Sei sulla pagina 1di 18

LA PESQUISA

Gabriel O. Castriota https://lobuenodeleeresleer.blogspot.com/

He llegado por fin a lo que quería


ser de mayor: un niño.
Joseph Heller (1923-1999)

Yo soy muy inteligente. Siempre lo fui. Me lo decían en casa y en el cole, tam-


bién los tíos, y no sólo de tanto leer (que leo y mucho y de ahí mi pasión por las
palabras). Siempre pude darme cuenta de cosas que otros no. Fui de los prime-
ros en intuir, por ejemplo, que dos más dos son cuatro, que si uno suelta dos
objetos de tamaño distinto desde el balcón ambos llegan a la vereda simultá-
neamente, que los bebés viniendo de París es un bulo que no resiste el menor
análisis, no con el precio de los pasajes que mi tía Beba “no pagaría ni loca”.
¡Je! Y si Melchor, Gaspar y Baltasar hubieran tenido caballos con alas como
Pegaso, creería en su descenso controlado en nuestra terraza cada 6 de enero,
mas como nada en la Biblia refiere a camellos voladores, hemos de descartar la
visita anualizada de los Reyes por improbable… por eso y por los diez compri-
midos de Valium que les zampé en el agua con pastito y que noqueó algunos
micifuces piojosos pero jamás un dromedario. Para lo del Ratoncito Pérez fui
incluso más expeditivo esparciendo tachuelas por el suelo de mi habitación; a
la mañana siguiente papá rengueaba y no hubo chocolatines por portarme bien
en misa durante laaargo tiempo… aun si lejos de desanimarme, la falta me mo-
tivó, confirmando el dicho de que “la privación es causa de apetito”. ¿O era la
“prohibición”? ¿Sería por eso que Al Capone…? Mah, dejémoslo ahí.

Naturalmente mi pasión investigadora conoció la etapa del coleccionista (ma-


riposas, gusanos y cascarudos, tapitas de gaseosas, autitos, aviones) pero lejos
de contentarse con minucias, se fue expandiendo hacia áreas más comprome-
tidas como el negociado tras los álbumes de figuritas o las trampas en los cam-
peonatos de metegol. Huelga decir que conmocioné a los kiosqueros de mi barrio
y a la AAFM1. Con la mejor intención, mi hermana Lali me hizo ver los peligros
inherentes a adentrarme en asuntos de tan siniestra naturaleza: cargadas en la
cole, miradas torcidas al comprar mis Frititos, mi foto en un afiche de Prohibida
la entrada a este club. TEVAMOAREVENTÁ es un grafiti que ilustra muchas
paredes de mi cuadra hasta hoy.
Pero como nunca me he dejado disuadir por amenazas o vergüenza, continué
mi búsqueda de la verdad, incluso a niveles insignificantes: notando qué tan
seguido faltaban burgers de pack en el híper, si La muerte de Supermán tuvo
un efecto negativo en la venta de chombas con la S diamante o si el aumento de
cucarachas hogareñas se correspondería con ese nuevo matabichos tan ba-
rato…
Así fueron asomando aquí y allá indicios de una vasta la red conspirativa aun
si demoré bastante en identificar a la parte responsable. Porque, claro, hasta
los conspiradores más hábiles dejan huellas.

1 Asociación Argentina de Fútbol de Mesa


Una de las primeras pistas surgió al oír casualmente: “¿Qué querés ser cuando
seas grande?”. Cuando seas grande. O sea que uno es chico ahora y después se
vuelve como los viejos. Ajajajá. Esto valía la pena ser investigado.
Las marcas en la pared de la cocina con que los papás miden el avance de sus
retoños hablan por sí solas. Lo mismo con la renovación de zapatillas y vestua-
rio.
Pero la evidencia decisiva llegó el día en que la maestra de primero dijo como
al pasar: “Cuando yo era chiquitita como ustedes…”. Y entonces ya no tuve du-
das. ¡Los adultos fueron chicos una vez! Uno los ve como terminaron siendo, no
como eran en su origen. Entones aun las historias de infancia de papi eran
verdad. No eran cuentos para crear “empatía”, como dice el libro de Pilar Irzu-
beta.
Qué shock resultó. Pero más allá de eso, tenía sentido. Si una semillita de poroto
podía crecer dentro de mi tarro de mayonesa, era perfectamente posible que un ser
humano creciese dentro de la pancita de mamá. De hecho, la Versión de la Se-
millita ofrecía mayor verosimilitud que su variante, la de la Cigüeña.
Hum… es bien sabido que ninguna leyenda surge de la nada, así que resultaba
harto posible que este cuento tuviese una base real también. Para una verifica-
ción acudí a libros de Biología, todo un drama porque en mi nivel los detalles
jugosos están velados, según descubrí en una comparación con los manuales
de ESB2. Si papá no me restringe el acceso a internet me habría enterado mucho
antes lo de los pájaros y las abejas; por eso acudí al ordenador en casa de Pepo,
cuyo hermano Ricky deja encendido a veces cuando se va a probar la moto.
Al primero que anoticié fue, claro está, Pepo, a quien prometí parte de la gloria
de mi hallazgo y aun si la ligamos los dos cuando los medios para conseguirlo
salieron al aire, continúo estando en deuda por su auxilio.
Intenté atraer a otros hacia mi causa empleando red escolar, pero me desacre-
ditaron Nacho y Eloy, unos bullies de sexto. Ya les he advertido que como me
vuelvan a acorralar en la mapoteca, le cuento al celador Peretti sobre esas re-
vistas sospechosas que ocultan en las mochilas.
Con todo, la presión no dejó de sentirse: Tina y Bobby se fueron a ubicar lejos
de mí en clase.

Conspiranoico. Esa es la palabra con que han empezado a referirse a mí. Creen
que no los he oído, pobres de ellos. Yo lo oigo todo.
Desmitificador. Eso es lo que soy, sí: un destructor de mitos. O utopicida, si lo
prefieren. Y ni siquiera el primero. ¿O se olvidaron de Cristóbal Colón, Galileo
Galilei, Edmund Halley, Álvarez Cascos, David Morrison…? Dijeron la verdad
¿no? Porque al final, la Tierra no era plana, no éramos el centro del Universo,
ningún cometa nos aniquiló, el Y2K no trajo un apocalipsis cibernético y la Pro-
fecía Maya de 2012 pasó sin pena ni gloria.
Así que mis búsquedas tienen un poco más de sentido de lo que creen, por
muy impopular que yo sea. Bue… al que cuestiona todo lo tildan siempre de
metido o beatón y antes que ligarla, uno prefiere irse al mazo. ¿Que si pensé en
llamarme a silencio? Seguro. Como Zarathustra: si nadie me daba bolilla. Pero
tal cual Juan Salvador Gaviota, no puedo evitar mi naturaleza.

