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La música de adoración en el Nuevo Testamento

La adoración del emergente movimiento cristiano no produjo nuevas formas de música, sino
que tenía las mismas características descritas anteriormente, muchas de las cuales todavía
encontramos en la música de las liturgias históricas. Claramente, la vida de adoración de la
iglesia primitiva incluía salmos y otras formas de cantos.

El Nuevo Testamento menciona la música de adoración en varios pasajes. La historia del


evangelio comienza con un himno de alabanza en los labios de huestes celestiales, «Gloria a
Dios en las alturas» (Lucas 2.14). Cuando Jesús leyó a Isaías en la sinagoga de Nazaret (Lucas
4.16-20), probablemente lo recitó según la costumbre de ese tiempo. Los Evangelios registran
que Jesús y sus discípulos cantaron un himno después de la última cena (Mateo 26.30; Marcos
14.26), probablemente el «Gran Hallel» (Salmos 113—118) de la tradición de la Pascua. Lucas
registra que Pablo y Silas cantaban himnos en la prisión en Filipo cuando de repente empezó
un terremoto (Hechos 16.25). Pablo exhorta a los cristianos de éfeso y Colosas a dar gracias a
Dios con «salmos e himnos y cánticos espirituales» (Efesios 5.19; Colosenses 3.16). Al describir
la congregación de la iglesia de Corinto, Pablo recalca que «cada cual aporte un salmo» (1 Co
14.26) el cual debe armonizar con las contribuciones que los demás adoradores han expresado
en el culto. Quizá estos «salmos» eran los salmos bíblicos, mientras que los «himnos» quizá
eran música cristiana en honor a Cristo y los «cantos espirituales» expresiones de adoración
más espontáneas.

Lucas cita varios himnos en los primeros capítulos de su Evangelio. Además de Gloria en las
alturas, mencionado anteriormente, Lucas incluye el Magnificant o Canto de María (1.46-55),
el Benedictus o Canto de Zacarías (1.67-79) y el Nunc Dimittis o Canto de Simeón (2.29-32).
Aunque estas figuras pronunciaron estas palabras en el nacimiento de Jesús, estos himnos se
empezaron a usar en la adoración cristiana en un periodo temprano. Pablo cita lo que quizá es
otro canto, «Despierta, tú que duermes» en Efesios 5.14. Algunos eruditos han sugerido que
otros pasajes en las epístolas paulinas son la base para algunos himnos cristianos primitivos en
honor a Cristo, como por ejemplo Filipenses 2.6-11, Colosenses 1.15-20 y 1 Timoteo 3.16.
Dichos himnos quizá se compusieron para reforzar la enseñanza cristiana acerca de la
naturaleza del mesiazgo de Jesús. El himno Hosanna que las multitudes entonaron en la
entrada triunfal de Jerusalén (Marcos 11.9; basado en Salmo 118.29) se convirtió en parte de
la celebración de la eucaristía cristiana histórica.

La expresión musical de la adoración cristiana alcanza su clímax nuevo-testamentario en los


himnos del Apocalipsis de Juan. En la visión de Juan, alabanzas ante el trono de Dios
acompañan el desenvolvimiento dramático de los eventos en la tierra. Estos himnos glorifican
al Creador (4.11), proclaman el valor del Cordero (5.9-10; 5.12), exaltan tanto al Padre como al
Hijo (5.13; 7.10; 7.12), celebran el triunfo de Dios sobre los enemigos de su pueblo (11.6;
11.17-18; 12.10-12; 19.1-3; 19.6-8), y proclaman su justicia (15.3-4; 16.5-7). Otros cantos
adicionales celebran la derrota de la ciudad infiel, perseguidor de los santos (capítulo 18). Los
cuatros seres vivientes que aparecen en la visión de Ezequiel inician esta exhibición de
alabanza al cantar palabras derivadas de la visión de Isaías en el templo (Apocalipsis 4.8). Se
expande e incluye a los ancianos del pueblo del pacto, las huestes celestiales, y con el tiempo a
todas las criaturas. Quizá estos himnos reflejan la práctica real de adoración de la iglesia que
estaba cerca del final del primer siglo. Si así es, Apocalipsis ofrece una ventana no solo a los
juicios de Dios en la tierra sino también al desarrollo de la liturgia y el uso de himnos cristianos.

