Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Conspiranoico. Esa es la palabra con que han empezado a referirse a mí. Creen
que no los he oído, pobres de ellos. Yo lo oigo todo.
Desmitificador. Eso es lo que soy, sí: un destructor de mitos. O utopicida, si lo
prefieren. Y ni siquiera el primero. ¿O se olvidaron de Cristóbal Colón, Galileo
Galilei, Edmund Halley, Álvarez Cascos, David Morrison…? Dijeron la verdad
¿no? Porque al final, la Tierra no era plana, no éramos el centro del Universo,
ningún cometa nos aniquiló, el Y2K no trajo un apocalipsis cibernético y la Pro-
fecía Maya de 2012 pasó sin pena ni gloria.
Así que mis búsquedas tienen un poco más de sentido de lo que creen, por
muy impopular que yo sea. Bue… al que cuestiona todo lo tildan siempre de
metido o beatón y antes que ligarla, uno prefiere irse al mazo. ¿Que si pensé en
llamarme a silencio? Seguro. Como Zarathustra: si nadie me daba bolilla. Pero
tal cual Juan Salvador Gaviota, no puedo evitar mi naturaleza.
¿Que cómo se resolvió todo el asunto? Con la psicopedagoga, claro. Tenía que
ir dos veces por semana a su gabinete (una oficinita del primer piso) sin descui-
dar mis tareas. Ilsa se llamaba. Me preguntó por mis estudios, por mamá, por
papá, por Guito y Lali. Si estaba contento en casa, si me gustaba el cole, si
estaba rindiendo todo mi “potencial”, que quizás en otro instituto más exi-
gente…
Le contesté que no tenía problemas con nadie en esta escuela, que con lo que
papá sacaba podíamos vivir bien, que a Guito le gustaba más jugar Hard Com-
bat que el estudio, que no bien Lali pisó los trece no había manera de apartarla
del espejo o del Smart. Por un lado, mamá estaba orgullosa de mí y de mis
buenas notas, pero por el otro, temía que mi curiosidad acabara “alienándome”
de mis amigos. Sólo tía Haizea me animaba verdaderamente a expresarme, aun-
que lo hacía desde el hospital ese donde la mandaron después de descubrir los
cultivos de marihuana en el macetero del balcón y que estuvo haciendo equili-
brio desnuda en la cornisa.
Ilsa, la psico, anotaba todo pero no decía realmente nada, los anteojos en la
punta de la nariz, como que estaban por caerse y no se caían. Se pintaba las
uñas de color morado y usaba un perfume que parecía formaldehido. De pura
bronca, salí yo con preguntas, preguntas que siempre hago y nadie quiere res-
ponder, pero no la pude desconcertar. Y encima me salió con aquello antes de
dejarme ir:
-Un día lo vas a entender.
¿Qué cosa iba a entender, ufa? Si no entendía nada ahora, cuando me moría
de ganas, menos cuando fuese un jovato…
Volví a casita esa tarde, tomé la merienda, hice los deberes, cené y me fui a
acostar, todo el tiempo pensando que qué iba a ser de mí cuando me cayese
encima la pila de años que suma uno al ser grande. Me dormí leyendo La res-
puesta eres tú de Neferet Guzmán, que tampoco me resolvió el entripado.
Al filo de la madrugada fue que me alcanzó la revelación. “Un día lo vas a
entender”. Pero ahora no. “Mientras ustedes no entiendan, todo bien”. ¡Claro!
Los hechos encajaban perfectamente.
La red conspirativa cuya existencia había intuido estaba destinada a mantener
el status quo de los adultos.
Me senté en la cama para meditar el tema, pero no encendí la luz. Si papá la
llegaba a ver por debajo de la puerta, acudiría en el acto y me acorralaría a
preguntas… y como era uno de ellos…
Debía registrarlo todo, claro está. Por escrito. Fui a la computadora que usaba
para los trabajos prácticos y abrí un archivo de Word. Pensé titularlo Informe de
Rodrigo Ezequiel Fonseca sobre la conspiración de los adultos, pero ¿y si lo leía
papá, que cada tanto me revisaba la PC? No. Mejor era ir por la clandestinidad.
