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Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento testifican que la comunidad de fe está bajo
el signo del amor de Dios que perdona y que este hecho implica un imperativo: conservar la
gracia bautismal ya recibida. Pero esta comunidad nunca llega a cumplir perfectamente esta
exigencia y está amenazada siempre de fracaso. De hecho, en la comunidad cristiana primitiva
había pecadores. Por eso Jesús recomienda en el evangelio un tenor de vida capaz de mantener al
hombre en el recto camino: la fe en El, la oración continua, el amor a Dios y al prójimo, las obras
de penitencia, la pureza de costumbres, el perdón mutuo de las ofensas.
Pero el fracaso en seguir fieles a la conversión bautismal adquiere a veces tal relieve en
algunos de sus miembros que llega a amenazar incluso la identidad cristiana de la comunidad
concreta. En tales casos se inicia un proceso, con el objetivo de mantener la comunidad libre del
mal, es decir, de distanciarse del pecador declarando que éste se ha alejado por su propia
voluntad y debido a su mal comportamiento.
Para una compresión auténticamente teológica de la Iglesia, las repercusiones de este
proceso son más profundas que las derivadas de un simple castigo disciplinar. En las cartas de
San Pablo hay un proceso gradual: hay primero exhortaciones y reprensiones; en los casos
ordinarios no se considera que la exclusión tenga carácter definitivo: existen testimonios de que
se elimina el distanciamiento cuando el pecador de arrepiente (cfr. 1Co 5,9 ss.; 2Co 2,6 ss.). De
todas formas, para el Nuevo Testamento no hay pecadores incorregibles. Incluso los reos de
pecados graves siguen teniendo por Padre a ese Dios que no niega nunca el perdón a quienes
vuelven arrepentidos a la casa paterna (cfr. Lc 15,1-32).
A partir de estos datos, se ha desarrollado el posterior sacramento de la penitencia. Desde
comienzos del siglo III se citan como textos clásicos a favor de la institución de la penitencia por
Jesús el atar y desatar de Mateo (Mt 16,19 y 18,18) y el perdonar y retener los pecados de Juan
(Jn 20,23).
Los evangelios, de hecho, afirman que Jesús concedió a los apóstoles y a sus sucesores la
facultad de atar y desatar (Mt 16,19; 18,18), de perdonar y retener los pecados (Jn 20,22-23).
Estos textos son fundamentales para el sacramento de la penitencia.
Mateo tiene dos textos en los que habla del poder de perdonar los pecados concedido por
Jesús: 1) a Pedro, junto con el primado (Mt 16,19) y 2) a todos los Apóstoles (Mt 18,18).
Veámoslos uno a uno.
2.1.1. Poder de "atar y desatar" y "poder de las llaves" concedido a Pedro (Mt 16,19)
2.1.1.1. Pedro será la "piedra", la roca sobre la cual estará edificada la Iglesia como
sobre un fundamento granítico e inquebrantable. En la constitución de esa comunidad, Pedro
tendrá una función primordial. Ha sido constituido como su jefe visible. Sobre esta roca Jesús
edificará la Iglesia, es decir, la comunidad mesiánica que él convoca y que está destinada a
anunciar su nombre, después de su resurrección.
2.1.1.2. Pedro tendrá las "llaves" del Reino de los cielos. Con esta imagen, que evoca el
poder espiritual de los dirigentes judíos, Cristo hace recaer sobre la figura de Pedro el poder de
guiar y dirigir a la Iglesia. Las palabras que Jesús dirigirá a sus discípulos en el cap. 18 de Mateo,
las dirige ahora solemnemente a Pedro en un contexto claramente eclesial y como formando parte
del poder de las llaves del reino de Dios.
El poder de las llaves en lenguaje semítico, es el poder de enseñar y juzgar, de decidir en
lo que se refiere a la ortodoxia y a la disciplina de la comunidad, de guiar y dirigir al pueblo de
Dios.
