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Diano Sorensen

El Facundo y la construcción
de la cultura argentina
Diana Sorensen

El Facundo y la
construcción de la
cultura argentina

^BEATRIZ VITERBO EDITORA


Biblioteca: Tesis / Ensayo
Diseño de tapa: Claudia del Río

Los fondos para la publicación y la traducción de este libro provie­


nen del Thomas and Catharine Me Mahon Fund del Department
of Romance Languages and Literatures de Wesleyan University.

Originalmente publicado en 1996 como Facundo and the Construction of


Argentine Culture, por Diana Sorensen Goodrich,
Copyright © 1996: University of Texas Press.
Todos los derechos reservados.

Primera edición en español: agosto 1998


Traducción: César Aira

© Diana Sorensen
© Beatriz Viterbo Editora
San Lorenzo 817, 8oA
Rosario, Argentina

I.S.B.N.: 950-845-066-5
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
Impreso en Argentina
p a r a m i h i ja L i s a
A gradecim ientos

Familia, amigos y colegas han contribuido en la escritura de


este libro escuchándome y respondiendo, y también con la ayuda
práctica sin la cual la escritura no puede tener lugar. Primera entre
ellos está mi madre, Marta Sorensen, cuya devoción y apoyo alla­
naron muchos obstáculos en el camino. Mi padre, Gerardo Soren­
sen, siempre ha sido mi definitivo socio en lecturas. A Jim Goodrich,
mi más profundo agradecimiento por su lealtad, bondad y compa­
ñerismo.
Durante la escritura de este libro saqué enorme provecho de la
inteligente y generosa atención ofrecida por Sylvia Molloy, que
siguió el progreso del trabajo con un apoyo constante; le estoy agra­
decida por su amistad, y su compartida pasión por Sarmiento y su
mundo. Josefina Ludrner, Ana María Barrenechea y Walter Mignolo
también me dieron valiosas pistas cuando la idea de este proyecto
estaba tomando forma. Mi colega Ann Wightman ha sido un inter­
locutor sumamente valioso a lo largo de los años, a veces ayudán­
dome a pensar algún punto desde su perspectiva de historiadora.
Lo mismo puedo decir de Jay Winter, cuyo sentimiento de la histo­
ria y la poesía alentaron mi diálogo con el pasado. A Wilfrido Co­
rral, muchas gracias por su infalible y generoso consejo bibliográ­
fico. Arcadio Díaz Quiñones y David William Foster hicieron va­
liosas lecturas del manuscrito, por las que estoy profundamente
agradecida. Con el correr de los años, he tenido estimulantes dis­
cusiones sobre Sarmiento, a veces acaloradas, con Joseph T. Cris-
centi, Elizabeth Garrels, Marina Kaplan y Doris Sommer. Espero
que las siguientes páginas den origen a muchas polémicas nuevas
entre nosotros.

9
La investigación y escritura de este libro fueron ayudadas por
una Beca Fullbright, otra de la Rockefeller Foundation, y un se­
mestre en el Wesleyan University Center for the Humanities. Es­
toy agradecida por su apoyo, que me dio un acceso esencial a m a­
teriales de investigación así como la igualmente necesaria paz y
concentración. En la Argentina, Adriana de Muro, del Museo His­
tórico Sarmiento, me permitió consultar valiosos materiales bajo
su cuidado. Muchas gracias por su amabilidad y eficiencia. Mi
amigo el Dr. Eduardo Duek hizo milagros para obtener microfichas
de la Biblioteca Nacional de Chile. Theresa J. May, de la University
of Texas Press, prestó su ayuda profesional a lo largo del trabajo.
Mis colegas y alumnos de la Wesleyan University merecen mi
gratitud por su interés en mi trabajo y el estímulo intelectual que
proveen: siempre puedo contar con el aporte generosamente inte­
ligente de Peter Dunn, Bernardo Antonio González, Robert Conn,
y Khachig Tololyan. Joan Júrale, Edmund Rubacha y Steven
Lebergott de la Olin Memorial Library, prestaron su conocimiento
y apoyo en muchas ocasiones cruciales. Gracias a todos los que
dejaron su marca en las siguientes páginas; querría haber tenido
la suerte de darle buen uso a sus huellas. Dedico este libro a mi
hija. Lisa K. Goodrich, que sigue enseñándome.

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Prólogo

Esta obra de Diana Sorensen, El Facundo y la construcción de


la cultura argentina, ofrece una visión del libro que quiere ser cons­
cientemente compleja y responder a nuestro modo contemporáneo
de pensar los problemas socioculurales.
Ambiciosa e interesante propuesta, crece y se abre a nuevas
cadenas de relaciones, y así se enriquece por el mismo proceso que
insiste en la no clausura original. Especialmente si en su nivel
superficial deja marcas de la ambición de ser al mismo tiempo
develación de un sentido. Máquina de producir sentido hacia atrás
y hacia adelante, es no sólo creadora de un mito sino inquisidora
de una historia que continuará dando claves en cada eslabón del
proceso, cuando éste se fracture o se invierta.
Esta cadena de las variadas relecturas del Facundo, que ahora
se ofrecen, constituye su sentido y al mismo tiempo dice que no existe
un sentido de una obra. Muestra la fluctuante tensión por interrogar
ciertos núcleos que una colectividad elige o borra como claves.
Así convoca diversos testimonios, desde el del mismo Sarmiento
(sobre su Facundo contrastado con su tardío Conflicto y armonías
de las razas en América,), pasando por los de sus contemporáneos o
por los de sus posteriores comentaristas: escritores, críticos,
historiadores que lo sacralizan o vituperan o intentan borrarlo en
sucesivas encrucijadas espaciotemporales e ideológicas.
Una interesante línea de acercamiento la constituyen las prim e­
ras recepciones en el extranjero y las traducciones (traiciones que
no siempre provienen de quien desprecia al país o al autor, sino a

11
veces de amigos como Mrs. Mann, que rehace la obra a imagen y
semejanza propia, o borda sobre lo exótico o lo ejemplar).
Estamos pues ante otra lectura pero no una más, pensada por
quien conoce las reivindicaciones del post-colonialismo. Partiendo
de la oposición fundante del libro “civilización y barbarie” y de
otras duplas conexas como campo y ciudad, culturas centrales y
marginales, junto con nociones no siempre binaristas que se les
asocian (poder, autoridad, progreso, nación, identidad, pluralis­
mo, globalización, economía, colonialismo) se llega al final del re­
corrido.
La autora reconoce haber evitado conscientemente llegar a una
conclusión, y en lugar de ofrecer una solución prefiere contribuir a
un entendimiento sobre cómo y por qué los términos en pugna
definen y redefinen la nación.

A n a M aría B arrenechea

12
SARMIENTO
Del tiempo que es después, antes, ahora,
Sarmiento el soñador sigue soñándonos.
—Jorge Luis Borges
Introducción

¿Otro libro sobre el Facundo? Basta echar una mirada a la inti­


midante bibliografía acumulada sobre este libro fundacional para
pensar que habría sido preferible dejar sin escribir este volumen.
Pero el punto de partida de las páginas que siguen es precisamen­
te la proliferación de escritos alrededor del Facundo, y las grietas
ideológicas que los atraviesan.
Pues si bien hay un acuerdo general respecto de la importancia
del libro, y sobre su status de clásico de las letras latinoamerica­
nas, hay profundos desacuerdos sobre su interpretación y sobre la
clase de mitos de construcción nacional que promovió. Hasta hoy
la Argentina sigue embarcándose en acalorados debates sobre el
libro de Sarmiento. Para algunos, es un legítimo reclamo a unirse
al mundo desarrollado y tomar modelos de la civilización europea
para alentar la modernización argentina. Para otros, contribuyó
al insidioso discurso de inferioridad nacional que bloqueó la ex­
presión de las aspiraciones populistas y rurales de la producción
de la identidad nacional. Nadie trata al Facundo como un texto
neutral.
Al crecer en la Argentina, dentro del medio un tanto excéntrico
de una escuela inglesa, fui expuesta en mi infancia a la glorifica­
ción de Sarmiento y sus ideas. Cantábamos el “Himno a Sarmien­
to”, que invoca sus luchas “con la pluma, con la espada, y la pala­
bra”, a la que no faltaba nunca a clases la llamábamos “una Sar­
miento”, y en las celebraciones conmemorativas del 11 de septiem­
bre, el “Día del Maestro” (fecha de la muerte de Sarmiento) pro­
nunciábamos largos discursos sobre su dedicación de toda la vida
a la educación. Entre mis primeros recuerdos de lecturas escola­

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res hay pasajes tomados de Recuerdos de Provincia (la higuera de
Paula Albarracín se alzaba, emblemática, sin que yo supiera bien
por qué; Sarmiento minero leyendo de noche en Copiapó era el
epítome de la pasión por el saber) y el Facundo. Este último
entraba en nuestra imaginación antes de que supiéramos qué hacer
con su heterogeneidad discursiva; leíamos extractos sobre los
problemas de los espacios desolados de la Argentina, sobre las
intrigantes habilidades del rastreador, del baqueano, del gaucho
malo que encarnaba un Facundo Quiroga fugitivo de la justicia
cuando miraba a los ojos a un tigre. Juan Manuel de Rosas, por
su p u e sto , era em blem a de la o m n ip rese n te b a rb a rie de la
conflictiva vida política argentina; se evocaban recuerdos del
gobierno de Perón oblicuamente mediante la colorida descripción
del terror en los días de la Confederación. Una profesora de historia
que mencionó el “revisionismo” nos alarmó con la posibilidad de
que tuviéramos que reubicar nuestra distribución de cualidades
buenas y malas. Pero sólo cuando fui estudiante en la Facultad de
Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires tuve que hacer
frente al desmantelamiento de los mitos recibidos. Durante la
década de 1970, cuando los gobiernos de Cámpora y Perón daban
voz al populismo, el Facundo fue enjuiciado como documento de
los “vendepatrias” que habían traicionado a la Argentina y lite­
ralmente se la habían entregado a los intereses extranjeros. Los
ataques eran lanzados desde distintos ángulos, pero un blanco per­
manente era la dicotomía civilización/barbarie, a la que se invertía
para poder leer todo el libro en sentido opuesto. El dramatismo y
la energía de esos debates dejaron huellas que seguí en estudios
en los Estados Unidos, cuando exploré los territorios más vastos
de la literatura latinoamericana. La polaridad reaparecía en for­
ma más o menos velada pero persistente en una panoplia de tex­
tos de los siglos XIX y XX, con las cualidades riesgosas, aunque
seductoras, dadas por su capacidad de articular otras muchas opo­
siciones binarias tan profundamente arraigadas en nuestros há ­
bitos de pensamiento.
Me intrigó la posibilidad de seguir las huellas del conflicto de
interpretación que concernía a las lecturas del Facundo en la for­
mación cultural de la Argentina. ¿En qué medida estas huellas
podían dar cuenta de la naturaleza fracturada del país, de esa
“Argentina en pedazos” que Piglia evoca de modo tan sugestivo en
su libro, centrado en una escena de escritura desgarrada por la
violencia; o de las metáforas de fracaso que apuntalan la Inven­

16
ción de la Argentina tal como la relata Nicolás Shumway? En pa­
la b ra s de uno de los d e tra c to r e s de S a rm ie n to , e s tá n los
“sarmientones” que exaltan con delirio sus virtudes, mientras los
“sarmientudos”1lo condenan con igual pasión; puede ser divinizado
o demonizado, pero nunca ignorado. En palabras de uno de sus
admiradores, Sarmiento es la esencia de la “argentinidad”, pero
quizás, como lo dice otro, esa esencia sólo puede entenderse como
algo compartido por él y Rosas:
Sarm iento y Rosas son ... los dos rep resen tan tes gen uin os de la
argentinidad en sus luces y en sus sombras, algo así como la tesis y la
antítesis de la vida nacional.2
Sin suscribir esta dialéctica hegeliana, el presente libro inten­
ta explorar el interjuego constante de luz y sombra que ha susten­
tado las lecturas conflictivas del Facundo desde su publicación en
1845, tratando de tomar distancia de ellas de modo de construir
una lectura de lecturas.
Enmarca a este proyecto una concepción de la escritura que
puede resumirse en la observación de Barthes según la cual “es­
cribir es ofrecer el habla (parole) a otros, de modo que puedan com­
pletarla”.3Más bien que intentar un análisis más del Facundo, en­
tonces, veré cómo el texto ha sido “completado” de muchos modos
diversos, los cuales, a su vez, tienen que verse dentro de relacio­
nes contextualizadas de poder, restricciones institucionales y otras
circunstancias que afectan los “usos” que se le dan a un libro. De
ahí que, como premisa básica, este estudio concibe la obra no sólo
como algo destinado al lector, sino además necesitado de que el
lector active y dé vida a sus significados. El texto, entonces, es un
objeto para el sujeto lector activo, quien es un coproductor creativo
en un proceso de comunicación no subordinado a la idea de una
interpretación correcta o adecuada; idea que las páginas que si­
guen problematizarán. Una obra como el Facundo, que ha engen­
drado una pluralidad de lecturas, d ra m atiza la n a tu ra le z a
inestable del texto mismo: lejos de ser un portador homogéneo de
sentido, es una red de relaciones diferenciales no restringida a los
límites físicos del libro, sino extendida sobre una vasta red de
lecturas que pretenden legitimarlo, cuestionarlo o negarlo. Si un
texto es una diseminación de sentidos, sus lecturas ponen en escena
su producción.
Así como el texto no puede ser concebido con independencia de
sus lecturas, las lecturas a su vez no pueden separarse de los con­

17
textos en los que funcionan, ni puede ignorarse la interacción en­
tre diferentes contextos de lectura. Cuando se toma en cuenta el
eje histórico, la sucesión de lecturas se vuelve parte de una cade­
na semiológica en la que los elementos del sistema interactúan
entre sí: cada nueva lectura puede ser afectada por otras anterio­
res, y a su vez puede influir en las recepciones que seguirán. Si
puede decirse que las variadas lecturas del Facundo constituyen
su sentido, entonces pueden al mismo tiempo ilustrar en qué
medida no existe un sentido objetivo de una obra. Mirando el libro
a través de las capas de lecturas que se han acumulado a lo largo
del eje diacrónico, uno tiende a subrayar los modos en que las lec­
turas están cargadas con los remanentes de otras lecturas, que
proporcionan una especie de basamento arqueológico, y por ello
una dimensión intertextual. La productividad de una obra reside
en las lecturas variadas y a veces in e -'°ra d as a las que da lugar,
en las nuevas estructuras de recepción Hue resultan de diferentes
interpretaciones. El acto de “desenganchar”4 la obra del contexto
de producción pretende impedir la clausura en su estudio y abrir­
lo a las relaciones múltiples que tendrán lugar en las lecturas de
diversos lectores.
A su vez, las lecturas no son autónomas del contexto, sino de­
terminadas por una cantidad de factores que las conforman. Como
ha afirmado tan persuasivamente Hans Georg Gadamer, la inter­
pretación de cada texto es un hecho creativo que no se limita a
reapropiar el mensaje textual del pasado: también incorpora el
presente del intérprete.5 De hecho, el marco de cada lectura dife­
rirá necesariamente de aquel en que fue constituida originalmen­
te como significativa. Leer es una meditación entre diferentes po­
siciones intelectuales y culturales; no es infrecuente que tenga
lugar por caminos menos que armoniosos, y que requiera inter­
venciones tanto destructivas como constructivas que pueden afir­
mar, negar o desestabilizar ideas en circulación. Y como el sentido
que, por razones de simplificación, podría llamarse inicial, ya está
embarcado en el movimiento de la historia, la noción de una inter­
pretación final válida tiene poco sentido. La recepción del Facundo
ilustra la bancarrota de esa noción, y la medida en que cada época
tiende a comprender la tradición escrita a su modo. Arthur Danto
sugiere una dificultad adicional: aun si uno fuera a describir com­
pletamente el contexto inicial del texto, no sería posible ubicarlo
en todas las historias que lograrían reconstruirlo.6

18
Si la idea de tradición debe ser cuestionada para acomodar una
medida de escepticismo respecto de la interacción entre pasado y
presente, tomando en cuenta las condiciones bajo las cuales la tra­
dición se desarrolla y cambia, podría rastrearse el modo en que
los sentidos se constituyen y modifican, se consolidan y debilitan.
Cuando se estudia al Facundo a través de sus lecturas, lo que
emerge es un proceso en y a través del cual una sociedad articula
su cultura y al hacerlo produce y media el conflicto, dándole for­
ma a las relaciones sociales. Dentro de los esquemas que emergen,
se detectan los distintos mecanismos interpretativos desplegados
en diferentes subculturas. El campo cultural aparece fragmenta­
do y discontinuo; no obstante, las relaciones complejas entre ideo­
logía, conocimiento y poder se presentan como reguladoras de las
luchas por la supremacía interpretativa. En otras palabras, se hace
claro que las interpretaciones en conflicto del Facundo nacen de
diferencias tales como la afiliación política, los conceptos de la
nación, o los usos de la cultura. Así, es interesante rastrear las
diferencias en cuanto al sitio desde el cual son producidas. Cuan­
do estudio la recepción del clásico de Sarmiento, entonces, exami­
no las fuerzas institucionales que legitiman las interpretaciones,
las afilaciones de quienes hicieron afirmaciones de validación so­
bre el libro, las formas de legitimación desplegadas, y los térmi­
nos en los cuales tiene lugar el combate no resuelto por la hege­
monía interpretativa. Esto implica examinar procesos interrela-
cionados tales como la producción y el consumo, la comunicación y
la selección, la recepción y la acción. La conexión entre el texto y
la vida práctica aparece como activa y fértil; arroja luz sobre la
constitución de la cultura argentina y sobre algunos de los modos
en que se desarrolló la conciencia histórica, de modo que los pro­
blemas planteados se relacionan con la historicidad de los textos
y la textualidad de la historia. Es interesante ver cómo la identi­
dad nacional puede observarse desde el punto privilegiado de un
clásico y sus lecturas, cómo estas constituyen un repertorio de in­
terpretaciones en conflicto, y la medida en que la polémica puede
dar un modelo para comprender la formación cultural. Persuadi­
da del encastre social y material de todos los modos de escritura,
he basado mi trabajo descriptivo e interpretativo en la sociedad y
la historia de modo de ampliar y profundizar mi preocupación con
el lenguaje y la lectura. Por ello, confío en que el examen de las
prácticas discursivas engendradas por un clásico contribuirán no
sólo a los estudios literarios sino también a las áreas relaciona­

19

i
das de la historia, el pensamiento político y el estudio de las for­
maciones ideológicas. De este modo, el examen participará de la
reestructuración en marcha de los límites disciplinarios que ha­
cen de las humanidades un campo de trabajo significativo intelec­
tual y socialmente.
La concepción de la historia que apuntala este proyecto escapa
a la noción hegeliana de comprehensión como proceso unificado
que garantiza la inteligibilidad de los hechos en una secuencia
diacrónica homogénea. En lugar de ello, los períodos históricos
serán vistos como mezclas de hechos que emergen en distintos
momentos de su propio tiempo, marcado por discontinuidades
foucaultianas y la construcción de lo que podríamos llamar un ar­
chivo de las lecturas del Facundo. Como señala Román Jakobson
en sus Essais de linguistique genérale, “Como la historia del len­
guaje, la poética histórica debe concebirse como una superestruc­
tura, edificada sobre una serie de descripciones sincrónicas suce­
sivas'’.7

Una fórm ula para el conflicto: civ iliza ció n versu s bar­
barie
Las tensiones que han caracterizado la recepción del Facundo
derivan en no pequeña medida de la dicotomía que eligió Sarmiento
para dar cuenta de las luchas en la era post Independencia. Aun­
que no fue su creador, su astuta apropiación la volvió un paradig­
ma influyente en la literatura latinoamericana, que ha engendra­
do un archivo de escritura, ya sea ratificándolo o negándolo. Obras
tan distintas como Martín Fierro o Doña Bárbara, cada una a su
modo, dan testimonio de la profunda huella de la fórmula sarmien-
tina en la construcción de la cultura.
La dicotomía civilización-barbarie está atravesada por la dife­
rencia. Es un acertijo a dos voces que afirma y niega, que contiene
la matriz de tradición y contratradición de un modo nietzscheano,
agonístico. Obviamente es un caso de la oposición conceptual de la
metafísica occidental, y su larga vida manifiesta el poder de este
modo polarizado de pensar, por un lado, y por el otro el poder de
su estructura “o/o” para alentar el conflicto en la formación cultu­
ral. El campo discursivo regido por la fórmula ha dominado las
lecturas del Facundo como si fuera a la vez su ceguera y su perspi­

20
cacia, proporcionando una poderosa herramienta conceptual y un
campo fértil para el ataque. Aun una revisión somera a la recep­
ción del Facundo sugiere que la polémica que la rodea ha sido lan­
zada con más frecuencia desde el punto privilegiado de la famosa
dicotomía. No puede sorprender que sus términos se refieran no
tanto a una condición específica como a concepciones problemáti­
cas de valores sociales.
No carece de interés rastrear la historia de los términos en
cuestión, y ver en ellos un caso del funcionamiento del lenguaje,
la cultura y la ideología. Si estamos de acuerdo con Emile
Benveniste en que la historia del pensamiento moderno está liga­
da a la creación y mantenimiento de “unas docenas de palabras
esenciales, cuyo conjunto constituye el bien común de las lenguas
de la Europa occidental”8, puede ser fecundo investigar la emer­
gencia de un término tan cargado como “civilización”.9 Hay una
conjunción elocuente entre una cierta experiencia de la cultura y
la sociedad, y la necesidad de expandir el repertorio lingüístico.
Como ha señalado Lucien Febvre. el término no existía hasta la
segunda mitad del siglo XVIII, hecho que da una sugestiva opor­
tunidad de examinar sus raíces en una concepción de la razón, el
progreso y la perfectibilidad de la condición humana. En la histo­
ria del término, como afirma Febvre, se confronta la emergencia
de una formación cultural:
Hacer la historia de la palabra francesa civilisation sería reconstituir,
en realidad, las fases de la más profunda de las revoluciones que haya
consumado, y sufrido, el espíritu francés desde la segunda mitad del siglo
XVIII hasta nuestros días. Y en consecuencia, desde un punto de vista
particular, abrazar en su totalidad una historia cuyo atractivo y brillo no
quedaron limitados a las fronteras de un Estado.10
Febvre encuentra el sustantivo impreso por primera vez en
1766, aunque cree que fue acuñado antes,11y de hecho tanto Emile
Benveniste como Jean Starobinski12registran apariciones anterio­
res. Aunque Starobinski lo encuentra en fecha tan temprana como
1743, en el Dictionnaire uniuersel de Trévoux, encuentra discuti­
ble su significación porque tiene un espectro de sentidos puramente
jurisprudenciales. Tanto Starobinski como Benveniste coinciden
en que el Marqués de Mirabeau puede haber sido el que lo usó por
primera vez en sentido no jurídico, en su Ami des hommes (1756-
1757, pág. 176), donde aparece muchas veces en sentidos que no
son inequívocos.13 Hacia 1798, el término había adquirido consi­

21
derable circulación en los escritos de Raynal, el Abbé Baudeau y
Diderot, pero su triunfo sólo llega con la Revolución Francesa.
En la historia de la palabra inglesa, podemos recordar la histo­
ria que cuenta Boswell sobre cómo Johnson se resistía a admitir
civilisation en la cuarta edición de su Diccionario, por preferir
civility para expresar lo opuesto de barbarie. Parecería que el es­
cocés Adam Ferguson, de la Universidad de Edimburgo, en An
Essay on the History of Civil Society, de 1767, fue el primero en
usar la palabra en inglés.1,1 La obra seminal de Adam Smith, An
Inquiry into the Nature and Causes o f Wealth of Nations (1776)
contiene unas pocas apariciones de la palabra con la connotación
de avance hacia un nivel más alto de desarrollo humano.
Pues realmente la palabra “civilización” es acuñada para cu­
brir los vacíos dejados por otras palabras existentes, para intro­
ducir o borrar modulaciones de sentido contenidas en palabras
existentes. Así, civilité, un término muy viejo, aludía a la honesti­
dad y cortesía de modales, mientras que civil tenía implicaciones
políticas y judiciales. También había un racimo semántico alrede­
dor de las palabras pólice, pólice, policie, politesse, politeia,
urbanitas, todas sugestivas de la ley, el orden, la administración,
la ciudad o polis, el gobierno, y opuestas a su ausencia en el esta­
do de barbarie. La palabra “civilización”, entonces, fue necesitada
específicamente para designar el triunfo de la razón en sentido
político, intelectual y moral. Proclamó el espíritu de la Encyclo-
pédie, de la ciencia racional y experimental. Su postura autorre-
flexiva indica una conciencia emergente sobre el desarrollo de la
vida colectiva, y no tarda en tomar conciencia de otras civilizacio­
nes, a la vez que retiene un sentimiento de dominio crítico sobre
la otra. En ese sentido quedó ligada a su opuesto en tanto implica­
ba una perspectiva de la perfectibilidad de la sociedad humana
alejándose de los estadios primitivos, salvajes, bárbaros. Diderot
resume esto en términos claros: “Instruir a una nación, es civili­
zarla: extinguir los conocimientos, es devolverla al estado primi­
tivo de barbarie...”15. Este sentido de “civilización” implicaba la
culminación de una concepción histórica lineal, ascendente: ¿cómo
no verlo como un caso revelador del entrelazamiento de lenguaje e
ideología? También puede haber una cualidad paradójica en el tér­
mino: como lo expuso agudamente Jean Starobinski, puede seña­
lar a la vez la consolidación de un sentimiento de misión y logro, y
una crisis concomitante: “El derrumbe de lo sagrado institucional,
la imposibilidad para el discurso teológico de seguir valiendo como

22
‘concreto y absoluto’ invitan a la mayoría de los espíritus a buscar
con la mayor urgencia absolutos sustitutivos”.16 La palabra “civi­
lización” pudo verse como algo que venía al rescate, con todo lo
que implica en términos de perfectibilidad humana y creencia en
la razón, como alternativa a la religión. El modelo conceptual que
proporcionaba permitió una variedad de usos que se referían tan ­
to a sí misma y a su contrapartida implícita (la barbarie) como
parte de una familia de conceptos a través de los cuales podía nom­
brarse un opuesto en un ritmo marcado por uno mismo y el otro.
Lingüistas, viajeros y exploradores de los siglos XVIII y XIX lo
encontraron práctico (en conjunción con su opuesto) como una he­
rramienta para registrar impresiones de los distintos estadios del
desarrollo humano encontrados al recorrer el planeta y sus habi­
tantes desde su punto de vista superior. El gran explorador
Wilhelm von Humboldt hizo comentarios sobre esta curva ascen­
dente desde la barbarie y hacia un sistema de tres capas que in­
cluiría Zivilisation, K ultur y finalmente B ildung . 17 En el curso del
siglo XIX. la palabra tomó connotaciones de superioridad cultural
a medida que el expansionismo del Occidente producía una ideo­
logía del Imperio que era parcialmente justificada por la idea de
que los pueblos inferiores, salvajes y bárbaros, serían elevados de
su condición en la empresa civilizadora. Como lo ha señalado Ro­
berto Fernández Retamar, la dicotomía civilización-barbarie no
puede separarse del ascenso del capitalismo.18 Según su punto de
vista, fue parte del desarrollo del capital y su necesidad concomi­
tante de crear mercados mundiales. En su apoyo hubo un grado de
etnocentrismo que tendió a subrayar las diferencias entre los eu­
ropeos y los no europeos. Citando a Engels, Fernández Retamar
alude a las implicaciones materiales de la dicotomía, pues en la
interpretación marxista la base de la civilización es la explota­
ción de una clase por otra. Dentro de este contexto, recordamos la
poderosa afirmación de Walter Benjamín, “No hay documento de
civilización que no sea al mismo tiempo un documento de barba­
rie.”19
En los primeros años del siglo XX, la fórmula metropolitana
estaba circulando en los diarios del área del Río de la Plata, en los
fundados durante el Virreynato (Telégrafo Mercantil, Semanario
de Agricultura, Industria y Comercio, Correo de Comercio) así como
en los que siguieron a la Revolución de 1810. Según F. Weinberg,
es en el Mensajero Argentino, publicado por los seguidores de
Rivadavia, donde la dicotomía es expuesta como tal por primera

23
vez.20 En un libro reciente, Jaime Pellicer desarrolla la idea de
que fue el amigo y compañero de exilio de Sarmiento, Vicente Fidel
López, quien realmente transplantó la polaridad al ámbito cultu­
ral latinoamericano en su tesis de graduación, Memoria sobre los
resultados generales con que los pueblos antiguos han contribuido
a la civilización de la hum anidad . 21 Sarmiento toma de ahí ideas
de lucha e historia, para registrar el progreso de la nación en su
fase postcolonial. Aunque parece haber un cierto determinismo
geográfico en su pensamiento en tanto la tierra y su impacto en el
proceso de socialización bloquea el crecimiento de una sociedad
civilizada, el impulso histórico que mueve la fórmula civilización-
barbarie parece garantizar un movimiento hacia adelante, que
culminará en el triunfo de la civilización, como puede verse en los
capítulos finales del Facundo. Para todos los que se veían inmersos
en la empresa de modernización, el llamado a terminar con el po­
der de los caudillos rurales, compendiados en las figuras de Quiroga
y Rosas, se apoyaba en la validez de la misión civilizadora.
“Un término con una carga sagrada demoniza a su antónimo”,
declara Starobinski al discutir el poder con que la carga concep­
tual de “civilización” transporta en sí un juicio negativo de su
opuesto.22 Sostenido en la poderosa tensión tropológica de la dico­
tomía, el término “barbarie”, el “afuera” de la civilización, su opues­
to, tiene una historia mucho más larga, de la que da cuenta el
hecho de que representa el temor con el que en general se ha en­
frentado al otro. De hecho, la palabra aparece en una contribución
a la Encyclopédie escrita por el Abbé Yvon para la edición de 1751,
en la que “civilización” está ausente. La palabra “bárbaro”, como
su pariente semántico “salvaje”, ilustra cómo puede progresar la
definición por negación, y cómo la diferencia puede ser expresada
por la asignación de cualidades negativas o inferiores a lo que se
percibe como una amenaza a la norma societaria.23 Más aun, el
término marcó el límite entre un afuera y un adentro, ya que para
Aristóteles y sus comentadores los barbaroi eran excluidos de la
oikum ene, o la familia del hombre. Una implicación importante de
la palabra “bárbaro” fue, desde los tiempos de la Grecia Clásica,
que podía ser aducido como una justificación para la esclavitud.
Esta relación pragmática ha sido expuesta por Lewis Hanke en su
libro seminal Aristotle and the American indian, con una cantidad
de ejemplos que ilustran cómo contribuyó al discurso de la domi­
nación de los indios norteamericanos. La obra de Anthony Pagden
examina estos términos y sus raíces aristotélicas, revelando la

24
medida en que la legitimidad del dominio español en el siglo XVI
estaba relacionada con la interpretación y la definición de las
plabras “bárbaro” y “barbarie”. La urgencia por establecer el es­
pectro de significados asociados con estos términos en autores como
Vitoria, Sepúlveda, Las Casas y Acosta sugiere su peso problemá­
tico en cuestiones como la legalidad, la teología, la naturaleza del
mundo y sus habitantes. Como prueba con elocuencia el libro de
Pagden The Fall of Natural Man, un desplazamiento de enfoque
fundamental permitió a los españoles justificar su dominio sobre
los indios americanos: sin examinar más los “supuestos derechos
jurídicos de los conquistadores”, pusieron bajo la mira en su lugar
la naturaleza del pueblo conquistado.24 Centrarse en la noción de
barbarie fue el truco que permitió ubicar la cuestión del poder en
un marco conceptual nuevo. Afirmar o negar las supuestas fallas
de los indios fue la operación en la que se apoyaría la naturaleza
del dominio español. Así. aun cuando un bárbaro no fuera un es­
clavo natural, necesitaba la mediación provista por la España cris­
tiana para empezar a borrar las marcas de extranjería y pasar
gradualmente del afuera a un adentro. Sólo los provistos de civili­
dad podían hacer posible esa transición.
Por supuesto, podrían escribirse varios capítulos sobre los usos
de la palabra “barbarie” para designar la condición de gauchos,
llaneros, gente de origen africano o indios. Aun una obra como el
Martín Fierro, de 1872, tan conciente de la condición del gaucho
desamparado, despliega con insistencia términos como “salvaje” o
“bárbaro” para referirse al indio. Es muy raro encontrar una pers­
pectiva de relativismo cultural como la que hay en Las Casas o
Montaigne. En América Latina, el recordatorio más realista de los
peligros de una aceptación acrítica de la ideología de las civiliza­
ciones europeas es el elocuente “Nuestra América” de Martí: hacia
1891 los problemas de adherir a la ideología de la dominación oc­
cidental se estaban haciendo evidentes. Pero aun antes de que el
patriota cubano hiciera su llamado contra la adhesión a criterios
extranjeros de modernización, varias notas precautorias habían
sonado en boca de otros escépticos del impulso de modernización.
En la década de 1850 Juan Bautista Alberdi cuestionaba con agu­
deza la ciega aceptación de los valores europeos, y lo hacía con
frecuencia en sus ataques al Facundo y a su impacto. El venezola­
no Ramón Ramírez, en El cristianismo y la libertad: ensayo sobre
la civilización americana (1855) señalaba los males causados por

25
el intento de asimilar los valores europeos a expensas del bienes­
tar de la mayoría y de una genuina identidad continental.
Con la llegada del siglo XX, el legado de Nietzsche y Freud, los
movimientos de resistencia, la autoconciencia antropológica de
pensadores como Lévi-Strauss, y la postura irónica y cuestionadora
con respecto a las consecuencias del imperialismo han permitido
el desarrollo de un sostenido discurso crítico a las implicaciones
de la fórmula problemática. Pero ya desde temprano la adhesión
plena a las virtudes imputadas a la civilización sobrellevaron un
cuestionamiento. Una palabra que había ganado su ascendencia
con la Revolución Francesa fue puesta en contextos problemáticos
por quienes se oponían a ella, como Edmund Burke, quien apuntó
a la “salvaje brutalidad” de un Estado que había terminado con la
religión y la nobleza. La “civilización” era problematizada por la
inclusión de la “barbarie” dentro de ella, como una amenaza la­
tente. Hasta el “inventor” de la palabra, el Marqués de Mirabeau,
aludía a la “barbarie de nuestras civilizaciones” y a la “falsa civi­
lización”, pues la palabra era parte de una empresa crítica desde
su cóncepción.
En los primeros meses de 1848 apareció en El Comercio de
Valparaíso una reveladora serie de artículos titulada “La civiliza­
ción: Conferencias Jerundianas”. Muestran cómo, por un lado, la
civilización era vista como proveedora de las cualidades conside­
radas necesarias en los primeros estadios de la formación nacio­
nal (“aquel grado de cultura que adquieren los pueblos o perso­
nas, cuando de la rudeza natural pasan al primor, elegancia y dul­
zura de voces, usos y costumbres de jente culta. Urbanitas,
civilitas, comitas”),25 mientras por otro no lo hace sin un reverso
claramente negativo en términos de moral, religión y hasta “el
deseo de adquisición”.26 Así, el uso de la fórmula no carece de con­
tradicciones inherentes en la medida en que el término positivo a
su vez se dividía a lo largo de líneas provenientes de una nota
precautoria sobre los peligros de la decadencia. La astuta apro­
piación hecha por Sarmiento de la dicotomía tenía por una parte
la ventaja de generar conceptos y teorías, pero por el otro le tra n s­
mitía su naturaleza fracturada al debate sobre el destino de Amé­
rica Latina.
Sin seguir en detalle el extenso repertorio de textos y teorías
que invoca la fórmula, es esencial notar el im portante libro
cuestionador de Roberto Fernández Retamar, Calibán, encabeza­
do con la fórmula, y que reclama la identidad de Calibán como el

26
otro asumido de modo desafiante por América Latina en respuesta
a su posición postcolonial. Fernández Retamar a la vez subvierte
la fórmula sarmientina y sigue dentro de su esfera, revelando qué
profundamente ha instalado los términos dentro de los cuales pue­
de articularse el debate: el crítico cubano sigue necesitado de ele­
gir uno de los dos polos, incapaz de liberarse de la lógica binaria
en la que está encastrado el proceso de significación.27 Por lo de­
más, y como Fernández Retamar advierte bien, el reclamo desa­
fiante de Calibán como proveedor de identidad es en sí mismo un
signo de dependencia:
Asumir nuestra condición de Calibán implica repensar nuestra histo­
ria desde el otro lado, desde el otro protagonista. El otro protagonista de
La Tempestad (o, como hubiéramos dicho nosotros, El Ciclón), no es por
supuesto Ariel, sino Próspero. No hay verdadera polaridad Ariel-Calibán:
ambos son siervos en manos de Próspero, el hechicero extranjero.
La persistencia de la polaridad le ha permitido sobrevivir al
giro autorreflexivo de nuestros tiempos, a veces apareciendo en
debates muy contemporáneos sin desprenderse de sus trampas
decimonónicas. Un ejemplo es un debate del que participaron Mario
Vargas Llosa, Arcadio Díaz Quiñones y Tomás Eloy Martínez en la
primavera de 1993, en el que el intercambio de opiniones sobre la
modernización, la apertura de barreras comerciales siguiendo el
impulso del liberalismo económico, la venta de empresas de pro­
piedad del Estado, y la descentralización de las economías nacio­
nales, es llevado adelante en los términos propuestos por Sarmien­
to, quien es invocado en la conversación. Después de que Vargas
Llosa ha expuesto sus ideas políticas, Díaz Quiñones las resume
así: “A esta altura de la conversación advierto que el verdadero
modelo de Mario Vargas Llosa para el espacio público es Sarm ien­
to, con su discurso civilizador y modernizador, y sus ideas de civi­
lización y barbarie”.29 No sorprende que el editor del Suplemento
Cultural de Página 12 haya elegido como título para el texto “La
modernidad a cualquier precio”, aludiendo a la controversia no
resuelta de la escena postcolonial. Una importante contribución
reciente al estudio de mujeres escritoras en la argentina, el lúcido
libro Between Civilization and Barbarism: Women, Nation and
Literary Culture in Modern Argentina, de Francine Masiello,30 pro­
clama y a la vez debate la fórmula tenaz, ubicándose en el espacio
“entre” ella para explorar precisamente “un gesto femenino con­
tra el binarismo".31 Abrir un espacio discursivo alternativo impli­

27
ca un intento de trascender la lógica binaria inscripta en la disyun­
ción de Sarmiento: “Una tercera posición ... se sitúa ni en las mo­
radas de los civilizados ni en los campos de los bárbaros: una fu­
sión de los dos es pronunciada en los preceptos de mujeres escrito­
ras que socavan la lógica binaria”.32 Es su imponente presencia en
el campo cultural de América Latina la que, al menos en parte,
explica la importancia del Facundo en la cultura argentina: es una
máquina para engendrar textos y discursos interpretativos.

Un libro para una nación


Josefina Ludmer se refiere al Facundo como “la primera cate­
dral de la cultura argentina”13y, como Tulio Halperín Donghi, ve
la cultura nacional como continente y contenida por la doble voz
del Facundo y Martín Fierro. Para Ludmer, de hecho, aunque Sar­
miento estuvo cerca pero no llegó a producir “literatura gauchesca”
por no darle al mismo Facundo Quiroga la voz en el texto, la oyó
todo el tiempo (“Era la voz de su delirio, de su sueño, porque la
tenía adentro y porque ésa era la voz de la patria cuando escribió
Facundo"),'M y puso en escena la escritura gauchesca cuando Fa­
cundo Quiroga es presentado eligiendo la desersión sobre la disci­
plina, después de haber sido reclutado en 1810 en el regimiento
de Arribeños a las órdenes del General Ocampo.35 El “vacío” deja­
do por Quiroga en el ejército al optar por sus propios reclamos de
poder, “por el valor y el crimen, el gobierno y la desorganización”,3”
es a la vez su ausencia del regimiento patriótico y del género
gauchesco. Esa ausencia también invoca la tensión que sostiene
la división civilización/barbarie:
La barbarie no sólo dramatiza el enfrentamiento con “la civilización”
sino un segundo enfrentamiento interior, consigo misma... Contiene una
parte de civilización, valor y gobierno, asociada con crimen y desorgani­
zación. La doble tensión, hacia afuera y adentro de sí es la mejor defini­
ción del Facundo, el texto de Sarmiento.37
Es esa tensión entre el adentro y el afuera de una formación
cultural la que ha dibujado la identidad argentina, a la vez desga­
rrada y sostenida por la división Facundo IFierro. Volviendo al
sugerente texto de Ludmer una vez más, se nos recuerda la tenaz
presencia de Sarmiento aun en el género que él habría silenciado.

