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Occidente-Islam. El difícil encuentro.


José Tono Martínez

I.

Partamos de una tesis pesimista o realista, según uno quiera ver


las cosas. La situación geo-política y geo-social se va a enmarañar
todavía más en lo que afecta a nuestra relación con el Islam, lo islámico,
los países árabes o de observancia religiosa islámica masiva y, también,
en lo que afecta a la convivencia con ciudadanos de estas adscripciones
u orígenes residentes en España o en el resto de Europa.

Creo que los próximos años, y el curso de tal vez una generación
entera, van a estar marcados por desencuentros y malentendidos, y por
notorias dificultades a la hora de establecer puentes de comunicación y
de negociación. Anticipo, antes de seguir desplegando esta tesis, que
ese escenario que sugiero me parece abominable, y que es el testimonio
de un fracaso colectivo. De todos. Nuestro deber, auto-exigido, la
respuesta a ese escenario, debe anclarse en algunos argumentos y
suposiciones quizá débiles, pero que en todo caso son suficientes para
provocar y conseguir un tipo de movilización idealista que dé sentido a
nuestra política internacional y aún nacional. Aunque tal movilización
fracase o sea insuficiente para reconducir aquellas relaciones desde el
punto de vista del ideal virtuoso de la convivencia, y desde el punto de

1 Este texto fue escrito en 2004, y ha sido publicado en varias versiones, cortas o a modo de crítica literaria, en
ABC y en otros medios. Ofrezco aquí su versión íntegra.
vista de la enseñanza de la historia, que sólo puede consistir en hacer
cosas para evitar que ese conflicto sea total, para evitar que se agudice.

Este es de hecho uno de los primeros problemas que le podría


aparecer a un teórico de esa seudo-ciencia tan occidental que es la
Teoría de Juegos. Una teoría que es como tal la caricatura de algo muy
enraizado en la necesidad del inconsciente colectivo bienpensante y
educado europeo y tal vez estadounidense. Digo que ahí por necesidad,
pero aplicado a la resolución de conflictos es en el fondo el substrato que
se observa en casi todas las éticas del compromiso y de la negociación
en Occidente, de la Posición Original de John Rawls a las estrategias de
diálogo y discusión de Appel y Habermas.

No hace falta acudir a las tesis interesadas de Samuel Huntington


y de Bernard Lewis, acuñador este último del lema del conflicto de
civilizaciones, pero sí conviene recordar alguno de sus argumentos. En
1990 Bernard Lewis publicó un artículo de la revista Atlantic Monthly que
había de hacer fortuna. Se titulaba Las raíces de la ira musulmana y en
dicho artículo se acuñaba la expresión del “Conflicto de Civilizaciones”
que sería recogida tres años después por Samuel Huntington y que hoy
es aceptada en parte como modelo explicativo de las relaciones entre
Occidente y el Mundo islámico.

La tesis del conflicto y entremedias los conflictos reales de los


últimos doce años han generado una reflexión importante acerca de
nuestras relaciones con Oriente Medio, con el mundo árabe y con lo
islámico por extensión. Como no podía ser de otro modo, esta tesis
confrontacional ha sido mejor recibida por los partidarios del propio
conflicto, ya sean los halcones militaristas de Occidente, ya sean los que
miran con comprensión las acciones de los locos de Allah. Y, como
siempre que suenan los tambores de guerra, son los moderados, los que
defienden la posibilidad del encuentro y convergencia entre
civilizaciones, los que se quedan fueran de la foto.

Para Lewis, nos encontramos en un estadio más de lo que ha sido


la tradicional confrontación, la “rivalidad milenaria”, entre la civilización
islámica y la Cristiandad, con la diferencia de que ahora la primera actúa
movida desde la desesperación y la ira que genera el reconocimiento de
su propio fracaso. Según esta visión el Islam sería hoy una civilización
pobre en lo económico, débil en lo militar y ignorante en cuanto afecta al
desarrollo de la educación en sus países. Esta desesperación se
acentúa por comparación hacia lo que fue un ilustre pasado. Debemos
convenir que Lewis no escatima en absoluto los méritos de lo que fue el
Islam y en su libro, apasionante desde sus primeras páginas, se nos
hace un recuento somero de dicho recorrido. El Islam medieval, en
tiempos de barbarie e inestabilidad mundial, fue capaz de crear una
civilización multiétnica, multicultural, que aportó un mensaje de igualdad
contra las sociedades estamentales y que heredó y perfeccionó un
considerable cuerpo de conocimiento científico de la antigüedad clásica
y de las otras civilizaciones que conquistó, y al que añadió nuevos
conocimientos en casi todos los campos, de la astronomía a la
geografía, de la medicina a la banca. Y recordemos que todavía en
España llamamos numeración arábiga a la decimal, por ser ellos quienes
nos la trasmitieron a nosotros y a todos los europeos; numeración
contrapuesta a la llamada romana.

