Sei sulla pagina 1di 98

1

RECURSOS PARA LA MEDITACIÓN

PARÁBOLA DE LA CONCIENCIA
LA LLAMADA AL SER

Vocación de los discípulos

18Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón,


llamado Pedro, y Andrés, su hermano, que echaban la red en el mar;
porque eran pescadores.
19Y les dijo: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.
20Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron.
21Pasando por allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo, hijo de Zebedeo, y

Juan, su hermano, en la barca con Zebedeo, su padre. Estaban


remendando sus redes, y los llamó.
22Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron.

(Mateo, 4, 8-12)

La llamada del ser

Pasamos la vida buscando nuestro nombre, es decir, nuestra identidad.


Pero ese nombre tiene que ser pronunciado por otro, por ese otro que es
nuestro yo más íntimo, para que resuene en nuestro corazón como una
llamada al ser.

Meditamos para escuchar la llamada del ser. Y esa llamada nos da la


identidad y la misión. Así llama Jesús a sus discípulos: “Os llamo a estar
conmigo y a ser pescadores de hombres”. Estar conmigo: cuando estamos
con Él cumplimos nuestro anhelo más profundo: ser uno al fin,
sencillamente ser. Y cuando finalmente somos, pescamos hombres, es
decir, compartimos nuestro tesoro con nuestros semejantes y permitimos
que también ellos hagan la aventura de escuchar su nombre y de atisbar
el ser.

El movimiento natural de quien ha descubierto un tesoro es compartirlo.


Si no se comparte, es que no se ha descubierto como tesoro. Porque
descubrir como tesoro significa comprender que no es un tesoro que se
gasta cuando se da, sino que crece y se multiplica en la medida exacta en
que se entrega.

Meditamos porque sentimos nostalgia de nuestro verdadero nombre.


Meditamos para encontrar, en el país de nuestra conciencia, ese lago de
Genesaret en el que resuene lo que somos. Ese es nuestro deseo más
radical: oír nuestro nombre de manera nueva, genuina, creadora…Todos
2

deseamos estar en las orillas de ese lago aunque no lo sepamos. Y, aunque


no lo sepamos, aunque sea lejana y turbiamente, ese nombre, el nuestro,
ya lo hemos escuchado. No estaríamos aquí, en silencio, de no ser de ese
modo.

Durante la meditación decimos el nombre de Cristo Jesús porque sólo en


ese Nombre descubrimos el propio. Sólo en el Ser, con mayúscula, nos
encontramos con la dignidad de nuestro ser, en minúscula. Sólo en el Ser,
en el Nombre, nos descubrimos. Si este descubrimiento se alimenta, se
hace permanente. Esta consciencia, la del conocimiento del ser, nos
fortalece y descansa. Estar con Él y pescar: ser al fin y, en ese mismo
movimiento, ayudar a ser a los demás.

¿Qué es lo que hoy suena en tu corazón? ¿Cómo suena tu nombre en tu


corazón?
¿Tienes claro para qué has venido a este mundo? ¿Estás cumpliendo tus
anhelos más profundos?
¿Estás compartiendo tu tesoro con quienes te rodean? ¿Has hecho la
experiencia de que el tesoro crece tanto más se comparte?
¿Eres consciente de que estás aquí porque en lo profundo de ti has
empezado a escuchar tu verdadero nombre?
¿Sientes que la meditación te fortalece y descansa, que te ayuda a ser?

LA SEMILLA DEL SILENCIO

Parábola del sembrador

5 «El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una


parte cayó junto al camino, fue pisoteada y las aves del cielo se la
comieron.
6 Otra parte cayó sobre la piedra y, después de nacer, se secó, porque no

tenía humedad.
7 Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con

ella la ahogaron.
8 Y otra parte cayó en buena tierra, nació y llevó fruto a ciento por uno».

Hablando estas cosas, decía con fuerte voz: «El que tiene oídos para oír,
oiga».
9 Sus discípulos le preguntaron:

--¿Qué significa esta parábola?


10 Él dijo:

--A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios, pero a los
otros por parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan.
11 »Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios.
12 Los de junto al camino son los que oyen, pero luego viene el diablo y

quita de su corazón la palabra para que no crean y se salven.


3

13 Los de sobre la piedra son los que, habiendo oído, reciben la palabra con
gozo, pero no tienen raíces; creen por algún tiempo, pero en el tiempo de la
prueba se apartan.
14 La que cayó entre espinos son los que oyen pero luego se van y son

ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y


no llevan fruto.
15 Pero la que cayó en buena tierra son los que con corazón bueno y recto

retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.


(Lucas 8, 5-15)

La semilla del silencio

La semilla del silencio ha sido ciertamente sembrada en nuestros


corazones. Todos sin excepción tenemos una interioridad y estamos
llamados a cuidarla. La vocación de todo hombre es activa y
contemplativa. La llamada a la oración es universal, no el privilegio de
unos pocos. No meditamos para ser aristócratas del espíritu, sino para
crecer en humanidad. Ahora bien, el futuro de esa semilla depende de
cómo sea nuestra respuesta.

La semilla del silencio puede caer en el camino de nuestra conciencia, sí,


pero ser devastada por nuestras heridas del alma o sombras, que
inevitablemente aparecen cuando nos silenciamos. El peso de nuestro
pasado puede ser tal que nos rindamos y, en consecuencia, abandonemos
la meditación. La culpa, nuestra enfermedad ante el pasado, o el miedo,
nuestra enfermedad ante el futuro, pueden ser muy profundos y, por ello,
difíciles de purificar.

Pero la semilla del silencio puede caer también entre las rocas y allí, con el
tiempo, secarse por falta de humedad. Sí, podemos ser inconstantes; y
difícilmente podrá crecer esa pequeña semilla sin el agua de la práctica
diaria, como tampoco podrá hacerlo si nos dejamos vencer por el peso de
las múltiples preocupaciones que diariamente nos acechan. Por
experiencia propia sabemos que si estamos demasiado enredados en los
asuntos de este mundo difícilmente conseguimos concentrarnos algún
minuto durante la meditación.

El silencio, por otra parte, va simplificando nuestra vida. Si continuamos


enganchados al tabaco o a la bebida, al sexo o a los placeres de la comida,
al cine o la televisión…, su eficacia quedará contrarrestada y la semilla
luchará por crecer como pueda entre otras hierbas y espinos. Las cosas de
este mundo no son malas, es malo nuestro apego a ellas. Apegarnos
significa que las constituimos en fines, no en medios. Sin ejercitarnos en el
desprendimiento –lo que en el lenguaje clásico se llamaba ascesis-,
difícilmente seremos meditadores
4

Meditar no es tirar de la semilla hacia arriba, a ver si así crece más


deprisa, sino limitarse a cuidar la tierra: levantarse cada mañana y
regarla. Lo difícil no es meditar, sino querer meditar. Basta sentarse con
un corazón puro, eso es todo. Basta entenderse a sí mismo como campo de
cultivo.

¿Cómo es la semilla de silencio que hay en tu corazón? Descríbela con la


máxima precisión posible.

¿Equiparas el cultivo de la interioridad con el crecimiento de la


humanidad?

El miedo y la culpa son las dos grandes enfermedades del alma. ¿En qué
medida las padeces?

¿Qué tanto por ciento de tu meditación es pura dispersión? ¿No será que
andas demasiado enredado en muchas cosas?

Los placeres de este mundo son, desde luego, agradables. Pero, ¿no crees
que te pueden estar privando de gozos más duraderos y profundos?

LA PURIFICACIÓN DE LAS HERIDAS

La casa en orden

Del Evangelio según Lucas (11,15-26)


Algunos de ellos dijeron: «Por Belcebú, príncipe de los demonios, expulsa
los demonios.» Otros, para ponerle a prueba, le pedían un signo del cielo.
Pero él, conociendo sus intenciones, les dijo: «Todo reino dividido contra sí
mismo queda asolado y una casa se desploma sobre la otra. Si, pues,
también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su
reino?... porque decís que yo expulso los demonios por Belcebú. Si yo
expulso los demonios por Belcebú, ¿por quién los expulsan vuestros hijos?
Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulso yo
los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Cuando uno
fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero
si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que
estaba confiado y reparte sus despojos. «El que no está conmigo, está
contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. «Cuando el espíritu
inmundo sale del hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de
reposo; y, al no encontrarlo, dice: `Me volveré a mi casa, de donde salí.' Y,
al llegar, la encuentra barrida y en orden. Entonces va y toma otros siete
espíritus peores que él; entran y se instalan allí, y el final de aquel hombre
viene a ser peor que el principio.»
5

La purificación de las heridas

El símbolo es aquello que une; el dia-bolo, en cambio, lo que separa.


Nuestra vida es sana en tanto que resulta simbólica, es decir, en la medida
en que nuestros gestos, silencios y palabras son expresivos y, por ello,
crean comunión. Nuestra vida está enferma, por el contrario, si estamos
interiormente divididos o separados, si permitimos –por utilizar el lenguaje
del Evangelio- que nos habiten y envenenen los demonios.

A nuestra mentalidad moderna sorprende mucho la actividad exorcista de


Jesús y, sin embargo, todos tenemos dentro “demonios” o dia-bolos que
van minando nuestra confianza en la vida y en nosotros mismos y, así,
ensombreciendo nuestro rostro. De este modo, sin darnos cuenta, nos
convertimos en una caricatura de nosotros mismos y nos alejamos de
aquello a lo que hemos sido llamados.

Meditamos para purificar nuestras sombras o heridas del alma, esto es,
para lograr una higiene o limpieza interior. El silencio nos purifica,
recompone lo que se nos ha roto por dentro, nos devuelve la dignidad de
ser personas. La verdadera meditación es siempre liberación de una
esclavitud: una pesadumbre o melancolía inexplicable que se apoderaba de
nosotros, una desconfianza enfermiza en el futuro y en el otro, un vicio
secreto y oculto, un prejuicio que ensuciaba nuestra mirada…

El mejor signo de una vida lograda es, por decirlo con el evangelista, que
estamos “recogidos”, no “desparramados”: que nuestra voluntad no está
dividida, queriendo una cosa por un lado y otra por el otro; que nuestros
afectos no son contradictorios, deseando algo y su contrario; que siempre y
en cualquier parte nos sentimos como en casa. Estamos lejos del camino,
por el contrario, cuando pedimos milagros, es decir, cuando no nos
maravillamos ante el milagro permanente y cotidiano del aquí y del ahora.

Lo que dices y haces, ¿expresa realmente lo que eres?


¿Qué es lo que mayormente ensombrece tu rostro y envenena tu alegría?
O, dicho de otro modo, ¿cuáles son tus principales demonios?
¿Cómo de lejos o de cerca estás de aquello que quisieras y debieras ser?
¿Has experimentado la meditación como liberación de algún peso o
esclavitud?
¿Estás finalmente centrado o aún disperso en mil y un intereses y
ocupaciones?
¿Qué ha sido hoy milagroso para ti? ¿Para quién has sido hoy un milagro?
6

PAN Y PERDON

Ensénanos a orar

Del Evangelio según Lucas (11,1-4)


Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo
uno de sus discípulos: «Señor, ensénanos a orar, como enseñó Juan a sus
discípulos.»

Él les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga
tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros
pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no
nos dejes caer en tentación.»

Pan y perdón

Nunca aprenderemos a meditar si nunca le decimos a nadie, como le diría


un niño pequeño a su padre: Enséname. La primera condición de todo
camino espiritual es el discipulado. Discípulo es aquel que reconoce a un
maestro y, por tanto, aquel que es receptivo a unas enseñanzas y está
abierto a un aprendizaje. Discípulo es, también, quien sigue una
disciplina.

A esta interpelación, Jesús responde con algunas pautas o consignas que


se refieren a Dios y a los hombres.
“Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre”. Decir “Padre” es
tanto como invocar al fundamento de la confianza: es sensato y no
absurdo confiar porque la experiencia del silencio nos dice que lo que hay
no es fruto del capricho o del azar, sino de un designio providente o
amoroso. Pero demos a esa experiencia el nombre de “padre” o no, meditar
es ejercitarse en la confianza. “Santificar el nombre” equivale a alegrarse
con esa confianza, subrayarla, dilatarla, asombrarse de cómo sólo en ella
se realiza el ser.

“Danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados


porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe” es tanto
como recordar los requisitos para la salud de nuestra condición material -
el pan- y de nuestra condición espiritual -el perdón-. Sin pan y sin perdón
no somos personas. Meditar es el ejercicio mediante el que nos
perdonamos nuestros límites y deficiencias o nos reconciliamos con lo que
somos y, así, con los demás y con el mundo. Meditar es el ejercicio por el
cual comprendemos que el pan es nuestro, no sólo mío. Meditar es la
fuerza que nos permite no sólo dar pan, sino ser un pan que alimente al
mundo.
7

“Y no nos dejes caer en la tentación” de vivir por debajo de este horizonte:


el pan y el perdón, la confianza, el asombro...
¿Te sientes discípulo? ¿Eres disciplinado?
La palabra “padre”, ¿qué te suscita espontáneamente?
¿Confías en Dios, es decir, en la vida, en los demás y en ti mismo?
¿Qué significa para ti “santificar el nombre” o, lo que es lo mismo, qué
culto crees que es el que Dios quiere?
¿Cuánto pan y cuánto perdón te faltan por dar y por recibir? ¿Eres
alimento para los demás? ¿Eres para quienes te conocen causa de paz?
¿Estás reconciliado o insatisfecho con lo que eres?

CRISTO ES PATRIMONIO UNIVERSAL

No es de los nuestros
Del Evangelio según Marcos (9, 38-40)

Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu


nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no es de
los nuestros.» Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que
obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal
de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.»

Cristo es patrimonio universal


“Hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos
prohibido, porque no es de nuestro grupo”, dicen los discípulos a Jesús.
No es de los nuestros. ¿Quién es de los nuestros? Esta pregunta revela
que seguimos una lógica de exclusión, que no es en absoluto la que siguió
Jesús.
Nuestro grave error es creer que Jesús ha venido al mundo a fundar ese
club que hemos dado en llamar Iglesia, pero Él no ha venido a eso, sino a
algo mucho más serio: a salvar a la humanidad. Nuestro punto de mira
nunca debería ser el club, sino la humanidad. El mensaje de Jesús y su
persona son universales, no se dirigen sólo a los bautizados. Dicho más
sencillamente: Cristo no es sólo de los cristianos. Cristo es patrimonio de
la humanidad. Todos los hombres y las mujeres de este mundo pueden
participar en alguna medida de este faro, que está ahí para ser la luz de
todos, no sólo de unos pocos.
Nosotros, por otra parte, no somos los guardianes de ese faro, sino quienes
deben preocuparse para que esa luz llegue a todos. Y todos significa todos:
los ateos, los pobres, los ricos, los budistas, los musulmanes, los de
izquierdas, los de derechas... Cristo no quiere hacer exclusión de ningún
género. No haber entendido esto es no haber entendido el cristianismo.
¿Quiénes son entonces los nuestros? “Venid a mí los que estáis cansados y
8

agobiados, y yo os aliviaré”, dice nuestro Maestro. Esos son los nuestros:


los cansados, los agobiados, los oprimidos, los estresados...
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque de ellos
es el reino de los Cielos”. Esos son los nuestros: los que tienen hambre y
sed, los que no se conforman y buscan, no los satisfechos, sino los
buscadores.
Meditamos para comprender y vivir que todos son los nuestros, que somos
una familia. Meditamos para no excluir, sino para incluir; para no pensar
sólo en lo mío y en lo de mi familia. Meditamos para recibir la luz e
irradiarla, no para apropiarnos de ella y utilizarla como un arma
arrojadiza. Meditamos para descansar y ser aliviados del peso de la vida,
para experimentar la bienaventuranza de los pobres, los que se han
vaciado.
El cristianismo no es una ideología, no es sustancialmente un
pensamiento o una doctrina. Porque con un pensamiento o una ideología
podremos estar de acuerdo o no. Pero ¿quién no está de acuerdo en que es
hermoso y necesario dar de comer al hambriento, de beber al sediento,
posada al peregrino o visitar al enfermo...? En eso no hay posible
disconformidad; y ese es, precisamente, el mensaje universal de Cristo.
Meditamos para abrir nuestras mentes y nuestros corazones a un Cristo
universal, no sectario. Meditamos para hermanarnos y sabernos uno.
¿De verdad que tratas igual a los ricos que a los pobres, a los blancos que
a los negros, a los católicos que a los ateos, a los de izquierdas que a los
de derechas, a los cultos que a los analfabetos...?
¿En qué sentido es Cristo luz para ti? ¿Crees realmente que puede ser luz
para toda la humanidad?
¿Te ayuda la meditación a sentir el destino ajeno como propio?
¿Tienes una mente abierta y un corazón sin prejuicios?

ENTRENAMIENTO EN EL VACÍO

Los hijos de Zebedeo


Del Evangelio de Marcos (10, 32-40)
Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos;
ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra
vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder:
«Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los
sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán
a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y
a los tres días resucitará.»
9

Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: «Maestro,


queremos, nos concedas lo que te pidamos.»
Él les dijo: «¿Qué queréis que os conceda?»
Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a
tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús les dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a
beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?»
Ellos le dijeron: «Sí, podemos.» Jesús les dijo: «La copa que yo voy a beber,
sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy
a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa
mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado.»
Entrenamiento en el vacío
Jesús advierte a sus discípulos, en el camino a Jerusalén -donde será
ajusticiado-, que allí le espera la pasión, la muerte y la resurrección. Ellos,
como sabemos de sobra, no se enteran de nada y siguen hablando de sus
cosas. Sus cosas son, naturalmente, asuntos mundanos: aspiraciones
personales, preocupaciones cotidianas, afanes pasajeros...
Esta advertencia del Maestro a los suyos es la que la vida, que es la mejor
maestra, nos hace a nosotros cada día. Eso es lo que se nos enseña, de un
modo u otro, cada vez que nos sentamos a hacer meditación. Mil y un
signos nos indican cada día y en cada sentada que padeceremos, que
seremos despojados de lo que tenemos y somos, y que renaceremos del
modo más inesperado. La fugacidad de los acontecimientos, la sucesión de
una generación tras otra, la vanidad de las cosas...: todo indica que
estamos de paso, que somos transitorios, que el vacío es una llamada
continua. En realidad siempre es así, exactamente así; pero nosotros
preferimos ser como esos discípulos torpes, sordos y ciegos, que no se
enteran de nada. No queremos aceptar la caducidad de las cosas. No
aceptamos nuestra condición de peregrinos. No queremos padecer, morir
ni resucitar, lo que sencillamente significa que no queremos esta vida.
Meditamos para saber vivir, es decir, para comprender que el
padecimiento y la muerte pueden y deben ser vividos como caminos de
plenitud.
Lo opuesto a la vida no es la muerte o el sufrimiento, sino nuestra ceguera
y cerrazón ante la muerte y el sufrimiento. No que la muerte y el
sufrimiento sean agradables, claro, pero pueden resultar misteriosamente
deseables. Podemos desear el padecimiento como puede desear el atleta el
entrenamiento, a sabiendas de que sólo ese es el camino de la victoria.
No meditamos en busca del placer, sino de la Vida. En esa Vida que
anhelamos reina la Paz, pero no una paz utópica o idílica, sino una Paz
que incluye y transfigura las contradicciones de nuestro mundo.
10

¿En qué vas pensando en el camino de la vida? ¿Qué pensamientos y


sentimientos ocupan mayormente tu mente y tu corazón?
Este mundo y sus cosas, ¿son todavía tu hogar? ¿Estás en lo pasajero o en
lo esencial? ¿Sabes disfrutar de este mundo sin apegarte a él?
Tu meditación, ¿ha cambiado en algo tu modo de afrontar la adversidad?

EL APRENDIZAJE DEL DESPRENDIMIENTO

Entrar o ser arrojado


Del Evangelio de Marcos (9, 42-48)
Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que
le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y
que le echen al mar.

Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres


manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no
se apaga.

Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en


la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna.

Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un


solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la
gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga.

El aprendizaje del desprendimiento

Si tu ojo te escandaliza, arráncatelo; si tu mano te escandaliza, córtatela...


Más te vale entrar ciego o manco que no entrar. En este Evangelio no se
está hablando de ojos o de manos, sino de las partes en relación al todo.
Para que este fragmento pueda ser comprendido, debemos ir como siempre
más allá de su literalidad. Sólo a modo de ejemplo, podríamos traducirlo
así:

Si tu trabajo te impide ser tú mismo, déjalo; más te vale ser desempleado y


pobre que rico y esclavo. Si estás obsesionado con tu pareja, abandónala;
más te vale ser un solitario que utilizar a una persona para tapar tu
soledad. Si tu hijo o tu hija lo son todo para ti, entrégalos; más te vale no
ser padre o madre que idolatrar a un ser humano.

En realidad, todos los males que nos afligen tienen una sola causa: poner
como fin lo que sólo es un medio. Meditamos para educarnos en el
desprendimiento, para gozar sin afán de posesión, para volar por todos los
mares y procrear en un nido, pero luego migrar a una región más
11

transparente. Meditamos para saber relativizar, prescindir, soltar. Para ser


soberanos en medio de la total pobreza y riqueza de nuestro ser.

¿Ante qué o quién me escandalizo yo? ¿No es escandaloso lo poco que nos
escandalizamos ante la inhumanidad los hombres de hoy?
¿Te escandaliza tu propia estupidez, haber necesitado tantos años para
haber aprendido tan poco?
¿Corres el riesgo de poner como fin lo que sólo es un medio? ¿Te sientes
demasiado atado a alguna cosa o persona?
¿Has volado o vivido, has procreado o sido fecundo? ¿Eres consciente de
que estás de paso?

DISCRECIÓN, FRAGILIDAD Y FECUNDIDAD

El grano de mostaza

Del Evangelio según Lucas (13, 18-21)


18—¿A qué se parece el reino de Dios? —continuó Jesús—. ¿Con qué voy a

compararlo? 19Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en


su huerto. Creció hasta convertirse en un árbol, y las aves anidaron en sus
ramas.
20Volvió a decir:

—¿Con qué voy a comparar el reino de Dios? *Es como la levadura que
una mujer tomó y mezcló con una gran cantidad de harina, hasta que
fermentó toda la masa.

Discreción, fragilidad y fecundidad

Dos son las condiciones imprescindibles para que la práctica de la


meditación pueda arraigarse en nuestra vida: la constancia y la humildad.
Por medio de la constancia nos ejercitamos diariamente en el silencio y en
la quietud. Al igual que una gota que cae regularmente sobre una roca
termina por ablandarla, el mantra que diariamente nos acaricia por dentro
termina también por convertir nuestro corazón de piedra en un corazón de
carne, receptivo a la realidad. La humildad se traduce en fidelidad a las
consignas recibidas. Para meditar debemos fiarnos de las pautas que nos
ofrecen algo, un libro, o alguien, una persona y, sencillamente, seguirlas.
Eso, la fidelidad a una disciplina que no inventamos ni apañamos
nosotros, sino que recibimos, nos hace discípulos; y eso, ser discípulo, es
la condición primaria de todo camino espiritual.

Las pautas para meditar, en nuestra tradición espiritual, son


fundamentalmente dos: una palabra y un gesto, un mito y un rito,
podríamos decir también, conscientes de que mitos y ritos son, en última
instancia, lo que configura a una religión. La palabra es el mantra con el
que purificamos nuestra consciencia. Mantra es un término indoeuropeo
12

formado por la partícula “man”, que como el mens latino significa mente, y
“tra”, instrumento. El mantra es, por tanto, un instrumento para trabajar
la mente. El gesto es la unión de las manos a la altura del plexo solar, un
ademán con el que custodiamos nuestro corazón. Las manos separadas,
emblema de la división o fractura que nos caracterizan, se unifican en el
centro del pecho, a la altura del corazón, posibilitando gestualmente esa
unificación que toda meditación busca.

Estas dos pautas, palabra y gesto, mantra y manos, son las formas
externas que nos conducen al fondo silencioso que somos y hacia el que
peregrinamos en la meditación. El horizonte es el silencio al que nos
dirigimos por el camino de la palabra y del gesto. Ya en el camino podemos
disfrutar del horizonte, puesto que camino y horizonte no existen uno sin
el otro. El horizonte dinamiza el camino, el camino posibilita el horizonte.

A mayor silencio externo, mayor es también la posibilidad de escuchar la


música de los adentros; a mayor quietud externa, mayor movimiento
interior. El silencio y la quietud de nuestra práctica, de raigambre
hesicasta, tienen como propósito la escucha de nuestra interioridad activa
y sonora. Escuchar esa interioridad es tanto como constatar maravillados
que está viva, como el ritmo de nuestra respiración y el latido de nuestro
corazón atestiguan. Asistir al espectáculo de esa vida es entrar en el
espacio del ser y en el Ser mismo, eso que algunos llamamos Espíritu o
Dios y que todos no podemos dejar de llamar Misterio. Ese espacio, vacío y
lleno, ese Ser, silencioso y sonoro, móvil y quieto, es lo que el Evangelio
llama “levadura de la masa” y “grano de mostaza”.

El tesoro del Ser que nos constituye, el Reino de Dios que está dentro de
nosotros, es, como el grano de mostaza, algo oculto, frágil y fecundo.
Oculto porque no es evidente y puede pasar desapercibido. Frágil porque
puede destruirse, podemos arrasarlo o desvirtuarlo si vivimos entre rocas o
entre zarzas. Fecundo porque, de ser atendido y cultivado, es
transformador del género humano. Tan fecundo es que posibilita que la
masa fermente y que un germen llegue a ser un gran árbol, de copa
materna, donde cientos de pájaros, miles, se posan para descansar de sus
vuelos y cantar una sinfonía.

