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Antropología

de salud y
enfermedad
Viernes, 13 de Enero del 2017
Ciencias Sociales
Torres Quiroz, Elar
Labán Arrieta, Javier
Lopéz Ortiz, Rubén
Chumacero Chuquicondor, Clever
Piura - Perú
Índice

Introducción

Un concepto instrumental de cultura

Cultura, sociedad y salud

El sistema cultural de salud

El sistema social de salud

La antropología y su importancia en la medicina

Antropología de la salud y la enfermedad

La salud y la enfermedad como términos culturales

Concepciones de salud, dolencia y enfermedad en algunos pueblos

indígenas iberoamericanos

Desde la dolencia y la enfermedad a la muerte

Conclusiones

Referencias
Introducción.

Tal vez parezca dislocado abordar el tema de la cultura en la carrera de Ciencias

de la Salud, así como darse cuenta de cómo el concepto de cultura puede ser útil

para profesionales de esta área. Todos saben lo que significa “cultura” en su sentido

común. Afirmamos que una persona “tiene cultura” cuando tiene formación escolar

avanzada, se origina de una familia de alto nivel socioeconómico o conoce las artes

y la filosofía. Es usual afirmar que un “buen paciente” es aquel que “posee cultura”,

cultura suficiente para comprender y seguir las orientaciones y cuidados

transmitidos por el médico o enfermero. Este tipo de paciente es contrastado con el

“sin cultura”, considerado un paciente más “difícil”, que actúa equivocadamente por

“ignorancia” o guiado por “supersticiones”.

En esta monografía, discurriremos sobre otro tipo de cultura, cultura como concepto

de base de la Antropología, así como un concepto instrumental para cualquier

profesional de la salud que actúe o haga investigaciones no solamente en áreas

rurales o entre poblaciones indígenas, pero también en el contexto urbano

caracterizado por la presencia de pacientes pertenecientes a diferentes clases

sociales, religiones, regiones o hasta mismo a grupos étnicos. Estos pacientes

presentan comportamientos y pensamientos singulares en cuanto a la experiencia

de la enfermedad, así como nociones particulares sobre salud y terapéutica. Estas

particularidades no provienen de las diferencias biológicas, pero sí de las diferencias

socioculturales. En suma, partimos del concepto de que todos tienen cultura, y de


que es la cultura que determina estas particularidades. Igualmente sustentamos que

las cuestiones inherentes a la salud y a la enfermedad deben ser pensadas a partir

de los contextos socioculturales específicos en los cuales los mismos ocurren

Tal suposición no es exclusividad del campo y saber antropológicos, ya que han

sido utilizados por teóricos, investigadores y profesionales del área de la salud en

especial de las áreas de la medicina y enfermería desde la segunda mitad de la

década del 60.


Un concepto instrumental de cultura.

La cultura puede ser definida como un conjunto de elementos que median y

califican cualquier actividad física o mental que no sea determinada por la biología

y que sea compartida por diferentes miembros de un grupo social. Se trata de

elementos sobre los cuales los actores sociales, construyen significados para las

acciones e interacciones sociales concretas y temporales, así como sustentan las

formas sociales vigentes, las instituciones y sus modelos operativos. La cultura

incluye valores, símbolos, normas y prácticas.

A partir de esta definición, tres aspectos deben ser resaltados para que podamos

comprender el significado de la actividad sociocultural. La cultura es aprendida,

compartida, y estandarizada. Al afirmar que la cultura es aprendida, se afirma que

no podemos explicar las diferencias del comportamiento humano a través de la

biología de forma aislada. Sin negar su destacado papel, la perspectiva culturalista

afirma que la cultura modela las necesidades y características biológicas y

corporales. Sin embargo, es la cultura compartida por los individuos formadores de

una sociedad que torna estas potencialidades en actividades específicas,

diferenciadas y simbólicamente inteligibles y comunicables.

Partiendo de esta prerrogativa, ser hombre o mujer, brasileño o chino no depende

de sus respectivas composiciones genéticas, pero si, como éste, a través y en

razón de su cultura, irá a comportarse o pensar.

La cultura es compartida y estandarizada, ya que consiste en una creación humana

compartida por grupos sociales específicos. Las formas materiales, contenidos y


atribuciones simbólicas a ella ligados, son estandarizados a partir de interacciones

sociales concretas de los individuos, así como resultante de su experiencia en

determinados contextos y espacios específicos, los cuales pueden ser

transformados, entretejidos y compartidos por diferentes segmentos sociales.

A pesar de que el contenido y formas inherentes a cada cultura puedan ser

aprendidos y replicados individualmente confiriendo a la cultura un carácter de

experiencia personal internalizada e incorporada concierne a la antropología, i)

identificar los patrones culturales repartidos por los colectivos de individuos; ii)

inferir sobre lo que existe en común en las acciones, atribuciones de sentido,

significados y simbolismo proyectados por los individuos sobre el mundo material

y “natural”; iii) ponderar sobre la experiencia de vivir en sociedad, sobre enfermarse

y cuidarse, definiéndola como experiencia eminentemente intersubjetiva y

relacional, mediada por el fenómeno cultural.

