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La Adolescencia y las Drogas:

1.- Consideraciones Generales:

La temática del uso, abuso y dependencia de drogas en la adolescencia es de gran relevancia por las
características psicológicas del momento vital en que comienza a ocurrir el consumo y su creciente prevalencia
en la mayoría de los países desarrollados y en vías de desarrollo. Así, por una parte, la adolescencia es
considerada un período de alta vulnerabilidad (período crítico del desarrollo), pues aún cerebralmente se está en
un proceso de maduración, y tanto los sistemas regulatorios cognitivos y afectivos se encuentran en procesos de
reorganización y adquisición de nuevas y mejores habilidades (Steiberg, 2005). Por otra parte, tanto la
investigación como la teoría muestran que la mayoría de los jóvenes que se involucran en el consumo de
alcohol u otras drogas, no sólo pueden desarrollar un adicción crónica, sino también son más susceptibles de
sufrir otras consecuencias dañinas como accidentes, estancamiento a nivel de desarrollo psíquico, cognitivo y
emocional, pérdida de oportunidades académicas y/o laborales, etc.(White et al., 1998).

Por otra parte, los adolescentes constituyen un grupo con características diferentes a los adultos, las que
deben determinar el modo en cómo los programas terapéuticos son diseñados, a la vez que la forma en se ponen
en práctica las intervenciones específicas. En esta sección, se describirán los principales aspectos a considerar a
la hora de implementar un programa de PR con personas en esta etapa del desarrollo.

2.- El Adolescente Adicto:

2.1.- Aspectos Diagnósticos

Cuando un clínico se enfrenta a la disyuntiva de hacer un diagnóstico y/o a tratar a un adolescente


consumidor, el primer paso que la mayoría de los autores en este campo concuerdan es la necesidad de realizar
una diferenciación inicial entre un patrón normal o esperable de consumo y experimentación con drogas del
adolescente (teniendo en cuenta las características psicológicas del joven en este período vital y las
características medioambientales) y un patrón que sugiera abuso y/o dependencia. Diferentes autores
concuerdan que el patrón clásico de consumo del adolescente promedio en términos de drogas se inicia entre los
10 y 12 años, a menudo con consumo de alcohol (vino, cerveza), para posteriormente pasar al consumo de
tabaco y licores fuertes; posteriormente, se comienza la experimentación con marihuana (la droga ilícita de
mayor consumo entre los adolescentes en general); así, más tarde, el joven incrementaría su consumo y
experimentación con drogas más fuertes, dependiendo de los factores facilitadores a nivel personal y ambiental.
Finalmente, ya en la adolescencia tardía e inicio de la adultez joven habría un retorno al consumo de drogas
característico de los primeros consumos (regreso a las drogas iniciales o de primera elección) probablemente
debido al daño, peligrosidad y deterioro progresivo asociado a ciertas drogas (Barley, 1991; Cambor et al.,
1996). En relación a lo mismo, Silber & Munist (1996) describen una cronología de la adicción en los
adolescentes, la cual se sintetiza en 5 etapas:

Etapa 0: El adolescente es vulnerable a las sustancias psicoactivas, siente curiosidad acerca del uso de las
drogas.
Etapa 1: El adolescente está aprendiendo el uso de drogas.
Etapa 2: El adolescente busca los efectos de la droga y adquiere sus propios suministros.
Etapa 3: El adolescente está ensimismado y concentrado en los cambios de sus propios estados anímicos y se ha
hecho farmacodependiente. El uso de drogas es necesario para poder mantener el bienestar.
Etapa 4: El adolescente está en el último estadio de la dependencia (crónico). Sufre a menudo de un síndrome
cerebral orgánico. Generalmente en esta etapa surge el abuso de otras drogas ilícitas. Cuanto antes se intervenga
en el ciclo, mayores son las oportunidades de recuperación.
Es por esto que al respecto la aproximación inicial al adolescente es central, en términos diagnósticos. El
clínico en su aproximación al adolescente deberá considerar en términos de evaluación:

1.- Realizar una adecuada y completa historia de consumo, utilizando también otros informantes, distintos al
joven (pares, familia, profesores, etc.)
2.- Evaluación médica y neurológica completa, que incluya la pesquisa- a través de exámenes de laboratorio-
del consumo de diferentes sustancias.
3.- Examen físico completo que incluya apariencia del joven, características físicas como la piel, signos vitales,
genitales, etc.
4.- Considerar la tendencia del adolescente consumidor a la negación, minimización y defensividad, asociada al
temor a ser castigado, rechazado o criticado. Importante evaluar motivación al cambio y a tratarse.
5.- Conocer al adolescente en otras temáticas relevantes: aspectos vocacionales, intereses, creencias, etc.

Como se puede apreciar, el clínico no sólo deberá indagar en los patrones de consumo del joven, sino
también pesquisar toda información relevante que puede proporcionar el ambiente más cercano del joven, sea
ya su familia, instituciones educacionales y pares. Esto contrarrestará la tendencia natural del adolescente-
adicto o no- a no dar información muy fidedigna de si mismo, por una resistencia esperable a la indagación de
otro que encarna la “autoridad” con los conflictos generacionales asociados. En general, el hacer un diagnóstico
de drogodependencia a un adolescente impone importantes desafíos al clínico, pues no existen estudios e
investigaciones que validen los mismo criterios para diagnosticar a un adolescente adicto (Cambor et al., 1996).
No obstante, en general diferentes autores coinciden en mencionar ciertas señales o criterios que pueden
permitir a las personas cercanas a un joven sospechar de un consumo de drogas, al menos con características de
abuso:

- Deterioro del desempeño académico, en relaciones familiares y/o ámbito laboral


- Aparición de conductas disruptivas en el hogar y ambiente escolar.
- Aparición de problemas físicos, como males respiratorios, pérdida sostenida de peso, tos crónica, fatiga
crónica, etc. Ocurrencia frecuente de accidentes (Bailey, 1991).
- Aislamiento en el hogar y cambios frecuentes de humor (irritabilidad, somnolencia, oposicionismo, síntomas
depresivos), sin causa aparente.
- Aislamiento social y pérdida de redes sociales.
- Aparición de nuevas redes sociales (en general asociadas al consumo) o cambios inexplicables de las
amistades.
- Dificultades cognitivas como pérdida de memoria, déficit en capacidad de atención y concentración, etc.
- Sentimientos frecuentes de culpa, sin sentido, baja autoestima e ideación suicida en casos extremos.
- Dificultades legales por consumo, posesión o venta de sustancias.