2 Ciclo básico de la educación secundaria.


Es verdad que, por un tiempo, me dediqué a ahondar en temas menores como
la relación del azúcar y las hormigas en la panza, el monstruo que vive en el
ropero, o lo de tener los dedos cruzados al hacer un pedido… Obré así por reco-
mendación de tío Walter, que trabaja en un diario, y me dijo que “no siempre
un periodista puede elegir la historia” y “que aun debe descender para remon-
tar”.
Empecé pues con la bizquera producto de un soplo; esto es, que si te soplan
en la cara mientras te hacés el bizco, te quedás bizco. Aquí se me presentó una
dificultad porque precisaba sujetos de investigación. Al principio, solicité volun-
tarios pero al final debí sobornar compañeros con gomitas, chupetines y los
alfajores de rosa mosqueta. Como el experimento coincidió con la movida nacio-
nal de Prevención de las Caries, no sé quién me buchoneó aparentemente por
intento de sabotear la campaña y todo acabó en el escritorio del dire. Mamá y
papá fueron citados, llorosa a mares ella, muy cabreado él. Claro, todos detestan
que los llamen de Dirección. Yo no mucho, pero entiendan: don Alfonso Morales,
el dire, no es mal tipo. Se empilcha muy correctamente y pone buena cara a
todos, pero al venirle yo con preguntas, le suena el teléfono o surge un compro-
miso “impostergable”. Llegué a sospechar que lo hacía a propósito, pero no
amargarle el día acusándolo, a la larga, redundó en mi beneficio.
Nada más sentarse, nos tranquilizó a todos los presentes: yo era un buen
alumno (les mostró mis notas), cero problemas de disciplina o cumplimiento,
educado, respetuoso…
Estaba nada más ese pequeñíiiiisimo asunto de cuestionar los saberes esta-
blecidos y cierto afán “iconoclasta” y “desacralizador” que se estaba volviendo…
-… ¿inquietante? –sugirió papá.
-Legendario, más bien –opinó la secretaria Vilma desde el teclado de su note.
-¿Así que te estás volviendo leyenda negra, Pitufo? –observó mi hermano Guito
al volver a casa esa noche-. ¡Y yo que pensaba que del Casenave no iba a salir
ni un cantor de boleros!
-Yo nada más dije –aclaré defendiéndome ante don Alfonso- que Isidro Case-
nave, el fundador de esta escuela, fue un traidor a la patria. Lo prueba el ma-
nual de Historia de Leppert…
-Isidro Casenave no fundó esta escuela, Rodri –interrumpió aclarando el dire-
. Es el nombre con que se la bautizó por la contribución del prócer al sistema
educativo…
-¿Antes o después de intentar regalar Buenos Aires a los ingleses junto con los
otros conjurados? ¡Y hoy veo sus nombres en un montón de calles o avenidas!
-¡Rodri! –intervino mamá con ternura.
-¿Y si mejor esperás afuera? –indicó papá. Como acepté sin protestas, me llevó
a comer helado a la salida de la reunión.

¿Que cómo se resolvió todo el asunto? Con la psicopedagoga, claro. Tenía que
ir dos veces por semana a su gabinete (una oficinita del primer piso) sin descui-
dar mis tareas. Ilsa se llamaba. Me preguntó por mis estudios, por mamá, por
papá, por Guito y Lali. Si estaba contento en casa, si me gustaba el cole, si
estaba rindiendo todo mi “potencial”, que quizás en otro instituto más exi-
gente…
Le contesté que no tenía problemas con nadie en esta escuela, que con lo que
papá sacaba podíamos vivir bien, que a Guito le gustaba más jugar Hard Com-
bat que el estudio, que no bien Lali pisó los trece no había manera de apartarla
del espejo o del Smart. Por un lado, mamá estaba orgullosa de mí y de mis
buenas notas, pero por el otro, temía que mi curiosidad acabara “alienándome”
de mis amigos. Sólo tía Haizea me animaba verdaderamente a expresarme, aun-
que lo hacía desde el hospital ese donde la mandaron después de descubrir los
cultivos de marihuana en el macetero del balcón y que estuvo haciendo equili-
brio desnuda en la cornisa.
Ilsa, la psico, anotaba todo pero no decía realmente nada, los anteojos en la
punta de la nariz, como que estaban por caerse y no se caían. Se pintaba las
uñas de color morado y usaba un perfume que parecía formaldehido. De pura
bronca, salí yo con preguntas, preguntas que siempre hago y nadie quiere res-
ponder, pero no la pude desconcertar. Y encima me salió con aquello antes de
dejarme ir:
-Un día lo vas a entender.
¿Qué cosa iba a entender, ufa? Si no entendía nada ahora, cuando me moría
de ganas, menos cuando fuese un jovato…
Volví a casita esa tarde, tomé la merienda, hice los deberes, cené y me fui a
acostar, todo el tiempo pensando que qué iba a ser de mí cuando me cayese
encima la pila de años que suma uno al ser grande. Me dormí leyendo La res-
puesta eres tú de Neferet Guzmán, que tampoco me resolvió el entripado.
Al filo de la madrugada fue que me alcanzó la revelación. “Un día lo vas a
entender”. Pero ahora no. “Mientras ustedes no entiendan, todo bien”. ¡Claro!
Los hechos encajaban perfectamente.
La red conspirativa cuya existencia había intuido estaba destinada a mantener
el status quo de los adultos.
Me senté en la cama para meditar el tema, pero no encendí la luz. Si papá la
llegaba a ver por debajo de la puerta, acudiría en el acto y me acorralaría a
preguntas… y como era uno de ellos…
Debía registrarlo todo, claro está. Por escrito. Fui a la computadora que usaba
para los trabajos prácticos y abrí un archivo de Word. Pensé titularlo Informe de
Rodrigo Ezequiel Fonseca sobre la conspiración de los adultos, pero ¿y si lo leía
papá, que cada tanto me revisaba la PC? No. Mejor era ir por la clandestinidad.
Y como por esos días pasaron por la tele una peli de Julia Roberts y Denzel
Washington3, y al mismo tiempo, estábamos en Biología con animales autócto-
nos de la República, lo pensé un poco y al final, me decidí por El informe Tatú.
El tatú o mulita de la pampa es un animal escurridizo. Yo sería escurridizo.
Como un ninja.
¿Así que iconoclasta? ¿Así que desacralizador? ¿Conspiranoico? Ya verían esos
cuando expusiese yo su complot. Lo expondría trinchado como un pincho de
pollo terikayi de los que hace tía Flora.