Desde el punto de vista geomilitar, el Islam, cuya potencia


expansiva es recogida por el Imperio Otomano, no tiene casi rival
recordándose que en fechas tan tardías como el siglo XVII, en 1683 con
el segundo sitio de Viena, aún dominaba gran parte de Europa. Es
precisamente esta derrota sin paliativos ante una Liga Santa coaligada
con la Rusia de Pedro el Grande la que marca un antes y un después
para la civilización musulmana. A partir de aquí todo son derrotas. El
Tratado de Carlowitz, de 1699, reconociendo la pérdida de numerosos
territorios, sella la primera paz firmada entre un Imperio Otomano
derrotado y las potencias cristianas.

Partiendo de este declive militar y del autocuestionamiento de la


sociedad otomana y musulmana, Lewis analiza las razones de la
incapacidad de dicha sociedad para acometer un proceso de reformas
sociales y de modernización.

En ¿Qué ha fallado?, (Ed. Siglo XXI, 2002), Lewis apunta


impedimentos de fondo, todavía vigentes, y donde se recogen
testimonios propios y de embajadores que visitan la triunfante Europa.
En primer lugar se señala el aislamiento de una sociedad auto-satisfecha
que miraba con desconfianza y desprecio todo aquello que estaba más
allá de sus fronteras: incluso la idea de recibir instrucción y ciencia de
maestros infieles era inconcebible. Así, no se permitirá la impresión de
libros en árabe o turco hasta mediados el siglo XVIII. Pero si bien los
turcos, y otros países de su órbita, tratan de analizar las causas de la
preponderancia occidental, a juicio de Lewis, cometen un error al pensar
que dicha preponderancia es apenas un asunto de riqueza y de poder
militar.

El problema de fondo alude a una esclerosis sociopolítica que con


enorme dificultad ha sido abordada. El Islam, que triunfó en vida del
fundador, creó una doctrina social y legislativa que comprendía todos los
aspectos de la vida cotidiana: “Mahoma fue su propio Constantino”. Por
el contrario, en Occidente, el cristianismo, perseguido durante tres siglos,
al imponerse tuvo que convivir desde el inicio con un Estado, con una
administración temporal con la que mantuvo frecuentes disputas. El
proceso de secularización en Europa no es sino la constatación de la
victoria del poder del Estado y de la sociedad civil sobre el poder de la
Iglesia.
En el mundo musulmán, religión y Estado han sido lo mismo y
hasta épocas muy recientes el laicismo ha sido una idea ajena a dicho
mundo. Los conceptos de tiempo, ciencia, espacio, filosofía o los
problemas derivados de la igualdad de la mujer, la esclavitud, fueron
abordados desde la tradición heredada, desde el canon, y no desde la
experimentación y la renovación renacentista o desde la Reforma
religiosa protestante. En sus conclusiones, Lewis hace referencia a los
conflictos de este siglo, a las nuevas fuentes del “resentimiento” islámico
y al problema del terrorismo. El panorama no es muy halagüeño. Las
corrientes secularizadoras y modernizadoras se ven acosadas por los
islamistas que miran al pasado en busca de grandeza al tiempo que
culpabilizan a los occidentales y a los occidentalistas de sus errores
propios.

Ahora debo precisar que la carrera de Bernard Lewis no está


exenta de polémica. A sus 88 años, este londinense de origen judío y
profesor emérito de Princeton, es un especialista en historia y cultura del
Islam reclamado con frecuencia como inspirador del actual gobierno
norteamericano en asuntos árabes y aclamado en Israel por los sectores
más conservadores. Entre sus libros traducidos en España destacan
Los árabes en la historia (1950, 1996), Los asesinos (1967, 1990) o El
lenguaje político del Islam (1988, 1990). En los años cuarenta se cuenta
por seguro con que trabajó para los servicios de inteligencia militar del
servicio exterior británico y en la última década está viviendo una
auténtica época dorada en cuanto que sus argumentos sirven la tesis de
la confrontación militar.
Paul Wolfowitz y Donald Rumsfeld se cuentan entre sus
admiradores más directos. Por contra, Lewis ha polemizado con dureza
con el difunto Edward Said tras ser acusado por éste último de apóstol
del neocolonialismo occidental. En esta línea, para Noam Chomsky,
Lewis no es sino un propagandista que ignora el terrible papel que ha
jugado Occidente y las potencias coloniales en Oriente Medio en los dos
últimos siglos. Además, en junio de 1995, Lewis fue condenado por un
tribunal de París por haber negado el genocidio armenio cometido por
los turcos en 1915.
En cualquier caso, no debemos dejar que los extremos nos
confundan. Sí es cierto, con todo, que esta geometría de colapsos de
civilizaciones, de rivalidades ancestrales, de decadencias a lo Gibbon y
de vastas generalizaciones ofrece una visión reduccionista,
caricaturesca, que da la impresión de fundarse demasiado en prejuicios
y que deja en la oscuridad dos cosas: la pluralidad de un mundo muy
variado empequeñecido por la óptica de un orientalismo a la antigua y de
salón y, desde luego, la posibilidad del entendimiento y la esperanza en
un mundo complejo, compartible.