Por otra parte, Rivers (1997 citado en Montero, 2000), propone algunos criterios para determinar un
abuso de sustancias en adolescentes, y que amplían lo que otorga el DSM-IV (1994) con relación a los jóvenes:

1.-Agresión o peleas al estar intoxicados.


2.-Un patrón semanal de beber que conlleva a fuertes intoxicaciones.
3.-Frecuentes blackouts.
4.-Ir a clases o realizar otras tareas académicas bajo los efectos del alcohol u otra droga.
5.-Frecuente participación en juegos o rituales donde se bebe.
6.-Beber alcohol o usar drogas para olvidar los problemas (dificultades académicas, relaciones, etc.).
7.-Vender libros u otras cosas para obtener dinero para alcohol o drogas.
8.-Actividad sexual indiscriminada y sin protección al estar intoxicado.
9.-Frecuentes daños o heridas menores ocurridas durante la influencia de alcohol o droga.
10.-Historia familiar de adicción a las drogas o al alcohol.
2.2.- Factores Etiológicos y Mantenedores para el Consumo de Drogas en Adolescentes

2.2.1.- Variables del Desarrollo: el inicio del consumo de drogas durante la adolescencia se encuentra con la
emergencia de nuevas características y habilidades que el joven deberá integrar y aprehender para configurar
finalmente su identidad; al respecto, son centrales las características de esta etapa vital pues el clínico se
encontrará con un joven con un pensamiento abstracto pero egocéntrico y omnipotente en sus inicios (estilo
cognitivo con una visión más a corto plazo y buscador de nuevas sensaciones); asimismo, se encontrará con una
persona con una autoimagen y autoestima lábil y muy ligada al grupo de referencia del joven (pares) y medio
ambiente en general, lo que lo hace sugestionable e influenciable.

Estas característricas propias de la adolescencia tendrían su raíz en la misma biología; los sistemas
reguladores cognitivos y afectivos en los adolescentes maduran a diferentes ritmos y bajo el influjo de procesos
biológicos comunes pero también de otros independientes. En relación a lo mismo, actualmente existe evidencia
creciente que confirma cómo a lo largo de toda esta etapa vital (y no sólo circunscrito al período puberal) aún se
va produciendo una maduración de procesos cerebrales (cambios en las funciones y estructuras cerebrales),
especialmente en regiones y sistemas asociados a la inhibición y control conductual; a la búsqueda de
recompensas o refuerzos y calibración de riesgos; y a la regulación afectiva. Estos cambios a lo largo de los
años adolescentes involucrarían las zonas corticales prefrontales y áreas del sistma límbico. Luego, en esta
etapa vital serían comunes las “descoordinaciones” entre las capacidades intelectuales, emocionales y
conductuales y la psicopatología en esta etapa de la vida puede asociarse a este factor gatillante. Más
específicamente, la capacidad de juicio crítico, el proceso de toma de decisiones, la búsqueda de sensaciones y
el involucrarse y el evaluar riesgos suelen ser áreas donde se producen y se observan estas “descoordinaciones”
en el joven adolescente (Steinberg, 2005). Más específicamente, durante la pubertad- gracias a los cambios
biológicos (morfológicos, hormonales, etc) se produciría un aumento progresivo de la activación emocional, de
la necesidad de buscar sensaciones y una intensificación de la necesidad de gratificaciones; debido a la
diferencia en los ritmos de maduración de los sistemas cognitivos y afectivos, durante la adolescencia media se
incrementa la vulnerabilidad al descontrol conductual y se producen problemas en el proceso de evaluación de
riesgos y en la regulación emocional: luego, sólo en la adolescencia tardía (y con la maduración del lóbulo
frontal) el joven adquiriría las habilidades y competencias tanto afectivas como cognitivas para que se
constituyan en verdaderos sistemas reguladores del comportamiento, eficientes y coordinados: mejorías en los
procesos de razonamiento deductivo, en el procesamiento de información, capacidad de visualización y
planeamiento a largo plazo, autoevaluación, control de impulsos, etc. (Steinberg, 205).

Es así como entonces el adolescente puede ser considerado como un objetivo atractivo para las personas
en el negocio de las drogas, pues se está frente a un ser humano en desarrollo y en búsqueda de su identidad, lo
que lo haría más proclive a la experimentación, y posterior “enganche” con las drogas. Asimismo, un
adolescente con un consumo de drogas sostenido y crónico no lograría finalmente estructurar una identidad
estable, madura y adulta; un adulto en su misma situación en cambio, con una identidad ya estructurada, con un
consumo crónico de drogas (que suele iniciarse experimentalmente en la adolescencia no obstante) vería un
progresivo deterioro y desintegración de su identidad personal, viviendo una especie de segunda adolescencia.