Y como por esos días pasaron por la tele una peli de Julia Roberts y Denzel
Washington3, y al mismo tiempo, estábamos en Biología con animales autócto-
nos de la República, lo pensé un poco y al final, me decidí por El informe Tatú.
El tatú o mulita de la pampa es un animal escurridizo. Yo sería escurridizo.
Como un ninja.
¿Así que iconoclasta? ¿Así que desacralizador? ¿Conspiranoico? Ya verían esos
cuando expusiese yo su complot. Lo expondría trinchado como un pincho de
pollo terikayi de los que hace tía Flora.
¿Que cómo me sentí desde entonces? No creo que haya palabra que lo expli-
que.
Había logrado “dilucidar” una de las conspiraciones más antiguas de la Histo-
ria. Pero ¿qué sucedería cuando la hiciera pública?
Por descontado que los adultos no se mostrarían para nada contentos, porque
ya se sabe cómo son: igual que los Klingons5, que hacen un berrinche de cual-
quier pavada.
De golpe tengo una capucha en la cabeza y me atan las manos antes de me-
terme de prepo en una combi sin matrícula.
-Quedate piola o sos boleta –me susurra uno mientras avanzamos a toda ve-
locidad por las calles de Buenos Aires desobedeciendo semáforos y carteles de
No doblar a la derecha/izquierda.
Por fin, la combi se detiene ante un edificio ruinoso, donde me hacen bajar a
los tropezones para conducirme al sótano. Una vez atado a una silla, me retiran
la capucha. Son tres tipos porque de a uno no se animarían conmigo. Todos con
“panocas”6, como les dice Pepo, conocedor de la jerga.
-Firmarás una retractación –me demanda el Número Uno, muy parecido en la
pinta al Conde Dooku7 sin el sable.
-¡Jamás! –replico yo como se debe.
Una bofetada será su respuesta. Menos mal que tengo las manos atadas o ya
vería Número Uno lo que es bueno.
Los golpes se sucederán pero estos tipos no saben con quién se las ven.
Agotados por mi resistencia, donde no falta un toque de ironía de superagente,
se retiran decididos a retomar la “punición”, más tarde.
-¡No saldrás de aquí hasta que hayas aceptado firmar! –me advierte Número
Uno, cerrando la puerta al salir.
Escupo sangre en respuesta. Lo que estos tipos ignoran en que no soy ningún
caído del catre: el llavero de Woody8, regalo de cumple, en mi bolsillo es en
realidad una navajita y con ella corto mis ligaduras en dos patadas. Ahora resta,
claro, salir de aquí. Por suerte, mis raptores creen que soy presa fácil o no se
descuidarían tanto; en la puerta sólo hay un guardia durmiendo la mona. Me
escabullo pues dando un rodeo, mas antes de alcanzar el corredor…
-¿Te vas a comer ese bocadito? –me preguntó Zoe Padilla.
Estábamos en la cantina del Casenave, almorzando. Yo tenía como un nudo
en el estómago nada más de pensar en volver a casita y poner todo esto en el
Informe Tatú, así que le regalé el snack, como dice Lali. Zoe era una de las pocas
compañeras que no me rehuían desde que estaba yo en boca de todos. Y su
mamá la mandaba al cole con rollitos de acelga y puré de tapioca. ¿Es que la
crueldad de los adultos no conoce límites?
6 Máscaras pasamontañas.
7 Personaje de La guerra de las galaxias. “La guerra de los clones”.
8 Personaje de Toy Story.
-… ¿Es este el texto de su declaración, señor Fonseca? –preguntó el Señor
Presidente de las Naciones Unidas alzando el documento en foro reunido por el
Comité de Emergencias Especiales.