Discreción, vulnerabilidad y fecundidad son los signos de la iluminación y


las huellas de lo divino. ¿Lo crees así? ¿Aspiras a esto?
13

LA INTIMIDAD HABITADA

La visitación de la Virgen

Del Evangelio de Lucas (1,39-45):

En aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a


un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En
cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se
llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las
mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me
visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la
criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído,
porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»

La intimidad habitada
María visita a Isabel, sí, pero quienes realmente se están visitando en esta
escena son Juan y Jesús, aún no nacidos, pero ya vivos en el vientre de
sus respectivas madres. Lo más íntimo de Isabel, que es Juan, salta de
alegría ante la visita del Jesús que le trae la Virgen de la Visitación. El
encuentro conmueve a las mujeres; lo que permite su con-moción es que
ambas están habitadas por dentro.
En realidad, algo tendría que moverse en nuestro interior cada vez que nos
situamos ante un ser humano, cada vez que se produce ese milagro que
llamamos encuentro o relación. Algo tendría que moverse en nosotros
cuando nos visita un nuevo día, una nueva noche, un nuevo pensamiento
o sentimiento, un nuevo horizonte o una nueva perspectiva, un silencio
inexplorado, una palabra inédita... Para quien está despierto, que es lo
mismo que decir para quien está vivo, todo es un misterio de permanente
e insospechada visitación.
Nos colocamos ante Dios en la meditación para que nuestra intimidad dé
un salto, para que se despierte, para que se dé cuenta de que está viva.
Estamos vivos por dentro cuando sabemos acoger lo que nos viene de
fuera. Cuando lo de fuera, sea lo que sea, es lo frágil y velado, lo gestado,
lo naciente.

¿Qué estás gestando en este momento en tu vida? ¿Qué es lo que está a


punto de nacer para ti?
¿Te dejas conmover por la realidad, o más bien estás endurecido y, con
frecuencia, ni sientes ni padeces?
¿Te sorprende lo que un día da de sí? ¿Te maravilla tu propia vida? ¿Te
asombra lo que sucede a tu alrededor?
¿Cuánto de ti está despierto y cuánto dormido, cuánto vivo y cuánto
muerto, cuánto aquí y ahora y cuánto no se sabe cuándo ni dónde?
14

LA CEGUERA DEL DISCÍPULO

El ciego Bartimeo

Del evangelio de Marcos (10,46-52):

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante


gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del
camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
«Hijo de David,
Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de
David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el
manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo
seguía por el camino.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Crees que la meditación te está ayudando a ver más cómo es la vida y a


comprender mejor a los otros y a ti mismo?
¿Cómo te sitúas ante tus cegueras pasadas? ¿Qué es lo que realmente
quisieras ver?
¿Sientes que en el mantra va también incluido todo tu mundo emocional y
afectivo o lo consideras más bien algo muy sobrio, alejado de tu sentir?
El éxito de una vida, a los ojos de una conciencia bien formada, es sólo
cuestión de pura confianza, ¿estás de acuerdo?

La ceguera del discípulo

La incapacidad para entender el mensaje de Jesús y para aceptar su


persona es el gran tema del Evangelio de Marcos.
Existe una clara lectura social de este texto: Jesús recupera a los
marginales de la sociedad, invitándonos de este modo a buscarle en la
periferia.

Pero también es posible una lectura simbólica, posiblemente más


profunda: el ciego es una alegoría del discípulo, a quien Jesús, por su
poder, abre los ojos. De modo que este ciego mendigo nos trae a la
memoria nuestra propia ceguera, nuestras búsquedas en medio de
oscuridades de todo género, nuestro pasar años estancados, sin avanzar,
15

nuestras torpezas para distinguir lo más conveniente, nuestros gritos de


auxilio cuando andamos desesperados.

La exclamación «Hijo de David, ten compasión de mí» ha atravesado el


cristianismo desde sus orígenes. Es la súplica de los discípulos que
quieren entender. Es la jaculatoria que el famoso peregrino ruso recitaba
día y noche, mientras recorría las estepas, por consejo de su maestro o
staretz, para aprender la oración continúa. Es, en definitiva, el origen y la
fuente de la llamada “oración del corazón”, que en nuestra tradición, de la
mano de Franz Jalics y John Main, se ha sintetizado en el mantra “Cristo-
Jesús” y/o “Maranathá”. De modo que éste es un texto que nos toca muy
de lleno.
Lo que este evangelio cuenta es que Jesús escucha ese grito, que llama a
quien lo profiere, que le pregunta qué desea y, en fin, que le cura,
devolviéndole la visión que había perdido años atrás.

Esta es exactamente la experiencia de la oración contemplativa. Dios nos


escucha, se posibilita la toma de conciencia de su presencia y nos enseña
a ver. Lo que vemos en la meditación, cuando se nos concede la gracia de
esta iluminación -que, evidentemente, acepta distintos grados- es la
profunda comunión entre nosotros mismos, los otros y el mundo: y, en esa
comunión, la comunión también con Dios, con el Ser o el Misterio.

«Tu fe te ha curado», concluye Jesús o, lo que es lo mismo, la confianza es


lo que nos sana. “Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.”
La visión, en fin, es la que nos conduce al seguimiento del Maestro. Vamos
tras Él en la medida en que hemos visto y entendido: la generosidad,
mayor o menor, depende de la calidad de nuestra percepción.

MARÍA, MAESTRA DE MEDITACIÓN

La visitación de María a su prima Isabel

Del evangelio de Lucas (1, 39-45)

En aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a


un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto
Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó
Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las
mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite
la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura
saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te
ha dicho el Señor se cumplirá.»
16

María, maestra de meditación

Este fragmento evangélico, como tantos otros, es una lección, escueta y


densa, sobre el arte de la meditación.

1. María se puso de camino. Si no nos ponemos en camino, la vida no


puede hacerse inteligible y elocuente para nosotros. Es precisa nuestra
colaboración: levantarse, buscar, estar en marcha...
2. Fue a prisa a la montaña. En la Biblia, como en tantos libros
sagrados de otras tradiciones religiosas, la revelación se produce en una
montaña: lejos del ruido de lo material y de lo mundano, el sonido de lo
espiritual se hace más audible.
3. María saludó a Isabel. Al principio siempre hay un encuentro
personal. El encuentro con el misterio de Dios, como el encuentro con el
misterio de uno mismo, nos viene mediado por alguien. Todos somos
discípulos y maestros de otros. La dinámica espiritual funciona por
transmisión.
4. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su
vientre. Si un encuentro es auténtico nos con-mociona, nos conmueve, nos
movemos con él y algo cambia en nosotros. Algo interior se despierta
siempre que dejamos que lo exterior nos llegue verdaderamente.
5. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú
entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!». Llenarse del Espíritu
significa, sencillamente, que la vida, si la sabes acoger, te llena de vida.
Que la vida llama a más vida. La respuesta adecuada a ese regalo es la
bendición: decir bien, agradecer, entrar en la circularidad de la gracia...
6. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Cualquier
experiencia espiritual verdadera nos hace preguntarnos por nuestra
identidad. Quién soy yo es la pregunta espiritual por excelencia.
7. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá. La opción decisiva que hacemos cada día, en realidad a cada
instante, es la de creer o no creer, confiar o no confiar. Si confiamos,
encontraremos la paz; si desconfiamos, nunca estaremos en paz.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Quién te sacia tu hambre espiritual? ¿A quién se la sacias tú?


¿Por qué cosas, situaciones o personas te has dejado tocar hoy, esta
semana, este año?
¿Qué agradeces con más frecuencia? ¿Qué sueles olvidar agradecer?
¿Mantienes viva la pregunta por tu identidad? ¿En qué sentido ya no eres
el hombre o la mujer que eras hace unos meses?
¿Cómo se ha traducido tu apuesta por la confianza en este día de hoy?
17

LA NATURALEZA ORIGINAL

El rey de los judíos

Del evangelio de Juan (18,33b-37):

En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?»


Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te
han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este
mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los
judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?»
Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto
he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la
verdad escucha mi voz.»

La naturaleza original

Meditamos para descubrir que somos reyes, que esa es nuestra naturaleza
original. Ser reyes significa saber que somos libres, que no somos esclavos,
que bien arraigados en nuestro centro nada ni nadie nos puede tiranizar.

Pero rey es también aquel que gobierna y acompaña a un pueblo, y esa es,
ciertamente, la misión de Jesús: guiar, cuidar, pastorear... Todo el pueblo
cristiano, y emblemáticamente los sacerdotes, vive o debe vivir también
una dimensión pastoral: todos somos pastores de todos, todos podemos
servirnos unos a otros de canal o mediación, todos somos guardianes de
nuestros hermanos. «Conque, ¿tú eres rey?», nos preguntará el mundo.
«Tú lo dices: soy rey», responderemos nosotros si recorremos este camino.

Jesús, como cualquier de nosotros, ha venido al mundo para ser testigo de


la verdad. Dicho con nuestras palabras: estamos aquí para mostrar que lo
real existe y que es fuente de plenitud.

“Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.” Una vez más en nuestro


lenguaje: todo el que está en la realidad, lo sepa o no. es de Dios. Estar en
el presente es estar en la Presencia; sólo viviendo intensamente la vida
damos culto al Dios de la Vida.

Tu reino, ¿es de este mundo?


¿Eres rey, es decir, libre de cualquier tipo de esclavitud? ¿Te sientes
responsable de los demás?
Tu vida, ¿qué está de hecho testimoniando al mundo?
En una sola frase, ¿qué te dice la voz de tu conciencia?
18

EL VACÍO DE SÍ

El joven rico

Del evangelio de Marcos (10,17-30):

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno


corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para
heredar la vida eterna?»

Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más
que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás
adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu
padre y a tu madre.»
Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda,
vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro
en el cielo, y luego sígueme.»

A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy


rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a
ser a los ricos entrar en el reino de Dios!»

Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué


difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el
dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un
rico entrar en el reino de Dios.»

Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»


Jesús se les quedó mirando, y les dijo: «Es imposible para los hombres, no
para Dios. Dios lo puede todo.»
Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te
hemos seguido.»

Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o
madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora,
en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e
hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna.»

El vacío de sí

El hijo pródigo experimentó el vacío moral de su vida ante un plato de


algarrobas: ese vacío es lo que está detrás de su regreso a la casa del
Padre.
19

La samaritana según nos relata el evangelista, experimenta un gran vacío


afectivo cuando el hombre que ha encontrado junto al pozo le dice que ha
tenido cinco maridos. Es entonces cuando esta extranjera cambia por fin
de registro y le dice a Jesús: “Veo que eres un profeta”.

Al escuchar que el maestro almorzará bajo su techo, zaqueo, alegre,


asegura que dará la mitad de sus bienes a los más desfavorecidos. Es
decir, hace vacío -ahora económico- para que Él pueda entrar.

En realidad, todo el Evangelio puede leerse desde esta clave del vacío: Dios
llega donde hay vacío y allí donde Dios llega se hace vacío.

El ejemplo más insigne de este vacío u olvido de sí en los Evangelios es la


figura de la Virgen María. Dios se enamora de ella, digámoslo así, y la
escoge como tabernáculo para su Hijo por su humildad, es decir, por su
vaciamiento de sí. Por eso, precisamente. Ella es la llena de gracia.

Ésta no es una lectura forzada o sesgada de la Palabra, puesto que bien


podría decirse que el fundamento de la fe cristiana es, precisamente, el
sepulcro vacío. Ese vacío del cuerpo fue lo que María Magdalena y los
primeros discípulos vieron, y fue ahí donde comenzó a fraguarse su
esperanza en que el Crucificado había resucitado y estaba vivo.

A la pregunta por lo que hay que hacer para salvarse o ir al cielo, Jesús
responde que se cumplan los mandamientos, es decir, que se lleve una
vida éticamente responsable.

Pero cuando ve ante sí a un joven a quien esto no parece bastarle, pues


tiene sed de vida verdadera, entonces, según recoge el texto, Jesús le mira
con amor y le invita a entregar su dinero a los pobres, es decir, a que haga
vacío para poder así acoger el tesoro que se le ofrece. La historia la
sabemos: el joven rico se dio la vuelta y se retiró pesaroso. Tenía
demasiados bienes y le costaba renunciar a ellos. Tuvo miedo del vacío que
se abría ante él.

Ante esta reacción, Jesús exclama: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos
entrar en el reino de Dios!» o, dicho para nosotros, “¡Qué difícil decir que
no a todas las riquezas de nuestros pensamientos y sentimientos para
hacer verdadera meditación!”.

La oración contemplativa es un camino de progresivo desprendimiento o


desapego. Tanto más atados estamos a las cosas de este mundo, tanto
menos podremos hacer la experiencia contemplativa. En cada sentada
escuchamos, de un modo u otro, esta invitación: “No te apegues a las
personas ni a las cosas y ven conmigo”. Las inquietudes corporales y
20

distracciones mentales no son otra cosa que resistencia al seguimiento y a


la entrega.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿A qué te sientes apegado y de qué te gustaría realmente desprenderte?


¿Eres capaz de recitar al comienzo de tus sentadas: “Renuevo mi
disposición a vaciarme en mi vida de todo para que puedas entrar Tú”?
¿Cuál es el vacío que más temes: el económico o material, el afectivo o
familiar, el moral o social, el religioso o espiritual?
De las distracciones más frecuentes que te asaltan en la meditación,
¿podrías deducir qué vacío es el que se te invita a atravesar?

LA PREPARACIÓN DEL CAMINO

Juan en el desierto

Del evangelio de Lucas (3,1-6):

En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Pondo Pilato
gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe
virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo
sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de
Zacarías, en el desierto.

Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de


conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los
oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: Preparad el
camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los
montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y
todos verán la salvación de Dios.»

La preparación del camino

“Vino la palabra de Dios sobre Juan”: la palabra de Dios, Dios mismo,


viene sobre personas concretas -Juan, Pedro, Andrés-, y cuando viene es
para transformarles en profetas, es decir, en testigos de esa experiencia.
La palabra de Dios viene también sobre ti. y también a ti quiere hacerte
profeta.

La palabra de Dios no viene en un contexto cualquiera, sino en el desierto,


es decir, en un espacio vacío, alejado del mundo. En el mundo, esto es, en
el ruido y el ajetreo, no puede venir o, al menos, no puede ser escuchada.
El desierto es el escenario privilegiado para la escucha.
21

Lo que la palabra de Dios suscita es en primera instancia, la conversión o.


lo que es lo mismo, el cambio. Una vida tocada por Dios no sólo está
disponible al cambio, sino que cambia de hecho.

Meditar es allanar los senderos de nuestro interior, elevar los valles,


descender las colinas..., toda una exploración y una aventura, toda una
tarea. No se trata de llegar a la meta, sólo de preparar el camino.

En resumidas cuentas: un nombre, el tuyo; un escenario, el desierto; un


horizonte, la conversión; una realidad, el camino.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Sientes una llamada personal a entrar en la aventura de la meditación?


¿Cuál está siendo, de hecho y hoy por hoy, tu mensaje o profecía?
¿Qué evoca la palabra “desierto” en ti?
¿Qué distingues como más apremiante en el horizonte de tu conversión?
¿Qué sentimiento te suscita tu camino espiritual en este momento?

EL DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL

La parábola de la higuera

Del evangelio de Marcos (13,24-32):

Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen


tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando
veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os
aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo
y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie
lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»

El discernimiento espiritual

Los hijos de los hombres somos lo suficientemente sagaces como para, a


partir de algunos signos que nos da la naturaleza, saber la estación del
año que se avecina y hasta para prever la meteorología. Las personas que
han cultivado su sensibilidad espiritual pueden también, a partir de signos
externos, deducir qué es lo que nos sucede a los seres humanos por
dentro. La luz de Dios sirve para el discernimiento. Lo propio del
meditador avezado es ver con claridad, separar sin especial dificultad el
trigo de la paja, saber cuándo el misterio de lo divino está lejos o cerca.

En realidad Él está siempre cerca, no puede ni quiere alejarse. Hablar de


distancia o cercanía es para nosotros tanto como hablar de consciencia o
inconsciencia. Meditamos para saber y saborear Su cercanía.
22

Él está a la puerta, es decir, en el umbral entre la atención y la


distracción. Si cruzamos esa frontera o, incluso, si simplemente nos
acercamos a ella, hacemos la experiencia de la fugacidad del cielo y de la
tierra, como dice este evangelio, y experimentamos que su Palabra no es
pasajera.

¿Con qué tres palabras definirías tu actual experiencia espiritual?


¿Te sirve hablar de luz y de oscuridad para referirte a tu propia
experiencia interior o prefieres otra terminología?
¿Ha habido algo auténticamente luminoso en tu vida que no haya sido
precedido y hasta posibilitado por cierta oscuridad?
¿Qué deduces de tu vida interior a partir de tus comportamientos
externos?
Formula tres leyes que para ti sean básicas en el discernimiento espiritual.
Por ejemplo: en tiempo de turbación, no hacer mudanza. Otro ejemplo: por
sus frutos los conoceréis.
¿Te alegra o entristece la fugacidad de este mundo?

UNA PLENITUD DISTINTA AL BIENESTAR

Las bienaventuranzas

Del evangelio de Mateo (5,1-12):


Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le
acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos
serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque
ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por
causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con


mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y
regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de
la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»

Una plenitud distinta al bienestar

Lo que las bienaventuranzas proponen es un camino de felicidad, plenitud


o realización personal, algo que todos deseamos. Lo curioso es que
nuestras “bienaventuranzas privadas”, por así decir -aquellos que nosotros
23

consideramos felices-, no coinciden en absoluto con las de Jesús, cuya


apuesta, si nos paramos a pensarla, nos resulta disparatada. La pobreza,
la persecución, la mansedumbre, el dolor...: consideramos todo eso como
algo que amenaza nuestra felicidad y, en consecuencia, algo que conviene
eliminar. Si el llanto, la injuria, el hambre… desaparecen, seremos felices,
nos decimos. El Evangelio, sin embargo, no deja de lado todas esas
penalidades que se nos imponen.

La propuesta de Jesús podría resumirse así: no son felices aquellos a


quienes no afligen estas adversidades, sino quienes las atraviesan y las
viven como oportunidades para el crecimiento y el amor. La pregunta no
es, por tanto, como sortear está determinada cruz, sino cómo redimirla, es
decir, cómo atravesarla y convertirla en ocasión de luz. Quien entre en esta
experiencia, que es la del propio Jesús, dejará de tener una concepción
individualista y burguesa de la felicidad y se aproximará a la entraña del
cristianismo.

La meditación es, ciertamente, un camino para la bienaventuranza:


meditamos en vistas al consuelo, la saciedad, la misericordia… Meditamos
cultivando la pobreza de espíritu y la sed de verdad… Meditamos para la
pacificación del mundo y la pureza del corazón.

¿Cuáles son realmente tus bienaventuranzas privadas, es decir, a quiénes


consideras felices?
La mansedumbre, la misericordia, la pureza, la pobreza espiritual…, ¿son
verdaderamente metas para ti?
¿Cuál es concretamente la riqueza de los pobres, el poder de los mansos,
el alimento de los perseguidos?

LA UNCIÓN EN BETANIA

Del Evangelio según Juan (12, 1-8)

Seis días antes de la fiesta judía de la Pascua, llegó Jesús a Betania, donde
vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Ofrecieron allí
una cena en honor de Jesús. Marta servía la mesa y Lázaro era uno de los
comensales.

María se presentó con un frasco de perfume muy caro, casi medio litro de
nardo puro, y ungió con él los pies de Jesús; después los secó con sus
cabellos. La casa se llenó de aquel perfume tan exquisito. Judas Iscariote,
uno de los discípulos –el que lo iba a traicionar-, protestó, diciendo:
-¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para repartirlo
entre los pobres?
24

Si dijo esto, no fue porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón
y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero común, robaba de lo que
echaban en ella.
Jesús le dijo:
-¡Déjala en paz! Esto que ha hecho anticipa el día de mi sepultura.
Además, a los pobres los tenéis siempre con vosotros; a mí, en cambio, no
siempre me tendréis.

A los pies del Maestro

Dos figuras se contraponen claramente en este texto: la de Judas, que


calcula el costo del gesto que ha presenciado y que lo juzga de desperdicio,
y la de María de Betania, quien se deja llevar por su arrebato y derrocha a
los pies de su Maestro un caro perfume. El primero representa la postura
práctica y utilitarista ante la vida; la segunda, por el contrario, la actitud
gratuita y desbordada. Judas, escandalizado por un acto que es incapaz de
entender, está en el futuro (piensa en los supuestos pobres, o eso quiere
hacer ver, a quienes todo el dinero que ese perfume cuesta podría aliviar).
María, en cambio, se vuelca en el presente, olvidándose de la locura de su
unción, casi desesperada, y del qué dirán los presentes, quienes sin duda
la condenaron.

La meditación u oración contemplativa no es una práctica utilitaria, sino


gratuita y amorosa; más aún, la mentalidad pragmática y calculadora que
suele caracterizarnos la desvirtúa e invalida. En medio de su característica
contención y formalidad externas, la meditación es interiormente un
sereno desbordamiento.

Meditar es olvidarse del futuro y entregarse, en esa locura que toda


entrega desinteresada en el fondo es, al instante presente. Contemplar es
reservar un espacio y un tiempo día a día para derramar lo que somos -
nuestro tiempo, nuestro silencio, nuestra presencia- a los pies de un
Maestro invisible.

Señor Jesús, tú eres el nardo precioso que propagó el perfume del Espíritu
en el mundo cuando el frasco de tu cuerpo se rompió en tu pasión y
muerte. Señor Jesús, tú sabes que nuestro frasco está a menudo lleno de
tantas cosas que no eres Tú. Ayúdanos a comprender que es sobre todo en
las horas de la prueba, cuando nuestro frasco se rompe, cuando tu
perfume puede dar alivio y alegría a la Iglesia y al mundo. Enséñanos a
cultivar en la meditación diaria la entrega rendida y desbordada, para que
así pueda difundirse por todas partes, por nuestra humilde mediación, tu
necesario y discreto perfume de Amor.

Judas o María. ¿Qué prima en tu vida: la actitud gratuita o la utilitarista?


¿Qué locuras de amor has cometido en estos últimos tiempos?
25

¿Alguna vez te sientes espiritual o religiosamente cohibido por el qué


dirán?
¿Vives la meditación como una entrega y un sereno desbordamiento de lo
que eres en ese espacio y tiempo que reservas para el silencio?
¿Pones tus pasiones a los pies de tu Maestro y te rompes ante Él dejando
en sus manos, sin trampa ni cartón, lo que sencillamente eres?

TRANSFIGURACION DEL SEÑOR

La transfiguración del Señor

Del Evangelio según Lucas (9, 28b-36)

En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto


de la montaña, para orar.
Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban
de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y
Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a
consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su


gloria y a los dos hombres que estaban con él.

Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está
aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías.» No sabía lo que decía.

Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se
asustaron al entrar en la nube.

Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»

Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y,


por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

TRÍADAS

En el relato de la Transfiguración, los apóstoles ven al verdadero Jesús.


También tu verdadero ser es un diamante. ¿Te ves así o te dejas engañar
por las apariencias?

Meditamos para agudizar la vista interior y ver lo que somos, más allá del
oropel o del lodo que nos cubre y oculta. ¿Cuál es para ti ese oropel o lodo
que te impide ser lo que eres y brillar para el mundo?
26

Ni los sentidos ni la razón pueden percibir lo divino. La única manera de


percibir esa presencia es bajar a lo profundo de nuestro ser. ¿Sientes que
tu meditación es ahora más profunda que hace unos meses?

La gran tergiversación

Esta lectura evangélica es lo que se conoce como una teofanía o


manifestación de Dios, si bien la Biblia entera puede entenderse como el
relato de las teofanías. Esta transfiguración de Cristo ante sus apóstoles
no debe entenderse como una puesta en escena por parte del maestro
Jesús para que sus discípulos vieran y creyeran en su gloria; tampoco
debe interpretarse como una crónica de lo sucedido. Y mucho menos como
una gracia especial que se concede a tres elegidos para que robustezcan su
fe.

Una cosa es la experiencia y otra muy distinta el lenguaje mítico en el que


la Biblia suele expresarse. Esto es muy claro cuando se comprobar que
esta narración emplea los mismos elementos que utiliza el AT para relatar
las teofanías de Dios. Veamos todos esos elementos.

El monte, lugar de la presencia de Dios.

El resplandor o la luz, signo de que Dios estaba allí.

La nube, en la que Dios se manifestó a Moisés y que después acompañó al


pueblo en su éxodo por el desierto.

La voz, que es el medio por el que Dios bíblico comunica su voluntad.

El miedo que siente todo aquel que descubre la presencia de lo divino.

Las chozas o tiendas, que Pedro pretende confeccionar para prolongar el


momento y que son una clara alusión a la fiesta judía en la que se
conmemoraba el paso por el desierto, de la esclavitud a la libertad.

Moisés y Elías, que aparecen a la derecha e izquierda del Jesús


transfigurado, son los símbolos de la Ley y de los Profetas, es decir, los dos
pilares de la religiosidad judía. De esta forma se muestra la continuidad de
la propuesta de Jesucristo con su pasado cultural. Pero ninguno de los
dos está en el centro, lo que significa que para el cristiano Jesús es la
referencia última.

De lo que aquí se trata es de una transfiguración, lo que significa no un


cambio en lo esencial, sino en lo aparente. Como en los relatos en que se
habla del Resucitado, lo que aquí se quiere resaltar es que en la carne de
Jesús se manifiesta la gloria de Cristo. Que nuestra condición mortal,
27

limitada y precaria, puede ser un escenario para la divinidad. Que son


muchas las cosas que ordinariamente no vemos.

Lo que llamamos "gloria de Dios", por otra parte, no tiene absolutamente


nada que ver con lo que entendemos por gloria humana: cetros, coronas,
poder, fama, honores; todo eso que nosotros nos empeñamos en añadirle a
Dios no es más que la gran tentación. La gran tergiversación y
manipulación del mensaje del Evangelio. Lo que Jesús nos enseñó es, por
el contrario, que debemos deshacernos de la escoria de nuestro falso yo
para descubrir el oro puro de nuestro verdadero ser. Pero nosotros, sordos
y ciegos a nosotros mismos y a la realidad -que es donde Él se manifiesta-,
seguimos esperando que Dios recubra de oropel o purpurina esa escoria
que tantas veces somos, para que parezca oro y brille ante los demás. La
gran pregunta es si estamos dispuestos a aceptar la salvación que Jesús
nos propone o si no seguimos más bien empeñados en exigir de Dios la
salvación que nosotros desearíamos para nuestro falso yo.

EL MANDAMIENTO DEL AMOR

El mandamiento del amor

Del Evangelio según Marcos (9, 28-34)

Se acercó uno de los escribas y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos


los mandamientos?»

Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios,
es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.

El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro


mandamiento mayor que éstos.»

Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único
y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la
inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo
vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»

Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás
lejos del Reino de Dios.» Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

La correspondencia entre Dios, los otros y yo

El primer mandamiento es "escucha, Israel": un imperativo a la acogida y a


la receptividad, sin la cual no es posible oblatividad alguna. Si no
escuchamos, no deberíamos hablar; si no recibimos, no tenemos nada que
28

dar. La meditación es en primera instancia una escuela de escucha. Y si


nos escuchamos a nosotros mismos y a los demás, tal vez algún día
escuchemos también la voz de ese Misterio al que los creyentes llamamos
Dios.

Lo que hay que escuchar es en esencia que el Señor es uno. Ese es el


mensaje: Él es unidad y nosotros, que somos a su imagen y semejanza,
somos también unidad, lo sepamos o no. Cuando los ruidos del mundo se
acallan, lo que resuena es siempre la unidad del ser esencial.

Sólo desde esta experiencia de la unidad tiene sentido el mandato:


"Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Sin la experiencia de que todos
somos uno, este mandato es un simple imperativo ético, una exhortación a
la voluntad. Pero el auténtico amor al prójimo y a uno mismo no nace de
una cepa tan frágil como la voluntad humana, sino que sólo puede nacer
de la cepa del amor de Dios. Podemos amar al otro y a nosotros mismos
porque nos sentimos amados por Dios. La meditación es una escuela de
receptividad de Ese amor.

Ese amor, para ser tal, necesita de todo el corazón, de todo el


entendimiento y de todo el ser. Ese amor, que no es otra cosa que la
oblación de lo que uno es, es lo único que, en último término, sacia al ser
humano.

Los tres amores, el que profesamos a Dios, el que profesamos a los demás
y el que nos profesamos a nosotros mismos, son idénticos. Corren en
paralelo, podríamos decir, lo que significa que no cabe amarse a uno
mismo y despreciar a los demás, por ejemplo, o amar a Dios y no quererse
a uno mismo. Nuestro nivel de fe se mide perfectamente, sin margen de
error, atendiendo al grado de nuestra entrega a los otros y a nosotros
mismos.

Amarse a uno mismo nunca debería darse por supuesto. Aprender a


recibir es un nivel superior al del simple aprender a dar. Porque así como
al dar somos como un pequeño dios para aquellos a quienes damos, al
recibir permitimos que quienes nos dan sean un pequeño dios para
nosotros.

TRÍADAS

Escuchar es acoger lo que se nos dice sin cargarlo intelectual ni


emocionalmente. ¿Estás de acuerdo con esta definición?
¿Experimentas el paralelismo perfecto que existe entre el amor a Dios, a
los demás y a uno mismo?
Te sientas a meditar cada día. ¿Cuánto de ese acto de sentarse nace de tu
fuerza de voluntad y cuánto de sentirte amado por Dios y por la vida?
29

¿En qué sentido crees que podrías amarte a ti mismo más y mejor?

EL SEPULCRO VACIO

El sepulcro vacío

Del Evangelio según Juan (20, 11-18)

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras


lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco,
sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido
puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron:
- Mujer, ¿por qué lloras?
María respondió:
- Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo
reconoció. Jesús le preguntó:
- Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
Ella, pensando que era el hortelano, le respondió:
- Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo.
Jesús le dijo:
- ¡María!
Ella lo reconoció y le dijo en hebreo:
- ¡Raboní! (es decir, ¡Maestro!)
Jesús le dijo:
- No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis
hermanos: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro
Dios.
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y
que él le había dicho esas palabras.

TRÍADAS

¿Qué “sepulcro vacío” es el que ahora, en este momento, estás llamado a


mirar?
¿Qué esperanzas se te han roto y cuyas ruinas podrían para ti ser presagio
de una nueva claridad?
¿Dónde está tu corazón? ¿Cuál es tu norte? ¿Dónde buscas?
¿Cómo suena tu nombre en labios de Jesús? ¿Qué sientes al imaginar que
Él lo pronuncia?
El descubrimiento de Dios es paralelo al de nosotros mismos. ¿Estás de
acuerdo?
¿Tiendes a instalarte en tus logros, hallazgos y descubrimientos o más
bien a soltarlos para seguir creciendo?
¿Cuál es tu profecía, es decir, qué es lo que de hecho estás diciendo con tu
vida al mundo?
30

Soltar la iluminación

La iluminación de María adviene junto al sepulcro, es decir, ante el vacío


del amado, y en una dolorosa situación de pérdida que la conduce al
llanto. Es en este contexto, y en el preciso instante en que se asoma al
vacío, cuando, según el evangelista, distingue dos ángeles vestidos de
blanco. El cristianismo entero puede resumirse en la frase "una luz brilló
en la oscuridad" (Juan 1, 5). Para ver al ángel hay que asomarse al
sepulcro. Para abrirse a la experiencia espiritual, deben romperse las
esperanzas humanas.

"Mujer, ¿por qué lloras?" ¿Dónde está tu corazón? Esta es siempre la


pregunta oportuna, la única necesaria para que se abra el ojo de la fe. Y la
respuesta es también exacta: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé
dónde lo han puesto". Porque no sé dónde está mi norte y porque ignoro
dónde buscarlo.

Mientras todo esto sucede, el Maestro está ahí, muy cerca, si bien ella no
había reparado en su presencia. Cuando al fin le ve, le toma por el
hortelano, no le reconoce. No es cuestión de que nuestra luz no esté, sino
de que no sabemos verla. Los sentidos naturales no tienen acceso a la
verdad del mundo. Nuestros ojos están ciegos hasta que sucede lo único
que puede alumbrarlos.

¡María!, exclama Jesús. ¡Raboní, responde la mujer. Cuando descubrimos


nuestra identidad, descubrimos al tiempo a Quién nos otorga esa
identidad, Aquel por quien somos quienes somos. Meditamos para
escuchar nuestro nombre. El descubrimiento de Dios es paralelo al de
nosotros mismos.

Y es ahora cuando viene lo más significativo y hermoso de este texto: "Noli


me tangere. No me toques. Suéltame, que todavía no he subido al Padre",
es decir, no te agarres a tu experiencia de Dios. Suéltala si quieres crecer.
No te agarres a ninguna imagen o idea, despréndete de todo para llegar al
verdadero Todo. No hagas tres tiendas ante tu particular Tabor, para así
instalarte en tu descubrimiento. Si encuentras a Buda, se dice en el zen,
mátalo. Muere a tu sentimiento de Dios para ir al verdadero Dios.

Este no agarrarse a la aparición, este soltar la propia iluminación es una


constante en todos los relatos pascuales. A los caminantes de Emaús, por
ejemplo, se les abren los ojos en la fracción del pan y, acto seguido, es
cuando el misterioso forastero desaparece. Tras bendecir a los suyos en el
camino de Betania -otro ejemplo-, Cristo se aleja de ellos ascendiendo al
Cielo. Pero unos y otros, los de Emaús y los otros discípulos, van luego
corriendo a proclamar lo que han visto y oído. La condición de su gozo no
se cifra sólo en haber sido testigos de una aparición, sino de una
31

desaparición, de un soltar la experiencia tangible. La desaparición -el no


agarrarse- es la condición de la libertad y, por ende, lo que permite que ese
evento sea auténticamente humano: una invitación, no una imposición.
Ausencia y presencia son las dos caras de la misma moneda o, dicho de
otro modo, la palabra puede escucharse porque hay silencio, el vacío es la
condición de la plenitud. Se hace realidad lo que Jesús había advertido:
"Os conviene que yo me vaya" (Juan. 16, 7). "Se alegrará vuestro corazón, y
vuestra alegría nadie os la podrá quitar" (Juan 16, 22).

Este fragmento evangélico concluye diciendo que "María fue y anunció a


los discípulos: He visto al Señor y ha dicho esto". La iluminación termina
en anuncio. El iluminado no se queda al calor de su gloria descubierta,
sino que hace a los demás partícipes de ella. Toda experiencia mística -y
ese es su criterio de verificación- deriva en profecía.

LA PREGUNTA POR LA IDENTIDAD

¿Quién decís que yo soy?

Del Evangelio según Mateo (16, 1 3-1 8)

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:


-¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?
Ellos le respondieron:
-Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o
alguno de los profetas.
-Y vosotros -les preguntó-, ¿quién decís vosotros que yo soy?
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió:
-Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Jesús le dijo:
-Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la
carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no
prevalecerá contra ella.

La pregunta por la identidad

¿Quién soy yo? Ésta es la pregunta espiritual por excelencia. Sólo desde la
correcta respuesta a esta cuestión podremos responder también con atino
al resto de las preguntas capitales: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?,
¿qué me cabe esperar? Únicamente sabiendo quiénes somos, realizaremos
aquello para lo que hemos venido a este mundo y empezaremos a
parecernos a lo que Dios había proyectado para nosotros. De lo contrario,
daremos palos de ciego. El gran dilema de la vida es siempre, por tanto, el
de la identidad.
32

A la pregunta por nuestro propio ser sólo podremos responder cabalmente


apelando al Ser con mayúscula. Las respuestas circunstanciales o
coyunturales no resultan satisfactorias: podemos definirnos como esposos,
por ejemplo, o como padres de familia o profesionales...; pero lo cierto es
que en cualquier momento podemos perder a los hijos, o al cónyuge, o
vernos urgidos a cambiar profesión, y no por ello nuestro yo tendría que
desaparecer de este mundo. Nuestras habituales definiciones de nosotros
mismos son aproximaciones a la identidad que no tocan lo nuclear. Porque
lo radical es el Ser, y sólo si nos definimos en su relación nos acercaremos
al misterio de lo que realmente somos.

Cuando Pedro dice "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo", está, al tiempo
que desvelando la identidad del Hombre que tiene ante él, descubriendo su
propia y más profunda identidad: "tú ya no te llamarás Simón, sino Pedro,
y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". El descubrimiento de la Luz arroja
luz sobre nuestra propia y verdadera identidad (Pedro, no simplemente
Simón), y sobre nuestra misión (ser piedra de apoyo para otros; no
sabremos quiénes somos si no es en relación con los demás y para ellos).

Estos descubrimientos, como dice el evangelista Mateo, no los revela ni la


carne ni la sangre, sino el Padre de los Cielos. Las ciencias humanas -la
psicología, la filosofía y tantas otras- pueden ayudarnos, por supuesto, en
el autoconocimiento, pero su saber es siempre penúltimo, no radical. El
misterio de lo que somos sólo se nos desvela por medio de la espiritualidad
que nos pone en contacto con la Fuente, por el silencio que nos conecta
con el Ser.

TRÍADAS

¿Quién eres tú? ¿Y quién dices tú que es el Hijo del Hombre?


¿Sientes que en tu vida estás todavía dando algunos palos de ciego o
experimentas que ya estás en tu centro, realizando aquello para lo que has
venido a este mundo?
La misión de Pedro es ser piedra de la Iglesia. ¿Podrías definir en pocas
palabras cuál es tu propia misión en esta vida?
¿Sientes que la meditación te está descubriendo el misterio de tu propia
identidad.
33

UNA ESPADA PARA EL COMBATE

No he venido a traer la paz

Del Evangelio según Mateo (10, 34 - 39)

No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer
paz, sino espada. Porque he venido para enfrentar al hombre contra su
padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; de modo
que los enemigos del hombre serán los de su propia casa.

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el


que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no
toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.

El que encuentra su vida, la perderá; y el que pierde su vida por mi causa,


la ganará.

Una espada para el combate

Sólo nos damos verdaderamente cuando nos hemos encontrado; y si nos


damos a los demás, nos encontraremos verdaderamente. Te das a la
meditación en la medida en que estás iluminado, ni más ni menos; no te
sentarías a meditar si no hubieras encontrado ya algo de tu yo profundo.

Pero en la meditación no vas a encontrar paz, sino combate. El camino que


va del pequeño yo al yo profundo es escarpado, escabroso incluso, y lleno
de fieras salvajes que rondan buscando devorarte. Es un camino lleno de
abismos, de trampas, de senderos falsos -que no conducen a ninguna
parte y en los que te has entretenido durante años, perdiendo la vida,
perdiéndote en lo que creías que era la vida. Es un camino lleno de piedras
en las que resulta difícil no tropezar. Es así porque el tesoro está
escondido, en una hondura que no imaginas y que ni siquiera logras
sospechar.

Pero también ese combate, aún en la aflicción que comporta, es hermoso; y


ello porque en el combate están ya las huellas de ese tesoro que buscas: tu
naturaleza original. El combate es hermoso porque quien lo libra no eres
tú, sino Él en ti. Él es el sacrificio y el sacerdote, la meta y el camino.

La espada de la que se nos habla en este Evangelio no es la de la violencia,


sino la del discernimiento. La espada que separa el trigo de la cizaña, lo
bueno de lo malo, lo recto de lo torcido. Necesitas una espada para el
camino. Para cortar las lianas. Para alejar las fieras. Tu espada es tu
mantra, sólo eso. No hay fiera que no se espante cuando resuena. No hay
liana que se resista cuando atenta y amorosamente lo pronuncias.
34

TRÍADAS

La vida espiritual que tienes es exactamente proporcional a tu anhelo de la


misma. ¿Estás de acuerdo?
¿Cómo es el combate con el que te encuentras en la meditación? ¿Qué
fieras te has encontrado por el camino? ¿Con qué lianas te has dejado liar?
¿Qué piedras son aquellas con las que has tropezado más a menudo?
¿Disfrutas de las sentadas? ¿En qué sentido?
¿Experimentas tu mantra como un arma con la que durante la meditación
afrontas las dificultades?

LA MULTIPLICACIÓN DE PANES Y PECES

La multiplicación de panes y peces

Del Evangelio según Marcos (8, 1 - 8)

En aquellos días, como había una gran multitud, y no tenían qué comer,
Jesús llamó a sus discípulos, y les dijo:
- Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están
conmigo, y no tienen qué comer; si los envío en ayunas a sus casas, se
desmayarán por el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos.
Sus discípulos le respondieron:
- ¿De dónde podrá alguien saciar de pan a éstos aquí, en el desierto?
Él les preguntó:
- ¿Cuántos panes tenéis?
Ellos dijeron:
- Siete.

Entonces mandó a la multitud que se recostase en tierra; y tomando los


siete panes, habiendo dado gracias, los partió, y dio a sus discípulos para
que los repartieran. Tenían también allí unos pocos pececillos; y Él los
bendijo y mandó que también los repartieran.

Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron de los pedazos que habían


sobrado, siete canastas.

Tienes todo lo que necesitas

Todo comienza con la compasión: de Jesús por la muchedumbre


hambrienta y de ti mismo por el hambriento que clama por un poco de
alimento en lo más profundo de tu corazón. Te sientas a meditar si tu
pequeño yo siente nostalgia del yo profundo, si te das cuenta de que tienes
un hambre que saciar.
35

Que todo nazca de la compasión significa que todo comienza del


presentimiento que a veces tenemos de que todos somos uno. Te
compadeces del otro porque sabes que es tu familia, que en el fondo eres
tú. Lo que nos pone en movimiento es lo que somos. La verdadera
solidaridad sólo nace de una certeza, aunque sea inconsciente: tú no eres
otro, tú eres yo mismo.

Tus siete panes y tus pocos pececillos es lo que tienes, es decir, tus
preocupaciones, tus distracciones, tus sombras, tus apegos... El milagro
nace de ahí, de tu realidad, por poca o miserable que parezca, por
imposible que te resulte que con tan poco puedas construir algo que
merezca la pena.

Comerás y te saciarás, y tendrás incluso de sobra para repartir. Pero antes


habrás debido cumplir con esta doble ley: 1. Escuchar la voz de tu
hambre. 2. Empezar a saciarla con lo que tienes. Eso es lo que se nos pide:
no ser sordos a nuestra conciencia y dar el primer paso. Siete panes: lo
que posees, sea lo que sea, es más que suficiente para saciar a esa
multitud que hay en ti y hasta para que recojas -maravillado, agradecido-
miles de trozos sobrantes.

TRÍADAS

¿De qué tienes hambre? ¿Sientes nostalgia de tu verdadero yo?


Mira bien qué es lo que te impulsa a sentarte a meditar. ¿Qué es? Defínelo.
De lo que eres, sólo de lo que eres, puede nacer el milagro con el que
sueñas. ¿Qué sientes ante esto? ¿Te lo crees?
Un manzano que aún no ha dado manzanas aún no sabe que es un
manzano. Sólo podemos saber verdaderamente quienes somos cuando
empezamos a fructificar. ¿Crees esto?

LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO

La resurrección de Lázaro

Del Evangelio de Juan (11, 32 - )

Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo:
«Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»
Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la
acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: «¿Dónde lo
habéis puesto?» Le responden: «Señor, ven y lo verás.»
Jesús se echó a llorar.
Los judíos entonces decían: «Mirad cómo le quería.»
Pero algunos de ellos dijeron: «Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía
haber hecho que éste no muriera?»
36

Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era


una cueva, y tenía puesta encima una piedra.
Dice Jesús: «Quitad la piedra.»
Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el cuarto
día.»

Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?»


Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo:
«Padre, te doy gracias por haberme escuchado.
Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que
me rodean, para que crean que tú me has enviado.»
Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!»

Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro


en un sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar.»
Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que
había hecho, creyeron en él.

Remover la losa y salir afuera

Tú eres Lázaro. Tú estás llamado a salir de la oquedad y de la


podredumbre en que tantas veces habitas. No es fácil, claro, puesto que
para ello hay que remover una pesada losa. Esa losa de la desesperanza
pide ser removida; nos sentamos a meditar precisamente para removerla.
Dentro nos encontramos con un cadáver que huele mal, desde luego;
nosotros somos los que olemos mal. Pero en cuanto descorremos esa losa,
el aire fétido sale de la tumba en que nos hemos enterrado y empezamos a
respirar. Empezamos a enterarnos de ese milagro permanente que es la
vida.

Si crees, la gloria de Dios puede y quiere manifestarse en esa carroña que


podemos llegar a ser: atontados por el ruido, embotados por el alcohol,
atenazados por los rencores, ciegos por el miedo y la culpa. Mientras no
reconozcas que estás en una tumba, mientras no admitas que a menudo -
casi siempre en realidad- eres como un cadáver, encerrado en el ataúd de
tus prejuicios y preocupaciones, mientras no admitas que necesitas de
alguien -una Marta que interceda por ti- que venga para ayudarte, no
escucharás ese "ven afuera". Sal de ti mismo. Abandona la oscuridad.
Entra en la vida de una vez por todas, que vas a cumplir ya 40 años, 50,
60..., y aún sigues encerrado en tu micro-mundo y atrincherado en tus
cuatro ideas.

Ven afuera. Éste es el mandato que todos deseamos oír, lo sepamos o no,
cuando nos sentamos a meditar. Entra en la fiesta. Deja las tinieblas. Sal
a la verdad. Vive para lo que estás hecho. Abandona la triste comodidad de
37

ese cajón en el que te has instalado desde hace años. Meditamos para
desatarnos de los temores, de los apegos, de los sucedáneos de felicidad.
Porque a menudo estamos tan atados de pies y manos que no podemos
caminar ni actuar. Sólo nos desatamos cuando escuchamos nuestro
nombre. Necesitamos oír: Lázaro, Olga, Javier, Macarena. Sólo cuando
escuchamos nuestro verdadero nombre removemos la losa con que nos
protegemos, abandonamos nuestras tinieblas y descubrimos que no somos
esclavos, sino hijos de la libertad.

TRÍADAS

¿Cómo es el cajón en que te has instalado? ¿Cómo es que te has hecho a


vivir tantos años en esa oscuridad?
¿Qué es lo que realmente te impide remover más decididamente la losa con
que te cubres? ¿De qué está hecha esa losa?
¿Crees que necesitas de una Marta que interceda por ti, de alguien que
salga en tu ayuda?
¿Escuchas tu nombre en la meditación, es decir, estás llegando a
descubrir mejor quién eres verdaderamente?

LA ADORACION DE LOS REYES

La adoración de los Reyes

Del Evangelio de Mateo (2, 1 -1 2)

Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos
que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde
está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el
Oriente y hemos venido a adorarle.»

Al oír esto, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. Convocó a


todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo
informando del lugar donde había de nacer el Cristo.

Ellos le dijeron: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del
profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los
principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará
a mi pueblo Israel.»

Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el
tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les
dijo: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis,
comunicádmelo, para ir también yo a adorarle.»
38

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la


estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó
y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se
llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María
su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le
ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.

Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su


país por otro camino.

El rey desconocido es un niño indefenso y vulnerable

Como los reyes -puesto que en el fondo nuestra naturaleza es regia-, en


cuanto nos ponemos a meditar una estrella empieza a guiarnos. Esa
estrella o luz íntima nos conduce, irremisiblemente, hasta el niño que
somos, nuestra identidad original: pura, frágil, intensa, amada. Meditamos
para encontrarnos con ese niño interior y para, una vez encontrado,
adorarlo. Adoramos lo puro, lo frágil, lo amado, lo intenso... Dar culto a la
vida, eso es lo que nos hace vitales.
Estamos llamados a reconocer en un niño indefenso y vulnerable al rey
desconocido al que habíamos salido a buscar. Por si no lo sabes, tú eres
rey. Por si no lo sabes, hay en el firmamento de tu corazón una estrella
que está esperando a que salgas por los caminos para guiarte hasta tu
niño vulnerable. Por si no lo sabes, estás hecho para la adoración. Si te
postras ante lo frágil e indefenso, habrás cumplido aquello para lo que has
venido a este mundo.

Pero para llegar a ese punto hemos de sortear a todos los Herodes que nos
salgan al paso: engañosos, sibilinos, descarados, poderosos, y siempre
muertos de miedo ante la posibilidad de que la vida desenmascare la
muerte en que se han instalado. No es tanto la muerte la que amenaza la
vida -como solemos pensar-, sino la vida a la muerte. La muerte, por
implacable que parezca, tiene sus días contados. Las tinieblas tienen sus
días contados si nos sentamos a meditar, guiados por la estrella interior
que nos guía a nuestro centro.

Los reyes magos ofrecieron oro, incienso y mirra; nosotros ofrecemos


nuestro tiempo y ese espacio que es nuestro cuerpo. Es así como ponemos
ante el Ser el único regalo que puede y quiere recibir: el de nuestro propio
ser. El Ser sólo quiere ser, nada más. Nuestra presencia pura, sin
atributos ni aditivos.

TRÍADAS

Tu meditación, ¿te va conduciendo a tu fragilidad? Tu fragilidad, ¿te va


conduciendo al amor?
39

¿Qué sabes de tu niño interior? ¿Cómo es? ¿Qué te dice?


Salimos en busca de un rey y encontramos un niño. Esto ¿te resulta
familiar? ¿Qué Herodes te están saliendo al paso? ¿Cómo les sorteas y
dejas atrás?
Tu cuerpo y tu tiempo. Y en ellos eso que llamas tu espíritu. ¿No crees que
esta triada es lo máximo de cuanto puedes ofrecer?

YO SOY PAN

Tomad y comed, éste es mi cuerpo.

Del Evangelio de Mateo (26, 26-30)

Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y,


dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo.»

Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de
ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por
muchos para perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé
de este producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros,
nuevo, en el Reino de mi Padre.»

Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.

TRÍADAS

¿Alimenta la Eucaristía tu vida espiritual? ¿Te lleva de hecho la


celebración de la misa a amar más y mejor a los demás?
¿Sientes que tu vida es un partirte y repartirte a los demás y que, en ese
sentido, puedes definirte con justicia como cristiano?
El ser se encuentra cuando se reparte y se vacía. Vacío y plenitud son, en
definitiva, las dos caras de esa única moneda que es el ser. ¿Estás de
acuerdo? ¿Tienes experiencia personal de ello?
¿A quién alimentas tú? ¿Para quién eres pan? ¿Quién es pan para ti? ¿De
quién te alimentas tú?

Yo soy Pan

Cada eucaristía celebrada en la Iglesia, desde la noche del primer jueves


santo hasta hoy, recuerda y actualiza las palabras y los gestos que se
recogen en este evangelio, rindiendo así homenaje a su Maestro. La Iglesia
sabe que su fidelidad a esta herencia no depende de una simple repetición
ritual de lo que tuvo lugar en aquel Cenáculo -pocas horas antes de que
Jesús muriera-, sino una repetición existencial, que luego el rito recoge y
simboliza. Es decir, que aquello que los cristianos deben hacer en memoria
suya es partirse y repartirse en favor de los demás, y que la celebración del
40

culto eucarístico tiene sentido en la medida en que expresa esta vida


entregada por los demás.

Lo que Cristo está haciendo al repartir el pan que Él es, lo que está
indicando al darse a los demás en forma de alimento es que el ser humano
llega a su plenitud cuando se vacía. Que el verdadero ser está en el acto de
auto- vaciamiento y del olvido de sí. Repartid lo que tenéis y lo que sois;
vaciaos de vosotros mismos para alimentar a los demás y encontraréis
vuestra verdadera identidad. El ser se encuentra cuando se reparte y se
vacía. Vacío y plenitud son, en definitiva, las dos caras de esa única
moneda que es el ser.

Jesús dice también: "Yo soy el pan de Vida. Quien venga a mí ya nunca
tendrá hambre". Durante los años anteriores, para que sus discípulos le
entendieran, Jesús había dado muchas definiciones de sí. Había dicho, por
ejemplo, "yo soy el buen pastor", o "yo soy la puerta estrecha". También
había dicho: "yo soy el Camino, la Verdad y la Vida"; y hasta "yo soy la vid
verdadera". Ahora, en cambio, en el momento cumbre de su vida, ahora da
la definitiva definición de sí: "Yo soy pan", dice. "Tomad y comed de mí". A
lo largo de la historia humana, son incontables los hombres y las mujeres
que han buscado y dado definiciones de sí mismos. Ninguna tan expresiva
y ajustada como ésta: "Yo soy Pan". "Yo soy Alimento." Estamos llamados a
ser pan. Somos lo que estamos llamados a ser en la medida en que
alimentamos a otros; más que eso: en la medida en que nos convertimos
en alimento para que otros vivan de nosotros. En última instancia, eso es
lo que significa "amaos unos a otros como yo os he amado". Así como yo os
he amado repartiéndome y vaciándome, así como yo he sido pan para
vosotros, así sed pan vosotros unos con otros. En eso demostraréis que
sois mis amigos: en que os hacéis alimento para los demás.