Al afirmar que la cultura está ligada a cualquier actividad física o mental, no

estamos refiriéndonos a ella como una colcha de retazos compuesta de pedazos

de supersticiones o comportamientos desprovistos de coherencia y lógica

intrínseca. Fundamentalmente, la cultura organiza el mundo de cada grupo social,

según su lógica propia. Se trata de una experiencia integradora y total, de

pertenecer y, consecuentemente, formadora y mantenedora de grupos sociales

que comparten, comunican y replican sus formas, instituciones, principios y valores

culturales.

Dado su carácter dinámico y sus características político-ideológicas intrínsecas, la

cultura y los elementos que la caracteriza, son fuentes mediadoras de


transformaciones sociales, altamente politizadas, apropiadas, alteradas y

manipuladas por grupos sociales a lo largo de la historia de las sociedades, según

directrices trazadas por los actores sociales que las usan para establecer nuevos

patrones socio-culturales y modelos de sociedades.

Además, cada grupo interactúa con un ambiente físico determinado, y su cultura

define como sobrevivir en ese ambiente. Debido al carácter creativo y

transformador inherente a las culturas humanas sobre el medio físico, podemos

encontrar dentro de un mismo tipo de ambiente, varias soluciones particulares que

responden por la sobrevivencia de las sociedades. El ser humano tiene capacidad

de participar en cualquier cultura, aprender cualquier idioma, y desempeñar

cualquier tarea. Sin embargo, es la cultura específica en la que él nace y/o crece

que determina el(los) idioma(s) que hablará, cuales actividades deberá

desempeñar, cuál será su movilidad social y posición jerárquica en la estructura

social. Todas ellas son regidas según su edad, sexo, y demás variables, los cuales

determinaran cuales técnicas corporales y patrones estéticos adoptará, cabiendo

también desempeñar papeles sociales de acuerdo con tipos ideales proyectados

por el sistema de parentesco y demás inserciones según instituciones vigentes en

cada sociedad, y finalmente, con las cuales dialogará tanto como su sujeto y su

objeto. Esto sucede, a lo largo de la vida, los individuos son gradualmente

socializados por patrones culturales vigentes en su sociedad, construidos a través

de la interacción social cotidiana, así como a través de procesos rituales y

filiaciones institucionales. Estos son responsables por la transformación de los

individuos en personas, en miembros de determinado grupo que mutuamente se


reconocen. De individuos transformados en persona aprenden y replican principios

que orientan patrones ideales acerca de los tipos valorados y calificados de acción,

de cómo se comportar, de vestir, de comer, y de técnicas sobre como diagnosticar

y tratar las enfermedades. Sobre todo, la socialización de los individuos es

responsable por la transmisión de los sentidos acerca del porqué hacer.

Por qué hacer tiene especial importancia, ya que nos permite entender la

integración y la lógica de una cultura. La cultura, antes de todo, nos ofrece una

visión del mundo, esto es, una explicación sobre cómo el mundo está organizado,

de cómo actuar en el mundo que gana sentido y es valorado a través de la cultura.

De esa manera, conforme discurrido anteriormente, es la cultura de un grupo la

que provee a los actores sociales de un sistema clasificatorio y valorativo de

aquellos alimentos considerados comestibles o no, define las técnicas y ambientes

donde el alimento podrá ser encontrado, clasifica, organiza y valora los alimentos

en varios tipos de comida, tales como: “buena”, “débil”, “fuerte”, “ligera”.

Tomemos otro ejemplo: el concepto de limpieza y de higiene, categorías

fundamentales presentes todas las culturas. Cada cultura establece las categorías

de las cosas, clasificándolas como “limpias y puras” o “sucias e impuras”, así como

determina cuales son las prácticas y conocimientos ligados a estas categorías que

tienen por objetivo su manutención, clasificación y distinción. Entretanto, las

definiciones acerca de lo que es considerado “limpio” o “sucio”, “puro” o “impuro”

son tan variadas cuanto la multiplicidad de culturas humanas encontradas en el

mundo. Tal variación expresa una aserción fundamental en la construcción del

campo de conocimiento antropológico: la constatación, paradojal, de la diversidad


y unidad englobadas por el fenómeno cultural, que es, al mismo tiempo, uno y

universal y diverso y particular.

La perspectiva antropológica requiere que, al encontrarnos con culturas diferentes,

no hagamos juzgamientos de valor con base en nuestro propio sistema cultural y

pasemos a percibir a las otras culturas según sus propios valores y conocimientos

a través de los cuales expresan una visión de mundo propia, que orienta sus

prácticas, conocimientos y actitudes. A este procedimiento denominamos

relativismo cultural. Es el que nos permite comprender el porqué de las actividades

y los sentidos atribuidos a ellas de forma lógica, sin jerarquizarlos o juzgarlos, pero

solamente, y, sobre todo, ¡reconociéndolos como diferentes!