El Nuevo Testamento no suple suficientes detalles para reconstruir el contenido musical exacto
del desarrollo de la adoración cristiana. Deberíamos evitar la tentación de proteger las
prácticas de los siglos más modernos y regresar a los de los tiempos bíblicos. Una de las
preguntas es a qué grado las prácticas musicales israelitas, entre ellas el uso de instrumentos,
ofrecen una pista sobre lo que se creía que era apropiado en la iglesia del Nuevo Testamento.
Dado que las escrituras hebreas en ese periodo todavía eran la autoridad para enseñar y
practicar (1 Timoteo 3.16-17), sus amplios principios con respecto a la música seguramente se
mantuvieron como la norma. La joven iglesia era una comunidad perseguida, y no podía aplicar
todos los recursos de la celebración bíblica a sus reuniones de adoración. No obstante, la
evidencia muestra que la música jugó un papel vital en la adoración de la emergente
comunidad cristiana.

La música de adoración en el Nuevo Testamento

La adoración del emergente movimiento cristiano no produjo nuevas formas de música, sino
que tenía las mismas características descritas anteriormente, muchas de las cuales todavía
encontramos en la música de las liturgias históricas. Claramente, la vida de adoración de la
iglesia primitiva incluía salmos y otras formas de cantos.

El Nuevo Testamento menciona la música de adoración en varios pasajes. La historia del


evangelio comienza con un himno de alabanza en los labios de huestes celestiales, «Gloria a
Dios en las alturas» (Lucas 2.14). Cuando Jesús leyó a Isaías en la sinagoga de Nazaret (Lucas
4.16-20), probablemente lo recitó según la costumbre de ese tiempo. Los Evangelios registran
que Jesús y sus discípulos cantaron un himno después de la última cena (Mateo 26.30; Marcos
14.26), probablemente el «Gran Hallel» (Salmos 113—118) de la tradición de la Pascua. Lucas
registra que Pablo y Silas cantaban himnos en la prisión en Filipo cuando de repente empezó
un terremoto (Hechos 16.25). Pablo exhorta a los cristianos de éfeso y Colosas a dar gracias a
Dios con «salmos e himnos y cánticos espirituales» (Efesios 5.19; Colosenses 3.16). Al describir
la congregación de la iglesia de Corinto, Pablo recalca que «cada cual aporte un salmo» (1 Co
14.26) el cual debe armonizar con las contribuciones que los demás adoradores han expresado
en el culto. Quizá estos «salmos» eran los salmos bíblicos, mientras que los «himnos» quizá
eran música cristiana en honor a Cristo y los «cantos espirituales» expresiones de adoración
más espontáneas.

Lucas cita varios himnos en los primeros capítulos de su Evangelio. Además de Gloria en las
alturas, mencionado anteriormente, Lucas incluye el Magnificant o Canto de María (1.46-55),
el Benedictus o Canto de Zacarías (1.67-79) y el Nunc Dimittis o Canto de Simeón (2.29-32).
Aunque estas figuras pronunciaron estas palabras en el nacimiento de Jesús, estos himnos se
empezaron a usar en la adoración cristiana en un periodo temprano. Pablo cita lo que quizá es
otro canto, «Despierta, tú que duermes» en Efesios 5.14. Algunos eruditos han sugerido que
otros pasajes en las epístolas paulinas son la base para algunos himnos cristianos primitivos en
honor a Cristo, como por ejemplo Filipenses 2.6-11, Colosenses 1.15-20 y 1 Timoteo 3.16.
Dichos himnos quizá se compusieron para reforzar la enseñanza cristiana acerca de la
naturaleza del mesiazgo de Jesús. El himno Hosanna que las multitudes entonaron en la
entrada triunfal de Jerusalén (Marcos 11.9; basado en Salmo 118.29) se convirtió en parte de
la celebración de la eucaristía cristiana histórica.