2.2.2.- Variables Psicológicas: la presencia de características psicológicas tales como baja autoestima, baja
autoconfianza, pesimismo, insatisfacción personal (sentimientos de vacio y desesperanza en general), alta
necesidad de aprobación y aceptación y baja asertividad se asocian comúnmente a adolescentes consumidores
de drogas, tanto como variables etiológicas como mantenedoras del consumo. Asimismo, los adolescentes
consumidores tenderán a asumir más rápidamente roles adultos- sin estar preparados psíquicamente para ello-
como por ejemplo, una sexualidad precoz. Al respecto, también se ha planteado como el consumo de drogas en
esta etapa de la vida se relacionaría no sólo con la experimentación y curiosidad (dada por la “facilitación”
desde la inmadurez biologica, como se mencionó anteriormente), sino también como estrategia conductual de
enfrentamiento ante las vicisitudes de la edad (por ejemplo, el manejo de las angustias y ansiedades surgidas a
partir del despertar sexual) y el manejo de los afectos disfóricos predominantes (Cambor et al., 1996). Así
también, como se mencionó anteriormente, la adolescencia es un período donde se conjugan momentos de crisis
de identidad, de iniciación sexual, de replanteo de valores, normas establecidas, duelos, salida al mundo
externo, etc., lo cual genera frecuentemente angustia y malestar, en momentos intolerable para el joven, donde
se requiere que el adolescente haga de soporte al conflicto. Si su estructura psíquica y familiar no logra ese
soporte, el consumo de alcohol y/o drogas será para el joven una opción atractiva para "solucionar" el malestar,
encontrando momentos de placer y alivio (Kalina, 1988). Asimismo, según el mismo autor, la adolescencia sería
el período más susceptible para desarrollar una drogodependencia, ya que es el período de resolución del
proceso simbiótico, en donde se produce la individuación, la separación de los padres y el enfrentamiento del
mundo externo (el adolescente busca emoción y riesgo en un intento de expandir y consolidar su sí-mismo).

Por otra parte, varios autores (Blau & Gullota, 1996; Montero, 2000; Gabbard, 2002) coinciden en que
existirían rasgos caracterológicos o de personalidad que tenderían a predisponer al adolescente al inicio del
consumo de drogas lo que implicaría el peligro de desarrollar una posterior adicción. Algunos de los rasgos
mencionados por estos autores son:

- La impulsividad, que lleva a incurrir en conductas muchas veces no planificadas y riesgosas en el joven.
- Adolescentes que de niños presentaron un temperamento difícil o de lenta adaptación, en que predominan
estados de ánimo negativos y reacciones emocionales intensas que no siempre cuentan con una respuesta
familiar contenedora.
- Adolescentes que presentan conductas antisociales.
- Jóvenes con una alta necesidad de búsqueda de aventuras o nuevas sensaciones, rasgo que también se vincula
a personalidad antisocial (Zuckerman, 1984 citado en Graña & García, 1996a).
- Jóvenes con una autoimagen débil, en que se incluyen factores como estado de ánimo depresivo, deterioro del
sentido de la vida y la disminución de la autoestima (Florenzano, 1997 citado en Montero, 2000).
- Adolescentes con un vacío en el área de adecuación social y habilidades para hacer frente a los problemas;
lábiles emocionalmente y con baja concentración.
- Jóvenes más propensos a experimentar angustia.
- Jóvenes con historias de vida traumáticas. Desde una perspectiva psicoanalítica, la fragilidad de estos
adolescentes (aquellos que han sufrido grandes frustraciones en su vida), es que estas experiencias de vida han
lesionado su Yo, debilitando y distorsionando sus posibilidades de un normal funcionamiento. Estos
adolescentes tendrían más problemas para aceptar sus limitaciones y su finitud. Debido a esto, cuando tienen
que enfrentarse a situaciones que experimentan de forma catastrófica, un recurso defensivo es refugiarse en su
interior, pero si esta interioridad está muy dañada y carente de objetos buenos internalizados, su sensibilidad a la
oferta externa de “sustancias mágicas” que les brinden contención y calma, aumentan peligrosamente.

Por otra parte, la falta de habilidades sociales que van en la línea de rehusar la oferta de sustancias
también sería un importante predictor de un mayor riesgo para iniciar una adicción (Florenzano, 1997 citado en
Montero, 2000). Según Graña & García (1996), en aquellos individuos que en alguna situación de riesgo
muestran comportamientos que reflejan su falta de autocontrol y habilidades de afrontamiento, el abuso de
drogas cumpliría una función adaptativa.

Finalmente, la presencia de patologías psiquiátricas en la adolescencia, se suma a los factores de riesgo


ya mencionados. Padecer una depresión, ser víctima de maltrato, abusos sexuales, etc., también significaría un
riesgo importante que muchas veces lleva al individuo a refugiarse en las drogas para sobrellevar experiencias
traumáticas de su historia (Florenzano, 1992 citado en Montero, 2000).

2.2.3.- Variables Ambientales: la adolescencia es un período donde el efecto e impacto del medio ambiente
social tiene un rol sumamente destacado en la vida, mucho más que durante la vida adulta. Al respecto, la
investigación muestra asimimso cómo los jóvenes son una población más tendiente a tomar riesgos y que ésta
conducta es más influenciada por el grupo de pares y variables del contexto que en la población adulta
(Steinberg, 2005). En el período de conformar la propia identidad, el joven se encuentra sensible y alerta a la
aprobación de su medio en relación a los cambios que experimenta. Luego, un ambiente que promueva el
consumo de drogas, llevará al joven a acoger y hacer parte suya los códigos y patrones conductuales de su
grupo de referencia, sin considerar el riesgo o las posibilidades de daño que pudiera conllevar, por ejemplo, el
consumo de sustancias (recuérdese la “facilitación” dada por la inmadurez de los sistemas reguladores
cognitivos y afectivos). La fuerza de la necesidad de pertenecer y ser aceptado por el medio social (pares),
cuando el joven se encuentra en un proceso personal de poder aceptarse y definirse a sí mismo, incluso, puede
ser más relevante en esta etapa vital que los factores de crianza y ambiente familiar. Si a estos factores se
agregan un ambiente familiar facilitador del consumo de drogas o de riesgo (por ejemplo, ambientes familiares
caracterizados por rechazo parental, ambientes inestables e inconsistentes, etc.), la probabilidad de desarrollar
un patrón adictivo en el consumo de drogas se incrementa notablemente. En general, el joven en búsqueda de su
propia definición buscará estímulos externos que lo guíen y orienten en este proceso de crecimiento; luego,
adoptando ciertas conductas “sugeridas” por su medio externo (familia, pares, medios de publicidad., etc),
conductas “deseables o aceptadas”, el adolescente imitará y remedará de alguna manera una personalidad
adulta, aún a costa de un verdadero desarrollo de la personalidad en el caso del consumo de sustancias. En
relación a lo mismo, diversos estudios muestran que el consumo adolescente aumenta, en la medida en que sus
pares también utilizan drogas y tienen una actitud favorable frente a dicho consumo (Adalbjarnardottir &
Rafnsson, 2002). Asimismo, Kaminer (1994) plantea que dentro del grupo de pares de los adolescentes existe
un modelo de socialización que los lleva a considerar el uso experimental de drogas como un “acto normativo”,
lo que favorecería la experimentación e inicio del consumo.