28
Sarmiento, Facundo, es el guía histórico del género por sus palabras
escritas y por el espacio desde donde están escritas. Cada vez que las
palabras de Sarmiento, el revés exacto del género y su punto de contacto
máximo, entran en un texto del género hay una vuelta y Sarm iento se
hace presente en su corazón.38
Enmarcados por la identidad y la diferencia, los dos textos fun­
dadores de la cultura argentina median y a la vez engendran el
conflicto. El Facundo parece contener las combinaciones que per­
mitirían la organización de un espacio en el que la cultura se mo­
dela; la resistencia y el cuestionamiento, la canonización y la legi­
timación están encastradas en él y han determinado el sentido
fracturado de la tradición que bien puede llamarse la “problemática
argentina”. Como ha observado Nicholas Shumway, “la disposición
mental peculiarm ente dividida creada por los intelectuales
decimonónicos que dieron forma a la idea de la Argentina”39 per­
siste hasta hoy, debilitando el consenso y la creencia en la unidad
o, al menos, en la comunidad. La “ficción guía” que legó Sarm ien­
to a la nación ha sido, paradójicamente, a la vez profundamente
divisoria y abarcadora: no del todo distinta del pharm akon de
Platón, es a la vez la condición de la diferencia y el gozne por el
que los términos opuestos comparten un elemento común.40 De
hecho, los lectores más incisivos de la cultura argentina son lleva­
dos a fusionar sus dos voces antagónicas, viéndolas como los dos
lados de la misma moneda, o como la luz y la sombra presentes en
la memoria cultural de la nación. Un pasaje de José Hernández y
sus mundos, de Tulio Halperín Donghi, merece ser citado en ex­
tenso en razón de las fecundas visiones que promueve sobre los
textos y sus mundos:
El culto de la simetría (entre Facundo y Martín Fierro) no bastaría sin
embargo para explicar la tenacidad con que se sigue buceando en su bus­
ca. El atractivo que, luego de tantas decepciones, la empresa sigue man­
teniendo para muchos deriva de que prefieren buscar en Hernández una
alternativa, antes que un paralelo, para Sarmiento; ese m onumento se­
creto de una literatura soterrada, cuya presencia Martín Fierro permite
adivinar, es el correlato ideológico y literario de una tradición política
cuya temporaria derrota ofrece a su juicio el tema central para cualquier
historia veraz de la Argentina en la segunda mitad del siglo XIX, y con la
cual se identifican por otra parte apasionadamente; Martín Fierro es en ­
tonces el Facundo y Hernández el Sarmiento de ese hemisferio de luz que
los servidores de las tinieblas, efímeramente victoriosos, buscaron, con
éxito igualmente efímero, borrar de la memoria de la nación.41
La persuasiva prosa de Halperín Donghi nos enseña a ver al
peligroso claroscuro en el cuadro de la Argentina, vuelto más peli­
groso todavía por el intento de borrar la luz de resistencia sumer­
gida. Esos intentos sin éxito han producido una panoplia de efec­
tos mundanos y textuales, que van desde los recientes horrores en
la historia del país a las metáforas frecuentes de enfermedad y
fracaso desplegadas en el discurso sobre la nación.
Si la cultura nacional organiza y sostiene la memoria comuni­
taria, la necesidad de redesplegar y reinterpretar sus textos fun­
dadores sería sugestiva de los modos en que los problemas no re­
sueltos empujan a una revisión del pasado. Leer el Facundo ha
sido uno de los medios de conceptualizar los conflictos del pasado
y, también, de prever las posibilidades del futuro, pero en la m a­
yoría de los casos el esfuerzo ha implicado llegar a un acuerdo
inicial con la interpretación sarmientina de la nacióíl, desplazán­
dola o corroborándola. Un intelectual tan apasionado como
Ezequiel Martínez Estrada, quien evocó de modo tan vivido la ex­
periencia del fracaso argentino en su angustiada Radiografía de
la Pam pa, escribió con insistencia sobre Sarmiento, como si nece­
sitara ponerse de acuerdo con el padre fundador antes de desple­
gar su propio pensamiento.42 Vio a Sarmiento como una “cristali­
zación” de la ecuación nacional, como el autor cuyos escritos con­
tenían todos sus términos, como el “problema nacional por exce­
lencia”, como el “ejemplo del ser argentino”. Martínez Estrada
queda atrapado en el doble forcejeo que lo obliga a admirar a Sar­
miento mientras, al mismo tiempo, hace objeto a sus ideas de un
frecuente escrutinio crítico. Si, por un lado, proclama que “él y el
país son la misma verdad”, por el otro denuncia el efecto pernicio­
so del paradigma civilización/barbarie sobre la base de que, en
razón de él, “los fantasmas desplazaron a los hombres, y la utopía
devoró la realidad”.43 Si en Radiografía de la Pampa Sarmiento es
denunciado como “el más perjudicial de esos soñadores”, Los
invariantes históricos del Facundo, en cambio, reconocen la medi­
da en que los temas vitales profundos del país deben entenderse
dentro de los parámetros establecidos por un Facundo concebido
como una profecía y un mito. El título del libro anuncia la aporía
de una historia que está detenida en la fijeza invariable de una
obra canónica: el Facundo recuerda vagamente a ese “libro total”
sobre cuya existencia se rumorea en “La biblioteca de Babel”: tal
como lo concibe Martínez Estrada, contendría todas las combina­
ciones posibles necesarias para entender la nación. De hecho, las

30

J
cualidades estáticas que el texto ha legado a la configuración de
la problemática argentina lleva a Martínez Estrada a exponerlas
como diferentes formas de invariantes. Así, está la “invariante
España”, con características “estructurales, constitucionales, es­
pecíficas y orgánicas”, que dan cuenta de los paralelos que siguen
viéndose e ntre E sp a ñ a y la A rgentina en el siglo XX; o la
“invariante estructural de retroceso en el desarrollo del país”, que
explica los problemas institucionales, los malos hábitos de las cla­
ses dirigentes, y la declinación moral.44 Gran parte de la distan­
cia crítica que ha separado a Martínez Estrada de Sarmiento en
sus primeros libros aparece significativamente disminuida en éste
posterior, donde la certidumbre de la presciencia de Sarmiento en
el Facundo lo transforma en un diagnóstico y un oráculo. El pasa­
do y el futuro de la nación son peligrosamente fusionados en un
clásico dotado del poder de contenerlo todo, a la vez que prevé los
problemas y los términos en los que se configurarán. Un ejemplo
sería la aceptación, en esta obra tardía de 1974, de la dicotomía
campo/ciudad, vista como prefiguración de ideas después formu­
ladas por Tonnies, Geddes, Spengler y Mumford. Como “libro anu n­
ciador” llega inclusive a anticipar el fascismo. Su hallazgo clave
es el mito negativo de las fuerzas bárbaras provenientes del Fa­
cundo Quiroga. Pero el hallazgo es también su perdición; y aquí
está el peligro de muchas lecturas de nuestro libro: “Pero esto
mismo lo hace temible a cien años de distancia, pues todo mito es
el afloram iento a los u m b ra le s de la razón de las fuerzas
irracionales más arcaicas”.45 Martínez Estrada postula con vehe­
mencia y elocuencia infrecuentes la razón agonística e insalubre
de la persistente importancia del Facundo:
Si hoy se nos ofrece con una actualidad tan vigente como hace un siglo
es por dos circunstancias: porque no se ha hecho nada —excepto alguna
obra reciente— que lo supere como calidad literaria ni como visión pro­
funda de los órganos internos de la realidad, y porque esa realidad pro­
funda, la de los órganos internos, no ha podido ser saneada.46
El persistente despliegue de tales imágenes de enfermedad y
fracaso es una de las conocidas obsesiones de Martínez Estrada,
pero no es del todo excepcional en el campo discursivo de las in­
terpretaciones del Facundo. Con una disposición intelectual y emo­
cional muy diferente, y templado por su cultivado laconismo, la
lectura que hace Borges del Facundo afirma la convicción de que
su importancia deriva de la persistencia de validez de sus tesis
sobre una escena nacional donde el cambio ha sido apenas cues­
tión de apariencias:
El Facundo nos ofrece una disyuntiva —civilización o barbarie— que
es aplicable, según juzgo, al entero proceso de nuestra historia. Para Sar­
miento, la barbarie era la llanura de las tribus aborígenes y del gaucho;
la civilización, las ciudades. El gaucho ha sido reemplazado por colonos y
obreros; la barbarie no sólo está en el campo sino en la plebe de las gran­
des ciudades y el demagogo cumple la función del antiguo caudillo. ... La
disyuntiva no ha cambiado. Sub specie aeternitatis, el Facundo es aún la
mejor historia argentina.47
T ratando de construir una genealogía de esas posiciones
interpretativas, y de las formas de representación a través de las
cuales el libro llegó a su público lector, este libro se propone des­
enm arañar la pregunta por su continua centralidad en el imagi­
nario nacional, mientras atiende a los no infrecuentes intentos de
derribarlo. Después de años de lecturas a veces tediosas de innu­
merables lecturas del Facundo, se hizo claro que el único modo de
extraer sentido del exceso discursivo que tenía frente a mí era con­
centrarme en una selección de momentos de densidad semántica e
interés. Tal fue entonces el principio organizativo de este libro.
Si las lecturas del Facundo han ayudado a construir la proble­
mática de la tradición argentina, la cuestión aquí es precisamente
cómo las contradicciones y conflictos irresueltos sobreviven en for­
maciones culturales y contraculturales. Más aun, si un clásico es
investido de autoridad, ¿cómo es cuestionada esta autoridad cuando
se logra en un campo discursivo caracterizado por la lucha y la
debilidad del consenso? Ricardo Piglia ha declarado en tono pesi­
mista y ponmovedor que “Facundo ha sido escrito para no ser en­
tendido”: yo querría contribuir no tanto a entenderlo (aunque la
empresa no carece de atractivo) sino a indicar los senderos a veces
sinuosos de esta mala comprensión. Como nos recordó Raymond
Williams, una posición hegemónica está sufriendo constante re­
sistencia, limitaciones, modificaciones, pero también se está re­
novando y recreando en un proceso que nunca puede separarse del
poder y la política: la persistente dominación del Facundo en la
escena nacional es un buen ejemplo, tan poderoso y tan vulnera­
ble al mismo tiempo. En sus ciento cincuenta años de vida vemos
cómo la nación como comunidad imaginada es realmente insepa­
rable de obras impresas y de la producción de una sostenida alta
cultura que expresa la posición de la mayoría como repositorio de

32
la le g itim id ad política, sin, em pero, s ile n c ia r las form as
contraculturales que la resisten.
Para estudiar la dinámica de la formación cultural a través del
repertorio de usos que se le han dado al Facundo es preciso con­
centrarse en los sitios de lectura, es decir, literalmente, los luga­
res en los que ha tenido lugar y los factores contextúales que han
enmarcado la interpretación. El Capítulo 1 examina la recepción
inaugural del Facundo, cuando apareció en forma serializada en
El Progreso en 1845, y el papel que jugó en la intrincada red de
escritura, acción y construcción de nación que estaban tejiendo
los exilados antirrosistas. Como folletín y como libro, el Facundo
promovió intensos debates, entre los emigrados y también entre
los chilenos, en cuya vida política se había involucrado Sarmien­
to. El Capítulo 2 ubica las controversias que rodearon al libro den­
tro de la problemática del género: la hibridez genérica del Facundo
(el hecho de que pueda leerse como biografía, historia, panfleto
político, o, por momentos, hasta como una novela) es traída a co­
lación en el conflicto de interpretaciones en el que está trabada,
pues la falta de claros rasgos genéricos afecta los parámetros de
uso textual. Así se examinan en especial sus afiliaciones con la
escritura histórica, en términos del status de la disciplina en la
primera mitad del siglo XIX y de las reveladoras “Notas” enviadas
a Sarmiento por Valentín Alsina en 1850. Alsina da un elocuente
ejemplo de cómo la lectura del Facundo ha generado prácticas
discursivas que con frecuencia saltan por encima del libro mismo
y se abren espacio para escribir en sentido opuesto. La exposición
en el Capítulo 3 tiene un punto de partida similar: también exa­
mina un intento de reclamar autoridad discursiva y política des­
plazando la del Facundo. En este caso, el lector es el incisivo Juan
Bautista Alberdi, el más brillante oponente de Sarmiento en la
empresa de construcción de la nación. Estudiando la prolongada y
dura polémica que sostuvieron los dos grandes hombres, también
describo el proceso de la organización social y política argentina
en la era post Caseros. Con Rosas fuera de escena, ¿qué clase de
lecturas produce el libro? El Capítulo 4 continúa el examen de los
sitios de lectura sometiendo al Facundo a una migración a dife­
rentes culturas y al distanciamiento producido por la traducción.
Al cambiar radicalmente el contexto de recepción, las traducciones
al inglés y al francés echan luz sobre las formas de apropiación a
través de las cuales los lectores metropolitanos reciben un pro­
ducto cultural del margen, produciendo deformaciones y malen­

33
tendidos muy reveladores. El Capítulo 5 se ocupa del proceso de
canonización de la década de 1880, rastreando las relaciones en­
tre poder y discurso que llevan a la posición del Facundo como
emblema de autoridad cultural, aunque no del todo incuestionada.
En un momento en que la ideología de la modernización fue adop­
tada por la burguesía urbana consolidando el sentimiento de la
nación, el libro de Sarmiento proveyó una poderosa matriz para la
invención de la tradición, aun en los casos en que su esquema con­
ceptual fue cuestionado. De hecho, la tensión entre conñicto y
canonicidad nunca es resuelta, un punto que se aclara en el Capi­
tulo 6, que examina los cambios sociales en el fin de siglo y los
primeros años del siglo XX, y los cambios culturales concomitan­
tes. A medida que crece la complejidad de la escena nacional, y el
s e n tim ie n to de com unidad es socavado por la e n tr a d a de
inmigrantes y otros cambios espectaculares, la cultura comparti­
da tiene un importante efecto religador.48 De ahí que la cultura
dominante tiene la habilidad de retener al Facundo aun cuando
encuentra medios de elidir la disyunción entre canonicidad y re­
chazo. Este capítulo final estudia las maniobras que permiten al
libro permanecer dentro del repertorio literario nacional aun cuan­
do su interpretación de la realidad argentina es cuestionada y su
denotación debilitada. El libro termina con El profeta de la pampa
(1945) de Ricardo Rojas, escrito para conmemorar el centenario
de la publicación del Facundo. Pese a su fecha de publicación, em­
pero. el homenaje de Rojas puede ser ubicado dentro del campo de
las anteriores celebraciones del centenario de la Revolución de
1810 (aludido en la historia argentina simplemente como “El Cen­
tenario”) por razones ideológicas y discursivas.
Por supuesto, un estudio de la recepción de este libro podría
haberse extendido hasta nuestros días, pero ese lapso queda fuera
de mi proyecto. Para el momento en que la nación ha elaborado
una serie de contenidos semánticos transmitidos que pueden
empaquetarse en una tradición, los términos en los que será leído
el libro de Sarmiento ya están definidos. Si la interacción comuni­
cativa, en términos habermasianos, ha sufrido perturbaciones sig­
nificativas en lo que concierne a la recepción de nuestro texto,
puede asegurarse que los esquemas desplegados en el proceso co­
municativo ya están en su lugar en las primeras décadas del siglo.
Las luchas políticas de la Argentina del siglo XX han m anteni­
do vivo el debate sobre el Facundo, pero este debate ha seguido
dentro del paradigma establecido por los primeros lectores. Uno

34
de los ataques más virulentos vino de la escuela de historiadores
revisionistas que generaron nuevas lecturas de los personajes cen­
trales de la historia nacional. Su impulso principal fue vindicar a
Juan Manuel de Rosas como el primer héroe nacionalista, a la vez
que, al modo genuinamente maniqueo, demolía la reputación de
quienes lo habían atacado. No sorprende que Sarmiento y sus obras
fueran un blanco privilegiado de sus ataques; sus tendencias na­
cionalistas buscaron raíces en el pasado católico, hispánico y mo­
nárquico, con resonancias conservadoras. Para ellos el Facundo
fue un caso temprano de una tendencia perniciosa a renunciar a
la identidad nacional en favor de intereses extranjeros: simbolizó
los peligros del “entreguismo”. Aunque los revisionistas tuvieron
una relación ambivalente con el peronismo, uno y otros envolvieron
sus ataques en una retórica nacionalista y populista que denun­
ciaba el apartamiento de lo autóctono. Si su retórica tenía un so­
nido propio, los argumentos empleados, en cambio, habían estado
en ese lugar desde los primeros días de la aparición del libro, y
habían sido persuasivam ente articulados por J u a n B autista
Alberdi en sus Cartas quillotanas. De hecho, se siente que la obse­
sión con este libro ha tendido a fijarse neuróticamente en su po­
der de e n g e n d ra r divisiones. Estas a su vez se han vuelto
emblemáticas de la vida pública, y han sido apropiadas por su valor
simbólico. No es accidental, por ejemplo, que Carlos Menem haya
cultivado un parecido con Facundo Quiroga durante la campaña
presidencial, cuando se presentaba como un candidato populista
que renovaría el partido peronista, o que no sea infrecuente que
los intentos de intervenir en la lucha política apunten a la des­
trucción del “otro” construido como figura de barbarie. El Facundo
ha jugado un papel central en la batalla por la autoridad en la
vida política argentina, y las páginas que siguen representan un
intento de rastrear el proceso en que se han llevado a cabo esos
combates.
Repitiendo a Ernest Renán, Ernest Gellner nos recuerda que
las naciones son hechas por la voluntad humana, en una especie
de “plebiscito perpetuo, una elección antes que una fatalidad”.49
En esa empresa voluntarista, la memoria y el olvido son esencia­
les. Si el último parece haber sido particularmente operativo en
recientes enfoques al “Proceso” de 1976-1983, la memoria, por otro
lado, activa una perenne conversación, textual y no textual, que
sigue regulada por las visiones del Facundo. Con ese dato en men­
te, he evitado deliberadamente el intento de llegar a una conclu­

35
sión, con la esperanza de haber contribuido a una comprensión de
cómo y por qué los términos de la lucha siguen definiendo y
redefiniendo a la nación.

36
Notas

1 Véase Luis A. Murray, Pro y contra de Sarm ien to, Buenos Aires, A.
Peña Lillo Editor, 1974.
- En Alfredo Orgaz, Ensayos sarmientinos, Universidad Nacional de
Córdoba, Córdoba, 1972.
' Véase su “Littérature et Signification”, en Tel Quel 16 (1964), pág.
17. La cita francesa completa dice, en términos más sugerentes: “...écrire
c est offrir aux autres de fermer eux-m ém es votre propre parole, leur
tendre sans rien dire cet envers muet de nos mots, sur lequel l'écrivain
ne peut jam ais finir de témoigner, puisque ses mots ont beau aller, il res­
te toujours en lui du silence”.
4 Tomo el concepto de Janusz Slawinski. Véase su “Reading and Reader
in the Literary Historical Process”, en New Literary History 19, 3. 1988.
pág. 526.
5 Véase su Philosophical Hermeneutics, trad. David E. Linge, University
of California Press, Berkeley, 1977.
6En su Analythical Philosophy of History, Cambridge University Press,
Cambridge, 1968, Capítulo 8.
I Seuil. París, 1963, pág. 132.
9 Emile Benveniste. “Civilisation: Contribution á l’histoire du m ot”, en
Problémes de Linguistique Générale, Gallimard, París, 1966. vol. I. pág.
336.
9Hay una importante bibliografía sobre Ja historia de la palabra. Aparte
de los citados en el texto, los principales estudios son: Joachim Moras,
Ursprung und Entwicklung des Begriffs der Zivilisation in Frankreich
(1756-1830), Hamburger Studien zu Volkstum und Kultur der Romanem
6, Hamburgo. 1930: R.A. Lochore, History of the Idea of Civilization in
Frunce (1830 1870), L. Rohrscheid, Bonn. 1935; Philippe Béneton, Histoire
de mots: culture et civilisation, Presses de la Fondation Nationale des
Sciences Politiques, París, 1975; André Banuls, “Les mots culture et
civilisation en francais et en allem and”. Etudes germaniques, abril-junio
1969. págs. 171-180; Norbert Elias, The Civilizing Process, Blackwell,
Cambridge, Mass. y Oxford. U.K.. 1993.
10 Véase su Pour une histoire á part enti'ere, Ecole Pratique des Hautes
Etudes, París, 1962, pág. 31.
II Febvre lo encuentra en una obra titulada L'Antiquité dévoilée par
ses usages.
12En su Le Remede dans le mal. Critique et légitimation de l'artifice á
l'age des Luniiéres, Gallimard, Paris. 1989. pág. 12.
I:iStarobinski señala diferentes usos en varias de las obras de Mirabeau,
como los siguientes: “le cercle naturel de la barbarie á la decadence par la
civilisation”; “l'exemple de tous les empires qui ont précédé le vótre et
qui ont parcouru le cercle de la civilisation”; “les richesses mobiliaires

37
d'une nation dépendent ... non seulem ent de sa civilisation, mais encore
de celle de ses voisins”. Véase Le Remede, 18.
14 Benveniste da una cita para ilustrar el sentido en el que es usado el
término: “Not only the individual advances from infancy to manhood, but
the species itself from rudeness to civilization” (pág. 343). “No sólo los
avances individuales de la infancia a la edad adulta, sino de la especie
mism a de la rudeza a la civilización”.
15 En sus Oeuvres, de. Assezat, vol. III, pág. 429. Citado por Febvre,
Pour une histoire, pág. 504.
16 Starobinski, Le remede, pág. 55.
17 Es interesante notar que en la esfera de la cultura alemana hay una
distinción entre civilización por un lado, y cultura por otro. Para un rela­
to detallado de la evolución de los términos, véase Norbert Elias, The
Civilizing Process.
18 Véase su "Algunos usos de civilización y barbarie”, en Casa de las
Américas 102, mayo-junio 1977, págs. 29-52.
19 Véase su “Theses on the Philosophy of History”. en Illuminations,
Fontana Collins, Londres. 1977, pág. 258.
20 Véase su muy útil “La antítesis sarm ientina ‘Civilización-barbarie’”,
en Cuadernos Americanos 13. 1988, págs. 97-118. Weinberg también da
una profunda interpretación de la apropiación que hace Echeverría de los
conceptos en Dogma socialista. Mayo y la enseñanza popular en el Plata,
y Manual de enseñanza moral. En Uruguay los rastrea en el Otro Periódi­
co de los exilados argentinos en 1831, así como en los “Apuntes históricos
sobre las agresiones del dictador argentino don Juan Manuel de Rosas
contra la independencia de la República Oriental del U ruguay” de Andrés
Lamas, publicado en El Nacional entre junio y septiembre de 1845, y en
forma de libro en 1849. Una polémica entre Manuel Herrera y Obes y
Bernardo Prudencio Berro aparecida en las páginas de El Conservador y
El Defensor de la Independencia Americana en 1847 y 1848 tiene sus raí­
ces en argumentos sim ilares regidos por los distintos enfoques de los tér­
minos civilización-barbarie. El artículo de Weinberg revela la amplia cir­
culación de la polaridad en la primera mitad del siglo.
21 Apareció en los Anales de la Universidad de Chile del año 1845 (Im­
prenta de los Tribunales, Santiago de Chile, 1848). Según Pellicer, las
ideas en el Facundo representan un cambio respecto de las contenidas en
los escritos periodísticos de Sarmiento entre 1841 y 1844. Afirma que el
cambio debe explicarse por la influencia ejercida sobre Sarmiento por Vi­
cente Fidel López, con quien se veía frecuentemente m ientras escribía el
Facundo. Ambos hombres fueron directores de El Progreso, diario que lan­
zaron en 1842, estuvieron a cargo del Liceo de Santiago y fueron colegas
en la Universidad de Chile. López habría sido quien proveyó la mediación
intelectual para el uso que hizo Sarmiento de la fórmula y la filosofía de
la historia en la que se basa. Pellicer señala que López estaba familiari­
zado con el pensamiento francés, en especial a través de sus lecturas de la

38
Révue Encyclopédique. Cousin, Michelet, Quinet y Hugo ejercieron una
poderosa influencia sobre su pensamiento.
22 Starobinski, Le remede, pág. 33.
23 Para una reflexiva exposición de la relación entre la idea de lo salva­
je y lo normal, véase Hayden White, “The Forms of Wildness: Archaeology
of an Idea”, en Tropics of Discourse. Essays in Cultural Criticism, John
Hopkins University Press, Baltimore y Londres, 1978, págs. 150-182.
2*The Fall o f Natu ral Man: The American Iridian and the Origins of
Compara tive E th n o lo g y , Cambridge U n iversity P ress, N ueva York y
Cambridge, 1982, pág. 39.
25 En El Comercio de Valparaíso, 14 de enero de 1848, I.
2UEn El Comercio de Valparaíso, 25 de enero de 1848, I.
27 Véase una lúcida crítica de la polaridad civilización-barbarie en tér­
minos d econstructivios, en Carlos Alonso, “C ivilización y barbarie".
Hispania 72, mayo de 1989, págs. 255-263.
28 Roberto Fernández Retamar, Calibán: Apuntes sobre la cultura en
Nuestra Am érica, Editorial Diógenes, México, 1972, pág. 35.
2!’ Véase Página 12, Suplemento de cultura, domingo 9 de mayo de 1993,
pág. 5.
30University of Nebraska Press, Lincoln y Londres, 1992. Hay edición
en español: Entre civilización y barbarie. Mujeres, Nación y Cultura
Literaria en la Argentina moderna. Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 1997.
31Masiello, Between Civilization, pág. 11.
32Masiello, Between Civilization, págs. 9-10.
33 El género gauchesco: un tratado sobre la patria, Editorial Sudam eri­
cana, Buenos Aires. 1988, pág. 22.
34 Ludmer, El género gauchesco, pág. 21.
35 Este incidente aparece en el capítulo 5, “Vida de Juan Facundo
Quiroga”, en el Facundo, Ediciones Ayacucho, Caracas, 1977, págs. 83-84.
Es parte de la presentación inicial del personaje de Quiroga.
36Facundo, pág. 84.
37 Ludmer, El género gauchesco, pág. 26.
38 Ludmer, El género gauchesco, pág. 24.
39 The Invention of Argentina, University of California Press, Berkeley,
1991, X.
40 Esto es, por supuesto, una muy laxa y apenas tentativa apropiación
de la presentación de Derrida del pharmakon en el contexto, no de la e s­
critura como remedio y veneno a la vez. sino de la escritura sarm ientina
definiendo el afuera/adentro del discurso cultural que a la vez permitió
circular e intentó clausurar en tanto legitimaba la “civilización’’ y pretendía
aplastar la barbarie. Véase “Plato’s Pharmacy”, en Dissemination, trad.
Barbara Johnson, University of Chicago Press, Chicago y Londres, 1981.
41 Editorial Sudamericana, Instituto Torcuato di Telia, Buenos Aires,
1985, pág. 11.

39
42 Además de Radiografía de la p am p a (Losada' Buenos Aires, 1968),
que con tanta insistencia vuelve a las ideas de Sarmiento en el Facundo y
reim agina la dicotomía civilización/barbarie en diversas encarnaciones,
Martínez Estrada escribió otros tres libros centrados en Sarmiento: S a r ­
miento (Argos, Buenos Aires, 1956), Meditaciones sarmientinas (Editorial
Universitaria, Santiago de Chile, 1968) y Los invariantes históricos en el
Facundo (Casa Pardo. Buenos Aires, 1974). Véase una lúcida exposición
del tem a en Malva Filer, “Sarm iento en el pensam iento de Ezequiel
Martínez Estrada”, Discurso literario II, 2, págs. 431-437.
43Como prueba elocuente de la ambivalencia a la que me refiero, am ­
bos pasajes aparecen en la m ism a página en la traducción de Alain
Swietlicki de Radiografía de la pampa: X-ray of the Pam pa, University of
Texas Press. Austin y Londres, 1971, pág. 398.
14 Véase Martínez Estrada, Los invariantes, págs. 45-47.
45Martínez Estrada. Los invariantes, pág. 23.
46 Martínez Estrada, Sarmiento, pág. 128.
47 Prólogo a Facundo, El Ateneo, Buenos Aires. 1974, pág. vii. En esta
breve revisión de la situación argentina articulada por autores del siglo
XX he omitido deliberadamente a V. S. Naipaul, The Return of Eva Perón,
Vintage Books, Nueva York, 1974, aun cuando confronta la oposición civi­
lización-barbarie. Mi decisión se basó en la naturaleza esencialm ente
derivativa del libro y el hecho de que Naipaul está en todo sentido fuera
de la cultura, participando en una de las trampas más seductoras de la
literatura de viajes: la de ser guiado por una mirada diagnóstica distan­
ciada y crítica, que se detiene fugazmente en las cosas mientras está en la
escena pero se muestra muy feliz de alejarse de ella.
4S Erqest Gellner, Nations and Nationalism, Cornell U niversity Press.
Ithaca y Londres, 1938. desarrolla este punto de manera clara y persuasiva.
49 Véase Culture, Identity, and Politics, Cambridge University Press,
Londres y Nueva York. 1987, págs. 8, 17.

40
1. Las guerras de persuasión
Conflicto, interpretación y poder en los prim eros
años de recepción del Facundo

En Mi defensa, Sarmiento afirma: “En mí no ha tenido otro


origen mi afición a instruirme que el haber aprendido a leer muy
bien".1Uno de los trucos que le juegan sus textos huérfanos es que
cuestionan la posibilidad misma de leer bien. Nada lo demuestra
mejor que el Facundo: aunque incuestionablemente miembro hono­
rífico del canon latinoamericano, el Facundo ha sido leído de modos
tan divergentes que desmiente la posibilidad de una validez
interpretativa. El aplazamiento del sentido (condición inevitable
de nuestro trato con el lenguaje) se extiende cuando la lectura se
enmaraña en conflictos de interpretación con carga política.
Los sentidos de un texto no quedan fijados de una vez por todas;
están determinados en parte por la situación de sus primeros
intérpretes, y las restricciones contextúales dan forma al proceso
de percepción. El Facundo ha dado vida a un circuito literario
nacional: es un texto fundacional en tanto marca el comienzo de
una serie de fenómenos culturales centrados en el libro como
artefacto de primordial importancia. Este capítulo enfocará un
momento particular en la vida muy accidentada del primer gran
libro de Sarmiento: el momento de su publicación inicial, visto como
un rico acontecim iento cu ltu ral. En tanto el estudio de la
canonización del Facundo está íntimamente ligado al proceso de
elaboración de los mitos culturales argentinos, este capítulo
rastrea el impacto de la entrada en escena del texto mismo, los
avatares de su publicación, su paso de panfleto a libro, el diálogo
muy inmediato que estableció con sus lectores, el modo en que un
texto busca un público al salir a escena, y, en el proceso, lucha por
conseguir influencia y hegemonía. Tendemos a ver un libro

41
canonizado a través de la m irada retrospectiva de versiones
posteriores, o quizás a través del vasto repositorio de las Obras
Completas, y esta percepción puede implicar una pérdida del
sentido de las versiones anteriores como actos de habla diferentes
pero ig u a lm e n te vitales en el mundo. En ta n to las Obras
Completas, o inclusive las ediciones anotadas, tienden a reificar
la escritura como una serie de productos finales completos, borran
la visión de su modo de producción y recepción, y de su interacción
con contextos que fueron particularmente poderosos en el momento
de su publicación. Examinando la ocasión y público original del
Facundo, viendo el impacto que tuvo sobre sus contemporáneos y
durante sus primeros años de vida, su emergencia puede consi­
derarse un fenómeno inscripto en la tensión entre legitimación y
cuestionamiento. El Facundo puede ser visto, en términos de
Foucault, como “discurso en su repentina irrupción, en esa puntua­
lidad en la que aparece, y en esa dispersión temporal que le permite
ser repetido, conocido, olvidado, transformado, completamente
borrado y oculto, lejos de toda visión, en el polvo de los libros”. En
lugar de tratarlo como “la presencia distante del origen”, puede
ser visto como y cuando ocurre.2Liberándolo de la inercia del libro
y restaurando algo de su perdida vitalidad, este capítulo examinará
la circulación de significados producida como resultado de su
comienzo. Así podemos observar las condiciones m ateriales y
discursivas de la existencia del Facundo tal como apareció en forma
seriada en El Progreso, el interjuego de relaciones que sacó a luz
al ser leído e interpretado, y algunas de las consecuencias de su
transformación de panfleto en libro.
Por supuesto, cualquier intento de recapturar la situación
inicial de la recepción de un texto está en sí misma capturado por
el movimiento de la historia. Gadamer ha escrito con elocuencia
sobre los problemas de la fusión de horizontes, y es tan interesante
traer al primer plano lo que puede reconstruirse como lo es notar
los huecos que el pasado nos hace imposible llenar. Al intentar
recuperar los múltiples factores que se pusieron en acción en la
producción y recepción del Facundo alrededor de la década de su
publicación, vemos claramente el grado en que el pasado está fuera
de nuestro alcance. En parte, por supuesto, esta situación se debe
a la dinámica de mi subjetividad presente históricamente situada,
tan bien definida en la penetrante frase de Walter Benjamín: “La
historia es sujeto de una estructura cuyo sitio no es el tiempo vacío
y homogéneo sino el tiempo llenado por la presencia del ahora”.

42
Mi “ahora” evidentemente condiciona mi comprensión del pasado
así como la dirección en la que buscará información significativa.
Una vez más, recordamos a Benjamín: “...cada imagen del pasado
que no es reconocida por el presente como una de sus propias
preocupaciones corre el peligro de desaparecer irrecuperable­
mente”.3
La imagen del pasado que trataré de traer a la existencia tiene,
por supuesto, un status puramente textual: emerge de periódicos
y cartas, dos formas discursivas que sustentaron la comunicación
entre intelectuales en esta época. Estos materiales textuales
constituyen una tela ceñidamente tejida de escritura, inscripción
y acción. Su relación tiene una poderosa doble insersión que tiene
que ver con la comunidad de exilados argentinos viviendo en Chile
durante la época de Rosas: mientras estaban constantemente en
contacto entre ellos, inscribiendo su acción en cartas y artículos
periodísticos asombrosamente numerosos, también eran aguda­
mente concientes de la medida en que los escritos se transmutaban
en acción. Recorrer las cartas y piezas periodísticas escritas por
Sarmiento y sus conocidos en esta época es tomar conciencia del
grado en que el Facundo es manipulado como herramienta de poder.
Con ninguna otra de sus obras Sarmiento se preocupó tanto por
llegar a aquellos lectores que podían responder favorablemente a
él como su autor. Estaba convencido de que en la medida en que se
expandiera su público lector se ampliaría su prestigio, y que esto
lo acercaría a los cargos públicos. Hay muchas pruebas elocuentes
de esto en su correspondencia. En una carta escrita el 8 de abril
de 1851, a Modestino Pizarro desde su quinta en Yungay, Sarmiento
habla de los acuerdos a hacer no bien Rosas sea derrocado:
En ese congreso, si tiene lugar, habría un asiento vacío si no estoy yo.
Hecháranme (sic) de menos los pueblos, será incompleta y vacilante su
marcha. Mi presencia daría a todos confianza, y sólo a Rosas miedo; porque
a mí se ligan ideas ya formuladas y de todos conocidas. Hay más, y esto es
lo peor, ese congreso será subyugado por Urquiza y creo que sólo mi
presencia puede conservarle la majestad de la representación nacional.4
La legitimación de Sarmiento como miembro potencial del
Congreso deriva de sus escritos, del hecho de que sus lectores ya
conocen su pensamiento. La conexión pragmática entre libro y
acción es tal que en ocasión de la segunda edición del Facundo, la
elección de palabras que hace Sarmiento para describirlo es
reveladora: “Civilización y barbarie quedará empastada en la

43

i
entrante semana, rica edición corregida, aumentada, afiladas las
uñas...”5. La metáfora es sugestiva de las cualidades beligerantes
que le atribuye a su libro, y de su convicción de que tendría amplias
repercusiones en el mundo real. Cuando les escribió a Paz y
Benavídez con la esperanza de ganarse su apoyo, se ocupó de que
recibieran ejemplares del Facundo, como si la relación entre autor
y libro fuera metonímica. En la carta a Paz, escrita en Montevideo
el 22 de diciembre de 1845, el Facundo es visto bajo la misma luz
combativa: “Con el propósito de agitar todas las preocupaciones
del interior escribí el Facundo, del que hice pasar a cordillera
cerrada un cajón”.6 Sarmiento no era el único en atribuirle esa
eficacia a sus escritos. Una carta elocuente escrita por Juan Andrés
Ferrera desde La Paz, Bolivia, alentándolo a seguir en su empresa
de descrédito contra Rosas, le asegura su éxito en los siguientes
térm inos: “A ldao y Facundo serán bien pronto dos poderes
invisibles que arrastrarán hacia el cadalso al infame Rosas”.7Otro
temprano lector, Wenceslao Paunero, ilustra en qué medida las
primeras recepciones del Facundo privilegiaron su dimensión
pragmática: “Ninguno de los escritores argentinos ha comprendido
y explicado los diversos elementos de nuestra sociedad como Ud.
Felicítese pues amigo de que su trabajo es hermoso y fecundo en
resultados”.8 Esta relación entre escritura, acción y poder fue una
de las obsesiones de Sarmiento. Su enemigo Alberdi sabía exac­
tamente cómo irritarlo en este sentido, y encontró modos sutiles
de disminuir sus logros como “escritor de la prensa periódica”.
Urquiza también refutó los insistentes reclamos de Sarmiento de
haber librado una batalla efectiva contra Rosas con la pluma, y lo
hizo en términos muy directos a través de su secretario, Angel
Elias, poco antes de la batalla de Caseros, el 2 de enero de 1852:
El señor general ha leído la carta que ayer le ha escrito usted, y me
encarga le diga respecto de los prodigios que dice usted que hace la
imprenta asustando al enemigo, “que hace muchos años que las prensas
chillan en Chile y en otras partes, y que hasta ahora don Juan Manuel de
Rosas no se ha asustado: que antes al contrario cada día estaba más
fuerte”.9
La ofendida respuesta de Sarmiento está fechada ese mismo
día, y a lo que responde es a la acusación de falta de eficacia de la
palabra escrita:

44
Es muy natural creer que yo me exagere a mis propios ojos la influencia
de la prensa, es decir, de la palabra. ... Pero la prensa de Chile he sido yo
durante muchos años, y en estos últimos no se ha ocupado de otra cosa
que de predisponer la opinión pública en favor del señor general y de la
digna empresa que iba a acometer. ... Las armas que combaten a Rosas
son invencibles; pero también es cierto que la opinión lo ha abandonado, y
alguna parte, por pequeña que sea, debe concedérsele a los que han tenido
el coraje de combatir su poder diez años.10
Esta alianza entre discurso y poder, no limitada específicamente
al derrocamiento de Rosas sino tomada en términos más generales,
ha tenido peso en la relación entre la recepción del Facundo y la
conformación de una tradición cultural argentina, pues, como lo
habría dicho Habermas, los contenidos de una tradición cultural
son los significados comunicables hacia los que está orientada la
acción social. La pregunta que incontables lectores de este libro
se han hecho durante al menos ciento cincuenta años apunta a los
modos en que las prácticas discursivas regulan las relaciones
sociales y políticas. Pues de hecho, como tan elocuentemente ha
afirmado Foucault, el poder circula, funciona en la forma de una
cadena, y la producción y circulación de discurso incorporado en
las cartas y artículos periodísticos relacionados con el Facundo
están definidos por la coreografía del poder que se estaba llevando
a cabo antes y después de la batalla de Caseros.

C om unidad y exilio
La producción de poder, p re stig io y c o m u n id a d e s tá n
interconectadas en el momento en que este libro hizo su aparición.
La red de estas prácticas discursivas ayudó a moldear el concepto
de nacionalidad que el conjunto de personajes de la era pre y post
Caseros estaba definiendo. La relación entre exilio y comunidad
es fuerte; los “proscriptos” (para darles el nombre que usó Ricardo
Rojas) se volvieron lo que en los sugestivos términos de Benedict
Anderson puede llamarse una “comunidad imaginada”, que nece­
sitaba combatir su propio sentimiento de dispersión volviéndose
hacia la fuerza religadora de la escritura.11Si, como afirma Víctor
Turner, el viaje es un proceso social, podemos ver el viaje al exilio,
una peregrinación lejos de la patria, como una experiencia creadora
de sentido.12 Sólo el poder de la escritura podría garantizar un

45
sentido de comunidad y de nacionalidad para los hombres que
e s t a b a n p la n e a n d o el d e rro c a m ie n to de Rosas en Chile,
Montevideo, Perú y Bolivia. Anderson atribuye gran importancia
al periódico en la formación del artefacto cultural que es el
sentimiento de nación. El examen de esos periódicos, como El
Mercurio o El Progreso, en los que Sarmiento jugó un papel
importante, nos da un sentido del modo cohesivo en que crearon
su comunidad lectora. Por supuesto, esta comunidad lectora no
estaba limitada a exilados argentinos, pues incluía el público lector
chileno, pero los intelectuales dom inantes argentinos como
Sarmiento, Vicente Fidel López, Alberdi, Juan María Gutiérrez,
Carlos Tejedor y Félix Frías establecieron una notable red de
comunicación entre ellos y con sus contrapartidas en Montevideo
(Esteban Echeverría, Florencio Varela, Bartolomé Mitre, Valentín
Alsina) escribiendo y leyendo cartas en periódicos de un modo
verdaderamente febril. La aparición del Facundo en El Progreso
debe ser vista dentro de este campo: es parte de una rica conver­
sación, a veces disonante, entre todos ellos, y como tal fue recibida.
Los párrafos que siguen se proponen determinar las condiciones
de existencia de estas formaciones discursivas: las situaciones que
provocó el Facundo junto con las consecuencias a las que dio paso.
Este capítulo también ubicará este acontecimiento discursivo en
algunas historias, siempre recordando la advertencia de Arthur
Danto sobre la reconstrucción histórica: “describir completamente
un hecho es ubicarlo en todas las historias que corresponden, y no
podemos hacerlo”.13 Estas “historias” tendrán que ver con los
factores contextúales que pudieron haber condicionado la recepción
del texto, las formas de apropiación que se desplegaron, cuestiones
de distribución, circulación, lecturas, así como el intrincado contra­
punto entre consenso y disenso, legitimación y cuestionamiento,
que la aparición del Facundo puso en juego.
La primera “historia” tiene que ver con el autor y su público
lector. En palabras de Foucault, “El nombre del autor indica el
status de discurso dentro de una sociedad y una cultura”.14 ¿Qué
significaba el nombre “Sarmiento” para el público de la década de
1840? ¿Cómo fue la lectura que hicieron del folletín, a medida que
fue apareciendo en El Progreso entre el 2 de mayo y el 21 de junio
de 1845, enmarcado en los discursos políticos y culturales que
circulaban en la época? Aun cuando fue publicado en forma de libro
ya en en el mes de julio de 1845, parece obvio que el Facundo fue
un elemento vital del campo periodístico en el que Sarmiento jugó

46
un papel tan prominente y que Benedict Anderson considera crucial
en el desarrollo de un sentim iento de c o m un id ad.15 Cuando
Sarmiento le escribió a Urquiza “La prensa de Chile he sido yo”,
apenas si exageraba. Cuando llegó a Chile, el único diario que
existía era El Mercurio de Valparaíso, fundado en 1827. Poco
después de la publicación de un artículo suyo conmemorando la
batalla de Chacabuco, a Sarmiento le ofrecieron un puesto de
redactor en el diario. Su centralidad fue sustentada pronto por
una intrincada trama de controversia y luchas por el poder, en las
que participaron tanto argentinos como chilenos, así como por los
discursos fundadores de la cultura y la política. En el medio
chileno, su escritura fue arrastrada a la lucha entre los partidos
Conservador y Liberal (“pelucones” y “pipiolos”, respectivamente)
que se llevó a cabo en la fundación de periódicos, en el recluta­
miento de redactores prestigiosos, y en la batalla cotidiana de
artículos. La decisión de Sarmiento de apoyar al partido Conser­
vador fue tomada después de un cuidadoso examen del papel de
los exilados argentinos en la política chilena (como lo explicó más
adelante en Recuerdos de Provincia) y después de considerables
esfuerzos de parte de Las Heras y Montt para reclutar sus servicios
para periódicos que estaban siendo fundados con el fin de promover
sus respectivas causas. Poco después de dejar El Mercurio en 1842,
Sarmiento estableció el primer diario de Santiago, El Progreso,
bajo los auspicios de Manuel Montt. Claramente, éste fue el
momento fundacional del discurso periodístico en Chile. Lastarria
y sus asociados “pipiolos” fundaron El Miliciano, y más tarde El
Siglo. Es significativo que cuando El Progreso em pezó la
publicación serializada del Facundo, Sarmiento estuviera partici­
pando en acalorados debates no sólo, como es bien sabido, con el
emisario de Rosas, Baldomero García, sino también con los perió­
dicos “pipiolos”, especialmente con El Siglo. Estos debates, en parte
enfocados en las elecciones presidenciales chilenas de 1846, dieron
marco a las primeras lecturas del texto envolviéndolo en contro­
versias. Sarmiento describe uno de los picos de la disputa en una
colorida carta a su amigo Pepe Posse, el 29 de enero de 1845:
Los de El Siglo se abandonaron a todo el furor que es costumbre entre
todos estos canallas, cuando les aprieto los callos. Dijéronme “caballo
cuyano”, cobarde y qué sé yo. Instigado por López, me dirigí a la imprenta
de El Siglo, requerí al ofensor, no me daban una explicación, escupíle la
cara, y él entre si se le pasaba el susto, si hacía algo por lavarse la afrenta,
trató de agarrarme, alcanzó a los cabellos, me desasí de él y lo eché en