2.1.1.3. Pedro ejercerá este poder de las llaves "atando y desatando". Las palabras atar y
desatar significan hacer uso de una facultad que compete a los responsables de la comunidad que
consiste en declarar algo conforme o disconforme a la ley o en decretar y revocar una sentencia
que afecta a la vida de la comunidad y de sus miembros. Esta nueva imagen concreta la
precedente. Indica la manera en que Pedro realizará su función, en qué consistirá concretamente
su poder. Veremos que el contexto del capítulo 18 de Mateo parece restringir el sentido de atar y
desatar a la función de apartar de la comunidad y readmitir en ella al culpable de una falta, pero
el contexto de este capítulo 16 atribuye al poder de atar y desatar un alcance más general y
complexivo en relación con la función pastoral de la Iglesia.
Cuando Jesús pagó en Cafarnaún el tributo por sí mismo y por Pedro, los demás
apóstoles se mostraron un poco celosos y comenzaron a preguntarle quién de ellos iba a ser el
primero en el reino mesiánico. Jesús entonces les da una lección: llama a un niño y se lo muestra
para que imiten su sencillez y humildad. La inocencia del niño y los peligros a que está expuesto
ofrecen a Jesús una ocasión para hablar duramente contra el escándalo. Los apóstoles deben
defender la inocencia de la infancia pero deben atraer también a los que han errado, como hace el
pastor con la oveja perdida (Mt 17,24).
Jesús habla a continuación de la corrección de los culpables, de las personas reos de
pecados serios que representaban un peligro para la comunidad (Mt 18,17). El texto de Mateo
que estamos estudiando ( 18,18) se encuentra, pues, en un contexto de exhortaciones que Jesús
hace a sus discípulos acerca de la sencillez evangélica, de la edificación de los más pequeños en el
reino de Dios y de la solicitud hacia los extraviados. Aquí se encuadra la parábola del siervo
condenado por su señor por no haber querido perdonar una pequeña deuda a su compañero (Mt
18,23-35). En este contexto de caridad fraterna, Mateo da unas normas para guiar la conducta
del cristiano en relación con el hermano del que ha recibido una ofensa:
Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha,
habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos,
para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les
desoye a ellos, díselo a la comunidad. Si hasta a la comunidad desoye, sea para
ti como el gentil y el publicano (Mt 18,15-17).
Según estas normas, se trata de ganar al hermano, pero si éste se niega a escuchar hay
que llevar el asunto pacientemente, paso a paso, hasta llegar a la comunidad si es preciso. Y aquí
viene el texto que es fundamental para el sacramento de la penitencia:
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo
que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo (Mt 18,18).
Los términos atar y desatar se refieren al poder que podían ejercer los responsables de la
comunidad judía para apartar de ella a alguno de sus miembros por faltas de carácter doctrinal o
disciplinar. La excomunión era la primera acción de este procedimiento, a la que seguían el
levantamiento de la pena y la readmisión del creyente en la comunidad. La facultad de atar y
desatar representaba prácticamente el máximo poder de carácter espiritual y religioso que
ejercían los responsables de la comunidad y podía afectar a cuestiones de disciplina y a asuntos
legales. Esta interpretación, que se funda en el sentido que tiene la doble acción de atar y desatar
en el uso de los rabinos, es la más extendida entre católicos y protestantes.
Los documentos del Qumrán, por su parte, hablan de esta facultad por la que el pecador
era sometido a un tiempo de castigo penitencial durante el cual quedaba separado de la
comunidad y, una vez cumplida su pena, era readmitido en ella. Las comunidades religiosas de
población judía seguían este procedimiento para proteger su moral y disciplina y para defender su
propia identidad.
El contexto en que se encuentra el texto de Mateo hace pensar en un poder de carácter
eminentemente religioso, que afecta a la situación de la comunidad en relación con Dios. Esto
queda claro por la relación y dependencia entre lo que se hace en la tierra y en el cielo. Pero el
texto no dice expresamente quiénes están autorizados, en concreto, para ejercer dicha facultad en
la comunidad. Jesús habla a lo largo de todo el capítulo 18 a los Doce apóstoles, según la
mayoría de los autores. En efecto, si situamos el texto en el ambiente eclesiástico de los años 80-
85, no hay duda que las comunidades cristianas estaban ya estructuradas y contaban con una
autoridad que presidía y ejercía determinadas funciones. Pero hay otros autores que ven en el
contexto directo del texto de Mateo a todos los miembros de la Iglesia, y en el contexto general a
los responsables de la comunidad. Para otros, el texto de Mateo hay que situarlo en un contexto
eminentemente comunitario, que tiene en cuenta la tarea reconciliadora de todos los cristianos.
