
La revelación del Espíritu Santo en su relación con
el Padre y con el Hijo se puede ver también en el
relato de la anunciación (Lc 1, 26-38). "Vas a
concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a
quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y
será llamado Hijo del Altísimo… El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el que ha de nacer será
santo y será llamado Hijo de Dios”.
La Persona del Espíritu Santo contribuyó a esta
realización según el designio del Padre, plenamente
aceptado por el Hijo. Por obra del Espíritu Santo, el
Hijo de Dios, consustancial al Padre eterno, fue
concebido como hombre y nació de la Virgen María.
Baste aquí poner de relieve que en el acontecimiento
de la anunciación se manifiesta el misterio trinitario
y, en particular, la Persona del Espíritu Santo.
Aquí hay que buscar, a la vez, la razón de la
experiencia de la confesión cristiana de fe en la
«personalidad» del Espíritu Santo: en las
experiencias pneumáticas no se muestra un poder
divino impersonal, anónimo, sino la presencia activa
y eficaz de Dios mismo. El don presenta a la vez al
Donante.
El que quiera abrir una vía antropológica de acceso
a la pneumatología podrá comenzar por lo que —en
el sentido normal— se considera una nota
característica universal del Espíritu: «el poder-ser
del Uno en o junto al Otro». Es obvio describir
como amor, en el plano interpersonal, esta relación
de hacer partícipe o de ser hecho partícipe.
El Espíritu Santo es el acontecer del encuentro
amante, el espacio en cuyo interior el que el Padre
y el Hijo se sobre- pasan a sí mismos, y los vincula
juntamente en unidad en el amor. Por eso,Espíritu y
Amor —como características de la vida divina— son
a la vez la nota específica del Espíritu Santo.
2. La misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo

Aquel al que el Padre ha enviado a nuestros


corazones, el Espíritu de su Hijo (cf. Ga 4, 6) es
realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el
Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima
de la Trinidad como en su don de amor para el
mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad
vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la
Iglesia profesa también la distinción de las
Personas. (CIC 689).
Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su
Aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el
Espíritu Santo son distintos pero inseparables.
Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta,
Imagen visible de Dios invisible, pero es el
Espíritu Santo quien lo revela. (CIC 689)
La noción de la unción sugiere [...] que no hay
ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En
efecto, de la misma manera que entre la superficie
del cuerpo y la unción del aceite ni la razón ni los
sentidos conocen ningún intermediario, así es
inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu, de
tal modo que quien va a tener contacto con el
Hijo por la fe tiene que tener antes contacto
necesariamente con el óleo. En efecto, no hay
parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo.
Por eso es por lo que la confesión del Señorío
del Hijo se hace en el Espíritu Santo por aquellos
que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas
partes delante de los que se acercan por la
fe» (San Gregorio de Nisa, Adversus Macedonianos
de Spirirtu Sancto, 16).
3. Nombre, apelativos y símbolos del
Espíritu Santo
A. El nombre propio del Espíritu Santo

"Espíritu Santo", tal es el nombre propio de


Aquel que adoramos y glorificamos con el
Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este
nombre del Señor y lo profesa en el Bautismo
de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19).
El término "Espíritu" traduce el término hebreo
Ruah, que en su primera acepción significa soplo,
aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen
sensible del viento para sugerir a Nicodemo la
novedad transcendente del que es personalmente el
Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8). Por
otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos
comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo
ambos términos, la Escritura, la liturgia y el
lenguaje teológico designan la persona inefable
del Espíritu Santo, sin equívoco posible con los
demás empleos de los términos "espíritu" y
“santo".” (CIC 691).

B. Los apelativos del Espíritu Santo

Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del


E s p í r i t u S a n to , le l l a m a e l " Pa r á c l i to " ,
literalmente "aquel que es llamado junto a uno",
advocatus (Jn 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7).
"Paráclito" se traduce habitualmente por
"Consolador", siendo Jesús el primer consolador
(cf. 1 Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu
Santo "Espíritu de Verdad" (Jn 16, 13). (CIC 692).