-Así es, señor presidente –contesté al micrófono, las manos juntas sobre la
mesa de fórmica con el escudo planetario coronado de laurel9.
-… ¿Califica pues de “represiva, injusta y reprochable” la acción llevada a cabo
por los individuos cuyos nombres constan en acta, señor Fonseca? –insistió él
con tono cansino.
-Así es, señor presidente –admití mientras en torno la Asamblea General esta-
llaba en aplausos o murmuraba entre la embestida de los reporteros y sus flas-
hes.
Lo que tenía ante mí en realidad era un Magiclick de cuello plegable que sujeto
a la prensa manual de tornillo, simulaba perfectamente el receptor de mi voz.
Para imaginar mejor la escena, colgué una lámina del Cabildo Abierto, me puse
el saco de Primera Comunión, peiné y dispuse todo para un ensayo general
frente al espejo de mamá que traje a mi cuarto. Porque una vez que las cosas
estuvieran en marcha, no podía ir con improvisaciones. Aquello sería el Aconte-
cimiento del Siglo.
Lo que daría por ver la cara de los “imputados” cuando llamara a la puerta un
enérgico inspector de Policía a mostrarles la orden de arresto antes de ponerles
las esposas.
Por hacerla completa, distribuí entre mis contactos la Proclama que Lam-
berto891 calificó de “tan devastadora como el Manifiesto Comunista”.
En realidad, sólo decía: Los adultos mienten. Los chicos no hacemos
travesuras. Las inventaron ellos.
Esa misma noche soñé que yo encarnaba al intrépido inspector a cargo del
caso y que decidía empezar con Ochoa, el farmacéutico, que no me caía bien
desde que me puso esas inyecciones que me dejaron de cama.
Mis asistentes Lautaro Pereira y Maximiliano Ruiz, los dos más altos del cole,
lo traían esposado a la sala de interrogatorios, desaliñado y barbudo él bajo los
luces de neón que parpadeaban atrayendo el zumbido enervante de alguna po-
lilla mientras yo exponía ante sus ojos aquella marejada de evidencia incrimi-
natoria: boletín de calificaciones, apercibimientos, fotos con el flequillo cortado
a lo crin, un tatuaje de… ¿He-Man? No: ¡la Hormiga Atómica! Se le demudaría
la cara intentando excusas pero yo, implacable, lo conminaría a confesar, sus
ruegos no me conmoverían…
Normalmente despierto muy conforme de un sueñito así. No fue este el caso
porque a los pies de mi cama, se habían reunido los Viejos (aún los quería pero
eso eran), Guito y Lali, preocupados los dos últimos aun si no muy sorprendidos
a estas alturas por el malhumor de papá y mamá.
Don Alfonso había llamado hacía un ratito. Quería vernos en el cole a los Viejos
y a mí esa misma tarde. Se había encontrado indicios de robo de material en La
Bóveda.
A los diez minutos, quien estaba vestido y sentado en el living para enfrentar
miradas acusadoras era yo. Bue… un par de miradas. Porque Guito, acampando
Fonseca, Rodrigo H.
1983-1986 / 1988-1990
“Yo a tu edad”, “yo para el estudio” eran frases que me rebotaban en la cabeza.
Frases que papá había usado. Frases que probaban ahora su doble sentido y lo
ubicaban a él “inexorablemente” en el banquillo de los acusados y aun cuando
yo quería actuar como su defensor, no me era posible hacerlo pues había sido
yo mismo quien armó el caso.
Lo imaginé ante mí en la sala, codos sobre la mesa, alicaído, pucho en la boca,
sin afeitar.
-¡Nunca pensé que llegaría el día en que avergonzara a mi propio hijo! –suspi-
raba entre el arrepentimiento y la resignación.
Y yo ¿qué podía decirle? Si estaba con la parte acusadora.