Pero el argumento decisivo quizá esté en esto: la relación entre la facultad y la
competencia para ejercerla tiene que debe recaer necesariamente sobre alguien en concreto, pero
hay que verla sobre todo teniendo en cuenta el carácter mismo de la comunidad en el proyecto
salvífico de Dios y la misión que en ella tienen los Doce, que fueron elegidos por Cristo para ser
fundamento de su Iglesia, maestros, guías y pastores. Se trata de una facultad que recae sobre la
Iglesia y que está al servicio de su santidad, que por su misma naturaleza sólo pueden ejercerla
aquellos que tienen en ella una misión y un poder de gobierno.
2.1.3. Comparación entre los dos textos de Mateo (18,18 y 16,19)
2.1.3.1. Coincidencias
2.1.3.2.Complementariedad
El pasaje que concierne a Pedro (Mt 16,19) se fija sobre todo en su misión y autoridad
como el primero de los apóstoles y el representante de los Doce, mientras que el referente a los
Doce en su conjunto se fija más en particular en su misión al servicio de la fraternidad y de la
santidad de la Iglesia. Como vimos anteriormente, dicho pasaje está en un contexto donde se
habla de la fraternidad y de la corrección fraterna en orden a la santidad de la comunidad
cristiana.
En cuanto al orden de las acciones (atar y desatar), separar a un pecador de la comunidad
para readmitirlo posteriormente, se trata del procedimiento seguido en la práctica en las
comunidades judías y judeo-cristianas en relación a los pecadores. De hecho, la penitencia
practicada en los primeros siglos se adapta a esta configuración del poder de atar y desatar, como
veremos más adelante, en cuanto que comienza apartando al pecador de la comunión eucarística
y termina readmitiéndolo a ella. Pero hay varias interpretaciones acerca del alcance de este atar y
desatar.
2.1.4. Interpretaciones actuales sobre los detentores del poder de "atar y desatar"
El saludo La paz sea con vosotros no es un simple saludo a la manera hebrea (shalom)
sino que se refiere a la presencia de Jesús resucitado, que desea tranquilizar a sus discípulos
después de la amargura de la pasión. Y a continuación viene el envío. Juan tiene muy presente la
relación entre el envío de Cristo por el Padre y el envío de los apóstoles por Cristo y relaciona a
ambos con la acción del Espíritu. Por eso dice que Jesús sopló sobre ellos y dijo: Recibid el
Espíritu Santo. Y esto explica la continuación: A quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
En este texto hay que resaltar dos cuestiones: 1ª) el hecho mismo de perdonar los
pecados que pueden realizar los apóstoles en nombre de Jesús; 2ª) la doble expresión perdonar y
retener.
2.2.1. El poder de perdonar los pecados dado por Jesús a sus apóstoles.
Es un texto posterior al de Mateo. Este texto de Juan sitúa en primer lugar la acción de
perdonar (correspondiente al desatar de Mateo). De hecho el verbo aphiêmi (perdonar) es un
término técnico en el Nuevo Testamento para significar el perdón de los pecados (Lc 7,48-49: la
pecadora; Mt 9,3.5.6: curación del paralítico; Mt 6,12; Lc 11,4: la oración dominical; Rm 4,7;
1Jn 1,9).
El sentido de la expresión perdonar los pecados no puede ser más claro. Se trata de una
acción que tiene como efecto hacer que el hombre reciba el perdón de sus pecados, que son
borrados, abolidos, que no se tiene más cuenta de ellos, como en el caso de una deuda que el
acreedor perdona al deudor. El judaísmo del tiempo de Jesús concebía con frecuencia el pecado y
lo expresaba con la metáfora de una deuda. El Nuevo Testamento ha recogido esta imagen.
Pensemos en el Padre nuestro (versión española antigua) (Mt 6,12).