3 El Informe Pelícano (1993)


Para no delatar mis intenciones, dejé transcurrir una semana. Creo que fui el
alumno mejor comportado de la escuela en esos días, al menos porque no llamé
la atención: llegaba en hora, esperaba a que la maestra mandara sacar los úti-
les, salía del aula al tocar el timbre y me iba a jugar a la pelota, comía mi al-
muerzo en un rincón de la cantina y volvía a casa muy calladito. Debieron de
pensar que se me había pasado el interés, cuando lo cierto es que daba los
primeros pasos de una investigación que trastornaría las bases de la sociedad
como la conocíamos. Estaba seguro.
Por fin, el martes siguiente, me arrimé a la biblioteca en la hora de Música,
cuando unos ensayan en el coro y los demás terminan los deberes de otras
materias, confiando en que pasaría desapercibido por cuanto los que se ratean
se van al baño o a la escalera de incendios. A la señora Akiro casi le dio un
ataque cuando me vio ante su escritorio: habiendo faltado cinco días seguidos,
pensó que me había expulsado o estaría muerto. Se alegró de que no fuese nin-
guno de los dos casos (aunque de los coles ya no expulsan a nadie). Le conté
que andaba embarcado en un proyecto para Historia, sobre generaciones pasa-
das… del Casenave. Se me ocurrió que sería una buena excusa para acceder a
los archivos de la escuela, pues –intuí- la clave para vencer a los antagonistas
radicaba en el pasado, cuando ellos aún eran como nosotros.
La señora Akiro acudió a una serie de libracos impresos que resultó ser la
Memoria del instituto desde su fundación.
El Isidro Casenave había sido inaugurado en 1889 (coincidiendo con la crea-
ción del Museo Histórico Nacional, el nacimiento de Adolfo Hitler y la muerte de
Vincent Van Gogh). Los primeros egresados con honores ilustran hoy una placa
conmemorativa en la Sala de Trofeos aunque en imagen nada más se conservan
unos retratos muy borrosos. Recién a partir de 1913 las fotos se aclaran bas-
tante y uno puede llegar a creer que tremendo cepillo bajo la nariz de este o
aquel profesor es un bigote y no un cacho de bondiola. Me daba un poquito de
vergüenza mirar a esos chicos todos de uniforme, bien peinados y serios cuando
a mí se me pianta la sonrisa no bien veo que me enfoca una lente.
En cuanto acabé con el volumen Uno, la bibliotecaria me trajo a la mesa los
otros ejemplares de la colección, más recientes, más delgados y más útiles. Edi-
tados en bloques de treinta años.
Me costó sí reconocer bajo la app Lupa al dire don Alfonso Morales en 1967,
con delantal blanco y gran moño por corbata. Apenas se parecía hoy al pibe que
fue y como todas las caras se asemejan en las fotos blanco y negro, de no leer
su nombre en el explicativo, ni me enteraba. Y también qué sorpresa encon-
trarme a papá (en foto color) que sonreía sentado junto a la dire de su tiempo
(1985). Claro, si me había dicho que cursó estudios en el Casenave antes de
morir la abuela Virginia y que se mudaran. Alumno ejemplar, a todas luces:
gran deportista, inteligente, buen compañero, aun si –¿la verdad?- para 1988
Rodrigo Hernán Fonseca era un péndex de veintiocho kilos, tan pálido y orejudo
que movía a risa, aun con el guardapolvo azul y la corbata roja. Pobre. En el Case-
nave de hoy la habría ligado nada más por la cara, como Toñito Rossi.
La señora Akiro me explicó además que profes y alumnos habían “legado” a la
escuela sus propios álbumes para ilustrar otros aspectos más festivos de la ins-
titución. Por ejemplo, de 1969, con la llegada del primero hombre a la Luna,
todos se disfrazaban de Neil Armstrong para el acto antes del receso escolar. En
1979, se adjuntaban tomas de una kermés en que la temática era El Chavo del
8 mientras en 1989 a papá le tocó ser Batman para una fiesta que incluía a
Mike Meyers4, los Cazafantasmas e Indiana Jones.
Más traumático resultó descubrir a mi viejo en remera estampada de Jon Bon
Jovi, su ídolo, en un día de clase y es que para 1990, el Casenave había retirado
los uniformes de circulación y los alumnos iban “de civil”. Las chicas gastaban
conjuntos sport, unas pocas minifaldas. Mamá opina que donde las chicas pier-
den la vergüenza, los varones la tienen fácil. Hum… y papá aparecía en varias
fotos con dos chicas grandes. Así-así, me recordó a Bruno Pierotti de quinto,
cuando se amuchaba con Samanta Luchessi y Dafne Delgado. Qué yunta: el
boletín de cada uno merecía carátula roja, de acuerdo con la celadora Mava y…
Sanciones y apercibimientos, se me ocurrió entonces tras treinta minutos re-
corriendo y fotografiando con mi Smart. A Bruno, Samanta y Dafne los llamaban
seguido de Dirección y todo se asentaba en unos registros misteriosos, los “le-
gajos”. ¿Acaso no los guardarían en alguna parte? ¿Y los de ex alumnos?
Según la señora Akiro sabía, sí, pero para toda esa documentación, ese lugar
era La Bóveda… y aunque me la indicó como por casualidad con el dedo, al final
del pasillo, pude notar una cierta “inquietud” en la voz, como si se refiriera a la
Cueva de Aladino o el castillo de Drácula.
Con que allí iban a parar todos los legajos, recientes o viejos.
Pues una veta de oro en información era lo que me aguardaba allí, de seguro.
En varios documentales había salido que los ‘60 fueron años confusos, “locos”,
y los ‘70 apenas mejores según nona Sofía, la mamá de mamá.
La dificultad, que casi me hace desistir, estaba en que la llave la tenía el dire.
No obstante, dispuesto a todo, me presenté en su oficina a la mañana siguiente
para solicitar acceso, a lo que él alegó muy cordialmente que lo mío sería “intro-
misión” y que estaba de por medio la “privacidad” de los alumnos y bla-bla-bla.
Le agradecí de todos modos, sabedor de que eso no iba a detenerme.
Porque lo que buscaba en verdad era meter mi chicle en la cerradura guillotina
al salir del despacho. Así, cuando don Alfonso se fue a almorzar, yo me colé para
“hacerme con” la llave rotulada que tenían en el botiquín de la pared.

En sueños me había figurado La Bóveda como la Cámara Secreta de Harry


Potter: “siniestra” y protegida por guardianes o hechizos.
En realidad, se trataba de una puerta común y corriente al final de una serie de
estantes. Despintada sí, pero no “ominosa”, como en el cuento de Marisa Railef.
La llave encajó perfecto. Debí tantear a ambos lados para encontrar el interrup-
tor.
Era un cuarto bastante más grande de lo que pensaba. Claro: con la cantidad
de “archivos”… Estos se guardaban en “biblioratos”, especie de cajas con forma
de libro, y acá las estanterías llegaban al techo. Uff… Olía a papel viejo y mugre
con la “cerrazón” porque no había ventanas sino unas rejillitas por donde Bruce
Willis jamás habría cabido. Ufa, mejor concentrarme en lo que buscaba.
En las etiquetas de los biblioratos sólo se leía el año 1975, 1976, 1977, 1978…
en la hilera más baja, pero mayormente contenían los registros de asistencia…
Reconocí varios nombres: el del almacenero Pablo Chiara, y del doctor De León,
así como a dos señoras de la parroquia, Enfanti y Ambruzzo… Tuve que abrir