Del otro lado del escritorio, el Satánico Doctor No11 –es decir don Alfonso- no
movió un dedo ni dijo una palabra. Pero estaba clarísimo por qué me permitía
ver el legajo: si yo exponía la conspiración, papi quedaría escrachado también.
Así de simple.
No podía permitirlo. Sabía que no podía permitirlo.
Hoy sé que el término para explicar lo que ocurrió allí es “extorsión” (me lo dijo
Claudio875 cuando le pregunté al día siguiente). Pero mi angustia era tanta que
ni me molesté en retirar mis papeles; salí del despacho como una tromba, más
Por darme aires quisiera decir acá que quienes aportaron la solución fueron
dos autores “de talla”: James Barrie con Peter Pan, y Saint Exupery con El
principito… pero sería totalmente falso.
Es verdad que Sebas vino una noche a casa con unos DVDs truchos, Peter
Pan entre ellos, y que yo elegí esta peli porque me era conocida. La vimos des-
pués de cenar en el living, comiendo pochoclo. Estaba buena, se lo comenté.
-Por Garfio y los demás, seguro –“ponderó” Sebas, con desgana.
-¿Qué es lo que no te gustó? –preguntó Lali, aun si más atenta a su twitteo.
Sebas ladeó la boca, al opinar:
-¿No entendés el sentido de la obra?
-¿Cuál sentido? –pregunté yo entonces.
-¡Que Peter Pan es un nene egoísta y bobo, que no quiere madurar!
Ese comentario, en boca de Sebas, me cayó como cinco tiros y sin darle tiempo
a desdecirse, le pregunté que qué cosa era madurar, que si era volverse como
los adultos y si así era, por qué querríamos ser como ellos. Porque los adultos
son los que engañan, estafan, roban, hacen guerras y al mismo tiempo, imponen
las normas que se les da la gana. Era uno de los puntos centrales de El Informe
Tatú. Por fin podía decirlo ante una audiencia que se tomaba el tiempo de escu-
charme.
-Pero si eso es cierto –“arguyó” Guito manoteando pochoclo-, Sebas, Lali y yo
somos o vamos a ser mentirosos, estafadores, ladrones y belicistas. –Miró a
mamá-. Se dice así ¿no? Belicistas.
-Seguro –dijo ella.
-Vos incluido –puntualizó papá… señalándome.
Nunca me había enfrentado a esa eventualidad. O nadie me la había puesto
ante los ojos de forma tan definitiva. Por entonces, creía que yo era yo, distinto
del resto de los seres humanos. Crecer era un efecto físico nada más. ¿O sería
como los velocirraptores que de chiquitos son un monada y al crecer, se morfan
al elenco de Jurassic Park?
¡No! Yo no iba a ser como los viejos. Encontraría la manera. Me inventaría un
País de Nuncajamás, de ser preciso. Hasta consulté Google desde el cole por si
había una medicina para detener el crecimiento. Había drogas para tratarlo,
mas por lo que deduje, no para impedirlo.
Dicho de otro modo, estaba entre la espada y la pared.
INFORME TATÚ
ANEXO
Artículo de Rectificación: Niñez Perseverante
A todos los niños y niñas del mundo que lean estas palabras.
Compañeros y compañeras:
Saben ya de la conjura creada por los adultos con el fin de establecer un orden que
conviene a sus intereses de dominio. Nos niegan así las libertades que demandamos y
un sitio en igualdad de términos: no podemos decidir a qué hora irnos a la cama, si
añadir dulce de leche a nuestras burgers, si cruzar solos la calle, leer historietas de
Galaxy Fury y Killian Gladiadora, o ver pelis de terror… Aun para el estudio gradúan
nuestro avance hacia el conocimiento para impedir que accedamos muy pronto a la
universidad (donde se enseña todo lo de verdad importante) en tanto nos despistan con
el “dos por uno dos” y “mi mamá me mima”.
Y para ello cuentan con un aliado verdaderamente poderoso: el tiempo.