La meditación es una práctica espiritual que nos introduce en el único


banquete que nos puede saciar, pues lo que en él se nos ofrece es el
Alimento del ser, lo que somos. Como Cristo mismo, que es sacerdote y
víctima, también nosotros -cada uno- somos el anfitrión que invita al
banquete y el banquete mismo. A eso estamos llamados: a darnos en
alimento y a alimentarnos de nosotros mismos, de ese vacío del ser que es
la plenitud que buscamos.
41

LA PALABRA DE JALICS
JESÚS ENSEÑÓ A LOS DISCÍPULOS A ORAR SIN PALABRAS

1. Jesús no sólo se retiró personalmente para orar, sino que enseñó a orar
a sus discípulos. Primeramente en el monte Tabor. El camino de ida y
vuelta de Cafarnaúm al monte Tabor requería como mínimo dos días (unos
100 km). Jesús subió al monte con Pedro, Santiago y Juan. Allá arriba
pasaron por lo menos una noche en oración. Tras una visión, Jesús les
pide que no hablen con nadie de esta experiencia:

«Unos ocho días después de estas palabras (sobre el seguimiento y la


negación de sí mismo), tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto
del monte para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y
sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres
conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria,
hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus
compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a
los dos hombres que estaban con él.

Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno
es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y
otra para Elías”. No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto,
cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor
al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el
Elegido, escuchadlo”.

Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y,


por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto» (Lc. 9,
28-36; Mt 17,1-9; Mc 9, 2-8).

2. Algunas mujeres habían seguido a Jesús en silencio hasta Galilea. Los


evangelistas no relatan ningún diálogo digno de mención entre esas
mujeres y Jesús. Pero desde su via crucis hasta su tumba, ellas lo
siguieron en silencio con la mirada (Mc. 15, 40-41). Durante la crucifixión,
en que los apóstoles —con excepción de Juan— no se atrevieron a estar
presentes, ellas se mantuvieron de pie durante horas y contemplaron su
agonía. Con su presencia, Jesús les había enseñado a orar. Esto puede
considerarse como un verdadero acompañamiento espiritual.

3. Las personas que se encuentran al comienzo del camino espiritual,


según Jesús, deberían experimentar la oración de petición. En cambio, en
la oración de silencio, la petición ya no tiene sentido. El silencio va más
allá que cualquier oración de petición.
42

«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se


imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues
vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis» (Mt. 6,7-8).

4. Adorar en espíritu. A la samaritana Jesús le dice que la verdadera


adoración se realiza sin palabras. Orar no requiere de un determinado
lugar, como tampoco de ninguna palabra, pues acontece en nuestro
espíritu.

«Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores


adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo
adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu
y verdad» (Jn. 4, 23-24).

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

En medio de la noche del Tabor, Jesús se transfigura ante sus amigos más
íntimos. ¿Qué has comprendido tú de Jesús en tu oración contemplativa?
La actitud de las mujeres ante Jesús parece testificar que tanto más
talante contemplativo, tanto más capacidad de acompañar en el dolor.
¿Cómo es en general tu actitud vital ante el dolor ajeno?
¿Qué crees que significa “adorar en espíritu y verdad”?

LA ORACIÓN NOCTURNA

Tres veces se subraya expresamente en los Evangelios que Jesús


permaneció en oración toda la noche. El primer texto se refiere a la noche
que precedió a la elección de los apóstoles:
«En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a
Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos
a doce…» (Lc. 6,12-13; Mt. 10,1-4).

Después de la multiplicación de los panes, también permaneció toda una


noche en oración hasta la cuarta vela, o sea, hasta aproximadamente las
cuatro de la madrugada. Esta descripción permite sospechar que, después
de actividades intensivas durante el día, Jesús tenía la costumbre de pasar
la noche en oración:

«Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar.


Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos
de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta
vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar» (Mt. 14,23-25).
Jesús tenía la costumbre de ir de noche al monte de los Olivos. No había
allí una casa o una familia conocida, como en Betania, de modo que
43

podemos imaginarnos qué es lo que Jesús hacía allí. Lo más probable es


que en cada una de esas ocasiones permaneciera toda la noche en oración:
«Y se volvieron cada uno a su casa. Por su parte, Jesús se retiró al monte
de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo» (Jn. 7, 53-
8,2).

Lucas habla expresamente de la costumbre de Jesús de pasar la noche en


el monte de los Olivos: «Salió y se encaminó, como de costumbre, al monte
de los Olivos» (Lc. 22,39).

«Estaba durante el día enseñando en el templo, pero de noche se


marchaba y pernoctaba en el monte llamado de los Olivos. Y todo el pueblo
madrugaba para venir en su busca a escucharlo en el templo» (Lc. 21,37-
38).

Los tres sinópticos escriben extensamente sobre la oración de Jesús antes


de su muerte, y de cómo en ella se sometió a la voluntad del Padre: «Al
llegar al sitio, les dijo: “Orad, para no caer en tentación”. Y se apartó de
ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo: “Padre, si
quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la
tuya”. Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de la
angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el
suelo como si fueran gotas espesas de sangre» (Lc. 22, 40-44; Mt. 26,
30.36-46; Mc. 14, 26.32-42).

Resumiendo: los evangelistas atestiguan una praxis muy intensa de


oración nocturna por parte de Jesús. Se dice que pasaba noches enteras
en oración y que hacía lo que parece imposible al hombre activo de la
actualidad. A pesar de que a menudo era asediado por la multitud, podía
simplemente despedirla con el propósito de orar a solas durante horas.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

Tanta más actividad, tantos más tiempos de retiro son necesarios. ¿Estás
de acuerdo?
¿Has probado meditar por la mañana y por la noche? ¿Qué diferencias
sustanciales ves en hacerlo cuando el día se abre o cuando se cierra?
Todos necesitamos un rato diario de intimidad con nosotros mismos y con
el Misterio. ¿Crees que necesitarías algún periodo intensivo a la semana, al
mes, al año? ¿De cuánto y cómo?
A Jesús le gustaba orar en el Monte de los Olivos. ¿Tienes tú algún lugar o
escenario preferente para tu meditación?
¿Te ha ayudado de hecho la oración y la meditación al discernimiento de
las grandes decisiones de tu vida?
44

JESÚS ORANTE

En el Evangelio, Jesús aparece orando en incontables ocasiones: «Una vez


que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar…”» (Lc. 11,1).

«Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó


a un lugar solitario y allí se puso a orar» (Mc. 1,35).

«Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto» (Lc. 4,42)

«Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha gente a oírlo y a que los
curara de sus enfermedades. Él, por su parte, solía retirarse a un
despoblado y se entregaba a la oración» (Lc. 5,15-16).

«Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos»
(Lc. 9,18).

«Unos ocho días después de estas palabras, tomó a Pedro, a Juan y a


Santiago y subió a lo alto del monte para orar» (Lc. 9,28).

«Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra
vez a la montaña él solo» (Jn. 6,15).

«En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: “Te doy
gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra…”» (Lc. 10,21; Mt. 11,25).

Supongo que Jesús, en la oración, no utilizaba con su Padre ninguna


palabra, puesto que no las necesitaba para entrar en comunión con Él. Su
relación era la unidad con Él. Sólo tenía que permanecer en su presencia.
Podríamos decir que si Jesús rezó con palabras alguna vez, fue más que
nada en atención a los hombres.

Tras esta selección de textos, constatamos que Él ha invitado a imitarle


también en esta vida de oración. Esto se acentúa en los Evangelios con el
mismo énfasis que la llamada a anunciar el Reino. La novedad radica en
que esta invitación no nos saca fuera, sino que exige que volvamos a
nuestro interior. Esta llamada a lo interior aparece inequívocamente en los
pasajes en los que Jesús nos pide permanecer sin preocupaciones. Y es
que con pensamientos, ocupaciones, aversiones y afectos, estamos
necesariamente orientados hacia fuera y atados a esas preocupaciones.
Sólo en la contemplación, la escucha y el asombro podemos permanecer
libres de toda preocupación. Esta es la verdadera exigencia del sermón de
la montaña.
45

Esta nueva llamada a la interioridad no atenúa, sin embargo, la misión de


anunciar el reino. Todo lo contrario: es lo que da al anuncio su verdadera
fuerza y hondura. Si queremos desplazar real y totalmente nuestros
tesoros al Reino de los cielos, hemos de abandonar este mundo activo por
un breve lapso de tiempo. Primeramente se trata de un breve lapso de
tiempo: tal vez media hora al día, o una. Pero durante esa media hora
hemos de aprender a perseverar, con atención bien alerta, sin actividad,
sin pensamientos, sin aversiones o afectos hacia personas o cosas,
totalmente en la contemplación de nuestro tesoro en el cielo.

Estamos ante una nueva dimensión del seguimiento. Esta dimensión nos
llama a seguir a Jesucristo contemplando en silencio, sin palabras ni
pensamientos, al Padre. Esta vocación no exige de nosotros algo que
debamos realizar en concreto, sino que nos conduce a omitir todo lo que
impide la gran gracia de la unificación.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

Reseña tres o cuatro momentos de tu historia como orante o como


meditador. ¿Cuántas palabras hay todavía en tu meditación? ¿Qué
significa para ti imitar a Jesús en su vida de oración? ¿Ves el vínculo entre
meditación y testimonio o anuncio de la Buena Noticia? ¿Eres consciente
de que cuando meditas “abandonas el mundo” durante unos minutos?

LOS TIEMPOS DE ORACIÓN DE JESÚS

En los tres años de su ministerio público, Jesús llevó una vida sumamente
activa. En nuestro mundo agitado e hiperactivo estamos apremiados de
forma semejante a como lo estuvo el propio Jesús en aquel entonces por
las masas que acudían a Él para alcanzar la curación o porque querían
que les hablase de la vida eterna.
Aparte de la formación de los discípulos y del trato con los fariseos, Jesús
se reservaba mucho tiempo para la oración en soledad: temprano en la
mañana y bien entrada la tarde, a veces noches enteras. En el evangelio se
nos habla de tiempos de silencio en montañas, en lugares solitarios, en el
templo y en sinagogas, en el monte de los Olivos, con o sin sus discípulos.
Jesús se tomaba su tiempo. Veamos algunos pasajes.

Cuando Jesús tenía doce años, permaneció una vez tres días enteros en el
templo (Lc. 2,46). Al preguntarle su madre por qué les había hecho eso, Él
respondió: « ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las
cosas de mi Padre?» (Lc. 2,49).

Hay también afirmaciones de los evangelistas que, aunque no dicen


expresamente que Jesús se retirase a orar, permiten inferirlo del contexto:
46

«Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que


habían hecho y enseñado. Él les dijo: “Venid vosotros a solas a un lugar
desierto a descansar un poco”» (Mc. 6,30-31).

«Al regresar los apóstoles, le contaron todo cuanto habían hecho, y


tomándolos consigo, se retiró a solas hacia una ciudad llamada Betsaida;
pero la gente, al darse cuenta, lo siguió» (Lc. 9,10).

(Después de la decapitación de Juan el Bautista) «Al enterarse Jesús se


marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto» (Mt. 14,13).

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Te reservas tiempo suficiente para la oración en soledad? Describe ese


tiempo. ¿Sientes que tu acción y presencia se vivifican si van precedidas y
seguidas de tiempos de silencio?
¿Estás en las cosas de tu Padre? ¿En qué cosas estás? Si no te
encuentran, ¿dónde aconsejarías que te fueran a buscar?
¿Descansas lo suficiente? ¿Qué tiene que pasarte para que descanses algo
más? ¿Tienes alguien a quien contar todo lo que vives? ¿Lo haces?
Escribe dos o tres palabras que espontáneamente asocias con la palabra
“desierto”.

JESÚS Y SILENCIO

Si se quiere entender por qué Jesús considera tan importante contemplar


en silencio a Dios tenemos que recordar tres hechos:
a) El pueblo elegido anduvo errante por el desierto durante cuarenta años.
Allí Moisés había tenido la más importante experiencia de Dios en toda la
historia del pueblo. Ese tiempo de desierto fue para el pueblo durante mil
años una de las revelaciones más importantes.
b) En Nazaret, en la silenciosa vida con María y José, y lejos aún de su
misión activa, Jesús alcanzó su madurez humana. El comportamiento
silencioso y contemplativo de María le marcó. Nunca nos asombraremos lo
suficiente de cómo Jesús, con su madurez, su talento y la consciencia de
su misión permaneciera durante treinta años en silencio, preparándose
para su vida pública. Todas sus invitaciones a la oración silenciosa y sin
palabras tenemos que interpretarlas desde este trasfondo.

c) Un tiempo importante de oración para Jesús fue su estancia en el


desierto. El hecho de que en el evangelio se mencionen cuarenta días
puede considerarse como un símbolo de los cuarenta años en los que el
pueblo elegido caminó por el desierto. Pero bien podría ser que Jesús
permaneciera por un tiempo bastante más prolongado en el desierto.
Permanecía allí día y noche en oración silenciosa, nos dicen los
47

evangelistas (Mt. 4,1-11; Mc. 1,12s; Lc. 4,1-13). Las tentaciones de Jesús
muestran que, en la soledad, atravesó pruebas difíciles.

Estos tres hechos fundamentan que Jesús nos llame también a nosotros a
una oración silenciosa y sin palabras. Él vivió en la actitud a la que invitó
también a los demás.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Buscas ratos de desierto y de silencio cada día y días de retiro cada mes?
A Jesús le marcó la actitud contemplativa de su madre. ¿Te ha marcado a
ti la actitud contemplativa de alguien? ¿Quién, cómo, por qué?
Has venido a este mundo para algo en concreto. ¿Crees esto? Si lo crees,
¿lo estás haciendo y te preparas activamente para llevarlo a cabo?
¿Cuáles son tus principales tentaciones o pruebas durante la meditación?
¿Y fuera de ella? ¿Hay alguna relación entre ambas?

LAS DIEZ VÍRGENES

La parábola de las diez vírgenes en el Evangelio de Mateo es una invitación


a permanecer en vela y a estar plenamente preparados y orientados hacia
Cristo, el esposo:

«El reino de los cielos se parece a diez vírgenes que tomaron sus lámparas
y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran
prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite;
en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El
esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se
oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. Entonces se
despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus
lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite,
que se nos apagan las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si
acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la
tienda y os lo compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo y las
que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró
la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo. “Señor,
señor, ábrenos”. Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”.
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora”» (Mt. 25,1-13).

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Tiene tu vida una dirección única y fundamental o aún estás muy


disperso en varios objetivos?
¿Te sientes más bien necio o más bien prudente, es decir, vas con la
lámpara encendida o apagada, con aceite de recambio, sólo o
acompañando…?
48

¿Cómo imaginas la llegada del “esposo”? ¿Deseas esa llegada?


¿Sientes que ese “banquete de bodas” tiene las puertas para ti abiertas,
cerradas, semicerradas…?

LA INVITACIÓN AL BANQUETE

La parábola evangélica del banquete es un llamamiento muy claro a estar


sin preocupaciones de ningún género, a estar junto a Jesucristo.

«Uno de los comensales dijo a Jesús: “¡Bienaventurado el que coma en el


reino de Dios!”. Jesús le contestó: “Un hombre daba un gran banquete y
convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar
a los convidados: ‘Venid, que ya está preparado’. Pero todos a una
empezaron a excusarse. El primero dijo: ‘He comprado un campo y
necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor’. Otro dijo: ‘He comprado cinco
yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor’. Otro dijo: ‘Me
acabo de casar y, por ello, no puedo ir’. El criado volvió a contárselo a su
señor. Entonces el dueño de casa, indignado, dijo a su criado: ‘Sal aprisa a
las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a
los ciegos y a los cojos’. El criado dijo: ‘Señor, se ha hecho lo que
mandaste, y todavía queda sitio’. Entonces el señor dijo al criado: ‘Sal por
los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa. Y
os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete’”» (Lc.
14,15-24).

El sentido de la parábola es bastante claro. Hay una invitación a un


banquete. No es una invitación a trabajar más, lo que sólo podría
comportar preocupaciones, sino a dejar tales actividades para celebrar la
presencia de Dios. Es la invitación a estar junto a Dios. Tal es el caso
también en el hijo pródigo: el encuentro del hermano menor con el padre
se celebra con un banquete. Incluso el punto culminante del encuentro de
los apóstoles con Jesús es la última cena. Del lado contrario, en cambio,
hay trabajos concretos, relacionados naturalmente con preocupaciones:
ocuparse de los bueyes o de los campos, por ejemplo, u organizar un
casamiento. (Franz Jalics)

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

La meditación es para ti ¿fundamentalmente un descanso o un trabajo?


¿Vives el cristianismo como obligación o como devoción? De hecho,
¿aligera o carga tu vida?
¿Cuáles son tus excusas más frecuentes para no meditar, es decir para no
entrar a la fiesta del encuentro con la Presencia? Si estás aquí es porque
has sentido una llamada a la meditación; ¿cómo es esa llamada? ¿Hay en
tu vida la suficiente dimensión celebrativa o predominan otras
dimensiones como la formativa, la ejecutiva…?
49

EL CRIADO

En el evangelio hay muchas bienaventuranzas. Una de ellas tiene gran


importancia para nosotros, puesto que describe la oración contemplativa
con tal exactitud que casi no podría hacerse de forma más precisa. Se
trata de la historia de ese servidor que, en la noche oscura, espera en
atenta vigilia y con interés a su señor, a pesar de que aún no lo ve. Se
limita a dirigir la mirada en la dirección de donde vendrá su señor. Mira
vigilante el oscuro camino y su corazón espera con paciencia y en silencio
la venida de su señor.

«Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad


como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para
abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados aquellos criados a quienes
el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá,
los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la
segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos»
(Lc. 12, 35-38).

He aquí una precisa descripción de la oración silenciosa y sin palabras: sin


atender los propios pensamientos, sentimientos y tareas, permanecer con
toda la atención y el interés en el Señor. En esta bienaventuranza se
menciona con claridad y se expone dramáticamente la vocación a
contemplar a Dios en silencio y sin palabras.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿A qué estás de hecho más atento en tu vida? (¿al móvil?, ¿a tus hijos?, ¿al
movimiento de tu cuenta bancaria?, ¿al más pequeño movimiento de la
persona que amas?, ¿a tus pensamientos oscuros?...)
¿Sabes al menos cual es “la dirección” de donde vendrá tu esperanza? (En
la medida en que mires en esa dirección, sabes que esa es tu esperanza.)
¿Qué significa para ti en concreto “tened ceñida la cintura y encendidas
las lámparas”?
¿Qué cosas importantes de tu vida te han sorprendido “dormido”, sin
preparar?
¿Sientes vocación al silencio, es decir, a mirar sin intervenir?

LAS BIENAVENTURANZAS

“Jesús les enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres en el espíritu,


porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos
quedarán saciados.
50

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán


misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados
hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos
es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os
calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque
vuestra recompensa será grande en el cielo.” (Mt. 5, 2-12)

Un hombre verdaderamente activo tiene que sentirse perdido ante las


bienaventuranzas: ser pobre, llorar, no recurrir a la violencia, pasar
hambre, ser misericordioso, tener un corazón puro, ser perseguido e
insultado…

Ninguna de estas actitudes puede alcanzarse mediante la actividad.

Trabajar por la paz sería la única. Pero incluso la paz se alcanza más bien
con un trabajo interior que por medio de muchas palabras y acciones. Las
bienaventuranzas conducen a un nuevo planteamiento de la
espiritualidad.

Los tesoros que se prometen en las bienaventuranzas se encuentran en el


reino de Dios (que ya está aquí y ahora, entre nosotros). Esos tesoros se
encuentran en el fondo de nuestra alma: heredar la tierra, alcanzar
misericordia, ver a Dios, ser llamados hijos de Dios, recibir una gran
recompensa en el cielo. Todas estas promesas invitan a dirigir nuestra
mirada no al reino de este mundo, sino al de Dios, al Dios que reina en el
centro de nuestra alma.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Qué cosas de este mundo te llevan a Dios y cuáles te están impidiendo de


hecho llegar a él?
Escribe sinceramente tus propias bienaventuranzas: “Para mí son felices
quienes…”.
¿Qué entiendes exactamente por “un corazón puro”?
Pide tres deseos. Compara hasta qué punto coinciden o no con las
bienaventuranzas de Jesús y obtendrás hasta qué punto te identificas, al
menos intencionalmente, con la propuesta espiritual y humanista de
Jesucristo.
51

UN EXORCISMO

Con ocasión de una dramática curación por parte de Jesús (Mc. 9,14-29;
Mt. 17,14-21; Lc. 9,37-42), un hombre le trajo a su hijo, poseído «por un
espíritu mudo». Este padre de familia describió los síntomas:

«Tiene un espíritu que no lo deja hablar; y cuando lo agarra, lo tira al


suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda rígido» (Mc. 9,17-
18).

El hombre se queja ante Jesús de que los discípulos no habían podido


curar a su hijo; tenía derecho a quejarse, puesto que Jesús había dado a
los discípulos el poder para expulsar a los malos espíritus (Mc. 6,7). Para
curar al muchacho deberían haber tenido la fuerza necesaria. Jesús
pregunta al padre si cree que Él (Jesús) puede curarlo. El hombre
responde con una frase acertada a la vez que humilde:

«Creo, pero ayuda mi falta de fe» (Mc. 9,24).

Jesús curó a ese muchacho. Éste se calmó y quedó tendido en el suelo y


totalmente quieto, de modo que la gente creía que estaba muerto. Jesús lo
levantó y el muchacho se puso en pie. A continuación, Jesús se marchó
con los discípulos a la casa. Sólo entonces se atrevieron a preguntarle por
qué no habían podido ellos curar al muchacho. Pensaban que se trataba
de un espíritu indómito. Jesús les respondió:

«Esta especie sólo puede salir con la oración» (Mc. 9,29).

Era como si dijera: no depende de la magnitud o de la maldad del espíritu,


sino de que vosotros no sois todavía lo suficientemente permeables a la
gracia. Todavía no rezáis bien o no lo hacéis lo suficientemente.

¿No es éste un signo claro –cabe preguntarse- de que Jesús dio gran
importancia en la formación de los discípulos al desarrollo de su vida de
oración. Es como si Jesús les estuviera diciendo: “No basta con que vayáis
y prediquéis. Tenéis que curar a partir de mi fuerza, y eso sólo es posible si
os unís más a mí. Tenéis que estar en una unión más estrecha conmigo,
rezar con más fervor y durante más tiempo. ¿No es esta una aplicación
concreta de la doctrina de la vid y los sarmientos?

Hoy nos quejamos a menudo de la poca fe de las personas o de que


muchas abandonan la Iglesia. Me pregunto su no nos daría Jesús una
respuesta semejante: “estas circunstancias sólo podéis modificarlas con
tiempos más prolongados y silenciosos de oración. ¡Mi fuerza sólo está
fluyendo escasamente a través de vosotros!”.
52

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Qué situaciones “endemoniadas” de tu vida, o de la de tus seres queridos,


requerirían de más oración para poder ser definitivamente vencidas?
¿Has verificado alguna vez en ti mismo el poder sanador de la fe?
¿En qué dos o tres pilares fundamentas tu formación espiritual actual?

MARTA Y MARÍA

Jesús equipara las preocupaciones con la ebriedad. Es así como las sitúa
al nivel de una enfermedad grave.
«Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con
juergas, borracheras y las preocupaciones de la vida, y se os eche encima
de repente aquel día» (Lc. 21,34).
En la parábola del sembrador, Jesús coloca las preocupaciones en la
misma línea que la seducción de las riquezas:
«Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero las
preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra
y se queda estéril» (Mt. 13, 22; Mc. 4,19).

Hay todavía otro texto sobre las preocupaciones que nos sitúa con mucha
exactitud en torno a lo que Jesús quiere decir sobre el combate contra
ellas y en qué medida pueden llegar a bloquear la relación personal con Él:
«Esta (Marta de Betania) tenía una hermana llamada María, que, sentada
junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio,
andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose,
dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para
servir? Dile que me eche una mano”.

Respondiendo, le dijo el Señor: “Marta, Marta, andas inquieta y


preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria: María ha escogido
la parte mejor, y no le será quitada» (Lc. 10, 29-32).

Jesús relaciona aquí la preocupación por los trabajos domésticos y el amor


contemplativo. En homilías y sermones sobre este texto he escuchado una
y otra vez que ambas actitudes son importantes: trabajar y ser
contemplativo. Pero Jesús dijo otra cosa: sólo una es necesaria. Lo elegido
por María es mejor; censura a Marta, que, por sus preocupaciones y
afanes, se pierde la posibilidad de estar junto a Él. Más claro no podría
haberse expresado. De este texto surge la duda sobre si Jesús quiere
conducirnos a la pura contemplación, centrada en Él.

Resulta indiscutible que las actividades aquí, en la tierra, comportan


preocupaciones; y ello porque para alcanzar una meta tengo que pensar,
planificar, colocarme objetivos, elegir medios para alcanzarlos, distinguir,
decidir, tomar resoluciones, ejecutarlas y revisarlas.
53

Sólo en la contemplación pura desaparecen esas preocupaciones. Si Jesús


nos pide que nos desprendamos de todas nuestras preocupaciones, lo que
nos está pidiendo es que al menos por tiempos breves regresemos a la
contemplación pura.

Aquí se excluyen por completo pensamientos, planificaciones, afectos,


aversiones y todo tipo de actividades. No se trata de dejar de ser activos,
claro; se trata tan sólo de dedicar tiempos significativos a contemplar pura
y exclusivamente a Dios.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

¿Cuánto hay en tu vida de Marta y cuanto de María? ¿Cuánto dedicas al


trabajo doméstico y cuánto a la contemplación?
¿Cuánto tiempo diario dedicas a la meditación? ¿Cuál es tu actitud
normalmente a la hora de comenzarla y cuál cuando la terminas?

RITO DE LA BENDICIÓN

Al igual que Jesús encarnó su energía de bendición y de curación en


pequeños gestos, nosotros podríamos encarnar la bendición de nuestro
corazón en pequeños signos como el apretón de manos, el abrazo o el
beso. La madre puede convertir en bendición el gesto de cambiar los
pañales a su bebé; el docente su exposición; el comerciante, la entrega de
su mercancía; y hasta el cliente, su gesto de pagar. Conocí a un psicólogo
que diariamente se concentraba en cada uno de sus pacientes para pedir
por ellos y para conferirles energías. Los bendecía desde su corazón y
desde su mente. Deberíamos desarrollar esta capacidad de obrar el bien.

