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Universidad Nacional de Colombia

FCH-Departamento de Sociología
Introducción a la Sociología
Olga Restrepo

Trabajo final
Harold Stiwar Pascagaza Jimenez

LA VIVIENDA. LA CUESTIÓN DE MIS PAISAJES.

Un campo teórico y un relato.

No cabe duda. Ésta es mi casa


aquí sucedo, aquí
me engaño inmensamente.
Ésta es mi casa detenida en el tiempo.

Mario Benedetti
(a) INTRODUCCIÓN

En este trabajo presentaré un análisis acerca de las viviendas en que he estado, sus espacios, su entorno y
las relaciones -con personas y objetos- dadas. Mi herramienta principal es la memoria, recurrir a los pasos
que no he olvidado, algunas fotografías y objetos que aun conservamos en la familia. En este sentido seré
intruso de la vida de todos y del espacio común habitado, pero utilizaré la memoria como parte de lo que
S.J. Taylor y R. Bogdan llaman Documentos personales, pese a que en su Introducción a los métodos
cualitativos de investigación no se muestra como un método efectivo, quizá por desconfiar de una sola
opinión… Veamos qué resulta.

La exposición del tema es como sigue:

Desarrollaré conceptos necesarios para la articulación y la coherencia entre vivienda, familia e identidad,
comenzando por una breve exposición del concepto del espacio. Luego, una exposición de lo que voy a
entender por vivienda y por familia. Posteriormente desarrollaré una narrativa enfocada en describir las
viviendas en las que he habitado, intentando un modo de síntesis y conclusión.

(b) CONTENIDO

(b1) Nuestro último paisaje. Nuestra casa: nuestro primer lugar.


Nuestro primer lugar es nuestra casa, es un lugar que nos es dado.

Se producen unas relaciones en el espacio que es dado pero no estático, pues también se permite una
transformación de ese espacio, una producción del lugar habitado y con ello una producción de
identidades que entre sí juegan con ideas, objetos, rincones del lugar, la parte más amplia, lo que es bello
o no, el conocimiento y los elementos que a cada identidad pertenecen.

“El concepto de producción del espacio desarrolla un concepto ya muy conocido, clásico,
reiterativo: el de producción, pero indica un cambio en la producción, en las fuerzas productivas;
se pasa de la producción en el espacio a la producción del espacio. (...) Si se examina este
concepto, por ejemplo en Hegel y en Marx, se ve que el concepto se desdobla: de un lado está la
producción de productos: las cosas, los bienes, las mercancías, y del otro lado la producción de
las obras: las ideas, los conocimientos, las ideologías e incluso las instituciones o las obras de
arte.” (Lefebvre; 1974)

Sin embargo, no siempre sucede de manera ordenada: el espacio y las identidades que se producen en él -
y que lo producen, insisto- no siempre son cuidadosamente producidas, sino que, son relaciones caóticas,
conflictivas, que conducen a un necesario diálogo o a una penosa imposición, tanto en el espacio público
como en el privado.

Pero sea en el primero como en el segundo existen relaciones sociales que son objeto de la Sociología. La
mirada sociológica que apunta a las relaciones sociales ubicadas, implicadas en un lugar, apunta en esa
medida a advertir los cambios -sus causas y consecuencias- que están insertos en la cotidianidad de las
personas y que son la expresión misma de su existencia. De ahí la importancia del análisis sociológico del
espacio, dado que “cuando miramos un paisaje, estamos contemplando sociedad. (...) Los paisajes no son
neutrales, sino que esconden relaciones sociales, son el producto de prácticas sociales cotidianas”
(Echavarren; 2010, p. 1109). En este sentido, paisajes son: oficinas, calles, bosques, colegios, campus
universitarios, la ciudad, entre otros. El que aquí es propio de mi análisis: la vivienda, en específico, mis
viviendas.
La vivienda como paisaje tiene características claras y bien definidas: lugar donde se duerme, donde uno
se prepara para el día, entre otros, y en especial es “el lugar al que se regresa al final de la jornada”
(García; 2013-2014, p. 2). Este es el paisaje de retiro, es nuestro último paisaje del día.

(b1) Las viviendas: mi paisaje.