2.2.4.- Variables Familiares: en las adicciones, la importancia y rol co-causal y mantenedor de la enfermedad de
las familias es de suma relevancia. Esto especialmente en el caso de adolescentes adictos, pues su enfermedad
puede ser vista como una enfermedad del sistema familiar más que sólo de la persona. De esta forma, los
miembros de la familia organizan paulatinamente sus dinámicas en torno a los problemas del adicto, y mediante
el proceso de codependencia, perpetúan el consumo. Por otra parte, estudios han demostrado que las relaciones
deterioradas con los progenitores y la depresión serían predictores altamente significativos del eventual abuso
de drogas ilícitas en los adolescentes (Gabbard, 2002). Asimismo, en familias de adolescentes adictos suelen
observarse comúnmente dificultades en el manejo de ciertas etapas del ciclo familiar; generación tras
generación, tareas como el irse de la casa paterna, casarse y asumir una paternidad eficaz no son logradas con
éxito y estas dificultades son perpetuadas en el tiempo. Así, el joven en su proceso de individuación y
autonomía no contará con modelos adecuados de adultización, por lo que el uso de drogas puede ser entendido
desde esta perspectiva como una conducta regresiva o que atentará finalmente con su proceso de crecimiento y
de separación de sus padres, con el consiguiente atraso en el logro de su autonomía y funcionamiento adulto.
Por otra parte, comúnmente se observa en familias con adolescentes adictos, a otros miembros de ésta con
antecedentes o historia de, al menos, abuso de drogas. Asimismo, algunos expertos afirman que jóvenes muy
inseguros y extremadamente dependientes de alguno de sus padres, al llegar a la pubertad y adolescencia
usarían el alcohol o las drogas, debido a que el efecto de estas sustancias les permitiría aumentar su seguridad
personal y olvidarse de los lazos que los atan a sus padres, logrando una pseudoautonomía.

En resumen, la mayoría de los estudios realizados en poblaciones de adolescentes, concluyen que es


posible que los factores medioambientales, así como los rasgos de personalidad del joven (especialmente los
asociados a conductas sociales y relaciones interpersonales), sean más determinantes e importantes que las
predisposiciones biológicas, en la experimentación temprana con sustancias (Merenäkk et al., 2002).

3.- El Adolescente y el Adulto Adicto

La literatura científica de los trastornos por uso de sustancias en adolescentes afirma que ellos no son
simples "adultos de menor edad" (Mack & Frances, 2003). En efecto, muchas de las características de los
trastornos adictivos de los adultos tienden a darse de un modo distinto en los adolescentes, por lo que se hace
necesario conocerlas apropiadamente antes de intervenir.
En primer lugar, el desarrollo del cerebro durante las primeras dos décadas de vida atraviesa por un
profundo proceso de maduración, estando en la adolescencia en una etapa crítica, en la cual pueden verse
afectadas funciones que dependen en gran medida del lóbulo frontal como ya se mencionó antes, tales como el
control de impulsos y el manejo de los estados motivacionales (Chambers, Taylor & Potenza, 2003; Steinberg,
2005). Es así como, mientras el adolescente busca su identidad personal, puede evidenciarse un patrón
psicológico caracterizado por una tendencia a las experimentación de emociones fuertes -incluso a la búsqueda
activa de éstas, sensation seeking-, asunción no meditada de riesgos, débil autoimagen, alta influenciabilidad
por el ambiente, pensamiento omnipotente y autocentrado, intensa crítica a las normas sociales, e inclinación al
acting out por sobre la reflexión (Dahl, 2004: Steinberg & Sheffield, 2001; Winters, 1999). Todos estos factores
constituyen riesgos para la presentación de trastornos por el uso de sustancias, a la vez que una dificultad a la
hora de ofrecerle a estos pacientes intervenciones terapéuticas tradicionalmente diseñadas para ser aplicadas con
adultos. Además, la adolescencia constituye un proceso de separación del joven respecto de los padres, en
medio del cual la persona experimenta una profunda crisis narcisística

Por otra parte, el patrón de uso y dependencia a sustancias es distinto entre adolescentes y adultos. Como
se mencionó anteriormente, los adolescentes poseen mayor tendencia al abuso de múltiples sustancias que los
adultos y su consumo de drogas progresa más rápidamente que en adultos, llegando a tomar sólo meses el
desarrollar una adicción (Margolis, 1995, Clark, 2004). Asimismo, los adolescentes suelen consumir y abusar de
más de una droga a la vez; el joven tiene una droga de elección pero en general usa varias drogas, a diferencia
del adulto consumidor que manifiesta un patrón más estable y predecible de consumo. Sin embargo, a pesar de
que se han criticado las categorías diagnósticas de los manuales DSM-IV y CIE-10, no se han ofrecido
proposiciones de criterios diagnósticos alternativos para adolescentes (Hasin & Paykin, 1998). Por último, en lo
que respecta a la práctica clínica, este perfil de consumo podría llevar a una débil consideración de la gravedad
del cuadro, tanto por parte de los adolescentes, como también por su familia y el sistema de salud.