4 Asesino invencible de Halloween.


varias cajas hasta dar con los legajos personales de alumnos. Ajajajá. Régimen
de Amonestaciones. Ignoré los del ‘50 y ‘60 por principio, para acotar mi bús-
queda: nada prometedor en 1975… tampoco en 1976… en 1977 me detuve al
advertir algunos apellidos: Bertoldi, Ceballos, Galván, Ochoa, Kawamura…
Un momento. ¿Fiorella Kawamura, la de la tintorería? ¿Marcelino Bertoldi,
nuestro dentista residente y campeón de truco? ¿Serafín Ochoa, farmacéutico y
filósofo en las cenas del club?
Por la presente, el preceptor/a (aquí un nombre y apellido) hace
constar que en el día de la fecha, el alumno/a… empezaba cada reporte
para informar que…
Imposible. Esos nombres eran de “vacas sagradas”, ejemplos de corrección en
nuestro barrio, “pilares” de la comunidad.
Y no obstante, aquí estaba el registro de todas sus fechorías: sacar la lengua
a la maestra, romper vidrios a pelotazos, tirar del pelo a las chicas, escribir
grafitis, hacerse pipí…
Trastornado por la evidencia, y aun resistiéndome, hube de consultar 1971
sólo por asegurarme de que no dejaba “piedra sin remover”.
Y ahí estaba: Alfonso Carlos Morales. Un preceptor Gu-dri-ñán había aun re-
ferido en detalle los hechos de un incidente que demandaban escarmiento.
Mi lengua exigía un vocablo para materializar mi indignación, pero ignoraba
cuál. Furioso, tecleé rápidamente en mi teléfono: “Persona que manifiesta ser
una cosa y que en realidad es otra” a Claudio875, uno que me dejaba comenta-
rios en el blog que armé en secreto: El caballo de Troya, se llamaba y por eslogan
le puse Quien razona y no conspira tiene un griego en la barriga.
¿Su respuesta? “Un político”, el muy gracioso… aun si es cierto que me había
olvidado de escribir “Palabra que define a” por delante.
Me dio varias opciones: desde la más simple y evidente (mentiroso) a las más
complejas (hipócrita, traidor, bipolar, careta).
“Farsante” me llamó la atención y la busqué en Google.
Sí. Este término definía a estos personajes y mi estado de ánimo… que se
completaba con otros muchos pues, perplejo como me sentía, no iba a limi-
tarme, tal era mi indignación contra aquellos “embaucadores”, “embusteros”,
“falaces”…
Oh, sí. Era hora de rectificar aquella injusticia, lo que me dejaba en lo inmediato
una decisión técnica: ¿debía presentar mi denuncia ante el INADI o acudir direc-
tamente a la ONU?

¿Que cómo me sentí desde entonces? No creo que haya palabra que lo expli-
que.
Había logrado “dilucidar” una de las conspiraciones más antiguas de la Histo-
ria. Pero ¿qué sucedería cuando la hiciera pública?
Por descontado que los adultos no se mostrarían para nada contentos, porque
ya se sabe cómo son: igual que los Klingons5, que hacen un berrinche de cual-
quier pavada.

5 Personajes malvados de la serie Viaje a las estrellas.


Una “desmentida oficial” sería obvia. Tal vez se refirieran a mí como un “indi-
viduo con problemas”, lo que yo contrarrestaría con mi boletín impecable y cer-
tificado de Asistencia Perfecta.
O tal vez harían como le hicieron al empresario ese de Lomas, cuando lo se-
cuestraron unos “raptores”. Pepo, que es algo fan de la serie Hostages, me relató
cómo lo habían sorprendido al empresario a la salida de su casa, pero no sé en
qué punto le perdí el hilo, al imaginarme saliendo de misa, en espera de mi
chocolatín habitual…

De golpe tengo una capucha en la cabeza y me atan las manos antes de me-
terme de prepo en una combi sin matrícula.
-Quedate piola o sos boleta –me susurra uno mientras avanzamos a toda ve-
locidad por las calles de Buenos Aires desobedeciendo semáforos y carteles de
No doblar a la derecha/izquierda.
Por fin, la combi se detiene ante un edificio ruinoso, donde me hacen bajar a
los tropezones para conducirme al sótano. Una vez atado a una silla, me retiran
la capucha. Son tres tipos porque de a uno no se animarían conmigo. Todos con
“panocas”6, como les dice Pepo, conocedor de la jerga.
-Firmarás una retractación –me demanda el Número Uno, muy parecido en la
pinta al Conde Dooku7 sin el sable.
-¡Jamás! –replico yo como se debe.
Una bofetada será su respuesta. Menos mal que tengo las manos atadas o ya
vería Número Uno lo que es bueno.
Los golpes se sucederán pero estos tipos no saben con quién se las ven.
Agotados por mi resistencia, donde no falta un toque de ironía de superagente,
se retiran decididos a retomar la “punición”, más tarde.
-¡No saldrás de aquí hasta que hayas aceptado firmar! –me advierte Número
Uno, cerrando la puerta al salir.
Escupo sangre en respuesta. Lo que estos tipos ignoran en que no soy ningún
caído del catre: el llavero de Woody8, regalo de cumple, en mi bolsillo es en
realidad una navajita y con ella corto mis ligaduras en dos patadas. Ahora resta,
claro, salir de aquí. Por suerte, mis raptores creen que soy presa fácil o no se
descuidarían tanto; en la puerta sólo hay un guardia durmiendo la mona. Me
escabullo pues dando un rodeo, mas antes de alcanzar el corredor…
-¿Te vas a comer ese bocadito? –me preguntó Zoe Padilla.
Estábamos en la cantina del Casenave, almorzando. Yo tenía como un nudo
en el estómago nada más de pensar en volver a casita y poner todo esto en el
Informe Tatú, así que le regalé el snack, como dice Lali. Zoe era una de las pocas
compañeras que no me rehuían desde que estaba yo en boca de todos. Y su
mamá la mandaba al cole con rollitos de acelga y puré de tapioca. ¿Es que la
crueldad de los adultos no conoce límites?