Bendecir consiste en amar con la fuerza de la fe, que es capaz de


trasladar montañas; bendecir consiste en amar con la firme persuasión de
que nuestro Señor puede hacer realidad nuestro deseo. Los que están
convencidos de la fuerza de la bendición, saben que el hombre tiene
también la fuerza para maldecir. Quienes desean que el otro sufra, “que
reviente”, que se enferme o que se muera, desparraman un veneno que va
haciendo el mal deseado. El grado del mal depende de la fuerza con la cual
lo desean y de la fuerza que su autor sea capaz de concentrar. El odio es
capaz de herir y de matar. Tal vez todos hemos sentido alguna vez en la
vida que la rabia nos cegaba y nos agredía como una fuerza que ahogaba.
He visto gente que deseaba el mal y el mal se realizaba. Por eso el cristiano
debe purificarse constantemente de sus deseos destructivos para poder
bendecir y no maldecir.

¿Qué actividades cotidianas podrías transformar en bendición?


54

¿En qué siete personas te gustaría concentrar diariamente la energía


mental para transmitirles tu fuerza y tu amor (seres queridos, enemigos,
necesitados…)?
¿Has maldecido alguna vez? ¿Has experimentado el veneno de desear el
mal?

La mejor señal de que nuestra actitud es contemplativa es sentir el


deseo de dar, de amar, de respetar y de comunicarse. Es claro que este
deseo tiene que tomar cuerpo, antes que nada, en actos eficientes de
caridad: socorrer a los necesitados, consolar a los afligidos, liberar a los
presos, restablecer la justicia, perdonar las ofensas, respetar la vida y
tantos otros. Pero la actitud contemplativa implica el deseo de hacer todo
esto desde dentro, tal y como Jesús lo hizo. Para eso es preciso aprender a
bendecir.

Para la confesión suelo buscar sacerdotes con quienes pueda


comunicarme, de modo que el signo de la reconciliación no caiga sobre
una incomunicación humana: sobre un contra-signo. Pero más que nada
busco sacerdotes auténticamente espirituales: ministros que vivan en Dios
y de cuyo corazón y de cuya mente pueda surgir la paz y el amor de Dios.
Hasta en la confesión deberían participar los cristianos y, mientras un
hermano se confiesa, podrían suplicar por el perdón y por la paz que desea
obtener.

En la misa, las mismas lecturas tienen que ser leídas con la convicción y
la fuerza de una bendición, porque en ellas baja el Verbo surgiendo del
corazón del lector. Se reviste de sus palabras y entra por nuestros oídos.
Por eso quien lee debe hacerlo desde el corazón y persuadido de que
transmite una bendición. Jesús pronunció una bendición en la Última
Cena y dijo que nosotros hiciéramos lo mismo. A veces vamos a misa para
recibir a Jesús, pero nos olvidamos que es bendiciendo como uno es
bendecido.

Tu amor a tus semejantes, ¿se traduce en actos eficientes de caridad?


¿Crees que normalmente actúas y te mueves desde dentro, desde lo más
profundo de ti?
¿Confiesas a alguien lo que hay en tu corazón? ¿Acoges las confesiones de
alguien?
Tus lecturas, ¿te alimentan realmente el alma?
Si participas de la Eucaristía, ¿la experimentas como bendición?

APRENDER A BENDECIR

Los cristianos creemos en la fuerza de la oración y rezamos por


nuestros seres queridos, por los indigentes y por nuestros enemigos.
Esto implica tener fe en que Dios interviene en nuestra historia. Esta fe
55

trasciende la concepción materialista del mundo, que no es capaz de


imaginar que la fuerza salvadora de Jesucristo pueda realizar milagros en
nuestro universo.

La oración no consiste fundamentalmente en la petición, sino en una


comunicación gratuita con el Señor, es decir, sin esperar de Él más
que a Él mismo. Pero la súplica forma parte esencial del trato con el
Señor; con ella expresamos nuestra indigencia ante Él y nuestra confianza
en Su amor. Claro que la petición tiene que surgir junto con el esfuerzo de
realizar nosotros aquello que pedimos. Los que suplican por algo tienen
que purificarse constantemente, sobre todo por lo que se refiere a sus
intenciones.

¿Crees en la fuerza de tu oración?


¿Rezas por tus seres queridos, por los necesitados, por tus enemigos?
¿En qué momentos de tu historia dirías que Dios ha intervenido? ¿Es tu
oración fundamentalmente de súplica o contemplativa?
¿Intentas poner en práctica aquello que Le has pedido?
¿Sientes que tus intenciones se purifican al orar?

Dios instauró una economía de encarnación: esto significa que quiso


comunicar la gracia de una manera concreta y personal, es decir, por
medio de otros seres humanos. Por eso Jesús bendijo a los niños y a los
enfermos, y por eso enseñó a sus apóstoles a echar demonios y a sanar.
Les dijo que lo hicieran mediante la imposición de las manos y mediante la
unción. Y les otorgó poder para realizarlo. De una manera más general, les
enseñó a dar bendiciones y, así, les confirió el poder para transmitir la paz.

Antes de curar a los enfermos, Jesús sintió amor por ellos; sintió un deseo
irresistible de conferirles algo de su propia riqueza. Este amor suyo fue
lo que le movió a tocarlos. Para la bendición existe por ello y ante todo
alguien que siente una abundancia, alguien que se siente inundado de
amor, paz, felicidad, y que experimenta que su riqueza se desborda. Por
eso quiere comunicarla.

Quien bendice quiere que Dios se haga presente en las personas.


Quien bendice tiene la convicción de que él mismo posee una fuerza, una
luz, una paz o alguna riqueza que es capaz de infundir en otros por medio
del deseo de su corazón y por medio de la fuerza de su mente y de su
alma. Quien da una bendición está profundamente persuadido de su
capacidad de concentrar energías y de traspasarlas a otros. Tiene, además,
la convicción de que la energía que otorga la ha recibido de Dios.

¿Cuántos niños y cuántos enfermos hay actualmente en tu vida?


¿Cuál es el principal demonio que todavía habita en tu corazón?
¿Crees en tu propio poder sanador, para ti y para los demás?
56

¿Sientes el deseo de conferir a los demás algo de tu propia riqueza?


Bendecir es concentrar las energías y traspasarlas a otros. ¿Quieres
aprender a hacerlo?

El rito de la bendición se realiza mediante la imposición de las manos. Se


trata de un gesto que aparece frecuentemente en la Biblia. Jesús impuso
sus manos a los niños y a los enfermos. Los apóstoles conferían el Espíritu
por la imposición de las manos. El que impone sus manos se concentra y
hace pasar su fuerza por medio de sus manos a la cabeza del otro, a quien
bendice. Este signo subraya que el hombre que da la bendición transfiere
algo propio.

Mientras impone las manos se pronuncia esta súplica: “La bendición de


Dios todo poderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ti y
permanezca siempre”. La unión entre la imposición de manos y esta
súplica es lo que caracteriza a la bendición.

Junto con la imposición de las manos aparece en la bendición la señal de


la cruz. Se trata de un signo que visualiza más patentemente el hecho de
que la bendición es de Jesucristo, que nos redimió con su muerte y
resurrección. Algunos padres de familia tienen la costumbre de hacer una
señal de la cruz en la frente de sus hijos. Otros bendicen el pan y la mesa.

¿Qué de bueno que haya en ti te gustaría traspasar a los demás?


Decir Padre, Hijo y Espíritu, ¿qué sentimientos suscita en ti?
Hacer la señal de la cruz en ti o en otros, ¿qué sentimientos te provoca?

LAS PREOCUPACIONES

Imagínese que se le acusa falsamente de un grave crimen, como por


ejemplo de haber cometido un asesinato. Tiene usted que presentarse ante
el tribunal y contratar a un abogado para su defensa. Pero usted decide no
pensar en lo que podría preguntarle el juez, en la coartada que podría
presentar o en qué le podría responder, sino que se presenta totalmente
distendido ante ese tribunal porque ha dejado todas sus preocupaciones al
Espíritu Santo y está seguro de que, en el momento correcto, Él le
inspirará las palabras adecuadas. A mí me parece imposible; pero a lo que
Jesús invita es a abandonar de forma así de radical nuestras
preocupaciones:

«Cuando os conduzcan para entregaros, no os preocupéis por lo que


habréis de decir; decid lo que os inspire en aquel momento. Porque no
seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu Santo» (Mc 13,11).

«Mirad que yo os envío como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como
serpientes y sencillos como palomas. Pero ¡cuidado con la gente!, porque
57

os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán


comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio
ante ellos y ante los gentiles. Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo
que vais a decir o de cómo lo dréis: en aquel momento se os sugerirá lo
que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el
Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros» (Mt. 10,16-20).

«Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a


las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y
gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para
dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que
preocuparos por vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a
las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro»
(Lc. 21,12-15).

Es increíble hasta qué punto quiere Jesús mantenernos alejados de las


preocupaciones. Pero ¿cómo hacemos para dejarlas atrás? Porque lo cierto
es que aún no pensando en ellas, ellas siguen actuando en nuestro
interior. Si es así, es que ciertamente no las hemos dejado de verdad.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

¿Padeces el afán por querer controlarlo todo o vas relajadamente por la


vida?
¿Piensas siempre en lo que vendrá a continuación o te sumerges en lo que
tienes entre manos?
Si no se confía en los demás, no se puede confiar en Dios. ¿Estás de
acuerdo con esta afirmación? ¿Por qué sí o por qué no?
¿Crees posible vivir en este mundo sin preocupaciones? ¿Conoces a gente
serena que afronta lo que le sobreviene con entereza y aplomo?

LOS PÁJAROS DEL CIELO Y LOS LIRIOS DEL CAMPO

Jesús insiste en que no tenemos que preocuparnos. En el evangelio reitera


este deseo varias veces. Es una llamada clara y enfática a la oración
silenciosa y sin palabras. Veamos uno de los pasajes.

«Por eso os digo: no estéis preocupados por vuestra vida pensando qué vais
a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale
más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros
del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro
Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de
vosotros, a fuerza de preocuparse, podrá añadir una hora al tiempo de su
vida? ¿Por qué os preocupáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios
del campo: ni trabajan ni hilan. Y yo os digo que ni Salomón, en todo su
fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está
58

en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará


mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis preocupados
pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir.
Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que
tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre todo el Reino de Dios y su
justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os preocupéis
por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación» (Mt. 6,
25-34; Lc. 12, 22-32).

Todo lo que había reunido el fastuoso Salomón con esfuerzo a lo largo de


su vida con mucho dinero, poder y con la ayuda de todo el pueblo no
puede compararse con un solo lirio que, sin preocupaciones, recibe todo
su esplendor de Dios.

Muchos de los que leen o meditan este texto se quedan en la impresión de


lo hermosos que son los lirios, sin percatarse de que lo que aquí está en el
centro no son los lirios, sino precisamente las preocupaciones.

Seis veces aparecen esas preocupaciones en este texto. Esto está hablando
de una enfática invitación de Jesús a desprendernos de ellas. Pero ¿cómo
podemos desprendernos completamente de las preocupaciones en este
agitado mundo?

El Evangelio responde ciertamente a esta pregunta: Jesús lo expresó con


mucho acierto al referirse a los lirios. Los lirios no piensan, no planean, no
quieren nada, no tienen pasiones ni otros sentimientos, ni siquiera
practican el amor al prójimo. No tienen objetivos ni emplean medios para
alcanzar nada. Simplemente están ahí. Alaban a Dios por su presencia.
¿Puede esta comparación ayudarnos de algún modo

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

¿Cuáles son tus principales preocupaciones en este momento y cómo las


gestionas para que no te roben la paz? ¿Son preocupaciones materiales,
sentimentales, familiares…?
¿Cuánto tiempo dedicas de hecho en tu vida a lo urgente (llamar al
fontanero, pagar las facturas, hacer las compras…) y cuánto a lo esencial
(escuchar música, hacer meditación, dar un paseo…)?
Si te preguntaran por lo que realmente buscas en la vida, ¿qué
responderías?
¿Cuánto de tu tiempo lo inviertes más en proyectar el futuro que en
sumergirte en el presente?
59

LA VID

A través de la oración silenciosa y sin palabras, Jesús nos llama a un


camino interior que, a la larga, conduce a una profundización esencial de
la misión apostólica.

Jesús se denomina a sí mismo la vid, y a nosotros, los sarmientos. Los


sarmientos solo pueden dar fruto si fluye por ellos la fuerza de la vid. Por
eso, los sarmientos deben dirigir su atención no a los frutos, sino, de la
forma más directa posible, a la vid. No pueden dar fruto por su propia
intervención. La fuente de fuerza con la que crecen y maduran las uvas
proviene de la vid.

Los sarmientos, en cambio, son canales por los que fluye la fuerza de la
vid. No son los sarmientos los que producen los frutos, sino la vid a través
de ellos. Por eso, la atención tiene que estar más orientada a la unión
constante con la vid que a la maduración de los frutos. La vid hace que los
frutos crezcan si los canales están abiertos. Los sarmientos no tienen que
llevar por sí solos el agua, sino que deben asegurar la unión con la fuente
y dejar fluir a través de ellos la fuerza de la vid. La fuerza de la vid hace
madurar los frutos, no el esfuerzo de los sarmientos.

La gracia de Cristo que habita en los discípulos actúa a través de ellos.


Cristo es la fuente. Su irradiación, su paz, su amor tienen que brillar a
través de los discípulos. Los enviados solo tienen que seguir siendo
permeables.

Pero se necesitan muchas horas de retiro en mudo silencio a fin de poder


contemplar la vid, permanecer junto a ella, recargarse en ella, sentirse en
casa junto a ella y, lentamente, hacerse una sola cosa con ella.

<<Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.


A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca,
y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto […]
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vida,
así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él,
ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada>> (Jn 15,1-5)

Este nuevo camino que aquí se nos muestra no es una invitación a


volverse inactivos, sino una llamada a reservarse tiempos silenciosos de
oración en los que Su presencia se despliegue en nosotros y ocupe más y
más espacio, y así hasta que lleguemos a ser totalmente Cristo en la tierra.
Se trata de una segunda vocación al seguimiento de Cristo, no menor que
la primera.
60

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN:

¿En qué sentido es Jesús de Nazaret para ti un maestro de meditación?


¿Qué frutos estás dando en este momento de tu vida?
Amor, paz y alegría: ¿cuánto de ello hay de hecho en tu vida?
¿Sientes que estar cerca de la Fuente te recarga?

APRENDER DE LOS NIÑOS

Jesús llamó a los discípulos y los envió con una tarea concreta. Les dio
instrucciones precisas sobre el modo en que debían presentarse, así como
objetivos concretos y criterios. Les proporciona una “espiritualidad activa”.

Pero tras los primeros pasos en esa vida comprometida, Jesús comenzó a
mostrarles que todas esas actividades no tenían mucho sentido y que,
ciertamente, no darían los frutos esperados si no entraban en una relación
personal más profunda con Dios.

Es así como hay que entender los encuentros que tuvo Jesús con los
niños. Él recrimina a los discípulos que no permitan que los niños se les
acerquen. Comenta que ellos ya están en el reino de Dios, mientras que los
discípulos solo podrán llegar allí mediante un gran esfuerzo:

<< Entonces le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos
y orase, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: “Dejadlos, no impidáis a los
niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos”>>
(Mt 19,13-14; Mc 10,13-16; Lc 18,15-17)

Es más: Jesús habla de los niños incluso como modelo para otros, también para
los discípulos:
<< En verdad os digo, el que no reciba el reino de Dios como un niño no entrará
en él>> (Lc 18,17)

Con mayor claridad aún se expresa cuando los discípulos le preguntan quién es el
mayor en el reino de Dios. Entonces, Jesús coloca a los niños en el centro y como
criterio para los discípulos. Éstos, a pesar de que ya han recibido una misión,
tienen que convertirse y llegar a ser como los niños; de otro modo no podrán
alcanzar la vida eterna.

<<En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:


“¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: “En verdad os digo que, si no os
convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”>> (Mt
18,1-3)
61

Jesús refuerza otras tres veces más esta afirmación. Primeramente cuando
coloca la pequeñez como criterio de grandeza en el reino de los cielos. <>
(Mt 18,4)

Después, se identifica totalmente con esos niños: <<El que acoge a un niño
como este en mi nombre me acoge a mí>> (Mt 18,5)

Y, finalmente, los pone en relación directa con Dios, su Padre: <<Cuidado


con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles
están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial>> (Mt
18,10)

Esta actitud de vida es ciertamente distinta que la planteada en la


espiritualidad activa. ¿Qué es, pues lo que Jesús quiere decir con este
cambio? ¿Qué se propone? ¿Qué significa este contraste respecto de las
exigencias que puso en ocasión de la misión de los discípulos?

Este contraste con la espiritualidad activa va aún más allá. En lugar de


colocar tareas, Jesús habla de un detenerse y descansar. Él habla
anunciando a los discípulos persecuciones; pro ahora, en lugar de eso,
quiere que descansen. ¿Cómo se conjugan ambas cosas?

<<Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.


Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde
De corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas.
Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera>><>

Con todo esto, ¿quiere Jesús expresar mensajes paradójicos? ¿Qué oculta
el Padre del cielo a los apóstoles que haya revelado ya a los niños?

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN:


¿Hay niños en tu vida? ¿Cómo te sientes ante ellos?
¿Qué margen de maniobra tiene en tu vida tu niño interior? ¿Cuánta
simplicidad y cuánta complejidad hay en tu vida?
¿Hasta qué punto es para ti la pequeñez criterio de grandeza?
¿Hay suficiente descanso en tus días? ¿Te permites perder el tiempo y
jugar?

LA PERSEVERANCIA EN EL CAMINO DE LA ORACIÓN


CONTEMPLATIVA

Los seres humanos somos muy diferentes. Santa Teresa de Lisieux vivió ya
desde sus primeros años de vida en un estado de verdadera
contemplación. Otros llegan a ella tal vez en el momento de su agonía.
Entre medias hay un abanico muy amplio con diferentes variantes.
62

La posibilidad de un camino contemplativo depende mucho del anhelo de


cada cual. Algunos llevan esperando media vida a que llegue alguien que
les indique el camino. Cuando es así, aprovechan resueltamente la
posibilidad que se les abre y el camino se les convierte entonces en una
necesidad cotidiana. Otros, por el contrario, aun habiendo recibido una
buena iniciación no son capaces de decidirse por una oración cotidiana.
Debe quedar claro que nadie debe ejercer presión sobre estas personas,
insistiéndolas en que practiquen la oración silenciosa a diario.

A un retiro de iniciación a la contemplación todos acuden


voluntariamente. Cuando la iniciación ha terminado, es preciso que
realmente haya terminado. No se debe presionar en modo alguno para que
la meditación se realice diariamente. Para principiantes que quieran
continuar, veinte minutos diarios son a menudo un buen comienzo. Pero
sin dedicar por lo menos veinte minutos diarios a la oración contemplativa,
no se continuará por mucho tiempo en su práctica. Esta oración requiere
tiempo y perseverancia.

Por supuesto que pueden practicarse al tiempo dos formas de oración


distintas. A quienes han practicado durante algunos años la oración
contemplativa y que trabajan en relaciones de ayuda, como es el caso de
los pastores de almas, terapeutas, maestros y tantos otros, les aconsejo al
menos una hora diaria de oración silenciosa. Es sólo una propuesta, claro;
pero tal vez puede servir de orientación para muchos.

En el Antiguo Testamento era norma regalar a Dios el diezmo de todo lo


que se poseía. Para nosotros es una exigencia elevada, pues eso supondría
entregar a la oración más de dos horas diarias. El tiempo es nuestro gran
tesoro. Tenemos la posibilidad de regalarle a Dios algo de ese tesoro. Aun
así, a Dios no se le puede ganar en generosidad.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Cómo has llegado a la contemplación? ¿Ha sido un camino corto, largo,


atribulado, sencillo…?
¿Qué personas o libros te han abierto a la contemplación? ¿Qué es en
esencia lo que has aprendido de cada uno de ellos?
¿Consideras que el tiempo que dedicas a la práctica meditativa
diariamente es suficiente?
¿Haces compatible la oración contemplativa con otros tipos de oración?
¿Cuáles? ¿Cómo experimentas esa compatibilidad o conjugación?
63

ACTITUDES IMPORTANTES PARA LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA

a) La orientación

Los tiempos que dedicamos a la oración son aquí, en la tierra, al fin y al


cabo, una actividad. De ahí que se orienten necesariamente hacia un fin.
Por eso, en todo momento puede preguntarse al orante: ¿Para qué lo hago?
La respuesta siempre debería ser: «Para adorar a Dios, nuestro Señor»;
«para regalarle a Dios mi tiempo»; «para permanecer en la presencia de
Cristo».

Pero a menudo oramos más bien para que Dios nos dé una vida hermosa o
para desarrollarnos espiritualmente, para consolidarnos interiormente,
para descansar o para obtener fuerzas de cara a nuestro trabajo. No son
intenciones malas, pero todavía son motivaciones centradas en el propio
yo.

Se trata, pues, de la intención, que debería ser consagrar nuestra oración


a la mayor gloria de Dios. Lo importante no es entonces la obtención de
una ganancia para nosotros. En la oración contemplativa, como también
en todas las demás actividades, la intención es muy importante. Yo
aconsejo por ello renovar siempre, al comienzo de cada meditación, la
rectitud de intención.

Al final de la meditación podremos verificar hasta qué punto hemos


regalado a Dios nuestro tiempo sin intenciones ulteriores. Si realmente
hemos estado en la meditación por Dios, podemos estar contentos con ella
y decir: «Señor, esto es lo que he podido hacer, lo he hecho por ti, y por eso
estoy contento». Esa satisfacción es un signo de que lo hemos hecho por
Dios.

b) «Vender todo»

Hemos sido creados para crecer y para menguar. Para crecer porque
estamos llamados a aceptar realmente esta creación; para menguar en
vistas a desplazar lentamente nuestros tesoros terrenos a los tesoros
eternos del cielo, y ello hasta que no tengamos más que aquello que
depositaremos en las manos de Dios en nuestro instante postrero. Esta
perspectiva tiene que estar siempre existencialmente presente.

En la oración contemplativa tenemos que desprendernos de nuestros


pensamientos, de nuestras aversiones y afectos y de nuestro hacer. Al fin
de la vida tendremos que entregarlo todo y entrar en la eternidad sólo con
los tesoros del cielo. Esta perspectiva tiene que estar siempre presente
ante nosotros. No tenemos una patria permanente aquí, en la tierra.
64

c) El proceso emocional

En el silencio de la oración contemplativa emergen siempre sentimientos


no elaborados que actúan sobre nosotros negativamente y que a menudo
son muy dolorosos. Tenemos que aprender a relacionarnos con ellos.
Tenemos que permitir que vengan: no terminar antes el tiempo de oración
porque haya algo que nos disguste y que quiera emerger; se trata de
soportar con buena disposición el dolor que emerge con esos sentimientos;
de no reprimirlos, sino de contemplarlos y aceptarlos con amor, dejarlos
donde están y regresar al presente. De este modo se van disolviendo poco a
poco. Es así como los sentimientos, sean los que sean, van siendo
aceptados. Si regresan, tenemos que reaccionar una vez más del mismo
modo. Así sufrimos lo que todavía falta para que, con el tiempo, puedan
disolverse por completo. Estos sentimientos pertenecen a la cruz que
cargamos junto con Cristo.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL


¿Cuál es la motivación profunda de tu meditación?
¿Has integrado en tu práctica meditativa la renovación de la rectitud de
intención al comienzo de la misma y su revisión a su término?
¿En qué tesoros terrenos está tu corazón? ¿Hasta qué punto estás
polarizado por los tesoros celestes?
¿Has vivido la meditación como camino de purificación de tus emociones y
sombras? ¿En qué sentido?

LAS MANOS Y EL NOMBRE DE JESUCRISTO

Las manos juntas son el gesto de oración más conocido en el cristianismo.


Los sacerdotes rezan las partes más importantes de la celebración
eucarística con las manos levantadas, un ademán en el que las palmas de
las manos están una frente a la otra. En el Antiguo Testamento, dos
manos levantadas aluden siempre a la oración. En muchos iconos se
representa a la Virgen María en oración precisamente con las manos
extendidas. Esta posición se conoce con el nombre de «posición orante».

Muchos meditadores encuentran una gran ayuda en esta posición de las


manos. Muchos descubren en poco tiempo la fuerza y el recogimiento que
proviene de esta posición.

Estas tres primeras ayudas —la contemplación de la naturaleza, la


respiración y la posición de las manos— hay que practicarlas largamente
hasta que se han interiorizado; después podrá agregarse una cuarta: el
nombre de Jesucristo.

El nombre de Jesús es poderoso. Debe pronunciarse con cada aliento. Con


la espiración, es decir, con el movimiento descendente, decir «Jesús»,
65

puesto que Él ha descendido del Padre hacia nosotros; con la inspiración,


el movimiento ascendente, decir «Cristo», puesto que Él nos ha redimido y
nos conduce al Padre.

El famoso peregrino ruso decía con esta finalidad una frase relativamente
larga: «Señor Jesús, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mí». Pero es que él
meditaba mientras caminaba rápidamente, y eso marca la diferencia. Si se
está sentado o de rodillas, es mejor decir menos palabras y quedarse
simplemente en el nombre. Recomiendo permanecer al menos durante los
primeros veinte o treinta días en el nombre de «Jesucristo».

Cuando se modifica el nombre o se elige otra palabra, en la mayoría de los


casos se está intentando avanzar más rápidamente en la oración
contemplativa. O se cambia porque el orante se aburre con ese nombre.
Pero no se trata de lograr algo, sino de permanecer ahí, simplemente, sin
intención alguna.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Meditas con las manos juntas a la altura del pecho, una frente a la otra,
sea a la altura del pecho o apoyadas en las piernas, o con las manos
recogidas en el regazo? ¿Te ayuda esta postura al recogimiento? ¿En qué
sentido?
¿Meditas con el mantras “Cristo-Jesús”, “Maranatha”, “sí”, algún otro?
¿Tienes alguna dificultad en su recitación atenta y amorosa?
¿Sientes la tentación de cambiar de mantra?
¿Experimentas que el mantra se va arraigando en tu conciencia hasta el
punto que va apareciendo ahí también en tu vida cotidiana?

LA RESPIRACIÓN

Para aprender a meditar, lo aconsejable es estar sentado, sea en una silla


o en un cojín, o de rodillas. Esta postura es necesaria porque promueve la
tranquilidad y el silencio. Se ha repetido por activa y por pasiva que la
columna vertebral erguida contribuye mucho a la percepción serena.