En tercer lugar, los problemas derivados del consumo son diferentes entre adolescentes y adultos. Así,
una vez instalada la dependencia, no siempre se presentan los síntomas clásicos descritos para los adultos; el
consumo de drogas en los adolescentes se manifiesta en problemas conductuales en vez de signos evidentes de
consumo de drogas, como suele ocurrir en adultos adictos. Por ejemplo, en los adolescentes dependientes a
alcohol, el síndrome de abstinencia es de rara ocurrencia (Harrison, Fulkerson & Beebe, 1998). Si bien puede
existir un compromiso del estado general de salud, los adolescentes abusadores y dependientes presentan menor
acumulación de problemas médicos que los adultos portadores del mismo diagnóstico (Clark, 2004). Además,
por estar en los comienzos de la carrera adictiva, los adolescentes que consultan a tratamiento no presentan la
típica acumulación de pérdidas de los adultos dependientes, que suele incluir cesantía, separación conyugal,
distanciamiento de los hijos, pérdidas económicas, etc. En cambio, ellos tienden a presentar una variada gama
de trastornos conductuales, que muchas veces tienden a comandar el cuadro, por sobre los síntomas de
dependencia. Estos trastornos conductuales pueden ir desde mentiras recurrentes, hasta salidas excesivas, mal
desempeño escolar, victimización sexual, embarazo no deseado, actitudes agresivas y conductas delictivas de
diversa gravedad (Clark, 2004; Currie, 2001).

En otras palabras, conviene aquí recordar que los criterios diagnósticos del síndrome de dependencia a
sustancias se basan, tanto en adultos como adolescentes, en el auto-reporte del paciente, por lo tanto este cuadro
siempre es susceptible de ser minimizado u ocultado frente a la familia o los profesionales. Así, el clínico que
trabaja con adolescentes requiere “aprender a ver bajo el agua” y debe considerara el recurrir a otras fuentes de
información fidedigna como se mencionó en otro apartado. De este modo, sin patologizar la conducta normal
adolescente, habrá que estar alerta ante la posible existencia de una adicción oculta en todo adolescente con
trastornos conductuales.
4.- El Tratamiento del Adolescente Adicto y la Prevención de Recaídas:

Después de un acabado diagnóstico en relación al patrón de consumo de un adolescente, el clínico podrá


considerar distintas posibilidades de intervención clínica.
Si el consumo de sustancias es intermitente, experimental y esperable y acorde a la edad y grupo sociocultural;
si no hay psicopatología presente y no se observa disfunción alguna a nivel educacional, social y vocacional; si
hay un progreso razonable en el desarrollo de las tareas y metas esperables para la edad y no se observan
conductas antisociales, se deberá optar por estrategias orientadas a la prevención y educación acerca del
consumo de drogas (psicoeducación, orientación, PR). Ahora bien, si se aprecia un consumo frecuente, regular o
compulsivo de alguna droga; si se diagnostica alguna patología que requiere evaluación y tratamiento; y si el
consumo de drogas está asociado a un mal funcionamiento a nivel social, educacional, legal y/o ocupacional, el
clínico deberá evaluar la posibilidad de derivar al joven a un tratamiento ambulatorio donde se abarque el tema
de la drogodependencia. Finalmente, si hay un consumo compulsivo y adictivo de alguna sustancia; si el
consumo de drogas está asociado a un mal funcionamiento a nivel social, educacional, legal y/o ocupacional; si
se evalúa que existe un riesgo importante tanto para la salud mental como física del joven; si se pesquisan
conductas antisociales recurrentes; si existen antecedentes de tratamientos previos abortados; si la
psicopatología presente requiere manejo farmacológico y conductual especializado y si existe peligro o riesgo
de daño a si mismo u otros, el especialista deberá evaluar la posibilidad de internación y de dar un tratamiento
hospitalario.

En esta sección, se describirán específicamente los principales aspectos a considerar en la terapia de


prevención de recaídas con adolescentes. En la práctica, muchas de las recomendaciones que se suelen dar para
el trabajo con estos pacientes son también aplicables a la atención de adultos. Sin embargo, el objetivo de
mencionarlas aquí radica en que estas orientaciones implican determinados énfasis, o incluso ciertos puntos
claves en los que convendría poner especial atención, pues serían las fallas en esos aspectos las que suelen
originar una buena parte de las dificultades de la intervención clínica. Por último, las orientaciones vertidas en
esta sección se basan tanto en la revisión de la literatura como en la experiencia clínica de los autores.

4.1.- Aspectos generales de un programa terapéutico para adolescentes

En lo esencial, los programas de tratamiento de adolescentes abusadores o dependientes deben contar


con características similares a los tratamientos de adultos, tales como el enfoque integral, consideración por las
tareas propias de la etapa del desarrollo del paciente, construcción de motivación al cambio y metas terapéuticas
en conjunto con el paciente, fomento de la resiliencia, inclusión de la familia en el tratamiento, implementación
gradual de actividades terapéuticas, tratamiento efectivo de la comorbilidad psiquiátrica, etc. (Winters, 1999;
Currie, 2001). Sin embargo, hay ciertos aspectos que se precisa enfatizar en el abordaje terapéutico en
adolescentes.

En general, el foco de los tratamientos de rehabilitación en adultos prioritariamente es la adicción y sus


problemas asociados; en adolescentes, las intervenciones debieran estar orientadas no sólo a la adicción y sus
consecuencias, sino al desarrollo psicológico global del joven (Cambor et al., 1996). También debiera ser
considerado como un foco de intervención en adolescentes cualquier consumo de drogas, sea éste o no adictivo,
por las implicancias y riesgos de este en esta etapa vital. En este sentido, los tratamientos de adolescentes
adictos deberán ser a más largo plazo y de características más intensas por las problemáticas a tratar. En este
sentido, la extensión del tratamiento se considera necesaria por la complejidad misma del adolescente, además
de la más alta tasa de comorbilidad asociada que se observa en esta población en comparación con la población
adulta.