Además de su nombre propio, que es el más


empleado en el libro de los Hechos y en las
cartas de los Apóstoles, en San Pablo se
encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu
de la promesa (Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de
adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de
Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu del Señor (2 Co 3,
17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15, 19;1 Co 6,
11; 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria
(1 P 4, 14). (CIC 693).

C. Los símbolos del Espíritu Santo

El agua. El simbolismo del agua es significativo de la


acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que,
después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se
convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo
nacimiento: del mismo modo que la gestación de
nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el
agua bautismal significa realmente que nuestro
nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu
Santo. Pero "bautizados [...] en un solo Espíritu",
también "hemos bebido de un solo Espíritu"(1 Co 12,
13): el Espíritu es, pues, también personalmente el
Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf. Jn 19,
34; 1 Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros
brota en vida eterna (cf. Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17, 1-6;
Is 55, 1; Za 14, 8; 1 Co 10, 4; Ap 21, 6; 22, 17).

La unción. El simbolismo de la unción con el óleo


es también significativo del Espíritu Santo, hasta el
punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf.
1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana
es el “signo sacramental de la Confirmación,
llamada justamente en las Iglesias de Oriente
"Crismación". Pero para captar toda la fuerza que
tiene, es necesario volver a la Unción primera
realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo
["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del Espíritu
de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del
Señor (cf. Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey
David (cf. 1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de
Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo
asume está totalmente "ungida por el Espíritu
Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu
Santo (cf. Lc 4, 18-19; Is 61, 1).
La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo,
quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en
su nacimiento (cf. Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al
Templo a ver al Cristo del Señor (cf. Lc 2, 26-27); es
de quien Cristo está lleno (cf. Lc 4, 1) y cuyo poder
emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones
salvíficas (cf. Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien
resucita a Jesús de entre los muertos “(cf. Rm 1, 4; 8,
11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su
humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36),
Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta
que "los santos" constituyan, en su unión con la
humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto [...]
que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo
total" según la expresión de San Agustín (Sermo 341,
1, 1: PL 39, 1493; Ibíd., 9, 11: PL 39, 1499)”

El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y


la fecundidad de la vida dada en el Espíritu Santo, el
fuego simboliza la energía transformadora de los actos
del Espíritu Santo. El profeta Elías que "surgió [...] como
el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha" (Si 48,
1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el
sacrificio del monte Carmelo “(cf. 1 R 18, 38-39), figura
del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca.
Juan Bautista, "que precede al Señor con el espíritu y el
poder de Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que
"bautizará en el Espíritu Santo y el fuego" (Lc 3, 16),
Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego
sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese
encendido!" (Lc 12, 49). En forma de lenguas "como de
fuego" se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la
mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4). La
tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego
como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu
Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No
extingáis el Espíritu"(1 Ts 5, 19).
La nube y la luz. Estos dos símbolos son
inseparables en las manifestaciones del Espíritu
Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento,
la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela
al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo
sobre la transcendencia de su Gloria: con Moisés
en la montaña del Sinaí (cf. Ex 24, 15-18), en la
Tienda de Reunión (cf. Ex 33, 9-10) y durante la
marcha por el desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1 Co 10,
1-2); con Salomón en la dedicación del Templo (cf. 1
R 8, 10-12). Pues bien, estas figuras son cumplidas
por Cristo en el Espíritu Santo. Él es quien
desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su
sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc
1, 35).
En la montaña de la Transfiguración es Él quien
"vino en una nube y cubrió con su sombra" a Jesús,
a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y «se
oyó una voz desde la nube que decía: "Este es mi
Hijo, mi Elegido, escuchadle"» (Lc 9, 34-35). Es,
finalmente, la misma nube la que "ocultó a Jesús a
los “ ojos" de los discípulos el día de la Ascensión
(Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del
hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf.
Lc 21, 27).