Todas las formas de contemplación recurren a la ayuda de la respiración.


Prestar atención a la respiración da aún más tranquilidad que permanecer
en la naturaleza. En la naturaleza nos asombramos y, a continuación,
seguimos nuestro camino, pues hay miles de objetos y de seres vivos que
atraen nuestra atención. También hay que regresar a la naturaleza
siempre de nuevo; pero es que necesitamos de algo todavía más tranquilo
que una caminata o un paseo.

Lo más efectivo es sentarse con tranquilidad, de modo que se pueda


permanecer sin moverse durante un tiempo más o menos prolongado. Una
66

vez sentados, se trata de estar atentos a la respiración. El asunto no


consiste en tranquilizar la propia respiración, sino en limitarse a
contemplarla. No ejerzo influencia en ella. De lo contrario, ya se está
«haciendo» algo.

Quien presta atención a su respiración, se tranquiliza. Y no sólo él, sino


también su respiración se hace más lenta. El que corre, respira
rápidamente; el que camina, respira más lentamente, y el que está
acostado, todavía más despacio. Quien contempla el movimiento de
entrada y salida de su respiración, se dará cuenta de que su respiración se
hace mucho más lenta. Por breves instantes puede incluso detenerse. Esto
puede observarse bien en el momento del asombro.

En el relato bíblico de la creación del ser humano se describe claramente


que Dios creó primeramente el cuerpo, a fin de insuflarle después la
respiración o hálito de vida. Por la atención a la respiración, encontramos
de nuevo el camino hacia el Creador. El presente nos conduce a la
Presencia.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

Cuando meditas, ¿cómo sientes tu cuerpo por lo general?


¿Qué sueles experimentar cuando contemplas tu respiración?
¿Percibes diferencias entre la inspiración y la espiración, el dar y el
recibir?
Respirar o razonar. ¿te has dado cuenta de que cuando estás en el nivel
espiritual de la respiración no estás en el mental del raciocinio?

PERMANECER EN LA NATURALEZA

La naturaleza es una grandísima maestra de la percepción. Las montañas,


los bosques, las flores, los pájaros y los arroyos nos enseñan a percibir.
Nos conducen al silencio. Quien contempla por la noche las estrellas
aprende lentamente a permanecer en el asombro. Al contemplar a los
niños mientras juegan, es posible admirarlos y detenerse un poco en esa
admiración. Permanecer en la percepción conduce a una existencia
sencilla. En el asombro no tenemos pensamientos, no nos centramos en
nuestros sentimientos ni nos ocupamos de nada en particular. El asombro
es ya casi una auténtica oración de carácter contemplativo.

Si uno se encuentra de esta manera con la naturaleza, pronto aparecen


dos posibles distracciones. La primera: se ve un hormiguero, por ejemplo,
y se contempla cómo trabajan las hormigas, que son laboriosas, cómo van
por un camino, se encuentran y prosiguen con sus cosas. Todo esto puede
resultar muy interesante. Pero esto ya no es un acto contemplativo, sino
una mera observación. Al contemplar y al admirar no quiero alcanzar nada
67

para mí. Me limito a asombrarme. El científico no contempla y se asombra,


sino que observa. Dicho más exactamente: el científico también se
asombra cuando descubre algo; pero inmediatamente quiere saber más y
es así como pasa enseguida a la observación. El que observa quiere saber
algo, averiguar algo. Es un querer tener, un medio para un fin. Por el
contrario, quien contempla se contenta con la pura contemplación. Le
basta el asombro. Quien quiere permanecer en el asombro o en la
contemplación no se deja distraer por sus descubrimientos, por
maravillosos que sean.

La segunda distracción proviene de nosotros mismos. Surge, por así


decirlo, por una asociación con nuestra vida. Veo un árbol caído a causa
de una tormenta y cuyas hojas se han marchitado y, casi sin quererlo y de
inmediato, relaciono esta observación con mi vida: «Mi vida también es tan
triste como un árbol caído», pienso. Con ello ya no estoy en la percepción.
He pasado de la contemplación del árbol a la reflexión sobre mi vida. Si
quiero permanecer en la contemplación, tengo que dejar que los
pensamientos o sentimientos se vayan y regresar a la percepción directa.
Por tanto, ni siquiera ante la naturaleza es fácil permanecer en la
contemplación. Hay que aprenderlo, y eso requiere práctica y tiempo.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Has encontrado algo del misterio de Dios en la naturaleza? ¿Qué?


¿Cuándo?
¿Cómo?
¿Qué te ha asombrado hoy, esta semana, este mes? ¿Cómo ha nacido ese
asombro, cómo has reaccionado ante él?
Observación y reflexión no es contemplación. Describe algún instante
auténticamente contemplativo que hayas vivido.

PERMANECER EN LA PERCEPCIÓN

Permanecer en la pura percepción es para nosotros difícil porque


tendemos a pasar casi necesariamente de la percepción al pensamiento y
de éste a la acción. En efecto, cuando en un manzano veo una manzana ya
madura, es decir, cuando apenas la percibo, se me plantea la pregunta de
si debo o no arrancarla y comérmela. Pero si es así, es que me encuentro
ya en el pensamiento, no en la contemplación. Y si me decido a coger la
manzana, paso efectivamente a la ejecución. Esto se produce en muchas
situaciones de nuestra vida.

El decurso es siempre el mismo: percibir, reflexionar y actuar. En el nivel


de la contemplación hemos de aprender a percibir y a permanecer en la
percepción, no a pasar al pensamiento y mucho menos aún a la acción. La
68

contemplación de Dios es percepción, pura captación perceptiva sin


pensamiento y sin ejecución.

No sólo nos distraen de la contemplación el pensamiento y la acción, sino


también nuestros sentimientos. Esto agrava el asunto, y es por ello que
hemos de aprender a distanciarnos también de los sentimientos. Esto sólo
se logra si miramos nuestros sentimientos, aceptamos su presencia y les
permitimos permanecer, para regresar acto seguido a la contemplación.

Quien ha iniciado este camino sabe que el permanecer largo tiempo en la


pura percepción requiere de mucho tiempo y disciplina. Estoy convencido,
sin embargo, de que en la vida eterna no pensaremos ni tendremos
sentimientos —la bienaventuranza eterna no es un sentimiento—; tampoco
estaremos ocupados. El camino que conduce al estado de la pura
contemplación es largo: fácilmente puede durar «cuarenta años». No es
importante la rapidez con que alcancemos la contemplación o, mejor
dicho, cuándo nos la regala Dios. Sí que lo es, en cambio, que para este
permanecer en la contemplación, sin pasar al pensamiento o a la acción,
necesitamos de ayuda.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Entiendes tu meditación como un no cargar intelectual ni


sentimentalmente lo que va apareciendo en tu mente, sino sencillamente
reconocerlo y dejarlo pasar?
¿Percibes que la actitud de no intervención, propia de la meditación, se va
extendiendo también en tu vida?
¿Padeces de cierta avidez por avanzar más rápidamente en el camino?

MIRAR UN PUNTO

El fin último de la oración contemplativa es la visión de Dios. Dios es un


misterio, cierto. Es incomprensible pero muy real. Es el fin último de
nuestra vida. Pero no podemos contemplarlo porque no es visible a nuestra
vista y, sin embargo, podemos aprender a contemplarlo. Estamos invitados
y llamados a acercarnos al Padre por Él. Todos tenemos que aprender a
mirar a Jesucristo.

Pero tampoco Jesucristo, el Resucitado, es visible. Y sin embargo, podemos


aprender a dirigir hacia Él la mirada para que, al final, seamos capaces de
contemplar al Padre. Tenemos que aprender a dirigir de tal manera la
mirada hacia Jesucristo que podamos permanecer en su contemplación
sin distracción de clase alguna, de forma continua y durante largo tiempo.

El camino consiste en mirar un punto, no importa cuál. En el ulterior


curso de la práctica, la atención se trasladará de ese punto a Jesucristo.
69

Pero primero tenemos que aprender a dirigir la mirada durante media hora
o una hora entera con plena atención, sin pensamientos ni distracciones,
hacia un objeto o punto concreto. No es fácil; el aprendizaje puede durar
algunos años.

Quisiera describir este trabajo previo con un ejemplo: un ejecutivo que a


causa de la crisis bursátil había perdido mucho dinero, cayó en un fuerte
estrés. Tuvo la gran suerte de que un buen amigo y colaborador se hiciera
cargo de sus negocios por un tiempo relativamente prolongado. En
realidad, habría tenido que ser ingresado en una clínica psiquiátrica. Pero,
en lugar de ello, decidió tomarse dos meses de descanso y viajar con su
esposa a una isla. Allí estaban bien atendidos. Cada mañana, el hombre
iba sólo a la playa y aguardaba el amanecer. A diario miraba durante
horas el horizonte, hasta que podía relajarse un poco. Lentamente, sus
preocupaciones fueron pasando a un segundo plano y pudo relajarse más.
Recordó mucho su infancia en las montañas y praderas. En dos meses
logró, si no la liberación de toda preocupación, sí por lo menos tener
mucha paz, poder prestar oído a la naturaleza y escuchar durante horas el
gorjeo de los pájaros. Fue capaz de percibir las olas que llegaban hasta la
playa y de estar simplemente allí, durante horas. No leyó una sola línea
durante ese tiempo. Así aprendió a desprenderse de todo y a estar,
simplemente, a no pensar, a no hacer nada, a sentirse bien en el silencio.
Al cabo de dos meses se sentaba o tendía relajado el día entero en la playa
y, simplemente, disfrutaba del silencio. Estaba en paz consigo mismo. Se
entusiasmó tanto por esa nueva vida que permaneció dos meses más. En
ese tiempo experimentó una paz aún más profunda y descubrió qué
hermoso es, simplemente, estar.

Lo que este ejecutivo alcanzó en cuatro meses es extraordinario. Sin


embargo, un hombre contemplativo debería alcanzar este estado cada día
y permanecer en él durante una hora. No es algo imposible, se puede
aprender. Pero requiere mucho tiempo. Como no podemos viajar siempre
que queramos y por cuatro meses a una isla, en lugar de comenzar
mirando el horizonte tenemos que hacerlo tomando como base un punto
donde pueda reposar nuestra mirada.

Cuando tras un tiempo prolongado, alguien aprende a mirar con toda la


atención a Jesucristo en lugar de a un punto o al horizonte, hablamos de
oración contemplativa o de oración de Jesús. A diferencia del ejecutivo
mencionado, la persona que practica la oración silenciosa y sin palabras
no necesita sólo cuatro meses, sino varios años para aprender esta forma
de contemplación. En efecto, no se encuentra de vacaciones, sino en casa,
y trabaja cada día. Pero, con la práctica, puede sumergirse en pocos
minutos en la contemplación y, tras una hora diaria de silencio
contemplativo, ir a su trabajo con un impulso sereno, como si se tratara
del primer día después de cuatro meses de vacaciones. El hombre
70

contemplativo puede realizar tareas arduas que traen consigo muchos


pensamientos, enfado y actividad, cosas todas ellas que a otros llevarían a
situaciones de estrés. Pero esta hora diaria de oración le da tanta paz
interior que puede descansar en sí mismo también durante su trabajo. En
los resultados se nota que la gracia fluye de manera especial a través de
Él.

Nadie puede aprender oración contemplativa en poco tiempo. Pienso en los


israelitas, que, después de cuarenta años de caminar por el desierto, no
tenían todavía una relación consolidada con Dios. Jesús había vivido
treinta años en obediencia en Nazaret antes de que, tras el bautismo en el
Jordán, pudiese experimentar durante cuarenta días de desierto la
profunda relación con su Padre. Después, durante su vida pública, pudo
permanecer noches enteras en oración, como hemos visto. Los monjes
contemplativos de la Edad Media se levantaban a las dos de la madrugada
(y lo siguen haciendo aún hoy) para orar contemplativamente. También en
la agitada vida de nuestro tiempo hay hombres contemplativos que, con
ejercicios espirituales anuales en silencio y con una hora de contemplación
diaria, aprenden a seguir el camino contemplativo. Hay que invertir mucha
fuerza y andar durante años en el silencio de forma consecuente a fin de
poder llegar cada día, durante un tiempo determinado, a la quietud y a la
contemplación. Y así hasta poder contemplar a Cristo, el Sol naciente, sin
pensamientos que perturben.

Cuando Jesús dice en el evangelio que no tenemos que preocuparnos está


queriendo decir que no debemos tener ningún pensamiento, ninguna
palabra, ningún sentimiento cambiante. Tenemos que aprender a
permanecer enteramente sin actividades y sin preocupaciones, hasta que
los sentimientos se aquieten en el silencio. Esta es la base de la oración
contemplativa. Esa oración da fuerza a la actividad y efectividad a la
acción pastoral.

Hay muchos caminos para aprender la oración contemplativa. Todos son


válidos mientras no se mezclen con esoterismo y no se reduzcan a una
suerte de técnica para la serenidad y el bienestar. El fin debe ser
contemplar a Dios; la persona debe estar orientada única y exclusivamente
hacia Dios. Lo diré de otro modo: las prácticas esotéricas, la aspiración al
bienestar o a la búsqueda de serenidad no son malas mientras no sean
egocéntricas, sino que tengan como fin último a Dios.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Cómo es tu mirada a Jesucristo?


¿Sientes realmente a Cristo como camino al Padre?
Tu punto de mira fundamental en la oración y en la vida, ¿es Él o tu
bienestar?
71

LA PALABRA DE MAIN
COMPROMISO CON LA SIMPLICIDAD

La simplicidad es la condición para la bondad y para la bienaventuranza, y


la aprendemos a través de la pobreza. La simplicidad como meta nos
resulta muy desconocida. La mayoría de nosotros hemos sido
cuidadosamente entrenados a pensar que sólo la complejidad es
merecedora del respeto. Para entender la simplicidad tenemos que entrar
en ella. Tenemos que entrar en la simplicidad de Dios y ser simplificados
en este proceso.

Al meditar aprendemos a ser. La mejor manera para describir ese ser es


afirmar que entramos en un estado de total simplicidad. Todos sabemos en
un nivel más profundo de nuestro ser que la verdad tan sólo puede ser
encontrada en la simplicidad, abriéndonos a ella. Lo que todos
necesitamos es la capacidad de asombro de los niños, la sencillez infantil
de la adoración ante la magnificencia de la Creación.

Pero la simplicidad no es necesariamente fácil. Cuando me preguntan:


“¿Qué tengo qué hacer para meditar?”, y les digo que tienen que sentarse
quietos y aprender a decir sólo, atenta y amorosamente, una palabra o
una frase corta, la gente normalmente se escandaliza.

La vivencia de la meditación consiste en anclarse en la Verdad, en el


Camino y en la Vida. En la visión cristiana, esa ancla es Jesús. Él nos
revela que Dios es la tierra misma de nuestro ser, que todos carecemos de
existencia fuera de Él. La gran ilusión en la que la mayoría de nosotros
estamos atrapados es que somos el centro de nuestro mundo y que todo y
todos giran a nuestro alrededor. En la meditación nos damos cuenta de
que esto no es verdad. La verdad es que más bien Dios es el centro y que
cada uno de nosotros tiene su ser por su gracia, por su poder y por su
amor.

La meditación es un camino magnífico para la liberación. Por ejemplo, nos


libera del pasado, y ello porque mediante la disciplina de decir nuestra
palabra nos abrimos al presente. Es así como los miedos y
arrepentimientos del pasado pierden su poder para dominarnos.

En meditación aprendemos que somos porque Dios es. Aprendemos que


simplemente ser es nuestro mayor don. Asimismo, somos liberados del
futuro, de las preocupaciones o del miedo. Lo que la visión cristina nos
muestra es que el gran poder que disipa todo temor es el amor. El corazón
del mensaje cristiano es que Dios es amor y que Jesús nos ha salvado de
72

la esclavitud del miedo y nos ha entregado a cada uno a la luz y al amor


del Padre.

A lo que cada uno está convidado es a abrirse a entrar en la experiencia


propia de Jesús. Lo que podemos aprender en la meditación es que esto no
es sólo teología o poesía teológica, sino que es la realidad viva y presente
que está en el centro de nuestro ser.

Pero para entrar en este Camino se requiere apertura, sinceridad y


simplicidad. Y sobre todo se requiere compromiso. No el compromiso por
una causa o por una ideología, sino un compromiso de un volver a diario a
la raíz de nuestra existencia, un compromiso de responderle a la vida con
atención. Lo que aprendemos en meditación es que no tenemos nada que
temer del compromiso a crear este espacio.

Creo que todos tenemos el compromiso porque parece que reduce nuestras
opciones. Nos decimos: bien, si me comprometo con meditar entonces no
podré hacer otras cosas. Este miedo se disuelve en la medida en que no
vivimos en la superficialidad de nuestro ser sino en sus
profundidades.

Con lo que todos nos encontramos en la vivencia de la meditación es con


que nuestro horizontes se van expandiendo, no contrayendo, y que no nos
sentimos constreñidos sino liberados.

Preparad vuestro día “siendo”. El mantra os llevara a un mayor silencio. El


silencio os guiará a una mayor profundidad. En la profundidad no
encontraréis ideales o ideologías, sino una persona que es Dios y que es
Amor. Lo sepamos o no, eso es lo que estamos buscando.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Cuántas cosas hay en tu vida que son sencillas y cuántas complicadas?


¿Tienes capacidad de asombro, de admiración? Describe al niño que
pervive en ti.
¿Vas siendo consciente de cómo la meditación va desplazando tu centro,
de modo que ya no está tanto en ti mismo?
¿Cuánto de tu conciencia está todavía ocupado por el pasado y por el
futuro y cuánto, por el contrario, está ya anclado en el presente?
¿Temes que la meditación te quite tiempo o energía para otras actividades?

EL CAMINO DE LA LIBERACIÓN

Si estamos comprometidos con decir nuestro mantra, estaremos más y


más profundamente comprometidos con la realidad de nuestro propio ser,
con la realidad de toda la creación y con la de Dios. El verdadero hombre o
73

mujer religioso es quien vive su vida respondiendo a la realidad. No a


metas, no a ambiciones, no a cosas secundarias, no a cosas materiales, no
a lo que es trivial. Si respondemos a lo que es trivial, nos trivializamos
nosotros mismos.

La gran fantasía es que estamos en el centro de la realidad. En la


conciencia inicial de la vida pareciera que accedemos al mundo externo
desde nuestro propio centro. Pareciera que monitoreamos el mundo
exterior desde un centro de control interno. Es así como parece que el
mundo gira alrededor de nosotros. Luego comenzamos a tratar de
controlar ese mundo, de dominarlo y de ponerlo a nuestro servicio. Este es
el camino hacia la alienación, hacia la soledad y hacia la ansiedad, pues es
fundamentalmente irreal.

Lo que encontramos en la meditación es que Dios es el centro, que Dios es


la fuente de toda realidad. Lo que descubrimos es que no hay nada real
fuera de Dios. Sólo lo ilusorio existe fuera del centro real. Es así como
comenzamos a saber, desde nuestra propia experiencia, que Él es el
asiento de nuestro ser. En Él vivimos. Por Él vivimos.

El resultado es que nuestra meditación se convierte en la vía de la


liberación. Es lo que Jesús vino a proclamar: “Yo he venido para que
tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10,10). En otras palabras, no
necesitamos pedir perdón por ser. No precisamos pasarnos la vida
haciéndonos aceptables para los demás. Necesitamos tan sólo estar
arraigados en la realidad.

La meditación es una vía para la liberación de todo miedo. El miedo es el


mayor impedimento a la abundancia de vida. La maravilla de la visión
proclamada por Jesús es que el gran poder del amor que disipa el temor es
el poder con el que hacemos contacto con la profundidad de nuestro ser.
Pero no hay medias tintas. No se puede decidir hacer un poquito de
meditación. La opción es meditar y arraigar las propias vidas en la
realidad: ser libres para ser, y ser plenamente cada momento de nuestras
vidas. Tal como yo lo entiendo, de eso es de lo que trata el Evangelio.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Sientes que el mantra te inserta en la realidad o más bien te saca de ella?


¿Te consideras una persona realista o más bien tendente a vivir en tus
propios mundos interiores?
En tu vida, ¿qué hay en este momento de trivial y de superfluo?
¿Sigues pretendiendo que el mundo se pliegue a tus proyectos y deseos?
¿Experimentas realmente que no hay nada real fuera de Dios?
¿Comprendes de verdad que sólo lo ilusorio es lo que te hace padecer?
74

La meditación, ¿trae alivio y consuelo a tu vida o es más bien otro peso,


otra carga o responsabilidad?
¿Hasta qué punto actúas para ser querido y aceptado por los demás?
¿Cambiarías alguno de tus quehaceres si supieras que en adelante todo
iba a ser estrictamente privado?
¿Quieres “hacer contemplación” o “ser contemplativo”?

COMUNIÓN SILENCIOSA

Toda la riqueza del Nuevo Testamento y toda la plenitud de la riqueza que


Cristo vino a proclamar están disponibles por cada uno de nosotros si nos
ponemos en la adecuada disposición para recibirlo.

El impulso central del Evangelio es la proclamación de la plenitud de vida,


de la plenitud de ser. La plenitud de vida de la que habla Cristo proviene
de vivir desde la profundidad de nuestro ser. Esta convicción del Nuevo
Testamento surgió de la experiencia de algunos hombres que proclamaron
que todos sin excepción estamos invitados a vivir nuestras vidas basados
en el poder de Dios, en el poder de su amor.

Lo que queda muy claro al leer el Nuevo Testamento es que la llamada a


los cristianos es a “crecer”, a la profundidad; también queda igualmente
claro que esta profundidad y madurez tienen lugar “en Cristo”. Ser
cristiano es ser uno con Cristo. Esta unión clarifica nuestra percepción.
Unidad, unión y comunión son la tríada del crecimiento de un cristiano.

La experiencia de la meditación es, en última instancia, la de entrar en


unión con la energía que creó el universo. Lo que un cristiano tiene que
proclamar al mundo es que esa energía es amor, y que es la fuente de
donde fluye toda la creación. Esto no es sólo poesía. Nuestra práctica de
meditación nos dice que esta es la experiencia a la que cada uno de
nosotros está llamado. No debemos contentarnos con estar en la
superficie, sino vivir en las profundidades de nuestro ser. Es en lo
profundo de nuestro ser donde la unión con Cristo se está dando
continuamente. Al comienzo de un camino de meditación, como es
natural, todo esto debe aceptarse por vía de la fe. Pero si somos pacientes
y fieles, la meditación los llevará a reinos de silencio más y más profundos.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Qué sentimientos te suscita la lectura de este texto?


¿Crees realmente estar llamado a la plenitud de la vida y del ser? ¿Crees
realmente que vas a alcanzar algún día esa plenitud de vida y de ser? ¿Te
das cuenta de que si no lo crees, no la alcanzarás?
El poder de Dios quiere positivamente obrar en ti maravillas que ahora no
puedes ni imaginar. ¿Qué te genera esta afirmación?
75

Estás llamado a ser uno con Cristo, a ser Cristo. ¿Deseas esto? ¿Cómo lo
deseas o por qué no lo deseas?

DISCIPLINA Y LIBERTAD

Una de las cosas que supongo que todo el mundo quiere lograr en esta
vida es descubrir la verdadera libertad de espíritu. La meditación es,
sencillamente, el camino hacia esa libertad. Es el camino hacia tu propio
corazón. Es el camino hacia la profundidad de tu propio ser, allí donde
puedes simplemente ser. La libertad no es sólo liberarse de las cosas. La
libertad cristiana no es solamente liberarse del deseo, del pecado. Somos
libres para la unión íntima con Dios, que es otra manera de decir que
somos libres para la infinita expansión del espíritu en Dios.

Meditar es entrar en esa experiencia de ser libres para Dios.


Trascendiendo el ego, el deseo y el pecado, dejándolos atrás, todo nuestro
ser queda disponible para Dios. Decía Jesús: “si os mantenéis en
mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad y
la verdad os hará libres” (Jn. 8, 31-32).

Para meditar cada uno de nosotros debe aprender a estar en


completa quietud y esto es una disciplina. Todos nosotros en algún
momento durante la meditación tenemos ganas de movernos y, al no
movernos, al quedarnos quietos, aprenderemos la que será tal vez nuestra
primera lección: trascender los deseos inmediatos y dejar atrás esa fijación
que frecuentemente tenemos con nosotros mismos. La primera disciplina
que hay que aprender es sentarse muy quietos.
Al comenzar a meditar toda suerte de preguntas surgen en nuestras
mentes. ¿Es esto para mí? ¿Debería yo estar haciendo esto? ¿Estoy
ganando algo con ello? Y así sucesivamente. Hay que dejar atrás todas
estas preguntas. Hay que trascender todo auto-cuestionamiento y
acercarse a la meditación con simplicidad de niños. A menos que se
conviertan en niños pequeños no podrán entrar en los Reinos de los
Cielos. Digan su palabra, confórmense con decir su palabra y dejen que el
don sea dado por Dios. No lo exijan.

Meditar es un quiebre definitivo de todos los espejos. No es mirar el reflejo


de las cosas ni el de nosotros mismos. Es mirar hacia adentro de la
realidad, que es Dios. Ahí es donde se encuentra la libertad del espíritu. La
libertad es el fruto de la disciplina, de modo que si quieren aprender a
meditar es absolutamente necesario que mediten todos los días. Cada día
de sus vidas, cada mañana y cada noche. No hay atajos. Sencillamente no
hay cursos-relámpago. No hay misticismo instantáneo; se trata, más bien,
de un cambio suave y gradual de dirección.
76

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Qué personas, cosas o hábitos te están esclavizando en este momento?


El grado de tu libertad es exactamente el mismo que el de tu entrega
desinteresada, ¿a qué nivel estás?
¿Cuántos de tus deseos logras tranquilamente postergar? ¿Qué tanto por
ciento de tus pensamientos te tienen por protagonista?
¿Sigues pensando que para qué pierdes el tiempo en meditar?
Tu vida ¿ha cambiado en estos últimos meses suave y gradualmente de
dirección?

UNA LLAMADA A LA ABUNDANCIA DE LA VIDA

Una de las grandes dificultades para aprender a meditar radica en que es


muy sencillo. En nuestra sociedad casi todo el mundo piensa que sólo las
cosas muy complejas valen la pena. Para meditar, hay que aprender a ser
sencillo; y eso constituyo un verdadero reto para todos nosotros. La
simplicidad que implica aprender a meditar consiste en darle la espalda a
la multiplicidad de las opciones que están frente a nosotros para
concentrarnos en la absoluta simplicidad del ser.