Por otra parte, las intervenciones clínicas con adultos no necesariamente implicarán intervenciones con
otros significativos del mundo del paciente (pares, familiares, pareja, etc.); en el tratamiento de los adolescentes
este tipo de intervención es un requisito casi prioritario, pues se encuentra directamente relacionado con las
posibilidades de éxito del tratamiento (Margolis, 1995; Stanton et al., 1991; White et al., 1998). En
adolescentes, las intervenciones clínicas, en especial, a nivel familiar son de suma relevancia, pues la familia
como sistema social en general se encuentra involucrada en el problema de forma intensa y regular: los padres
-o quienes cumplen ese rol- deben ser un participante esencial en el tratamiento (Velleman, Templeton, Copello,
2005; Fletcher, Steinberg & Williams-Wheeler, 2004). A diferencia de los adultos, el adolescente no es
totalmente independiente de ellos. Al inicio de las intervenciones, muchas veces ocurre que son los padres
aquellos interesados en el tratamiento del adolescente, mientras que el joven puede acudir a las sesiones
meramente por evitar mayor conflicto con ellos. Sin embargo, quienes conduzcan el proceso terapéutico
deberán velar para que un contexto obligado se transforme poco a poco en voluntario. Por otro lado, el
tratamiento requerirá ayudar a las figuras parentales y a los adolescentes a ejercer el rol que les corresponde
dentro de su estructura familiar, de manera de potenciar los factores protectores y minimizar aquellos factores
mantenedores del problema. Así por ejemplo, en el tratamiento de adolescentes adictos y sus familias es crucial
que la autoridad y responsabilidad de las figuras parentales del joven sea reconocida y respetada (padres o
sustitutos como equipo competente y eficaz de contención y orientación).

Por otra parte, las intervenciones en el tratamiento de adolescentes adictos debieran ser hechas de
manera progresiva (en intensidad y profundidad); se recomienda partir con las intervenciones menos disruptivas
(en tiempo y complejidad) para minimizar las resistencias del joven, cuyo mundo se verá alterado si las
estrategias de intervención contemplan ausencia escolar o del hogar. En adultos, este factor pareciera ser menos
relevante (White et al., 1998). Esto muestra además la importancia clave en el tratamiento con adolescentes
adictos de las variables inespecíficas, relacionadas con las características personales del terapeuta, las
características del adolescente mismo y de la especial calidad que debe tener la alianza terapéutica entre ambos.
Así, es poco probable que los pacientes adolescentes se presenten a un tratamiento altamente motivados al
cambio. Por lo tanto, un programa dirigido a este grupo etario requerirá contar con un fuerte énfasis en la
implementación de intervenciones que generen o amplifiquen el interés por el cambio conductual.
Probablemente, la motivación al cambio surgirá en relación a aquellas metas que al adolescente le interesa
cumplir en lo más inmediato, tales como su independencia respecto de los padres, el desarrollo de su identidad,
sus habilidades sociales, sus estudios, etc. Además, con adolescentes la motivación tendrá más que ver con
hechos negativos ligados a su consumo, antes que con riesgos -verdades probabilísticas- que el paciente podría
minimizar.

En relación a lo anterior, con adolescentes es particularmente importante definir en conjunto a qué


cambio se quiere llegar. Dentro de esto, muchas veces la consideración por la reducción de los riesgos se
impone como una meta necesaria, de modo de facilitar el enganche y retención en tratamiento (Currie, 2001;
Masterman & Kelly, 2003; McBride et al, 2004). Así, en adolescentes, las estrategias de intervención de tipo
motivacionales y que apunten a una reducción del consumo inicialmente parecieran funcionar mejor que la meta
que suele utilizarse en el tratamiento de adultos adictos (abstinencia total), pues el darle la oportunidad al joven
de negociar su consumo, de trabajar para poder funcionar sin drogas y alcohol (con un contrato de
contingencias, por ejemplo), y con un bajo impacto de intervenciones ambientales, podrían ser para el joven
menos disruptivas y parecieran fomentar una mayor adhesividad al tratamiento y una sensación menos
catastrófica (como puede ser vivenciada por un adolescente) ante la pérdida de control. Esto implicará, por
ende, una adaptación de las estrategias clásicas de prevención de recaídas aplicadas en adultos, según el modelo
de Marlatt.

4.2.- La relación terapéutica

Por encontrarse en un proceso de independencia respecto de sus figuras de apego, los adolescentes
pueden tender a negar su necesidad de ayuda. Además, ellos son particularmente sensibles al juicio crítico y a la
falta de apertura y honestidad. De ahí que la presencia de un vínculo terapéutico estable y seguro es requisito
esencial para el proceso terapéutico. Es decir, con adolescentes es de particular importancia que los clínicos
sean confiables, reforzadores y que mantengan un foco en el trabajo colaborativo.

Por otro lado, todos estos aspectos "benignos" del terapeuta no obstan a que constantemente requiera
apelar a la responsabilidad del propio adolescente por su conducta y sus decisiones, desincentivando la
tendencia a la heteroculpabilidad o la inclinación a no comprometerse con su proceso de cambio.