Pero la expresión retener los pecados es más difícil de comprender. Es exclusiva de este
pasaje de Juan y no se encuentra en ningún otro lugar del Nuevo Testamento. A primera vista
podría pensarse que retener los pecados quiere decir negarse a perdonarlos a quien no esté bien
dispuesto, de manera que los pecados quedarían no perdonados. Sin embargo esta explicación no
es válida, porque el verbo kratein (retener) tiene un sentido activo y positivo; significa ser fuerte,
poderoso, dominar, reinar, superar, prevalecer, asir fuertemente. En nuestro caso concreto
retener significaría imputar, lo cual no es simplemente la acción de no perdonar. Nunca expresa
un simple hecho de negarse a hacer algo, de abstenerse de una acción. Pero lo veremos con más
detalle si lo comparamos con el texto de Mateo.
Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra, A quienes perdonéis los pecados, les quedan
quedará atado en el cielo; y todo lo que perdonados; a quienes se los retengáis, les
desatéis en la tierra, quedará desatado en el quedan retenidos.
cielo
El verbo retener en Juan sólo resulta inteligible si lo comparamos con el verbo atar de
Mateo. Se trata de la misma acción, expresada mediante una metáfora distinta. La Iglesia retendrá
el pecado excluyendo de la comunidad de los fieles al pecador. Y éste se encuentra, por tanto,
como retenido, confirmado en su pecado mientras no sea admitido de nuevo en la comunidad.
Ahora bien, es evidente que la acción por la que la Iglesia retiene de esta manera el pecado
atando al pecador, es decir, infligiéndole la excomunión penitencial, es una acción positiva sin
duda alguna. No es un simple negarse a perdonar el pecado; se trata de una sentencia positiva
pronunciada por la Iglesia por la que el pecador es separado de la comunidad de los fieles. El
atar de Mateo nos ayuda, pues, a comprender el retener de Juan.
Por su parte, la remisión de Juan nos ayuda a comprender mejor el sentido de desatar de
Mateo. El verbo desatar se aclara comparándolo con el perdonar de Juan. De hecho, se trata de
lo mismo, bajo una imagen distinta. Cuando la Iglesia desata, revocando el estado de separación,
de exclusión, que se estableció entre ella y el pecador y vuelve a admitir a éste en su seno, a la
plena comunión con ella, la Iglesia perdona el pecado; porque nadie puede unirse de nuevo a la
Iglesia sin recibir la vida de la gracia y, con ella, el perdón del pecado.
Y esto ¿por qué? Porque la Iglesia no es una organización social meramente jurídica y
externa, sino una comunidad visible en la que se comunica a los fieles la vida invisible de la
gracia. La unión interior con Dios y la comunión externa con la Iglesia están, de suyo,
íntimamente unidas: la una no puede existir normalmente sin la otra. Quien ha perdido la vida de
la gracia se ha excluido a sí mismo de la comunión viva con la Iglesia y esta separación interna
debe manifestarse y ratificarse externamente por la Iglesia. Quien, por el contrario, es admitido de
nuevo a la plenitud de la comunión eclesial, vuelve a reanudar su participación en la vida de la
gracia.
Juan y Mateo describen el mismo hecho aunque desde dos puntos de vista distintos pero
complementarios. Mateo resalta, sobre todo, el aspecto eclesial y disciplinar de la penitencia
cristiana mientras que Juan destaca el lado espiritual. Esto corresponde perfectamente a la
perspectiva peculiar de cada evangelista.
Algunos Padres de la Iglesia y Calvino interpretaron estos textos entendiéndolos del
bautismo. Pero es evidente que sólo se refieren a personas ya bautizadas, es decir, a cristianos. La
Iglesia sólo puede atar, separar de ella a quienes ya pertenecían a ella. No puede retener los
pecados de quienes no son miembros suyos. Pero al mismo tiempo, no retiene los pecados, no ata
al pecador sino para perdonar y desatar a su debido tiempo. Existe, por tanto, una modalidad
institucional específica para el perdón de los pecados de los bautizados. La forma propia de este
perdón no aparece descrita con detalle ni en Mateo ni en Juan, y veremos que se modificó con el
correr del tiempo. Pero la Iglesia está en lo justo cuando ve en este texto de Juan y en los de
Mateo el fundamento escriturístico más importante del sacramento de la penitencia. Con otras
palabras, su misma institución.