Varios otros ejemplos también podrían ser extraídos de las investigaciones de

orden etnográfico conducidas por profesionales de la salud. Todos ellos nos llevan

a reflexionar sobre las cuestiones relativas a hábitos de salud, rituales, técnicas de

atención y cuidado, restricciones sobre uso de terapias (por ejemplo, transfusión

de sangre o trasplante de órganos, o mismo el aborto); todos ellos mediados por

sistemas culturales distantes, y hasta mismo opuestos, a los patrones culturales

sobre los cuales el sistema biomédico es construido y los profesionales de salud

entrenados.

Cultura, sociedad y salud.

Partiendo del concepto de que la cultura es un fenómeno total y que, por lo tanto,

provee una visión del mundo a las personas que la comparten, orientando, de esta
forma, sus conocimientos, prácticas y actitudes, la cuestión de la salud y de la

enfermedad está contenida en esta visión del mundo y praxis social.

La enfermedad y las preocupaciones con la salud son universales en la vida

humana, presentes en todas las sociedades. Cada grupo se organiza

colectivamente a través de medios materiales, pensamiento y elementos culturales

para comprender y desarrollar técnicas en respuesta a las experiencias o episodios

de enfermedad e infortunios, sean ellos individuales o colectivos. Con este intuito,

cada y todas las sociedades desarrollan conocimientos, prácticas e instituciones

particulares que podemos denominar sistema de atención a la salud.

El sistema de atención a la salud engloba todos los componentes presentes en una

sociedad relacionados a la salud, incluyendo los conocimientos sobre los orígenes,

causas y tratamientos de las enfermedades, las técnicas terapéuticas, sus

practicantes, los papeles, patrones y agentes en acción en este “escenario”. A

estos, se suman las relaciones de poder y las instituciones dedicadas a la

manutención o restauración del “estado de salud”. Este sistema es amparado por

esquemas de símbolos que se expresan a través de las prácticas, interacciones e

instituciones; todos condicen con la cultura general del grupo que, a su vez, sirven

para definir, clasificar y explicar los fenómenos percibidos y clasificados como

“enfermedad”.

De esta manera el sistema de atención a la salud no está desacoplado de otros

aspectos generales de la cultura, así como un sistema social no está disociado de

la organización social de un grupo. Consecuentemente, la manera a través de la

cual un determinado grupo social piensa y se organiza para mantener la salud y


enfrentar episodios de enfermedad, no está disociado de la visión de mundo y de

la experiencia general que este tiene al respecto de los demás aspectos y

dimensiones socioculturales informadas.

Será solamente a partir de la comprensión de esta totalidad, que se aprenderán los

conocimientos y prácticas ligados a la salud de los sujetos formadores de una

sociedad portadora de un sistema o cultura propia. También sería difícil

comprender la importancia de este concepto dentro de sus preocupaciones con la

salud.

El sistema de atención a la salud es un modelo conceptual y analítico, no una

realidad en si para los grupos sociales con los cuales convivimos o estudiamos. Sin

embargo, este auxilia la sistematización y comprensión de un complejo conjunto de

elementos y factores experimentados en lo cotidiano de manera fragmentada y

subjetiva, sea en nuestra propia sociedad y cultura o delante de otras no familiares.

Cabe resaltar que, en una sociedad compleja, existen varios sistemas de atención

a la salud operando concomitantemente, estos sistemas que representan la

diversidad de grupos y culturas que la constituyen. Aquí, a pesar de que el sistema

médico estatal sea el biomédico, que ofrece servicios de salud vía Sistema Único

de Salud (SUS), la población, cuando se enferma, recurre a varios otros sistemas.

Muchos grupos no buscan biomédicos, pero utilizan la medicina popular, otros

utilizan sistemas médicos religiosos, otros también recorren a varios sistemas a lo

largo del proceso de enfermedad y cura. Pensar el sistema de atención a la salud

como un sistema cultural de salud nos ayuda comprender estos múltiples

comportamientos.
El sistema cultural de salud.

El sistema cultural de salud resalta la dimensión simbólica del entendimiento que

se tiene sobre salud e incluye los conocimientos, percepciones y cogniciones

utilizadas para definir, clasificar, percibir y explicar la enfermedad. Cada una y todas

las culturas poseen conceptos sobre lo que es ser enfermo o saludable. Poseen

también clasificaciones acerca de las enfermedades, y estas son organizadas

según criterios de síntomas, gravedad, y otros. Sus clasificaciones y los conceptos

de salud y enfermedad, no son universales y raramente reflejan las definiciones

biomédicas. Por ejemplo, anomalía del apéndice xifoideo, dermatosis, herpes

zoster, estado de debilidad y mal de ojo son consideradas enfermedades para

varios grupos, entre tanto no son reconocidas o tratadas por los (bio) médicos. Las

clasificaciones de estas enfermedades son organizadas según criterios propios los

cuales guían los diagnósticos y terapias, cuyos especialistas tienen elementos y

materiales para tratarlas y reconocerlas si están curadas.