Opazo (2003) propone la importancia de las siguientes variables inespecíficas en todo tratamiento
terapéutico, en especial en poblaciones o “pacientes difíciles”:

Del Terapeuta

*Calidez
*Empatía
*Creatividad
*Tolerancia a la Frustración
*Experticia en el tema
*Flexibilidad
*Inteligencia
*Repertorio Conductual
*Lenguaje
*Uso de Refuerzos positivos
*Vocación de Ayuda
*Amplitud de Criterio
*Bienestar Psicológico

Del Paciente:

*Inteligencia
*Confianza en la psicoterapia
*Motivación al cambio
*Expectativas
*Nivel SE
*Teorías acerca de su adicción
*Intentos de solución
*Historia personal y de consumo

De la relación:

*Saber colocar límites,


*Dar apoyo
*Mantener una comunicación espontánea y sincera, con intercambio afectivo. Generar comunicación
honesta.
* Se deben destinar algunas sesiones a consolidar la relación.
*En adicciones es difícil establecer el vínculo terapéutico por los riesgos de mentira y manipulación, por lo
que el vínculo se debe mantener con una “distancia operativa” (no contagiarse o sobreinvolucrarse con la
problemática del paciente)
*El setting terapéutico debe ser claro y estructurado
Luego, la implementación exitosa de intervenciones en PR deberá considerar la dificultad específica que la
población juvenil tendrá para admitir la necesidad de ayuda (la transferencia inevitable del conflicto de
autonomía e independencia que tiene todo adolescente con respecto a sus figuras de apego); recuérdese como
los objetivos de PR para regular la conducta (prevenir y evitar el consumo) pueden ser vividos por el joven
como intentos de control y subordinación, y por ende, ser rechazados a priori. Por lo mismo, las variables
inespecíficas de la situación terapéutica se hacen factores de relevancia y especialmente sensibles en el
tratamiento de este tipo de población. Así por ejemplo, la capacidad de contención del terapeuta es muy
importante para el paciente adolescente que tiende a formar intensas relaciones de transición que pueden variar
rápidamente desde un vínculo muy dependiente hacia el rechazo hostil. El contar con un vínculo estable,
contenedor y que le facilite al joven una experiencia emocional correctora necesaria para elaborar sus carencias
afectivas puede contribuir en el progreso hacia la estabilización de una variedad de aspectos de la vida del
paciente (Levisky, 1999).
Al respecto, también el uso de un lenguaje identificable y adaptado para el adolescente, el uso del humor y la
comunicación basada en el no juicio crítico, en la apertura y honestidad serán claves; una buena alianza
terapéutica, en especial con adolescentes, será la base para la motivación al cambio y el esfuerzo que tendrá que
hacer el joven en regular su conducta, pese a las fuertes presiones ambientales y exposición a claves de
consumo (de mayor intensidad por el ciclo vital) que enfrentará.

4.3.- Aspectos cognitivos y conductuales

En el plano del manejo conductual, el terapeuta deberá considerar que las medidas de protección
-aquellas restricciones inherentes a todo proceso de rehabilitación-, adquieren características específicas en
adolescentes. Primero, deben ser lo menos restrictivas posibles, de modo de minimizar su impacto en el
desarrollo normal del paciente. Segundo, tal como se señalaba más arriba, deben ser prescritas en forma flexible
y en el marco de una relación cooperativa, antes que impositiva. Tercero, las transgresiones a estas medidas
requieren ser comprendidas en profundidad, por cuanto su origen no siempre estará en la adicción del paciente,
sino muy probablemente en las dinámicas propias de la adolescencia, la relación con los padres u otros factores
(Steinberg & Sheffield, 2001).

Existen situaciones de alto riesgo específicas de los adolescentes. En el plano interpersonal, tal como ya
se señaló, ha sido bien documentada la influencia de los pares y la familia sobre la conducta de consumo de
estos pacientes (Steinberg & Sheffield, 2001; Shelef, Diamond, Diamond & Liddle, 2005). Por otro lado,
también conviene no olvidar aquellas situaciones de alto riesgo que provienen de lo intrapersonal y que son de
naturaleza afectiva, tales como estados de angustia, sentimientos de rabia, o incluso episodios de súbito
enamoramiento. Esto es especialmente relevante en adolescentes, pues como se mencionó, ellos se encuentran
en un proceso de aprendizaje de regulación emocional y muchas veces les puede ser difícil reconocer y poner en
palabras sus estados de ánimo. Por lo tanto, el terapeuta ayudará al paciente a identificar sus estados
emocionales, reflexionar sobre la naturaleza de éstos y planificar reacciones no destructivas (Waldron, Brody &
Slesnick, 2001).

Entre el ámbito cognitivo y el conductual, la prevención de recaídas podrá ayudar al paciente a mejorar
su asertividad, de manera de favorecer la comunicación directa de sus pensamientos y emociones, antes que su
expresión a través del acting out. Esto resulta particularmente cierto en el ambiente familiar, y sobre todo
cuando el joven se encuentre lidiando con necesidades de independencia, expresiones de desacuerdo o
sentimientos de frustración, rabia o angustia frente a las actitudes de los otros. También resultará importante al
momento de preparar estrategias de rechazo de consumo y en el desarrollo de estrategias de autocontrol, el cual
se centrará en el control de estímulos (evitar y/o enfrentar gradualmente situaciones asociadas con el uso de
drogas y a aprender a pasar más tiempo en actividades incompatibles con la adicción para lograr la extinción de
la conducta de consumo y sus asociaciones o condicionamientos con situaciones, lugares, personas, etc.) y en el
control de impulsos de consumo (reconocer y a cambiar pensamientos, sentimientos y planes que los llevan al
consumo de drogas).
En el plano puramente cognitivo, es posible que los adolescentes -sobre todo los de menor edad- puedan
tener dificultades al trabajar con procesos de pensamiento abstractos y con la valoración de las consecuencias
(riesgos) de sus propios actos. Por lo tanto, con estos pacientes se sugiere optar por una intervención con fuerte
énfasis en lo psicoeducativo y muchas veces valerse del apoyo grupal para entender en forma más clara aquello
que genera y mantiene su conducta problemática (Winters, 1999). Así por ejemplo, se debe incentivar y
desarrollar en el adolescente el reconocimiento de su adicción, o al menos, el consumo de drogas planteado
como conducta de riesgo; no sólo se debe ligar a temas de salud física, sino también a graves interferencias
para el desarrollo psíquico y de la personalidad en que se encuentra el adolescente en ese momento de su etapa
vital. Para el joven, los riesgos e implicancias asociadas al tema de seguridad personal, salud física y costos
sociales no le harán tanto sentido como captar los riesgos asociados a un estancamiento en su crecimiento
personal y al peligro de no poder lograr las metas esperables para su grupo etáreo. Este último punto actuará
como factor motivacional para fomentar la aspiración a un cese (abstinencia total) o a una disminución
progresiva y negociada del consumo de drogas, no sólo asociada como se mencionó a los costos y peligrosidad
del consumo de drogas en la vida del joven asociada a su salud, sino también enfatizando los costos y peligros
asociados al desarrollo psicológico y la consecución de metas (expectativas de logro). Intervenciones entonces
en la línea de la psicoeducación, permitirán ayudar a eliminar mitos y efectos placebos asociados al consumo.