El sello es un símbolo cercano al de la unción. En


efecto, es Cristo a quien "Dios ha marcado con su
sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también en
él con su sello (2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30). Como
la imagen del sello indica el carácter indeleble de
la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos
del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta
imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones
teológicas para expresar el "carácter" imborrable
impreso por estos tres sacramentos, los cuales no
pueden ser reiterados.
La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los
enfermos (cf. Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños
(cf. Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles harán
lo mismo (cf. Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún,
mediante la imposición de manos de los Apóstoles
el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch 8, 17-19; 13,
3; 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición
de las manos figura en el número de los
"artículos fundamentales" de su enseñanza (cf. Hb
6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa del
Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus
epíclesis sacramentales.
El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús]
los demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido
escrita en tablas de piedra "por el dedo de
Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a
los Apóstoles "está escrita no con tinta, sino con
el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra,
sino en las tablas de carne del corazón" (2 Co 3,
3). El himno Veni “Creator invoca al Espíritu Santo
como dextrae Dei Tu digitus ("dedo de la diestra
del Padre”).
La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo
se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé
vuelve con una rama tierna de olivo en el pico,
signo de que la tierra es habitable de nuevo (cf. Gn
8, 8-12). Cuando Cristo sale del agua de su
bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma,
baja y se posa sobre él (cf. Mt 3, 16 paralelos). El
Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado
de los bautizados. En algunos templos, la Santa
Reserva eucarística se conserva en un receptáculo
metálico en forma de paloma (el columbarium),
suspendido por encima del altar. El símbolo de la
paloma para sugerir al Espíritu Santo es tradicional
en la iconografía cristiana. (CIC 691-701).
LA DEIDAD DEL
ESPÍRITU SANTO
1. El Espíritu Santo es Dios, la tercera
Persona de una trinidad divina

La prueba de Su deidad es apoyada por los nombres


por los cuales es llamado. Pedro se refiere a Él
como Dios (Hechos 5:3,4). Su relación con el Padre
es vista en ciertos nombres. Él es llamado el
Espíritu de Dios (Génesis 1:2; Romanos 8:9,11,14), el
Espíritu de Yahve (Jueces 3:10) y el Espíritu de
Yahve el Señor (Isaías 61:1).
La prueba de Su deidad es apoyada por los atributos
que posee. El Espíritu Santo es Dios Verdadero, Co-
Eterno y Consustancial al Padre y al Hijo, digno de
adoración y gloria.

EL ESPIRITU SANTO ES DIOS DIVINO PORQUE:




A. ES ETERNO Hebreos 9:14

B. ES OMNIPRESENTE Salmos 139:7-10

C. ES OMNIPOTENTE Lucas 1:35; Genesis 1:2; Job
26:13

D. ES OMNICIENTE ICorintios 2:2-11; Juan 14:26;
16:12, 13

E. ES SANTO EN CARÁCTER Y PERSONA Lucas 11:13

F. ES VERDAD 1Juan 5:6

G. ES BENEVOLENTE Nehemías 9:20

H. ESTA EN COMUNION CON NOSOTROS Y DIOS I
Corintios 13:14
2. EL ESPIRITU SANTO ES DIOS PORQUE HACE LO QUE
SOLO DIOS PUEDE HACER


A. LA CREACION Job 33, 4; Salmos 104,30

B. LA SALVAVIóN I Corintios 6:11

C. EL SELLA DE INMEDIATO Y DE MANERA
PERMANENTE EL CREYENTE NUEVO Efesios 1:13

D.EL DA VIDA Juan 6:63

E. EL ES EL AUTOR DEL NUEVO NACIMIENTO Juan
3:5, 6

F. EL INSPIRO LA SANTA PALABRA DE DIOS 2 Pedro
1:21

G. EL ES QUIEN NOS CONVENSE DE NUESTRO
PECADO Juan 6:9-11
3. EL ESPIRITU SANTO ES DIOS PORQUE LA PLABRA DE
DIOS SE LE ATRIBYE EL NOMBRE “DIOS.”