47
hora mala. Yo me aguardaba algo serio, algo de caballeros; media hora
después empero estaba lleno Santiago, ¡bailaban de gusto! de qué sé yo
qué cuentos, inventados a placer, me habían molido a patadas, sacádome
los ojos, quince días después la república entera estaba llena, de que me
habían destripado, etc., brindaban en Aconcagua, predicaban los curas,
e tc.18
La prensa no se limitaba a informar; era el escenario donde se
llevaba a cabo la lucha por el poder. Una carta dirigida a Sarmiento
por Santiago Cueto en 1845 transmite el sentimiento de eficacia
pragmática inmediata adjudicada a la prensa:
U sted es nuestro salvador y no dudo que empleará todo su talento para
dar por tierra contra los Lastarrias, infames calumniadores. ... El artículo
de mañana, así como todos los que sigan en toda esta sem ana han de ser
tales que apure usted todo su talento; que muevan al pueblo de Santiago:
que lo hagan tomar horror a ese partido infernal: que nos den el triunfo,
por el miedo que tengan esos im béciles.17
Los lectores de El Progreso, El Siglo y el Diario de Santiago,
que reemplazó a El Siglo desde el 5 de julio de 1845, formaban
una comunidad interpretativa cuya competencia era enmarcada
por un acalorado debate. Aquí hay un ejemplo de la recepción
tem prana del Facundo por Pedro Godoy, un “pipiolo” que escribía
en El Siglo y en el Diario de Santiago:
El autor del Facundo se forjó un plan, quiso llamarlo biografía de un
hom bre célebre en los anales de la revolución argentin a, pretendió
describir una de las épocas más sangrientas de esa revolución, intentó
llam ar la atención del público sobre su obra, y sin los conocim ientos
necesarios, sin ideas fijas sobre política ni sobre los acontecimientos que
en parte, quizá haya presenciado, ... y no contando, en suma, más que con
su atrevim ien to natural, sacó a luz el tejido de absurdos que ahora
exam inam os.18
A veces el tono de las reseñas era claramente insultante, y a
tanto llegó el combate que se nombró un jurado de prensa a pedido
de Sarmiento, pero Godoy fue absuelto.
En el campo cultural el nombre de Sarmiento se asociaba con
controversias que tenían que ver con la construcción de un discurso
cultural genuinamente americano, y que implicaban una ruptura
con la tradición establecida. Como es bien sabido, Sarmiento estuvo
profundamente comprometido en la polémica de 1842 con Bello y

48
los sostenedores del clasicismo, y la querella tuvo lugar en los
periódicos (en este caso particular en El Semanario, la primera
publicación semanal con pretensiones literarias que apareció en
Chile, y en El Mercurio), que se volvían textos de base para que la
comunidad de lectores participaran y consumieran. Como en la
controversia con El Siglo, es interesante observar qué agresiva es
la escritura. Aquí hay u n a breve m u e stra , de la p lu m a de
Sarmiento:
Los redactores de El Semanario quieren habérselas con nosotros, y se
las habrán, porque el que ataca al can ataca al sabadan, y el público no se
mete en esas niñerías; gusta que se rompan los cuernos los escritores, y
sacar él solo la utilidad oyendo el pro y el contra de las cuestiones que se
ventilan. Conque déjense de público los señores de El Semanario, que
nosotros tam bién tenem os nuestro publiquito dim inuto, pero joven ,
ilustrado y amigo de su tiempo y de las cosas que no huelen a tocino rancio
como el clasicism o.19
La postura de Sarmiento en el discurso de la formación cultural
y en la fundación de instituciones en esta época queda revelada
con elocuencia por el hecho de que el 17 de octubre de 1843 presentó
el primer trabajo escrito que se produjo en la recién fundada
Universidad de Chile. Su Memoria sobre Ortografía americana
provocó acalorados debates, y es interesante examinar los diarios
de la época y observar el grado de inestabilidad ortográfica que
desencadenaba la Memoria', m ientras algunos ignoraron las
sugerencias de Sarmiento, varios las adoptaron y eliminaron la h,
la u y la z, junto con la u muda en combinaciones como gue, gui,
que y qui. Por supuesto, es importante que las sugerencias de
Sarmiento coincidieran con la fundación de las instituciones de la
nación y la producción de un discurso n a c io n al, ya que
evidentemente el nuevo modelo ortográfico estaba pensado en
última instancia para inscribir en el campo de la escritura una
diferencia entre España y las naciones emergentes.
Otro factor de importancia en el contexto de la producción y
recepción del Facundo fue, como anticipé, la visita a Chile del
emisario de Rosas, Baldomero García, en abril de 1845, un mes
antes de la primera entrega del folletín. Este hecho generó un rico
despliegue de artículos periodísticos que iban desde la discusión
centrada en el propósito del viaje hasta el animado elogio de los
atributos heroicos de un exilado argentino por lo demás oscuro,
un cierto Bedoya, que tuvo que hacer frente a un proceso como

49
resultado de haber roto una etiqueta que decía “¡Mueran los
salvajes, asquerosos, inmundos unitarios!”, portada por uno de los
criados de García. La presencia de García galvanizó algunos de
los conflictos latentes tanto en las luchas políticas internas
chilenas como en la actividad de los exilados argentinos. Como
resultado, las tensiones subieron hasta un punto en que, de acuerdo
con un artículo escrito por Sarmiento el 1 de mayo en El Progreso,
anunciando la inminente publicación de la “Vida de Quiroga”, se
hizo imperativo sacar a luz un texto pensado para detener “un mal
que puede ser trascendental para nosotros”. El Facundo se alza
en medio de esta maraña no sólo porque Sarmiento, como se ha
dicho, quería desacreditar a García, y ciertamente, a Rosas, sino
porque necesitaba confrontar a sus enemigos en El Siglo. Para
socavar la autoridad del periódico “pelucón” (El Progreso) habían
aducido que Sarmiento estaba siendo silenciado en sus ataques a
García nada menos que por Montt (su patrón y, de hecho, el nombre
al que ap untaban los ataques de los “pipiolos”), para evitar
problemas entre los gobiernos de Chile y la Argentina. La enérgica
respuesta de Sarmiento, titulada “¿Por qué nos ataca El Siglo?”,
apareció en El Progreso el mismo día que anunciaba la publicación
serializada del Facundo; el motivo central de su argumento era
que el problema en juego era la libertad de palabra: “Pero entonces
destruyase la libertad de imprenta, como lo pide El Siglo, im­
pártase órdenes del ministerio, como lo aconseja y aprueba El Siglo,
que sólo esta vez halla digna e ilustrada la conducta del ministro
M ontt”.20 Así, las cuestiones de comprensión e incomprensión
comunicativa estaban enmarcadas en las prácticas oposicionales
y restricciones situacionales. En el “Anuncio” del 1 de mayo,
Sarmiento lo resume en los siguientes términos: “Intereses mez­
quinos y de circunstancias, rencillas de periodistas, y propósitos
de partido, tienden a sublevar pasiones y celos que con el designio
manifiesto de comprometer a un individuo ante la opinión pública
no van a nada menos que a levantar en Chile ecos del bárbaro
sistema de Rosas.”21 Era necesario ocupar un sitio diferente en el
combate con una obra de más vasto alcance, una obra que impusiera
autoridad colocando el debate en un marco más amplio y haciendo
actuar sobre él el aparato conceptual de los pensadores que, como
lo dice en la Ortografía americana, “dirigen el pensamiento de
hoy”.22

50
El t e x t o c o m o a r m a : p r o d u c c i ó n y d i s t r i b u c i ó n

El modo en que ahora leemos el Facundo tiende a reificar la


escritura en la forma del libro completo. Ahí hay una unidad que
debemos cuestionar como artificial: siempre es saludable su s­
pender, como dice Foucault, “la individualización material del libro,
que ocupa un espacio determinado, que tiene un valor económico,
y que en sí mismo indica, por una cantidad de signos, los límites
de su comienzo y su fin”. Las fronteras del Facundo han sufrido
numerosas reconfiguraciones, siempre revelando su ubicación
dentro de un campo completo de discurso, como lo dice una vez
más Foucault, “capturado en un sistema de referencias, ... como
un nudo en una red”.23 Como publicación serializada, el texto fue
leído de modo fragmentario, y también estuvo enmarcado por los
otros artículos que ocupaban el espacio de los diarios, tanto dentro
de El Progreso como en los otros diarios con los que establecía un
diálogo. Es importante retener un sentido del modo material de
existencia de este texto, su status como publicación y las formas
de recepción que suscitó. Un artículo que Sarmiento escribió para
El Progreso el 30 de agosto de 1845, sugestivamente titulado
“Nuestro pecado de los folletines”, contiene a la vez la condena del
folletín servil al público lector (derivado, por supuesto, de las “cosas
pecaminosas” que contenía) y su éxito comunicativo, presentado
en broma, pero orgullosamente, como una enfermedad (“la lepra
del folletín ha ganado ya todos los diarios”), que El Mercurio
introdujo durante los primeros años de la adm inistración de
Sarmiento. Si bien esta sección favorecía el consumo de literatura
romántica y truculenta (Sue y Dumas pueden ser ejemplos clásicos,
pero Balzac no estaba excluido), no dejaba de lado textos de no
ficción de interés general. El M ercurio, por ejemplo, estaba
publicando los “Estractos del viaje al viejo mundo por el peruano
D. Juan Bustamante” en agosto de 1845, apenas un mes antes de
que El Progreso iniciara la publicación del Facundo. Se trataba de
un espacio diferenciado de la cobertura de las noticias, pero que
compartía sus bordes y sus lectores, y que permitía que determ i­
nados conceptos ganaran difusión y poder. Como observó Sarmiento
en Viajes, “Un buen folletín puede decidir de los destinos del mundo
dando una nueva dirección a los espíritus”.24 Evidentemente, fue
el medio deseable para conformar la opinión en un momento de
crisis, y Sarmiento se ocupó de que sus lectores encontraran en
las páginas de El Progreso artículos periodísticos que orientarían

51
la interpretación de modo confluyente. Así, en mayo y junio de
1845, los lectores del folletín “Vida de Quiroga” disponían de
artículos que reforzaban la tesis central del texto, tales como
“Interés de Chile en la Cuestión del Plata” (8 de mayo de 1945),
“El sistema de Rosas” (28 de mayo de 1945), “La causa de Bedoya”
(2, 3 y 6 de junio de 1845), o “Lo que a Rosas debe la América del
S u r’ (13 de junio de 1845). Pero el folletín serializado, con su
recepción fragmentaria, es especialmente dado a la dialéctica tanto
de la legitimación como del cuestionamiento: un lector que entonces
se volviera a El Siglo, o más tarde al Diario de Santiago, encon­
traría todas las posibilidades de leer el Facundo “en contra”. He
aquí un breve ejemplo tomado de El Siglo, del 20 de mayo: “El
Facundo es una obra la más fecunda en desatinos, en plagios y en
m entiras”. Otra, de la Gaceta de Comercio de Valparaíso: “Santo
Dios, despierten al señor Sarmiento, sacúdanlo (sic) para que se
mire en su estatura y conozca que sólo llama la atención por la
magnitud de su insolencia”. El Siglo, el 14 de junio: “Lo único que
logrará Sarmiento será que los Santiaguinos levantemos la voz
para decir a los provincianos que cuando lean Montt y Sarmiento
agan (sic) de cuenta que leen Bolívar y el Sargento Pino, ... Montt
y u n a C h a n c le ta v i e j a .”25 Las cosas e m p e o ra ro n por el
nombramiento de Montt en el Ministerio del Interior; el 11 de junio
El Siglo anunciaba “guerra a muerte al redactor del Progreso”. En
agosto el Diario de Santiago publicó una parodia del Facundo con
algunas distorsiones agresivas: el tema de la biografía ahora era
el propio Sarmiento, rebautizado “Pantaleón del C a rra sc a l”,
aludiendo a un barrio pobre de la ciudad de San Juan, y se incor­
poraban hechos de la vida de Sarmiento de modo irrisorio. No se
tra ta b a de bromas inofensivas: Pantaleón-Sarmiento llegaba
inclusive a asesinar a dos soldados federales. Evidentemente, lo
que Hans Robert Jauss llama el “horizonte de expectativas” de los
lectores estaba profundamente marcado por el conflicto, y el texto
era insertado en un interjuego de relaciones existentes dentro de
sus límites textuales pero también fuera de ellos. No es sor­
prendente que en septiembre de 1845, cuando Sarmiento dejó El
Progreso en medio de la controversia, Félix Frías hiciera la
siguiente observación confidencial al final de una carta a Juan
María Gutiérrez: “Sarmiento deja El Progreso. Se irá probable­
mente a Europa si pronto no podemos todos regresar a nuestro
país. Está ya honrosamente inutilizado para la prensa.” 26

52
Cuando en julio de 1845 el texto cambió su status de folletín a
libro, los combates no cesaron, pero hubo un desplazamiento en el
esquema de uso del texto. Percibimos ahora la dinámica de la
circulación y la distribución, la busca de un público más amplio, y
el deseo de ejercer influencia más allá de la esfera de los debates
políticos que se llevaban a cabo en los periódicos chilenos. El
pequeño libro fue recibido como una unidad, separado de su previo
marco periodístico fragmentado. El texto mismo sufrió la primera
de varias modificaciones, pues hay buenas razones para creer que
el folletín había terminado después de “¡¡Barranca Yaco!!”, con el
asesinato de Quiroga. Como libro, entraba en un sistem a de
distribución diferente del que había tenido en el medio periodístico,
y las numerosas cartas escritas por y dirigidas a Sarmiento acerca
de esto atestiguan las dificultades de promover la circulación del
libro en este momento. El problema de Sarmiento estaba obvia­
mente agravado por el exilio, y por la hostilidad del gobierno en el
territorio que deseaba penetrar. Fuera cual fuera el efecto de las
dificultades a enfrentar, es notable observar cuánto quería Sar­
miento ser leído, que su libro llegara a un público que fuera más
allá inclusive de los límites continentales. De las cartas que es­
cribió a Gutiérrez, haciendo este tipo de pedido con mucha
insistencia, hay una que puede dar la medida de su ansia de público
lector: “Pero volvamos a su misión de derramar la Odisea por toda
la redondez del orbe. ¿A que no a escrito una palabra a sus amigos
de Francia, el National, la Democracia Pacífica, Revista de Paris i
de Ambos Mundos, etc. etc.? Vamos, ágalo.”27 Unos cincuenta
ejemplares fueron introducidos furtivamente en Buenos Aires,
otros fueron dados como regalo a los patriotas en Chile, o enviados
a figuras importantes como Paz, Varela, Echeverría o Rivera
Indarte. Pese a tales esfuerzos, era evidentemente muy difícil hacer
llegar el libro a sus lectores. Juan María Gutiérrez, comisionado
con lo que parece una parte principal de la carga de la distribución
del libro, y que en un punto le aseguró a Sarmiento que haría lo
que fuera necesario “para que el señor don Facundo se pasee por
esas capitales”, tiene dificultades para obtener los libros en
Valparaíso: “Quiero advertirle que de los ejemplares del Facundo,
ni encuadernados ni a la rústica, hay uno solo en mi poder”.28 Su
amigo Aberastain, quien había ayudado a Sarmiento a recoger
información sobre Facundo Quiroga en marzo, le escribe el 5 de
agosto de 1845 desde Copiapó: “Recibí su carta y no los cuarenta
ejemplares del Facundo', pienso que éstos hayan llegado y estén

53
demorados en el puerto a donde he encargado ya a Ríos establecido
allí que me los mande en la primera oportunidad.”29 Wenceslao
Paunero, escribiendo desde La Paz, ha estado esperando mucho
tiempo su ejemplar: “Nada sé de su Facundo hasta ésta. ¡Por qué
demonio de vía lo ha dirigido usted!”30Las vicisitudes de transporte
hacen azarosa la distribución: un embarque de libros a Francia,
por ejemplo, no pasó del Cabo de Hornos, y Sarmiento tuvo que
entregar su propio y último ejemplar a la Revue des Deux Mondes
cuando lo presentó para reseñar. No sorprende, entonces, que
escribiéndole a Gutiérrez camino a Europa, en enero de 1846,
exprese su desaliento: “¡Qué libro tan desgraciado fue éste; todo,
hasta la impresión, salió como si Rosas ubiese sido el que ponía la
mano en él.”31
El Facundo puso en movimiento un proceso de circulación y
distribución; también engendró el discurso de la crítica literaria.
Entre los intelectuales hegemónicos en Chile y Montevideo se
estableció un rico diálogo sobre él. Cuando se trata de recons­
truirlo, vuelve a sorprender la naturaleza situacional de la lectura
y la interpretación, y los problemas de reconstruir históricamente
las restricciones contextúales que aparecen en una lectura parti­
cular. E ntre los primeros lectores del F acundo, J u a n María
Gutiérrez parece tocar ambos puntos de un modo intrigante. Dotado
de un claro sentido de la necesidad de promover la aparición de
una “Poética americana” (para citar el título de una antología que
estaba compilando), Gutiérrez fue el hombre que eligió Sarmiento
para obtener una reseña favorable. Las circunstancias pragmáticas
y textuales que rodean esta reseña agudizan nuestra conciencia
del terreno inferencial y especulativo sobre el que tiene lugar la
comprensión histórica, de la medida en que se llenan huecos
tentativamente, con una variable medida de éxito. El resultado es
una mezcla sugestiva de hechos adecuada e inadecuadamente
explicados, y una conciliación inevitable con el desplazamiento
entre texto y lectura. Sarmiento le envió el primer ejemplar, el 24
de julio, con la siguiente carta: “Remito a usted el primer ejemplar
del Facundo que ve la luz pública. Ha salido como una cosa
infamemente tratada. ¿Quiere usted encargarse de analizarlo, por
El Mercurio, y decir que es un libróte estupendo, magnífico,
celebérrimo?”32 El 27 de julio El Mercurio publicó una reseña
anónima llena de elogios y admiración, y que le daba crédito al
libro por haber comprendido las causas subyacentes a la turbu­
lencia política en la Argentina; por haber sido escrito con la

54
elegancia conceptual de un filósofo y con la belleza de un artista.
Palcos atribuye esta reseña a Demetrio Rodríguez Peña, basándose
en que era el director del diario, y la considera “la más franca y
abiertamente favorable”.33 Verdevoye, por su parte, examina la
atribución de Palcos a la luz de las cartas intercambiadas entre
Sarmiento y Gutiérrez y sugiere que el autor podría ser Gutiérrez.34
Antonio Pagés Larraya no vacila: la adjudica a Gutiérrez sin más,
y lo mismo han hecho otros críticos.35Complica las cosas una carta
escrita por Sarmiento a Gutiérrez el 8 de agosto que expresa
considerable insatisfacción con la reseña escrita por él: “Escribió
usted su salutación editorial en El Mercurio y se la agradezco. Si
no fuera periodista yo hubiera creído que la chanza era pesada;
pero como soy del metier, comprendí que hacía usted con el Facundo
lo que yo he hecho tantas veces con otras cosas peores. No vaya
usted a tener la falta de gusto de entrar en explicaciones sobre
este punto.”36 El artículo publicado por El Mercurio el 27 de julio
(apenas tres días después de la carta con la que Sarmiento envió
el primer ejemplar) no pudo haber inspirado estos comentarios,
porque era entusiasta en todo sentido. Además, el 22 de agosto,
escribiéndole otra vez a Gutiérrez sobre el libro, Sarmiento alude
al Facundo como “mi Odisea, como se ha complacido en llamarla
usted”37, no hay alusión a la obra de Homero en la reseña del 27 de
julio, ni hay cartas en las que Gutiérrez sugiera la comparación.
En este punto tomamos aguda consciencia de lo precario del
contacto establecido con el pasado. Si es eminentemente textual,
también está sujeto a los vacíos con los que está fraguada esta
textualidad: o bien la lectura que hizo Sarmiento de la reseña que
apareció el 27 de julio la malinterpretó totalmente, o bien en algún
lugar de El Mercurio, entre el 24 de julio (cuando Sarmiento le
envió el libro a Gutiérrez,) y el 8 de agosto (cuando le escribió
claramente disgustado con la reseña) hubo otra reseña que fue
menos favorable. Obviamente, debemos volver a los registros
históricos en busca de un texto que pueda ayudar a construir una
explicación plausible. Una vez más aquí nos enfrentamos con la
inaccesibilidad del pasado: todas las colecciones microfilmadas de
El Mercurio disponibles en los Estados Unidos (en la Biblioteca
Sterling de la Universidad de Yale, la Biblioteca del Congreso y la
Biblioteca Bancroft en Berkeley) tienen un largo blanco que se
extiende entre el 30 de junio y el 18 de agosto. En los microfilms
completos en la Biblioteca Nacional de Chile no hay otras reseñas
durante estos días. ¿Habrá malinterpretado Sarmiento la del 27?
¿Gutiérrez escribió otra reseña que no podemos encontrar? Aparte
de este efecto desalentador, la situación es característica de las
primeras lecturas de este texto.38La notable inestabilidad interpre­
tativa que caracteriza al Facundo no deriva exclusivamente de los
conflictos entre lectores, sino también de las discrepancias que
pueden detectarse en el mismo lector, y que parecen nacer de las
diferentes circunstancias dentro de las cuales tienen lugar sus
actos de lectura. Las interpretaciones pueden diferir según estén
expresadas en el espacio privado de una carta o en el espacio
público de un periódico. Gutiérrez expresa fuertes reservas al
Facundo en una carta escrita a Alberdi el 6 de agosto de 1845. Le
asegura que “todo hombre sensato verá en él una caricatura”, y
agrega: “Es este libro como las pinturas que de nuestra sociedad
hacen a veces los viajeros por decir cosas raras: el Matadero, la
mulata en intimidad con la niña, el cigarro en boca de la señora
mayor. ... La República Argentina no es charca de sangre: la
civilización nuestra no es el progreso de las escuelas primarias de
San J u a n . ”39 Del mismo modo, Echeverría, que escribió una
apreciación muy positiva del libro en la “Ojeada retrospectiva” que
es parte del Dogma socialista (“los apuntes biográficos de Fr. Aldao
y la vida de Juan Facundo Quiroga son en concepto nuestro lo más
completo y original que haya salido de la pluma de los jóvenes
proscriptos argentinos”)40 expresaba una reacción diferente y
fastidiada en una carta a Alberdi el 12 de junio de 1850: “¿Qué
cosa ha escrito él que no sean cuentos y novelas según su propia
confesión? ¿Dónde está en sus obras la fuerza de raciocinio y las
concepciones profundas? Yo no veo en ellas más que lucubraciones
fantásticas, descripciones y raudal de cháchara infecunda”.41
Dentro de la comunidad de exiliados, el Facundo fue juzgado de
modos muy mezclados; hasta un admirador como Alsina desau­
toriza el libro escribiendo sus meticulosas cincuenta y una notas,
con la intención, según dice, de “no ... dejar pasar errores, ... acerca
de los hechos como acerca de los juicios”.42 Las correcciones de
Alsina son objeto de un examen separado en el Capítulo 2; para
mi propósito aquí basta decir que Sarmiento aludió a ellas en la
edición de 1851 de un modo que revela el efecto desestabilizador
que tuvieron sobre sus propios reclamos de validez.
Estas “historias” plantean la cuestión de cómo el Facundo llegó
a ocupar una posición central en el canon latinoamericano acep­
tado. Es una historia que nos lleva a los primeros años del siglo
XX y la producción de los mitos de identidad nacional asociados

56
con las celebraciones del “Centenario”. De todos modos, la aparición
del libro, en tanto describe un espacio multidimensional en el que
una variedad de escritos se funde y choca, prefigura los conflictos
que caracterizan la historia de su recepción. En último análisis,
es un proceso en el que la lectura se muestra en sus dimensiones
problemáticas, pero productivas.

57
N otas

I “Mi defensa”, en Sarmiento en el destierro, ed. Armando Donoso, M.


Gleizer, Buenos Aires, 1927, pág. 160.
• Michel Foucault. The Archaeology o f Knowledge, trad. A. M. Sheridan
Smith, Harper Colophon Books, Nueva York, 1976, pág. 25.
3 Walter Benjamín, Illuminations, Fontana/Collins, Glasgow, 1970, pág.
263. Trad. César Aira.
4 La co rrespondencia de S a r m i e n t o , de Carlos A. S egreti, Poder
Ejecutivo de la Provincia de Córdoba, 1988, págs. 154-155. Se ha respetado
la peculiar ortografía de Sarmiento.
* La correspondencia de Sarmiento, pág. 154.
fi La correspondencia de Sarmiento, pág. 103.
7 La correspondencia de Sarmiento, pág. 78.
8 La correspondencia de Sarmiento, pág. 80.
s La correspondencia de Sarmiento, pág. 183.
10 La correspondencia de Sarmiento, pág. 184.
II Benedict Anderson, Imagined Communities: Reflections on the Origin
and Spread of Nationalism, Verso, Londres. 1983.
n V éa se Im age a n d P ilg rim a g e in C h ristia n C u lture, C olum bia
U niversity Press, Nueva York, 1978, y “Social dramas and Stories about
Them ”. Cn tical Inquiry, 7, I, otoño de 1978, págs. 141-168.
13 A rthur Danto, A n a l y t h i c a l P h ilo s o p h y o f H isto ry , C am bridge
University Press, Londres y Cambridge, 1968, pág. 84.
14 “What is an Author?”, en Textual Strategies, comp. Josué Harari,
Cornell University Press, Ithaca, N.Y.. 1979, pág. 147.
15 Véase un examen detallado y muy útil de este aspecto en Elizabeth
Garrels, “El Facundo como folletín”, Revista Iberoamericana 13, abril-junio
de 1988, págs. 419-447.
18 La correspondencia de Sarmiento, pág. 50.
17 La correspondencia de Sarmiento, pág. 49.
18 En Facundo, ed. Alberto Palcos, Ediciones Culturales Argentinas,
Buenos Aires. 1962, págs. 24-25.
19 El Mercurio, 30 de julio de 1842.
20 Domingo F. Sarmiento, Obras completas. Editorial Luz del Día,
Buenos Aires, 1948, vol. VI, págs. 159-160.
21 Sarmiento, Obras, vol. VI, pág. 160.
n Es un pasaje revelador de la Ortografía, pues enumera los nombres
de los “sabios” que apuntalan la autoridad cognitiva de Sarmiento, la
mayoría de los cuales aparece en los epígrafes del Facundo: un recurso
legitimador, obviamente. Menospreciando la “nulidad de la Academia de
la lengua castellana”, se hace las siguientes preguntas retóricas: “¿Son
filósofos que puedan compararse con los filósofos de las naciones que nos
transm iten las ideas de que vivimos? ¿Son historiadores como Guizot,

58
Thierry, Niebuhr, Michelet y toda la grande escuela histórica de nuestra
época? ¿Son sabios como Arago o Cuvier, litera tos como V illem ain ,
g r a m á tic o s com o la n u e v a e s c u e la fr a n c e sa , p o e ta s com o H ugo,
Chateaubriand, o Lamartine?” (Obras completas, vol. VI, pág. 6.)
23 The Archaeology of Knowledge, pág. 23.
24 Viajes, Editorial Belgrano, Buenos Aires, 1981, pág. 116.
25 El S iglo , 14 de junio de 1845. Citado en Ilustración Argentina, 1 de
agosto de 1849.
2®Archivo de Juan María Gutiérrez, Congreso de la Nación, Buenos
Aires, 1979. pág, 13.
27 Archivo Gutiérrez, pág. 9.
28 La correspondencia de Sarmiento, pág. 89.
29 La correspondencia de Sarm ien to , pág. 83.
30 La correspondencia de Sarmiento, pág. 97.
31 Archivo Gutiérrez, págs. 48-49.
32 La correspondencia de Sarmiento, pág. 82.
33 En su ed ición c r ític a del F a cu nd o: C i v i l i z a c ió n y b a r b a r i e ,
Universidad Nacional de la Plata, La Plata, 1938, pág. 320.
3,1En Domingo Faustino Sarmiento: Educateur et publiciste (entre 1839
et 1852), Institut des Hautes Etudes de L'Amerique latine, París, 1963,
pág. 428.
35 En “La recepción de un texto sarm ientino”, Boletín de la Academia
Argentina de Letras XLIX. 1984, pág. 241.
3tí La correspondencia de S arm ien to , pág. 85.
37 La correspondencia de Sarmiento, pág. 86.
38 La temporalidad de la lectura está fraguada con problem as de
transm isión textual. V éase una lúcida exposición del tem a en Susan
Noakes, Timely Reading: Between Exegesis and Interpretation, Cornell
University Press. Ithaca y Londres, 1988. Quiero agradecer a mi amigo el
Dr. Eduardo Duek por su invalorable ayuda para obtener m ateriales de la
Biblioteca Nacional de Chile.
39 En Atlántida X, 1939, pág. 161.
40 Dogma socialista, La Torre de Babel, Buenos Aires, 1958, pág. 76.
41 En Escritos postumos de J. B. Alberdi, Imprenta Alberto Monkes,
Buenos Aires, 1897, Vol. XV, pág. 790. Citado en Pagés Larraya. “La
recepción”, pág. 245. Que Alberdi sea el receptor de estas dos cartas de
Gutiérrez y Echeverría no es mera coincidencia: él era el lector ideal de
las objeciones de este tipo, en tanto el más form idable en em igo de
Sarmiento.
42 En Facundo, ed. Alberto Palcos, pág. 426.

59
2. Los riesgos de la ficción
El F acu n do y los p a rá m etro s de la e sc r itu r a
histórica

Al sopesar las variadas y complejas formas de comunicación


que ha establecido el Facundo con su público lector, se hace
necesario observar las estrategias textuales que despliega para
invitar a la recepción activa. Surge una contradicción interesante:
a la vez que el lector mantiene vivo su interés, se enfrenta con
una considerable inestabilidad semántica.
Este capítulo se concentra en dos aspectos de esta problemática
e intenta exam inar cómo han contribuido a su desarrollo. El
primero está relacionado con la afiliación genérica del libro; el
segundo enfoca lo que está implicado en la posible activación de
una clave de lectura ficticia, de acuerdo a la cual el Facundo
debería ser leído como novela o épica, con lazos referenciales
debilitados. Ambos procesos están íntimamente relacionados por
su naturaleza misma, pero también porque los lectores se han
centrado repetidamente en ellos. Además, ilustran el grado en que,
a través de las convenciones genéricas, un texto se inscribe en la
praxis social. Cuando un lector realiza una clasificación genérica
recurriendo a su competencia literaria, está participando también
en una actividad social: trabajar (o, como lo diría John Austin,
hacer cosas) con el lenguaje, con un texto, y con todo lo implicado
en pertenecer a lo que Stanley Fish ha llamado una “comunidad
interpretativa”.1 El Facundo y sus intérpretes han colocado la
discusión con frecuencia en el campo de la ética; de ahí que se
presten a sí mismos a consideración del sitio donde interactúan lo
textual y lo social. La siguiente exposición intenta mostrar cómo
opera esta dimensión ética en la interacción entre la obra y sus
lectores.

61
La cuestión genérica es tra ta d a primero, pues en muchos
sentidos está en la raíz de la segunda. Es un lugar común de la
crítica del Facundo detenerse en sus peculiaridades genéricas;
como el género refuerza la comprensión textual desde el punto de
vista del contenido y la composición, un caso inestable de afiliación
genérica problematiza el encuentro entre texto y lector. Las claves
genéricas ayudan al lector a seleccionar, de entre una multitud de
posibilidades, una clase organizadora que opera como un programa
para la decodificación y crea la clase de inteligibilidad que surge
de asignar un texto a un grupo preestablecido.2 El Facundo no
permite al lector mantener un programa genérico constante; ésta
no es una estrategia particularmente infrecuente, ya que desafiar
las convenciones genéricas es un procedimiento que estimula el
interés. Esta clase de heterogeneidad es parte de los códigos
literarios que estaban en vigencia en el momento en que la obra
fue escrita.3 Pero en el Facundo el lector está obligado a cambiar
de programas entre una parte del texto y otra, de lo que resultan
clasificaciones en conflicto.
No es difícil verificar todo esto cuando nos volvemos a la historia
de la recepción de la obra. Ha sido leída como historia, como un
p a n fle to (el mismo S a r m ie n to lo consideró ta l en ciertas
ocasiones),'1 como un estudio sociogeográfico, como una biografía,
como una novela (y aquí bastaría citar a Unamuno: “Nunca tomé a
Facundo, de Sarmiento, por una obra histórica, ni creo que pueda
salir bien librada juzgándola en tal respecto. Siempre me pareció
una obra literaria, una novela a base histórica”),5 o inclusive como
épica (“vemos en él la epopeya del pueblo latinoam ericano”,
proclamaba Carlos García Prada cuando se celebró el centenario
de su publicación).6 Es problemático activar posibilidades inter­
pretativas tan diferentes en tanto implica hacer que el texto opere
en registros que no siempre son compatibles, pues establecen
relaciones conflictivas con el mundo. Estas relaciones varían
significativamente de la historia a la novela, al punto que el
mensaje que construye el lector es alterado.
Uno de los principales aspectos de este capítulo es la correlación
entre estrategias textuales y las claves de lectura que ellas activan.
Un punto de partida es la naturaleza compleja del componente
histórico. De un modo casi provocador, el Facundo se presenta como
una historia de las guerras que siguieron a la independencia
argentina, con su meticuloso recuento de batallas (baste recordar
los Capítulos 9, 10, 11 y 12, que comparten el título “Guerra Social”

62
y están identificados individualmente por medio de las batallas
de la Tablada, Oncativo, Chacón y Ciudadela), y de las cambiantes
fortunas de los principales personajes en la escena política que
tuvo lugar después de 1810. Hay numerosos pasajes que procuran
acentuar y clarificar la presentación de hechos históricos. Por
ejemplo, en una estrategia encaminada a reforzar la pertinencia,
en la que el autor “fuerza” la relevancia de ciertos pasajes, una
táctica común en el texto es la que ejemplifica la siguiente
designación genérica, con la que concluye el análisis de La Rioja y
San Juan: “Esta es la historia de las ciudades argentinas”.7 No
faltan alusiones a hechos históricos que proporcionan el centro
focal del texto, como el siguiente comentario: “Este es un hecho
fecundo en la historia argentina”, como si a través de ellos la
discusión ganara mayor importancia. Y sin embargo, algunos de
los primeros lectores del Facundo lo atacaron llamando la atención
a su desvío de los parám etros de la escritura histórica. Un
comentario hecho por Alberdi en sus Escritos postumos expresa
sus objeciones de un modo elocuente: “Es el primer libro de historia
que no tiene ni fecha ni data para los acontecimientos que refiere.
Es verdad que esa omisión procura al autor una libertad de
movimientos muy confortable, por la cual avanza, retrocede, se
detiene, va para un lado, vuelve al lado opuesto, todo con el
movimiento ilógico con que un pescado rompe la onda del mar.”8
Valentín Alsina, en su muy citada corrección, formula la objeción
corriente al status histórico del libro: “Ud. no se propone escribir
un romance, ni una epopeya, sino una verdadera historia social,
política y hasta militar a veces, de un período interesantísimo de
la época contemporánea. Siendo así, forzoso es no separarse un
ápice ... de la exactitud y rigidez histórica.”9Pero, por supuesto, la
corrección tiene el doble filo tan característico de sus propios
reclamos de autoridad: señala la distancia del Facundo del discurso
histórico, a la vez que lo inserta en los parámetros de ese mismo
discurso.
Aquí podemos estar enfrentando uno de los nudos claves que
han determinado los reclamos de validez de nuestro libro. En él,
las cuestiones de verdad y escritura histórica parecen e sta r
poniéndose en juego. Debemos considerar aquí los modos en que
tal escritura fue enmarcada antes de la segunda mitad del siglo
XIX, aunque más no sea para ubicar el campo discursivo dentro
del cual opera este texto fluido. En su notable presciencia, el Facun­
do parece estar en el medio mismo de los cambios que estaban

63
ocurriendo en la escritura de la historia en los años centrales del
siglo, y su recepción da prueba de lo cambiante de la definición de
la disciplina en la época. Alsina repite la fórmula ciceroniana de
que “el historiador no puede decir nada falso, debe atreverse a
decir todo lo cierto, debe evitar la parcialidad”.10 La asociación de
historia con épica (a pesar de los reclamos de Alsina) no es nueva;
data al menos de Quintiliano. La historia pertenecía al campo de
las le tras: era una de las form as de e sc ritu ra que podían
practicarse. Hasta la idea de copiar imparcialmente la realidad
fue cuestionada, y aún en el siglo XVIII la historia mantenía su
sitio en los manuales de retórica. En 1752, para citar unos pocos
ejemplos, el alemán Chladenius reflexionaba sobre la cuestión del
punto de vista y su peso en la narrativa histórica. Para Voltaire,
la diferencia entre historiador y poeta épico está sólo en la
naturaleza de la materia con la cual se da forma a la obra; la
conferencia de Schiller en Jena en 1789, “¿Qué es la historia
universal y por qué la estudiamos?” relacionaba la percepción del
historiador con su propia situación, y lo veía aplicando “un modelo
armonioso a todo fenómeno presentado por el gran teatro del
mundo”. De hecho, a fines del siglo XVIII el foco de la escritura
histórica era el narrador más que la sucesión de hechos en sí
misma. Mientras que los días finales del neoclasicismo vieron el
desvanecimiento del lazo entre historia y literatura, a medida que
la última se alineaba con el campo privilegiado de la poesía
romántica y la primera con un relato de lo “real”, la gran escuela
romántica de historiadores franceses hacía actuar en sus escritos
su compromiso con la política contemporánea. Thiers, Mignet,
Guizot, Barante y Michelet eran todos escritores y activistas polí­
ticos, por lo que su punto de vista del pasado estaba conformado
por su ideología. No es accidente que Pierre Lepape, introduciendo
la edición de L'Herne del Facundo en un artículo de Le Monde en
1990, haya llamado a Sarmiento “le Michelet argentin”, pues hay
un notable paralelo entre los dos grandes hombres en la pasión
que pusieron en su trabajo y en el peso de sus presencias.
Como ha demostrado convincentemente Tulio Halperín Donghi,
la relación entre Sarmiento y la historiografía romántica es fuerte,
y en alguna medida ayuda a explicar el status problemático del
Facundo.“ Pues no sólo los miembros de esa escuela desdeñaron
lo que asociamos con la historia positivista, puramente factual,
sino que también recurrieron a elaboraciones metafóricas y a las
polarizaciones que tan marcadamente determinan al libro de Sar­

64
miento. La escritura de Thierry, como la de Sarmiento, está estruc­
turada por series de antítesis (ley y violencia, orden y caos, razón
y pasión brutal); en cuanto a Michelet, concibe al historiador como
el hombre que podía descifrar el misterio del pasado y de la nación,
del mismo modo que Sarmiento apelaba a la “sombra terrible de
Facundo” para que lo condujera a las profundidades del caos
argentino. Sólo después de los amargos desencantos de 1848
Michelet se apartó de su postura profética y de su visión filosófica.
La escritura histórica en la segunda mitad del siglo XIX está
dominada por un sentimiento científico de disciplina producida
bajo la égida del pensamiento positivista, y una concomitante
preocupación por a s u n t o s técnicos y d o c u m e n ta c ió n . La
profesionalización de la disciplina ayudó a marcar sus límites y
expulsó los intereses más vastos que apuntalaban los escritos de
Michelet, de los hermanos Thierry o de Quinet.
Pese a las afinidades del Facundo con la h istorio g ra fía
romántica, su naturaleza discursiva va más allá de los parámetros
de la disciplina maestra en su abierta falta de objetividad, su
privilegiar la opinión por sobre los hechos, y su reunión de
elementos de otras fuentes genéricas. Esta riqueza discursiva es
asiento de algunas de las controversias que lo rodearon desde su
publicación, pero también lo es el vasto alcance de la dicotomía
interpretativa civilización-barbarie, que tan vigorosamente a tra ­
viesa el texto sarmientino. Basta considerar algunos comentarios
de Hayden White en Metahistory para tomar conciencia de las
limitaciones que el Facundo ignora: “Los cuatro maestros historia­
dores del siglo XIX (Michelet, Ranke, Tocqueville, Burckhardt) ...
estaban de acuerdo en que la historia debía escribirse sin precon-
ceptos, objetivamente, por interés en los hechos del pasado y por
nada más, y sin inclinación apriorística a conformar los hechos en
un sistema formal”.12Y aunque el punto de vista puede ser aceptado
como parte del papel del historiador, no era la fuerza discursiva
impulsora: “Nadie negó que el pasado pudiera contemplarse desde
diferentes ‘puntos de vista’, pero éstos eran considerados más como
prejuicios a suprimir que como perspectivas poéticas que podían
iluminar tanto como oscurecían.”13Los lectores han recurrido a las
intenciones del autor para dar cuenta de las peculiaridades de las
afiliaciones históricas del Facundo. Un caso es la explicación de
Palcos, que echa raíces en la dimensión perlocutiva:

65

I
¿Se propuso de verdad Sarmiento escribir ... un libro de historia, pura
y sim p lem en te? Nada autoriza a suponerlo, a pesar de los variados
elem entos históricos que contiene. Facundo fue inicialm ente un libro de
combate contra la tiranía. ... En cuanto a su fondo, no puede decirse que
contiene en la historia entendida como crónica de una época, sino en su
explicación o interpretación. ... 14
Las estrategias narrativas llaman la atención sobre la presencia
del narrador como quien se ha apropiado del habla y, con ella, de
la posibilidad de lograr el orden dentro del caos. Ese omnipresente
“yo” viaja de un punto al otro del mundo referencial con el “tranco
ariostesco” que tan claramente puede verse en Don Quijote, por
ejemplo. Sarmiento recurre a esta vieja tradición literaria para
organizar su desplazamiento temático y geográfico: “Me es preciso
dejar a Buenos Aires, para volver al fondo de las demás provincias,
a ver lo que en ellas se prepara”,15 o “Pero vamos a Atiles, donde
se está preparando un ejército...”.16 En términos estilísticos, la
abundancia de exclamaciones y preguntas retóricas es función de
las dimensiones perlocutivas del discurso, como ha sido enérgi­
camente argumentado por Roberto González Echevarría, quien
señala el tropo como el instrumento que permitía la distorsión
ideológica dondequiera que el autor burgués “lograba poder ima­
ginario sobre el mundo”.17
Si, entonces, cuando consideramos el status histórico del texto,
verificamos que el lector no sólo tiene que realizar ajustes
genéricos, sino que puede empezar a desestabilizar los lazos entre
texto y mundo, nos acercamos al límite que marca problemas
correspondientes a lo que Gotz Wienold ha llamado “uso de texto”.18
Se trata de la división entre ficción y no ficción, y cuando es evocada
respecto del Facundo suele surgir de dos posiciones ideológicas
posibles, ya sea para evitar la discusión del mensaje polémico del
libro o para poner en movimiento una operación cuyas conse­
cuencias son a la vez textuales y sociales. Me estoy refiriendo aquí
a la lectura que ubica el texto de Sarmiento dentro del discurso de
la mentira, y que puede caracterizarse por un comentario hecho
por un amigo de Sarmiento, Dalmacio Vélez Sarsfield: “El Facundo
mentira será siempre mejor que el Facundo verdadera historia”.19
En nuestro siglo Jorge Abelardo Ramos hace una afirmación
igualmente radical: “El Facundo es una hermosa mentira, cuyo
esplendor artístico perdurará en la historia de nuestra literatura.
Pero el personaje demoníaco que nos presenta Sarmiento no existió
nunca. ... Facundo es un relato novelesco. ... Las anécdotas del
libro son inventadas a designio, confiesa Sarmiento en carta al
66
General Paz.”20 Esa contaminación entre ficción y mentira es uno
je los asientos de la interacción entre texto y sociedad: ciertos
miembros de la comunidad de lectores aceptan o niegan la validez
factual de sus afirmaciones. De ahí que el poder del texto de
establecer relaciones con la imagen de lo real sea socavada dentro
de esa comunidad, que se hiende a lo largo de la divisoria textual
entre ficción y mentira.
Aquí corresponde echar una mirada a la recepción del texto.
Los comentarios de Alberdi y de Alsina que fueron citados antes
no están demasiado alejados de los de Vélez Sarsfield o Ramos.
Aparte del problema de la exageración, que con tanta frecuencia
se le reprochó a Sarmiento, las palabras “romance” y “épica” son
de especial interés no sólo porque implican un desvío cuestionable
del discurso histórico, sino también porque integran un paradigma
que ubica al Facundo dentro del espacio ficticio. Esta operación
puede verificarse repetidamente en la historia de la recepción del
Facundo, y no es infrecuente hallarla en lecturas que pretenden
socavar la credibilidad de las aseveraciones de Sarmiento. En
efecto, es posible considerar al Facundo como una obra de ficción,
cortando con ello su relación con el mundo de los hechos, sin
denegar su status de texto poderoso y sugestivo. Así, por ejemplo,
Leopoldo Lugones lo elogiará como “nuestra gran novela política”,
y, con característica exageración, como “nuestra Ilíada”,21 aun
cuando niega el argumento central de Sarmiento: “...no había tales
bárbaros ni tales civilizados. Sus diferencias son meras situaciones
accidentales que, al variar, los cambian también de partido, Los
dos tipos ... no han existido nunca.”22 El ala peronista del revisio­
nismo histórico procederá sobre líneas similares, como puede
verificarse en el siguiente comentario hecho por Luis A. Murray:
“El Facundo es prim o rd ia lm e n te novela, género que puede
prescindir de la corroboración de los datos y sólo en segunda o
tercera instancia se vincula con la historia propiamente dicha. ...”23
No es difícil detectar el hilo que une las declaraciones de Alberdi
con las de Murray: en ambas se trata de disminuir la autoridad
del texto sin discutir su valor literario; dev a lú a n su tesis
explicatoria poniéndola en una esfera que la debilita. No sería
correcto sugerir que esta clase de lectura es patrimonio exclusivo
de los oponentes de Sarmiento, pero es una estrategia de oposición
muy efectiva.24 Ezequiel Martínez Estrada la desenmascara con
su habitual perspicacia: “Son los que se benefician con la mentira
y con la confabulación del silencio, quienes entienden que Facundo