6 Máscaras pasamontañas.
7 Personaje de La guerra de las galaxias. “La guerra de los clones”.
8 Personaje de Toy Story.
-… ¿Es este el texto de su declaración, señor Fonseca? –preguntó el Señor
Presidente de las Naciones Unidas alzando el documento en foro reunido por el
Comité de Emergencias Especiales.
-Así es, señor presidente –contesté al micrófono, las manos juntas sobre la
mesa de fórmica con el escudo planetario coronado de laurel9.
-… ¿Califica pues de “represiva, injusta y reprochable” la acción llevada a cabo
por los individuos cuyos nombres constan en acta, señor Fonseca? –insistió él
con tono cansino.
-Así es, señor presidente –admití mientras en torno la Asamblea General esta-
llaba en aplausos o murmuraba entre la embestida de los reporteros y sus flas-
hes.
Lo que tenía ante mí en realidad era un Magiclick de cuello plegable que sujeto
a la prensa manual de tornillo, simulaba perfectamente el receptor de mi voz.
Para imaginar mejor la escena, colgué una lámina del Cabildo Abierto, me puse
el saco de Primera Comunión, peiné y dispuse todo para un ensayo general
frente al espejo de mamá que traje a mi cuarto. Porque una vez que las cosas
estuvieran en marcha, no podía ir con improvisaciones. Aquello sería el Aconte-
cimiento del Siglo.
Lo que daría por ver la cara de los “imputados” cuando llamara a la puerta un
enérgico inspector de Policía a mostrarles la orden de arresto antes de ponerles
las esposas.
Por hacerla completa, distribuí entre mis contactos la Proclama que Lam-
berto891 calificó de “tan devastadora como el Manifiesto Comunista”.
En realidad, sólo decía: Los adultos mienten. Los chicos no hacemos
travesuras. Las inventaron ellos.

Esa misma noche soñé que yo encarnaba al intrépido inspector a cargo del
caso y que decidía empezar con Ochoa, el farmacéutico, que no me caía bien
desde que me puso esas inyecciones que me dejaron de cama.
Mis asistentes Lautaro Pereira y Maximiliano Ruiz, los dos más altos del cole,
lo traían esposado a la sala de interrogatorios, desaliñado y barbudo él bajo los
luces de neón que parpadeaban atrayendo el zumbido enervante de alguna po-
lilla mientras yo exponía ante sus ojos aquella marejada de evidencia incrimi-
natoria: boletín de calificaciones, apercibimientos, fotos con el flequillo cortado
a lo crin, un tatuaje de… ¿He-Man? No: ¡la Hormiga Atómica! Se le demudaría
la cara intentando excusas pero yo, implacable, lo conminaría a confesar, sus
ruegos no me conmoverían…
Normalmente despierto muy conforme de un sueñito así. No fue este el caso
porque a los pies de mi cama, se habían reunido los Viejos (aún los quería pero
eso eran), Guito y Lali, preocupados los dos últimos aun si no muy sorprendidos
a estas alturas por el malhumor de papá y mamá.
Don Alfonso había llamado hacía un ratito. Quería vernos en el cole a los Viejos
y a mí esa misma tarde. Se había encontrado indicios de robo de material en La
Bóveda.
A los diez minutos, quien estaba vestido y sentado en el living para enfrentar
miradas acusadoras era yo. Bue… un par de miradas. Porque Guito, acampando

9 Se refiere al escudo de la ONU.


en la escalera, seguía la inteviú muerto de risa, calculando la respuesta de sus
amigos de la red cuando les pasara la información, como siempre. A Lali mamá
la había puesto a pulir ollas y vajilla para que no molestara.
Papá trataba de “entender cómo era posible que yo… que yo… que yo…”, decía
y se frenaba. Mamá le acarició el hombro.
Yo quise explicarles que de ningún modo buscaba “socavarlos”, que no lo ha-
bían hecho tan mal con Guito, Lali y yo y que aún me caían bien, pero que la
evidencia… Les mostré los registros que hice imprimir en la librería para que
vieran que no macaneaba. Incluso venía preparando una exposé en mi compu-
tadora con cifras y todo.
Papá alzó los ojos al techo. Mami sonrió juntando las manos; que sonriera y
se le escaparan lágrimas me desconcertó, pero continué: cuando don Alfonso
oyera lo que tenía que decir, no tendría más remedio que darme la razón.
A Guito le vino un ataque de risa: estaba leyendo unos Snapchat guarangos.
Lali hacía como que repasaba una copa, la misma copa desde hacía cinco mi-
nutos.
Recuperada la atención de los Viejos, insistí en que no me detendría la “adver-
sidad”. Si era preciso, empapelaría la escuela como Martín Lutero la catedral de
Wittenberg.
Sólo para que viesen que aún los apreciaba, les pedí permiso para elaborar un
discurso que leería cuando me enfrentara al dire. Mamá me dijo que sí. Papá se
bajó un whisky. Etiqueta negra.

A la tarde, metí discurso y material probatorio en mi mochila y acudimos a la


reunión privada. El dire nos recibió con una sonrisa cordial, estrechó manos a
todos excepto a mí. En mi caso, la sonrisa se amplificó. Nos sentamos. Había
un abrecartas sobre la mesa; casi esperé que lo tomaría para juguetear con él
mientras hablábamos (es lo que hubiera hecho Moriarty10) pero lo dejó ahí.
De lo que dijo al principio no me acuerdo bien porque eran preliminares y los
preliminares son para eso: para empezar y nada más. Papi se mostró calmo y
“cooperativo”, mamá “complaciente”. Recordaron el día que vinieron a inscri-
birme, las expectativas e ilusiones porque el Casenave iba a ser ahora el colegio
de tres Fonseca contando a papá, a Guito y al primo Sebas. Me estaban po-
niendo nervioso con tantas amabilidades.
Cuando me tocó hablar, les dije que no tenía intención de perjudicar al colegio,
que nada más veía inconsistencias que otros ignoraban y que era mi deber…
A don Alfonso el “semblante” no se le alteró. No se doblegaría, lo tuve claro. En
eso nos parecíamos verdaderamente: tampoco yo me iría si pelear.
Amablemente solicitó a papá y mamá que nos permitieran discutir en privado.
O más en privado. Salieron sin una palabra.
Don Alfonso Carlos Morales quedó inmóvil un lapso.
-Por favor, veamos esa evidencia –dijo por fin, sonriendo.
Justo ahora se me ocurrió si no debí subir el material a la nube o llamar a
Pepo como testigo de aquella charla. Extraje una por una las hojas y las fui