Los lugares que a diario habitamos son sitios de combate, de imposición de fuerzas, del ejercicio de
jerarquías. La vivienda no está por fuera de esta definición, pero también implica otra: es un espacio
común del combate no trágico, es decir, que la posibilidad de diálogo, acuerdos y ternura es mayor que en
una oficina o en una estación de Transmilenio.

Para Manuel Castells “el espacio está cargado de sentido” (1974; p. 256). Y es por ello que la vivienda
representa más que una estructura física cuya función única sea la de servir como lugar de retiro, es en
cambio, mucho más que eso: está llena de objetos, relaciones y prácticas -igualmente cargadas de sentido-
que conducen a la conformación de una identidad por medio de la personalización. “La personalización se
da en mayor medida en los espacios primarios, ya que son los que la persona o el grupo posee de forma
exclusiva y sobre los que posee un alto grado de control” (Garcia; 2013-2014, p. 8)

Así, en la vivienda compartida-por una familia- confluye la idea de posesión y de control sobre el espacio
y las relaciones que allí tienen lugar, aunque en mayor o menor medida dependiendo la función de cada
uno de los miembros familiares. Me refiero, por supuesto, al nombramiento de cada uno en el espacio:
padre, madre, hermano, hermana y yo, en mi caso específico, visto como otro aunque la mención sobre mi
persona genere cierto eco.

(b3) Familia

Porque no puede verse la cuestión de la vivienda como un lugar despersonalizado, puesto que “vivienda”
es una denotación social sobre el espacio habitado por los grupos particulares de la humanidad, a saber:
personas que viven solas y familias que comparten un mismo espacio. Y esta última caracterización es de
vital importancia para la cuestión dado que

“Vivienda y familia son dos conceptos inseparables. En todos los períodos históricos, en los
diversos sistemas culturales, independientemente de los lugares, la relación entre la forma de
familia y la forma de la vivienda es como un factor constante en la organización de la sociedad y
los asentamientos humanos” (Almeida, C., Mora, J., dos Rels, F; 2010, p. 10)

Bajo esta perspectiva la vivienda y la familia tienen relaciones más que históricas y enmarcan la identidad
de quienes están ligados a esa relación. En especial la figura padre y madre es protagonista para el
desarrollo de la vida al interior y por fuera de tal dinámica vivienda-familia-mundo,

“Si hiciéramos un balance de lo que hemos acumulado en conocimientos a través de largos


estudios en una vida, nos encontraríamos, con sorpresa, que la zona más fecunda de nuestra vida,
aquélla en que recibimos más conocimientos y sensaciones para enriquecer nuestra existencia, fue
el hogar. Con unos padres que no eran expertos en pedagogía, pero que tenían su profundo
sentido en la ternura y en su deseo de procurar nuestra felicidad.” (Naranjo; 1968, p. 7)

Y de esa manera también los hábitos heredados se abren paso en la relación de la persona con el mundo,
con su realidad inmediata y con quienes cohabita fuera y dentro de casa. El trato que la persona sostiene
con el mundo, en tanto relaciones sociales, tiene como bases primarias la formación de sí (para las figuras
padre/madre la formación de hijo/hija), proceso que ocurre en la vivienda y al estar rodeado de las
personas que constituyen la familia.
Sin embargo, ese tacto inicial, que es la forma en que la persona aprende de su familia y entorno cercano,
también está en riesgo constante de transformaciones al ir saliendo del círculo familiar -siendo el primer
espacio de lo afectivo- y entrar en otros ambientes y espacios de múltiples características y que incluso
pueden resultar espacios a los que socialmente se le atribuyen significados que contradicen el significado
de la identidad familiar y de lugar. Estas transformaciones se introducen en las vivencias cotidianas y
“naturales” que tienen lugar en el crecimiento de la persona.

Naranjo Villegas también señala en este aspecto que,

“La aridez consiste en que se ha desplazado de mucha zona de intimidad, porque ese trato
cotidiano se mueve por intereses completamente separados de los afectos (...) Todo es cuestión de
educación. Un hombre o una mujer, sin exacta conciencia del fenómeno, corre el peligro de
disecar en los intereses cuanto pertenece al mundo de los afectos” (1968, p. 71)

En este sentido no existe persona sin lugar ni circunstancia: su vivienda y su familia determinan sus
primeras nociones de existencia y muchas de estas se reproducen a lo largo de toda la vida. Es la herencia
de dios y el diablo, pues son valores que posibilitan o no mejores formas de convivir en sociedad.
(b4) El intruso: la vivienda en su interior.