67
no es historia, ni sociología, sino novela de costumbres, ignorando
además que justamente la novela de costumbres es la historia y la
sociología verdaderas”.25
Si esta oposición ha florecido como lo ha hecho, es interesante
ver de qué maniobras textuales deriva, es decir, en qué medida el
Facundo mismo les da origen. Algunos de los casos en que esta
problemática es inscripta textualmente elucidan algunos de los
modos en que el texto mismo contribuye al conflicto. Movido por
la preocupación de producir un texto que opere una decodificación
activa, Sarmiento suele recurrir a estrategias discursivas que le
piden al lector que suspenda la referencia factual y deje de
apoyarse en la categoría de verdad referencial, negándose a ade­
cuarse al requerimiento de producir enunciaciones verificables.26
Esto sucede, por ejemplo, en la construcción del personaje de
Facundo Quiroga, que está, como lo han puesto muy en claro los
críticos de Sarmiento, subordinado al propósito de hacerlo atractivo
desde un punto de vista literario. En el capítulo 5, cuando aparece
Facundo en el texto, hay varias estrategias de presentación y
elaboración literarias que, aunque no exclusivas de la ficción,
prevalecen en ella. En el incidente con el tigre en el desierto, el
personaje no es identificado hasta que la secuencia narrativa ha
terminado, para asegurarle un halo misterioso que subraya la
introducción textual real de Facundo. Es evidente a veces que la
elaboración narrativa no se limita a la información que Sarmiento
pudo obtener de sus informantes, sino que apela a un proceso de
ficcionalización que puede acomodar signos de omnisciencia como
el siguiente: “Cuando nuestro prófugo había caminado cosa de seis
leguas, creyó oír b ra m a r el tigre a lo lejos, y sus fibras se
estremecieron.”27 Hay también un uso del detalle que va más allá
de la transmisión de información relevante a los hechos clave, como
puede verse en el acecho aterrorizante del tigre alrededor de su
presa: “Intentó la fiera dar un salto imponente; dio vuelta en torno
del árbol, midiendo su altura con los ojos enrojecidos por la sed de
sangre, y, al fin, bramando de cólera, se acostó en el suelo, batiendo
sin cesar la cola, los ojos fijos en su presa, la boca entreabierta y
reseca.”28 La lectura invocada activa criterios literarios, no sólo
porque la voz narrativa toma un carácter omnisciente, sino también
porque se concentra en ciertos rasgos estilísticos a expensas de
los lazos referenciales que legitimarían la narración de hechos.29
Tales criterios son activados en otras ocasiones (una de ellas está
localizada en las antípodas textuales del incidente con el tigre:

68
los hechos dramáticos que llevan al crimen en Barranca Yaco), pero
hay otras estrategias que también debilitan la relación referencial,
debilitando con ello la autoridad general del texto. Entre ellas
debemos considerar el uso de la anécdota, particularmente en lo
que atañe a la presentación de Quiroga. No sorprende que se hayan
escrito varias biografías con el fin de corregir la versión de
Sarmiento de la vida de Quiroga, y demostrar sus impropiedades.30
Sin considerar la espinosa cuestión de “quién está diciendo la
verdad”, esta discusión se limitará a observar qué nudos textuales
promueve esta clase de lectura. Siem pre esforzándose por
comprometer el interés del lector, al tiempo que se ajusta a las
convenciones que guían la construcción del héroe romántico,
Sarmiento incorpora material cuya veracidad él mismo reconoce
cuestionable. Comenta algunas de las unidades narrativas como
"fábulas inventadas por la adulación”31; como coda de otra escribe:
“Acaso es ésta una de esas idealizaciones con que la imaginación
poética del pueblo embellece los tipos de la fuerza brutal.”32 En
otro caso, introduce dos anécdotas con un comentario que sugiere
un protocolo de lectura poética y ficticia: “Es inagotable el
repertorio de anécdotas de que está llena la memoria de los pueblos,
con respecto a Quiroga; sus dichos, sus expedientes, tienen... ciertos
visos orientales.”33 Si, por una parte, el personaje que dirige la
lectura está dotado de un poderoso impulso romántico y heroico,
por otro es apartado del dominio de lo factual y lo histórico, y la
lectura planteada carece del anclaje que tal dominio aseguraría.
Lo mismo vale para ciertas referencias m etatextuales que
comparten la motivación y el efecto de los comentarios que acabo
de hacer. No es infrecuente que el texto se designe a sí mismo en
una vena metatextual mediante formas que también apartan su
lectura del referente no verbal y que, en lugar de ello, actúan como
invitaciones a apartarlo de las categorías de verdad, cancelando
con ello sus cualidades denotativas. Por ejemplo: el Capítulo 4 se
abre con una fórmula común en el Facundo, cuyo propósito es
conectar los diferentes movimientos del texto y su b ra y a r la
importancia de sus componentes: “He necesitado andar todo el
camino que dejo recorrido para llegar al punto en que nuestro
drama comienza”.3,1 Aunque el texto mismo excluye la afiliación
con el género t e a t r a l , la p a la b ra “d r a m a ” produce c ie rta
inestabilidad elocutoria. Leer el texto en clave dramática implica
privilegiar los aspectos teatrales de los hechos, ponerlos en escena,
podría decirse, y distanciarlos de lo factual. Los dos casos

69
siguientes podrían servir como ejemplos: el primero, en el Capítulo
12, concluye una descripción de la provincia de Tucumán, cargada
de cualidades poéticas y centrada en la belleza exótica de la
naturaleza y la atracción de los elementos costumbristas, con la
siguiente pregunta: “¿Creéis por ventura, que esta descripción es
plagiada de Las mil y una noches u otros cuentos de hada a la
oriental? Daos prisa, más bien, a imaginaros lo que no digo. ...”35
La lectura sugerida aquí le da a la imaginación el papel clave.
Una situación similar tiene lugar en el capítulo 10, cuando aparece
la historia de la obsesión amorosa de Facundo con Severa Villafañe:
“La historia de la Severa Villafañe es un romance lastimero, es un
cuento de hadas, en que la más hermosa princesa de sus tiempos
anda errante y fugitiva, ...”36 El efecto es conjurar un mundo de
d im e n s io n e s li t e r a r i a s y e s té tic a s . Este proceso puede
comprenderse mejor a la luz de la siguiente observación hecha por
-Jens Ihwe: “En textos literarios de ficción ... la referencia
inmediata a contextos particularizados es bloqueada en favor de
una especie de referencia mediatizada a estados, procesos y
relaciones posibles, no nec e sa riam e n te compatibles con los
aceptados para un ‘mundo físico’. ... Lo que se construye es más
bien un sistema interno de referencias cruzadas.”37 En el caso del
Facundo hay una relación interesante entre lo que llamaré conta­
minación ficticia y las controversias que rodean su recepción. La
frontera entre ficción y mentiras corre el riesgo de desvanecerse
cuando un texto muy polémico, con una motivación fuertemente
pragmática, incorpora instrucciones para leer que debilitan sus
raíces referenciales. La exposición precedente se ha centrado en
la inestabilidad genérica y en las “invitaciones a la ficción” (para
citar la sugerente frase de Sylvia Molloy), pero hay otro factor
determinante que se manifiesta en ciertas fisuras del texto en las
que el lector percibe un reconocimiento de la relación problemática
con lo real. Hay dos casos particularmente interesantes en la
segunda edición de 1851, cuando, después de su descripción de
Córdoba y Buenos Aires en el Capítulo 7, Sarmiento cuestiona la
veracidad de su propio texto al admitir en una nota al pie su falta
de objetividad, su exageración, y las incorrecciones, motivadas por
“el calor de los primeros años de exilio”. A continuación, en la
misma nota, incluye el ya mencionado reproche hecho por Alsina
respecto de la exageración y la hibridez genérica. Si esta nota no
llega a ser la confesión de un error, debilita de todos modos la

70
autoridad textual, como lo hace la inclusión de una cantidad de
notas de Alsina en esta edición.
Los riesgos implicados en estas prácticas discursivas se
comprenden mejor a la luz del hecho de que las definiciones lógicas
de ficción, error y mentira están interrelacionadas:
a) Si un hablante H dice una proposición p a un interlocutor/
lector I describiendo un estado de cosas EM en tx y si p es de hecho
no cierto en el mundo compartido EM en tx y si H cree que p es
cierto en EM entonces H comete un error.
b) Si H dice p sabiendo que p es falso en EM en tx pero H
pretende hacer creer en la verdad de p en EM en tx, entonces H
miente.
c) Si una proposición p es en realidad ni verdadera ni falsa en
EM a un cierto tx pero puede imaginarse un Mj en ty en el que p es
Mj-cierto, p es una proposicion ficticia.™
Si bien la notable vitalidad del Facundo en las formaciones
culturales argentinas tiene que ver con su trascendencia del
dominio textual y su penetración en la praxis social, también ha
arrastrado la posibilidad de producir interpretaciones que intentan
subvertir los reclamos de validez del libro borroneando los límites
entre ficción, m entira y error. Dentro de esta muy riesgosa
contaminación tenemos que localizar la formación problemática
de la identidad nacional, constantemente tironeada por reclamos
de validez en conflicto. No es infrecuente que la misma naturaleza
cuestionadora de las lecturas “en contra” del Facundo sea el punto
de partida para interpretaciones alternativas de los problemas en
cuestión, como veremos en la sección siguiente al examinar el
intento de Valentín Alsina de demoler el relato de los hechos que
hace Sarmiento.

Estar ahí: la reescritura de la historia


Rumbo a Europa a comienzos de 1846, ostensiblemente em­
barcado en un viaje para estudiar sistemas educacionales, pero
también buscando respiro de las muy acaloradas controversias de
que era centro en Chile, Sarmiento se detuvo en Montevideo y

71
conoció a los exilados argentinos en esa ciudad. Sarmiento había
pasado su vida adulta alejado de los centros metropolitanos de la
actividad política argentina, Buenos Aires y Montevideo; ahora
tuvo su presentación personal con los líderes de la resistencia en
Montevideo. Ejemplares del Facundo habían precedido la llegada
de su autor en varios meses, pues Sarmiento había dispuesto
hábilmente la distribución de su libro de modo que llegara a los
miembros más prominentes del partido anti rosista. Bartolomé
Mitre publicó fragmentos en El Nacional (Florencio Varela se había
negado a hacerlo en El Comercio del Plata)39 y Sarmiento habló
del libro con Esteban Echeverría, el decano de la Generación de
1837. Después de su lectura del F acu nd o , Valentín Alsina,
prom inente exilado unitario en Montevideo, le hizo llegar a
Sarmiento una lista de correcciones preliminares “amistosas”. La
meticulosa preocupación de Alsina por la corrección (tal como él la
entendía) lo llevó a escribir cincuenta y una notas, que implicaron
un gran esfuerzo de su parte, durante los siguientes cuatro años.
Y por mucho que se hubiera extendido. Alsina no creyó haber
cubierto todos los errores que necesitaban rectificación. De hecho,
en una carta fechada el 9 de julio de 1851 le anuncia a Sarmiento
que tiene una continuación para sus Notas, pero que no ha
encontrado un modo seguro de enviárselas. En consecuencia, le
pide que no saque la segunda edición: “no debe pensar en la
segunda edición que dice, hasta no recibir todas mis Notas\ de lo
c o n tra rio , s a ld ría con muchos e rro re s y f a l s e d a d e s ”. 10 La
autoritaria advertencia de Alsina tuvo poco efecto sobre Sarmiento,
que publicó la segunda edición en 1851 y encontró una excusa para
haber prestado una atención relativamente escasa a estas proli­
ferantes enmiendas. Pues realmente las Notas socavan la auto­
ridad del libro de un modo poderoso: incorporarlas habría signi­
ficado escribir un Facundo diferente. En un gesto que revela una
sugerente mezcla de independencia y gratitud, Sarmiento le dedicó
la segunda edición a Alsina, agradeciéndole ostensiblemente su
colaboración, y a la vez confesando que había hecho poco uso de
las notas: “He usado con parsimonia de sus preciosas notas, guar­
dando las más sustanciales para tiempos mejores y más meditados
trabajos, temeroso de que por retocar obra tan informe, desa­
pareciese la fisonomía primitiva y la lozana y voluntariosa audacia
de la mal disciplinada concepción.”41 Sarmiento hizo una cantidad
de alteraciones en la tercera y cuarta ediciones, algunas de las
cuales surgen de observaciones de Alsina. No obstante, cuando se

72
emprendió la publicación de las Obras Completas en 1889, Luis
Montt siguió la primera edición, sin advertir los cambios que
habían sufrido las subsiguientes. Quizás para rem ediar esta
omisión las Notas fueron publicadas en 1901, en la Revista de
derecho, historia y letras dirigida por Estanislao Zeballos. La
espléndida edición de Alberto Palcos de 1938 (basada en la cuarta,
publicada en París por Hachette) incluye las Notas de Alsina como
uno de los documentos ccorrespondientes a los primeros años de
la vida del libro.
Sorprende la posición inusual de este texto. A diferencia de los
artículos periodísticos en los que se llevaban a cabo los debates
sobre el Facundo, las notas de Alsina no estaban destinadas a la
publicación, por lo que nosotros como lectores somos una especie
de intrusos, participando en un circuito de comunicación que sólo
debía contener a Alsina y Sarmiento: “Sólo me resta advertir que
lo dicho en ella (la presente nota) no es, como ya Ud. lo alcanzará,
para publicarse por ahora: es sólo aquí, para entre los dos, y para
guía de Ud.”42 Esta lectura del Facundo es como una conversación
por escrito, con breves citas de la primera edición, precedidas por
números de página y línea para que Sarmiento identificara el
pasaje en cuestión. Para quienes no tienen a mano la primera
edición, el comentario de Alsina debe ser reubicado en el texto del
Facundo para hacer coincidir lectura y texto.
Aun a pesar de la peculiaridad del status de las notas, pronto
se hace evidente que son una serie, particularmente enérgica, de
cincuenta y una correcciones: la lectura de Alsina es un ejercicio
de autoridad. Se pone en el lugar del que sabe y del que, a partir
del conocimiento, tiene el poder con el que reacomodar el relato de
los hechos que hace Sarmiento. Hay muchas afirmaciones que
revelan su abrumador sentimiento de dominio sobre el material,
desautorizando claramente al autor aun mientras afirma ser un
lector amistoso:
Borre Ud eso amigo mío: porque a más de ser una mentira, es una
ingratitud y una injusticia. (398)
Ha largos años que acerca de esto, como de ciertas doctrinas filosóficas,
enseñadas en Buenos Aires, he oído muchas absolutas, muchas pedanterías,
m uchas ex a g era cio n es y m u ch as to n ter ía s, p roferid as con aire de
magisterio. (375)
Lo de Napoleón que Ud. añade, es tan cuento tártaro, como tantas
otras cosas... (366)

73
En su tono a menudo arrogante y burlón, Alsina produce un
discurso de autoridad que, si es tomado como tal, niega los recla­
mos de Sarmiento de conocimiento sobre una variedad de temas,
que van desde cómo se escribe la historia a cuestiones de infor­
mación local, tales como el número de estancias que puede haber
en una provincia (no diez mil como sugiere Sarmiento, pues una
pampa con cien estancias ya no sería una pampa),43 qué hazañas
ecuestres son creíbles, cuántas iglesias había realmente en Buenos
Aires, o la ropa que usaba la gente que, como Alsina, asistían a la
Universidad. En las Notas Sarm iento es presentado como el
ausente, cuya escritura se basa en lo que ha oído y no en la
presencia, proveedora de verdad.
Evidentemente, Alsina se tomó muy a pecho la tarea de leer y
corregir el Facundo, pero uno se pregunta cuál es la fuente de su
autoridad, y, de un modo más general, cuáles son los factores que
entran en juego para permitir que la interpretación se ponga en
un sitial desde el cual pueda imponerse. En el caso dt Alsina, el
poder está construido como emanación del papel jugado en algunos
de los hechos a los que se alude en el Facundo, y de su concepción
del apuntalamiento legitimador de la escritura histórica. En la
raíz de su reclamo hay una cuestión de lugar: Alsina era un porteño,
que había experimentado los hechos en Buenos Aires de primera
mano. Sarmiento en cambio era un provinciano de la distante San
Juan. Nacido en 1802, Alsina le llevaba sólo nueve años a Sar­
miento, pero muy joven tuvo participación im portante en el
gobierno de Rivadavia y en las negociaciones que resultaron en la
subida al poder de Dorrego. Como prominente abogado, jugó un
papel clave en los primeros años de la nación que formulaba su
sistema legal, y se le llegó a confiar la redacción del Código Civil.
Cuando enseñaba Derecho en la Universidad de Buenos Aires fue
encarcelado por hombres de Rosas. Logró huir a Montevideo con
su familia, y allí continuó la lucha contra Rosas como miembro de
la Comisión Argentina y como prestigioso periodista cuyos artículos
aparecían en El Comercio del Plata de Florencio Varela y en El
Nacional de Bartolomé Mitre. En Montevideo, Alsina era visto como
el “líder legítimo” de los exilados agentinos.44 Su camino político
estaba íntimamente ligado al partido unitario, y lo seguiría estando
en los años posteriores a Caseros. No obstante, como su suegro
fue figura importante en el gobierno de Rosas, Alsina estaba en
una posición única de estar a la vez oficialmente en la oposición y
te n e r un contacto familiar con el enemigo.45 A diferencia de

74
Sarmiento. Alsina representaba los intereses de la provincia de
Buenos Aires (de la que sería Gobernador dos veces, en 1852 y
1857, cuando Buenos Aires se separó de la Confederación), y en
sus Notas se presenta con frecuencia como una autoridad en los
hechos que tienen que ver con esta parte del país. De hecho, Alsina
fue dirigente de los “septembristas”, quienes el 11 de septiembre
de 1852 se alzaron contra el gobernador de Buenos Aires designado
por Urquiza, Vicente López y Planes, con el fin de mantener la
provincia y su puerto aparte de la Confederación dominada por
Urquiza. En 1846, entonces, cuando Alsina leyó el Facundo por
primera vez, se consideró no sólo un actor clave en la lucha contra
Rosas, sino alguien con conocimiento de primera mano de los
complicados acontecimientos que el libro de Sarmiento afirmaba
discutir a fondo.46
Este conocimiento desde adentro está en la base del concepto
de la historia que sostenía Alsina. Podría decirse que veía a la
historiografía a partir de un prerrequisito seminal: estar ahí. El
conocimiento histórico para Alsina se basa en oír, ver, ser testigo:
todas las otras formas m ediadoras son sospechosas. Parece
considerarse como el “Cronista Ideal” de Arthur Danto: “Sabe lo
que pasa en el momento en que pasa, ... todo lo que sucede en el
entero círculo del Pasado es descripto por él”.47 Cuando Alsina
rebate afirmaciones de Sarmiento, por lo general recurre a la legi­
timación provista por su propia experiencia, por lo que puede sobre­
volar el Facundo, con un lápiz rojo en la mano, escribiendo sobre
el texto. “Ver para creer” podría haber sido su pronunciamiento
fundacional: “Así será: pero yo jamás he oído de Rosas, ni de nadie
esa gran prueba, y deseara verlo para creerlo.” (366) En otro punto,
para ase g u rar a S arm ien to de la credibilidad de su propia
interpretación del levantamiento de Lavalle contra Dorrego, usa
la siguiente fórmula característica: “No dude Ud. de esto: le hablo
por lo que mis ojos vieron muy adentro” (405), con la metáfora
visual proclamando la penetración, la veracidad, y el acceso a la
“realidad factual”. O al corregir el relato de un incidente en el que
participó Facundo Quiroga durante su estada en Buenos Aires,
afirma: “No fue exactamente así ese pasaje, acaecido muy cerca de
donde yo me hallaba, y el cual no me parece que se publicó en los
diarios”. (422)
Como sostén de la confianza de Alsina en su poder interpretativo
está el hecho de que en varios casos presenció y tomó parte en los
hechos de los que se trata. Al corregir la aseveración de Sarmiento

75
de que cierta orden se había originado en la presidencia, apoya su
versión diferente del siguiente modo: “...y yo, que desde 1821 estaba
en el Ministerio de Hacienda, pasé al nuevo y nacional del Interior;
y en ese carácter, redacté la Circular mencionada”.(381) En otros
casos la fuerza de validación descansa sobre el conocimiento
personal de quienes tenían poder político. Bajo esta luz. Sarmiento
queda como alguien por completo al margen: en tanto provinciano
que había pasado una parte importante de su vida adulta exilado
en Chile, sospechamos que a los ojos de Alsina el autor del Facundo
había tenido una relación muy indirecta con los actores y sus
acciones. Por su parte, Alsina ocupa un sitio interpretativo
reforzado por su centralidad en el escenario de Buenos Aires. Si,
al tra ta r el gobierno de Rivadavia, Sarmiento hace una mención
de “su lenguaje pomposo”, el comentario de Alsina al respecto es
i lu s tra tiv o de la medida en que siente que puede ponerse
discursivamente por encima del texto que está leyendo: “Desearía
mucho una explicación de Ud. sobre esto. ... por más que Ud. oiga,
(Rivadavia) era en su trato privado, franco, festivo, atractivo”. (367-
368) Aquí marca una oposición tácita entre hablar de oídas (la
fuente del conocimiento de Sarmiento) y el acceso al círculo privado
de amigos de un funcionario (el status privilegiado de Alsina). Ni
siquiera Rosas está excluido de esta esfera personal, en la que se
apoya la autoridad de Alsina: para reafirmar ante Sarmiento la
veracidad de su relato de circunstancias que implicaron a Rosas,
declara: “él mismo, estregándose las manos de gusto, me lo dijo en
marzo de 1828”. (389) Este modo de privilegiar la experiencia como
factor base de la escritura histórica recuerda la astuta observación
de Joan Scott: “La prueba de la experiencia funciona como funda­
mento al dar a la vez un punto de partida y una especie conclusiva
de explicación, más allá de la cual pocas preguntas pueden o deben
ser hechas. Y sin embargo, son precisam ente las preguntas
censuradas (preguntas sobre discurso, diferencia y subjetividad,
así como sobre lo que cuenta como experiencia y quién hace esa
determinación) las que nos permitirían historizar la experiencia,
y reflexionar críticamente sobre la historia que escribimos sobre
ella, en lugar de apoyar nuestra historia sobre ella.”4* Aun cuando
Alsina fundamenta su autoridad en su propia “prueba de ex­
periencia”, está desnudando la medida en que su producción de
sentido deriva del sitial político y subjetivo que ocupa al leer el
Facundo. Mi lectura de las Notas está informada por el deseo de

76
considerar los factores que condicionan su experiencia y las
estrategias a través de las cuales reclama autoridad.
La autopresentación de Alsina como un actor “desde adentro”
está marcada por referencias emblemáticas al tema de los secretos
a los que tiene acceso: su escritura oscila entre lo que puede decir
porque sabe y lo que no puede decir o no dirá aun cuando lo sabe
muy bien. Juega con el ritmo marcado entre revelación y ocul-
tamiento; lo que revela está en el texto de las Notas; lo que oculta
es la prefiguración de una escena futura de escritura. Pues, aun
cuando dice que está ocultando, Alsina anuncia su intención de
producir otro relato, mucho más completo, de los hechos discutidos.
En otras palabras, parecería e sta r planeando un texto que
reemplazaría y desplazaría al Facundo mismo, un texto validado
por la mayor autoridad discursiva de Alsina: “Ahora no puedo sino
hacer estas indicaciones: la prueba de todas ellas necesitaría
muchos pliegos de papel. Si llego a escribir mis Apuntes Biográficos,
que he prometido a Ud., entraré probablemente en menudencias y
explicaciones, sobre cosas y puntos ignorados de Ud. y de casi todos,
y los cuales no le dejarán duda de la verdad de lo que aquí siento.”
(404) La posición de Alsina parece ser una versión radical de la
interpretación misma: se c aracteriza por un grado de des­
plazamiento de su objeto. En este caso, se prepara un sitio para
los Apuntes que pondrán las cosas en su lugar, gracias al cono­
cimiento superior del autor y su acceso a información secreta. Está
reclamando un poder enunciativo total con una energía que aparece
muy claramente en la siguiente afirmación, estratégicam ente
ubicada en la conclusión de sus N otas: “No conozco a nadie que
quiera o pudiera escribir estas Notas; es decir, que esté tan al cabq
de tantos pormenores (y aun los expuestos, y que expondré, son
pocos, respecto de los que entrarán en mis Apuntes Biográficos) o
al menos, que los tengan tan presentes.” (426)
Pese a su participación muy personal en los hechos en cuestión,
que podrían llevarnos a inferir que concibe su rol como el de alguien
que se limita a informar de lo que ha presenciado (o al menos ha
oído de primera mano), Alsina deja en claro que su misión es
salvaguardar las normas de la producción histórica. En contra de
lo que algunos otros críticos de la época vieron en las afiliaciones
genéricas mezcladas del Facundo (postura tan claramente m ani­
festada por quien escribió la primera reseña, en El Mercurio, el 27
de julio de 1845: “Tenemos una idea que puede parecer con­

77

i
tradictoria cuando acabamos de elogiar una de sus obras por su
mérito histórico. Creemos que el señor Sarmiento está señalado
como el escritor de la novela nuestra. ...”),49 Alsina juzga al libro
sobre las líneas de un paradigma discursivo exclusivo: la historia,
tal como él la concibe. Este es, sin dudas, el requisito de validez
que impone desde el comienzo, adjudicándole a Sarmiento la
intencionalidad de un historiador.
Es interesante notar la postura muy crítica de Alsina frente a
la afiliación histórica del Facundo, como lo es contemplar la
completa certeza con la que asume que él puede satisfacer todos
los requisitos del discurso histórico. De hecho deja en claro las
operaciones ideológicas que permiten un modo de comprensión (en
el caso de Alsina, podría caracterizárselo en forma resumida como
“enfoque de primera mano”), a ser articulado como un discurso de
“hechos”. Nunca se presenta en la postura de quien interpreta,
sino como alguien que dice la verdad y disipa errores. A sus ojos,
la suya es la “historia oficial”, como lo dice al término de una
extensa nota en la que le prueba a Sarmiento que Dorrego nunca
trató de acercarse a los unitarios: “Tal es, mi amigo, la historia
oficial del gobierno de Dorrego, en su relación con los unitarios,
desde el instante de su instalación en 1827, hasta la aurora de
diciembre en 1828”. (329) Oponiéndose al relato de Sarmiento de
la relación entre Lavalle y Rosas, en la que el primero le entrega
el poder al segundo (una capitulación que un unitario jamás
aceptaría) Alsina exclama con impaciencia: “¡Así se propagan y
arraigan los falsos testimonios históricos!” (410) Al final de la
misma nota, que se ocupa en gran detalle de las motivaciones
detrás de las acciones de Lavalle en el poder, y después de quejarse
ácidamente sobre la falsedad de los relatos de este período, exclama
en un francés imperfecto: “Et voilá justem ent comme on écrit
l histoire!” (415) El on impersonal es una velada invocación a una
norma muy distinta de la escritura histórica que él parecería estar
reclamando. Por supuesto, no es accidental que elija expresar su
desaprobación en francés, como si apelara a la autoridad de los
maestros franceses. Y de hecho Alsina pudo tener en mente los
escritos de los historiadores de la escuela romántica, quienes, como
él, estaban muy comprometidos políticamente y abiertamente
activos en la política contemporánea. Un caso ejemplar podía ser
el Augustin Thierry de los años que precedieron a la monarquía
de julio de 1830, pues podría haber sido modelo de la imagen del
historiador como activista político. Como señala Lionel Gossman,

78
Thierry creía “que era imposible escribir historia salvo por la
experiencia contemporánea, ya que eran sus preocupaciones pre­
sentes las que le indicaban qué preguntas hacerle al pasado”.50
Como es bien sabido, sólo en 1848 los historiadores dejaron de
pensar en sí mismos como lo habían hecho Michelet, Thierry,
Quinet, y, haciendo pasar a segundo plano los aspectos visionarios
y públicos de su trabajo, empezaron a verse como científicos y
profesionales. No obstante, m ientras que Alsina puede haber
encontrado el modelo de compromiso político en los ejemplos
franceses que convoca su impaciencia, por cierto que no encontró
en ellos una justificación para reclamar ser el narrador autorizado
de los hechos en que había participado. Pues Thierry y Michelet
establecieron sus reputaciones con sus escritos sobre la Edad
Media, mientras que el texto de Alsina no retrocedía en el tiempo
más que una década o dos. El intento de reclamar una tradición
legitimadora, de hecho desnuda la excentricidad de Alsina respecto
de esa misma tradición. Aun cuando invoca la autoridad de la
“Historia”, produce un escrito que se revela como algo distinto de
la historia. Quizás no hay indicación más clara de esto que el
instrumento con el que espera justificar la fuerza de sus reclamos:
el insistente “yo” que se erige a la vez como testigo y actor. Alsina
se está postulando como el estadista escritor, como una figura
ejemplar que sabe lo que pasó y a la vez sirvió el interés público
participando activamente en los hechos bajo discusión. Hay nu­
merosos ejemplos de esta omnipresente primera persona: si se trata
de la elección de Diáz Vélez como M inistro G e n e ra l, dice
directamente: “Esta elección se me debió a mí” (411); cuando se
refiere a sus sospechas de mala fe de parte de Rosas después de
Puente de Márquez, describe su papel central en el proceso de
desenmascarar la deshonestidad de Rosas: “No sé si yo fui el
primero en verlo, pero sí sé que fui el primero que tuvo el coraje
de decirlo por la prensa. ... Escribí pues, un largo comunicado (que
publicó El Tiempo y que conservo). ... Esta publicación fue de
grande efecto. Los hombres empezaron a reflexionar y a sacudir
su letargo y apatía. ... Hice más. En mi estudio convoqué, y se
empezaron a hacer las reuniones. ... Allí se discutió, organizó y
dispuso todo. ...” (412). Su mano (por momentos confesadamente
desfigurada cuando las circunstancias requerían el máximo
secreto) aparece en las firmas de decretos, de notas privadas, como
si fuera la huella persistente de su presencia en los hechos cru­
ciales que precedieron su exilio. Es tentador sugerir que las Notas

79
están haciendo en realidad una corrección central velada por otras
muchas. Están llenando un vacío en el libro de Sarmiento: la
centralidad del mismo Alsina. Para el lector del siglo XX, las Notas
prefiguran de un modo textual el poder que Alsina alcanzaría
después de Caseros. Podría verse a las Notas a la luz de estos
hechos por venir, y, como en “Kafka y sus precursores” de Borges,
ver estos hechos anticipados en la escritura de las cincuenta y una
correcciones, leyendo así el futuro en el pasado. Algunas de las
actitudes recalcitrantes de los porteños que, como Alsina y Mitre,
se negaron a rendirse a la unificación nacional, pueden anticiparse
en la energía expresada en este texto temprano.
La mirada de Alsina está totalmente regulada por los prejuicios
de la visión unitaria. De hecho, su selección misma de pasajes a
corregir en el Facundo está determ inada por la necesidad de
ajustar la presentación de hechos a los dictados de esta visión. Su
práctica histórica confirma la observación de Michel de Certeau
de que “los historiadores parten de determinaciones presentes”:
su escritura está controlada por su sitio de producción: el de un
exilado que lucha no sólo por recuperar el acceso al poder sino
también, y con este mismo propósito en mente, presentar un relato
muy limpio de la política pasada de los unitarios.51 Es la misma
ceguera de Alsina a este proceso la que nos permite obtener la
visión de lo que hizo posible ias Notas, vale decir el efecto de las
estructuras ideológicas en la codificación de la historia. Su visión
unitaria actúa como el paradigma interpretativo que pone a actuar
sobre el Facundo y que constituye el significado de sus Notas: las
mismas condiciones en las que elabora lo que puede pensarse sobre
los hechos en cuestión. Alsina no ocupa el lugar usual que se
acuerda al historiador tradicional como escritor (en la periferia
del poder, alrededor de él, reflejando el poder del que carece),52
sino que escribe dentro del círculo hegemónico de los que ejercieron
el poder político y que esperaban recuperarlo cuando Rosas fuera
derrocado. Desde este círculo de privilegio reescribe el texto de
Sarmiento, que actúa como un palimpsesto donde Alsina borra,
corrige e inscribe su propia escritura. No es infrecuente encontrar
pasajes en los que una nota contiene mucho más de lo que habría
sido necesario para rectificar una afirmación de Sarmiento, pues
con frecuencia son tratadas como un texto abierto, con suficiente
flexibilidad temática para incorporar cualquier cosa que Alsina
considerara apropiada. Es por eso que las Notas terminan siendo
mucho más que correcciones, y acercándose más a un verdadero

80
ejercicio de reescritura. Un ejemplo ilustrativo es la nota número
gt destinada a corregir errores de Sarmiento sobre los programas
educativos en la Universidad y el Colegio de Monserrat. Después
de hacer su corrección, agrega: “Y ya que nombro al doctor Bedoya,
permítame Ud. que consagre aquí un renglón en justo honor de
él.” (371) Por momentos reconoce: “esto basta cuanto al punto de
esta nota: pero seguiré...” (373) o “concluiré esta nota con un
recuerdo, aunque extraño al asunto de ella, justísimo” (378), y se
embarca en un homenaje a un amigo, el doctor Jil. Si se limita a
corregir el Facundo, Alsina lo hace generalmente yendo más allá
de la mera rectificación: vuelve a contar toda la historia con tantos
detalles contextúales como puede recordar. En la nota 33, por
ejemplo, se detiene en un pasaje muy breve en el que Sarmiento
refiere el rechazo que sufrió el General Paz de parte de los unitarios
(“Rechazado aquí, desairado a llá ”), n arrando de modo muy
detallado no sólo cómo Lavalle había invitado a Paz a volverse
“jefe de Estado Mayor” en Uruguay, sino también cómo el mismo
Alsina había jugado un papel crucial haciendo de intermediario y
mensajero entre Lavalle y Paz en esa época, esforzándose por
comunicarle a Paz con cuánta ansiedad lo esperaban y le daban la
bienvenida los hombres de Lavalle. Si la nota articula un relato
elocuente de la medida en que Paz no sufrió rechazos, también
sirve para forjar el perfil de Alsina el patriota, cediendo a las
demandas de la Comisión Argentina aun cuando su salud estaba
en peligro, viajando entre distintos puertos de la costa de Uruguay
(Colonia, Montevideo, Punta Gorda) en su papel de emisario de
confianza de Lavalle, e intercediendo ante su primo Ferré (una
vez más, Alsina nos recuerda su centralidad en una red de rela­
ciones muy íntimas), el gobernador de Corrientes, en las tensas
negociaciones con Lavalle. La misma minuciosa atención al detalle,
a los hechos menores y a la participación personal apuntalan la
nota 39, con su extenso relato de las negociaciones entre Lavalle y
Rosas en Puente de Márquez, destinadas a probar que Lavalle no
fue derrotado allí. Alsina no sólo rectifica (de acuerdo con su
versión de los hechos) sino que también amplifica, agrega digre­
siones que nacen de su sentimiento de lo que importa, y, en general,
reescribe el relato de los pasajes que objeta. En su modo pecu­
liarmente autoritario de leer, las Notas ilustran de modo radical
lo que Samuel Weber afirma que es la relación entre la crítica y su
objeto: “La autoidentidad de una interpretación dependerá de lo
que ataca, excluye e incorpora: en una palabra, de su relación con

81
y dependencia de lo que no es...”ñ3Si, entonces, toda interpretación
se propone como un proceso agonístico caracterizado por el desalojo
de su objeto, las Notas de Alsina ilustrarían meramente una versión
más extrema de esta operación.
Leyendo entre líneas el texto de Alsina, no es difícil detectar el
perfil de la historia unitaria social, cultural y política, que data
de los años que siguieron a la revolución de 1810, cubre el período
marcado por el ascenso de Rivadavia al poder, su caída, la natu­
raleza y problemas de la gobernación de Dorrego, las compli­
caciones de la personalidad de Lavalle, y los detalles de la ejecución
de Dorrego, las negociaciones entre Lavalle y el General Paz, y
entre Lavalle y Rosas, todo registrado por el ojo privilegiado de
un actor. Este texto en sombras prefigura algunas obras claves en
la historiografía argentina del siglo XIX en su situación: está
escrito en Buenos Aires, no importa dónde estuviera Alsina durante
la era de Rosas. La provincia es vista como un centro político
autosuficiente, interesado sólo en sí mismo, cuyo trato con otras
provincias y con Montevideo son resultado de su lucha por la
hegemonía. La escritura de Alsina está informada por una pers­
pectiva provincial, no nacional. Esta posición llevaría a las batallas
de Cepeda y Pavón, que resultarían de la negativa de Buenos Aires
a ceder algunos de sus privilegios y unirse a la nación que emergía
después de Caseros. Da la espalda de modo tan consistente a las
otras provincias que en su discusión de las épocas de Rivadavia y
Dorrego, cuestiona la división estructural entre unitarios y fe­
derales, que es el paradigma explicativo de Sarmiento:
En esos años, ni aun las voces “unidad”, “federación”, “federales”,
“unitarios”, se oían en Buenos Aires: no las hallará Ud. en ningún diario
de entonces. Todas las cuestiones rodaban sobre asuntos de la provincia:
ninguna se refería al resto de la república, ni a organización nacional.
Los dos partidos se d esignab an ú n ic a m en te por “m in is te r ia l” y de
“oposición”; ... Cuando después el congreso empezó a tratar la cuestión de
unidad o federación, aquella denominación desapareció para sustituirla
la que ha prevalecido hasta hoy — la de “unitarios y “federales”. (386-387)
Alsina no sólo cuestiona la elección de nombres partidarios y
la organización conceptual que denotan; también está vaciando al
término “federales” de su contenido semántico, salvo por la marca
negativa. Esto sugiere que los federales carecían de un programa
político válido propio, y que el único rasgo que los definía era su
deseo de obstruir la aparición de todo lo que fuera bueno y nuevo.

82
Las Notas constituyen una versión prelim inar de la clase de
discurso histórico hegemónico que produciría Bartolomé Mitre en
décadas futuras. La lectura del Facundo que ponen en acción parece
adicalizar la postura pro-Buenos Aires del libro y ahondar el
r ntagonismo con las aspiraciones políticas del interior, y hasta
niquilarlas discursivamente. Desde su posición de provinciano,
en cambio, Sarmiento comprendía el término “unitario en sentido
diferente, implicando una preocupación por la organización na­
cional.54Al no poder articular una conciencia nacional, los hombres
con las mismas ideas que Alsina postergaron la construcción de la
nación en la era posterior a Rosas, y las Notas revelan las
limitaciones de su visión.
Hay otro modo notable en que las Notas prefiguran los textos
principales de la historiografía argentina del siglo XIX, y es su
elección de mitos heroicos. Como Mitre y Sarm iento cuando
editaron la Galería de Celebridades Argentinas de 1857, Alsina se
toma gran trabajo por vindicar los logros de Rivadavia y retratar
a Lavalle bajo una luz atractiva. Rivadavia representa los ideales
unitarios de la década de 1820, y como tal es el héroe porteño del
momento. Si Sarmiento describe el fin de su presidencia como una
caída (“la presidencia ha caído en medio de los silvos y rechiflas
de sus adversarios”), la corrección de Alsina la vuelve un acto
voluntario muy lamentado por sus seguidores y que inspiró a la
vez sorpresa y respeto en sus opositores. La única crítica que Alsina
dirige a Rivadavia es que bajó del poder, lo que no es casi una
crítica. 4
El retrato de Lavalle es más complejo y ambivalente, pero tiene
el poder discursivo para contribuir a la construcción del mito. Entre
los argentinos prominentes de este período, Lavalle ocupa un lugar
significativo en el imaginario colectivo: se han escrito canciones
sobre el viaje heroico emprendido por sus hombres para enterrarlo
en Bolivia de modo de impedir que los enemigos rosistas vejaran
el cadáver, y un celebrado novelista como Ernesto Sábato toma
elementos de la saga popular de Lavalle en su novela Sobre héroes
y tumbas. Las Notas de Alsina representan una contribución al
discurso mitificante sobre Lavalle en la medida en que crean una
figura falible pero muy atractiva: “Este hombre, cuya memoria es
para mí muy querida, tan valiente, tan desinteresado, tan buen
padre de familia, de tan buenos servicios, de deseos tan puros y
patrióticos, de sentimientos tan caballerosos, de buen talento, de
buena dicción, no tenía, sin embargo, otras varias dotes, indis­

83
pensables para constituir un hombre público...” (404) Como sigue
explicando Alsina. los defectos de Lavalle residían en cierta cua­
lidad obstinada, una incapacidad para aceptar críticas, y cierta
propensión a aburrirse frente a las dificultades. No obstante,
Alsina se a p r e s u r a a s e ñ a la r la n a t u r a le z a heroica de su
participación en la lucha contra Rosas, emprendida con la marca
de un héroe romántico: “[La lucha contra Rosas en 1829] la
acometió en una volcánica erupción de los más notables y generosos
sentimientos excitados con la noticia del asesinato de los Mazas...”
(405) Algunas de las acciones de Lavalle son adornadas con las
cualidades de valor casi temerario que Sarmiento le atribuye a
Facundo Quiroga. Un ejemplo es un hecho que tuvo lugar la víspera
de la firma del pacto del 24 de junio entre Lavalle y Rosas. Al
llegar a los cuarteles de Rosas en la estancia de Miller, donde los
dos rivales habían acordado reunirse, y al no encontrar a Rosas
esperándolo, Lavalle. a diferencia de Rosas (quien por miedo y
suspicacia se había retirado momentáneamente) exhibió su poco
temor acostándose a dormir en la que podía haber sido la cama de
Rosas. Alsina da el siguiente epílogo a la narración: “Vino Rosas;
y cuentan que se paró y estuvo contemplando en su sueño a aquel
hombre singular. ¡No lo haría yo! (estaría tal vez diciendo entre
sí) Hay en ese rasgo de Lavalle, en esa confianza, algo de
característico, de noble e imponente.” (410) Aun si carecía de la
decisión firme que necesita un estadista, Lavalle emerge como
digno de interés y admiración: temperamental, pero con un toque
de grandeza. Y sus defectos no se traducen en derrota: si Sarmiento
considera el pacto firmado entre Rosas y Lavalle como una ren­
dición. Alsina le asegura que fue un acuerdo para llam ar a
elecciones generales a la Sala de Representantes, roto por Rosas y
sus maquinaciones. Está reescribiendo el registro histórico de los
hechos de Puente de Márquez para borrar toda huella de debilidad
en Lavalle a la vez que subrayar la naturaleza engañosa de Rosas.
Alsina inclusive redistribuye la importancia relativa atribuida a
los actores políticos en el Facundo: al General Paz, por ejemplo,
se le da un lugar secundario, considerablemente alejado de la
centralidad casi mesiánica que él ocupaba allí.
Como hemos visto, la lectura de Alsina es presa de la ceguera
cuando llega a las restricciones ideológicas que colorean sus
maniobras interpretativas. No obstante, hay unas pocas ocasiones
en que es iluminada por penetrantes reflexiones que ponen a
prueba la lógica misma de la empresa conceptual de Sarmiento.