De esta forma, la cultura ofrece teorías etiológicas basadas en la visión del mundo

de determinado grupo, las cuales, frecuentemente, apuntan causas múltiples para

las enfermedades, que pueden ser, por ejemplo: “místicas” y/o “no místicas”. Entre

las causas “no místicas” (“no religiosas”, “no somáticas”, entre otras) encontramos

teorías y percepciones sobre el cuerpo y su (mal) funcionamiento frente a la

ingestión no adecuada de determinados alimentos, clima, relaciones sociales y de

trabajo tenso. Estas, a su vez, se combinan para ofrecer una medicina preventiva

ligada al comportamiento y a la higiene, así como elementos ligados a una medicina

curativa. En cuanto a las causas “místicas” estas, frecuentemente, se combinan


con las “no místicas” y pueden indicar más de un tipo de tratamiento necesario; por

ejemplo: uno para curar el cuerpo físico y otro para curar el cuerpo o estado

espiritual o social. Teorías etiológicas que incluyen “causas naturales” también

están presentes en sistemas etnomédicos, o sea, no biomédicos. Para las “causas

naturales” de las enfermedades, los sistemas etnomédicos cuentan con

tratamientos basados en el conocimiento de yerbas y técnicas de manipulación

corporal, y su eficacia evidencia el etnocentrismo biocientífico, muchas veces

presente, delante de los demás sistemas culturales de atención a la salud.

El sistema social de salud.

El sistema de atención a la salud es tanto un sistema cultural como un sistema

social de salud. Definimos el sistema social de salud como aquel que está

compuesto por las instituciones relacionadas a la salud, a la organización de

papeles de los profesionales de la salud que en él participan, sus reglas de

interacción, así como las relaciones de poder inherentes a este. Comúnmente, esta

dimensión del sistema de atención a la salud también incluye especialistas no

reconocidos por la biomedicina, tales como: actos de bendición, curanderos, brujos,

hechiceros, meso terapeutas, padres-de-santo, pastores y curas, entre otros.

En el universo de cada grupo social, los especialistas tienen un papel específico

que desempeñar frente al tratamiento de determinada enfermedad, y los pacientes

tiene ciertas expectativas sobre como ese papel será desempeñado, cuales

enfermedades el especialista puede curar, así como una idea general acerca de

los métodos terapéuticos que serán empleados.


En las sociedades complejas, además de los tradicionales, se encuentran

especialistas chinos y orientales en general. En los últimos diez años, hemos visto

también la búsqueda creciente por especialistas y terapeutas que pertenecen a lo

que se ha denominado de “nueva era”. Dentro de una misma ciudad, existen

especialistas detentores de varios métodos terapéuticos alternativos (parte de los

sistemas culturales de atención a la salud), siendo factores determinantes para su

elección o rechazo: principios religiosos, económicos, familiares, sociales, entre

otros factores de orden política y/o legal.

Antropología de la salud y la enfermedad.

A diferencia de los mecanismos de objetivación del fenómeno de la realidad que

manifiesta el punto de vista biomédico antes señalado, en el enfermo las

representaciones de lo que es la enfermedad y la salud hacen un recorrido diferente,

ya que se parte de una experiencia subjetiva.

Para la persona que está enferma, como para el médico, la enfermedad es una

experiencia presente en el cuerpo. Pero para quien sufre, el cuerpo no es

simplemente un objeto físico o un estadio fisiológico sino una parte esencial de él

mismo.

La persona enferma comienza a percibir el mundo de manera diferente a través de

su propio cuerpo; el mundo cambia al tiempo que la enfermedad se presenta

en el cuerpo, siendo éste (el cuerpo enfermo) no simplemente un objeto de

conocimiento, de representación objetiva de las enfermedades, sino un agente de

la experiencia, por lo que el cuerpo es también sujeto para algunos autores, el


modelo biomédico deja de lado el contexto social de significación , por lo que la

enfermedad seria entonces interpretada como una entidad autónoma , aislada de

las experiencias particulares concretas de los pacientes y médicos, por lo

que la aplicación exclusiva del modelo biomédico como respuesta a la enfermedad

sería un acercamiento a los problemas de salud y enfermedad que ha

dejado de lado las dimensiones socioculturales del fenómeno de la enfermedad.

Para ciertas condiciones, la interpretación objetivista del cuerpo ha sido

útil para la medicina., pero para otro procesos atendidos por la medicina

(nacimientos o enfermedades crónicas) la abstracción de un mundo de objetos

físicos y procesos fisiológicos de los fenómenos sociales significativos ha

determinado formas de práctica médica racionales pero altamente distorsionadas

para condiciones tales como el dolor crónico, la distinción entre el mundo de

los objetos físicos y los estados mentales obstaculiza la comprensión que torna

estos fenómenos inteligibles. El dolor crónico cuestiona uno de los dogmas de la

biomedicina al mostrar que el conocimiento objetivo del cuerpo humano no es

posible de aislarlo de la experiencia subjetiva.