Estar en el camino en meditación requiere ser lo suficientemente sencillo


para apartarse de todo lo demás. A pesar de todas las distracciones del
mundo moderno, el silencio es perfectamente posible para todos nosotros.
Para descender hacia este silencio, tenemos que dedicarle tiempo, energía
y amor. La primera cosa que hay que entender acerca de la meditación es
que requiere tiempo. El tiempo mínimo es veinte minutos. Yo les
recomiendo que poco a poco le extiendan a media hora.
Es esa repetición interior de la palabra lo que abre en nosotros niveles de
conciencia que no son posible fuera de la profundidad de ese silencio. La
meditación no es aprender a hacer, es aprender a ser. Es aprender a ser tú
mismo, a entrar en el don de tu propio ser, de tu propia creación. Estar en
armonía con todo tu ser y con tu propia creación continua es también
estar en armonía con toda la creación y con el Creador.

Lo que aprendemos en meditación es la prioridad del ser sobre la acción.


Ninguna acción tiene sentido a menos que mane del ser. En la visión
cristiana somos guiados a esta origen de nuestro ser por un guía. Nuestro
guía es Jesús, el hombre completamente realizado, el hombre
completamente abierto a Dios. A medida que entramos en nuestro corazón
nos encontramos con que somos recibidos por nuestro guía, con que
somos saludados por quien nos ha guiado. Somos bienvenidos por la
persona que nos llama a cada uno de nosotros a nuestra plenitud personal
de ser.
77

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Qué estás desplazando en tu vida para poder meditar y para hacerlo


mejor? ¿A qué opciones buenas estás diciendo que no para decir sí a una
opción mejor?
¿Cuáles de tus actividades deshacen la meditación que haces?
¿Con qué dos adjetivos calificarías el tiempo, la energía y el amor que
dedicas a la meditación? (Ejemplo: tiempo escaso/matutino; energía
entusiasta/esperanzadora; amor confiado/desinteresado…)
¿Hay afinidad o armonía entre cómo te ves a ti mismo y cómo ves el
mundo?
¿Sientes que Él –Jesús por medio del Espíritu- es Quien te guía?

LA INFINITA EXPANSIÓN DEL AMOR

Mediante la recitación del mantra, la meditación es la manera para


“estrechar” nuestra atención hacia un solo punto. Tan pronto como
llegamos a ese punto, el camino se abre a una infinita expansión del otro
lado. Pero para ello necesitamos la valentía de perseverar, de no temer la
estrechez. Estamos invitados a creer que lo que Jesús dice es verdad
cuando afirma que si perdemos nuestra vida, entonces y sólo entonces,
seremos capaces de encontrarla. Esta es la embriagadora base de todo el
misterio cristiano: que la Pascua se cumple.

La meditación rompe todas las barreras que levantamos dentro de


nosotros mismos entre nuestra vida exterior y nuestra vida interior; es así
como nos armoniza. Lo que san Pablo ve tan claramente es que el mundo y
la carne divorciados del Espíritu sólo pueden conducir a la muerte. Pero el
Espíritu vivifica todo, lo llena todo de vida, incluyendo por supuesto lo
carnal y lo mundano. Todas las cosas, toda la creación están llamadas a la
unidad con Cristo. Él es la fuente de nuestra paz.

La meditación es nuestro camino hacia la paz. Nuestro primer paso a


encontrar la paz es un compromiso con el silencio. El silencio nos permite
estar completamente despiertos, completamente vivos. Es un silencio lleno
de vitalidad porque es un silencio lleno de la presencia de Dios. La oración
cristiana es un compromiso con el silencio donde encontramos nuestras
propias raíces en el silencio eterno de Dios. “Él es nuestra paz: el que de
los dos pueblos quiso uno, derribando el muro divisorio, la enemistad,
anulando en su carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para
crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo las paces”
(Ef. 2, 12-15).

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Te sientes pobre o rico de espíritu? ¿Por qué?


78

¿Qué experiencias de pérdida han resultado para ti finalmente de


ganancia?
¿Hay suficiente coherencia, o al menos armonía, entre tu mundo exterior y
el interior? ¿En qué sí y en qué no?
¿Cómo conjugas tu llamada del mundo y tu llamada del espíritu? Las
criaturas, ¿te acercan o te alejan del Creador?
¿Estás verdaderamente comprometido con el silencio? Si el silencio fuera
una persona, ¿qué diría de ti?

DEJANDO ATRÁS LAS DISTRACCIONES

Aprender a meditar es la cosa más práctica del mundo. Para empezar se


requiere tan sólo de una cualidad: querer seriamente aprender a meditar.
En general, vivimos obsesionados con la idea de las técnicas y los métodos,
pero en la meditación el camino es la simplicidad misma.

Deben encontrar un lugar tranquilo y, habiéndolo encontrado, sentarse.


Yo recomiendo que cierran los ojos suavemente y que entonces, tras una
breve relajación, comiencen a recitar su mantra. La palabra que les
sugiero es Maranathá. Es una de las oraciones cristianas más antiguas y
posee el sonido adecuado para colocarnos en el silencio y en la quietud. Si
le vienen distracciones, simplemente ignórelas. La manera de ignorarlas es
repetir una y otra vez nuestro mantra.

Cuando meditas tu energía debe ser canalizada en una sola dirección, y


esa dirección es repetir tu palabra. A medida que recorremos nuestro
camino en la meditación, habrá ciertas cosas en nuestra vida que tendrán
que cambiar. Por ejemplo, debe ser muy difícil meditar si uno se pasa dos
o tres hora al día viendo la televisión. Y ello porque entonces aparecerán
un montón de imágenes en nuestra mente, y eso dificulta toda oración y
todo recogimiento.

Hay una cosecha maravillosa para todos nosotros en nuestro espíritu. Pero
esta apertura al espíritu de Jesús demanda de nosotros una generosidad
real. Primeramente necesitamos generosidad para reservar media hora de
meditación cada mañana y cada noche. Entiendo muy bien que esto exige
por nuestra parte unas respuestas muy generosas y creativas, dadas las
muchas tareas y responsabilidades en nuestras vidas. En segundo lugar
se requiere una profunda generosidad durante la meditación misma, y ello
para decir la palabra Maranathá desde el principio al final. ¡Son tantas las
veces en que quisiéramos seguir nuestros propios pensamientos, nuestras
intuiciones, nuestro sentimiento religioso! Pero debemos aprender a
dejarlo todo atrás.

En tercer lugar hay una generosidad que se necesita para colocar nuestra
vida entera en armonía con el espíritu de nuestros corazones. Todos
79

tenemos cosas que nos conciernen, que nos preocupan, cosas de las
cuales somos responsables. De modo que lo que tenemos que hacer es
poner toda nuestra vida en armonía con esta búsqueda espiritual, con este
peregrinar hacia nuestro propio corazón. En la meditación nos apartamos
de todo aquello que es temporal, de modo que podamos conocer aquello
que es eterno.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Tienes un lugar tranquilo para meditar? ¿Cómo es?


¿Ha cambiado algo en tu vida desde que haces meditación?
¿Qué actividades o situaciones de tu vida te dificultan el camino de la
meditación?
¿Te sientes un peregrino? ¿Qué instalaciones, seguridades o
sedentarismos te impiden el verdadero peregrinaje al que estás llamado?

LOS SILENCIOS DE LA MEDITACIÓN

Según el Nuevo Testamento, la oración es la corriente de amor que fluye


constantemente entre Jesús y su Padre en nuestros corazones. Esta
corriente de amor es el Espíritu Santo. La más importante tarea para
cualquier vida plenamente humana es abrirse todo lo posible a esta
corriente de amor. Estamos siempre llamados a ver con los ojos de Cristo y
a amar con su corazón.

El mantra o palabra de oración es simplemente un instrumento para


desapegarnos de nuestros pensamientos y preocupaciones. Lo recitamos
por el tiempo que sea necesario antes de que nos tome la única oración de
Jesús. Pero llegará el día en que nuestro mantra dejará de resonar en
nuestra conciencia y en que nos perderemos en el eterno silencio de Dios.
Cuando esto suceda, no se tratar de poseer este silencio que se nos ha
brindado, o de usarlo para nuestra propia satisfacción. La regla es que tan
pronto como nos demos cuenta de que estamos en ese estado de profundo
silencio, que tan pronto como empecemos a reflexionar sobre él,
regresemos suave y quedamente a nuestro mantra.

Gradualmente los silencios de la meditación se vuelven más largos, y así


hasta que estamos simplemente absortos en el misterio de Dios. Lo
importante es tener siempre la valentía y la generosidad para volver al
mantra tan pronto como nos hagamos conscientes de alguna distracción o
del silencio de Dios. También es importante no tratar de inventar o
anticipar ninguna de todas estas experiencias. Cada uno de nosotros está
llamado a las cumbres de la oración cristiana. La oración de Cristo puede
convertirse, en efecto, en la experiencia fundamental de nuestra vida.

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR


80

¿Quisieras realmente que la oración de Cristo fuera la experiencia


fundamental de tu vida?
¿Has llegado a alguna clase de silencio en tu meditación? ¿Cómo lo
describirías?
¿Qué significa para ti ver con los ojos de Cristo? Pon algún ejemplo

EL ENCUENTRO ESPIRITUAL ENTRE ORIENTE Y OCCIDENTE

Por lo que se refiere al acento en la contemplación, el monacato debe ser


un movimiento inclusivo y no exclusivo en la Iglesia. Hay en muchos un
cierto miedo a que se exija demasiado a los “cristianos ordinarios”, a los
“no contemplativos”. Sin embargo, ésa es la exigencia y la posibilidad
ofrecida por el evangelio a los hombres y las mujeres de toda época y
cultura. Fue a “todos” a quienes Jesús reveló las condiciones de su
seguimiento.

La ironía es que miles de personas “ordinarias” han estado buscando este


camino fuera de la Iglesia. Personas que no encontraron esta enseñanza
espiritual en la Iglesia cuando fueron a buscarla, se han dirigido a Oriente
o a formas de oración oriental importadas a Occidente. Cuando tales
personas oyen hablar de su propia tradición de meditación occidental y
cristiana, manifiestan su asombro y preguntan: “¿Por qué no se nos ha
hecho a nosotros partícipes de esto?”.

El encuentro entre Oriente y Occidente en el Espíritu constituye uno de los


grandes rasgos de nuestro tiempo; este encuentro sólo será fecundo si se
lleva a cabo en un nivel profundo de oración. A decir verdad, lo mismo es
cierto de la unión entre las diferentes denominaciones cristianas. El
requisito previo consiste en que redescubramos la riqueza de nuestra
propia tradición y tengamos el valor de acogerla.

¿Son todas estas cosas nada más que utopías religiosas? No lo son. El
misterio en el que nos sumerge la meditación es un misterio personal, el
misterio de nuestra propia persona, la cual alcanza su plenitud en
la persona de Cristo.

PREGUNTAS PARA LE REFLEXIÓN PERSONAL

¿Crees que los monasterios podrían convertirse hoy en día en escuelas de


espiritualidad para los cristianos seglares y para toda persona en
búsqueda?
¿Te sientes perteneciente a la tradición cristiana? ¿Cuál es tu actitud
frente a las otras confesiones y religiones? ¿Crees que los cristianos hemos
de aprender algo de quienes practican otras creencias? ¿Y ellos de
nosotros?
81

¿Cuál es para ti la riqueza específica (o las riquezas) de la tradición


cristiana?

EL SECRETO DE LA MEDITACIÓN YA HA SIDO REVELADO

La idea de que los cristianos deben orar no es nueva. Hoy en día, el


verdadero desafío se halla en la recuperación de un modo de oración
profunda que nos conduzca a la experiencia de la unión, lejos de las
distracciones superficiales. No vale plantearse esta cuestión como un
problema intelectual. Se trata de un desafío existencial, por lo que no
puede sólo responderse mediante las ideas, sino con la vida.

La forma más simple de responder a la pregunta “¿cómo oramos?” puede


encontrarse en la afirmación de san Pablo: “No sabemos cómo orar, pero el
Espíritu viene en nuestra ayuda”. Al cristiano se le ha concedido estar
libre de todas las cuestiones problemáticas acerca de la oración. Todas
nuestras búsquedas de conocimientos esotéricos, métodos o doctrinas
ocultas resultan innecesarias, porque el secreto definitivo ya ha sido
revelado: “El secreto es éste: Cristo está en ti”. Esto significa que en la
oración no tratamos de que ocurra algo. Ya ha sucedido: Simplemente
descubrimos lo que ya existe, adentrándonos cada vez más en la
conciencia unificada de Jesús, en la maravilla de nuestra propia creación.

Cuando descubrimos que el centro de la oración se halla en Cristo y no en


nosotros, despertamos a nosotros mismos, y lo hacemos en el
interior de la comunidad de todos aquellos que han llegado al mismo
punto y han continuado. Nuestra propia experiencia nos lleva a la
tradición; aceptando la tradición, la dotamos de vida y la transmitimos a
aquellos que nos siguen.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Cómo podemos dar el importante paso que conduce de la imaginación a


la realidad, de lo conceptual a lo concreto, del asentimiento teórico a la
experiencia personal?
¿Vives la meditación más como un camino de auto-conocimiento y
crecimiento personal o como un acto de entrega gratuita de tu tiempo a
Dios?
¿Alguna vez sientes a Cristo en ti? ¿Cómo? ¿Cuándo?
¿Qué tanto por ciento de asombro hay en tu vida y cuánto de rutina?
¿Te sientes dentro de una historia espiritual, en una comunidad de
buscadores, o más bien vives tu camino asilada e independientemente?
82

MÁS ALLÁ DE LA ILUSIÓN

La quietud propia de la meditación no es meramente pasiva. Se trata de


darse cuenta de la cercanía de cada uno de nosotros a la fuente de la
creación. De comprender que el poder de la creación, la energía de la
creación, fluye en nuestros corazones. Lo que estamos invitados a
descubrir desde nuestra propia vivencia es que Dios es amor creativo.

La meditación no tiene por ello nada que ver con un ensueño silencioso.
Tiene que ver más bien con la vigilia. Por ello, mientras estemos en el
camino, mientras estemos diciendo nuestro mantra, nos estaremos
alejando de la distracción y estaremos en vías a hacer contacto con la raíz
de la que hemos brotado.

Aprender a arraigar el mantra en nuestra conciencia lleva desde luego su


tiempo. Si os preguntáis por el tiempo que os va a tomar, la respuesta es
ésta: «sólo toma el tiempo que toma darse cuenta de que no toma nada de
tiempo». Porque lo cierto es que ya estamos allí. San Pablo lo dice así: «Mas
ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos,
habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque Él es nuestra
paz». Esto es lo que tenemos que llegar a entender, a saber en meditación.
Saberlo es una experiencia personal. Nuestra redención ya está lograda. El
poder el espíritu ya está liberado en nuestros corazones. Lo que nos
impide darnos cuenta de esto es que estamos distraídos. Nuestras mentes
están atiborradas y debemos liberarlas.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Te sientes una persona creativa? ¿Estás de acuerdo en que sólo estás
realmente vivo cuando eres creativo?
Normalmente andamos en la superficie de nosotros mismos, pero a veces
tenemos la sensación de que calamos algo más hondo. ¿Cómo es esa
sensación? ¿De dónde nace? ¿Cómo se despliega y qué te genera?
¿Te experimentas ya redimido, ya salvado, ya liberado? ¿Cuánto y qué hay
en tu vida de YA SÍ (soy lo que soy) y cuánto y qué de TODAVÍA NO?

TENEMOS SENTIDO PARA DIOS

La invitación cristiana es esta: «Vivid vuestras vidas en unión con Él». No


se trata, por tanto, de admirar o adorar desde lejos, sino de vivir «en
unión». «Vivid vuestras vidas en unión con Él». Esta es la invitación a la
que estamos respondiendo en la meditación. Y respondemos a ella, tal
y como lo describe San Pablo, «arraigándonos» en Él, «edificándonos»
en Él. Porque Dios es la tierra de nuestro ser.
83

La maravilla de la oración cristiana es que descubrimos que tenemos un


sentido para Dios. Lo sorprendente, lo apenas creíble de la revelación
cristiana es que nuestro sentido está nada menos que en llevar a Dios a la
perfección, es decir, estar tan en armonía con Él que reflejemos todo el
brillo de Su gloria.

El misterio cristiano nos convoca a todos a entrar en el medio divino y a


tomar el puesto que nos está destinado en él. Para realizarnos como seres
humanos debemos vivir este misterio no sólo intelectual o
emocionalmente, sino con todo nuestro ser.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

Describe la experiencia de sentirte realmente unido a una persona o a un


grupo. ¿En qué consiste? ¿De dónde y cómo nace? ¿Qué se siente y cómo
se disipa?
Si te preguntaran cuáles son tus raíces como persona, ¿qué dirías?
¿Hasta qué punto es para ti Cristo una raíz?
“Dios es la tierra de nuestro ser.” Comenta esta frase.
¿Qué hay en tu vida y en tu ser que reflejen algo de Dios?

LA REALIDAD ES AMOR

Para meditar es preciso ser muy sencillos. Esto es un gran reto para
muchos de nosotros, pues hemos sido formados con la conciencia
moderna de la era científica. Cuando comienza a meditar, a la mayoría les
resulta muy difícil creer que sólo con recitar la palabra Maranatha una y
otra vez, ya se está en el camino. Por eso, al comienzo esto deberá
aceptarse por pura fe. Pero lo cierto es que nada conduce al silencio y a la
quietud como el mantra.

Comprendido esto, se comenzará a entender desde la propia experiencia


que la meditación nada tiene que ver con el análisis. Lejos de tener algo
que ver con el análisis, la meditación tiene más bien que ver con la
síntesis. En el análisis se trata de discriminar las diferentes partes que
componen la realidad, y eso es lo contrario de la unidad a la que
aspiramos. Una unidad que es nuestra meta, sí, pero a la que todos
tenemos que aspirar desde un ser muy fracturado.

La gran síntesis, por contrapartida, se da en Cristo, con Cristo y a través


de Cristo. Esto significa que nos hacemos conscientes de la
correspondencia entre cada una de las partes de la creación en la medida
en que están alineadas con Cristo. Pues bien, es el mantra el que nos lleva
a esto, calmando gradualmente todas nuestras fijaciones grandiosas y todo
nuestro autoanálisis egoísta.
84

Si se persevera en la recitación del mantra, se va descubriendo cómo la


experiencia meditativa va convirtiéndose poco a poco en la experiencia que
marca toda la vida. Y es así como en vez de acercarse a la vida analizando,
notando las diferencias, nos embarcamos en ella de todo corazón,
respondiendo a las correspondencias.

Los primeros cristianos describieron esto apuntando que uno se


acerca a la vida con amor porque lo que hallamos en nuestro propio
corazón es precisamente el principio vivo del amor. El gran misterio de la
fe cristiana es que el amor se encuentra en nuestro propio corazón. Si tan
sólo pudiéramos permanecer silenciosos y quietos, nos daríamos perfecta
cuenta de que este amor es el centro supremo de todo nuestro ser y de
nuestra acción. Por ello, lo más importante que los cristianos deben
proclamar al mundo, a todos los que tengan oídos para oír, es que este
Espíritu efectivamente mora en nuestros corazones, y que orientándonos
hacia él con atención total, también nosotros podemos vivir de la plenitud
de ese amor.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Confías en el mantra? Si no es así, ¿cuál es la raíz de tu desconfianza?


Analiza tu vida, esto es, descomponla en cuatro o cinco ámbitos. Sintetiza
ahora estos ámbitos desde un denominador común. ¿Cómo te has sentido
en el proceso mental de fraccionamiento y recomposición?
Cristo es la síntesis de tu vida, ¿qué significa esto para ti?
Describe la plenitud a la que aspiras. ¿Te sientes realmente llamado a
vivirla?

EL TEMPLO DE TU CORAZÓN

Meditación significa permanecer en el centro, estar arraigado en el centro


de nuestro propio ser; contemplación, en cambio, significa estar en el
templo, con Él. El templo es tu propio corazón, tu propio centro. Todo esto
sobrepasa en mucho nuestra imaginación y el poder de nuestro
entendimiento.

Lo que hemos que hacer es alcanzar el punto central de nuestro propio


ser. Este es el objetivo de la meditación. Para ello no es suficiente
leer libros sobre el asunto o apuntarse a cursos. Es preciso practicar la
meditación. Lo que la práctica nos hace descubrir es que hemos de
reducirnos constantemente hasta dejarnos a nosotros mismos totalmente
atrás. Es así como nuestro ego se reduce.

Llegar al centro de nuestro propio ser es como ajustar la apertura de una


cámara. Cuando nos hemos reducido a ese punto único y estamos
quietos, la luz nos penetra con su brillo, penetra en nuestro corazón. Para
85

transitar por este camino no se necesitan ningunas características en


particular o talentos especiales. Basta saber que debemos ir más allá de la
importancia que nos damos y de nuestro ensimismamiento. Y no hay que
ser demasiado listo para darse cuenta de esto.

La luz que entra por el obturador es como una sobreexposición, la cámara


debe estar totalmente quieta o, lo que es lo mismo, debemos aprender a
estar totalmente inmóviles. Una vez quietos, basta recitar la palabra
«Maranatha», cuatro silabas igualmente acentuadas. Al hacerlo, no penséis
en Dios, no tratéis de imaginar a Dios. Contentaos con decir esa palabra y
todo irá encontrando su sitio.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

Mediante la razón, como mediante la imaginación, trabajamos sobre la


realidad. Pero antes de trabajada, la realidad pide ser acogida. La
meditación es una escuela de no intervención sobre la realidad. ¿Qué
piensas de esto?
¿Cuál ha sido para ti el centro de esta jornada de hoy y cuáles las
periferias? ¿Qué es central y qué periférico en este momento de tu
existencia?
Dejarse atrás a uno mismo. ¿Qué significa esto para ti?
¿Crees que recitar atenta y amorosamente una palabra te irá conduciendo
a tu centro? ¿Por qué crees algo así?

ROMPIENDO EL ESPEJO

Uno de los malentendidos que la gente tiene acerca de la meditación


surge de verla como algo pasivo. Esto proviene de entender esta
experiencia cristiana desde la clave de la entrega o el abandono. Pero ¿qué
pasaría si entendiéramos la meditación como empatía con Dios? Para usar
una analogía contemporánea, meditar sería entonces como ponerse en la
onda divina. Todas las ideas fundamentales de San Pablo van en este
sentido; el escribe sobre resonar a la misma frecuencia que Cristo.

Pero aprender algo así requiere de paciencia. Todos debemos aprender a


ser pacientes y, para ello, no hay mejor escuela que la fiel recitación de
nuestro mantra día tras día, sin preocuparse por el progreso, sin
preocuparse por los resultados, conscientes de que sólo existe esta
peregrinación sencilla. Porque si no estamos peregrinando, no
estamos en parte alguna. Desde nuestra peregrinación, en cambio,
podemos enfrentar lo que venga, pero no con nuestros propios recursos o
con nuestra propia conciencia, sino con la conciencia de Cristo, con la
conciencia que tuvo de su Padre. Esa conciencia se halla en nuestros
corazones, más allá de todos los razonamientos, más allá de todas las
86

imágenes. Esa conciencia no es amenazante. Esa conciencia es el manso


poder de Jesucristo.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Qué te coloca en la onda divina y qué te saca de esa frecuencia?


Preguntarse ¿dónde estoy? es en último término lo mismo que
preguntarse ¿quién soy? ¿Te encaminas hacia alguna parte en este
momento de tu vida o estás quieto? Dicho de otro modo: ¿Cuánto de tu
horizonte hay en tu realidad?
Tu conciencia es la conciencia de Cristo, ¿qué entiendes de esta
afirmación?

EL CAMINO HACIA LO ETERNO

En nuestra sociedad son muchas las personas que, enfrentadas con el


problema del ser, del vivir y del sentido, se sienten desbordadas y
prefieren olvidar. Pueden ser también personas religiosas, que recurren a
la religión como a una anestesia: para que les consuele o para que les
ponga en un estado de inconsciencia. Pero la meditación cristiana no tiene
nada que ver con la anestesia. La meditación supone estar cada vez más
comprometidos con lo que es perdurable, con lo eterno.

Quien medita, comienza un camino de peregrinación hacia la luz y hacia la


plenitud de sentido. Ahora bien, ¿cuál es el camino? Es el camino de la
pobreza, el camino de la simplicidad. Y ello porque el camino hacia la
plenitud del conocimiento es el camino del desaprender. Dicho de otra
manera: para ir más allá de nosotros mismos debemos trascender
nuestros pensamientos y nuestra imaginación. De modo que, aunque
resulte paradójico, el camino de la iluminación es el camino de la
oscuridad.

Es un camino sencillo. Carece completamente de complicación. Es un


camino seguro. Todo lo que requiere es volver diariamente a él, sin
exigencias o estándares de éxito. San Pablo lo dice así: “Para esto os ha
llamado Dios por medio de nuestro Evangelio, para que consigáis la
gloria de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tes. 2, 23-14).

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Cuánta diversión o entretenimiento hay en tu vida, es decir,


recursos para olvidar el peso de cada día?
¿Cuánto de la religiosidad que practicas te adormece y cuánto te
despierta?
¿Quieres caminar hacia la pobreza y hacia la oscuridad para así,
indirectamente, caminar hacia la riqueza y hacia la luz?
87

¿Qué has desaprendido en estos últimos tiempos? ¿Cómo ha sido ese


proceso?
El camino de la meditación es sencillo y seguro. ¿Crees esto?

LA INOCENCIA ORIGINAL

La llamada de Cristo es a la madurez. San Pablo insiste continuamente en


que maduremos en Cristo. La experiencia cristiana del crecimiento y de la
maduración es la experiencia de volver a nuestro origen, a nuestro centro,
a Dios. La meditación es la escuela para el retorno a nuestra inocencia
original. Los Padres de la Iglesia describen este camino como el de la
«pureza de corazón».