(b4.1) Desde el yo en la vivienda y sus espacios y objetos.

De todas formas la familia no es un conjunto homogéneo de valores y prácticas, sus miembros también
mantienen y desarrollan elementos de distinción. La estética, las formas de relacionarse, las opiniones
políticas y la sexualidad, como muchos otros factores, son sensibles del cambio por la imagen que existe
de lo externo, de lo que se ve y se vive más allá de las ventanas de la casa.
La convivencia y el orden son procurados a partir de la existencia de las relaciones conflictivas, que
exigen la identificación de unos códigos comunes que la máxima autoridad de la comunidad hace
reconocer y obedecer, esperando que las conductas individuales no generen mayor problema con las
normas básicas. Y esto no sólo en tanto comportamiento de cada quien sino en la forma en que se dispone
el espacio común, que de esta forma, toma otros significados y deja de ser espacio-habitado-solo. “El
hecho de que un paisaje se interprete como mero espacio indica la escasa importancia que recibe por parte
de la comunidad” (Echavarren; 2010, p. 1115), y la vivienda como producto de un proyecto humano,
necesariamente está impulsado por significados morales, existenciales y socialmente por la implicación
económica.

En una vivienda existen objetos que son, o pertenencia de alguno de los miembros de la familia o que
están allí por ser útiles al bien común. El caso de un cepillo de dientes hace parte de los ejemplos de la
pertenencia individual, mientras que la estufa o la escoba son elementos que todos utilizan para mantener
el lugar ordenado y preparar alimentos.

El proceso de la personalización, como señala García se manifiesta en “la elección de determinados


objetos y la disposición de éstos en sus hogares” (2013-2014, p. 8), así, las familias se ven implicadas en
el espacio compartido y se permite un retrato de las identidades que están en constante interacción. Estos
objetos que tienen presencia en la vivienda pueden ser instrumentales o simbólicos, es decir, que están allí
gracias a la importancia que tienen para el desarrollo de actividades diarias o que están allí por algo que
representan, bien puede ser un sentimiento o un recuerdo.
Al interior de una vivienda sus espacios hablan tanto de la intimidad como de la economía que es un mal
de todos -o de la mayoría-. Las habitaciones grandes permiten más objetos, mejor ubicación de cada uno
de ellos, más decoraciones al igual que los otros espacios de una casa, como la cocina, el baño, la
biblioteca… y ésta última tiene una voz “legítima” para hablar de la economía de una vivienda, puesto
que es un espacio “de claro uso de la élite, porque la educación, la razón y la pasión por las artes “cultas”
son características de las clases altas” (Murcia; 2010, p. 29). Sin embargo, para nuestra actualidad esta
razón sería insuficiente dado que, aunque en menor cantidad, existe en nuestro medio un rincón cultural,
en las casas donde están los libros heredados y una biblia o las ostentosas bibliotecas compradas de a diez
tomos.

Pero estas disposiciones de rinconcitos o de grandes habitaciones de estudio no sólo hacen parte de la voz
impersonal de la economía sino que son directamente una posición estética.

“La disposición estética es una dimensión de una relación distante y segura con el mundo y con
los otros, que a su vez supone la seguridad y la distancia objetivas; una manifestación del sistema
de disposiciones que producen los condicionamientos sociales asociados con una clase particular
de las condiciones de existencia, cuando aquéllos toman la paradójica forma de la mayor libertad
que puede concebirse, en un momento dado en el tiempo, con respecto a las coacciones de la
necesidad económica.” (Bourdieu; 1988, p. 53)
Y de igual manera la vajilla en la cocina, los tratamientos para el cabello en los baños, la clase de telas de
las sábanas en las camas, etc., son disposiciones económicas y estéticas, aunque a su vez más
determinadas por el primer factor que por el segundo

(b5) La vivienda desde afuera: un bien durable.