El dolor resiste a la objetivación de las pruebas médicas corrientes, no se lo puede

medir, y se resiste a ser localizado. En tanto constituye una absoluta certeza para

quien lo padece, el dolor resulta ambiguo y no verificable para otros; queda como

o interior, resistiendo a la legitimación social.

Otro aspecto a recalcar es que el concepto estrecho de enfermedad entendida

como desviación de una norma biológica es concebido sin referencia a poblaciones

específicas y sus características socioculturales. La diferencia entre lo normal y lo


patológico tanto en las ciencias médicas como en las ciencias sociales está teñida

de implicancias morales. Si lo normal y lo patológico no son meros indicadores

estadísticos de distribución de frecuencias de la aparición de un fenómeno, sino

que manifiestan una intencionalidad demarcatoria de lo deseable en una sociedad,

es así evidente que salud y enfermedad adquieren dimensiones operativas clave.

Puede afirmarse que en toda sociedad se afirman preferentemente ciertos valores

que no podrán dejar de estar presentes en la definición de los problemas clínicos.

Entonces, lo que la Medicina trata es de un conjunto de situaciones que son

identificados como problemas porque impiden la realización de ciertas finalidades

humanas particulares.

En la definición de la enfermedad, lo que está implicado no es la alteración objetiva,

sino la percepción cultural de que esa alteración es un mal cada sociedad otorga a

la enfermedad una significación que está directamente relacionada con el universo

simbólico de significados que comparte las enfermedades contribuyen a la

definición de una cultura. Cada siglo tiene un estilo patológico propio, como tiene

un estilo literario, decorativo o instrumental propio.

La enfermedad no se agota en el fenómeno físico sino que las culturas otorgan

sentidos estructurantes a las enfermedades. Los males del cuerpo hacen aparecer

el entramado de la sociedad puede aportarse como ejemplo el de la peste,

que a través de Albert Camus se ha convertido en el símbolo de los tiempos

de calamidad durante los cuales se interrumpe el curso de las cosas y las

costumbres mejor establecidas se abandonan provisionalmente.


De esta manera, se puede considerar a la enfermedad como un fenómeno social

total, que va más allá de la manifestación de una patología orgánica en un objeto

determinado. En cada sociedad y en cada momento histórico la enfermedad recibe

un contenido, un sentido a través del cual se generan relaciones sociales y se

socializan contenidos.

Resumiendo, estas orientaciones que devienen del relativismo cultural afirman que

salud y enfermedad son conceptos con significados cargados de valoraciones, de

manera que sólo pueden ser comprendidas en el marco de una cultura particular,

y en un momento determinado. Así, ciertos estados son calificados como

enfermedades porque en la cultura son valorados negativamente así entendidos,

los criterios que permiten reconocer un estado como patológico son están

relacionados a valores, dependiendo de las normas y patrones sociales y culturales

que son aprendidas, o internalizadas a través de los distintos procesos de

socialización en que los individuos toman parte en las interacciones sociales

cotidianas.

Entonces, los actos reales, individuales y los innumerables productos materiales

sin los cuales ninguna sociedad podría vivir un instante, no son símbolos, pero son

imposibles de entender fuera de una red simbólica, conformándose de esta manera

una red de representaciones que atraviesan el conjunto de lo social,

Estas son construcciones que se cristalizan en las muy diversas formas

institucionales, con sus reglas y funcionamiento particular. Este es un punto de

articulación entre lo subjetivo y lo social, ya que son los sujetos desde su posición

relativa a un momento histórico, a una ubicación social y al propio psiquismo que


desarrollarán, perpetuarán y modificarán continuamente esas construcciones de

sentido.

Estas representaciones sociales son contenidos concreto aprendido por los

sentidos, por la imaginación, por la memoria, o por el pensamiento, es en síntesis,

una reproducción de lo que se piensa. Son formas de conocimiento práctico,

interpretaciones de la realidad, ya que la relación con lo real nunca es directa, esta

siempre mediada por categorías histórica y subjetivamente construidas.

La integración de la experiencia humana en los relatos de enfermedad es un

desafío constante al discurso de la medicina y a los debates sobre políticas.

La antropología y su importancia en la medicina.

Siendo la medicina una ciencia social y humanista que se ocupa de precaver y curar las

enfermedades, necesita de la antropología ya que esta estudia al ser humano en su

totalidad, incluyendo los aspectos biológicos y sociocul- turales.