10 Archienemigo de Sherlock Holmes.


disponiendo prolijitas ante él, que las estudió con una ceja alzada, como el Se-
ñor Spock (el de la vieja serie) y los brazos cruzados sobre el escritorio. Su mano
derecha, que sobresalía por debajo del codo izquierdo, empezó a tamborilear
mientras yo explicaba.
A la secretaria Vilma, cuando le llevaban la contra, se le hinchaba una vena
en el cuello. A don Alfonso no. Es el tipo más sereno del mundo. Formuló un
par de preguntas antes de atacar la cuestión de fondo:
-Muy bien. ¿Y qué pensás hacer con esta información?
Pensé en tío Walter y la vez que me contó sobre ese escándalo de elecciones
trampeadas en los Estados Unidos.
-Creo que es mi deber hacerla pública –respondí irguiéndome en mi sillón por
verme más digno porque el escritorio me quedaba a la altura de la barbilla.
-¿Has pensado en las consecuencias? ¿El daño que infringirías a las relaciones
adulto-infantiles? –Achicó los ojos como riéndose de mí aunque… ¿la situación
risueña? Vamos.
“Los alarmistas hablan de riesgos y consecuencias porque tienen todo por
perder”, me había advertido ya tío Walter. Bueno, la verdad es que se lo dijo a
papi una noche que tomó unas copas de más.
-Es por los mejores intereses de la infancia –insistí, firme.
-Pues yo tengo una mejor oferta…
Era lo último que esperaba oír de él: que amenazara, se sulfurase de bronca
sí, pero… ¿un soborno? ¿Del dire? Ni en un millón de años. Además, ¿con qué
podía tentarme?
“Menos tarea para el finde”, me susurró una voz que hoy sé era el Diablo, “un
profesor más paciente en Gimnasia, chupetines a granel, entradas gratis para
ver Aquaman…”.
-Tu primo Sebastián, ¿vos confiás en él?
Más que extraña, la pregunta era “desconcertante”. Sí, claro que confiaba. Mi
primo más cercano, uno más de la familia en realidad.
-Un muy buen alumno, como vos. Educado, estudioso, atento.
No podía estar más de acuerdo con cada adjetivo.
-Bueno, yo te propongo lo siguiente… –Con la diestra acariciaba mis impresos
como a cachorritos que fuera a adoptar-. Vos esperá un año y entonces pregun-
tale qué opina de alterar las bases del mundo de esta forma.
Era una proposición rarísima. Sebas estaba por entrar al CBC y por descon-
tado que conocía mi empeño en conseguir una sociedad más justa y equilibrada.
Pero ¿qué iba a importar si le hacía esa pregunta hoy o un año después? Acaso
el tópico perdería actualidad como las noticias en la tele…
Si se volvía adulto sí, acabé comprendiendo.
Claro. Ya lo había dicho Mafalda: “Si no cambiás la realidad, la realidad te
cambia a vos”. Don Alfonso contaba con que el cambio de edad alterara la “pers-
pectiva” a Sebas. Yo no lo creía posible, pero don Alfonso me ganaba en años y
calle…
-Respetuosamente debo declinar la propuesta. –Para esto sirve escuchar epi-
sodios de Perry Mason por Youtube.
Era el punto de no retorno. Había lanzado mi guante a la cara, me había tirado
a la pileta.
Por ello, lo que siguió fue uno de los momentos “álgidos” de mi vida. Aun si
había oído esta palabra, nunca la entendí hasta ese instante.
Don Alfonso no abrió la boca. Nada más se irguió para abrir un cajón del es-
critorio. De él sacó un legajo, me di cuenta porque se parecía a los que viera en
La Bóveda.

Fonseca, Rodrigo H.
1983-1986 / 1988-1990

El nombre de la cubierta, escrito con marcador, apareció delante de mí, como


si me llamara. El legajo de papá. ¿Por qué me lo enseñaría don Alfonso? Lo
entendí al leer la primera hoja.
El espectro de información resultaba de lo más variopinto: iba del 3 rojo al 7
azul en el boletín de calificaciones durante el primer año; abundaba el verde en
el segundo (por 4s y 5s) y el rojo se instalaba definitivamente en el tercero. Fue
esta la razón por la que lo cambiaron de cole, no que muriese la abuela Virginia,
y que lo readmitieran dos años después supuso un caso de tolerancia al cuete,
como lo probaba la hoja de amonestaciones mecanografiada a doble espacio: NN
ó Rodrigo Hernán Fonseca se había rateado en los exámenes, lo menos quince
veces en dos años, copiaba respuestas, compró trabajos prácticos, mercó con
fotos íntimas de Isabel Adjani… Era como ver la ficha policial de El Guasón.
Me dije que no podía ser, pero la foto engrapada volvía la identidad del alumno
inconfundible y las fechas coincidían.

“Yo a tu edad”, “yo para el estudio” eran frases que me rebotaban en la cabeza.
Frases que papá había usado. Frases que probaban ahora su doble sentido y lo
ubicaban a él “inexorablemente” en el banquillo de los acusados y aun cuando
yo quería actuar como su defensor, no me era posible hacerlo pues había sido
yo mismo quien armó el caso.
Lo imaginé ante mí en la sala, codos sobre la mesa, alicaído, pucho en la boca,
sin afeitar.
-¡Nunca pensé que llegaría el día en que avergonzara a mi propio hijo! –suspi-
raba entre el arrepentimiento y la resignación.
Y yo ¿qué podía decirle? Si estaba con la parte acusadora.
Del otro lado del escritorio, el Satánico Doctor No11 –es decir don Alfonso- no
movió un dedo ni dijo una palabra. Pero estaba clarísimo por qué me permitía
ver el legajo: si yo exponía la conspiración, papi quedaría escrachado también.
Así de simple.
No podía permitirlo. Sabía que no podía permitirlo.
Hoy sé que el término para explicar lo que ocurrió allí es “extorsión” (me lo dijo
Claudio875 cuando le pregunté al día siguiente). Pero mi angustia era tanta que
ni me molesté en retirar mis papeles; salí del despacho como una tromba, más

11 Un adversario de James Bond.


atento a no tropezar con algún conocido que con las puertas y me llevé dos por
delante. Ni idea de qué hablaron los Viejos con el dire mientras yo esperaba
sentado contra una columna. Mamá salió al fin para llevarme a casa. No vi a
papi hasta la noche, después de la cena. No hablamos. Me fui a dormir.
Al día siguiente no me pude ratear, una pena, porque no tenía ganas de que
me preguntasen mis cumpas sobre la reunión. Suerte que nadie sacó el tema.
El jueves nos tomaron examen de Matemáticas. Saqué 8. Mamá me felicitó. El
viernes fuimos al dentista; me porté como un santo y papá, chocho, prometió
llevarme a ver El Grinch. Me daba lo mismo. Guito y Lali fueron a ver Aquaman.
No juntos, claro; con sus amigos cada uno. Según él, la peli no agregaba nada
al universo de Marvel. A Lali no le gustó el protagonista; tenía cara de “me lo
freí a Nemo e hice sushi con La Sirenita”. Todos se rieron en la mesa cuando lo
dijo menos yo. No es que no fuera gracioso, pero tenía mucho en que pensar.
Por más que me esforzaba no podía “congeniar” aquello que había leído con lo
que sabía o había creído saber hasta entonces. ¿Y con quién podía consultar el
tema… si no se lo podía decir a nadie? Porque con una sola persona que se
enterara, el secreto estaría en boca de todos, como la operación de amígdalas
de Tere Zafaroni. Tenía que proteger al Viejo callando y no metiéndome en pro-
blemas, tal cual hice toda la semana. Y con todo, papá y mamá pude ver que
estaban preocupados.