84
Como Alberdi y muchos otros futuros lectores del Facundo, Alsina
discute la validez de la polaridad entre civilización y barbarie que
apuntala la exposición de Sarmiento; pero, a diferencia de otros,
va un paso más lejos sin invertir los términos sino cuestionando
la lógica del sistema oposicional. polar, que está construyendo. Para
rastrear la línea de razonamiento de Alsina, será necesario ver el
modo en que responde a las cuestiones epistemológicas propuestas
por sus objeciones. Desde el comienzo, en la nota 2, Alsina articula
su crítica sobre el error básico detrás del trabajo de Sarmiento, lo
que llama su “propensión a los sistem as”, responsable de las
frecuentes exageraciones y un descuido general por la exactitud:
“De aquí nace naturalmente que, cuando halle un hecho que apoye
sus ideas, lo exagere y amplifique; y cuando halle otro que no se
cuadre bien en su sistema, o que lo contradice, lo hace a un lado, o
lo desfigura o lo interpreta.” (365) Cuando retoma este problema
en la nota 39, el razonamiento de Alsina se vuelve interesante y
sugestivo, porque trasciende la lógica de las oposiciones binarias
(civilización/barbarie, ciudad/campo, cultura/naturaleza, y todas
las polaridades subsiguientes engendradas sobre esta base) afir­
mando que las oposiciones mismas no pueden adherir a un canon
fijo. Examinando los modos en que el sistema ciudad/campo pueden
desplazarse, de modo que la lógica que los separa y distingue uno
del otro cesa de funcionar, Alsina está probando realmente que el
axioma no necesariamente se aplica a todos los casos, y que en
consecuencia no se puede fijar un campo que no esté atrapado en
una red potencial de otras relaciones: 55
...para poder sentarse la teoría de Ud. como doctrina general y segura,
sería preciso que en esa lucha obrasen, de un lado, exclusivam ente las
campañas, y de otro exclusivam ente las ciudades: y esto ni ha sucedido ni
sucederá jamás. Siempre hubo a favor de las ciudades, hombres de las
campañas o gauchos; y a favor de las montoneras, hombres y elem entos
de las ciudades: la tercerola, la lanza del montonero, son un producto de
las ciudades, un producto de las artes, de la civilización. Mas si los grandes
poderes de ésta no son aprovechados, y si, por el contrario, se obra de un
modo que parece dirigido a inutilizarlos, entonces se rompe el equilibrio
de las pasiones: entonces la ciudad ya no obra como ciudad.... (403)
La limpieza semántica de la estructura polar de Sarmiento se
confunde y en consecuencia se debilita; es desplazada, ya que las
demarcaciones de espacio dejan de existir y las cualidades del
campo pueden trasladarse a la ciudad y viceversa. El disgusto de

85
Alsina por los sistemas le da la perspicacia para trascender la
dualidad que atraviesa el pensamiento de Sarmiento en el Fa­
cundo.
Las Notas de Alsina han recibido poca atención crítica salvo
uno o dos pasajes citados con frecuencia. Pero son prueba elocuente
de por qué la lectura del Facundo ha llevado a la producción de un
discurso rebosante de las tensiones y luchas que caracterizaron el
proceso de formación de la identidad de la nación.

86
Ilotas

1 Véase su más completa exposición de este concepto en Is There a Text


in This Class?, Harvard U niversity Press, Cambridge, Mass., 1980.
* Véase, entre otros, Dennis Kamboucher, “The Theory of Accidents”.
en Glyph, 7, 1980, págs. 149-175.
3 El punto está claram ente articulado en Ana María Barrenechea y
B e a t r i z Lavandera, Domingo Faustino S a r m ien to , Centro Editor de
América Latina, Buenos Aires, 1967, pág. 29; y en Tulio Halperín Donghi,
“F a c u n d o y el historicism o romántico. La estructura de F a cu n d o ”, La
Nación, 15 de mayo de 1955, donde afirma: “Los géneros en que se pretende
e n c e r r a r a Facundo son los vigentes cincuenta años después que Facundo
fue escrito.”
4 En 1881, cuando presentó la traducción italiana, Sarmiento exclamó:
“No vaya el escalpelo del historiador que busca la verdad gráfica, a herir
en las carnes de Facundo, que está vivo; no lo toquéis.” Citado por Paul
V erdevoye, Domingo Faustino Sarmiento: Educateur et publiciste, Instituí
des Hautes Etudes de l'Amerique Latine, París, 1963, pág. 411.
5 Citado por E zequiel M artínez Estrada en S a r m ie n to , Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 1969, pág. 123.
0 Véase “La americanidad del Facundo”, en Cuadernos americanos,
XXIII, 5, septiembre-octubre de 1945, págs. 152-154.
1 Facundo o civilización y barbarie, prólogo de Noé Jitrik y notas y
cronología de Nora Dottori y Susana Zanetti, Biblioteca Ayacucho, Caracas,
1977, pág. 74. Salvo que se diga lo contrario, las citas del Facundo están
tomadas de esta edición.
8 Este pasaje está citado de una edición reciente de una porción de los
Escritos postumos de Alberdi significativam ente titulada La barbarie
histórica de Sarmiento, Ediciones Pampa y Cielo, Buenos Aires, 1964, pág.
1 1 . El cambio de título tiene una elocuencia propia.
9 En Domingo F. Sarm iento. Facundo. Edición crítica y documentada
de Alberto Palcos, Universidad Nacional de La Plata, La Plata, 1938, pág.
364.
10 De oratore, II, págs. 51-64. Citado por Lionel Gossman, Between
History and Literature, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1990,
pág. 227.
11 En su ya citado “Facundo y el historicismo romántico”.
12 Véase Metahistory: The Historical Imagination in Nineteenth Century
Europe, John Hopkins U niversity Press, Baltimore, 1964, pág. 142.
13 White, Metahistory, pág. 142.
14 Alberto Palcos, El Facundo, El Ateneo, Buenos Aires, 1934, pág. 59.
15 Sarmiento, Facundo, pág. 139.
1B Sarmiento, Facundo, pág. 150.
17 Véase su The Voice of the Masters: Writing and Authority in Modern

87
Latín American Literature. University of Texas Press, Austin, 1985, pág
69.
18 Véase su Semiotik der Literatur. Athenaum, Frankfurt, 1972.
19 Carta dirigida a Sarmiento en 1865. Citada por Luis A. Murray en
Pro y contra de Sarmiento, Peña y Lillo, Buenos Aires. 1974, pag. 114.
20 En su Revolución y contrarrevolución en la A rgentina, 6a de..
Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1976, vol. II, pág. 75.
21 En su Historia de Sarmiento. Eudeba, Buenos Aires, 1960, págs. 150-
151.
22 Lugones, Historia de Sarmiento, pág 99.
23 Murray, Pro y contra de Sarmiento, pág. 107.
24 Hay obras sobre el Facundo que señalan aspectos asociados con la
ficción sin derivar, empero, las consecuencias que he expuesto. Véase por
ejemplo E. Anderson Imbert, “Sarmiento y la ficción”, en Sur, 341, 1977,
págs. 45-54, y Américo Castro. “En torno al Facundo de Sarm iento”, en
S u r , 47. 1938. pág. 34.
25 En su Sarmiento, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1969, pág.
128.
26 Vale la pena señalar que en un artículo sobre Recuerdos de Provincia,
Sylvia Molloy observa un fenómeno similar en un “deseo de la ficción”, en
“in d ic io s , n ú c le o s p o te n c ia le s de fic c ió n ”, o en “un tra b a jo de
ficcionalización embrionaria”. Véase su “Inscripciones del yo en Recuerdos
de Provincia”, en Homenaje a María Rosa Lida de Malkiel y Raimundo
Lida. S u r , 350-351, 1982, págs. 131-140.
27 Sarmiento. Facundo, pág. 79.
28 Sarmiento, Facundo, pág. 80.
29Véase una exposición de algunos de estos rasgos en Hans-Otto Dill,
“Dom ingo Faustino Sarm iento: Facundo". en H ans-O tto Dill, comp.,
Aproximaciones de realidad en la novela hispanoamericana de los siglos
X I X y XX, Vervuert, Frankfurt (Main); Iberoamericana, Madrid. 1994. págs.
62-74.
30Véase Eduardo Gaffarot, Civilización y barbarie o sea compadres y
compadritos, por un nieto de Quiroga, Imprenta Europea de M. A. Rosas,
Buenos Aires, 1905; David Peña, Juan Facundo Quiroga, Eudeba, Buenos
Aires, 1968, que serán examinados en el capítulo 6 , y Pedro de Paoli,
Facundo: Vida del brigadier general don Juan Quiroga, victima suprema
de la impostura. Ediciones la Posta, Buenos Aires, 1952.
31 Sarmiento. Facundo, pág. 81.
32 Sarmiento, Facundo, pág. 85.
33 Sarmiento, Facundo, pág. 87.
34 Sarmiento, Facundo, pág. 65.
35 Sarmiento, Facundo, pág. 175. Véase un estim ulante análisis de la
descripción de Tucumán en Noel Salomon. “La descripción del Tucumán
en el Facundo (Fuentes y originalidad creadora)”, en Realidad, ideología
y literatura en el Facundo de D. F. Sarmiento, Rodopi, Amsterdam, 1984,
págs. 75-90.

88
a6 Sarmiento, Facundo, pág. 149.
37 «On the Validation of Text-Grammars in the ‘Study of Literature’"
J.S. Petofi y H. Rieser. comps., Stud ies in Text Gra m m ar, Reidel,
p o r d e c h t , 1973, págs. 300-348.
3» Siegfried J. Schmidt. “A Pragmatic Interpretation o f ‘Fictionality’,
en T. van Dijk, comp., Pragmatics of Language and Literature, Amsterdam.
North Holland, 1976, pág. 168.
39 La reacción negativa de Florencio Varela al Facundo ha sido atribuida
a su compromiso con las ideas de la Ilustración y el rechazo a las ideas
r o m á n t i c a s . Firme admirador de Rivadavia, resistió a cualquier sugerencia
de que la “feliz experiencia” podía ser criticada. Adolfo Saldias ha dejado
r e g i s t r a d o un intercambio entre Varela y Sarmiento en el que el último da
cuenta de la preferencia del primero del Aldan sobre el Facundo en los
siguientes términos: “Imaginaba que no gustaría Facundo, porque yo trazo
en este libro el cuadro general de la barbarie de la República Argentina, y
aún propongo algunos medios para removerla. Pero estos medios están
fuera del programa de ustedes, que piensan extirparla por decreto, luego
que restauren la Constitución Nacional unitaria del año 26. E n cuanto a
Aldao, me explico que guste. Es un juguete con pretensiones literarias; y
como describo prados floridos y campiñas corridas por liebres. ... “ Adolfo
Saldias, Historia de la Confederación Argentin a. Roldán. Buenos Aires,
1911, vol. V, pág. 61.
40 La correspondencia de Sarmiento, ed. Carlos A. Segreti, pág. 164.
41 En Obras Completas, VII. pág. 15.
42 En Facundo, ed. Alberto Palcos, pág. 424. En adelante, los números
de páginas para las “N otas” serán indicadas entre paréntesis.
43 El hecho de que Sarmiento no conocía la pampa era bien sabido por
sus contemporáneos. En una carta a Juan María Gutiérrez escrita en 1847.
S a r m i e n t o lo reconoce abiertamente: “Sabe Ud. que no he cruzado la pampa
hasta Buenos Aires, habiendo obtenido la descripción de ella de los arrieros
s a n j u a n i n o s que la atraviesan todos los años, de los poetas como Echeverría
y de los militares de la guerra civil”.
44 Véase James Scobie. La lucha por la consolidación de la nacionalidad
argentina: 1852-1862. Librería Hachette, Buenos Aires, 1964, pág. 88 .
45 En una de sus Notas. Alsina explica cómo puede vivir en armonía
con su su egro p ese a lo que p arecería n ser d ife r e n c ia s p o lític a s
irreconciliables: “Aprovecharé la ocasión para decir que mi suegro y yo
estuvimos siempre encontrados en opiniones. Yo le veía casi todas las
noches: pero ni e n to n c e s, ni aun cuando v iv im o s ju n to s , a u n q u e
hablábamos de política, jam as tuvimos el menor disgusto, ni aun una
simple disputa. Vez hubo... en que sostuvimos una polémica por la prensa;
pero en el trato privado, nada. ¿No es esto singular?” (424-425)
4,: En Recuerdos Provincia Sarmiento rinde homenaje a “el doctor
Alsina” como uno de los más distinguidos discípulos del Deán Funes, como
“uno de los más b rillantes abogados del foro de B uenos A ires”: “ha
consagrado su vida a la defensa de la libertad de su país, ... ¡Salud, Alsina!

89
¡La República que tales hijos tiene no está aún perdida!”, Biblioteca de
“La Nación”. Buenos Aires, sin fecha, pág. 132.
47 En Analythical Philosophy of History, Cambridge U niversity Press,
Londres y Nueva York, 1965, pág. 149. Por supuesto, el “Cronista Ideal"
de Danto es una construcción intelectual, y ningún ser humano real podría
llenar este papel. Pero me parece que Alsina sobreestim a su papel como
testigo.
48 Véase “The Evidencie of Experience”, en Critical Inquiry 17, 4, verano
de 1991, pág. 790.
49 En Facundo, ed. Alberto Palcos, pág. 324.
50 Véase Between History and Literature, pág. 83. Gossman señala que
después de 1830, cuando la oposición a la Restauración Borbónica hubo
triunfado, Thierry se volvió más conservador y “quiso distinguir entre el
uso y el abuso, pero nunca pensó que la historia pudiera ser una busca
desinteresada de la verdad, un asunto puramente académico” (págs. 83-
84).
51 Véase The Writing of History, trad. Tom Conley, Columbia University
Press, Nueva York, 1988, pág. 11.
52 de Certeau, The Writing of History, págs 8 y ss.
53 Véase Institution and Interpretation, University of Minnesota Press,
M inneapolis, 1987, pág. 37.
54 En un pasaje sobre Dorrego, Sarm iento lo critica por falta de
conciencia nacional: “Dorrego era porteño antes de todo. ¿Qué le importaba
el interior? El ocuparse de sus intereses habría sido manifestarse unitario,
es decir, nacional” (Facundo, pág. 35).
85 Véase más sobre esto en J. Derrida, Speech and Phenomena, trad.
David Allison, Northwestern University Press, Evanston, 1973.

90
3. Los ardides de la d isp u ta
Alberdi lee el Facundo

Dada la naturaleza polémica del Facundo, sus lecturas producen


un vasto campo discursivo en el que se pone en escena la lucha por
el poder. Como vimos en el Capítulo Uno, la recepción inicial
(concebida no como un punto en que sus sentidos se estabilizaran
o establecieran definitivamente, por supuesto, sino como la primera
capa fundacional de un largo proceso de acumulación y ferti­
lizaciones), tuvo un efecto fundador como punto de p a rtid a
discusivo porque los primeros lectores iniciaron algunas de las
controversias mayores que rodearían al texto de modo sostenido.1
Los primeros lectores del Facundo estuvieron profundamente
influidos por las luchas que precedieron y siguieron a la dictadura
de Rosas, y sus opiniones surgieron de su relación con el combate
por la hegemonía política e interpretativa. Este capítulo se ocupa
de uno de los episodios más acalorados de lo que estoy llamando,
en sentido amplio, la recepción contemporánea del Facundo: la
prolongada polémica entre Sarmiento y su rival Ju an Bautista
Alberdi. Si bien esta polémica no tiene al Facundo por objeto único,
es de significativo interés el estudio de sus lecturas. El ataque de
Alberdi al libro de Sarmiento es el más poderoso no sólo por el
peso de sus argumentos y su marco conceptual, sino también porque
no tardó en hacerse evidente que en este terreno los rivales estaban
haciendo sus apuestas por la supremacía discursiva y política. Al
exponer sus desacuerdos con las afirmaciones del libro, Alberdi
las despliega para mostrar que Sarmiento está completamente
equivocado, no capta la realidad argentina, m alentiende los
conflictos; en otras palabras, en razón de su bien demostrada inca­
pacidad intelectual, no merece ni la confianza de sus lectores ni,
más importante, el acceso al poder político. Es un interesante
91
episodio en la relación estrechamente entretejida de discurso y
poder.

Lectura de una polémica


“Es el acto del análisis el que parece ocupar el centro de la
escena discursiva, y es el acto del análisis del acto del análisis el
que de algún modo desbarata esa centralidad. En la estructura
resultante, asimétrica y abismal, ningún análisis, incluido este,
puede intervenir sin transformar y repetir otros elementos en la
secuencia.”2¿Por qué la lectura de una polémica epistolar como la
que me ocupa aquí subvierte toda posibilidad de alcanzar lo que
Barbara Johnson llama “una posición de dominio analítico”? Parece
que lo que tenemos aquí es un sistema de miradas múltiples (meta-
lecturas) que se superponen unas a otras, produciendo un efecto
de algún modo distorsionante. Algunos de los textos de Alberdi
(los presentados aquí) son esencialmente transcripciones de su acto
de análisis del Facundo. En razón de su impulso argumentativo
radicalizan la naturaleza inevitablemente posicional de la inter­
pretación, el espacio que abre un texto para el diálogo, la diferencia
o la disputa. Nuestra propia lectura de algún modo está alojada
dentro de este mismo espacio, pues ¿cómo llegamos a un punto
más allá del texto de la polémica, una especie de veredicto que
pueda desenmarañar el juego entre verdad y ficción, mensaje y
maniobra, como para proclamar un vencedor? Aun si algunos
críticos han adjudicado confiadamente la victoria a Alberdi por su
postura más calma y racional, parece que una tal proclamación
arrastra cierta ceguera al propio acto de análisis del crítico, a su
sentido de los valores y las prioridades interpretativas. De hecho,
en la raíz de una formación discursiva polémica hay una cierta
contradicción: si bien está sostenida por la dicotomía entre la
verdad y la impostura, entre lo correcto y lo incorrecto (dicotomía
que ha obsesionado al discurso occidental) pone en escena la
imposibilidad misma de decidir entre ellos. En una polémica como
la que implicó a Sarmiento y Alberdi, los elementos puramente
cognitivos y referenciales (lo que podía ser “conocible”) están
ensombrecidos por la constante negación y por la voluntad de
argumentar, por la disputa. Como lectores, estamos atrapados en
un mecanismo complejo de voluntades que problematizan nuestras
propias maniobras interpretativas. Pero confrontar una polémica

92
y los problemas que provoca parece importante no sólo desde el
punto de vista de los estudios de Sarmiento que nos ocupan en
esta ocasión sino también como un modo de ampliar el campo de
los estudios literarios no restringiéndolo a sus manifestaciones
belleletrísticas. Estudiar este género a través de la famosa disputa
entre dos figuras fundadoras como Sarmiento y Alberdi puede
ayudar a arrojar luz sobre lo que algunos llaman “literatura de
ideas”. Este capítulo se concentrará en uno de los dos antagonistas,
Alberdi, como lector de Sarmiento.
Cuando iniciamos la lectura de la lectura de Alberdi, nos
enfrentamos con una pregunta engañosamente simple: ¿cómo
deberíamos leerla? ¿Qué texto constituye la entidad discursiva que
la crítica ha llamado “la polémica entre Alberdi y Sarm iento”?
¿Cuándo comienza? Tomando un término de Gerard Genette,
¿cuáles son sus “umbrales”, qué constituye su paratexto,3 cómo
demarcamos contextos de lectura que nos ayuden a entender por
qué nació la disputa? Esta especie de polémica parece volcarse
sobre un dominio textual, no en un sentido ingenuamente refe-
rencial, sino en uno claramente pragmático: Sarmiento y Alberdi
recurren a la escritura como un modo de hablar sobre la acción en
el mundo. Su escritura en consecuencia está entrelazada con los
problemas de la acción: aludiendo a John Austin, podríamos decir
que su discurso está pesadamente cargado con fuerzas ilocutorias
y perlocutorias. Para arreglárselas con estas demarcaciones pro­
blemáticas. los editores de las obras de Alberdi y Sarmiento han
recurrido a suplementar la publicación de los dos cuerpos centrales
de la polémica (las así llamadas Cartas quillotanas de Alberdi y
Las ciento y una de Sarmiento) con lo que uno de ellos bien llamó
“documentos explicativos”. La polémica no produce sus propios
contextos de lectura; pide ser contextualizada como si sólo pudiera
ubicarse en el centro de una red compleja de círculos concéntricos;
no es un texto autosuficiente.'1 Pondré en claro mi postura con
ejemplos. En las Q uillotanas hay un significativo paratexto
titulado “Breve noticia para informar al lector”, que intenta crear
un contexto de lectura significativo para las cartas, citando los
siguientes textos: “Ad Memorándum” de Sarmiento, escrito cuando
dejó a Urquiza, y que trata de los hechos que precedieron la batalla
de Caseros; su “Carta de Yungay”, dirigida a Urquiza el 13 de
octubre de 1852; su Catnpaña en el Ejército Grande de 1852,
precedida por una carta a Alberdi en la que le dedicaba el libro.5
El texto de Sarmiento así queda incorporado al de Alberdi: las

93
Cartas son precedidas por la c a rta de Sarm iento del 12 de
noviembre de 1852, que le dedicó su Campaña en el Ejército Grande.
Las cartas quillotanas de Alberdi quedan así enmarcadas por la
dedicatoria de Sarmiento de una de sus propias obras a Alberdi:
un texto cuya fuerza prefatoria fue dirigida en realidad a la
Campaña y no a las Quillotanas. En un intento similar de dar
marco significativo y contextualizar los dos principales textos que
constituyen el cuerpo de la polémica, los editores de las Obras
completas de Sarmiento titularon el volumen XV Las ciento y una,
pero incluyeron antes de ellas más de cien páginas de lo que
llamaron “Preliminares”. Aunque las piezas son heterogéneas en
naturaleza, algunas periodísticas, otras cartas o proclamas fir­
madas conjuntamente por Sarmiento y otros argentinos expa­
triados en Chile después de Caseros, como Juan Gregorio de Las
Heras, Gabriel Ocampo y Juan Godoy, todas están unidas por un
tema común: la lucha posterior a Caseros por la organización
nacional, el tablado político sobre el que se puso en escena la
polémica.
Estos ejemplos muestran la medida en que una polémica puede
presentar, de un modo un tanto radicalizado y exacerbado, una
problemática de límites y demarcaciones que suelen formular los
textos. Si, como afirma Michel Foucault en La Arqueología del
Saber, las fronteras de un libro nunca son claras,6 cuando nos
acercamos al combate representado en estas complejas configu­
raciones textuales estamos manipulando, de modos más o menos
intensos, aspectos cruciales de las discusiones sobre los textos, su
identidad, su circulación, y los modos en que su modo de existencia
constituye un preámbulo para el acto de la lectura. Lo que hoy es
llamado con el nombre resumido de Cartas Quillotanas no estuvo
constituido originariamente como un libro unificado: las primeras
cuatro cartas fueron publicadas en Valparaíso en la Imprenta del
Mercurio en 1853, con el título Cartas sobre la prensa y la política
militante de la República Argentina. Un texto suplementario fue
publicado después en el mismo año: Complicidad de la prensa en
las guerras civiles de la República Argentina. La edición de 1853
de Montevideo carecía de este segundo texto, pero todos los
posteriores subsumieron ambos bajo el título más corto de Cartas
Q uillotanas . 7 De hecho, el “sistema de referencias” es particu­
larmente rico en el caso de esta polémica porque la concatenación
textual se extiende sobre un vasto lapso diacrónico: aparte de las
Quillotanas y las Ciento y una rodeadas por los textos suple-

94
mentarlos mencionados arriba, hay otros libros que continúan la
polémica. Después de que fuera aprobada la Constitución de Santa
Fe se publicaron los Comentarios negativamente críticos de Sar­
miento, seguidos por el texto de Alberdi E stu d io s sobre la
Constitución Argentina de 1853 en que se restablece su mente
alterada por comentarios hostiles y se designan antecedentes
nacionales que han sido base de su formación y deben serlo de su
jurisprudencia. Todo esto en 1853. Pero las fronteras flexibles del
debate se extendieron a través de las décadas. En la de 1880 Alberdi
continuó la lucha en su Facundo y su biógrafo, publicado en sus
Obras postumas en 1895.8Se trata de un fenómeno discursivo con
límites inestables en el comienzo y en el fin, y de ahí que falta una
“última palabra” para marcar un punto de clausura. Dado que
pertenece a la recepción del Facundo, ha contribuido a las contro­
versias que lo rodean. Este capítulo se concentra en las Cartas
quillotanas de Alberdi, pero con plena conciencia de la naturaleza
un tanto artificial y arbitraria de la elección. Quizás sugerirá
puntos de partida para discusiones productivas de otras secciones
de la polémica.
Uno de los rasgos más notables que comparten las Quillotanas
y Las ciento y una es la vigorosa función dialógica que subyace al
aspecto comunicativo inherente a cualquier texto. En tanto cartas,
tienen un fuerte impulso pragmático derivado de la clase de
situación de habla que presuponen: la escritura llena una función
mediadora entre el hablante y aquel a quien se dirige, que está
separado por tiempo y espacio.9El “yo” y el “tú ” que subyace a esta
función dialógica están aquí marcadamente presentes, pero no en
sus manifestaciones convencionales. La naturaleza polémica del
género promueve interesantes deformaciones que llevan a lo que
Catherine Kerbrat-Orecchini ha llamado “un diálogo del sordo”,
en gran parte debido a los modos en que el “yo” se constituye como
el sujeto fundante.10Las Cartas quillotanas de Alberdi sacan hábil
partido del movimiento dialógico de la carta y de la mediación
provista por la ausencia física de su oponente para invocarlo,
interrogarlo, y aun así seguir siendo la única fuente de autoridad
discursiva. Pregunta y responde a la vez, silenciando con ello la
voz de Sarmiento y proclamando sus propias opiniones:
Caído Rosas y llegada la oportunidad de fundar la “autoridad” de crear
el gobierno regular de la República, ¿qué ha hecho usted? Olvidar sus
máximas de 1845, para ir más lejos en atraso político que los unitarios de
1829, condenados por usted en ese tiem po .11

95
¿Qué son sus servicios de diez años en la prensa? Voy a estim arlos, no
con el fin de negar su mérito, sino con el de estim arlo tal cual es, para
sacar una conclusión de justicia y de paz, a saber, que sus escritos no lo
hacen a usted presidente de la República Argentina por derecho natural.
... Sus trabajos de “diez años” contra Rosas son hoy documentos que obran
contra usted. (50-51)
Obviamente, Alberdi se presenta a sí mismo leyendo los textos
y acciones de Sarmiento con más claridad de lo que podría haber
tenido el autor mismo: el “yo” abruma al “tú" y lo vuelve un mero
instrumento retórico. Pero hay más: este “t ú ” tiene una identidad
resbalosa, resultado de un doblez por el que a veces se refiere a
Sarmiento y a veces es un gesto que invoca implícitamente un
tercero que está haciendo de testigo en el proceso discursivo, y
compartiendo el punto de vista de Alberdi:
Ese libro (Facundo) es el más imparcial de cuantos ha escrito el señor
Sarmiento. (53)
Llevó la explicación el señor Sarmiento hasta definir a Quiroga: “el
tipo más ingenuo del carácter de la guerra civil de la república, la figura
más americana de la revolución.” El cree explicar la revolución argentina
con la vida de Facundo Quiroga, porque cree que él explica suficientemente
una de las dos tendencias. (53)
Aquí Sarm iento se vuelve un tercero que es observado y
evaluado por Alberdi y su lector implícito; juntos constituyen una
su e rte de “nosotros” comunal que a p u n ta a un “é l”, que es
silenciado en el proceso, y vigorosamente desacreditado. En esta
relación cambiante se hace claro que el diálogo es ficticio, que la
identidad de los participantes depende de los ritmos persuasorios
regulados por un omnipresente “yo”. Es éste, en cierto modo, el
mecanismo que asegura la supervivencia de la polémica: el diálogo
rara vez “prende”, salvo por unos pocos puntos comunes que los
polemistas tocan como puntos de partida. Una polémica como la
que emprendieron Alberdi y Sarmiento necesita entonces inten­
sam ente para su supervivencia los poderes mediadores de la
escritura, pues un encuentro oral los obligaría a enfocar sus
desacuerdos de modos más directos. 12

96
Los usos del autor
Al m a n ip u la r la situ a c ió n dialógica, Alberdi d e sp lieg a
interesantes estrategias de evocación de Sarmiento en tanto autor.
La segunda persona a la que se dirige en su tercera Carta qui-
llotana (que ahora será examinada más de cerca) está constituida
primariamente en base al autor del Facundo, dado que la carta se
concentra en este texto clave para proponer una relación mimética
entre el autor y su libro: “El Facundo o civilización y barbarie lo
representa a usted más com pletam ente que ninguno de sus
escritos. Es su publicación más célebre en la realidad y a los ojos
de usted mismo.” (52) En una reversión que caracteriza el estilo
polémico de Alberdi, declara que si bien el libro estuvo escrito
originalmente contra Rosas, “viene a servir hoy contra usted por
haberse puesto en oposición con su libro”. (52) Esta reversión
implica subvertir las intenciones del autor y, en un sentido general,
ilustra cómo la in terpretación puede independizarse de las
intenciones del autor; se trata de un caso en que puede mate­
rializarse la visión de Derrida del “texto huérfano”.13 De hecho,
Alberdi llega a leer el Facundo en contra, haciéndole “decir” cosas
que su autor no habría aceptado. Más que eso, como lo está
discutiendo casi ocho años después de su publicación, lo juzga sobre
la base de los hechos que siguieron a la caída de Rosas en 1852,
modificando con ello radicalmente los contextos de producción y
recepción. Alberdi se propone leer no sólo “la historia de la barbarie
y el proceso de los caudillos argentinos”, sino también “la historia
y el proceso de los errores de la civilización argentina representada
por el ‘partido unitario’” (52), el partido mismo que Sarmiento
estaba tratando de vindicar y defender.
La manipulación que lleva a cabo Alberdi del personaje autorial
de Sarmiento puede considerarse en términos de Foucault, cen­
trada en los “modos de circulación, valorización, atribución y
apropiación de discursos”.11 Lo que marca la lectura realizada por
la “Tercera carta” es que aun cuando Alberdi cita en extenso del
Facundo (a veces elogiando estratégicamente sus asersiones), Sar­
miento nunca es en realidad la fuente de sus significaciones; éstas
son modificadas y reapropiadas por Alberdi para lograr sus propios
fines. Un buen ejemplo es el siguiente comentario, que sigue a la
transcripción de un pasaje del comienzo del libro sobre la
naturaleza del “caudillo Facundo” como “expresión fiel de una
manera de ser de un pueblo”:

97
Presentar a Facundo Quiroga —uno de los m ayores malvados que
presenta la historia del mundo— como ... el espejo fiel de la República
Argentina, es el mayor insulto que se pueda inferir a ese país honesto y
bueno. ... Pero el insulto está solam ente en la exageración de un hecho
que tiene algo de verdadero en el fondo. Q uítese la exageración del autor
del Facundo, y quedará una verdad histórica que otros antes que él habían
señalado ya, a saber, que el caudillaje y su sistem a son frutos naturales
del árbol del desierto y del pasado colonial. (54)
En lo anterior se despliegan dos estrategias que se refuerzan
m utu a m en te: la desvalorización, e inclusive condena, de las
pretensiones cognitivas de Sarmiento, seguida por la apropiación
de su residuo salvable como lo que otros (quizás el mismo Alberdi)
ya han señalado. En el proceso, la autoridad de Sarmiento es
destruida: en tanto autor, es atravesado por afirmaciones que, una
vez conocidas a través de los mecanismos de publicación, quedan
abiertas al cuestionamiento, el desacuerdo y la condena.
Los golpes más fuertes están reservados para la valorización
de Sarmiento de sí mismo como autor; de hecho, una parte im­
portante de la tercera carta intenta demoler la figura autorial
desde la posición de superioridad que pudo haber reclamado para
sí misma. Adolfo Prieto ha escrito un perspicaz estudio de este
aspecto de la polémica observada desde el ángulo de la respuesta
de Sarmiento en Las ciento y una, y, en muchos aspectos, lo que
puede agregarse es de importancia menor.15 Como Prieto ha de­
mostrado ampliamente, Alberdi acusa a Sarmiento de arrogarse
el status de un mito político y de postularse como candidato para
la presidencia de la Nación. Lo que yo querría examinar aquí es el
doble filo en el que Alberdi modula su ataque al escritor para evitar
una mengua en su propia posición de autoridad en la polémica. La
insersión discursiva del escritor implica la antigua oposición entre
palabra y acción, armas y letras:
No hay duda que haber escrito diez años contra el tirano de la República
es un título de gloria; pero es mucho mayor el de haberle volteado en
campo de batalla. ¿Quién confundiría la gloria de Mme. de Stael con la de
Wellington, como vencedores de Napoleón? ... ¿Quién ha igualado la gloria
de la palabra a la gloria de la acción? Pues bien: usted que atacó a Rosas
de palabra sin bajarle del poder, usted ha olvidado en un instante la gloria
del que le derrocó, no de palabra, sino de obra. (49)
Podrían citarse otros pasajes igualm ente elocuentes para
ilustrar esta oposición; varios de ellos también demuestran la

98
pericia de Alberdi en el campo de la cultura europea. Al principio,
entonces, parecería como si estuviera descalificando al autor en
tanto tal, y en consecuencia a sí mismo, para el acceso al poder
político (“¿La gloria literaria es antecedente de gobierno en
ninguna parte? ... El escritor prepara, pero nada concluye.”) (50)
Pero no tarda en hacerse evidente que Alberdi tiene en mente un
determinado tipo de escritor, y magistralmente elabora una opo­
sición tácita entre el escritor con mérito y sin mérito. El segundo
es el periodista, y Sarmiento mismo es su epítome, por supuesto.
(Una lectura de Las ciento y una revela de inmediato que esa
categorización profesional hirió a Sarmiento en lo vivo, pues reduce
en varios sentidos su status autorial.) En primer lugar, Alberdi
realiza una operación amplia de reducción: minimiza las contri­
buciones de Sarmiento a los asuntos del país recordándole que como
periodista trabajando en la prensa chilena sólo podía ocuparse de
los problemas de una nación extranjera de modo secundario:
“Representaría una quinta parte de la redacción colectiva, la parte
consagrada a los asuntos argentinos. De los diez años hay que
deducir los que ha viajado usted en Europa. Tenemos, según esto,
que los diez años de trabajos periodísticos de usted sobre la
República Argentina, largamente computados, se reducen a dos.”
(51) Este es uno de los pocos casos en los que Alberdi hace a un
lado sus herrramientas racionales y recurre al humor para socavar
los insistentes reclamos de su enemigo por largos años de servicio
a la nación a través de sus escritos, pues es obvio que la clase de
cómputo propuesto en el pasaje citado no reclama para sí ninguna
verosimilitud matemática. Una vez reducida la extensión del ser­
vicio, Alberdi prosigue reduciendo su calidad: como periodista
Sarmiento recibió un salario de la prensa chilena. Aquí está im­
plícita la presuposición de que estuvo insertado en un sistena de
dependencias que privó a su trabajo de la naturaleza desinteresada
asumida como marca de los escritos patrióticos. Es elocuente que
cuando Alberdi pasa a la escena donde se elabora la articulación
entre discurso y poder, tácitamente sugiere que el poder de las
afirmaciones de un periodista está debilitado por su subordinación
a los dueños de los periódicos: está todavía a considerable distancia
de la profesionalización del escritor que habría de causar con­
siderables temores en la última parte del siglo: “No negaré su
patriotismo, pero no me negará usted tampoco que siempre ha es­
crito periódicos por su sueldo, como medio honesto de ganar el
sustento de su vida. Ellos expresan, pues, a la vez que patriotismo,

99
necesidades satisfechas.” (51) El golpe final está reservado para
la clase de escrito que es producido por la actividad periodística:
carece de las cualidades de cuidadosa meditación que se requieren
de un estadista: “La reserva, la meditación detenida, la espera,
que son las cualidades del estad ista, serían la ruina de un
periodista, que no tiene que pensar al paso que escribe, por no
decir después”. (66) La postura de Sarmiento como autor a esta
altura ha sido totalmente desacreditada, asignándola a la esfera
del periodismo. Lo que queda por ver es cómo Alberdi logra
salvaguardar su propia postura como escritor y no debilita su
autoridad con un ataque contra la función del autor en general.
Lo hace refiriéndose de modo algo oblicuo a escritores que se
ocupan de lo que él llama “la ciencia pública”, volviéndose en
dirección a la palabra “ciencia” para sugerir la naturaleza seria y
bien pensada de sus afirmaciones, y proponer una oposición con
las prácticas crudas del discurso periodístico. No es difícil ver las
ideas que deben inferirse de esta oposición: si la “ciencia pública”
(es decir, la ciencia política) provee, como afirma Alberdi, la
competencia que necesita un estadista, ¿quién más adecuado para
llenar esas condiciones de competencia que el mismo autor de las
Bases? A través del par de oposiciones pensar / escribir (ciencia
política) frente a no pensar / escribir (periodismo), Alberdi está de
algún modo presentando sus propias credenciales como autor que
porta la marca de la autoridad. Es tentador repetir la manipulación
de Alberdi del reclamo de Sarmiento para aplicarla a él también,
sugiriendo la posibilidad de que en el espacio vacío dejado por un
periodista desacreditado pudiéramos instalar un tipo diferente de
autor: el científico político meticuloso y formado profesionalmente.
En este caso, puede decirse que cuando leemos la lectura que hace
Alberdi de Sarmiento encontramos un grado de autotransparencia
que abre la posibilidad de leer a Alberdi. Hay un pasaje par­
ticularmente significativo que reivindica finalmente al autor en
tanto señala la clase de texto que el mismo Alberdi ha producido:
“La ciencia política no le debe un libro dogmático, ni un trabajo
histórico de que pueda echar mano el hombre de Estado o el es­
tudiante de derecho público”. (66) Esta afirmación prepara un sitio
prominente para el autor de obras como Fragmento preliminar al
estudio del Derecho (1837), y las influyentes Bases y puntos de
partida para la organización política de la República Argentina
(1852), que jugó un papel tan central en la redacción de la
Constitución de 1853. De un modo sutil Alberdi ha establecido la

100
dirección en la que discurso y poder pueden adecuarse uno al otro,
demoliendo las justificaciones adelantadas por los escritos de su
enemigo. Pues, en realidad, ni siquiera el Facundo es perdonado,
sobre la base de que no es ni un libro de historia ni un “libro de
política”: “Es una biografía, como usted mismo lo llama; casi un
romance, por lo que tiene de ideal, a pesar de su filosofía, que no
falta hoy ni en los dram as”. (66)

Los ardides de la disp uta


Esta sección examina los dispositivos por medio de los cuales
avanza la argumentación de Alberdi, y por medio de los cuales el
discurso refutado es incorporado al que lo refuta. Su lectura del
F a cu n d o en la tercera q u i l l o t a n a es en muchos aspectos una forma
agresiva de reapropiación del texto de Sarmiento destinada a
desacreditar sus reclamos cognitivos. Pese a su hostilidad, aclara
una dificultad inherente al trabajo crítico: cómo entretejer un
discurso en otro. En términos de Barbara Johnson:
La cuestión de cómo presentar al lector un texto demasiado extenso
para citarlo por entero ha sido de hecho, desde hace mucho, uno de los
problemas subyacentes a la crítica literaria. Dado que de algún modo debe
presentarse una versión abreviada del texto, hay dos solucion es que
vuelven constantemente: la paráfrasis y la cita. Aunque estas tácticas rara
vez son usadas aisladas, la configuración específica de sus combinaciones
y permutaciones determina en gran medida la “tram a” de la narrativa
crítica a que dan origen.1"
Cuando Alberdi lee el Facundo, indagando obsesivamente en
la concepción del libro, que él considera completamente errónea,
del partido unitario, y de la distribución de civilización y barbarie
en América Latina, suele recurrir a la cita para presentar tanto el
texto de Sarmiento como sus propias conclusiones. De ese modo
formaliza su interpretación en un doble tejido, conduciendo a su
lector a través de una textura intrincada que está enmarcada y
controlada por sus propios designios. Cuando discute la cuestión
del caudillaje como una consecuencia natural del pasado colonial
y lo que metonímicamente llama el desierto (abreviatura de la
influencia negativa del medio) introduce una larga serie de citas
con las que presenta importantes porciones de los Capítulos 1, 2 y
3. Es interesante observar cómo Alberdi escoge de estos tres