Uno de los campos antropológicos de mayor importancia para la medicina es la

Antropología Física, que se ocupa principalmente de la evolución del ser humano

y la biología humana. Con el desarrollo de la Antropología Física se fueron

perfeccionando las técnicas para medir el color de la piel y los ojos, la textura del

cabello, el tipo sanguíneo, la capacidad craneana y otros caracteres importantes

para el estudio de la medicina.

Para poder entender mejor la importancia de la antropología en la medicina ahora

se habla de Antropología Médica, que aborda los fenómenos rela- cionados con la

salud y la enfermedad. A través de la Antropología, la cual tiene un carácter global y


compara- tivo, nos podemos percatar de que el estudio de la salud y la enfermedad

necesita tener en cuenta no sólo factores biológicos sino también sociales, culturales,

económicos, psicológicos, entre otros. Además, los médicos y antropólogos

combinan los enfoques biológicos y genéti- cos con datos culturales y sociales para

estudiar diferentes enfermedades.

El conocimiento del profesional que ha adoptado la antropología es de

fundamental importancia para la medicina ya el paciente no se ve como un objeto de

estu- dio, sino que el enfermo es comprendido, respetado y apreciado como se

merece todo ser humano. Por lo tanto, el médico antropológico debe tener

verdadera vocación por la medicina; una bien lograda formación científica;

sensibilidad para atender al hombre enfermo, comprender el sentido de sus

palabras y silencios, sus gestos y reticencias; condiciones de humanidad;

reconocimiento de la persona, de la dignidad humana y de la libertad; y formación

cultural general. El profe- sional de la salud debe identificarse de tal modo con el

paciente, entendiendo que él como persona también está comprometido en la tarea

médica, desde que como per- sona, él también va a necesitar atención médica en

algún momento de su vida.

La salud y la enfermedad como términos culturales.

Al contrario de lo que se piensa habitualmente, en cuanto hecho biológico o natural,

son varias las implicancias socioculturales de los términos salud y enfermedad. En

un sentido amplio, la salud opera en oposición o ausencia de una enfermedad. Se

encuentra sano quien no ha desarrollado ninguna dolencia ni sintomatología. Estos

dos enunciados deben ir juntos, pues pueden ocurrir interesantes paradojas. No es


extraño que la construcción sociocultural de la enfermedad vaya acompañada de

una sintomatología, la cual es utilizada en el diagnóstico y su identificación. Nuestra

medicina tradicional occidental opera bajo estas premisas. Sin embargo, puede

desarrollarse una enfermedad asintomática, donde la persona puede incluso negar

la existencia de la dolencia; o por el contrario, puede existir una sintomatología sin

enfermedad, éste es el caso de las dolencias somáticas.

En cuanto la enfermedad opera como un hecho científico externo al individuo,

siendo su causa una bacteria, un virus, un parásito u otro elemento patógeno, desde

un punto de vista antropológico parece más correcto utilizar la palabra dolencia.

Dolencia es una condición de falta de salud sentida por un individuo, grupo o

población. No es extraño, entonces, que la condición de falta o ausencia de salud

no necesariamente implique el desarrollo de una enfermedad. Es la percepción del

individuo, la condición “emic”, la que define la aparición de una dolencia y no la

experticia del especialista.

La antropología sociocultural ha demostrado, por medio de numerosas

investigaciones en diversos pueblos y comunidades del planeta, que las

percepciones de buena y mala salud, junto con las amenazas correspondientes, se

encuentran culturalmente construidas. Es casi un fenómeno universal encontrar, en

todas las sociedades, sistemas más o menos complejos de cuidado de la salud,

desarrollando determinadas creencias, costumbres, especializaciones rólicas y

técnicas destinadas a conseguir la salud y prevenir, diagnosticar y curar dolencias.

Pero, no tan solo las dolencias varían de un pueblo a otro. Es posible observar

también una gran heterogeneidad de enfermedades en diversas regiones del


planeta. La incidencia de enfermedades concretas varían entre sociedades, y las

culturas interpretan y tratan las dolencias de forma diferente. No es extraño que

ciertas enfermedades hayan sido controladas o prácticamente erradicadas en

ciertas sociedades. Este es el caso de la fiebre tifoidea, el cólera, la hepatitis, etc.

En otras, sin embargo, se desconocen algunas enfermedades y su aparición puede

incluso colocar en peligro la viabilidad de una cultura.

Desde nuestra disciplina, términos tales como salud, dolencia y enfermedad pasan

a ser vistos como construcciones culturales, los cuales varían en coordenadas

espacio - temporales. Así, algunas explicaciones sobre el desarrollo e incubación

de dolencias culpan a agentes externos, tales como hechiceros, brujas, fantasmas

y espíritus de antepasados. Este es el caso de la medicina mapuche y de muchos

pueblos indoamericanos. Otras, explican las dolencias en términos naturales. Es el

caso de la medicina occidental o biomedicina, que vincula la dolencia con agentes

científicamente demostrados. Igualmente, existen culturas que rescatan el papel de

la significación emocional en la explicación de las causas de las dolencias.

