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A mediados del siglo XIX, la industrialización se estaba extendiendo con fuerza por toda Europa occidental

y los Estados Unidos. Una de las consecuencias de este fenómeno era el crecimiento de la clase obrera y
del número de asociaciones, cooperativas, sociedades de socorros mutuos y sindicatos. En el seno del
movimiento obrero creció la conciencia de que los problemas de los obreros eran los mismos en todas las
naciones y que la experiencia de la acción esporádica debía ser sustituida por una actividad organizada,
como proponía Marx. En Inglaterra se había demostrado la importancia de grandes organizaciones -
los Trade Unions– pero, también de que las huelgas y acciones sindicales podían ser boicoteadas por
obreros venidos de otras partes de Europa. Si el fenómeno industrial era ya internacional, también debía
serlo el movimiento obrero.
Tras numerosos contactos entre británicos y franceses, se convocó, el 28 de septiembre de 1864, una
reunión en el St. Martin’s Hall de Londres, a la que asistieron delegados de organizaciones obreras, trade-
unionistas británicos, proudhianos franceses, miembros de la Asociación de Trabajadores Alemanes,
exiliados alemanes, polacos, húngaros, italianos, etc.. Reunidos en Asamblea acordaron fundar la
Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), conocida como la I Internacional.
La asamblea de delegados eligió un comité provisional donde había cartistas, sindicalistas, socialistas de
distinta tendencias, seguidores de Proudhon y los que, muy pronto, con disgusto del propio Marx, también
presente en el comité, iban a ser conocidos como marxistas.
Marx se convirtió en personaje clave de la Internacional cuando fue encargado de redactar un
“Llamamiento inaugural de la Internacional”. En el texto destacan varias ideas:
-La Internacional no debía abolir las asociaciones nacionales, sino potenciar a escala mundial su
actividad.
-La emancipación de la clase obrera sería obra de los propios trabajadores.
-No habría emancipación sin lucha por el poder político.
Estas ideas quedaron recogidas en el Preámbulo de los Estatutos organizativos de la Internacional.
La Internacional desempeñó un papel capital en el fortalecimiento de la conciencia de la clase obrera. De
acuerdo con sus Estatutos, se crearon en los países europeos distintas federaciones nacionales que
agrupaban a las secciones locales que se iban constituyendo.
La Internacional se implantó rápidamente en Francia, Bélgica, Suiza, Italia, Alemania y España. La AIT
englobaba muchas tendencias y opiniones distintas sobre cómo dirigir el movimiento obrero. Había fuertes
diferencias entre los miembros por sus orígenes nacionales y por la diversidad de su base social: obreros
industriales, mineros, trabajadores de oficios tradicionales, jornaleros y hasta campesinos.
La heterogeneidad se reflejó en el plano ideológico. Los seguidores de Proudhon abogaban por una
evolución pacífica y gradual y rechazaban la revolución, además de no ser partidarios de la participación
obrera en la política, ni de la intervención del Estado en las cuestiones laborales. Por otro lado, los
seguidores de Marx defendía la huelga como instrumento de lucha, la participación obrera en la política, y
la conquista de una legislación laboral, especialmente para conseguir la jornada de ocho horas y el fin del
trabajo infantil.
En una línea parecida a la de los proudhonianos franceses, Bakunin, que ingresó en 1868 en la
Internacional, protagonizó un duro enfrentamiento con Marx en el Congreso de Basilea de 1869. La
polémica giró en torno a la participación obrera en la política, rechazada frontalmente por Bakunin. Pero
Marx consiguió que la mayoría del Congreso se declarara a favor de la organización de un partido obrero.
El fracaso de la Comuna influyó en el de la AIT. Marx opinaba que el primer gobierno obrero había fallado
por se había carecido de un programa político coherente y de una adecuada organización. En el Congreso
de La Haya (1872), los anarquistas fueron expulsados de la AIT, aunque éstos convocaron otro congreso
en Saint-Imier para rechazar los postulados marxistas.
Todas estas disputas y enfrentamientos internos son claves para entender el fracaso de la AIT, mucho
más que por la persecución de los gobiernos europeos.

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