4.4.- El Manejo del Grupo con Adolescentes

La modalidad grupal de intervención, en especial, en el área de prevención de recaídas en los


adolescentes suelen ser de mayor potencia y efectividad, por el poder que tiene en términos de modelaje
(posibilidades de aprender de la experiencia del otro) e identificación con el grupo de pares (temática relevante
en el adolescente en búsqueda de desarrollar identidad y en encontrar un grupo de pertenencia), además de ser
una instancia de mayor poder de regulación y control que en la población adulta: para el adolescente, la opinión
y feedback de sus compañeros tendrá un valor agregado en cuanto no sólo sus compañeros grupales son pares
que viven los mismo conflictos y dolores de asociados al consumo de drogas, sino también son parte
fundamental de la búsqueda de su propia identidad y autoafirmación.

Como aspectos prácticos del trabajo grupal, se recomiendan las sesiones activas, que implementen el
juego y la práctica directa, más que la mera conversación. Por ejemplo, el role playing o distintas técnicas que
incorporen un lenguaje visual y corporal -no solo auditivo- pueden ser de gran utilidad. Como se mencionaba
más arriba, este énfasis resulta especialmente cierto mientras más joven sea el adolescente, puesto que su
pensamiento tenderá más a un estilo concreto.

Además, la utilización del sentido del humor y de un lenguaje adaptado al del adolescente pueden ser
factores que contribuyan al trabajo terapéutico como se mencionó en el apartado anterior. Sin embargo, esto no
debiera conducir a que el terapeuta se iguale al paciente, perdiendo de vista su condición de adulto.

Por otro lado, en nuestra opinión, el terapeuta que trabaje con adolescentes requerirá tener especial
cuidado con posibles alianzas que se generen entre miembros del grupo. Tales relaciones podrían implicar
lealtades mal entendidas o incluso encubrimientos a ciertos problemas o transgresiones llevadas a cabo por
otros pacientes, las que podrían impactar significativamente el funcionamiento del grupo como un todo.

Un tema a discutir es la opción de formar grupos compuestos exclusivamente por adolescentes o


mezclarlos con adultos. Ante esto, parece no haber una respuesta definitiva. De acuerdo a nuestro criterio, cada
centro terapéutico deberá tomar sus propias decisiones, de acuerdo a su realidad particular. Lo que sí debe
tenerse en cuenta son las implicancias de cada opción. Por ejemplo, la inclusión de adolescentes en grupos con
adultos ofrece ventajas, tales como que los jóvenes puedan aprender lo que les podría pasar si no detienen su
adicción a tiempo o que puedan adoptar una actitud más reflexiva, propia de los grupos de adultos. Por otro
lado, existen ciertas desventajas a considerar, tales como que los adolescentes pueden identificarse con los
aspectos más enfermos de los adultos, o que pueden sentirse inhibidos al hablar frente a ellos, o incluso que se
sientan muy ajenos frente a ciertos problemas que son propios del mundo adulto. Por último, siempre debería
mantenerse el criterio de evitar la conformación de grupos con un miembro único, por lo que no parece
conveniente que un adolescente sea el único joven dentro de un grupo donde todo el resto son adultos (Yalom,
1995).

En síntesis, en el caso de la población adolescente, la terapia cognitivo- conductual y las estrategias de


PR, de acuerdo a diferentes autores, ayudarían a los adolescentes a lograr extinguir el consumo de drogas y
aumentar su habilidad para mantenerse abstinentes, pese a la alta exposición a claves asociadas al consumo
como es esperable en la edad juvenil por factores culturales. Asimismo, los adolescentes también demuestran
una mejoría en varias otras áreas de su funcionamiento: mejor adhesión y permanencia al trabajo/escuela,
mejoría en las relaciones familiares, disminución de síntomas depresivos y una menor necesidad de ser
confinados a instituciones de salud mental. Estos resultados tan favorables se atribuyen, en gran parte, a la
participación de los miembros de la familia en la terapia orientada a los jóvenes y al uso de refuerzos explícitos
(premios, reconocimiento del equipo tratante y de sus pares en tratamiento, avance en las etapas de un programa
de tratamiento determinado, etc.) que se otorgan por la abstinencia de drogas, verificada a través de los análisis
de orina. Así, pareciera que la aproximación y abordaje de la problemática adictiva en adolescentes implicaría
para el clínico la necesidad de una aproximación multiangular y diferente cualitativamente hablando al
tratamiento y PR de un adulto adicto, aunque las técnicas sean la mayoría de las veces las mismas. Es así como
el terapeuta deberá brindar la estructura y apoyo adecuado no sólo al paciente sino también a su sistema
familiar; deberá proveer de límites claros a la familia y paciente, deberá ayudar a desarrollar estrategias de
enfrentamiento específicas a las necesidades del paciente y abordar con él los déficits y retrasos en su proceso
de crecimiento producto del consumo de drogas y finalmente, motivar a la misma familia del paciente a
comenzar su propio proceso de recuperación. El tratamiento con este grupo etario no sólo apunta entonces a
eliminar los problemas existentes con las drogas, sino también puede servir para impedir disfunciones tal vez
más serias en el futuro.

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