Dolencias o enfermedades producidas por frustraciones agudas o depresiones caen

bajo su trasfondo. Quizá el psicoanálisis es un buen ejemplo, en nuestra sociedad

occidental, de este tipo de explicaciones.

Concepciones de salud, dolencia y enfermedad en algunos pueblos indígenas

Iberoamericanos.

Los términos salud / enfermedad enmarcado en los sistemas de salud indígenas

comprende un conjunto integrado de ideas, conceptos, creencias, mitos y

procedimientos sean explicables o no relativos a las enfermedades físicas, mentales


o desequilibrios sociales en un pueblo determinado. Habitualmente, el hombre

indígena se siente rodeado de un número considerable de fuerzas que no controla

ni conoce, y que le acechan de forma constante, poniendo en peligro su salud e

integridad física.

Este conjunto integrado de conocimientos, explica los procedimientos de

diagnóstico, pronóstico, curación, prevención de las enfermedades y promoción de

la salud, y se transmiten por tradición y verbalmente, de generación en generación,

dentro de las comunidades.

El saber médico occidental, focalizado básicamente en el tratamiento de la

enfermedad y el cuidado de la salud, contrasta con la visión que tienen diferentes

culturas sobre las enfermedades, las cuales, de forma más o menos holística, toman

en consideración su medio natural, social y cultural, a través de la observación

sistemática y continua, del ver y recordar, de igualar la planta, el órgano y la

enfermedad, de adivinar a través del augurio, del éxtasis y la iluminación.

Los pueblos indígenas iberoamericanos han desarrollado desde tiempos

ancestrales un conjunto de prácticas y conocimientos muy complejos y bien

estructurados. La milenaria relación con la naturaleza les ha posibilitado una

comprensión cabal de la clasificación, composición, usos y protección de las plantas

en sus hábitats respectivos, las que son parte integral de su cultura y lo cotidiano.

Sus categorías y usos se entrelazan con lo mágico y religioso de su propia

cosmovisión. Los terapeutas tradicionales son los especialistas en el conocimiento

médico. Las normas y conceptos generales de los sistemas médicos indígenas son

conocidos a nivel comunitario, en muchos casos sus prácticas y terapias pueden


ser administradas, bajo condiciones adecuadas, en un ambiente familiar, otras, por

el contrario, requiere la intervención de especialistas. Ellas han desarrollado, en su

particular sistema cultural, una cierta armonía con la naturaleza y el ambiente.

En el caso de las culturas indígenas iberoamericanas, el concepto de salud es

predominantemente holístico. El sistema de salud es entendido como el

funcionamiento armónico de los aspectos físicos, mentales y espirituales de una

persona, el cual, además, está en armonía con el medio ambiente, sociocultural y

natural. Ello, por cierto, también forma parte de la idea que tiene el pueblo mapuche

sobre la salud, la dolencia y la enfermedad. Según Métraux (1967) la medicina

mapuche comparte un gran número de características comunes a las culturas

indoamericanas.

En el caso mapuche, la naturaleza vincula a su gente con sus antepasados, con su

historia. Naturaleza que para muchos podría ser diferenciable, pero que es su

realidad, entorno que forma parte de su ser. Este vivir y formar parte de la naturaleza

tiene por consecuencia que la concepción de salud para los mapuches vaya mucho

más allá de los desequilibrios físico-químicos de la medicina más clásica.

Desde la dolencia y la enfermedad a la muerte.

La muerte es un acontecimiento universal. Salud, enfermedad y muerte son

aspectos indisociables al ser humano. El hombre posee la certeza de que algún día

dejará de existir. Por ello, le ha inquietado desde siempre y tiende a verse como un

dato objetivo, estanco e indiscutible: es un hecho biológico.


Sin embargo, la muerte tiene un significado cultural profundo. La representación y

las actitudes que han desarrollado diversas culturas, que incluyen costumbres,

mitos, ceremonias, ritos, etc. han relevado las dimensiones sociales del fenómeno,

restringiendo sus atribuciones médicas. Es bien cierto que por medio de las

tradiciones culturales, el ser humano prolonga la vida más allá de la muerte,

utilizando la más variada cultura material (atuendos, utensilios, panteones, etc.)

hasta aspectos más ideacionales o la propia comunicación de los vivos sobre los

difuntos, asignando nombres a las calles, etc. Toda cultura desarrolla creencias

sobre la muerte, mientras que la religión, expresión de aquella, le reserva un lugar

central.

En la cultura occidental, hasta fines del siglo XVIII y principios del XIX la figura del

médico estaba separada de la muerte. El médico acompaña al paciente mientras

hay algo que hacer, cuando excedían sus posibilidades de accionar el agonizante

quedaba al cuidado de su familia.

Al surgir la medicalización, comienza una fuerte intervención médica. La sanidad

comienza a ser regulada y controlada por parte del Estado. El médico se convierte

en el consejero y experto en observar, corregir y mejorar el cuerpo. Es su función

de higienista, más que su prestigio como terapeuta, el que asegura su posición

privilegiada en la sociedad.

