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En la encíclica del Papa Juan Pablo II Veriatis Splendor nos dice “La moralidad
de los actos está definida por la relación de la libertad del hombre con el bien autentico.
Dicho bien es establecido por la Sabiduría de Dios que ordena todo a su fin. El obrar
es moralmente bueno cuando la elecciones de la libertad están conformes con el
verdadero bien del hombre y expresan así la ordenación voluntaria de la persona hacia
su fin último, es decir, Dios mismo: el bien supremo en el cual el hombre encuentra su
plena y perfecta felicidad. Solo el acto conforme al bien puede ser camino que conduce
a la vida.” Se destacan tres elementos de la antropología revelada: proyecto del
principio, situación del hombre después de la caída y la historia de la Salvación. El
hombre creado a la imagen de Dios con espíritu y corporeidad elevado a la condición
de hijo de Dios el cual esta inmune al dolor y muerte; el hombre en virtud de su libertad
a decide alegarse de Dios y serle infiel, estaba dotado de perfección y gracia. Rompe
con su Alianza con su Creador, pero a pesar de ello Dios le ofrece su salvación con la
historia, hasta la llegada en plenitud del Verbo encarnado; el fin de la Iglesia es que
todo hombre pueda encontrar a Cristo, para que Cristo pueda recorrer con cada uno el
camino de la vida.
Solo la persona puede amar y sólo la persona puede ser amada. La razón más alta de la
dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. El bien moral
existe sólo en el sujeto espiritual y propiamente en aquella dimensión de obrar por la
que libremente se da al inseparable amor de Dios y del prójimo. El valor moral posee:
se relaciona necesariamente con la libertad y somos responsables de él; por eso, una
antropología, que niega la libertad, niega el valor moral.
Dios divinizo al hombre, es recreado y hecho participe de una vida que no anula
su vida humana ni se yuxtapone, sino que opera en su conducta, en la fe, esperanza y
caridad. La gracia es principio de un modo de vida nueva, y más perfecta. Las acciones
buenas realizada por el hombre en gracia posee una nueva bondad moral, la
divinización, que se consumara en la gloria comienza en la tierra. El inicio y el
crecimiento de la bondad sobrenatural es siempre don gratuito. El Señor ha venido en
persona para liberar de la esclavitud, las llamadas vulnera naturae la malicia o
inclinación de la voluntad al mal, la ignorancia, que entorpece la inteligencia,
especialmente el conocimiento moral, la infirmitas o debilidad ante el esfuerzo
requerido por las obras buenas, la concupiscencia o afán desordenado de goce, en los
placeres y bienes temporales. La gracia sana nuestra naturaleza aunque sin borrar sus
heridas. La mayor riqueza del hombre está en su incorporación a Cristo, por la gracia
y esta incorporación no es una simple limitación exterior mediante la conducta. El
hombre cristiano, el sujeto de la moral se forma en el encuentro con Cristo; solo gracias
a él. La vida de la gracia es, en el hombre histórico, una participación en la gracia
creada del alma de Cristo. Crecer en gracia y santidad es, en consecuencia identificarse
progresivamente con Cristo. Él es el principio y modelo de la actividad moral del
cristiano tanto en el orden sobrenatural como en el natural. Cristo vive
permanentemente en la Iglesia, en los sacramentos, liturgia y demás. La vida cristiana
se engendra, se nutre y se desarrolla en la iglesia. El cristiano debe ver en la enseñanza
de la Iglesia la enseñanza de Cristo. Para vivir una vida plenamente humana y de hijo
de Dios.