“Un lugar que ha sido habitado no es inerte, su espacialidad trasciende lo físico para convertirse
en reflejo de sus residentes. Las relaciones, ya sean afectivas o de poder, entre integrantes de la
sociedad se evidencia en la construcción física de la ciudad y de la casa” (Murcia; 2010, p. 19)

La vivienda tampoco existe sin lugar ni circunstancia: en el medio social no sólo es un espacio habitado.
Corresponde también a un valor como mercancía.

En este sentido la vivienda tiene un valor visto de afuera; hay una economía interesada en su producción y
esto le da otras características que la desarrollan como producto de la situación global del territorio en que
está ubicada y esto repercute en las condiciones de vida digna de los hogares y en la situación poblacional
de la ciudad, del campo, del país. Pensemos en las ciudades a partir de lo que Castells enuncia
refiriéndose a un caso en Francia:

“Así, cuanto más alta es la tasa de crecimiento industrial (capitalista) mayor es el crecimiento
urbano, mayor su concentración en las grandes aglomeraciones y mayor es en ellas la penuria de
viviendas y la deterioración del patrimonio inmobiliario” (Castells; 1974, p. 182)

Lo anterior bien puede reproducirse en las grandes ciudades-capitales de los países, donde las personas de
otras zonas llegan para disponer de mayores oportunidades económicas: como en el nuestro.

(c) RELATO (conclusión desde adentro).

No realizaré caracterizaciones directas de las viviendas que describiré - en total tres- pero dejaré señales
generales que puedan fácilmente articularse con el contenido del texto en conjunto. Esto, y espero no
resulte mal visto por quienes lo lean, por falta de espacio pero principalmente porque pienso que hay
cosas que deben permanecer como curiosidades poéticas.

Vivienda 3 - Hoy, juventud.

Hace poco más de dos años que habito este lugar -mi casa-, que es más que un mero espacio. Está lleno
de logros personales y familiares, pero resulta difícil definirlo pese a verme implicado en él por un tiempo
suficiente para conocer sus rincones e intimidades.
Esta ciudad -Bogotá- me parece caótica, un poco sin sentido de tanto movimiento y edificio grande; acá
vienen a parar desplazados, campesinos e indígenas en total, y tanto ruido de motores… sé que en alguna
época hubo poetas de a pie y casas de hasta diez generaciones. Sin embargo, caminando, veo a las gentes
con afán y algún que otro cigarrillo deshaciéndose entre la mano desocupada del empresario. Quizá esos
campesinos e indígenas podrían vivir en los grandes cuartos de los penthouse de que son dueños…
Mi casa, retomando, se encuentra al noroccidente de la turbulencia urbana. Ubicada en un barrio que está
en medio de un aeropuerto que nos ha querido tragar varias veces y un humedal que nos tragamos - las
anteriores generaciones - para construir casas, aun de teja, para quienes era la única opción arrendar
algunas piezas o comprar lotes por veinticinco mil pesos: me cuentan que era una millonada. Y no lo
alcanzo a imaginar.

Una guitarra, dos camas, un mueble de ropas, una máquina de escribir que le regalaron a mamá y una
biblioteca que hemos estado haciendo con mi hermano son los objetos más visibles de mi habitación; la
segunda cama es la mía. En la biblioteca hay algunos nombres clásicos y otros no tanto pero apenas (y a
penas, como diría Benedetti) si hemos completado la primera parte de una larga lista.

En el cuarto más pequeño se encuentra mi hermana -de diez años-, es decir, no sólo ella, su cuerpo, sino
sus manualidades, sus dibujos, sus juguetes y por supuesto un libro.

En el cuarto de ella y él está el único televisor de la casa, comparten una cama y un mueble de ropa (van
dos). El baño está bien arreglado, gracias. En la sala de estar (definición que no aprendí en casa) hay unos
sofás “para cambiar”, dice mamá. También un equipo, el único, que cumple el próximo mes veintiún años
con la familia. (Es mayor que yo)

La cocina tiene una estufa donde mamá me hace mis lentejas para obtener proteínas puesto que la
cotidiana carne viene con la misma crueldad que la cotidianidad, y esa práctica de comerla que aprendí en
casa… ya no me gusta.
Son dos pisos, pero el otro está en arriendo y de las dos semanas que pasé allá me acuerdo sólo de la
cocina que era muy pequeña. Una cocina que supongo igual a las que tienen nuestros vecinos, que para mí
son vecinos-de-Pascagaza. Nuestra relación con ellos no supera el “hola” ordinario y el “muy bien, y
¿usted?” y cuando hay algún chisme de gran impacto el “¿sabe qué pasó?