Por darme aires quisiera decir acá que quienes aportaron la solución fueron
dos autores “de talla”: James Barrie con Peter Pan, y Saint Exupery con El
principito… pero sería totalmente falso.
Es verdad que Sebas vino una noche a casa con unos DVDs truchos, Peter
Pan entre ellos, y que yo elegí esta peli porque me era conocida. La vimos des-
pués de cenar en el living, comiendo pochoclo. Estaba buena, se lo comenté.
-Por Garfio y los demás, seguro –“ponderó” Sebas, con desgana.
-¿Qué es lo que no te gustó? –preguntó Lali, aun si más atenta a su twitteo.
Sebas ladeó la boca, al opinar:
-¿No entendés el sentido de la obra?
-¿Cuál sentido? –pregunté yo entonces.
-¡Que Peter Pan es un nene egoísta y bobo, que no quiere madurar!
Ese comentario, en boca de Sebas, me cayó como cinco tiros y sin darle tiempo
a desdecirse, le pregunté que qué cosa era madurar, que si era volverse como
los adultos y si así era, por qué querríamos ser como ellos. Porque los adultos
son los que engañan, estafan, roban, hacen guerras y al mismo tiempo, imponen
las normas que se les da la gana. Era uno de los puntos centrales de El Informe
Tatú. Por fin podía decirlo ante una audiencia que se tomaba el tiempo de escu-
charme.
-Pero si eso es cierto –“arguyó” Guito manoteando pochoclo-, Sebas, Lali y yo
somos o vamos a ser mentirosos, estafadores, ladrones y belicistas. –Miró a
mamá-. Se dice así ¿no? Belicistas.
-Seguro –dijo ella.
-Vos incluido –puntualizó papá… señalándome.
Nunca me había enfrentado a esa eventualidad. O nadie me la había puesto
ante los ojos de forma tan definitiva. Por entonces, creía que yo era yo, distinto
del resto de los seres humanos. Crecer era un efecto físico nada más. ¿O sería
como los velocirraptores que de chiquitos son un monada y al crecer, se morfan
al elenco de Jurassic Park?
¡No! Yo no iba a ser como los viejos. Encontraría la manera. Me inventaría un
País de Nuncajamás, de ser preciso. Hasta consulté Google desde el cole por si
había una medicina para detener el crecimiento. Había drogas para tratarlo,
mas por lo que deduje, no para impedirlo.
Dicho de otro modo, estaba entre la espada y la pared.

A mi composición Los niños son más le dieron la Medalla de Lengua en el acto


de fin de curso. Mamá me compró una camisa nueva y zapatos para estar pre-
sentable al recibir el premio. Me pareció excesivo aun si es verdad que ya nece-
sitaba un cambio de la ropa que me quedaba chiquita. Hasta la tía Flora reco-
noció lo alto que me estaba poniendo. Le sonreí por compromiso. ¿Qué más iba
a hacer?
No, no digo que estaba resignado, aun si tal vez iba por ese rumbo. En enero
me presenté para competir en el club de natación y ganamos el segundo puesto
del campeonato. Lali me tomó una foto y la subió a Facebook con permiso de
mamá bajo la leyenda Nuestro propio José Meolans12. Vi fotos del tipo en
internet. Capitán América lo dormiría de un trompazo. Lali se ofendió por esta
acotación (era fan de José por entonces) y no me habló los días que pasamos en
La Falda. Si alguien estuvo “agresivo” y “distante” en esa vacación fue ella. Yo
para nada: ni en el balneario ni en el súper o el parque. Es cierto que en este
no me subí al tobogán pero porque había demasiados chicos haciendo cola y
como la calesita se trabó en una de las vueltas, salí despedido y me lastimé y
un nene me pasó por arriba para tomar mi lugar. Así que sí, estaba con mucha
bronca al volver al chalecito donde parábamos. Pero es mentira que le robé el
celular a papi para pedir a Ricky, el hermano de Pepo, que se hiciera una esca-
pada de la moto-competencia en Carlos Paz y me ayudara a “evadirme”: nada
más quería saber hasta qué edad te concedían asilo político en la República de
los Niños.

Tampoco El principito –que me encontré en una visita a casa de tío Raúl, en


El Edén13, Provincia de Buenos Aires- trajo la solución esperada.
Dicho sea de paso, es una historia horrible. Un piloto se pierde volando en el
Sahara y tiene que aterrizar cuando se le descompone el avión. Mientras trata
de arreglar el motor, se encuentra a este extraño niño que hace preguntas y más
preguntas.
-¿A quién me hace acordar? –se rio Guito más tarde cuando les expliqué todo
esto.
Y es que cuando lo pica la víbora venenosa, ya no quise seguir leyendo y me
fui a jugar en el solar donde estaban levantando el hotel, a ocho cuadras, pero
algún péndex accionó la grúa y hay que ver la que se armó. No tuve nada que
ver, pero como estaba en el predio, me echaron la culpa igual. Lali salió en mi

12 Record argentino, sudamericano y de campeonato mundial.


13 Cuentos del tío (2016).
defensa: que yo había obrado así por mi “conflicto no resuelto” (en palabras de
la doctora Pilar Irzubeta) y cuando les expuse la verdadera causa de mis preo-
cupaciones, papá me rogó que acabara el libro.
Lo leí dos veces, pero no lo entendí. ¿El niño muere picado por una víbora
venenosa y al salir del sol, ha desaparecido?
-O nunca estuvo de verdad allí –“opinó” Lali, quien (sé ahora) había leído la
explicación online.
-¿Cómo que no? –inquirí, perdido.
-El piloto estaba delirando.
-No, delirando no –aclaró papá, que sí había leído la obra-. Es… como un
sueño… Un sueño en que cree encontrarse con un niño que en el fondo es él
mismo, el piloto…
-¡¿QUÉ?!
En lugar de contestarme, se pusieron a discutir como si yo no estuviera pre-
sente. Eso me sacó de quicio: si “soslayar” al menor ya me embroncaba por ser
típico de los adultos, que Lali y Guito formaran parte del movimiento oscuran-
tista era para treparme a las paredes.

Entonces con mucha vergüenza he de reconocer que quienes realmente resol-


vieron el nudo gordiano de mi desdicha fueron el padre Rigoberto Nívoli y Rubén
Bermúdez, catequista de la Parroquia Inmaculado Corazón el primero, actor ar-
gentino el segundo.
Adivinen quién de los dos me introdujo en aquel pasaje bíblico: “Si no os volvéis
como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”14. Y quién retuvo al padre
dos horas en su despacho para atosigarlo con preguntas: ¿“Volverse niños”?
¿Era acaso posible? Yo había creído hasta entonces que los adultos eran “in-
mutables”, que una vez adultos se quedaban adultos.
-Sí, es… un modo de hablar. –Trató de sonreír-. A ustedes, los niños, los define
la inocencia. Nosotros, al hacernos grandes, nos endurecemos…
-¿Cómo que “se endurecen”? ¿Como la plastilina?
-Más bien… como el asfalto de la ruta. ¿Viste que cuando lo ponen y aplanan
está blando, calentito y rugoso y una vez que se enfría, es duro y le pasan autos,
camiones, motos, bicis por arriba? Bueno, los grandes, de grandes, agarramos
obligaciones y pensamos por ello que somos la gran cosa y nos olvidamos de la
amabilidad, de sonreír y de divertirnos…
-¡Claro! –intervine, intuyendo lo que procuraba enseñar-. ¡Como si fueran tan
importantes por ser rutas y no son más que una extensión de concreto entre
una ciudad y otra…!
-Eso… sí, muy bien.
-Aunque la Panamericana, dice mi viejo, hay que reconocer…
Hoy comprendo que la metáfora nos quedó a los dos medio renga. Pero en
aquel entonces me dio pie para más preguntas que el pobre hombre de Dios se
esforzó en contestar antes de advertir que había caído en arenas movedizas. Vi
que transpiraba y más tarde especulé si lo habrían envenenado por soplón, por