101
capítulos pasajes que producen una exposición coherente de las
ideas de Sarmiento, al mismo tiempo que encamina la exposición
según sus propios fines. El collage de Alberdi podría leerse en
realidad sin p re sta r atención a las marcas tipográficas que
reconocen las porciones ausentes, y encontrar un texto casi sin
costuras que puede ser leído sin las huellas de las omisiones. Y
sin embargo, aunque no hace violencia al argumento de Sarmiento,
Alberdi está realizando una serie de reducciones que tienen el
efecto de subrayar la presentación de una de las tesis del Facundo,
la que dice que el medio geográfico ha condicionado las formas de
desarrollo humano y socialización en las llanuras. Omite anécdotas
y ejemplos, así como la descripción del rastreador, el baqueano y
el gaucho malo, para concentrarse en lo que llama “una verdad
filosófica”. (57) Además, Alberdi nos recuerda su propia presencia
no sólo enmarcando el discurso de Sarmiento con el suyo propio,
sino también insertando comentarios parentéticos que debilitan
los reclamos de la presentación de Sarmiento. Así, después de la
comparación entre la soledad de las llanuras argentinas y el área
entre los ríos Tigris y Eufrates, expresada en términos bastante
elevados y espirituales, puesto que Sarmiento se está tomando a
sí mismo muy en serio en este punto, Alberdi inserta el siguiente
comentario desestabilizador: “Bueno es recordar que el autor no
conocía entonces ni la pampa ni la llanura asiática”. (54) En otro
caso, interrumpe un pasaje para subrayar la importancia del punto
hacia el que se está acercando con un “No olvidemos que...", dirigido
a un lector implícito que es conducido deliberadam ente.17 Los
recursos de enmarcamiento merecen una mención asimismo: Al­
berdi asume una voz magnánimamente objetiva y hasta laudatoria
cuando toma fragmentos del texto de Sarmiento: “El señor Sar­
miento explica esta verdad histórico-política, que él desconoce hoy,
con un éxito de expresión y de sentido, que lo hacen digno de
rep ro d u c c ió n t e x t u a l ”. (54) Del mism o modo, al fin de la
transcripción inusualmente larga de los primeros tres capítulos,
anuncia con menos convicción: “He ahí la pintura que el señor
Sarmiento hace del suelo, del hombre, de la vida, de la sociedad
normal de la República Argentina. No respondo de la exactitud de
las apreciaciones; pero reconozco que hay infinito talento y mucho
de verdadero en ellas.” (57) Leídos juntos, ambos pasajes sugieren
que lo que está siendo privilegiado es la felicidad de expresión, a
expensas del aspecto cognitivo. Su validez es atacada frontalmente
a través de una maniobra retórica de contraargumentación.18Una

102
vez que ha presentado los puntos de vista de Sarmiento, Alberdi
procede a sacar conclusiones muy diferentes, saliendo del campo
demarcado por los hechos de los que se ocupa el libro (la Revolución
de Independencia, la vida de Facundo Quiroga, la dictadura de
Rosas) y entrando en la era posterior al derrocamiento de Rosas.
Alberdi usa la teoría de Sarmiento de la influencia del medio para
avanzar la siguiente conclusión: “Esa filosofía conducía derecho a
la adopción de una política tolerante, paciente, moderada. ...” (58)
A partir de este punto, se permite salta r a la escena de los
problemas tratados no por el Facundo sino por la polémica, vale
decir cómo ocuparse de Urquiza y la cuestión de la organización
nacional después de la batalla de Caseros. Alberdi quiere condenar
las políticas del viejo Partido Unitario, que creía que el caudillaje
podía ser aniquilado, no con las políticas moderadas y pacientes
defendidas en el fragmento citado, sino de un modo súbito y
violento: “Se quiso rem ediar el despotismo del atraso con el
despotismo de la violencia: la violencia con la violencia” (58) Una
vez trazado el pensamiento de su oponente en cuidadoso detalle,
Alberdi ha tallado en él sus propias opiniones, agregándoles el
peso de una lectura meticulosa. Aquí vemos la acción de la inter­
pretación y los puntos de articulación que enmarcan la libertad de
lectura: en este caso están localizados donde se abre un espacio
para conclusiones divergentes que, a su vez, producen la disonancia
semántica en el texto.
Hay otro caso que ilustra la hábil apropiación que hace Alberdi
del libro de Sarmiento, y a la que haré una breve referencia. Una
vez más, Alberdi está citando del Facundo (reforzando la autoridad
de su lectura) pero esta vez la forma de presentar las citas es más
elaborada; recurriendo a una compleja orquestación sintáctica de
cláusulas adjetivas subordinadas, une breves pasajes descriptivos
tomados de los mismos primeros tres capítulos, enlazados con
elementos propios de conjunción y subordinación. La acumulación
es efectiva; construye un impulso anticipatorio que culmina en la
formulación de Alberdi de una pregunta que, si bien tiene el status
de una conclusión velada, tiene la ventaja añadida de dar una
respuesta categóricamente negativa de un hombre que, inexo­
rablemente, tiene la última palabra. He aquí una breve muestra
de esta hábil operación: “Y, en efecto, sobre esas llanuras, ‘que
según los filósofos preparaban las vías del despotismo’; que en
m ateria de camino ‘recibirán por largo tiempo la ley de la
naturaleza salvaje’; cuya ‘extensión imprime a la vida cierta

103
ti n t u r a a siá tic a ’, ... ¿Intentó el partido hostil al ‘caudillaje’
establecer un gobierno que tuviese algo de asiático como el suelo
de su aplicación? Nada de eso.” (60) Este “nada de eso” final tiene
su efecto ilocutorio reforzado por una pregunta precedente que dice
surgir de las premisas mismas del libro. Lo que denuncia, en
muchos aspectos, es el vacío que Alberdi está observando entre un
modo de decodificar la realidad nacional y las formas de acción
política que surgen de ella. En este caso particular, una vez que
ha citado el texto de Sarmiento, no critica su edificio conceptual
sino su d is ta n c ia m ie n to de la acción e m p re n d id a bajo su
inspiración.
Mientras Alberdi manipula los usos de la cita para discrepar
con las conclusiones o las implicancias pragmáticas derivadas del
texto de su oponente, se vuelve hacia la paráfrasis y la alusión
elíptica cuando declara categóricamente que está equivocado. En
estos casos, las afirmaciones enfáticas siguen inmediatamente a
declaraciones que invalidan los asertos de Sarmiento: “Usted pone
en los ‘campos’ la Edad Media y el antiguo régimen español, y en
las ‘ciudades’ el siglo XIX y el moderno régimen. La vista nos en­
seña que no es así.” (65) Lo que sigue es una meticulosa refutación
de la polaridad que apuntala al Facundo, y que es la base del
desacuerdo filosófico más profundo entre Alberdi y Sarmiento. En
una persuasiva exposición que será retomada en Facundo y su
biógrafo, Alberdi avanza la primera explicación materialista de
las fuerzas en acción en la Argentina del siglo XIX. Si bien no era
lector de Marx y Hegel, confluía con su pensamiento a través de
Herder, Savigny, Lerminier y Cousin. Las teorías materialistas de
Saint Simón y los escritos económicos de Adam Smith ejercieron
una poderosa influencia sobre el pensamiento de Alberdi. y gracias
a ellos pudo proponer un paradigma interpretativo no limitado a
la poderosa formulación de Sarmiento. En un proceso de acu­
mulación conceptual, Alberdi suma los argumentos con los que
Vindica el país y su pueblo desde el punto de vista de su con­
tribución a las guerras de la independencia y de lo que llama “la
nueva existencia de esta América”. (65) Al exponer estas ideas, el
discurso refutado es puesto momentáneamente entre paréntesis,
de modo de ser cubierto por el que lo refuta. En el proceso, Alberdi
logra articular una visión del continente que poderosamente
anticipa la brillante y programática “Nuestra América” de Martí
de 1891, escrita cuando la relación entre los países hegemónicos y
América L atina estaba alterando la dicotomía civilización /

104
barbarie y los valores asignados a ella. Esta es la versión de Alberdi
en 1853: “Y el buen sentido en Sud América está más cerca de la
realidad inmediata y palpitante, que de los libros que nos envía la
Europa del siglo XIX, que será el siglo XXI de Sud América. Así el
gaucho argentino, el hacendado, el negociante, son más aptos para
la política práctica que nuestros alumnos crudos de Quinet y
Michelet, maestros que todos conocen, menos Sud América.* (59)
Apenas si necesitamos recordar la resonancia intertextual de las
propuestas de Martí: “Por eso el libro importado ha sido vencido
en América por el hombre natu ra l”, “Con un decreto de Hamilton
no se le para la pechada al potro del llanero”, o “El buen gobernante
en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el
francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país”.19
Aunque en sus Cartas quillotanas Alberdi no está desarrollando
estas ideas tan en extenso como en Facundo y su biógrafo, donde
traza un panorama claramente materialista del papel del campo
como representante de la civilización, “expresada por la producción
de su riqueza natural, en que la riqueza del país consiste”,20 es
dentro del marco provisto por sus ataques al Facundo que lanza
su versión invertida de la fórmula interpretativa.
Por meticulosamente crítico del libro de Sarmiento que se
mantenga Alberdi, siempre está dispuesto a concederle al Facundo
un puesto hegemónico en los estudios de los asuntos del país y de
la obra de Sarmiento. Y sin embargo, como ha quedado claro, hay
un cierto grado de mala fe en la importancia que le concede. Me
referí antes al cambio que aporta entre el contexto de producción
y el de su recepción: al leer el Facundo en 1853, Alberdi puede
hacerle decir cosas contra su autor. De hecho, dice que el libro es
una condena de Sarmiento y de “los errores de la civilización
argentina representada por el Partido Unitario”. (52) Queriendo o
sin querer, Alberdi cae presa de las contradicciones de su propio
juego: después de elogiar al libro por su capacidad para desen­
mascarar los errores de los unitarios (un gesto que obviamente
implica dejar de lado las intenciones del autor), lo condena como
“el catecismo de esa falsa doctrina”. (66) Por supuesto, antes que
verlo como una contradicción, podemos atribuirlo al ritmo de la
disputa, cuidadosamente regulado de modo de no caer bajo el peso
de su perpetuo impulso negativo. Pues Alberdi emprende la crítica
con distintos disfraces: uno de ellos es un disfraz de lo negativo
oculto en los pliegues del elogio. El efecto final nos recuerda su

105
educación jurídica, que le permitía descargar sus golpes con los
modos del procedimiento de un tribunal.
En muchos sentidos, la lectura polémica que hace Alberdi del
Facundo inscribe metonímicamente la huella de futuras lecturas,
tal como prefigura muchas de las controversias que lo han atra­
vesado desde entonces. Como parte de un estudio de la recepción
inicial del libro, pone en acción y transcribe la labor de la in­
terpretación: la pone en acción porque, en razón de su naturaleza
genérica, es escritura que quiere transgredir sus propios límites
para alcanzar el campo de la acción; la transcribe porque, para
hacer y combatir, Alberdi registra su lectura, el acto elusivo de
análisis que Barbara Johnson estaba interrogando en el fragmento
citado. Hacia el fin de su vida, Alberdi reveló el secreto principal
de sus ardides: “El Facundo es, en cierto modo, el más instructivo
de los libros argentinos, pero a condición de saberlo leer y
entenderlo. El que no lo entiende al revés de lo que el escritor
pretende, no entiende el Facundo absolutamente.”21

106
Notas

1 La noción de recepción inicial es uno de los conceptos que he tomado


de Hans Robert Jauss. Véase una discusión de sus ideas fundam entales
en Pour une esthétique de la réception, Gallimard, París, 1978. En inglés
hay dos v o lú m en es muy ú tiles: Toward an A e sth e tic o f R e c e p t i o n ,
University of Minnesota Press, Minneapolis, 1981, y Aesthetic Experience
and Literary Hermeneutics, U niversity of M innesota Press, M inneapolis,
1982.
2 Barbara Johnson, “The frame of Reference: Poe, Lacan, D errida”, en
Shoshana Felman, comp.. Literature and Psychoanalysis: The Question of
Reading Otherwise, John Hopkins University Press, Baltimore y Londres,
1982. pág. 457.
3 Véase Seuils, Editions du Seuil, París, 1987. G enette define el
paratexto del siguiente modo: “El paratexto es ... aquello por lo que un
texto se hace libro y se propone como tal a sus lectores, y más generalm ente
a un público” (pág. 7). Las formas de presentación incluyen “cierta cantidad
de producciones, verbales o no, como un nombre de autor, un título, un
prefacio, ilustraciones, que nunca se sabe si le pertenecen o no, pero que
en todo caso lo envuelven y lo prolongan, precisam ente para presentarlo
en el sentido habitual de este verbo, pero también en su sentido más fuerte:
para volverlo presente, para asegurar su presencia en el m undo, su
“recepción”y su consumación, bajo la forma, al menos hoy, de un libro"
(pág. 7).
4 En cierto sentido, esto ilustra un punto que avanza Derrida en su
p olém ica con S ea rle: que “un c o n te x to n u n c a es a b s o lu t a m e n t e
determinable, o más bien ... su determinación nunca es cierta o saturada".
Véase Margins of Philosophy, U niversity of Chicago Press, Chicago, 1982,
pág. 310. La postura de Derrida es filosófica en su naturaleza; la polémica
la valida de un modo concreto.
5 Es interesante notar el dispositivo titulador que presenta este texto:
“Carta explicativa de Domingo Faustino Sarmiento / Advertencia / Bueno
será que el lector empiece por instruirse de la siguiente carta, que ha
motivado la presente publicación: Dedicatoria de la campaña en el Ejército
Grande”.
6Véase pág. 23.
7 La tercera edición apareció en Buenos Aires en 1873, hacia el fin de
la presidencia de Sarmiento. Fue introducida por un prefacio firmado
anónim am ente por “Un liberal” y su intención era socavar la im agen
presidencial, lo cual es otra ilustración de las dim ensiones pragm áticas
de la polémica.
8 Como fue notado en el Capítulo 2, este texto fue publicado en 1964
por Ediciones Pampa y Cielo con un elocuente cambio de título: La barbarie
histórica de Sarmiento.

107
9 Véase una convincente exposición de los atributos genéricos de la
carta en Ana María Barrenechea, “La epístola como problema genérico”,
en Dispositio XV. 39, 1990, págs. 51-65.
10 En “Les polémiques et ses définitions”, en Le discours polémique,
Presses Universitaires de Lyon, Lyon, 1980, pág. 39.
11 Cartas quillotanas, Ediciones Claridad, Buenos Aires, sin fecha, pág.
62. En adelante los números de página se indicarán entre paréntesis.
12 A lg u n o s e n c u e n tr o s o ra les a d q u ie r e n form a s de m e d ia ció n
institucionalizadas que tienen efectos similares a los de la escritura. Estoy
pensando en el caso de un discurso político, en el que la persona a la que
se ataca no puede, sin una ruptura del protocolo, interrum pir para
actualizar realmente el diálogo, o en la situación altam ente codificada de
enunciación que le permitió a Cicerón dirigirse a Catilina como lo hizo.
13 Véase un incisivo estudio de cómo el mismo Derrida puede quedar
atrapado en una lectura de otros “con respecto de sus intenciones” y en
querer ser leído él mismo de ese modo, en Robert Scholes, “Deconstruction
and Comm unication”. C.ritical Inquiry 14, 2, invierno de 1988, págs. 279-
295.
14 Véase “What is an Author”. en Textual Strategies, pág. 158.
13 “El escritor como mito político”, en Reuista Iberoamericana 143, abril-
junio. 1988. págs. 477-489.
16 Johnson, “The frame of Reference”, pág. 459.
17 En otros casos, Alberdi recurre a las notas al pie de página para
corregir a Sarmiento y suplementar sus ataques. Véase pág. 60, nota 1, y
pág. 62, nota 1 .
18 Marc Angenot llama “rétorsion” a esta estrategia: “Se retoman ...
por su propia cuenta a la vez los datos y los principios del adversario (al
tiempo que se declara no adherir a ellos), pero se lo hace para llegar,
sobre el terreno antagonista, a conclusiones nuevas, desfavorables para
el refutado y favorables al refutador: se trata entonces de rétorsion.” Véase
La parole pam p h létaire, Payot, París, 1982. pág. 215.
19 En Conciencia intelectual de América, comp. J. Ripoll, Las Américas,
Nueva York, 1970, págs. 225, 226.
20 En La barbarie histórica de S arm ien to , Pampa y cielo, Buenos Aires,
1964. pág 26.
21 La barbarie histórica de S arm iento, pág. 25.

108
4. Los v ia j e s d e l F a c u n d o a lo s c e n t r o s
metropolitanos

Titulado “Nota del A utor”, un breve relato que resum e el


argumento de este capítulo enfrenta al lector al comienzo del
Facundo. Su punto de partida es un escueto pronunciamiento en
francés: “on en tue point les idées”, atribuido a Fortoul, y seguido
por su traducción al castellano: “A los hombres se degüella, a las
ideas, no”. Y después viene la historia:
A fines del año 1840, salía yo de mi patria, desterrado por lástim a,
estropeado, lleno de cardenales, puntazos y golpes recibidos el día ante­
rior en una de esas bacanales sangrientas de soldadesca y mazorqueros.
Al pasar por los baños de Zonda ... escribí con carbón estas palabras: “On
en tue point les idées”. El Gobierno, a quien se comunicó el hecho, mandó
una comisión encargada de descifrar el jeroglífico, que se decía contener
desahogos innobles, insultos y amenazas. Oída la traducción, “¡y bien! —
dijeron, ¿qué significa esto ? ”1
Sarmiento quiere m ostrar la ineptitud intelectual de sus
opresores: no logran captar las posibilidades metafóricas; más allá
de la imposibilidad factual de matar ideas, no pueden decodificar
el tropo y así salir de la cárcel del lenguaje. Son, a diferencia de
él, bárbaros sin educación. Facundo daría testimonio del vigor de
sus ideas sobre la civilización y su lucha contra la opresión de
Rosas, cuyos bárbaros seguidores le habían infligido los “carde­
nales, puntazos y golpes” a los que alude, aun más allá del marco
temporal en que se inscribían sus objetivos políticos inmediatos.
El desconcierto expresado en la pregunta “¿Qué significa?” ante
la frase en francés no puede, sin embargo, atribuirse exclu­
sivamente a la ignorancia de los amigos de Rosas: también tiene

109
que ver con el desplazamiento fundamental que produce todo
transplante cultural. Para empezar, está el efecto obvio de la tra ­
ducción, y la pregunta que se hace la comisión oficial rosista
dramatiza brillantemente lo que Walter Benjamin ha identificado
como la tarea del traductor: comunicar la extrañeza de las lenguas,
incluida la propia.2La pregunta por el significado expresa no sólo
la desarticulación profunda entre lenguaje y correlato extralin-
güístico, sino también la deriva cultural, la errancia que la
traducción pone en movimiento. Y cuando renunciamos a traducir
(como resultaría en este caso de dejar en castellano la palabra
“mazorqueros” en una traducción a una lengua extranjera de este
fragmento) nos enfrentamos con un quiebre entre mundos, un vacío
contextual que sólo parcialmente puede llenarse mediante la
explicación y el comentario.3Para los lectores extranjeros enfren­
tados al Facundo en traducción la cuestión no es meramente
retórica: el mundo invocado por la historia que tomé del Facundo,
y, de hecho, el libro mismo y su autor, llegaban desde los márgenes
de su tradición cultural. De ahí que se presentara como una
panoplia de interrogantes consecuentes al encuentro con el otro.
Lo que quiero examinar en este capítulo surge de esas preguntas;
concentrándome en las traducciones del Facundo, observo la acción
de la circulación cultural como producción de un contexto nuevo
que altera la comprensión y los usos a los que sirvió la obra, como
un proceso de representación de una cultura (en este caso, una
cultura latinoamericana) por otra. Si la vida intelectual es ali­
mentada por la circulación de las ideas, la distancia atravesada
engendra, como efecto concomitante, su transformación de acuerdo
con el tiempo y el lugar al que las sujeta su transplante. El caso
de la recepción del Facundo en el siglo XIX en los Estados Unidos
y Francia ilustra las condiciones de aceptación y resistencia bajo
las que emigraba el capital cultural latinoamericano a los centros
de dominación.
La elección hecha por Sarmiento de un momento con el que
activar la escena de la escritura anticipa significativamente las
formas múltiples de exilio que atraviesan el libro antes inclusive
de que sea sujeto al extrañamiento de la traducción. El Facundo
es en cierto modo una glosa de la elusiva frase en francés,
demostrando la determinación de Sarmiento de ayudar a las ideas
a sobrevivir a los estragos de la tiranía durante su exilio en Chile.
Como ya se ha visto, su texto estaba destinado a viajar, para ser
leído no sólo en la Argentina, donde contribuiría al combate contra

110
el tirano Rosas, sino también a Europa y los Estados Unidos, donde
movería la opinión pública en favor de su causa política. Después
de todo, ¿no está este lector transnacional implícito en la elección
de una lengua extranjera con la cual deslizarse a la escritura? La
dinámica de la apropiación puesta en movimiento por estos
desplazamientos está cargada de un efecto deformador ya activo
en el acto del préstamo cultural que realiza el mismo Sarmiento,
y eso prefigura el destino del Facundo cuando emigra. Al inscribir
la frase “On en tue point les idées” en la roca en su camino a Chile,
atribuyéndola a Fortoul, Sarmiento la sometió a un proceso de
transformación típico de los anexamientos culturales. Sólo que en
su caso bajo la transformación subyace un error: tanto la cita como
su atribución son erróneas. Lo más cercano que existe es la frase
de Diderot: “On en tue pas de coups de fusil aux idées”, una máxima
que Sarmiento pudo haber encontrado en la Revue Encyclopédique,
leída por los miembros de su generación como fuente de cultura
europea. La frase le llegó en una mediación característica, como
epígrafe de un artículo de 1832 escrito por Charles Didier titulado
“Les doctrines et les idées”.' Este caso de error creativo caracteriza
la práctica cultural que examinará este capítulo: los efectos inno­
vadores. transformadores, de comprensión y traducción defor­
mantes pero productivos, que tienen la circulación y migración
culturales. Esta práctica cultural puede rastrearse primero en la
traducción de 1868 del Facundo hecha por Mary Peabody Mann.
El libro que se presentó a los lectores norteamericanos e ingleses
está pesadamente marcado por la necesidad de tender un puente
sobre el abismo cultural hemisférico, y, por ello, indica los
dispositivos enmarcadores destinados a superar ese abismo pero
que en los hechos pueden poner en entredicho la posibilidad de
superarlo efectivamente. La segunda es la primera reseña extran­
jera del Facundo por Charles de Mazade en la Revue Des Deux
Mondes, una lectura que revela los preconceptos que una mirada
extranjera impone sobre el otro sudamericano.
Cuando el Facundo fue traducido al francés y al inglés, fue
expuesto a formas tan reveladoras de malentendido productivo
como la frase de Diderot en manos de Sarmiento. Reenmarcado en
un nuevo contexto de recepción, fue extraído de su lugar cultural
nativo, mutilado por la extracción de capítulos im portantes y
después vuelto a presentar con ayuda de dispositivos tales como
prefacios, notas al pie de página, glosarios y apéndices. Así se lo
preparó para ocupar un sitio nuevo en un campo diferente de

111
discursos culturales y políticos en los Estados Unidos post Guerra
Civil, y en la Francia de Luis Felipe y Guizot, volviéndose en
algunos aspectos un nuevo artefacto cultural y revelando en el
proceso la red intrincada de factores materiales y factores textuales
a ltam ente mediados que presentaban el libro a sus públicos
extranjeros.
En este contexto, debemos preguntarnos cómo se produce una
ubicación estratégica para que un texto como Facundo pueda
traducirse a las lenguas del poder. En otras palabras, ¿cómo circula
precisamente el capital cultural? ¿Cuáles son algunos de los
factores concretos que conforman esta circulación? A mediados del
siglo XIX, mucho antes de que el llamado “boom” pusiera la
literatura latinoamericana bajo la atención de lectores extranjeros,
este proceso implicaba una clase muy concreta de mediación: el
autor mismo literalmente llevaba el libro a las metrópolis, a
menudo golpeando a muchas puertas y haciendo los contactos que
llevarían a la publicación. Esto es especialmente claro en el caso
de la primera y parcial traducción francesa de 1846, según lo
muestra una reveladora pequeña historia que Sarmiento cuenta
en el relato de sus viajes:5
La llave de dos puertas llevo para penetrar en París, la recomendación
oficial del gobierno de Chile y el Facundo: tengo fe en este libro. Llego,
pues, a París y pruebo la segunda llave. ¡Nada! ... Yo quería decir a cada
esritor que encontraba: ¡io anco!, pero mi libro estaba en mal español, y el
español es una lengua desconocida en París, donde creen los sabios que
sólo se habló en tiempo de Lope de Vega o Calderón; después ha degenerado
en dialecto inmanejable para la expresión de las ideas. Tengo, pues, que
gastar cien francos para que algún orientalista me traduzca una parte .0
Tradúcela en efecto, y doyla a un amigo que debe recom endarla a las
revistas. Ya han pasado dos m eses entre traducir y leer, y nada me dice.
“¿Qué hay de mi libro?” “Estoy leyéndolo.” Mala espina me da esto. Vuelvo
más tarde, pido mi manuscrito y me dice: "Lo hallo... un poco difuso... hay
novedad e interés, pero...” la verdad era que no había leído una palabra.
¿Quién lee lo que ha escrito uno a quien juzgam os inferior a nosotros
m ism os ? 7
La historia tiene un final feliz: un amigo lo presenta al editor
de la Revue des Deux Mondes, quien al fin se decide a leerlo, y
cuando lo hace su actitud hacia Sarmiento sufre una espectacular
transformación: el Facundo le ha abierto la puerta de París después
de todo, quiere sugerir el autor. En un plano más amplio, sospecho
que la otra llave provista por el gobierno de Chile jugó un papel

112
instrumental, ya que en 1846 Sarmiento era una figura oscura, y
la atención que recibió provino de ser representante oficial de una
república sudamericana en busca de programas educativos. Unos
veinte años después, cuando apareció la traducción inglesa, la
posición de Sarmiento era mucho más prestigiosa, pues había
ocupado varios puestos oficiales en la Argentina y se había ganado
prominencia como periodista. De hecho, la aparición de la t r a ­
ducción inglesa coincidió con la candidatura de Sarmiento a la
presidencia de la Argentina, y estuvo claramente destinada a
contribuir al prestigio de su autor haciéndolo conocer por lectores
ingleses y norteamericanos, y probándole con ello a sus com­
patriotas que podía ganarse el respeto de públicos extranjeros.
Aquí, discurso y poder se intersectan en los términos más desnudos.
Desde 1865 Sarmiento había estado viviendo en los Estados
Unidos, como Ministro Plenipotenciario de la Argentina. Hacer
traducir y publicar su libro por Hurd y Houghton culmina sus
intensos esfuerzos por colocarse en el centro de la vida cultura
norteamericana. Como Ministro Plenipotenciario, dirigió sus
energías a las empresas relacionadas de aprender sobre sistemas
educativos norteamericanos y conocer las figuras culturales y
políticas de la nación que admiraba. A fines de siglo, la pro-
fesionalización del escritor llevaría a cortar a m a rra s entre
escritura y acción política; en la década de 1860, Sarmiento todavía
tenía motivos para confiar en que la forja de las naciones y de los
libros iban a la par. Mientras estuvo en los Estados Unidos fundó
una revista llamada Revista de Ambas Américas, destinada a lograr
lo que la Revue Encyclopédique había hecho para su generación,
es decir mediar entre las culturas dominantes y las emergentes,
ayudando a las nuevas ideas que habían mostrado su eficacia en
el Norte a viajar hacia el Sur. La revista fue muy apreciada y
recibió considerable apoyo de diferentes países hispanoamericanos,
incluyendo una suscripción de doscientos ejemplares del presidente
Juárez de México. Contenía cartas de educadores norteamericanos
y se ocupaba de un tema de gran interés en los Estados Unidos en
el momento: la controversia sobre una oficina nacional de edu­
cación.8 Al cabo de cuatro números la publicación se interrumpió
por la partida de Sarmiento de los Estados Unidos en 1868, en
vísperas de su elección como presidente. También prestó atención
a la eficacia social de la biografía: escribió una Vida de Lincoln en
1865, apenas unos meses después del asesinato del presidente. Al
manipular el género con vistas a su poder ejemplificador. Sarmiento

113
destinaba el libro a las escuelas primarias de la Argentina, donde
luchó por hacer conocer a los Estados Unidos, como un ejemplo a
emular. En la misma vena escribió en Nueva York, en 1865, un
libro titulado Las Escuelas: Bases para la Prosperidad y para la
República en los Estados Unidos. El título indica la creencia de
que hay una relación profunda entre el nivel educacional del pueblo
y el éxito de un sistema político y económico. El libro le debe mucho
al pensamiento de Horace Mann: contiene muchas de sus ideas, y
asimismo una breve biografía suya.
La relación de Sarmiento con Horace y Mary Mann jugó un papel
clave en el transplante del Facundo a los Estados Unidos. Los había
conocido en 1847, durante un viaje anterior, cuando Sarmiento,
por haber conseguido una carta de presentación durante la travesía
atlántica, viajó a West Newton y pasó dos días con los Mann. El
papel de Mary como traductora de Sarmiento puede haber em­
pezado entonces, porque ella hizo posible la comunicación hablando
francés con él. Horace Mann le dio a Sarmiento ejemplares de sus
escritos, discursos e informes, así como muchas cartas de presen­
tación a personalidades prom inentes.9 Los Mann y Sarmiento
compartían la creencia en que la educación era esencial para
consolidar las instituciones democráticas, y hay un notable
paralelo entre las vidas de estos dos fundadores de instituciones
educativas. Lo que había tratado de apropiarse Horace Mann del
sistema educativo inglés para su nación emergente, ahora se re­
plicaba en los fervorosos préstamos que tomaba Sarmiento del
sistema norteamericano. Esta simetría se extendió al campo tex­
tual: mientras Sarmiento traducía la biografía de la Sra. Mann de
su marido al español, ella a su vez traducía la biografía de Facundo
Quiroga de Sarmiento al inglés, en un amistoso intercambio de
textos e influencias. Era un momento de construcción nacional en
ambos hemisferios: en los Estados Unidos, por supuesto, el impulso
estuvo particularmente alentado por la finalización del caos de la
Guerra Civil; en la Argentina la iniciativa estaba a la espera de
que la era de Rosas llegara a su fin.
Cuando Sarmiento llegó a los Estados Unidos por segunda vez,
en mayo de 1865, las circunstancias habían cambiado mucho: Rosas
había sido derrocado, y Sarmiento, en calidad de embajador
argentino, estaba en posición de avanzar de un modo productivo
los contactos hechos en 1847. Horace Mann había muerto en 1859;
en una carta escrita a su viuda muy poco después de su llegada,
Sarmiento rendía homenaje a su memoria, a la vez que le recordaba

114
su anterior encuentro: “Quizás Ud. no me recuerde; pero si el
aprecio por el Sr. Mann fuera útil para ganar su amistad, le aseguro
que nadie tuvo mayor estima del carácter de ese hombre y de su
gervicio a la humanidad”.10Más tarde ese mismo mes le envió una
copia del Facundo (un libro que él mismo había definido, para su
amiga Dalmacia Vélez Sarsfield, como “mi loro y mi cañón”,
aludiendo a su poder como medio de introduccción), y en septiembre
le estaba pidiendo que emprendiera la traducción al inglés: “¿Está
Ud. bendecida con abundancia de tiempo libre y buena voluntad
para emprender la traducción de Civilización y barbarie? Si Ud.
dispusiera hacerlo, me sentiría especialmente orgulloso de ver en
la portada de un libro escrito por el Sr. Sarmiento el nombre de la
Sra. Mary Mann.”11 Ella accedió a hacerlo “como un trabajo de
amor”, como le diría a Longfellow en una carta de 1868, en la que
le pedía ayuda con dos pasajes asegurándole que la versión inglesa
“resultará interesante y le dará al público por lo menos una buena
lección de geografía e historia”.12 Habiendo pasado algún tiempo
en Cuba con su hermana Sofía en 1833, la Sra. Mann conocía
suficiente castellano para emprender el proyecto, y no es difícil
encontrar motivos para su interés. Sarmiento estaba manteniendo
vivos la memoria y los intereses de su marido más allá de los con­
fines del estado de Massachusetts, pero también era un leal amigo
de ella, como lo prueba una correspondencia de casi cuatrocientas
cartas intercambiadas hasta el año de la muerte de ella, en 1887.
Además, por haber estado activamente comprometida con la ense­
ñanza, junto con su hermana Elizabeth, aun desde antes de conocer
a Horace Mann, su interés por las iniciativas de Sarmiento fue
parte de su compromiso de toda la vida con la educación.13
La traducción de Mary Mann muestra abundantes huellas de
la migración cultural que puso en efecto. Primero de todo, era
necesario un cambio de título, ya que el nombre Facundo carecía
del valor emblemático fácilmente reconocible que tiene para
lectores argentinos. Así que, en lugar de Facundo o civilización y
barbarie, la versión inglesa se llamó Life in the Argentine Repub-
lic in the days of the Tyrants, or Civilization and barbarism. Como
dispositivo presentacional, un título sugiere posibilidades temá­
ticas; si la elección de un nombre propio (Facundo) llevaría al lec­
tor a esperar los parámetros de la escritura biográfica, el nuevo
título desplaza lo in dividual y privilegia la m ira d a de un
observador externo interesado en el espectáculo de la Argentina
acosada por déspotas. A través de esta retícula era posible filtrar

115
las escenas caóticas de la tiranía y de los gauchos fuera de la ley
en la conciencia de los lectores del Norte. Querría sugerir que este
cambio de título puede llevar a un reexamen de la obra, ya que es
posible leer los primeros capítulos bajo la guía del título inglés y
confirmar que funciona como un libro de viajes, lo que, a su vez,
alude al entramado y recorridos que pueden trazarse en las rutas
de la circulación cultural. La erudición reciente ha hecho inte­
resantes observaciones acerca de la influencia sobre la escritura
latinoamericana del discurso producido por viajeros científicos
europeos en los siglos XVIII y XIX, proveedores de un paradigma
con el cual entender el Nuevo Mundo. Su vigencia como narrativas
maestras fue tal que han dejado huellas significativas en el mismo
Facundo, punto que ha sido elegantemente expuesto por Roberto
González Echevarría.14 Los gestos de autolegitimación de Sar­
miento resultan en los epígrafes de viajeros tales como Alexander
von Humboldt o el capitán Francis Bond Head, pero su discurso
también está encastrado en modalidades más profundas y menos
explícitas. Lo que Foucault llam aría la exterioridad de esta
voluntad de saber está enérgicamente activa en los protocolos de
lectura a través de los cuales el Facundo fue asimilado en los países
metropolitanos. Lo que han apropiado el Facundo y otros textos
latinoamericanos fundacionales, como Os Sertoes (1902) de da
Cunha, o Cecilia Valdés (1880) de Villaverde, fue parte de la
empresa europea de expansión política que había surgido hacia
fines del siglo XVIII. Sobre el modelo del viaje emblemático de
N apoleón a Egipto acom pañado de docenas de sabios que
producirían los enormes veintitrés volúmenes de la Description de
l'Egypte entre 1809 y 1929, la dominación occidental descansa
sobre taxonomías descriptivas, registro de territorios, estadísticas,
descripción de paisajes y otras formas discursivas que domes­
ticaron el planeta y lo hicieron reconocible. El poder del discurso
resultante es tal que cuando un latinoamericano toma la pluma
en el siglo XIX para dar cuenta de su propio mundo, se vuelve
hacia la autoridad del código maestro de los viajeros. Sarmiento
ilustra este punto cuando, en los primeros tres capítulos, necesita
presentar los "Aspectos Físicos de la República Argentina, y las
Formas de Carácter, Hábitos e Ideas Inducidas por él”. Aquí debe
proveer una descripción de las llanuras o pampas que nunca ha
visitado, pues sus viajes se han limitado por la escasez de medios
y las restricciones del exilio. Así que volvió la vista hacia el texto
de Hum boldt “Sobre Estepas y D e sie rto s” en busca de una

116
descripción: una vez más, como en el caso de la frase que citó
erróneam ente como de Fortoul, atribuyéndoselo al autor equi­
vocado.15El discurso del viajero europeo preside el Capítulo I tanto
en su descripción como en su epígrafe, que dice, con un tono
apropiadamente grandioso: “La extensión de las pampas es tan
prodigiosa, que al norte ellas están limitadas por bosques de
palmeras, y al mediodía, por nieves eternas”.16
Sarmiento recurre también al orientalismo para hacer fami­
liar al otro sudamericano. Realmente sorprende la insistencia con
la que es desplegado el orientalismo como sistema de comparación
(particularmente en los primeros capítulos del F acundo), y,
concomitantemente, por las estructuras formidables de dominación
cultural que produjo el Occidente. En su intento de traducir el
caos de la República Argentina en los días de los tiranos a su
público metropolitano, Sarmiento se afilia con las formas de
representación del Oriente generalmente asociadas con el proyecto
napoleónico de dominar Egipto, y por ello con las ambiciones
coloniales francesas en general.17La genealogía de frases como “la
Babilonia de América”, “beduinos am ericanos”, o de muchas
comparaciones de tipo “como el jefe de una caravana asiática”, se
revela en varios de los epígrafes de capítulos y en el cuerpo mismo
del texto. Las fuentes de Sarmiento eran, tomando la frase de
Edward Said, “los hijos textuales de la expedición napoleónica”.
Un ejemplo m ostrará cómo funciona la transferencia. En el
Capítulo I hace la desaforada afirmación de que “hay algo en las
soledades argentinas que trae a la memoria las soledades asiáticas;
alguna analogía encuentra el espíritu entre la pampa y las llanuras
que median entre el Tigris y el Eufrates”.18Al no haber salido nunca
de las fronteras de la Argentina y Chile, Sarmiento puede haber
estado recurriendo a una imaginación estimulada textualmente,
pero podemos preguntarnos qué imaginación operaría el salto entre
las llanuras de la Mesopotamia y las pampas argentinas. La
respuesta está en la cita que precede a este pasaje: el salto necesita
el impulso provisto por un texto de Volney en el que se describe la
Luna subiendo sobre unas ruinas en el Eufrates: “La luna llena
en el Oriente se alzaba contra un fondo azulado sobre las llanuras
del Eufrates”. El Conde de Volney era un viajero francés cuyo Voy-
age en Egypte et en Syi'ie de 1787 fue uno de los manuales de
Napoleón durante la conquista egipcia: su hostilidad al Islam,
expresada en los términos más objetivos, tenía la ventaja de validar
las ambiciones coloniales francesas. Entretejida en el texto de

117
Sarmiento, ¿cómo no lo colorearía con sus propias tendencias
ideológicas?19
Estas diversas huellas del discurso dominante traicionan la
marca de la supremacía europea y su efecto sobre la migración de
textos. También sugieren que el transplante del Facundo a suelos
culturales del hemisferio Norte fue auxiliado por un archivo de
alusiones y referencias fácilmente reconocibles. Gracias a estos
boomerangs culturales el Facundo cruzó las fronteras con facilidad,
activando los paradigmas interpretativos de un libro de viajes. El
proceso fue alentado por la tesis principal del texto, cual es que la
civilización europea y todos sus aderezos abolirían el atraso de la
barbarie nativa; pero era indispensable elaborar este argumento
en términos que un lector extranjero encontrase apropiados.
Parecería que aun cuando lee sobre el otro, el discurso de domi­
nación está condenado a seguir leyéndose a sí mismo, a encontrar
su propia imagen reflejada en lo nuevo. ¿O es éste el secreto de su
éxito?
Pero la mediación no es tan feliz en todos los casos. Los intentos
de Mary Mann de colmar el vacío entre el mundo del Facundo y su
público extranjero sufren de las dificultades implícitas en aplacar
el desconcierto de los lectores n o rte a m e ric a n o s frente a la
narración del caos político subsiguiente a las guerras de la In­
dependencia. El laborioso prefacio con el que presenta su tra­
ducción revela elocuentemente la naturaleza problemática de la
empresa de poner a una cultura bajo la atención de otra. Surgen
las complicaciones de contextualizar los hechos que rodean las
acciones de Facundo Quiroga y su relación con el protagonista
implícito del libro: Juan Manuel de Rosas. Las estrategias que
despliega la Sra. Mann para suplem entar la información en el
Facundo revelan una comprensible falta de objetividad respecto
de los hechos; después de todo, como amiga del autor y como la
persona que había trabajado en la traducción, quiere que las tesis
del libro sean bien recibidas. También revela una falta de in­
formación por momentos alarmante, así como de competencia
narrativa. Las cartas de la Sra. Mann m uestran su avidez de in­
formación, y aunque Sarmiento respondió esbozando respuestas a
sus preguntas, la opacidad del m aterial ante ojos extranjeros
presentaba una considerable dificultad.20
Es revelador que mientras Sarmiento eligió iniciar el libro con
la descripción de la tierra y su efecto sobre el “hom bre”, la
demarcación del traductor de un punto significativo de partida es

118
de una naturaleza epistemológica enteram ente diferente. Su
prefacio reescribe o suplementa el comienzo de Sarmiento, retro­
cediendo hasta la fundación de Buenos Aires en el siglo XVI, como
si los lectores no pudieran asimilar el texto a menos que hubieran
ubicado el territorio y presenciado la entrada en escena de los
europeos, invirtiendo con ello la dirección que sugiere Sarmiento.
Se equivoca en el relato de las dificultades para habitar el área de
Buenos Aires, de establecer los virreynatos españoles, de los
movimientos de Independencia en el siglo XIX, de los primeros
intentos de forjar un orden político y sus fracasos, de las hazañas
de Quiroga y Rosas, y, yendo más allá de 1835 (cuando term ina el
libro), describe el derrocamiento de Rosas y los problemas subsi­
guientes. Su punto final, cosa que no sorprende, coincide con el
motivo para la publicación del libro en los Estados Unidos: la
candidatura presidencial de Sarmiento. El lector de sus bienin­
tencionados pero arduos esfuerzos por resumir un período in­
mensamente complejo de casi cuatro siglos se alarm a ante el
espectáculo del caos que asedia a la traductora. Por momento la
ve perderse en la extrañeza lingüística, equivocándose por completo
con los nombres, haciendo inidentificables regiones o personajes.
Hay casos de inepcia narrativa, como lo ilustra el siguiente pasaje:
“Las fuerzas unitarias, con sus líderes, habían emigrado de Buenos
Aires, y ocuparon la Provincia de Córdoba, bajo las órdenes del
General Paz, quien fue capturado con un lazo al frente de su
ejército, y así hecho prisionero”.21 Simultáneamente nos enteramos
de la ocupación e xitosa de Córdoba por Paz y su c aída,
encapsulando en una sola frase el punto más alto de su carrera y
el más bajo. Los vacíos de información producen la impresión de
que el cambio histórico se produce al azar: la Sra. Mann carece de
un código maestro con el que ordenar su relato, porque la abruma
el desorden tum ultuoso y desconocido. Su n a rración de los
movimientos de Independencia de España da otro ejemplo de lo
problemático que es construir una representación sin el cono­
cimiento que permitiría una explicación plausible. La Sra. Mann
hace a un lado el papel crucial de la invasión napoleónica de
España y propone la siguiente secuencia de hechos: “En este
período su rg iero n dos p a rtid o s rivales, los europeos y los
americanos. Fernando VII fue destronado en ese momento; y este
problema en España, sumado a las ideas sugeridas por la Revo­
lución Francesa, aumentaron las dificultades en Sudamérica. El
primero de enero de 1809 hubo una conspiración, apoyada por los