Pero dicho esto también debemos ser conscientes, y ahora con la


vista puesta en el 11-M, que la relación de trato con el Islam no es simple
en cuanto que como religión totalizante aspira a cumplir una función
ecuménica absoluta, en lo concreto del individuo y en lo general de la
sociedad que aspira a conformar. Podemos decir lo mismo del
catolicismo y de todas las religiones reveladas, sólo que en el caso del
primero, podemos añadir que el Vaticanismo más tridentino está “más o
menos” dominado después de tres siglos de Ilustración, muchas guerras
terribles, saludables experiencias republicanas y todo un Concilio
Vaticano II, aunque este ahora no esté de moda. No es que el
Catolicismo tradicionalista se haya hecho tolerante sino que las
sociedades que ocupa se han hecho tolerantes pese al Catolicismo, con
el resultado de que su intolerancia básica resulta ahora del todo
irrelevante o, cuando menos, ritualmente aceptable.
Digo esto en el sentido ritual en el que participamos en España de
bodas, bautizos, procesiones, ceremonias, pero como quien asiste a una
representación teatral. Algo parecido podemos decir de los otros
cristianismos de Europa occidental. El protestantismo también generó
terribles masacres y guerras, hasta que las sociedades donde había
anidado consiguieron sofocar la ira divina de sus pastores. Lo de
Estados Unidos sería algo distinto que excede este artículo y que
entremezcla la religión con la verdad implacable de la voluntad imperial
asumida. Ahí está el libro Imperio, de Toni Negri, para quien quiera
explorar esta línea.

Pero volviendo a lo nuestro, lo cierto es que el trato con el Islam,


en el contexto que vengo comentando, tanto como occidentales, ex-
católicos o católicos, y como españoles o europeos, no será fácil, en
parte por alguna de las razones arriba esbozadas. Y como, por lo
demás, no lo fue nunca, sobra decirlo. El leit motiv romántico de los
historiadores del XIX que hablaba de la convivencia de las tres culturas,
judía, musulmana y cristiana, en una arcádica España medieval
sabemos hoy que es más novela que realidad. Hubo momentos ideales
o idealizados, sin duda, pero muy concretos, en el marco general de una
siempre presente belicidad. Además, las culturas del Libro Bíblico, las
religiones reveladas, han convivido con más esfuerzo que gloria. En su
ser íntimo se disputan la Verdad con mayúsculas acerca de un mismo
dios y se la disputan enfáticamente y de manera totalizante desde el
comienzo de las respectivas Revelaciones particulares a cada uno de
sus profetas, ya se date el suceso hace 5600 años, 2000 o 1500,
aproximadamente, en el caso de Mahoma. Todo ello muy surrealista y
literario si no fuera por lo trágico del asunto. La religiones del libro nunca
han soportado compartir el hecho religioso, ser una opinión más. Han
querido ser la Opinión.

Para colmo, es cierto que Occidente, y con razón, tiene complejo de


culpa. Los pueblos árabes nos reprochan lo que les hemos hecho y les
hemos venido haciendo durante cientos de años. Sobre este complejo
de culpa occidental no hay sino leer la salida irónica que esboza Coetzee
en Desgracia o en Esperando a los Bárbaros. Pero esta es la salida
pesimista que se expone desde el fracaso de la relación interracial en
Sudáfrica. Pero no es al menos la salida que podemos desear o esperar
en nuestro caso. En fin, que habrá que hilar muy fino, muy fino, para que
nuestro encuentro con el otro no se transforme o manipule en
encontronazo. Para que ese otro no se transforme en un enemigo
interior sino para que colabore de manera activa en erradicar a los
enemigos interiores de verdad, que al fin y al cabo, son también sus
enemigos y los enemigos del complicado sueño y suelo común de la
tolerancia.

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