A. Isaias 6:8-10/Hechos 28:25-27

B. Hechos 5:3-5

4. EL ESPIRITU SANTO ES DIOS PORQUE LA SANTA
BIBLIA LE UNE AL TRINO DIOS.


A. Mateo 28:19

B. 2 Corintios 13:14
Vinculum amoris (un vínculo de amor) El
Espíritu es el Amor de Dios (entre el Padre y el
Hijo)en persona (hipóstasis), el cual —como divino
— es siempre creador y de desbordante bondad.
En relación con la pneumatología es interesante
que el Espíritu Santo aparezca como el Co-amado
(condilectus), como el Tercero necesario en el acto
del amor absoluto entre el Padre y el Hijo digno
(condignus) de ese amor, ya que el amor mutuo
tiene que abrirse a un Tercero.

Atanasio, en las Cartas a Serapión, inicia el debate


que conducirá a la definición de la divinidad del
Espíritu Santo en el Concilio de Constantinopla del
381. Enseña que el Espíritu es plenamente divino,
consustancial con el Padre y con el Hijo, que no
pertenece al mundo de las criaturas, sino al del
creador y la evidencia, aquí también, es que su
contacto nos santifica, nos diviniza, lo que no
podría hacer si él mismo no fuese Dios.
2. La relación del Espíritu con el Padre y el Hijo.

Cuando Jesucristo promete el don de Espíritu


tanto del Padre como del Hijo. La afirmación de
que el Espíritu procede del Padre alude, al igual
que la que dice que también el Hijo viene del Padre
(Jn 8,42; 13,3; I6,27s; 17,8), a su función en la
historia de la salvación.
Según Santo Tomás para entender la relación y la
procedencia del Espíritu Santo nos dice: la
procedencia del Hijo del Padre es de algún modo
semejante al nacimiento de un ser humano de sus
padres. Mientras que para caracterizar la procesión
del Espíritu Santo, que es el fruto del amor del
Padre y del Hijo, lo comparamos con la donación
entre dos personas que se aman.
LA OBRA DEL
ESPÍRITU SANTO
Las obras del Espíritu Santo son tan secretas y
místicas, se dice tanto de su influencia, de su gracia,
de su poder y dones, que nos sentimos inclinados a
pensar de El como una mera influencia, un poder,
una manifestación o influencia de la naturaleza
divina, un agente más que una persona.
El Espíritu Santo da dones. "Pero la manifestación
del espíritu se da a cada uno con un propósito
provechoso. Por ejemplo, a uno se le da mediante
el espíritu habla de sabiduría, a otro habla de
conocimiento según el mismo espíritu, a otro fe
por el mismo espíritu, a otro dones de curaciones
por ese único espíritu, a otro operaciones de obras
poderosas, a otro el profetizar, a otro
discernimiento de expresiones inspiradas, a otro
lenguas diferentes, y a otro interpretación de
lenguas. Pero todas estas operaciones las ejecuta
el uno y mismo espíritu. Distribuyendo a cada uno
respectivamente así como dispone" (1Cor 12,7-11).

Actúa desde el principio como el motor de todas


las obras de Dios, pues el Espíritu Santo es el
Amor de Dios y Dios lo hizo todo por amor, pero
se manifiesta como Persona el último de los Tres,
después del Padre y del Hijo.
Si lo hubiera hecho antes, el mundo no hubiera
entendido nada. El pueblo judío, al que Dios se
confió, se hubiera hecho un enredo de dioses. Y
Dios, con su pedagogía divina, poco a poco,
gradualmente, pero de manera segura, nos ha
abierto toda la verdad de su vida íntima en la
Trinidad de un solo Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que el
Espíritu Santo con su gracia es el primero que nos
despierta en la fe... y, no obstante, es el último en
la revelación de las Personas de la Santísima
Trinidad (684-685).

Es cierto, pero, cuando se manifestó a la Iglesia


definitivamente en Pentecostés, se convirtió en el
Amor de los corazones cristianos.
La primera manifestacién expresa del Espíritu Santo
como Persona la tuvo la Virgen María en la
Anunciación, cuando oyó de labios del ángel:

- El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del


Altísimo te cubrirá con su sombra.

