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Delivery 5

I
Melancolía, nostalgia, tristeza, hasta pesar entra dentro de lo común, pero este enojo, así de superficial
que hasta puedo usar las teclas, nunca me había obligado a escribir. Es fácil pensar en las razones detrás
del enojo: la noticia sobre la enfermedad, el fracaso en los estudios, las amistades y El amor. Pero no es
una explicación lo que necesito.
Sin importar que la causa fuera una, varias o todas juntas, el punto está en que es violencia lo que
viene. En vez de sentarme a escribir fácilmente podría haberle pegado a alguien, por ejemplo. “Quiero
pegarle.” Es segura la apuesta a ese destino. El destino que acaba en un golpe, ese es el destino de La
verdad, esa que es un afuera que sorprende y que no se sabe de dónde viene. No forma parte de la
malicia porque detrás de la malicia hay trabajo de tejeduría, como en las conspiraciones. La verdad no
pide anticipación. La lógica de un golpe es parecida entonces a la lógica de la La verdad. De la fricción,
la acumulación y el salto cualitativo a pegar. Marx, por ejemplo, es el pensador del golpe: así como a
partir de una magnitud el dinero se vuelve capital, así lo que molesta, a partir de una determinada
cantidad de molestia, se transforma en un golpe.
Me pregunto si será capaz de darse cuenta de qué es lo que pasa. Es seguro que no porque uno no
piensa cuando está enojado. Uno no piensa cuando está enojado por la misma razón por la que uno no
se da cuenta De la naturaleza de un golpe. Es la pura ironía, las ganas de pegar son las ganas de pegar
que tienen otros y, cabe la casualidad del colmo, ganas de otra persona o de otras personas de pegarle a
uno mismo. También lo decía Marx: detrás de las cosas no está la Naturaleza simplemente sino
nosotros, los seres humanos, o mejor dicho alguno de nosotros, o varios de nosotros, de nuevo tal vez
incluso uno mismo. Así que las ganas de pegar son el efecto de una transferencia, algo que fluye por la
colaboración -consciente o no – entre nosotros, colaboración que es la fuerza que edifica, que hace al
mundo. En ese hacer las ganas se van transfiriendo hasta el verdugo, que con toda probabilidad puede
ser alguien que no tenía vela en el entierro del sujeto a golpear, tal vez uno, usando “entierro” como
figura de un golpe y no al revés, el golpe como figura de un entierro. En el peor de los casos pegar
acaba por ser un ensuciarse las manos por otra persona, tal vez alguien que uno conoce, tal vez no. Y si
se trata de pegarse a uno mismo es una idiotez, o poesía, como suicidarse.
No poder parar de pegar o pegarse es ya otra cosa. No poder parar significa que no hay voluntad o,
como dirían los psicólogos, que no hay Yo. Entonces no sólo es inútil sino cínico y cruel dar una
lección de morales a alguien que no puede parar de pegarse. Sería como decirle a un enfermo que su
condición es el efecto de sus acciones. Marx, por ejemplo, nunca diría algo así, consciente como era él
de la naturaleza social de las cosas y la personlidad. Freud tampoco. Un sacerdote católico sí. Alguien
que no puede parar de pegarse es una víctima y es más, una víctima calculada de otros que se están
tomando el tiempo de pegarle, eso sí sin que la víctima se dé cuenta. Alguien que no puede parar de
pegarse es alguien a quien hay que ayudar, como se ayuda a alguien que no sabe o no puede nadar y
está en el agua ahogándose, o alguien que está en el fondo de un pozo sin poder salir. Hay que
literalmente interceptar el golpe que la persona se está dando a sí misma y desviarlo. Con suerte la
persona verá, gracias a la intercepción, el golpe a sí mismo que no puede parar de darse y de la
conciencia del golpe-a-sí-mismo su voluntad tal vez comience a cobrar esa consistencia de herramienta
que es la suya cuando se usa la voluntad para separar algo. Así llegamos casi a la absurda conclusión de
que para sacar a alguien de no poder dejar de pegar o pegarse hay que pegarle.

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