119
europeos, que se presentaron en la plaza pública de Buenos Aires
y pidieron la deposición del Virrey y el establecimiento de una junta
gobernadora.”22 La identificación de los partidos rivales como
europeos y americanos es confusa, ya que no se dividieron en
realidad sobre líneas tan claras, y, de hecho, estuvieron fracturados
por muchos otros factores. La caída de Fernando VII parece ser el
producto del mero azar; la fecha de establecimiento de la Junta,
que es uno de los dos principales hechos históricos celebrados por
la “invención de la tradición” argentina (25 de mayo de 1810) es
errónea. Hay momentos en que la posición de la Sra Mann como
extranjera se revela en la admisión de su perplejidad ante la tierra
y sus habitantes, como cuando describe a los gauchos como “una
raza peculiar de hombres que puede verse en las pampas”.
Este defectuoso prefacio ocupa el lugar del prefacio del propio
Sarmiento a la primera edición, que le había dado al lector un
paradigma interpretativo necesario para dar sentido al libro,
explicando los objetivos y razones por los que había elegido a
Facundo Quiroga para explicar el caos rein a n te d u ra n te la
dictadura de Rosas. Lo había excluido en la tercera edición, en la
que se basa la traducción, y un motivo de que un dispositivo presen-
tacional tan eficaz no se usara figura en una carta que escribió
Sarmiento a la Sra. Mann, en la que le explica que no tiene la
introducción con él en los Estados Unidos. Parece que la Sra. Mann
fue arrastrada por el extrañamiento cultural, por el esfuerzo de
c oncep tu a liz ar, sin la ayud a p ro v ista por los s is te m a s de
pensamiento que Sarmiento hábilmente adaptó de sus lecturas en
la cultura hegemónica. Al aventurarse ella en el discurso histórico,
complica más las cosas, pues sus datos son alternativamente de­
masiados y demasiado escasos. Lucha por contar toda la historia
desde la conquista española, sin lograr producir una representación
significativa articulada en causa y efecto. Compensa su impericia
narrativa con sus esfuerzos por tranquilizar al lector promoviendo
a la vez el mito del autor, por un lado, y el prestigio de los Estados
Unidos y sus instituciones por el otro. El prefacio toma como punto
de partida no el libro sino al “Coronel” Sarmiento como el sujeto
fundador que ha de privilegiarlo con las seguridades de una
plenitud de sentido. La lectura del Facundo se valoriza atri­
buyéndoselo al hombre que ha sido llevado “a una posición en su
país más alta que la que cualquier otro hombre desde San Martín,
el héroe de su independencia, ... ha ocupado nunca”.23Es enaltecido
como la fuente de significación capaz de reordenar la caótica

120
narración histórica, y como el agente visionario de la historia que
a su país, como lo proclama la traductora en sus palabras
sa lv a r á
finales: “los gemidos de agonía (de sus compatriotas) ahora lo
llaman pidiéndole ayuda”.24 Una fuerza validante tan vigorosa
justifica la sum a de pasajes seleccionados de Recuerdos de
Provincia al final del Facundo. El resultado es que la identidad
del libro resulta modificada y, pese a lo que anuncia el título,
contiene muchas páginas sobre Sarmiento mismo, en una com­
binación de pasajes tomados de su autobiografía y de varios otros
textos que, reunidos, dan un panorama detallado de los muchos
logros del autor. En un gesto complementario que revela una
concepción igualmente flexible de la obra, los últimos dos capítulos
del Facundo son omitidos. Enfrentado a la posibilidad de llegar a
Presidente, Sarmiento quitó las partes programáticas en las que
había esbozado su proyecto de organización nacional después del
derrocamiento de Rosas. ¿Quién querría que se confrontase su
acción con una visión articulada años atrás? El libro entonces
quedó reformado de modo de lograr un máximo de eficacia en su
busca de atención y poder.
Tranquilizando más aun al lector norteamericano, la Sra. Mann
insiste en que Sarmiento admira profundamente a las instituciones
de los Estados Unidos, y que se ha propuesto persuadir a “los
hombres más avanzados” de la Argentina a tomar por modelo de
su gobierno “el de los Estados Unidos, que es su prototipo, y al
cual ahora dirigen la vista, más que a Europa, en busca de luz y
conocimiento”.25 Aun en sus momentos más confusos, el en-
marcamiento del texto que realiza la Sra. Mann le permitía obtener
la aprobación del público al que estaba dirigido.2*’ Este reen-
marcamiento subraya los efectos productivos de la recepción, pues
la versión inglesa abunda en gestos que apelan a sus pretendidos
lectores, y que, si se los juzga por una reseña anónima aparecida
en el New Englander en octubre de 1868, tuvieron el efecto deseado.
Life in the Argentine Republic in the Days of the Tyrants fue leído
como una confirmación del éxito del sistema norteamericano de
gobierno, un éxito, de hecho, que “está modificando el carácter de
otras nacionalidades como una mera Utopía nunca podría haberlo
hecho”.27 El objeto mismo de la reseña es mostrar la creciente
influencia del modelo norteamericano en un contexto hemisférico.
Mientras el reseñista da un panorama de los primeros capítulos
del Facundo, indicando las fuerzas implicadas en la lucha entre
civilización y barbarie, y cita las coloridas descripciones de

121
Sarm iento de los diferentes tipos de gaucho en los primeros
capítulos del libro, advierte desde el comienzo que su interés en el
libro está enmarcado por el deseo de destacar la posición ejemplar
de su propia nación: “Pero es nuestro propósito aquí ... mostrar
algo de la clase de vida que llevó un estado poco importante de
Sudamérica en su intento de realizar dentro de su territorio las
ideas de gobierno republicano puestas en marcha por el éxito de
los Estados Unidos...”28
En los Estados Unidos emergentes de la lucha sangrienta de
su propia Guerra Civil y el asesinato del presidente Lincoln, el
Facundo puede ser leído como la imagen invertida de “la gloria,
inteligencia y vigor de esta república”,29pero es también un espacio
textual en el cual podrían inscribirse las tensiones internas del
contexto de recepción. Un ejemplo es la reseña de The N ation, que
refleja el vacío ideológico entre Norte y Sur que subsistió a la
Guerra Civil. El reseñista utiliza el Facundo para acentuar la
condena al Sur recientemente derrotado, y para sugerir que los
horrores del régimen de Rosas, tan vividamente descriptos por
Sarmiento, tienen un fuerte parecido con los estados secesionistas:
“Al leer estas páginas nada nos ha sorprendido más que el gran
parecido de los gauchos, como clase, con los esclavistas del Sur
como clase. Los últimos, por supuesto, eran puramente agrícolas,
los primeros sólo ganaderos; pero casi igualmente dispersos,
igualmente ociosos y adversos al trabajo productivo, igualmente
enemigos de la ley.”30 La descripción que hace Sarmiento de las
costumbres del gaucho y del régimen de Rosas es comparada con
“el relato que hace la Sra. Stowe de la plantación de Legree” en La
Cabaña del Tío Tom; la “perversión de lenguaje que se demora en
las bocas de la Democracia” es reflejada en el discurso público
inducido por la confederación rosista. El paralelo no surge del libro
de Sarmiento ni de las estructuras determinadas por la economía
de plantación de la sociedad sureña: revela lo que podría ser
descripto como “las necesidades de la interpretación”: en su versión
inglesa de 1868, entonces, el Facundo ayudó a confirmar el
completo fracaso de la empresa sureña. Así, el efecto general de la
lectura fue estimular el sentimiento norteamericano de nacio­
nalidad advirtiéndole contra los desórdenes que todavía tenían en
su poder a muchas repúblicas sudamericanas. El espectáculo de
la barbarie reforzó la experiencia de civilización que el público
norteamericano de mediados de siglo estaba tratando de solidificar.
Después de todo, hay un efecto más bien catártico que puede

122
ganarse volviéndose al otro en busca de lo que uno está tratando
de exorcizar en su propia casa.31 La migración del Facundo a la
cultura metropolitana en el siglo XIX sugiere los procesos mediante
los cuales una cultura construye representaciones del otro, y su
recepción esboza algunos de ellos. Aquí una vez más la reseña del
New Englander da una prueba reveladora: “...no podría carecer de
ventajas para nosotros el que podamos vernos reflejados en este
espejo, y obtengamos alguna iluminación oblicua sobre nuestra
libertad civil norteamericana de la imagen presentada en estas
llanuras sudamericanas”.32 Tal lectura está llamada a responder
más a la cultura que la produce que a su supuesto objeto. La imagen
en el espejo será una imagen distorsionada. El otro sudamericano
sólo puede dar una visión de la deformación (o malformación) de
las instituciones políticas, visión que actuará como un llamado de
atención.

Los trucos del elogio: el F acu n d o en Francia


Las estrategias de apropiación tuvieron un borde mucho más
afilado cuando el Facundo viajó a Francia, donde la interpretación
como ejercicio de poder y au to rid a d se exacerbó de modos
reveladores. Sarmiento estaba convencido de que la primera reseña
extranjera, que se esforzó por conseguir, aseguraría la posición
del libro. Prueba de su satisfacción con esta reseña es que la publicó
en la segunda edición en castellano de 1851, como para certificar
la aprobación europea. Una lectura más atenta del artículo de
Charles de Mazade en 1846 en la Revue des Deux Mondes revela
que si bien elogia superficialmente a Sarmiento por su trabajo
(visto como “uno de los raros testimonios que nos llegan de la vida
intelectual de Sudamérica”),33 es uno de los más duros y dañinos
documentos producidos por el discurso de la supremacía europea
sobre América Latina. Este texto debe ser leído como la intersección
de las fuerzas políticas y culturales que dieron un contexto a la
recepción del Facundo en Francia. La posición que ocupaba tuvo
tanto que ver con problemas relacionados con la política exterior
de Rosas como con algunos de los debates de la monarquía de julio
de Luis Felipe; su conjunción produce sus condiciones de existencia.
En la larga historia de la intervención europea en el Río de la
Plata, hubo varios bloqueos a los puertos de Buenos Aires y
Montevideo. Cuando Sarmiento partió a Europa en 1846, tanto

123
Francia como Inglaterra estaban em barcadas en un bloqueo
conjunto al puerto de Buenos Aires. Las razones son demasiado
complejas para e n tra r en ellas, pero tienen que ver con la
interferencia de Rosas en los intereses comerciales ingleses y
franceses por el control de derechos aduaneros y el acceso a puertos
clave. Para los enemigos políticos argentinos de Rosas, como
Sarmiento, la intervención extranjera era sumamente deseable en
este caso, porque ayudaría a provocar su caída. Es posible imaginar
entonces el desencanto de estos opositores, cuando en 1846 Lord
Palmerston, que sucedía a Lord Aberdeen en el Foreign Office,
declaró ilegal el bloqueo (era claramente conciente de sus efectos
negativos sobre el comercio) y persuadió a Guizot, cabeza del
gobierno francés, de su spender su participación ta m b ié n .34
Sarmiento consideró su llegada a París (en mayo de 1846) como
una oportunidad muy importante para ejercer presión en favor del
bloqueo antes de que se lo lev an tara . Sus reuniones con el
Almirante francés Mackau, y hasta con el mismo Guizot, tuvieron
resultados desalentadores. De modo que Sarmiento se volvio hacia
el dirigente de la oposición, Thiers, que abrazó su causa en los
debates parlamentarios por razones obviamente estratégicas. Su
discurso evocaba de modo estridente las ambiciones coloniales
francesas en el área y llamaba a Montevideo (la ciudad urguaya
que se beneficiaría con el bloqueo) “una verdadera colonia fran­
cesa”, que no debía ser abandonada por Francia. La reseña de
Charles de Mazade se apoya en las opiniones de Thiers y repro­
duce su lógica a la vez que elabora una argumentación sosteniendo
la necesidad de “defender la causa de la civilización”. De ese modo,
el Facundo quedó colocado en la escena política francesa de un
modo que sólo en apariencia era congruente con su argumento con­
ceptual mayor. Pues aun si Sarmiento condenaba la barbarie de
Facundo Quiroga, Juan Manuel de Rosas y los gauchos que los
apoyaban, no proponía el colonialismo del modo brutalm ente
inequívoco en que lo hacía de Mazade. Aquí vemos los peligros de
la interpretación: al evocar la polaridad de Sarmiento (civilización
frente a barbarie) era posible llegar a la conclusión de que la
civilización europea tenía que obliterar la barbarie sudamericana
ocupándola concretamente y sometiéndola al dominio francés.
La estrategia de persuasión de de Mazade se basa en la condena
al américanisme. El desplazamiento de barbarie a americanismo
produce un cambio significativo de especificidad geográfica: ahora
las cualidades nefastas de la barbarie se extienden hasta cubrir

124
lo que él llama “les Républiques du Sud”, como si todo el continente
sudamericano quedara incluido en ella. El mismo Sarmiento utiliza
la palabra "americanismo” de modo irónico en los capítulos fina­
les del Facundo, burlándose de la retórica nacionalista de Rosas,
pero de Mazade elide el sesgo paródico de Sarmiento y se apropia
del término para desprestigiar a toda Sudamérica. Titula su reseña
“De 1 A m éricanism e et des R épubliques du S u d ”, e ignora
totalmente el libro de Sarmiento durante la primera parte de su
texto, concentrándose en lo que describe como la "enfermedad
moral de estas nuevas poblaciones” y la “especie de infancia salvaje
de las razas indígenas”, que degradadas más aun por la colo­
nización española han producido “la verdadera plaga de estos
países jóvenes, la enfermedad crónica contra la cual es necesario
luchar”.35 Hay una consecuencia de esta barbarie por la que este
texto se preocupa especialmente, y que apenas si toca Sarmiento
en el Facundo: el modo en que son tratados los extranjeros en estas
repúblicas. Gran parte de la reseña es una apasionada defensa de
lo que de Mazade llama “los derechos de los extranjeros” en países
como Nicaragua, México, Chile, Paraguay, y por supuesto la Ar­
gentina. El hecho de que una de las principales razones del bloqueo
francés hubiera sido precisam ente el tema de los beneficios
extendidos a franceses viviendo en el Río de la Plata indica cómo
el Facundo es usado para argumentar en una disputa política. Esto
se hace mas claro en las conclusiones a las que se llega al final de
la reseña. Después de parafrasear, citar o resumir el relato de
Sarmiento de las fuerzas geográficas y humanas que conforman la
lucha entre civilización y barbarie, apela a él como prueba
incontrastable de la necesidad de conquistar literalmente esas
repúblicas bárbaras: “Al obligar a las potencias europeas a usar
las armas contra él (es decir, contra el “patriotismo brutal y ciego”
de la era de Rosas) ha iluminado un hecho que resume la relación
entre los dos mundos, y es que Europa está fatalmente empujada
a la conquista material de América, si no logra pacíficamente su
conquista moral”.36Así, en 1846, de Mazade adopta la retórica del
imperialismo europeo para legitimar sus iniciativas, cuyo objetivo,
según sus palabras es “transformar el mundo”. Presenta el bloqueo
de Buenos Aires como parte de la empresa general que llevó a
Inglaterra a Norteamérica y a la India, y al “genio de Francia” al
Africa: “Son todos los mismos síntomas, los mismos esfuerzos de
parte de la civilización conquistadora”.37

125
Hay cierta ironía en que un texto latinoamericano sea usado
como palimpsesto sobre el cual inscribir el discurso de su propia
dominación. Y mientras que Sarmiento aludió a esta reseña con
gran orgullo (después de todo, era el sello de aprobación de la
metrópolis) de Mazade consideraba al libro un mero “petit livre”
con el dudoso honor de ser “uno de los raros testimonios de la vida
intelectual sudamericana que nos llegan”, portando consigo “el
perfume salvaje de las flores poéticas de la pampa”.38
De todos modos, los ardides de la lectura son tales que esta
reseña terminó contribuyendo a la canonización del Facundo: lo
que importaba en Sudamérica era que la celebrada Revue des Deux
Mondes hubiera considerado al libro digno de atención. Sarmiento
a su vez puede haber realizado su propio juego de prestidigitación
al publicar la reseña con la segunda edición, confiado en que el
mero hecho de su existencia superase ampliamente el tono negativo
de sus comentarios sobre Sudamérica. Tuvo el efecto buscado: lo
que tenía que decir, salvo unos pocos pasajes emblemáticos que
han sido citados muchas veces, apenas si importó. Igual que el
Facundo, la reseña también viajó en fragmentos: no fue leída en
su integridad. Esto puede ser una de las ironías finales del viaje
de vuelta a casa: la reseña extranjera fue en cierto modo desnudada
de su contenido político y transform ada en un mero gesto de
aprobación. Por supuesto, es un triunfo menor en el esquema
amplio de hechos históricos, pero sugiere otras estrategias posibles
de resistencia oblicua que pudieron ponerse en acción en los
avatares de la circulación cultural. Al tomar prestado, transformar,
leer o malinterpretar, el fuerte y el débil están poniendo en práctica
todos los trucos mediante los cuales el uno y el otro entran en
conversación.

126
N otas

1 Sarmiento, Facundo, 4, nota 5.


2 Véase “The Task of the Translator”, en Illuminations, Fontana/Collins,
Londres, 1973. págs. 69-82.
'1 En el caso de “m a z o r q u e r o s” se n e c e sita r ía una nota al pie,
describiendo el complejo aparato de represión im p lem en tad o por el
gobierno de J u a n M an u el de R osas (1 7 9 3 -1 8 7 7 ), y las e s c u a d r a s
paramilitares que creó para controlar el disenso. También se necesitaría
algo similar para los “baños de Zonda”, de los que Sarmiento presupone
que son un indicador geográfico que ayudará al lector a situarse, pero
resultan bastante desconcertantes en la versión inglesa.
4 Véase Verdevoye. Domingo Faustino Sarmiento éducateur et publiciste
(entre 1839 et 1852), pág. 76, nota 160. Véase también Nora Dottori y
Susana Zanetti, Nota 5, pág. 4, en la edición del Facundo de la Biblioteca
Ayacucho. Sylvia Molloy ha escrito un relato sum am ente elegante de este
error en su At Face Valué, págs. 30-32. Estoy en deuda con las ideas de
Molloy en más de un aspecto.
8 El Ministro Montt de Chile había auspiciado el viaje europeo de
Sarmiento para hacerle posible estudiar distintos sistem as educativos,
pero también para sacarlo del escenario de los acalorados debates políticos
en los que Sarmiento se había metido. Véase más sobre esto en Verdevoye,
Capítulo 4.
0 La elección del térm ino “o rien ta lista ” con el que d esignar a un
traductor del castellano es altam ente indicativa del modo en que en la
época se reunían todos los discursos del otro, reunión a la que recurría
inclusive el intelectual marginalizado.
7 V éase Viajes, en Sarm iento, Obras Completa s, Im prenta Belin,
Santiago de Chile, vol. V, págs. 130-131.
8 Uno de los m u ch os a p é n d ic e s a la tra d u cción de 1868 tra ta
precisamente de este tema: es una carta que Sarmiento escribió al Senador
Sum ner, u rg ién d o lo a tom ar p osición con tra “la d e sa p a r ic ió n del
Departamento Nacional de Educación”.
Véanse datos muy completos sobre esta relación en el “Introductory
Essay” de Michael A. Rockland a su traducción de Sarmiento's Travels in
the United States in 1847, Princeton U niversity Press, Princeton, N.J.,
1970, págs. 3-75.
10 Carta del 8 de julio de 1865, en Sarmiento, Obras completas, Ed.
Peuser, Buenos Aires, 1948-1956, XX, págs. 57-60. Citado en Rockland,
“Introductory E ssay”, pág. 34.
11 Carta del 22 de septiem bre de 1865 (en inglés). Cartas de Sarmiento
a la Señora María Mann, Imprenta de la Universidad. Buenos Aires, 1936,
pág. 255.

127
14 L o n g fello w P ap ers, H ou gh ton Library, H arvard U n iv e r sity ;
probablemente comienzos de 1868. Citado en Rockland, pág. 54.
13 Véase más sobre las vidas de Mary Peabody Mann y sus hermanas
en Louise Hall Tharp, The Peabody Sisters o f Salem, Little, Brown and
Company, Boston. 1950. Agradezco a mi colega Ann Wightman por hacerme
conocer este libro.
14 V é a se “R e d e s c u b r im ie n to del m u n d o p e r d id o ”, en R e v i s t a
Iberoamericana 143, abril-junio de 1988, págs. 385-406.
15 Sarm iento asigna el epígrafe al Capitán Francis Bond Head, que
había hecho un viaje de Buenos Aires a Mendoza en 1826, en un frustrado
intento de establecer una empresa minera al pie de los Andes.
lfi Todas las citas siguientes están tom adas de Life in the Argentine
Republic in the Days of the Tyrants. or Civilization and barbarism. With a
biographical sketch of the author, by Mrs. Horace Mann. First American
from the third Spanish Edition, Hafner Press, Nueva York, 1868, pág. 1.
17 Véase Said, Orientalism.. Vintage Books. Nueva York. 1979. pags.
87-88.
Life in the Argentine Republic. xxiii.
I!) Véase más sobre el tema en Said. Oriental ism, Capítulo I.
20 Véase Cartas de Sarmiento a la Señora María Mann.
21 Life in the Argentine Republic. xxiii.
22 Life in the Argentine Republic, xviii.
23 Life in the Argentine Republic. i.
24 Life in the Argentine Republic, xxviii.
24 Life in the Argentine Republic. vi-vii.
En este sentido, es importante tener en cuenta que los Estados Unidos
tam bién se inclinaban a confirmar su propia identidad como algo distinto
y aparte de Europa, de la que recientem ente se había independizado. De
ahí que resultara esp ecialm ente halagüeño para los lectores nortea­
mericanos leer que Europa había sido superada en su ejemplaridad por
los Estados Unidos. Agradezco a mi colega Richard Ohmann por esta
sugerencia.
27 Véase “Article II: Life in the Argentine Republic in the Days of the
Tyrants; or. Civilization and Barbarism". The New Englander XXVII, 1868.
págs. 666-79.
28 “Article II”, págs. 666-667.
2!' Véase The Christian Examiner 85, septiem bre de 1868, pág. 195.
30 Véase The Nation 7, noviembre de 1868, pág. 397.
" Yo diría que hasta el día de hoy la apropiación transnacional de la
literatura latinoamericana lleva la marca de esta estrategia interpretativa:
un número im portante de libros que son traducidos y reseñados son
vivificados por el supuesto de que satisfarán las expectativas de los lectores
de encontrar caos, pasión, exotismo y, frecuentem ente, hasta magia y ro­
mance. El complejo de instituciones y públicos implicado en la traducción,
publicación, promoción y consumo contemporáneos hacen problemática,
aun si sigue siendo altamente deseable, la empresa del multiculturalismo.

128
32 “Article II”, pág. 667.
33 Charles de Mazade. “De 1'Américanisme et des Républiques du Sud”,
Revue des Deux Mondes XVI, 1846, pág. 635.
34 Vease más sobre este tem a en H. S. Ferns, Britain and Argentina in
the Nineteenth Century, Oxford University Press, Nueva York y Oxford,
1960. especialm ente Capítulo 9. “Britain, France and General Rosas”.
35 de Mazade, “De lA m érica n ism e”, 629, 628 y 658.
36 de Mazade. “De 1 A m éricanism e”, pág. 659.
37 de Mazade. “De 1 Am éricanism e”, pág. 633.
38 de Mazade. “De l A m éricanism e”, pág. 644. Vale la pena notar que
la traducción francesa completa de 1853, por A. Giraud (Arhus Bertrand
Editeur, París) también alude a la intervención francesa en las guerras
civiles de las naciones del Sur, y a la reseña de de Mazade del Facundo
(“il a eu les honneurs d'un écrit publié par M. Ch. de M azade”, afirma
Giraud en el prefacio). En cuanto a la traducción, tam bién ésta está
equipada con un aparato destinado a atenuar la extrañeza del libro para
sus lectores franceses. Esto se hace proveyendo información histórica y
geográfica: no sólo Giraud incluye un relato de la organización de los
virreinatos. la Revolución de 1810 y las circunstancias que rodearon las
hazañas de Quiroga, sino que imparte conocimiento geográfico sobre los
diferentes ríos en el área, el estuario del Río de la Plata, la configuración
de las provincias. La traducción de Giraud incluye asimismo una serie de
notas al final. En ellas encontramos un interesante aparato que cubre
vacíos de información para lectores franceses, con definiciones de términos
tales como “pam pas”. “Le Chaco”, “Le gaucho”, “Chiripá”, “estancieros" y
breves biografías de figuras políticas como Lavalle, el Deán Funes,
Rivadavia y otros. Igual que la traducción de Mary Mann. es un elocuente
comentario del enmarcamiento que necesitan los textos cuando migran a
otras culturas.

129
5. La nación consolidada. La década de 1880 y la
canonización del F acundo

En la mayoría de los países latinoamericanos, la década de 1880


fue un período de modernización y construcción nacional. En la
Argentina, las circunstancias materiales fueron propicias para la
imposición de una alta cultura sustentada desde el centro, que
apareció como el repositorio natural de la legitimidad política, y
que ayudó a construir el campo de sentidos y símbolos asociados
con la vida nacional.
La nación liberal concebida por la Generación de 1837 se había
hecho realidad al fin en 1880. La Generación del Ochenta se
dispuso a cumplir las profecías que databan de la Revolución de
1810, actualizando el mandato de construir una nación-estado.
Fueron ellos quienes forjaron una ideología nacional que, pese a
considerables transformaciones, sigue siendo la autoimagen ar­
gentina de una nación moderna. Esta configuración material y
conceptual alentó la hegemonía del Facundo como un texto
bifronte. que contenía a la vez el diagnóstico de los males a evitar
(por ejemplo las fuerzas rurales no dominadas, refractarias al
progreso) y una profecía que se realizaba a medida que el país y
sus instituciones se modernizaban.
La ubicación estratégica del Facundo en el centro de una
compleja red de factores da cuenta de su notable afiliación con los
logros de esta generación. En realidad, sorprenden los numerosos
puntos de convergencia entre texto y mundo: Facundo se presta
admirablemente a ser leído como un plano para la modernización.
De ahí que sea en la década de 1880 que las controversias que
rodean al texto se calman, si no se silencian del todo, lo suficiente
para permitir su canonización.
131
Una razón obviamente fuerte para su canonización es la subida
de Sarmiento a la presidencia en 1868. Como lo indicó el Capítulo
I, Sarmiento mostró su conciencia de la relación crucial entre
escritura y poder ya desde comienzos de su carrera, y siempre la
usó en su provecho. Aunque en 1868 ya había escrito otros varios
libros, consideró que el F acundo validaba sus reclamos de
preeminencia política, y no es por azar que ese año publicara una
tercera edición, que saliera la primera edición inglesa y que la
cuarta española en Hachette apareciera en 1874, el año en que
terminó su período presidencial. El contenido del libro dependía
de las circunstancias de su publicación: la edición de 1868 estaba
despojada de su capítulo programático final (“Presente y porvenir”),
quizás porque al comienzo de su presidencia Sarmiento no quería
ser confrontado con sus viejos programas. La cuarta edición,
publicada el año en que terminó su mandato, sí contenía el capítulo
faltante, que podía ser presentado entonces como prueba del vigor
de las intenciones y visión de Sarmiento.1Su presidencia estuvo
cargada de enormes problemas como las epidemias de cólera y
fiebre amarilla, la Guerra con el Paraguay, conflictos pendientes
con caudillos como López Jordán y los Taboada, la resurgencia de
la resistencia indígena conducida por el poderoso cacique Cal-
fucurá, enfrentam ientos fronterizos con Chile, y la cuestión
apremiante de la pobreza nacional. No obstante, Sarmiento se
recuerda como un presidente progresista gracias a sus logros en el
campo de la educación, a la fundación de instituciones nacionales,
a importantes avances en legislación, y a grandes mejoras en las
áreas de salud pública, obras públicas (especialmente cons­
trucciones de vías férreas) y desarrollo rural.2 Al cierre de su
término, en 1874, en palabras de Roberto Cortés Conde, “el
crecimiento económico ponía a la Argentina entre las naciones que
tenían el ingreso per capita más a l i o del mundo”.3 Pese a los
conflictos, entonces, no podía negarse que las proclamas mo-
dernizadoras, “civilizadoras”, del Facundo, habían sido la fuerza
impulsora detrás de esta presidencia. Siendo apenas el segundo
presidente de una Argentina unida, previamente desgarrada por
los conflictos entre Buenos Aires y la Confederación en la era
posterior a Caseros, Sarmiento hizo mucho por reforzar un estado
centralizado y echar los cimientos a la empresa cultural y nacional
de la década de 1880. Quizás ninguno de sus esfuerzos dio un fruto
tan rico como el educativo, pues la producción de una alta cultura
normalizada, homogénea y sostenida desde un centro, es un paso

132
preliminar crucial en el camino a la solidificación de la legitimidad
nacional.4La fundación de escuelas, las instituciones para preparar
maestros, las bibliotecas públicas, junto con la reunión de material
y equipo didáctico, ayudaron a pavimentar el camino a la cons­
titución de la Argentina moderna, al actuar como fuerza central
unificadora con la que superar la fragmentación local de los días
del caudillismo.
Irónicamente, fue necesario que Sarmiento abandonara el poder
político para que sus logros fueran elogiados y sus escritos
canonizados. Pues el prestigio del primer magistrado hizo poco por
acallar las incansables voces opositoras en el Congreso y la prensa,
en gran medida encabezada por su ex amigo y aliado político,
Bartolomé Mitre. Sarmiento tuvo que bajar del podio del debate
público para que su figura se volviera un símbolo nacional. Aun
después del final de su presidencia tuvo que enfrentar graves
disgustos en sus asuntos públicos: varias de sus candidaturas
fueron derrotadas, y se vio obligado a alejarse de El Nacional, el
diario en el que seguía expresando sus opiniones, porque su
propietario y director objetaba su oposición a la candidatura
presidencial de Juárez Celman.
Pero cuando se apartó del centro de la escena de la política
nacional, las cosas empezaron a cambiar. En 1884, regresando de
viajes a Uruguay y Chile, al pasar por Mendoza y San Juan
Sarmiento fue saludado con la clase de ovaciones que se reservaba
a los héroes nacionales. En su provincia nativa, los maestros de
escuela habían preparado dos arcos de triunfo, con los alumnos
bordeando las calles y multitudes entusiastas vivándolo.5En 1885,
el Congreso votó, y el Presidente Roca refrendó como ley, la
publicación de sus Obras Completas, que sería emprendida por Luis
Montt. Un artículo en El Nacional llamaba al Facundo “el Quijote
de América”.1’Un grupo de estudiantes lo aclamaron en los festejos
de su septuagésimo séptimo cumpleaños. Cuando su salud se
deterioró y los médicos le sugirieron que pasara los inviernos en
el clima más cálido del Paraguay, los partes de su estado de salud
eran telegrafiados al presidente Juárez Celman, y seguidos con
interés por la prensa.
Tras su muerte, la figura de Sarmiento fue monumentalizada.
Los diarios en cada rincón de la República, desde Salta a oscuras
ciudades provinciales como Mercedes y Carmen de Patagones,
informaron de su deceso, e incluyeron largos y laudatorios artículos
biográficos. Los elogios no tenían restricciones ni para el hombre

133
ni para sus libros: ahora Sarmiento era objeto de adoración
nacional. El Diario Popular de Salta, por ejemplo, lo describía como
“el hombre de estado eminente, el primer educacionista, el más
noble apóstol de la civilización, el patriota que llena la historia de
dos generaciones con su vida fecunda y ejemplar”.7 La Razón de
Montevideo publicó una pieza reveladora en la que el elogio al
Facundo se duplicaba en tributo a su autor: “Muchos libros se han
escrito en América más verídicos, inmensamente más completos y
eruditos que el Facundo, pero ninguno con mas elevación de genio,
con más colorido de frase ni en que más vigorosamente se de­
senvuelva la idea fundamental que domina la obra”.8La recepción
dada a sus restos tuvo el aspecto de un culto nacional: como lo dijo
un periódico, fue “una recepción imponente”. No bien llegó a Buenos
Aires la noticia de su muerte en Asunción, el Ministro de Guerra
envió un barco a traer su cuerpo por el Río Paraná. A su llegada,
fue saludado en el puerto con una procesión de delegaciones de
diferentes instituciones, con discursos pronunciados por el Ministro
de E du cación E d u a rd o Wilde y por C arlos P e lle g rin i en
representación del Senado. Los diarios muestran enorme cantidad
de coches esperando en los muelles, así como las calles decoradas
con señales de duelo y colmadas de gente. Hasta Paul Groussac, a
quien Sylvia Molloy ha descripto hábilmente como “el mordaz
crítico fra n c é s a u to d e sig n a d o m e n to r de la in te llig e n tsia
argentina”,9 pronunció un discurso en el que hablaba en los más
altos términos del hombre y de su obra maestra, Civilización y
barbarie. El Nacional hizo un buen resumen de la ocasión titulando
su artículo “La apoteosis de Sarmiento”. Las derrotas de su vejez,
las luchas de su presidencia, las rivalidades que habían estado en
la raíz de muchas de las controversias en las que participó, todo
quedó postergado, si no olvidado, en esta hora de adoración al
héroe.
Esta aclamación fue resultado de un complejo sistema de
relaciones entre poder, conocimiento, instituciones, intelectuales,
cambios de población, y el Estado, que se cruzan a fines del siglo
XIX en la Argentina. La autoridad concedida al hombre y sus
escritos no fue una mera erupción nacida de las lágrimas del duelo;
implicó la concurrencia de programas ideológicos entre el autor y
la generaciones de lectores que lo canonizaron en la década de 1880,
en tanto parecieron estar poniendo en acción los protocolos de
civilización descriptos en el Facundo. La consolidación de una
ideología hegemónica que tuvo lugar en este momento debe mucho

134
al Facundo; el análisis que sigue intenta rastrear los puntos de
convergencia que llevaron al status preferencial que se le acordó.
La p o stu ra h egem ónica de la G eneració n de 1880 está
enmarcada en el poder financiero y político de una burguesía
terrateniente imbuida de ideas de progreso, civilización y su­
premacía occidental. Centrada en la ciudad portuaria de Buenos
Aires, tuvieron lo que Noé Jitrik ha llamado una “mentalidad de
puerto”, con los ojos en lo que estaba más allá de las costas del
Hemisferio Sur, en las sociedades adelantadas del Norte.11’El suyo
fue el predicamento usual de la sociedad postcolonial, que intenta
ponerse a la altura de las normas dominantes en las potencias
cosmopolitas, a la vez que se reconcilia con su propia inadecuación.
El positivismo fue la matriz filosófica que articuló su fuerza
impulsora: el llamado del progreso. Aquí el Facundo, como texto
prepositivista. proporcionó un útil puente con las ideas spen-
cerianas que tendrían tanta influencia en la escena intelectual
latinoamericana. El mismo Sarmiento reclamaría para sí una men­
talidad spenceriana en la última parte de su vida, declamándola a
su modo habitualmente asertivo: “Con Spencer me entiendo, porque
andamos por el mismo camino”.11 El impulso antihispánico del
Facundo congeniaba con una tendencia filosófica que se remontaba
a Francia e Inglaterra por sus raíces. En Francia, por supuesto,
seguía una línea que unía a Saint Simón y Comte, cuyo lema de
“Orden y Progreso” resonó profundamente en la oligarquía liberal12
que emergía en la Argentina en los años ochenta. En Inglaterra,
el evolucionismo progresivo de Herbert Spencer, que hace del
progreso una ley universal, garantizaba el dominio de la civi­
lización sobre los atavismos de la barbarie. El sentimiento de
misión de la burguesía alentó el implante de modelos europeos de
modernización y puso en práctica el lema acuñado por Alberdi:
“Gobernar es poblar”, tan poderosamente elaborado en el primero
y último capítulos del Facundo. Si bien durante la presidencia de
Sarmiento se tomaron medidas para alentar la inmigración, fue
en realidad en los años ochenta cuando dieron fruto: en 1889, el
año récord, entraron doscientos mil inmigrantes (mientras que en
la década de 1850 había habido un total de cinco mil).13 Aunque
este aumento de inmigración presentaría problemas en el futuro,
en su fase inicial fue considerado como parte de una bienvenida
señal de crecimiento demográfico y desarrollo que fue acompañado
por inversión extranjera e importantes exportaciones. La economía
mostraba cifras impresionantes: en 1869, las importaciones y

135
exportaciones totalizaban 37 millones de pesos oro; en 1880, 104;
y en 1889, 250.14 El éxito en atraer inversión extranjera hizo
posibles los proyectos de m odernización . La m ay oría fue
e m p r e n d id a con fondos reu n id o s por com pañías in g le sas,
especialmente Baring Brothers, que jugó un papel importante en
la construcción de ferrocarriles. El ferrocarril, ese poderoso signo
de progreso que tan profundam ente cautivó la imaginación
latinoamericana del siglo XIX. fue visto como la solución a la falta
de comunicación y sociabilidad que deploraba Sarmiento en el
Facundo. El gobierno nacional promovió una verdadera fiebre de
construcción de ferrocarriles: sólo entre 1887 y 1889 se aprobaron
sesenta y siete concesiones nacionales para construcción de vías
férreas.15 Como la baja en el costo de transportes era una de las
precondiciones para el desarrollo de una economía de exportación,
la extensión de las vías férreas fue considerada clave del futuro
de la nación. Además, como se incorporó mucha tierra a las
fronteras nacionales después de la Campaña del Desierto, el
ferrocarril ayudó a tomar posesión de los nuevos territorios. Un
ejemplo adecuado es el Ferrocarril del Sur. que en la década de
1880 agregó un total de mil doscientos kilómetros de vías férreas
para cubrir la zona que había sido tomada a los indios.Ifi La “fiebre
del ferrocarril” llegó a tales proporciones en la Argentina que a
comienzos de la década de 1890 se habían trazado más de trece
mil kilómetros de vías, lo que es una cifra excepcional aun para
las normas metropolitanas.17 Sus consecuencias fueron muchas;
entre ellas estuvo la creciente dependencia del país al capital
extranjero, la declinación de las industrias regionales del interior,
y la creciente centralización de la economía en Buenos Aires, que
era el eje radial del sistema de ferrocarriles.
Fue en 1880 que se cerró el prolongado debate por la ciudad
capital, y Buenos Aires se volvió asiento de las autoridades
federales. Sin entrar en el debate mismo, que ha sido ampliamente
cubierto por la bibliografía sobre el período, es útil considerar las
implicancias de privilegiar el espacio urbano que iba junto con la
capitalización. La centralización del Estado previamente men­
cionada fue alentada por tener los asuntos de gobierno ubicados
en la poderosa ciudad puerto, la cual, a su vez, se volvió objeto de
proyectos de embellecimiento e iniciativas de obras públicas. En
el viejo debate entre la ciudad y el campo, se estaba formando una
nueva relación del Estado con el espacio urbano, privilegiando más
aun a la ciudad. La Buenos Aires de los años ochenta fue la ciudad

136
elegante planeada por el Intendente Torcuato de Alvear, cuya visión
del espacio fue tomada del París de Haussmann. Iluminación a
gas, imponentes-edificios públicos, tranvías, y otras marcas de
modernización evocaban el París del Segundo Imperio que tan
brillantemente ha descripto Walter Benjamin. La alta burguesía
cuyas mansiones alojaban valiosos objetos comprados en Europa
dio la espalda al campo del que emanaba su riqueza. En un gesto
concomitante, la labor del inmigrante fue valorada sobre la del
gaucho, cuya mala voluntad para trabajar había sido criticada en
el Facundo.
En su urgencia por lograr la consolidación nacional, la
Generación del Ochenta produjo mucha legislación que dio forma
a la sociedad civil. Aferrada a los principios racionales del
positivismo, pero también con el compromiso de atraer inmigrantes
del Norte de Europa, sus miembros formularon y votaron leyes
que socavaban los fundamentos de la influencia de la Iglesia
Católica en educación y cuestiones civiles. Esto no se realizó sin
acerbos debates que polarizaron el discurso público entre católicos
y modernizadores. Una medida crucial fue la promulgación de la
Ley 1420, en 1884. Además de hacer obligatoria y gratuita la
escolaridad, decretaba la autoridad del Estado sobre todas las
materias relacionadas con la educación, garantizando con ello que
la Iglesia no restringiría la libertad religiosa necesaria para
alentar la inmigración protestante. La Ley 1420 es el brote legal
de la empresa educacional de Sarmiento, y su formulación está
ligada con la fundación en 1870 de la Escuela Normal de Paraná,
que se volvió un bastión de la transmisión de principios positivistas
en el campo de la educación. Como director del Concejo General
de Educación, puesto que ocupó en 1881, Sarmiento preparó el
camino para la aprobación final de la ley en 1884. Dentro del mismo
marco ideológico, se aprobaron leyes que institucionalizaban el
matrimonio civil y el Registro Civil. Podría sospecharse que el
anticlericalismo de Sarmiento (pese a sus lejanas raíces ilumi-
nistas) estaba ganando la partida.
Muchas otras medidas tomadas en este período dan prueba de
la voluntad de construir la nación moderna. Como lo ha puesto en
claro Nicos Poulantzas, uno de los argumentos aducidos para hacer
de la unidad económica un aspecto central de la consolidación
nacional es la necesidad de la unificación del mercado interno por
la unión monetaria: “El Estado mismo trabaja para constituir la
nación moderna en su dimensión económica homogeneizando, bajo

137
la égida del capital, el espacio de circulación de bienes y capital”.18
A este fin, la administración de Roca estableció el “sistem a
monetario patrio”, creando el “peso argentino”, que valía cinco
pesos oro. Tomado en conjunto con la construcción del ferrocarril y
la centralización de los derechos aduaneros en la recién establecida
capital federal, estas medidas facilitaron sustancialm ente el
camino para el flujo de bienes y la consiguiente participación en
la circulación internacional de capital.
Pero Poulantzas afirma que otros desplazamientos más sutiles
tienen un papel importante que jugar en la formación nacional:
son los “cambios más fundamentales en las matrices conceptuales
subyacentes de espacio y tiempo”.19La cuestión del espacio resuena
de modo interesante con el tema de fronteras y territorio nacional
que tan agudamente ocupó la atención del gobierno en este período.
Más que consolidar una unidad nacional ya conformada, la
Argentina moderna de la década de 1880 inició el proceso de
construir esta unidad. De ahí el poderoso impulso detrás de la
aclamada Conquista del Desierto de 1879 (en realidad, no fue
coincidencia que la credencial clave para la elevación de Roca a la
presidencia fuera su dirección de esta Campaña); el esfuerzo por
ocupar el territorio del Gran Chaco en el Norte, habitado por los
indios tobas, matacos y mocovíes (ocupación que, aunque iniciada
en 1884, no tuvo éxito hasta 1911, después de muchas sangrientas
batallas); los numerosos viajes emprendidos por exploradores,
geógrafos y naturalistas para reconocer áreas hasta entonces
inexploradas e incorporarlas a la economía nacional abriendo
caminos, hallando tierras fértiles y haciendo factible su ocupación.
Lo que ha sido bien llamado la “conciencia territorial”20emergente
llevó a la publicación del Atlas de la República Argentina (1885-
1892) y el Mapa de la República Argentina (1896), y a la creación
de territorios nacionales en la Pampa, Neuquén, Río Negro,
Chubut, Santa Cruz, y Tierra del Fuego en el Sur y Sudoeste, y
Misiones, Formosa, Chaco y Los Andes en el Norte. La preocupación
por las fronteras no excluía las provinciales: se votaron leyes
estableciendo límites entre las provincias de Buenos Aires,
Córdoba, San Luis y Mendoza.21 Una creciente población se fijaba
en el espacio, y se la mantenía unida con la fuerza centrípeta de
las fronteras institucionalizadas, a la vez que grandes extensiones
de tierra nueva pasaban a formar parte de la economía central.
La m atriz del tiempo tiene que ver, por supuesto, con las
invenciones de la historia y la tradición, que fueron designadas