Empezar a meditar no requiere sino de la determinación de empezar a


descubrir nuestras raíces, empezar a descubrir nuestro potencial, empezar
a volver a nuestra fuente. Es así como comenzamos a entender que
estamos en Dios, que en Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.
Que nuestra «conciencia no- dividida» está en Él. Santa Catalina de
Génova lo expresó así: «Mi yo es Dios. No me conozco a mí misma excepto
en Él». La maravilla del cristianismo es que dice que todos sin excepción
estamos invitados a este mismo estado de sencilla y amorosa unión con
Dios. Esto es lo que Cristo vino a vivir y a proclamar.

¿Y cómo sabemos todo esto? Gracias a San Pablo, que dijo:

«Pero nosotros tenemos la mente de Cristo» (1 Cor.2, 16). Esta frase de San
Pablo es una de las más extraordinarias de la revelación cristiana. Por
desgracia, los cristianos estamos bastante ciegos a las extraordinarias
riquezas que son ya nuestras, que ya han sido alcanzadas para nosotros
por Jesús. Tenemos la mente de Cristo. Eso es lo que cada uno está
invitado a descubrir desde su propia vivencia: que conocemos porque
somos conocidos y que amamos porque somos amados. San Juan escribe
a este respecto: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que Él nos amó» (1 Jn. 4, 10).

Todas las grandes verdades son la simplicidad misma. Sólo podemos


conocerlas cuando nos tornamos simples. Es a eso a lo que estamos
invitados cada mañana y cada noche de nuestras vidas, a apartarnos de
todo lo que es pasajero y a abrirnos al Espíritu eterno.

«¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros?» (1 Cor. 3, 16).

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Te sientes puro de corazón? ¿Por qué sí o por qué no?


88

¿En qué sentido puedes decir que eres ahora más maduro que hace un
año, si es que puedes decirlo?
¿Tienes la determinada determinación de, pase lo que pase, descubrir tu
potencial?
“Tenemos la mente de Cristo.” ¿Qué significa esta frase paulina para ti?
¿Te sientes cuidado por la providencia o por el destino, descuidado más
bien, ignorado…?
¿Has sentido alguna vez que tú eres verdaderamente un templo?

MÁS ALLÁ DE LA TÉCNICA

En la sociedad en la que vivimos no estamos acostumbrados a poner toda


nuestra fe y confianza en algo que es muy, muy simple. Todos hemos sido
formados para confiar sólo en cosas complejas. De modo que cuando
empezamos a abordar algo como la meditación tendemos a interesarnos en
las técnicas asociadas con ella. Las técnicas tienen su lugar, desde luego,
pero no son lo primero que debe ocuparnos cuando aprendemos a meditar.

Cuando comenzamos a meditar, lo sepamos o no, nos insertamos en una


gran tradición espiritual. No estamos empezando algo nuevo, sino
entrando en una tradición de cientos, de miles de años. Hemos que ser lo
suficientemente humildes como para aceptar que no empezamos de cero.
Aceptar la tradición es un acto de fe.

Nuestra tradición espiritual se remonta al gran maestro monástico, Juan


Casiano, quien aseguró que bastaba con tomar una palabra o una
frase muy sencilla y, simplemente, recitarla atenta y amorosamente.
Digan la palabra tan suavemente como puedan, nos aseguró. No usen la
fuerza, pero sean a esa palabra absolutamente fieles.

La mayoría de nosotros pensamos en Dios y en nosotros mismos


como si se tratara de un problema. Dios es un problema que tenemos que
resolver, creemos. Nuestra vida es un problema que tenemos que resolver,
creemos también. Y para resolver ese problema, nos decimos, necesitamos
de una técnica adecuada. Lo que la tradición meditativa nos comunica, por
contrapartida, es que ni Dios ni nuestra vida son problemas. Dios es un
misterio y nuestra vida es un misterio. Y lo único que hay que hacer ante
el misterio es dejarlo estar. Conceded al misterio ser en toda su
plenitud. Dejad que se revele. Cuando meditamos, esto es
exactamente lo que hacemos. Dejamos a Dios ser Dios. Repetimos el
mantra para esto, para estar plenamente presentes en el momento.

Nada hay más exasperante que hablar con una persona que sólo te está
escuchando a medias. Lo que Jesús nos dice es que nos hay nada peor
que estar medio despierto (o medio dormido). Cuando durmáis,
89

dormid profundamente, y cuando estéis despiertos, estad en total vigilia.


Claro que también hay momentos para la reflexión y para el análisis,
pero esos momentos no son los de la meditación. Cuando meditamos
somos como el ojo que contempla el misterio del Ser, y como ese ojo, no
nos podemos ver a nosotros mismos.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

Di un par de cosas que sepas de la “técnica” de meditar; ahora di otro


par de cosas que sepas del “arte” de meditar.
¿Qué relación tienes con la tradición espiritual desde la que
meditas?
¿Quiénes han sido tus tres principales maestros espirituales y por
qué?
¿Sueles pensar poco o mucho? Tu forma habitual de pensamiento, ¿es
oportuna o insensata? ¿Tienes cierto autodominio sobre tu mente o sólo
sigues sus dictados?

¿Te sumerges plenamente en lo que estás haciendo o estás más bien en


todos sitios y en ninguna parte?

LA MUERTE

Toda persona que tenga una postura seria ante la vida considera que
la muerte es un momento de suprema importancia. En la visión cristiana,
la muerte no es el momento más importante de nuestras vidas. Para san
Pablo, ese momento supremo y más importante de toda vida es el
momento de total apertura a Jesús. Para san Pablo, siendo Jesús la
revelación de Dios y queriendo Él revelar su gloria en nuestro propio
corazón, el entero propósito de nuestra vida es peregrinar hacia ese
momento. La única cosa verdaderamente importante para nosotros es, por
tanto, estar en esa peregrinación. El momento de la revelación se otorgará
cuando Dios quiera. Lo que tenemos que hacer es transitar el
camino de la pobreza, de la obediencia y de la simplicidad. Estar listos
para cuando llegue.

Lo que está claro en el Nuevo Testamento es que Jesús logra su misión a


través de un total abandono de sí mismo, entregándole su vida al Padre:
«No se haga mi voluntad, sino la tuya». Ese es exactamente el camino
para todos nosotros. Y también es ese el objetivo de toda meditación.
Repetir el mantra continuamente, sin pausa, es la manera de dejarse a sí
mismo atrás en la oración, es la manera de entregar nuestra propia vida
de modo que sea absorbida en el infinito misterio de Dios.
90

La gente pregunta: «¿En qué consiste la vivencia de la oración?». La


vivencia de la oración se cifra en ir radicalmente más allá de nosotros
mismos. Al decir nuestro mantra dejamos atrás todas las palabras, pues
ellas limitan la experiencia.

Todos nosotros estamos llamados al momento eterno en el que nos


perdemos en Dios. Estamos llamados a eso en este mismo momento. «El
reino de Dios está entre vosotros». La única tragedia definitiva es una vida
que no se haya abierto a la vida eterna.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

¿Cuál consideras que es o será el momento más importante de tu vida?


¿Qué grado de apertura hay en tu vida a Jesús?
¿Estás realmente en la verdadera peregrinación, o todavía perdido en mil
tonterías?
¿Estás preparado para morir? ¿Qué te faltaría para estarlo?
¿Estás abierto a la vida eterna o aferrado a ésta?

MUERTE Y RESURRECCIÓN

Toda la tradición cristiana nos dice que sólo seremos sabios si aprendemos
que aquí no tenemos una «morada permanente». Nuestra vida en
este mundo comienza, se desarrolla, madura y, finalmente, concluye,
algo para lo que debemos prepararnos. Para tener la vida en foco,
debemos tener a la muerte en nuestro campo de visión. La muerte es
importante porque nos recuerda la fragilidad de la condición humana.

Este conocimiento de la condición mortal es fuente de compasión, de


perdón, de ternura, puesto que la muerte nos hace darnos cuenta de
nuestra propia debilidad, de nuestra fugacidad.

Podemos ser nobles al enfrentar la muerte, pero es difícil ser orgullosos.


Así que la muerte es importante porque nos enseña compasión y
humildad, y es en el corazón compasivo y humilde donde el poder de
Dios puede alcanzarnos. Hablar de la muerte, por contrapartida, es difícil
de entender para las personas mundanas.

San Benito asegura que tener conciencia de nuestra debilidad física nos
capacita para reconocer de igual modo nuestra fragilidad espiritual.
Mediante la meditación nos vamos encontrando con esta verdad básica
de la condición humana: que cada uno de nosotros fue creado para una
infinita expansión de mente y de corazón. De modo que la meditación es
un camino con el que ponemos en foco nuestra propia mortalidad.
91

La esencia del evangelio cristiano es la invitación a vivir esta experiencia


hoy, ahora: todos estamos invitados a la muerte, a morir a nuestra
propia importancia, a nuestro egoísmo, a nuestras limitaciones.
Claro que nuestra invitación a morir es también invitación a resucitar
a una vida nueva, a hacer comunidad, a comulgar con una vida plena sin
miedo.

Cada vez que nos sentamos a meditar entramos en este eje de muerte y
resurrección.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN:

- ¿Te sientes en este mundo de paso, es decir, vas más bien ligero de
equipaje?
- ¿Te estás preparando para la muerte? ¿Cómo?
- El pensamiento de tu propia fragilidad, ¿qué te suscita?
- ¿Entiendes que la meditación sea un poner en foco tu propia
mortalidad?
- Piensa a todo lo que has muerto ya en este mundo y a qué
resurrecciones te ha conducido. Piensa en todo a lo que estás invitado a
morir y a qué resurrecciones te podría conducir.

EL ESPÍRITU DE LA CUARESMA

El verdadero sentido de la fe es vital para un entendimiento claro de la


meditación. La esperanza cristiana, por ejemplo, es sobre todo la suprema
confianza que surge en nosotros una vez que comenzamos a sospechar la
dimensión ilimitada de la gloria de Cristo, su esplendor y su maravilla. Lo
que debemos saber, y saber con total claridad, es que la vida de Dios
se derrama dentro de nuestros corazones.

La Cuaresma no es el tiempo litúrgico en el que se nos invita a darnos


compungidos golpes de pecho, lamentándonos de lo pecadores
que somos. La Cuaresma es un tiempo para prepararse especialmente
para la gloria de Cristo, que es la gloria Pascual. Esto no lo hacemos
concentrándonos en nuestros pecados, sino olvidándonos de nosotros
mismos y abriendo nuestros corazones a Jesús.

Nuestra meditación diaria es ir adentrándose en la suprema convicción de


que Dios se ha revelado en Jesús, y de que Jesús se revela en nuestros
corazones. La meditación implica un compromiso diario y un compromiso
que va totalmente más allá de lo que sintamos. No meditamos
simplemente cuando nos sentimos bien y dejamos de hacerlo cuando nos
sentimos mal o no sentimos nada.
92

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

- ¿Vinculas claramente tu práctica espiritual con tu tradición


religiosa?
- La gloria pascual. ¿Qué significa esta expresión para ti?
- Tu compromiso con la meditación, ¿trasciende verdaderamente tu
sentimiento ante ella?

EL SIGNIFICADO DEL SILENCIO

El compromiso con los valores espirituales no implica un rechazo de


las cosas ordinarias de la vida. De hecho, es exactamente lo contrario. Un
compromiso con la realidad espiritual es simple y llanamente un
compromiso con la realidad. Se trata del camino para llegar a entender el
hecho extraordinario del misterio de la vida misma. Entrar en un camino
espiritual supone tanto como aprender a apreciar nuestra vida como un
viaje de descubrimiento. Cada día se convierte entonces en una revelación.

Parte del problema del debilitamiento de la religión en nuestros días se


debe a que la religión usa palabras para sus oraciones y rituales. Pero
esas palabras sólo pueden estar cargadas de sentido si surgen del espíritu,
y el espíritu requiere silencio. Todos necesitamos usar palabras, por
supuesto, pero para poder usarlas y que cumplan su fin, necesitamos
estar en silencio. La meditación es el camino hacia el silencio.

Estar en silencio con otra persona es una expresión de profunda confianza


y seguridad; es sólo cuando nos falta seguridad que nos sentimos urgidos
a hablar. Estar en silencio con otra persona, es realmente estar
con esa otra persona. Nada revela más dramáticamente la falta
de autenticidad, que un silencio que no es creativo sino temeroso.

Lo que debemos aprender es que no tenemos que crear el silencio. El


silencio está allí dentro de nosotros. Lo que hemos de hacer es,
simplemente, entrar en él, silenciarnos. El propósito de la meditación y
su reto es permitirnos estar lo suficientemente silenciosos para
permitir que este silencio interior emerja. El silencio es el lenguaje del
espíritu.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN:

- ¿Crees que te estás perdiendo cosas de la vida por dedicarte a


meditar? ¿Hasta qué punto hay para ti concurrencia entre dedicarte al
mundo y dedicarte a Dios?
- La meditación, ¿te ha metido más a fondo en la vida o te ha alejado
de ella?
- ¿Qué te aleja de la religión católica? ¿Qué te acerca a ella?
93

- ¿Cuántas de las palabras que dices tienen verdadero sentido y


cuántas están vacías?
- El silencio está dentro de ti. ¿Qué suscita esto en ti?

LA FUENTE DE LA VIDA

Es importante aprender a ver la meditación como un camino de


crecimiento, como una forma para que nuestro espíritu pueda expandirse y
ser.
¿Qué es lo que en verdad significa para nosotros decir que una prioridad
importante en toda vida, que quiera ser verdaderamente humana, debe ser
el contacto con la Fuente de la Vida?

Toda gran tradición espiritual ha encontrado, que en la quietud profunda,


el espíritu humano comienza a hacerse consciente de su propia Fuente. En
la tradición hindú, por ejemplo, los Upanishads hablan del espíritu del
Uno, que creó el universo y que se aposenta en el corazón. En nuestra
propia tradición cristiana, Jesús nos habla del Espíritu del amor que mora
en nuestros corazones.

Sin Él, es difícil siquiera sospechar el potencial que tiene nuestra vida. El
conocimiento de ese potencial, es de suprema importancia para nosotros.
En la tradición de la meditación, este espacio para la expansión del
espíritu, se encuentra en el silencio. Es en este silencio, donde
comenzamos a encontrar la humildad, la compasión, el entendimiento
necesario para la expansión de nuestro espíritu. Hombres y mujeres
conscientes en todas partes del mundo, hoy en día, están comenzando a
ver que el crecimiento espiritual, la conciencia espiritual, es la más
importante prioridad de nuestro tiempo.

El mantra que yo os recomiendo para conseguir todo esto, es la palabra en


arameo Maranatha, que debe ser dicha sin mover los labios, es decir,
interiormente, en el corazón. Se ha de repetir de principio a fin en cada
sesión de meditación. El mantra debe arraigarse poco a poco en el
corazón. Una vez arraigado, retoña, por sí decir. De hecho, florece. Y la flor
de la meditación es la paz, una profunda paz.

Lo que descubrimos es que el mantra está en verdad arraigado en nuestro


corazón, en el centro de nuestro ser, y que ese ser, está arraigado en Dios.
Pero no hay que exigir resultados. No se busca el progreso. En el proceso de
olvidarse de sí mismos, os encontraréis en Dios. Encontrándose en Dios,
llegaréis a un entendimiento, que es el entendimiento de que la vida,
simplemente es. Llegaréis a comprender que la vida es un don que le
ofrecemos de vuelta a Dios, y que ese regalo, que era un regalo finito
cuando nos fue dado, se convierte al ofrecerlo a Dios de vuelta, en un
regalo infinito.
94

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN:

- La fuente de la vida, ¿qué te evoca esta expresión?


- ¿Conoces tu potencial? ¿Qué dirías de él?
- ¿Vives “expandido” o más bien un poco “encogido”? Define con tres
palabras cómo ves, no ya tu cuerpo o tu mente, sino tu espíritu.
- ¿Sientes que tu mantra ha empezado a arraigar en tu corazón? ¿En qué
lo notas?

LA REALIDAD DE LA FE

La meditación nos lleva a la experiencia de la fe. La fe es sencillamente


apertura a, y compromiso con, la realidad espiritual, que está más allá de
nosotros mismos y en donde sin embargo tenemos nuestro ser.

San Pedro, al escribirle a los primeros cristianos, les aconsejaba:


«Conserven a Cristo nuestro Señor, reverenciado en sus corazones», y los
autores paulinos de la carta a los Hebreos, nos dicen que, a través de la fe,
vamos más allá de lo visible a lo invisible, a la realidad espiritual. Estas
dos intuiciones, están arraigadas en la experiencia de la oración.
Corramos, pues, con constancia, la carrera que se nos propone, fijos los
ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe1. La fe es, podríamos decir,
abrir nuestros ojos a la realidad mayor que se revela en Jesús, que es
quien nos revela al Padre. Entonces nuestros ojos se desprenden de
nosotros mismos. Cuando meditamos, no estamos ocupándonos de
nosotros mismos, de nuestra perfección o de nuestra sabiduría. Ni siquiera
de nuestra felicidad. Nuestros ojos están puestos en Jesús y recibimos de
él todo, literalmente, todo lo que necesitamos para emprender esa carrera.
Todo lo necesario para aligerar nuestras dificultades, no importa cuáles
sean.

La meditación nos hace efectivamente «ligeros de corazón», pues nos hace


saber que hay solamente una cosa esencial a la vida. Nuestra fe es una fe
en lo que los evangelios sinópticos llaman «el Reino de Dios», y el Reino de
Dios, es simplemente el poder de Dios, entronizado en nuestros corazones.
Esto es lo que nos hace ligeros de corazón y en eso consiste la dicha
cristiana.

El poder de Dios está inconmoviblemente arraigado en nuestros


corazones. Nada, ningún poder, ninguna dominación, ninguna desdicha,
puede deshacer ese arraigamiento de la fe. Meditar es aprender a estar
profundamente quietos y profundamente atentos a la realidad espiritual.
Meditando aprendemos a distinguir entre lo que es pasajero y lo
perdurable. Aprendemos a distinguir entre el tiempo y la eternidad; y la
experiencia maravillosamente liberadora de la oración es la de ser
95

liberados del tiempo, estar tan profundamente insertos en el momento


presente del Reino, que contemplamos el eterno ahora de Dios.

El autor de La nube del desconocimiento [The Cloud of Unknowing], habla


de la meditación como de un ejercicio que afloja la raíz del pecado en
nosotros. Decir su palabra, meditar cada mañana y cada noche, afloja la
raíz del ego en nosotros, y todos necesitamos que esa raíz se afloje, para
que así podamos estar arraigados y sustentados en Cristo.

PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN:

- La meditación como reverencia o adoración a Cristo. ¿Qué piensas de


esto?
- ¿Crees que realmente estás recibiendo todo lo que necesitas para vivir?
- ¿Vives “ligero de corazón”? ¿Sientes que Dios está entronizado en tu
corazón?
- ¿Te has sentido en la meditación alguna vez como fuera del tiempo?
1 Heb. 12,1-2.
96

LA PALABRA DE MERTON

DARSE TIEMPO (Thomas Merton1)

Cuando recuerdo el último encuentro que tuve con Thomas Merton, lo veo
de pie en el bosque, escuchando caer la lluvia. Cuando comenzó a hablar,
no rompió el silencio, sino que más bien lo transformó en palabras.

Éramos un puñado de hombres y mujeres que habíamos ido a visitar a


Thomas Merton en California antes de que partiera a Oriente, para pedirle
que nos instruyera acerca de la oración. Pero él insistía en que “nada que
cualquiera diga acerca de la oración tiene importancia. Lo que importa es
la oración en sí misma. Si quieres aprender a orar, el modo de aprender es
orando”.

Comenzar donde uno está y ser consciente de toda conexión: éste era el
enfoque particular de Thomas Merton respecto de la oración:

“Se nos han inculcado tanto las ideas del fin y los medios que no nos
damos cuenta de que en la vida de oración se trata de una dimensión
diferente. En la tecnología se da un progreso horizontal, en el que uno
parte de un punto y se mueve hacia otro. Pero esta no es la forma en que
se construye una vida de oración. En la oración descubrimos aquello que
ya poseemos. Comenzamos dónde estamos y, al profundizar en lo que ya
tenemos, nos damos cuenta de que ya hemos llegado a la meta. Lo
tenemos todo; sin embargo, al comienzo no lo sabemos ni lo
experimentamos. Todo nos ha sido dado en Cristo. Lo que debemos hacer
es experimentar y vivir lo que ya poseemos”.

“El problema es que no nos damos tiempo para ello. Si realmente


queremos orar, debemos darnos tiempo. Debemos aminorar nuestra
marcha a un ritmo realmente humano; de este modo tendremos tiempo
para comenzar a escuchar. En cuanto comenzamos a escuchar lo que
ocurre a nuestro alrededor, las cosas, comienzan a tomar forma por sí
solas. Pero para lograrlo debemos entender al tiempo de una manera
diferente.”

1
Al cumplirse el centenario del nacimiento de Thomas Merton (1915-1968), gran místico, poeta,
activista social y pionero del diálogo interreligioso, ofrecemos las notas que tomó el hermano David
durante las conferencias que Merton brindó en el monasterio cisterciense de Whitethorn, California,
poco antes de su partida hacia Oriente (y de su partida de este mundo, acaecida en Bangkok el 10 de
diciembre de 1968). Valiosas lecciones acerca de la oración, del sentido del tiempo y de nuestro
verdadero Ser.
97

“Una de las razones por las que no hacemos una pausa es la sensación de
que tenemos que estar en constante movimiento. Esto es ciertamente una
enfermedad. Actualmente, el tiempo se compra y se vende, y nos sentimos
permanentemente endeudados respecto del tiempo. Debemos, por lo tanto,
entender al tiempo de una manera completamente nueva. Somos libres
para amar. Hemos de liberarnos de toda exigencia imaginaria. Vivimos en
la plenitud del tiempo: cada momento es el tiempo de Dios. La oración nos
permite darnos cuenta de que ya tenemos lo que buscamos, no
necesitamos ir corriendo detrás de ello. Todo el tiempo está allí a nuestra
disposición; si nos damos tiempo, Él se nos manifestará.”

Thomas Merton se refirió explícitamente al Zen: “Esto es lo que hacen


quienes practican el Zen. Le dedican el tiempo suficiente a lo que
necesitan hacer. Esto es lo que debemos aprender respecto de la oración:
debemos darnos el tiempo necesario”. Todo ello implica entender al tiempo
como un misterio que se va develando.”

“Hay algo grandioso en nuestras vidas: Cristo quiere nuestro crecimiento.


Cuando meditemos, en vez de preocuparnos pensando ‘¿hacia dónde voy?’
o ‘¿qué propósitos tengo?’, dejemos que nuestro crecimiento se dé solo
mediante la oración. Al hacerlo, notaremos aquello que no nos deja crecer.
¿Qué es? Es fácil ver en el otro su proceso de crecimiento y qué es lo que
lo obstaculiza; en cuanto a nuestro propio crecimiento, todo lo que
podemos hacer es tratar honestamente de ser nosotros mismos.”

SER UNO MISMO

“La gran tentación es la del miedo a tomar decisiones que nos dejen solos,
la tentación de ‘seguir la corriente’ en todo. Este es quizás uno de los
mayores peligros que nos esperan en el futuro, ya que nos estamos
acercando cada vez más a ese tipo de sociedad compacta. La sociedad
necesita de aquellos que tienen el valor de hacer lo opuesto a lo que hacen
los demás. Si tenemos el valor de hacerlo, habremos logrado un cambio en
nuestra sociedad. Por supuesto que nos van a decir ‘este tipo está loco’,
pero debemos hacerlo”.

“Estamos demasiado dominados por la opinión pública.


Permanentemente nos estamos preguntando ‘¿qué van a pensar los
demás?’ Por ejemplo, hay un estereotipo del contemplativo, del místico,
que la opinión pública ha fabricado. A uno lo llaman “contemplativo” y
exigen que uno se amolde a la idea que ellos tienen de lo que debe ser un
ermitaño. Sin embargo, el verdadero estereotipo del contemplativo es
precisamente no seguir ningún estereotipo, sino ser uno mismo. Esto es lo
que Dios pide de cada uno de nosotros: ser nosotros mismos. Si uno está
dispuesto a decir ‘voy a hacer lo que debo hacer, sin importarme la presión
de los demás’, entonces uno está listo para ser uno mismo.”
98

“El consumismo promueve una falsa idea de realización personal.

Busca vendernos cosas que ninguno de nosotros compraría en su sano


juicio, por eso lo que busca es apartarnos de nuestro sano juicio. Existe
una aparente forma de realización que lo único que deja realizado es
nuestro falso ser. Lo que realmente importa no es obtener lo que más se
pueda de la vida, sino poseernos plenamente para así poder darnos
plenamente”.

“Esta es toda la enseñanza acerca de la oración en la Regla de San Benito,


y está contenida en una sola frase: ‘Si un hombre quiere orar, que vaya y
ore’. Esto es todo lo que San Benito considera necesario decir acerca de la
oración. No dice ‘debe comenzar con una breve introducción, etc.’ Si
queremos orar, simplemente oremos”.

“Al quitar todas las barreras y desaparecer los obstáculos, y al


encontrarnos así con la oportunidad de orar como queramos, entonces
vemos el verdadero problema. El problema está en nosotros mismos. ¿En
qué fallamos? ¿Qué nos impide vivir una auténtica vida de oración? Quizás
el problema es que en realidad no queremos orar.”

“Lo importante en la oración no es recitar oraciones, sino comunicarnos


con Dios. Si recitar fórmulas representa un obstáculo para una auténtica
oración, abandonémoslas. La mejor manera de orar es detenernos y dejar
que la oración misma ore en nosotros. Esto implica una profunda
conciencia de nuestra verdadera identidad. Implica una vida de fe, pero
también una vida de dudas. No podemos tener fe sin tener dudas; por eso,
dejemos de preocuparnos por eliminar nuestras dudas. Dudas y fe son las
dos caras de la misma realidad. La fe crece a partir de la duda, de la duda
profunda. Si no oramos bien es porque evadimos nuestras dudas. Y las
formas que tenemos de evadir nuestras dudas son la búsqueda de la
estabilidad y el activismo. Estas son las dos formas en que nos creamos
una falsa identidad, y son las excusas con las que justificamos la
perpetuación de nuestras instituciones.”

“El punto es que no necesitamos justificarnos. No estamos llamados a


sumar méritos, sino a ir por todo el mundo y quitar las deudas de nuestro
prójimo.”

“No veo ninguna contradicción entre el Budismo y el Cristianismo. El


futuro del Zen está en Occidente. Yo mismo quiero llegar a ser un buen
budista.”

Potrebbero piacerti anche