A partir del S.XIX se comienza a confiar en el diagnóstico médico. Surge la medicina

moderna, se crea el estetoscopio (1818) que llevan a la certeza y confianza en el

diagnóstico médico de la muerte. Ella deja de ser patrimonio de la religión y de la

filosofía, para ser una cuestión de la ciencia médica.


En el siglo XX, el avance de la tecnología de la salud y la aparición de los cuidados

intensivos permite prolongar la vida a los pacientes, modificando los límites de la

vida y de la forma de morir, pues el agonizante dejará de estar acompañado de su

familia. Con el nacimiento de la terapia intensiva, la muerte se hace más científica,

más técnica, mientras se pasa a una muerte secularizada. La muerte pasa de ser

pública a ser un acontecimiento privado, íntimo. El hombre moderno muere en el

hospital solo, o apenas rodeado de sus familiares más cercanos.

En nuestra cultura, los ritos funerarios de siempre, tales como los velatorios,

preservación del luto y el tiempo de duelo, significaban mucho más que una

demostración de respeto y afecto a la memoria del difunto. Eran una estrategia

defensiva, que tomando como pretexto el interés del muerto, desempeñaban una

función fundamental: preservar el equilibrio individual y social en los vivos.

Ceremonias, como llevar el luto; la administración burocrática que impone su

racionalidad (declaración obligatoria del deceso del difunto); surgen los cementerios

privados que pasan a llamarse parque o jardín, la cremación como una opción

recurrida, entre otras.

Los ritos fúnebres han dejado de ser ritos conmemorativos, que consisten en recrear

la atmósfera sagrada, y han pasado a ser ritos de duelo. Hemos transformado a los

muertos en seres que tiene un destino ajeno, lejano y desconocido, no sabemos

dónde van, por lo tanto, no forman parte de nuestra vida cotidiana.


La cultura occidental moderna ha sabido encontrar mecanismos necesarios para

postergar la muerte. El avance de la tecnociencia y la biomedicina ha logrado

desplazarla temporalmente. Este avance de la medicina ha cambiado nuestra

relación con la muerte, convirtiéndola en algo ajeno a nuestra cotidianeidad.

Los adelantos tecnológicos de la medicina han dado popularidad al hospital como

único espacio adecuado del que va a morir. En el medio hospitalario, la prolongación

de la vida se vuelve un fin en sí mismo. En algunas oportunidades, ésta se puede

prolongar en forma artificial por días y semanas. En este caso la muerte deja de ser

un fenómeno natural y se vuelve una falla del sistema médico, lo cual complejiza la

situación.

El hospital, como lugar destinado a la sanación y cura en nuestra cultura, invisibiliza

la muerte, la coloca fuera del hogar y permite mantenerla a distancia. La conducta

de dejar a enfermos terminales en el hospital se debe al deseo de que el enfermo

sea atendido por especialistas, que cuentan con los recursos necesarios para

entregar auxilio, negando así la existencia de la enfermedad y la cercanía de la

muerte. La participación de la familia desaparece o es mínima cuando el enfermo

está hospitalizado.

En un ámbito organizado y jerarquizado como es el hospital donde todo debe ser

controlado, enfrentar la muerte es algo anormal, porque ella es el desorden, el caos

que sobrepasa lo deseable que es la lucha por la vida. La generalidad de los

médicos percibe a la muerte como un fracaso de su práctica profesional. Lo que

ayuda al médico a enfrentar las complejas circunstancias de la muerte de un

paciente no es el manejo técnico, sino más bien su experiencia humana.


Conclusión.

A pesar de pasibles de contradicciones internas y, consecuentemente, generadores

de predicamentos, sustentamos la premisa de que los valores, conocimientos y

comportamientos culturales ligados a la salud forman un sistema sociocultural

integrado, total y lógico.

Por lo tanto, las cuestiones relativas a la salud y a la enfermedad, no pueden ser

analizadas de forma aislada de las demás dimensiones de la vida social mediada y

compenetrada por la cultura que confiere sentido a estas experiencias. Los sistemas

de atención a la salud son sistemas culturales, consonantes con los grupos y

realidades sociales, políticas y económicas que los producen y replican.

Finalmente, se puede afirmar que somos todos sujetos de la cultura, y la

experimentamos de varias formas, inclusive cuando nos enfermamos y buscamos

tratamiento. Sin embargo, al actuar como profesionales e investigadores del Área

de la Salud, nos encontramos con sistemas culturales diversos del nuestro (o en el

cual fuimos entrenados), sin relativizar nuestro propio conocimiento médico. Eso

sucede, especialmente en el campo de la salud, ya que en el occidente moderno y

racional, naturalizamos el campo médico, cubriéndolo de verdad universal y

absoluta, alejándolo de las formas de conocimiento culturalizado.


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