La expresión musical de la adoración cristiana alcanza su clímax nuevo-testamentario en los


himnos del Apocalipsis de Juan. En la visión de Juan, alabanzas ante el trono de Dios
acompañan el desenvolvimiento dramático de los eventos en la tierra. Estos himnos glorifican
al Creador (4.11), proclaman el valor del Cordero (5.9-10; 5.12), exaltan tanto al Padre como al
Hijo (5.13; 7.10; 7.12), celebran el triunfo de Dios sobre los enemigos de su pueblo (11.6;
11.17-18; 12.10-12; 19.1-3; 19.6-8), y proclaman su justicia (15.3-4; 16.5-7). Otros cantos
adicionales celebran la derrota de la ciudad infiel, perseguidor de los santos (capítulo 18). Los
cuatros seres vivientes que aparecen en la visión de Ezequiel inician esta exhibición de
alabanza al cantar palabras derivadas de la visión de Isaías en el templo (Apocalipsis 4.8). Se
expande e incluye a los ancianos del pueblo del pacto, las huestes celestiales, y con el tiempo a
todas las criaturas. Quizá estos himnos reflejan la práctica real de adoración de la iglesia que
estaba cerca del final del primer siglo. Si así es, Apocalipsis ofrece una ventana no solo a los
juicios de Dios en la tierra sino también al desarrollo de la liturgia y el uso de himnos cristianos.

El Nuevo Testamento no suple suficientes detalles para reconstruir el contenido musical exacto
del desarrollo de la adoración cristiana. Deberíamos evitar la tentación de proteger las
prácticas de los siglos más modernos y regresar a los de los tiempos bíblicos. Una de las
preguntas es a qué grado las prácticas musicales israelitas, entre ellas el uso de instrumentos,
ofrecen una pista sobre lo que se creía que era apropiado en la iglesia del Nuevo Testamento.
Dado que las escrituras hebreas en ese periodo todavía eran la autoridad para enseñar y
practicar (1 Timoteo 3.16-17), sus amplios principios con respecto a la música seguramente se
mantuvieron como la norma. La joven iglesia era una comunidad perseguida, y no podía aplicar
todos los recursos de la celebración bíblica a sus reuniones de adoración. No obstante, la
evidencia muestra que la música jugó un papel vital en la adoración de la emergente
comunidad cristiana.

Introducción. La música tiene su lugar y propósito en el culto de la iglesia. Este lugar y


propósito han sido creados por la au-toridad divina. En tal lugar y propósito debemos
reconocer la importancia de: (1) la clase de música autorizada; (2) el propósito para el cual
servirá la música; y (3) la manera en la cual la música debe ser ofrecida.

I. La clase de música especificada:

1. Las Escrituras del Nuevo Testamento autorizan el canto solamente.

Mat. 26:30: "Y cuando hubieron cantado un himno, salieron ..."

Hech. 16:25: "Como a la media noche Pablo y Silas estaban orando y cantando himnos a
Dios".

Rom. 15:9: "Como está escrito: por tanto te confesaré entre las naciones y cantaré a tu
nombre."

1 Cor. 14:15: "Oraré con el espíritu, y oraré también con el entendimiento; cantaré con
el espíritu, y cantaré también con el entendimiento".
Efes. 5:19: "Hablando entre vosotros en salmos e himnos y canciones espirituales,
cantando y alabando a Dios en vuestros corazones". Col. 3:16 "Que la palabra de Cristo
habite en vosotros en abundancia en toda sabiduría, enseñándoos los unos a los otros con
salmos e himnos y canciones espirituales, con gracia cantando en vuestros corazones".