Vivienda 2 - Adolescencia viene del que adolece de todo. Ayer.

Si actualmente hay buena relación con los vecinos-de-Pascagaza, hay que decir que uno de los factores
para estar aquí es la mala comunicación con los vecinos de la anterior casa. De hecho logro acordarme de
una señora de edad que no me respondió el saludo sino hasta el día en que se fue, dos meses antes que
nosotros de esa cuadra.
El otro factor: la casa era pequeña. El mismo televisor de la vivienda 3, el mismo equipo de sonido, la
misma bicicleta. Eso sí, no veía tanto empresario porque salía del colegio a la 1:30pm y no podía salir
solo y menos después de esa hora al centro de lo que para entonces -para mí- no era tan turbulento.

No teníamos a Borges, ni al Quixote en dos tomos, pero teníamos una biblia en el cuarto de mis padres
igual o más grande que la obra de Cervantes… Y aun mi hermano y yo íbamos a la Iglesia. Yo allí cumplí
desde los diez hasta los quince.

Vivienda 1 - Infancia, a-contra-tiempo.

Tengo recuerdos mínimos de la primera casa que habité, pero los más tranquilos. Y así, porque no sabía
de la turbulencia en que vivía, y la casa está ubicada en el mismo barrio en el que hoy habito. Fuimos
saliendo de la periferia en la periferia.

La casa era grande y tenía lo justo: dos habitaciones, una para papá y mamá como es “natural” y otra para
mi hermano -que es mayor- y yo. El baño no tan bien, gracias. La cocina con “tiestos” de alguna de mis
abuelas, un patio en el que aprendí a lavar y una sala a secas.

¿Qué más necesitaba? por supuesto, un televisor con gran panza (el mismo), un equipo de sonido (el
mismo), un par de bicicletas, algunas canicas y un balón. Nada extraño, de hecho muchas veces vi
trompos y canicas y balones en otras casas… lo extraño hubiera sido no haberlos visto y no jugar con
ellos.

Cerca de aquélla casa -construida por mi padre-, existían lugares aún sin ninguna construcción, donde
habitaban ratones y balones perdidos… hace ya unos seis años que no existen esos misteriosos rincones
del barrio.

Así, fue lo que recuerdo de mi infancia, pero no sé muy bien dónde está.

La infancia es un buen “lugar”, es también la primera casa que habité. A contratiempo, un no lugar.

(d) BIBLIOGRAFÍA

S. J. Taylor y R. Bogdan. (1992/1984) Introducción a los métodos cualitativos de


Investigación. Barcelona: Paidós. Capítulos: 5, “Descubriendo métodos” pp. 140-142

Lefebvre, Henry. (1974) “La producción del espacio” En papers: revista de sociología Vol. 3 Num.: 2
(p. 219-229)

Echavarren, José Manuel. (2010) “Conceptos para una sociología del paisaje” En papers: revista de
Sociología Vol. 95 Num 4 pp 1107-1128

Garcia, Laura pasca. (2013-2014) “La concepción de la vivienda y sus objetos” Universidad Complutense
de Madrid. Master de psicología social

Castells, Manuel. (1974) “La cuestión urbana”. México. Siglo XXI editores.

Almeida, C., Mora, J., dos Rels, F. (2010). “Vivienda y Territorio” en M+A. Revista electrónic@ de
medio ambiente. Disponible en
https://revistas.ucm.es/index.php/MARE/article/view/MARE1010120001A

Naranjo Villegas, A. (1968) “Sociología de la familia” Bogotá. Colegio Máximo de las Academias de
Colombia.

Murcia Ijjasz, I. (2010) “El desarrollo del espacio doméstico en Bogotá en el siglo XX: un reflejo de la
construcción de la identidad local” Bogotá. Disponible en http://dearq.uniandes.edu.co/articles/2011/el-
desarrollo-del-espacio-dom-stico-en-bogot-en-el-siglo-xx-un-reflejo-de-la-construcc

Bourdieu, p. (1988) “La distinción. Criterios y bases sociales del gusto” Madrid. Taurus.

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