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A lo largo de los siglos los paradigmas sociales han ido evolucionando a medida que
la ciencia ha demostrado que los fundamentos de estas convenciones sociales no se
sostienen y que, por lo tanto, deben de ser repensados. Sin embargo, una idea no es
tan sencilla de cambiar dentro del colectivo social, es así que para algunos los
animales son seres de la naturaleza que cumplen una función específica, siguiendo
esa idea de la creación narrada en el Génesis, que el hombre está por encima de
todas las bestias y estas le sirven para colmar sus necesidades, mientras que por otro
lado están quienes consideran a los animales más allá de una visión utilitarista y ven
en ellos un sujeto, por consiguiente es objeto de derechos y de la moral, incluso
adjudicando una responsabilidad y una labor de cuidado al hombre sobre ellos y no
porque los animales la necesiten, sino porque la acción humana los ha afectado y es
necesario compensar tal daño.
De manera pues que, decir que el hombre es superior incluso casi que un espécimen
aparte del resto de los seres de la naturaleza es más una concepción social construida
que lo que nos dice la ciencia, porque según la teoría evolucionista de Darwin y la
selección natural, el hombre mantiene ancestros comunes con algunas especies de
primates, así mismo, tal es el parecido que su composición genética es compartida
en un 99%, entonces si hay tal parecido ¿en qué momento de la historia se creó ese
abismo ontológico como lo plantean algunos autores? Más bien habría que reflexionar
sobre las similitudes entre hombre y animales más allá de lo que los diferencia,
logrando así un cambio en la percepción y sentimiento de superioridad frente a ellos.
De lo anterior, resulta que el hombre tiene una responsabilidad con los animales, por
ser únicos e invaluables, son sujetos de consideración moral, no obstante, no son un
medio para algo, no tienen un fin que beneficie al hombre, sino que son un fin en sí
mismo, Riechmann afirma que los animales son objeto de la moral porque tienen en
sí un bien propio y tal bien es la vida misma, por lo tanto, no pueden ser considerados
como simples instrumentos, puesto que además de estar vivos son seres sintientes.
No son meros objetos inertes de los cuales se puede sacar provecho, en ellos hay
vida y ese valor los pone al mismo nivel que el hombre, dejando a un lado el resto de
facultades que el hombre usa como excusa discursiva para defender una supuesta
superioridad, los animales son seres vivos y eso es lo fundamental, las otras
características son contingentes.
Esta es una reflexión que lo expresa Antoine de Saint-Exupéry, en el capítulo XXI de
El principito cuando este le pregunta al zorro qué significa domesticar, cuya respuesta
es:
“Significa "crear lazos..." (...) Todavía no eres para mí más que un niño
parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas.
No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me
domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el
mundo. Yo seré para ti único en el mundo...
A los animales hay que entenderlos como únicos en el mundo, que están en una
posición igual que la de el hombre, reconociendo que hay diferencias marcadas entre
unos y otros, pero que no sirven de argumento para establecer una jerarquía y decir
que el hombre es superior. Los animales son sujetos, son seres vivos, seres
sintientes, con los cuales hay una relación de responsabilidad, de cuidado, el hombre
ha forjado lazos con los animales. Además, el animal como el otro usando los términos
de Levinas le permite al hombre reconocerse como yo, el encuentro con un sujeto
distinto debe de servirle al hombre para lograr una apertura y no una cerrazón en sí
mismo, que le permita valorar y cuidar la vida de los animales y no verla solo en
términos de su función o peor aún en términos monetarios.