Sant. 5:13: "¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre?
Cante salmos."

2. El mandamiento para cantar es específico, y por lo mismo, excluye toda otra clase de
música.

(1) Dios mandó a Noé construir el arca de madera de gofer. Al especificarle


"madera de gofer", Dios eliminó toda otra clase de madera (Gén. 6:14).

(2) El mandamiento de Dios a Aarón de que ofreciera dos machos cabríos y un


carnero como sacrificios expiatorios excluyeron cualquier otro animal (Lev. 16).

(3) El mandamiento de Dios para cantar excluye cualquier otra clase de música. Hay
solamente dos clases: vocal e instrumental. Dios ha especificado cuál de las dos acepta: la
vocal.

(4) Cuando se hace algo más que "cantar", Dios ha sido desobedecido (2 Juan 9-11;
1 Cor. 4:6).

3. Las Escrituras del Nuevo Testamento son suficientes so-bre este punto como en todos
los que pertenecen al servicio y culto cristiano (2 Pedro 1:2,3; Rom. 1:17; 1 Cor. 9:21; Mat.
17:5,6; Hech. 3:22,23).

II. El propósito del canto:

1. Alabar y dar gracias a Dios (Heb. 13:15; Hech. 16:25; Sant. 5:13).

2. Enseñar y amonestar los unos a los otros (Efes. 5:19; Col. 3:16). La música en el culto
cristiano es para instruir, comu-nicar ideas y amonestar mutuamente a quienes toman parte
en la alabanza para vivir rectamente además de ser un medio para expresar nuestra gratitud y
nuestras súplicas a Dios.

III. Manera de rendir la alabanza:

1. "A Dios". Dirigir la alabanza a Dios y no como simple en-tretenimiento. Cada vez que la
música en el culto cristiano de-genera en un esfuerzo para entretener, viene a ser como olor
nauseabundo a Dios. Debemos recordar que estamos cantando para agradar a Dios: no a la
multitud (Hech. 16:25; Rom. 15:9; Efes. 5:19; Col. 3:16).

(1) Cuando cualquier acto del culto no es dirigido a Dios se extravía de su objeto y
es, por lo mismo, vano.

(2) ¡Qué abominable resulta el atraer a la gente con la música de la iglesia!


Pensemos primero que todo agradar a Dios.
2. "Con el corazón" (Jn. 4:24; Efes. 5:19; Sant. 5:13), "cantando y alabando al Señor en
vuestros corazones". De aquí aprendemos que nuestros corazones deben acompañar nuestro
canto y estar perfectamente de acuerdo con el sentimiento del canto que se ofrece. En otras
palabras, debe ser ofrecido con toda sinceridad.

3. "Con el entendimiento" (1 Cor. 14:15). Debemos estudiar el sentimiento de los cantos


expresado en las palabras y estar seguros de que es escritural y de que se entiende su
significado a fin de enseñar a otros.

4. Para ser entendido. "Hablando entre vosotros" ... (Efes. 5:19). "Enseñándoos y
exhortándoos" (Col. 3:16). El propósito divino del canto se pierde enteramente, a menos que
las pa-labras sean escriturales en sentimiento y sean pronunciadas claramente para ser
entendidas por la audiencia. La enseñanza que se haga por medio del canto debe ser por las
palabras, puesto que el tono o melodía no puede enseñar cosa alguna a nadie.

5. La clase de cantos que debe usarse: "Salmos e himnos y canciones espirituales" (Efes.
5:19; Col. 3:16). "Salmos e him-nos". Parece que estas dos palabras fueron usadas sin
distin-ción y no solamente indican el carácter general de los cantos que deben ser cantados,
sino también especifican en particular que tales composiciones deben ser espirituales. Tales
palabras no podrían describir a tales melodías como "The Star Spangled Banner", "Yankee
Doodle", o "I Washed My Hands This Morning". Ni tampoco merecen tal designación los
sones ligeros y triviales que ahora se llaman "espirituales".

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