José escuchará también:

- No temas tomar a María como esposa tuya, pues el


niño que viene de ella es obra del Espíritu Santo.
A lo largo de su predicación, Jesús va nombrando
al Espíritu Santo, y en la Ultima Cena, antes de
morir, lo promete a los Apóstoles de manera
solemne. Cuando se va a subir al Cielo, les da la
última recomendación:

- No os mováis de Jerusalén, porque dentro de


pocos días vais a ser bautizados con el Espíritu
Santo.
¿Después?... Sabemos la historia de Pentecostés,
cuando el Espíritu Santo bajó sobre María y los
Apóstoles de una manera tan clamorosa, en forma
de lenguas de fuego y en medio de un viento
impetuoso que arrasaba con todo.
El Espíritu Santo será ahora quien lleve adelante
la obra salvadora de Jesucristo, como lo
confesamos en el Credo. Muchos piensan que al
Espíritu Santo lo dejamos en el Credo muy
rápidamente, sin decir nada de él, mientras que
hemos dicho muchas cosas del Padre y del Hijo.
Creo en el Espíritu Santo, y piensan que con esto ya
hemos dicho todo sobre el Espíritu Santo en el
Credo. No; no es así. Hay que seguir, porque ahora
viene el confesar la obra del Espíritu Santo, como
nos enseña el gran Catecismo moderno de la Iglesia.
Porque sigue el Credo señalando la obra del
Espíritu Santo:

-La santa Iglesia católica, la comunión de los


santos, el perdón de los pecados, la resurrección
de la carne, la vida eterna…
¿Nos damos cuenta de todo lo que decimos?… El
Espíritu Santo es el que forma la Iglesia, la echa a
andar, la alienta, la santifica, la empuja al
apostolado, la enriquece con carismas en todos sus
miembros.

El Espíritu Santo es el que une a los miembros de la


Iglesia, por la comunicación que existe entre todos
los creyentes, de modo que todos participamos de
los bienes de gracia que tienen los demás.
El Espíritu Santo es el que nos perdona los
pecados, porque, al venir al alma, aniquila con
fuego toda culpa y la barre lejos para siempre.

El Espíritu Santo, que resucitó a Jesús, será


también el que con su fuerza removerá las cenizas
de nuestro cuerpo y nos revestirá de inmortalidad.

El Espíritu Santo, finalmente, será el que nos


meterá en el Amor infinito de Dios dentro de una
vida eterna.

Aunque todo esto lo realizan por igual las Tres


Personas Divinas, la Palabra de Dios lo atribuye
especialmente al Espíritu Santo, como intervención
suya particular en la obra de nuestra salvación.

El Espíritu Santo se manifestó el último, ¡pero,


qué acción la suya! ¡Hay que ver qué derroche de
amor con nosotros! ¡Hay que ver con qué cariño,
con qué mimo que nos trata! ¡Qué amor, el Amor
del Espíritu Santo!.

Las obras de este Espiritu Santo, según San Basilio:

-es antes de todos los siglos, exactamente como el


Padre y el Hijo; así que se impone la confesión
manifiesta de la eternidad del Espíritu;

-consolida los cielos;

-confirma a los ángeles en el bien;

-los milagros y curaciones se realizan por medio del


Espiritu;

-la presencia del Espiritu arrebata su poder al


diablo;

-a El deben los hombres la intimidad con el Padre;

-a El se debe también la resurrección de los muertos;