14 San Mateo 18,3.


traidor a su estirpe senil, no que se había ido a un retiro espiritual como me
dijeron.
La desgracia es que nunca pudimos volver a vernos y a poco lo trasladaron a
otra parroquia. ¡Una vez más me habían arrebatado las respuestas cuando es-
taba a punto de resolver el Gran Enigma y alcanzar la paz…!
Hasta que vi ese video que Guito encontró de cuete en Youtube. Era de 1988
y en él, Rubén Bermúdez encarnaba a un dandi adepto a los placeres más ex-
clusivos: “Una noche inolvidable, un buen auto y caramelos masticables Sugus.
Ácidos, frutales, refrescantes, deliciosos…”, decía, “pero sobre todo, adultos…”
y cuando lo acabó de decir, vimos que estaba al volante en un cochecito que
conducía emulando los ronroneos del motor. Me morí de risa. Pero no fue sino
hasta la cuarta vez que lo repetí que pude entender el sentido de la frase de
cierre: “Caramelos ácidos Sugus: para el chico que todos llevamos dentro”.
En ese instante… se hizo la luz.

INFORME TATÚ
ANEXO
Artículo de Rectificación: Niñez Perseverante

A todos los niños y niñas del mundo que lean estas palabras.
Compañeros y compañeras:
Saben ya de la conjura creada por los adultos con el fin de establecer un orden que
conviene a sus intereses de dominio. Nos niegan así las libertades que demandamos y
un sitio en igualdad de términos: no podemos decidir a qué hora irnos a la cama, si
añadir dulce de leche a nuestras burgers, si cruzar solos la calle, leer historietas de
Galaxy Fury y Killian Gladiadora, o ver pelis de terror… Aun para el estudio gradúan
nuestro avance hacia el conocimiento para impedir que accedamos muy pronto a la
universidad (donde se enseña todo lo de verdad importante) en tanto nos despistan con
el “dos por uno dos” y “mi mamá me mima”.
Y para ello cuentan con un aliado verdaderamente poderoso: el tiempo.
Hasta los Evangelios lo confirman: Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba
como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño.15
Sobre este simple mecanismo creado por la Naturaleza, cifran los adultos sus espe-
ranzas de control: ¿cómo vencerlos entonces si alcanzar la edad adulta es renunciar a
los sueños de niñez? No desesperen. Incluso yo llegué a pensar que no había modo de
ganarles.
Pero hay una cosa más que ustedes seguro tampoco sabían: ellos quisieran ser como
nosotros. Si no, ¿por qué tantas historias de niños héroes en Literatura? Peter Pan, El
principito, Harry Potter, Caperucita, Blancanieves, Alicia, Dorothy…
¿Creen que los juguetes que elaboran a nivel industrial son para que los disfrutemos
nosotros cuando es bien sabido que un poco de tierra y aire libre obran en los niños
milagros que no pueden obtenerse con un costoso tren eléctrico fabricado en Stuttgart
o una Barbie Surfer made in China?

15 Corintios 13,11.
¿Que los libros y manuales con que se pretende dimensionar y definir la niñez no
involucran una solapada búsqueda de la felicidad que nos es propia? ¿Y por qué harían
eso si están conformes?
Sépanlo pues: los adultos están incompletos sin nosotros. Lo quieran o no, formamos
parte de su mundo. Igual que las avispas y las arañas, la sopa, las inyecciones, el den-
tista, el incómodo pantalón escolar de nailon, los adjetivos y los adverbios. Es todo o
nada.
Si la primera parte de este Informe los ha movido pues a la antipatía y hasta el aborre-
cimiento, les pido aquí que recapaciten y vean que el status de superioridad cargada de
obligaciones que ellos poseen antes bien debería movernos a la compasión.
Perder la infancia es perder la inocencia y perder la inocencia es perder la alegría. Y
la alegría es un estado ideal. Qué difícil debió ser para ellos perderla.
Es como si echaran de su fábrica a Willy Wonka16 para mandarlo de obrero a Suchard
o Bagley.
¿Pensaron cómo habrá hecho el pobre Adán tras la Gran Caída? Mi papá, cuando lo
echaron del cole, pensó que la vida se había terminado para él, sobre todo porque sabía
que era por su culpa.
Por eso, este es también un llamado para nosotros, los niños.
Existe la historia de un joven príncipe que prometió ser un buen rey tan pronto lo coro-
naran, pero una vez sentado en el trono, olvidó sus promesas y se convirtió en un dés-
pota como tantos reyes anteriores. Eso no debe sucederles.
Muchos dirán que es inevitable. Que el tiempo todo lo cambia. Que de viejos todo se
ve distinto.
Muy bien. ¿No desean un futuro parecido a este presente?
Vayan ya mismo a ver sus papás. Y en vez de que ellos les pregunten qué quieren ser
ustedes cuando sean grandes, pregúnteles ustedes qué querían ser ellos cuando eran
chicos. Que no los engañen: todos planearon algo, todos tuvieron sueños.
Algunos hasta correrán al dormitorio y al armario, a una caja que tienen allí desde
quién sabe cuánto tiempo y de la que casi ni se acordaban.
De ella sacarán una lista.
Es una lista de cosas que se prometieron lograr cuando aún eran chicos.
Tomen nota de lo que dice. De todo eso que se propusieron, ¿cuántas cosas no logra-
ron?
Hagan entonces otra lista y a partir de ella, fíjense con cuántas de esas cosas pueden
ayudarlos ustedes.
Sí. Porque a los viejos hay que ayudarlos. Ellos creen que nos cuidan a nosotros, que
tienen este deber de modo exclusivo, su prerrogativa de adultos, y ¿qué es un adulto en
el fondo sino un niño inflado por la edad17?
Por ello, los niños han de ser muy tolerantes con los adultos18: porque al envejecer,
olvidan que “Un niño los guiará”19.

16 Personaje de Charlie y la fábrica de chocolate de Roald Dahl.


17 Simone de Beauvoir (1908-1986)
18 Antoine de Saint-Exupery (1900-1944)
19 Isaías 11,6.
FIN

Gabriel O. Castriota
San Marcos Sierra
Sábado 26 de enero de 2019

Potrebbero piacerti anche