Hasta los Evangelios lo confirman: Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba
como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño.15
Sobre este simple mecanismo creado por la Naturaleza, cifran los adultos sus espe-
ranzas de control: ¿cómo vencerlos entonces si alcanzar la edad adulta es renunciar a
los sueños de niñez? No desesperen. Incluso yo llegué a pensar que no había modo de
ganarles.
Pero hay una cosa más que ustedes seguro tampoco sabían: ellos quisieran ser como
nosotros. Si no, ¿por qué tantas historias de niños héroes en Literatura? Peter Pan, El
principito, Harry Potter, Caperucita, Blancanieves, Alicia, Dorothy…
¿Creen que los juguetes que elaboran a nivel industrial son para que los disfrutemos
nosotros cuando es bien sabido que un poco de tierra y aire libre obran en los niños
milagros que no pueden obtenerse con un costoso tren eléctrico fabricado en Stuttgart
o una Barbie Surfer made in China?
15 Corintios 13,11.
¿Que los libros y manuales con que se pretende dimensionar y definir la niñez no
involucran una solapada búsqueda de la felicidad que nos es propia? ¿Y por qué harían
eso si están conformes?
Sépanlo pues: los adultos están incompletos sin nosotros. Lo quieran o no, formamos
parte de su mundo. Igual que las avispas y las arañas, la sopa, las inyecciones, el den-
tista, el incómodo pantalón escolar de nailon, los adjetivos y los adverbios. Es todo o
nada.
Si la primera parte de este Informe los ha movido pues a la antipatía y hasta el aborre-
cimiento, les pido aquí que recapaciten y vean que el status de superioridad cargada de
obligaciones que ellos poseen antes bien debería movernos a la compasión.
Perder la infancia es perder la inocencia y perder la inocencia es perder la alegría. Y
la alegría es un estado ideal. Qué difícil debió ser para ellos perderla.
Es como si echaran de su fábrica a Willy Wonka16 para mandarlo de obrero a Suchard
o Bagley.
¿Pensaron cómo habrá hecho el pobre Adán tras la Gran Caída? Mi papá, cuando lo
echaron del cole, pensó que la vida se había terminado para él, sobre todo porque sabía
que era por su culpa.
Por eso, este es también un llamado para nosotros, los niños.
Existe la historia de un joven príncipe que prometió ser un buen rey tan pronto lo coro-
naran, pero una vez sentado en el trono, olvidó sus promesas y se convirtió en un dés-
pota como tantos reyes anteriores. Eso no debe sucederles.
Muchos dirán que es inevitable. Que el tiempo todo lo cambia. Que de viejos todo se
ve distinto.
Muy bien. ¿No desean un futuro parecido a este presente?
Vayan ya mismo a ver sus papás. Y en vez de que ellos les pregunten qué quieren ser
ustedes cuando sean grandes, pregúnteles ustedes qué querían ser ellos cuando eran
chicos. Que no los engañen: todos planearon algo, todos tuvieron sueños.
Algunos hasta correrán al dormitorio y al armario, a una caja que tienen allí desde
quién sabe cuánto tiempo y de la que casi ni se acordaban.
De ella sacarán una lista.
Es una lista de cosas que se prometieron lograr cuando aún eran chicos.
Tomen nota de lo que dice. De todo eso que se propusieron, ¿cuántas cosas no logra-
ron?
Hagan entonces otra lista y a partir de ella, fíjense con cuántas de esas cosas pueden
ayudarlos ustedes.
Sí. Porque a los viejos hay que ayudarlos. Ellos creen que nos cuidan a nosotros, que
tienen este deber de modo exclusivo, su prerrogativa de adultos, y ¿qué es un adulto en
el fondo sino un niño inflado por la edad17?
Por ello, los niños han de ser muy tolerantes con los adultos18: porque al envejecer,
olvidan que “Un niño los guiará”19.
Gabriel O. Castriota
San Marcos Sierra
Sábado 26 de enero de 2019