-Y la nueva creatura, que llegamos a ser por el


Bautismo.
CONCLUSIÓN
De ahí se deduce ahora la posibilidad de explicar el
ser personal trinitario y lo específico de la
«tercera Persona». Pertenece esencialmente a la
definición de la persona su ser-en-relación: el
hecho de que la vida humana, desde el comienzo,
deba caracterizarse como vida personal, tiene su
razón última en la convicción de que todo ser
humano ha sido llamado por Dios a la existencia,
ha sido interpelado por Él, ha sido animado por el
soplo de su Espíritu y ha sido llamado al
encuentro —un encuentro que ha de colmarlo
plenamente— con Él. En el plano antropológico, la
vida personal aparece como fruto del encuentro
con el semejante; se rea- liza en relaciones
esenciales (¡«personas de referencia»!). Ser-sí-
mismo, poseerse-a-sí-mismo, llega a ser posible en
el encuentro con otro ser-sí-mismo.
«El hombre es aquel que ha llegado a ser a través
del encuentro con otros seres humanos. Es aquel a
quien otros seres humanos se han ofrecido como
espacio para su encuentro consigo mismo. En una
palabra, si el hombre quiere encontrarse consigo
mismo, tendrá que encontrar a otro ser humano
que se haga internamente libre para él». Lo que está
siempre en peligro y realiza incompletamente el ser
personal humano como «personalidad corporal» en
el proceso de la vida, eso está siempre realizado ya
en la «trinitaria Personalidad» de la «Personalidad
de Dios que sale al encuentro»
Él no es sólo el condilectus, el Tercero co-amado,
en el que se sobrepasa y se abre la comunidad dual
del amor recíproco del Padre y del Hijo y donde
precisamente vuelve a vincularse {vinculum amoris
= vínculo de amor). Es más todavía, es el que
concede plenamente espacio a la compenetración, a
la pericóresis del Padre y del Hijo, Aquel cuyo ser-
s í - m i s m o s e re a l i za e n l a d e s i n te re s a da
posibilitación de la compenetración. Así que el
Espíritu no procede posteriormente —como la
Tercera Persona— de las Personas que se
constituyen ya por sí o recíprocamente como la
Primera y de la Segunda Persona sino que se
muestra — en Persona— como el espacio abierto
siempre del encuentro interpersonal.
¿Quién es, por tanto, el Espíritu Santo?

Fidelidad a Jesus: ¿Qué es lo que significa el


Espíritu santo hoy? Ante todo se puede afirmar
simplemente: el Espíritu santo nos hace estar abier-
tos a Jesús. Si comprendiéramos el modo como
vivió y murió Jesús, que al principio le parecía tan
sin sentido, es aquel que le podía poner nuevamente
en orden con Dios, entonces opera allí el Espíritu
santo. Aprendamos a vivir de la donación, del
regalo.
L i b e rt a d : E l E s p í r i t u S a n to p u e d e ve n i r
espectacularmente como marca en las Escrituras
(profetas, antiguas comunidades), pero puede
sobrevenir también de una manera callada y sin que
se note de fuera y penetrar así en la vida de un
hombre. Nosotros debemos, allí donde el Espíritu
empieza a vivir, no ser ya los fuertes, según las
medidas que la gente atribuye a los hombres, ni
según aquellas otras que se imaginan los piadosos.
Todo esto es «carne» y, cuando ella sabe cuán rica
en espíritu y espiritualizada avanza, la «carne» no
tiene por qué ser mala.
Comunidad o comunión: Pero la libertad tiene
sus límites, pero no unos límites establecidos por la
letra, sino por los hombres vivientes. El Espíritu
santo está constantemente añadiendo nuevos
miembros al cuerpo de Cristo que entran en
relación con los otros miembros de este cuerpo.
La dirección: Pero nosotros debemos estar
atentos a no permanecer indiferentes al Espíritu de
Dios. Donde vive el Espíritu, allí permanece un
hombre flexible y abierto. Él aprende a decidir y
juzgar en los problemas prácticos y a encontrar
decisiones con cretas sin con ello abusar de los
demás.
La importancia del Espíritu Santo, si atendemos a lo
que constituye el fin de la vida cristiana, es decir, el
asemejamiento a Dios, la deificación del hombre
descansa, pues, en la actuación del Espíritu.

BIBLIOGRAFÍA

http://www.clerus.org/clerus/dati/2004-05/08-15/29081990
http://es.catholic.net/catholic_db/archivosWord_db/
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1994.
YVES M. Y J. CONGAR, El Espíritu Santo, Ed. Herder, Barcelona, España,
1991.
JOSÉ M. YANGUAS SANZ, La divinidad del Espíritu Santo en s. Basilio,
Univesisas Navarra.
Catecismo de la Iglesia católica.

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