138
para almacenar la memoria de la nación y su pueblo. El discurso
nacional emergente inscribió la tensión anticipatoria entre pasado
y futuro, re tra ta n d o el presente como la culminación de la
legitimación política. La década de 1880 presenció la publicación
de la Historia de Belgrano de Mitre y los volúmenes iniciales de la
Historia de la República Argentina de Vicente Fidel López.22 La
obra de Mitre es particularmente reveladora de las estrategias a
través de las cuales se construye la identidad nacional; como ha
argum entado enérgicam ente Tulio Halperín Donghi, el logro
ejemplar de Mitre fue pintar el presente como síntesis de todas
las fuerzas en contienda.23No obstante, si bien esta visión exitosa
constituyó el locus de sentido para la nacionalidad, estuvo apoyado
en una idea política de narrativa historiográfica que ya no podía
ser sostenida cuando la concepción romántica del discurso histórico
que la había sustentado estaba desvaneciéndose.21 Además, en un
momento en que la escena política no reflejaba la idea de la
democracia orgánica que había sustentado la Historia de Belgrano,
la política difícilmente podía sostenerse como un paradigm a
mediante el cual producir la imagen de la nación. De hecho, la
posterior Historia de San Martín de Mitre muestra señales del
debilitamiento del impulso de este marco narrativo político. La
salida de esta impasse, sugiere Halperín. fue proporcionada por
Sarmiento en su Conflicto y armonías de las razas en América,
donde desplegó las herramientas de la nueva ciencia social; yo diría
que lo mismo hizo en el Facundo, aun cuando este libro también
fue producto de la historiografía romántica. Lo que ofrecía la
prim era obra era la energía explicativa de sus reflexiones
antropológicas y sociológicas; perturbadoras como habían sido para
lectores como Alsina y Alberdi, podían ser vistas como modelos
por los lectores de la década de 1880, que buscaban nuevos caminos
para codificar el discurso nacional. De hecho, la ubicación
estratégica del Facundo fue reforzada por su versión modernizada,
Conflicto y a r m o n ía s, que bien podría d esc rib irse como la
reescritura hecha por Sarmiento de su viejo libro. Los dos libros
proporcionaron una m atriz para visiones a lte rn a tiv a s de la
historia, una matriz que fue reforzada por la prevalencia de su
programa ideológico.
Un caso ilustrativo es el de la obra temprana de José María
Ramos Mejía, Las neurosis de los hombres célebres en la historia
argentina (1878-1882), escrita, puede decirse, bajo la tutela de
Sarmiento. Como confiesa José Ingenieros en su introduccción a

139
la tercera edición de 1927, Ramos Mejía y sus contemporáneos “de
Sarmiento recibían el doble impulso de la acción y del ideal",25
pues les dio no sólo apoyo intelectual, sino que también puso a su
disposición las páginas del diario El Nacional para la publicación
de sus escritos. Si en 1927 Ingenieros juzgaba los esfuerzos de
jóvenes como Ramos Mejía. Pellegrini, Lucio López, Cañé y Gallo
como prueba de un “despertar intelectual” característico de “la que
en otra ocasión he denominado la generación ‘del ochenta’”,26estaba
dispuesto a ver el fenómeno como resultado de los esfuerzos de
Sarmiento: “Esta renovación intelectual se operó, en buena parte,
bajo la tutela de Sarmiento; muchos años bregó por introducir al
país sus elementos iniciales”.27Ramos Mejía exhibe ideas tomadas
de Comte, Charcot y Claude Bernard, respecto de la biología, la
frenología y las enfermedades nerviosas, en el estudio de Rosas y
de otras personalidades de la historia del siglo XIX. Prueba del
apuntalam iento psiquiátrico de su estudio son los títulos de
algunos de los capítulos: “El histerismo de Monteagudo”, “El delirio
de las persecuciones del Almirante Brown”. o “La melancolía del
doctor Francia”. La primera parte del libro está dedicada al estudio
de los muchos desórdenes nerviosos de Rosas, que incluyen nada
menos que un virus epiléptico, ataques de neuropatía, inclinaciones
homicidas e imbecilidad moral. Si bien esto parece estar muy lejos
del molde conceptual en el que Sarmiento funde al Facundo, la
huella de este libro es claramente visible en el texto de Ramos
Mejía. Para empezar, repite la presentación apasionadamente
negativa del dictador de un modo sorprendente: parecería como si
la casi exclusiva fuente de Ramos Mejía para el estudio del período
de Rosas hubiera sido el Facundo. Hay frecuentes referencias
explícitas al libro, algunas tomando a Facundo Quiroga como
ejemplo del terror al que estaba sujeta la población, y sus efectos
sobre la psicología colectiva. Sarmiento mismo quedó desalentado
por la imagen desfigurada de su propio escrito que le devolvía el
de Ramos Mejía, y oblicuamente aludió a sus propias exageraciones
reprimiendo a Ramos Mejía: “Prevendríamos al joven autor que
no reciba de buena ley todas las acusaciones que se han hecho a
Rosas en aquellos tiempos de combate y lucha por el interés mismo
de las doctrinas que explicarían los hechos verdaderos.”28El consejo
del polemista arrepentido hace poco por am inorar el impulso
formador de leyenda de su libro de cuarenta años atrás. Pero habla
del poder que ejerció en las formas de representación histórica
que se estaban conformando en la década de 1880 afiliándose con

140
otras obras y públicos. En un sentido más general, arroja luz sobre
los modos en que la cultura se transmite y reproduce.
En esta época el F acundo parece g e n e r a r u n a in te n s a
reproducción cultural, si hemos de juzgar por la publicación de
una cantidad de libros centrados en Rosas que llevan su impronta
ideológica. Esta tendencia editorial tiene que ver con la poderosa
combinación de un libro influyente y un dictador firmemente
ubicado en la imaginación colectiva.29 Entre esos libros podrían
m encionarse Rosas y su tiempo (1907) de Ramos Mejia, La
dictadura de Rosas (1894) de Mariano Pelliza, y, algo más tarde,
Historia de Rosas (1919) de Manuel Bilbao. Hasta un libro que
trata principalmente del Dogma Socialista de Echeverría, por
Ernesto Quesada, lleva el título atractivo (aunque indudablemente
engañoso), de La política liberal bajo la tiranía de Rosas (1873).
En una vena populista, Juan Manuel de Rosas: los dramas del
terror (1882) de Eduardo Gutiérrez, daba una versión mitificada y
altamente dramatizada de la dictadura bajo el reinado del terror.30
Al ser la tradición esencialmente plural, también produjo en
esta época textos contrahegemónicos que articularon las voces de
la resistencia. Dejando de lado la voz alta y clara de la vigorosa
literatura gauchesca, cuyo epítome es El gaucho Martín Fierro
(1872 y 1879),31 fue en esta época, en 1881, que Adolfo Saldías
publicó el prim er volum en de su ambiciosa H isto ria de la
Confederación Argentina: Rosas y su época. Antes, Lucio V. Mansilla
había publicado su ambivalente y a veces cuestionador Una
excursión a los indios ranqueles (1870), que a menudo puede leerse
como un diálogo apasionado entre el a u to r y el presid e n te
Sarmiento. Solané, una pieza te atral publicada en 1881 por
Francisco F. Fernández, y basada en hechos que tuvieron lugar en
Tandil a comienzos de 1872, es una denuncia en forma dramática
de las políticas europeístas alentadas por el legado de Sarmiento
en su espuria dicotomía entre civilización y barbarie.32 No falta
material para probar que aun en el momento en que estaba siendo
canonizado, el Facundo estaba siendo cuestionado.
El abarcador paradigma positivista, que parecería emerger de
la empresa de la Generación de 1880, desmiente su conciencia
p ro fun dam ente dividida. El impulso hacia el progreso y la
realización nacional es predicado en realidad sobre las trampas
de la fórmula dicotómica de Sarmiento, que ha sido internalizada
de modo que guía la interpretación de la realidad en términos
polarizados. Los arg en tin o s de 1880 se ven c ap tu ra d o s en

141
oposiciones b in a ria s p ro lifera n te s, que son los engendros
i n t e l e c t u a l e s de la d o m in a n te , p r o p u e s t a como la clave
interpretativa en el Facundo. Derivan de ella las oposiciones entre
campo y ciudad, gaucho e inmigrante, agricultura y ganadería,
Argentina y Europa, Norte y Sur, materia y espíritu. El movimiento
maniqueo desestabiliza la solidez aparente de la construcción de
la nación, y cuando es desafiada por las relaciones emergentes
sociales, políticas y económicas, recurre a desplazamientos en el
mapa ideológico que alteran significativamente su configuración.
El año 1890 puede ser elegido como el punto de inflexión para el
d esm a n te la m ie n to de la exterioridad del éxito. El capítulo
siguiente muestra un panorama de los modos en que enfrentó la
cultura las diversas formas de dislocación que siguieron.
El resto del presente capítulo se ocupará de tres textos muy
diferentes que hablan de los modos variados en que el Facundo se
afilió con su público, y el modo en que fue usado para construir
representaciones del yo y la nación. Como libro canónico, es leído
bajo la égida de su autoridad: en algunos aspectos, muestra lo que
puede decirse, creando las condiciones para la producción de otros
discursos dentro del campo. El primer texto que examinaré es
Conflicto y armonías de las razas en América, del propio Sarmiento.
Me interesa desde el punto de vista de una relectura/reescritura
del Facundo producida en condiciones materiales diferentes (de
hecho, el contexto de producción ha cambiado sobremanera en los
cuarenta años que separan ambos libros), dentro de diferentes
formaciones disciplinarias. Después tomo La tradición nacional
de Joaquín V. González, al que veo como un ejercicio de ingeniería
cultural y social destinado a organizar e institucionalizar la
tradición argentina, y rastreo las huellas del Facundo en esta
operación. Por último, mi lectura de Una excursión a los indios
ranqueles de Lucio V. Mansilla observa los puntos de resistencia
desde los cuales puede cuestionarse la vigorosa autoridad de un
clásico.

El F a c u n d o envejecido: C on flicto y a r m o n ía s de las


r a z a s en A m é ric a
Al comienzo del último libro importante de Sarmiento hay una
pregunta que dram atiza de modo tan certero la experiencia
problemática de la nación que quiero citarla completa:

142
¿Somos europeos? — ¡Tantas caras cobrizas nos desm ienten!
¿Somos indígenas? —Sonrisas de desdén de nuestras blondas damas
nos dan acaso la única respuesta.
¿Mixtos? —Nadie quiere serlo, y hay millones que ni am ericanos ni
argentinos querrían ser llamados.
¿Somos nación? —¿Nación sin amalgama de m ateriales acumulados,
sin ajuste ni cimiento?
¿Argentinos? — Hasta dónde y desde cuándo, bueno es darse cuenta de
ello.33
Quedamos en una tierra de nadie, en el paisaje de lo indecidible,
exentos tanto de un origen como de una fuente viable de iden­
tificación. Antes que ser reunidos en los pliegues de la comunidad,
parece sugerir Sarmiento, los argentinos están condenados a las
disyunciones y a la separación. Ni siquiera la certeza de un nombre
común proporciona el ancla necesaria en el tiempo y el espacio; de
ahí la urgencia de la pregunta por las fronteras (“hasta dónde”) y
la historia (“desde cuándo”). Concibe su predicamento en términos
de lo que Partha Chatterjee llama “nacionalismo oriental”, que
“ha aparecido entre pueblos recientemente llevados hacia una
civilización ajena a ellos, y cuyas culturas ancestrales no están
adaptadas al éxito y la excelencia según ... normas cosmopolitas y
cada vez más dominantes”.34 A diferencia de los practicantes del
nacionalismo oriental, entonces, Sarmiento no puede retroceder
ante la idea de una id entidad p reex istente que podría ser
reequipada para llenar las exigencias de la modernización, dado
que la razón misma de su preocupación es la falta de una base
cultural o étnica sobre la cual construir la conciencia nacional.
Nos preguntamos, entonces, por la estrategia conceptual que
despliega Sarmiento para hacer frente a sus preguntas, y por su
insersión en el marco ideológico que lo sustenta.
Conflicto y arm onías se propone como una re le c tu ra del
Facundo, como una nueva versión, transformada y madurada, del
texto anterior: “Tiene la pretensión este libro de ser el Facundo
llegado a la vejez. Es o será, si acierto a expresar mi idea, el mismo
libro científico, apoyado en las ciencias sociológicas y etnológicas
modernas.”35 Es un tanto intrigante que este Facundo envejecido
formule de modo tan presciente la cuestión de la nación como
problema en 1883, cuando la creencia en un estado argentino
consolidado movilizaba a la mayoría de los miembros de la Gene­
ración de 1880, optimismo que no perdió su atractivo hasta la
década de 1890 y los primeros años del siglo XX. Aparte del hecho

143
de que la perspicacia de Sarm iento le perm itía percibir las
ambivalencias que habitaban la idea de la nación antes aun de
que se hicieran muy evidentes, podemos especular aquí que hubo
otros motivos en acción. Un pasaje revelador sugiere una
comparación con los logros de su presidencia, que terminó en 1874:
“Tenemos este año la renta de 1873. La educación común ha
decrecido; y la inmigración es hoy de la mitad de la cifra que
alcanzó entonces.”36 La desalentada visión de la Argentina que
presenta este libro, entonces, podría verse como el discurso de la
oposición a la presidencia de Roca, un discurso que Sarmiento
articuló vigorosamente en las páginas de El Nacional. y, antes, de
El Censor. Bien podría estar sugiriendo que desde su alejamiento
del cargo las ruedas del progreso habían dejado de girar; respuesta
probable a sus derrotas electorales en los primeros años de la
década de 1880. Además, es notable que las afirmaciones de
Sarmiento respecto de la economía, la educación y la inmigración
no estén limitadas por el registro de crecimiento que caracteriza
el período. Parecería que estaba anticipando en una década los
problemas que exigirían la atención pública en 1890: una ceguera
a los logros del presente, quizás, o bien anticipación de las
dificultades del futuro.37
Si, como he venido afirmando la Generación de 1880 pareció
haber encontrado inspiración en el Facundo para su impulso
modernizador, ¿Sugiere acaso Conflicto y armonías que el libro
anterior había sido mal leído? ¿Cómo encara el espacio conceptual
que separa la visión de 1845 de los resultados que engendró en
1880? Una posible respuesta emerge de la confrontación de los dos
libros. El capítulo final del Facundo, “Presente y porvenir”, da una
clave de la disyunción e n tre el p ro g ram a y su ejecución.
Anticipando la caída de Rosas, Sarmiento considera la llegada
masiva de inmigrantes industriosos que realizarán el milagro de
la modernización en un lapso de diez años: “La inmigración
industriosa de la Europa se dirigirá en masa al Río de la Plata; el
Nuevo Gobierno se encargará de distribuirla por las provincias:
los ingenieros de la República irán a trazar, en todos los puntos
convenientes, los planos de las ciudades y villas que deberán
c o n s tru ir para su residencia, y te rre n o s feraces les se rá n
adjudicados, y en diez años quedarán todas las márgenes de los
ríos cubiertas de ciudades, y la República doblará su población
con vecinos activos, morales e in d u strio so s.”38 Esos activos
in m ig ra n te s proporcio narían lo que le faltaba a la nación

144
emergente: un millón de hombres civilizados “enseñándonos a
trabajar, explotando nuevas riquezas y enriqueciendo al país con
sus propiedades”. ¿Cómo podía escaparse el éxito? El problema,
por supuesto, era que el grueso de la masa inmigratoria no estaba
constituida por gauchos escoceses y alemanes. En Conflicto y
armonías Sarmiento expresa su desilusión con el fracaso de la
región para proveerse del “privilegio sajón” tan exitosamente como
había logrado hacerlo Norteamérica: esto ayuda a explicar la
disyunción entre los dos libros.
También explica lo que podríamos llamar el desplazamiento de
paradigma entre ellos: el primer libro, producido bajo la égida del
Iluminismo y las formaciones culturales románticas, es reem­
plazado (si no superado) por uno que se basa en un positivismo
imbuido de evolucionismo darwiniano y pensamiento spenceriano.
La influencia de la tierra y la geografía es desplazada por la raza
como código maestro explicativo. De ahí los muchos pasajes poco
digeribles que manchan Conflicto y armonías, ya que todo se basa
en la hipostasiada inferioridad racial que aflige a Hispanoamérica.
Mientras el Facundo había jugado con la oposición binaria de
barbarie y civilización. Conflicto y armonías pone en escena una
tensión conceptual entre Norte y Sur: la polarización sigue firme.
La historia está enmarcada por la autoridad conceptual de la raza,
y la raza es la forma de representación que explica el éxito político
del Norte y el fracaso del Sur. Nancy Stepan ha demostrado la
importancia de una teoría racial de la ciencia en la segunda mitad
del siglo XIX, y su conexión con el pesimismo biológico. Con las
raíces en la creencia de la fijeza de las naturalezas raciales, la
ciencia racial superó el poder explicatorio de los paradigmas
cultural y social. Repitiendo al prominente anatomista escocés Dr.
Robert Knox, Sarmiento ahora sostiene la creencia muy difundida
de que la clave de la historia y el destino humanos se encontraba
en los distintos tipos raciales. No es accidental que este cambio de
paradigma, que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX,
explique algunas de las diferencias que separan a Facundo y
Conflicto y armonías.39 No debemos olvidar que el entusiasmo de
Sarmiento por las ideas de Darwin le daba un lenguaje científico
con el que expresar viejos prejuicios, ya que se hacía posible
calificar como “inferiores” a aquellas razas que hubieran subido
menos en la escala evolutiva.
La organización del libro está subordinada a la dicotomía Norte/
Sur: después de un capítulo introductorio que se ocupa de las razas

145
sudamericanas (quichuas, guaraníes, arauco pampeanos, razas
mezcladas, y negros), sigue una segunda parte sobre las razas en
Sudam érica y una tercera sobre las razas en Norteam érica.
Retrocediendo hasta los orígenes de la raza aria, y aun resumiendo
algunos de los hechos claves en la historia europea (como las
Cruzadas, el Renacimiento, los descubrimientos de científicos y
exploradores). Sarmiento intenta p re sen tar los hechos de la
historia mundial de modo tal de mostrar que al Norte le fue tan
bien porque fue colonizado por una raza superior que evitó el
mestizaje. Lo que sigue es un ejemplo chocante de su razonamiento:
“El norte-americano es, pues, el anglo-sajón, exento de toda mezcla
con razas inferiores en energía, conservadas sus tradiciones po­
líticas, sin que se degraden con la adopción de las ineptitudes de
raza para el gobierno, que son orgánicas del hombre prehistórico,
bravo como un oso gris, su compañero de vida en los bosques de
los Estados Unidos, ... perezosos, sucio, ladrón como en las pampas
y ebrio y cruel en todo el mundo.”40 En esta vena, describe las
características y hazañas de los quáqueros, los puritanos, y figuras
patrióticas como William Penn, Madison, Monroe y los Adams. En
una mezcla un tanto confusa de enfoques social, cultural y político,
Sarmiento concluye esta sección con una cantidad de documentos
del siglo XVII destinados a mostrar la organización política de
Connecticut y Rhode Island: presumiblemente, su calidad de
ejemplares los haría pertinentes. La mitad sur del hemisferio,
inferior, está condenada por la doble maldición del sustrato indio
y el colonizador hispánico: “¿En qué se distingue la colonización
española? En que la hizo un monopolio de su propia raza, que no
salía de la Edad Media al trasladarse a América y que absorbió en
su sangre una raza prehistórica servil.”41 De ese modo, el libro de
Sarmiento desarrolla el discurso de la inferioridad del Sur, po­
niendo a las dos partes del continente una contra otra y desple­
gando las herramientas epistemológicas de su época para dar un
informe determinista de la muy negativa influencia de España en
sus colonias, la perversidad de la Iglesia y la Inquisición, y la falta
de madurez política que lastró a sus colonias. Ni siquiera los
movimientos de independencia reciben crédito por sus logros:
Sarmiento afirma que estuvieron despojados de conciencia política,
a diferencia de las colonias norteamericanas, que lucharon por su
independencia para defender una cuestión de ley constitucional.
Parece profundamente contradictorio que se adoptara el dis­
curso de la supremacía occidental para articular un tratado sobre

146
las naciones latinoamericanas. El libro parece condenado por la
pregunta con la que se abre: la posición de sujeto de Sarmiento es
deplazada desde su suelo nativo, en busca de soluciones en el Norte.
No es por azar que estuviera dedicado a Mary Mann: lectores
arraigados en el b ie n e s ta r de una cu ltu ra su p e rio r podían
encontrar más congenial la lectura de Conflicto y armonías. Ni es
sorprendente que este “Facundo envejecido” nunca haya sido
plenam ente aceptado en el canon de la lite ra tu ra argentina:
contiene una pintura demasiado oscura de la nación en un momento
en que la necesidad de tradición difícilmente podía acomodar el
discurso de la inferioridad. De hecho, el sentimiento de despla­
zamiento que prevalece en él sugeriría una posición enunciatoria
establecid a en el discurso del im perialism o. Esto se hace
sobremanera claro en algunos pasajes marginales que tratan de
la raza negra y la conquista de Africa y la India. No es fortuito
que este libro, terminado en 1882, avance algunas de las ideas
que sustentaron la “era del imperio” que se considera que empezó
formalmente en 1878, con el reparto del África.42 El compromiso
de Sarmiento de toda su vida, de asimilar la cultura hegemónica,
lo vuelve a veces un ventrílocuo de ésta, y le da “ojos imperiales”
para m ira r al c o n tinen te africano como el espacio para el
expansionismo comercial e imperial43: “...los representantes de la
Italia, de la Prusia en otras direcciones, la Francia prolongándose
al Sur desde sus posesiones de Africa proyectando ferrocarriles, y
aún la Ing laterra en el África blanca, o felata, o árabe, del
Mediterráneo, como en el extremo Sur, con Setiwayo, y las costas
orientales del Zambeci, y las minas de Diamantes, el mundo sólo
está lleno de los rumores de África, de los descubrimientos,
grandezas, esplendores del África, porque todos sienten que le ha
llegado su hora de justicia, dignidad y reparación”.44Habiendo leído
a Harriet Beecher Stowe ía la que cita en considerable extensión)
y habiendo vivido en los EE.UU. después de la derrota del Sur.
Sarmiento está dispuesto a agitar la bandera del movimiento
antiesclavista, pero es ciego a las implicaciones de la empresa
m ercantil e x p a n sio n ista de Livingstone y Stanley, o de la
construcción de imperio de Brazza. En lugar de ello, los retrata
como hombres que preparan el futuro del Africa, presumiblemente
inspirados por motivos filantrópicos.45Con el libro europeo siempre
en la mano, Sarmiento lee a su nación desde el punto de vista
provisto por él, en un diálogo con el lector norteño ideal (la Sra.
Mary Mann). No sorprende que quede enredado en la paradoja que

147
plagó al movimiento abolicionista, que cuestionaba los funda­
mentos morales de la esclavitud mientras sostenía la creencia en
la inferioridad de las razas no europeas.
Montado al discurso imperialista de fines del siglo XIX, podría
decirse que Conflicto y armonías borra los gestos fundacionales
de su versión juvenil. Si Facundo había señalado el poder de la
naturaleza y la lucha entre la civilización y la barbarie como la
piedra de toque para una literatura nacional,'"'’ este Facundo
envejecido le da la espalda a esas escenas para concentrarse en el
éxito logrado en otro lugar. Este es apenas uno de los modos
posibles en que el Facundo pudo haber sido releído o reescrito: es
el modo en que la máquina de la apropiación cultural foránea ha
empezado a girar en un vacío, y ha terminado desplazando el sitio
de enunciación. Sarmiento produce una interpretación de su nación
(y el contin e n te S udam ericano) que com parte los archivos
disciplinarios de su tiempo, pero que lo mutila de su discurso
nacionalista emergente: consumir cultura importada en la periferia
puede producir una identidad histórica dividida. Una sugerente
revelación de esta disyunción es la invectiva contra La Araucana,
presentada como un poema sobre una nación india que tuvo el poder
de detener la conquista, dándole con ello a la literatura el efecto
perverso de socavar la conquista europea:
Desgraciadamente, los literatos de entonces, y aun los generales, eran
más poéticos que los de ahora, y a trueque de hacer un poema épico, Ercilla
hizo del cacique Caupolicán un Agamenón, de Lautaro un Ayax. de Rengo
un Aquiles.... Desgraciadamente, tan verosímil era el cuento, que a los
españoles que leían la Araucana en las ciudades les puso miedo el relato.
... y los reyes de España mandaron cesar el fuego y reconocer a los heroicos
araucanos Su gloriosa independencia, que conservan hasta hoy. ... Una
mala poesía, pues, ha bastado para detener la conquista hacia aquel lado.47
El prefacio de 1915 escrito por José Ingenieros pone a Conflicto
y armonías como un texto compañero del Facundo, y hace su elogio
porque el primero resuena en su lectura del segundo. Citando de
un discurso de 1911, pronunciado en honor del centenario del
nacimiento de Sarmiento, Ingenieros revela en qué medida el Fa­
cundo había sido incorporado al canon, y daba un código maestro
para leer Conflicto y armonías. El encomio es tan hiperbólico que
bordea lo ridículo: “En sus frases diríase que se vuelca el alma de
la nación entera, como un alud. Un libro ... tórnase tan decisivo
para la civilización de una raza, como la irrupción tumultuosa de

148
infinitos ejércitos. Y su verbo es sentencia: queda mortalmente
herida una era de barbarie, simbolizada en un nombre propio. ...
Sus palabras no admiten rectificación y escapan a la crítica.”48 El
libro tardío es presentado como la evolución del juvenil, siguiendo
el modelo positivista: de la filosofía de la historia, Sarmiento pasa
a la sociología spenceriana. Lo que es elocuente es la asimilación
acrítica del discurso racista que corre a través de Conflicto y
armonías, por un hombre de ideas políticas progresistas y miembro
del Partido Socialista. Un pasaje elegido para resumir la argu­
mentación de Sarmiento revela la adhesión acrítica de Ingenieros:
“Mientras que los ingleses tuvieron en Norte América hembras
anglosajonas, conservando pura su psicología al conservar la
pureza de su sangre, los españoles se cruzaron con mujeres
indígenas, combinando sus taras psicológicas con las de la raza
inferior conquistada...”49Evidentemente, la fuerza de pensamiento
positivista podía dar cuenta de la continuada inm ersión de
Ingenieros en él y en la apropiación que de él hizo Sarmiento, pero
en 1915 difícilmente podía haber una sincera aceptación del
sentimiento antihispánico tan enérgicamente manifestado en Con­
flicto y armonías. Uno recuerda aquí la observación de Freud sobre
los sentim ientos polarizados que m a n tie n e n re u n id a a una
comunidad: “Siempre es posible mantener unida a una considerable
cantidad de gente que se ama, en tanto haya otra gente que reciba
las manifestaciones de su agresividad”.50El otro, personificado aquí
como la mezcla racial de indio y español, sería rechazado en la
creación del yo nacional. La intervención de Ingenieros en la
circulación de este libro en 1915 es crucial para la comprensión de
su prefacio: esta edición es parte del canon em ergente de la
literatura argentina, una de las “ediciones de obras nacionales”
publicadas por La Cultura Argentina, una editorial que él dirigía.
Dentro de esta colección, el libro tenía que mostrar su importancia
para la empresa de construcción cultural. Ingenieros, hijo de un
inmigrante italiano, proclama la solución que Sarmiento avanza
en Conflicto y armonías, que no era otra que “la regeneración de
la raza a rg e n tin a , por la sustitución progresiva de nuevos
elementos al mestizaje hispano-indígena”.51 Expresa su lectura en
los términos provistos por la eugenesia, que ganaba gran prestigio
en las primeras década del siglo XX. Su huella es clara en la
creencia de Ingenieros en la posibilidad de la mejora racial de la
Argentina, promoviendo la cruza de la población existente con
ejemplares superiores. Si Sarmiento da el paradigma racial dentro

149
del cual Ingenieros puede i n s e r t a r su propio pro gram a de
eugenesia, también lo lleva a la trampa constituida por la matriz
disciplinaria que Ingenieros levanta para validar su discurso. Para
reforzar la idea de que la mejora racial podría incluir a todos los
inmigrantes en la regeneración del stock genético. Ingenieros
termina su prefacio citando la admonición de Sarmiento de ser
como los Estados Unidos, y lo refuerza en los siguientes términos:
“Sí. Seamos como ellos, una raza nueva desprendida del tronco
caucásico, plasmada en una naturaleza fecunda y generosa, capaz
de alentar grandes ideales de porvenir y de marcar una etapa en
la historia futura de la civilización hum ana.”52 La fuerza inte-
gradora del optimismo podía oscurecer la preferencia declarada
de Sarmiento por los inmigrantes anglosajones: la maniobra final
de Ingenieros, pese a la entusiasta cohesion que anticipa, en
realidad destaca las contradicciones internas del intento de ar­
ticular diferencias culturales, subrayando con ello las am bi­
valencias estructurales que acosan el concepto de la nación.

Las raíces del patriotism o: La tr a d ic ió n n a c io n a l, de


Jo a q u ín V. G onzález
En llamativo contraste con el discurso pesimista de Sarmiento,
Joaquín V. González inventa la tradición argentina celebrando
precisamente las raíces étnicas tan estridentemente criticadas en
Conflicto y arm onías. Lo notable es que González produce un
mensaje cultural tan diferente sin salir de la tutela textual de los
escritos de Sarmiento.
La vida y los libros de González (1863-1926) son una parte
importante de la Generación de 1880. Nacido, como Facundo
Quiroga, en La Rioja, obtuvo un título de abogado en la Universidad
de Córdoba y jugó un papel importante en la legislación y en la
educación superior. Estuvo íntimamente asociado con la Univer­
sidad de la Plata, como Ministro de Educación en la época de su
fundación, y después como su rector. Igual que Ricardo Rojas, cuya
obra sería tan importante en la Universidad de Buenos Aires, la
participación de González en la educación superior contribuyó a
la construcción de una cultura nacional. Compartió los campos
literario y jurídico, en el segundo fue autor del progresista Código
de Trabajo promulgado durante la administración de Roca, como

150
respuesta a las demandas de cambio, y como alternativa a la
violenta represión con la que se había enfrentado hasta entonces
la inquietud laboral. Hay en González un interesante diálogo entre
lo que puede considerarse una inclinación conservadora, en La
tradición nacional (1888) y Mis montañas (1893), por una parte, y
por la otra una clara conciencia de los cambios sociales y
económicos que surgían del crecimiento del proletariado urbano,
la inmigración y la industrialización. A diferencia de algunos otros
miembros de su clase que recurrieron a la represión al enfrentar
las demandas laborales, González optó por una estrategia de
pacificación y trató de seducir a sus iguales a enfrentar el cambio
en los siguientes términos: “A medida que las ignorancias y pre­
juicios de las clases superiores cedan su lugar a una conciencia
más ilustrada sobre las fases científicas de la vida colectiva, su
rigor desaparecerá, y en vez de las medidas de exclusión o represión
violenta a manera de castigo o exterminio, se buscarán las so­
luciones jurídicas y las formas de la justicia que se avienen con
todas las situaciones y conflictos entre los hombres y las clases.”'53
Igualmente perspicaz de las necesidades de esta “vida colectiva”
fue su recuperación de una cultura popular rural realizada en el
momento en que sus formas ya no estaban verdaderamente vivas.
Retrocediendo hasta lo que llama, en contraste con Sarmiento, “la
gran nación q u i c h ú a ”, su ambicioso libro re c o n s tru y e las
civilizaciones precolombinas en términos celebratorios, trazando
su continuidad con una tradición nativista del siglo XIX. Como ha
notado Angel Rama en La ciudad letrada, esta operación es un
triunfo de la “ciudad letrada” en el momento de fin de siglo, cuando
se están produciendo las literaturas nacionales.54 Precisamente
cuando el poderoso flujo inmigratorio provocó una revisión de lo
que constituía la verdadera Argentina, la ciudad reinventa una
comunidad usando los materiales provistos por el campo y su
p asado d is t a n t e . E sto o b v ia m e n te im plica un proceso de
recuperación genealógica, que confiere al todo un sentido del enlace
orgánico que une pasado y presente. La historia se reescribe en
una vena positiva, promoviendo una experiencia de lo arcaico que
está sobreimpuesta a lo moderno. Además, es vista como el sitio
de la producción activa y consciente de un discurso literario que
resultaría de una operación de exhumación del pasado. De ahí que
sea creado por un esfuerzo colaborativo e n tre arqueólogo,
historiador y poeta, y cruza los límites entre discurso ficticio y no
ficticio, en un proceso cargado simbólica y emocionalmente. El

151
siguiente pasaje ilustra la convergencia de elementos que saca a
luz González: “Si la literatura nacional no pudiera penetrar en el
secreto de su pasado, y desenterrar de las huacas y los templos
todos los tesoros del pensamiento quichúa, ¡qué espléndido campo,
no obstante, encontraría para sus creaciones en lo que conocemos
de él por los trabajos de arqueólogos e historiadores! ¡Cuánto
personaje ya legendario, ya fantástico, ya histórico nos presenta
la América desde los tiempos más remotos, que pudieran ser objeto
de poemas inmortales en los que respiraría el genio indígena, la
savia tropical, el perfume de las selvas!”55 Obviamente, este
programa sólo puede dar frutos si es acompañado por una ree­
valuación positiva del material a desplegar. González va mucho
más allá que el mero reconocimiento de la fuente fértil provista
por lo nativo; proclama su superioridad cultural en un intento de
demoler la creencia en la supremacía europea que sustentaba al
pensamiento liberal. Afirma que la poesía tradicional de naciones
como Inglaterra. Alemania, Suiza y Francia palidecería en com­
paración con los tesoros a los que ha aludido.
La tradición nacional combina un enfoque programático con la
real invención de una tradición, en el sentido esbozado por Eric
Hobsbawm.5fi El libro está constituido por un esfuerzo de reunir
los materiales a ser incorporados, mostrando su potencial para
inspirar el efecto deseado: es realmente sobre los usos de la cultura.
El inventario que traza cubre un variado espectro de prácticas:
historia y poesía, pero también leyendas y canciones. Invita a los
po etas a c a n t a r la “leyenda de los A n d e s ” invocando sus
proporciones épicas: “El pensamiento humano no concebirá jamás
otra epopeya mientras no se cante la leyenda de los Andes. Como
el Cáucaso dio a Esquilo la colosal trilogía de Prometeo, el futuro
poeta americano hallará en las cumbres andinas una trilogía épica
tan grande como aquélla...” (vol. I, pág. 69). Por momentos la prosa
de González parecería invocar la voz poética de un Neruda en su
Canto general, como cuando lamenta la ausencia de un testigo para
mantener vivo el recuerdo de un pueblo perdido: “Y aquel gemido
postrero de la América virgen... nadie ha recogido ni cantado, y
las lágrimas de tantos mártires se secaron en su corazón, se
fundieron en el fuego enemigo, o se multiplicaron en la esclavitud.”
(vol. I, pág. 71) Conciente del poder de lo emocional y lo simbólico
en la elaboración de la tradición, González toma elementos del
repertorio del pasado y el presente de la nación para alentar el
amor al país, que él compara con la religión y que considera “la

152
primera necesidad del espíritu”. La lectura de su libro produce
tanto admiración por sus reflexiones sobre la necesidad de una
construcción nacional, por una parte, como, por la otra, impaciencia
ante la inflada retórica desplegada para articular esas reflexiones.
Un lector del siglo XX se resiste a la hiperbólica insistencia con la
que se invoca el sentimiento nacional; se siente tentado a leer “en
contra” pasajes como el siguiente:
La República Argentina es esa estatua cincelada en el granito de los
Andes, de cuyos flancos ciclópeos heredó sus formas rígidas y armónicas a
la vez. Sus pies se asientan sobre una llanura surcada de ríos inm ensos
que tributan al mar, y bordada de selvas tropicales que m antienen la
juventud eterna; su cabellera ondea sobre el dorso colosal, como un torrente
despeñado de la montaña, y de su frente brota un relámpago que revela
un cráter en el cráneo, (vol. II, pág. 277)
Cuando las emociones no son invocadas por la retórica, González
vuelve la vista hacia el poder de lo misterioso, como cuando se
detiene en el papel del demonio en la tradición literaria argentina
(particularmente en el Santos Vega de Obligado), y en la percepción
del mundo del campesino. Una larga exposición sobre brujas en
culturas tanto europeas como precolombinas, concluye con la
afirmación de que son parte del trabajo del demonio: “Satanás tiene
sus brujas para manifestar por su medio las fuerzas mágicas de
su sombría ciencia”, (vol. I. pág. 153) En pasajes como éste,
González se aparta de lo programático y se entrega al misterio
que está tratando de evocar, como si lo hubiera seducido su propio
ímpetu discursivo.
Una de las áreas en las que se aventura más asiduamente es,
por supuesto, la histórica. Revisando el archivo de la historia
colonial y el repertorio de figuras heroicas, González logra colocarse
a sí mismo por encima o más allá del fragor de la lucha política
para construir el culto de los héroes y las victorias militares. No
obstante, González está firmemente asentado en el campo liberal,
antirrosista, y su inclusiva galería de héroes y hechos heroicos es,
como toda tradición, selectiva. Aun cuando se proclama a sí mismo
abarcador de todos los ingredientes nacionales, se mantiene dentro
de los límites provistos por la ideología que lo sostiene. Esto explica
ocasionales contradicciones entre el objetivo profesado de producir
un repositorio positivo e inclusivo de figuras nacionales y lo que
podríamos llamar deslices derogatorios, racistas. Así, aunque se
refiere a los gauchos, los indios, el pueblo de raza mestiza, y los

153
caudillos, en términos afirmativos, en unos pocos momentos queda
apresado en el discurso racista de su época: si bien puede pro­
clamar, por ejemplo, el vigor étnico del gaucho en los siguientes
términos: “El gaucho es el fruto genuino de la tradición, es el fruto
lozano de la amalgama del indígena y del europeo”, puede des­
mentir sus intenciones con pasajes como éste: “La religión de ese
gaucho degenerado consistía en una idea vaga de los principios
que anim an la creencia, pero sí arraigaban en su alma con fuerza
las supersticiones estúpidas, degradadas por el alejamiento de los
centros cultos. Dominando en ellos el in stin to más que la
inteligencia, la pasión más que el raciocinio, su religión era, en
verdad, su rencor o su ambición...” (vol II, págs. 63, 136).
Pese a estos marcadores ideológicos ocasionales, González apela
a una postura celebratoria para reforzar su revisión de la historia.
La nación argentina está enmarcada por la Revolución de 1810 en
un extremo y Caseros del otro: “Caseros es el teatro de una nueva
redención, como Mayo fue el espacio de una génesis”, (vol. II, pág.
275) Si en la interpretación de Sarmiento la Revolución de 1810
había carecido de madurez política, González en cambio la ve como
un movimiento admirablemente iluminado: “Jamás una revolución
humana fue más lógica en sus antecedentes”, (vol. I, pág. 25) Hasta
las “m asas” tan estridentemente criticadas tanto en el Facundo
como en Conflicto y armonías, son vindicadas como formidables y
vigorosas (vol. II, pág. 133). Los héroes de las guerras de la
independencia son celebrados con fervor. San Martín es santificado
mediante una serie de maniobras retóricas basadas en el símil de
modo de igualarlo con la grandeza natural del paisaje en el que se
realizaron sus grandes hazañas. Estrategias similares se usan para
erigir las figuras de Belgrano, Brown, Buchardo y algunas otras
menores, para darle a la nación los héroes necesarios provistos de
la ejemplaridad deseada.
En esta empresa, González da entusiasta crédito a los autores
que tuvieron la visión necesaria para anticipársele, como José
Joaquín Olmedo u Olegario Andrade, que supieron cómo manipular
la relación entre historia y poesía de modo de producir el aura del
mito: “...tomando como base los hechos humanos y sociales, (la
literatura tradicional) los explica, desenvuelve y adorna con la
fantasía poética, que rodea como una aureola de luces y perfumes
los acontecimientos de la vida de las sociedades en infancia”, (vol.
I, pág. 133) La economía de tradición en acción aquí acomoda aun
las fuerzas negativas que inspiran miedo o rechazo. Dado que la

154
tradición debe almacenar y elaborar una historia común, infun­
diéndole el poder de la fantasía y la emoción, González insiste en
la necesidad de recordar y dar forma a su lado luctuoso. Lamenta
la pérdida gradual de la memoria de los lamentables hechos que
tuvieron lugar durante la era de la anarquía, pues ve en ellos la
materia de una tragedia shakesperiana. En una notable manipu­
lación de materiales culturales que podría parecer tomada de las
técnicas del folletín tal como lo practicó con éxito Eduardo
Gutiérrez (cuyo Juan Moreira fue señalizado en la prensa periódica
en los años 1879-1880), González proclama la necesidad de
pavimentar el camino para la “religión del patriotismo” usando la
imagen de los tiranos y la pintura de las escenas sangrientas:
...veréis siempre asomar la imagen de los tiranos y los cuadros de
sangre, provocando unas veces el llanto, otras el horror, pero siem pre la
impresión dolorosa... (vol. II. pág. 146)
El espectáculo de la patria desgarrada por sus hijos disp ersos y
ensañados con sus hermanos, nos impulsará a estrecharnos en un abrazo
sublime, (vol. II. pág. 147)
Para evocar tales sentimientos, construye una visión dantesca
en la que pone en escena cuadros militares sucedidos por cataclis­
mos y luchas civiles, completados con el humo rojo que emana de
las profundidades de la tierra, gritos de agonía, reverberaciones
sísmicas, y fantasmas ascendiendo en las sombras. Lo sublime
romántico aquí en acción podría parecer una versión hiperbólica
de las palabras iniciales de la introducción del Facundo, donde la
“sombra terrible de Facundo” retiene los secretos sombríos que el
libro intentará descifrar.
En realidad, pese al valor muy positivo asignado por González
a lo rural y lo nativo, las secciones de su libro parecen tan
inspiradas en el Facundo que el libro se lee casi como una
reescritura de éste. En la tarea de erigir la tradición nacional,
Facundo contiene una riqueza de m ateriales que puede ser
apropiada independientem ente del paradigna dentro del cual
Sarmiento los haya insertado. En su intento de suspender las
tensiones dicotómicas que habían escindido al Facundo, González
le vuelve a dar forma con un gesto abarcador destinado a promover
el amor al país. Reconoce las fuerzas combinadas de lo estético y
lo emocional para exhortar a sus conciudadanos a ser patriotas.
Como no puede recurrir a la pasión romántica tan astutam ente

155
manipulada por los novelistas que se habían embarcado en la
misma empresa, tiene que arreglárselas con las emociones em­
parentadas del miedo, la tristeza, el dolor, el horror y la admi­
ración.57 Su efecto combinado tiende a subsumir la lógica exclu-
sionista de la civilización contra la barbarie en un discurso
presumiblemente regulado por la pasión nacional. Por momentos
parece como si el punto de partida fuera el pasaje ya citado al
comienzo del Capítulo 2 del Facundo, que sería un trampolín
textual para una nueva versión muy sobreescrita.58
G onzález t r a b a j a sobre los dos loci más fértile s de la
representación: el escenario natural y el carácter de Facundo
Quiroga. El primero es pintado en términos sarmientinos, carac­
terizado por la soledad y la extensión:
La soledad y la extensión ilimitada cavan sim as profundas en los
espíritus, y en ellas fermentan las pasiones y los instintos, hasta que la
explosión necesaria se produce... (vol. II, pág. 16'
Pero esa lucha continuada y sombría por la vida, que se asemeja, por
su aridez, a sus llanos sin verdura, engendra a veces el fatalismo indolente
del árabe, (vol. II. pág. 189)
Numerosos pasajes como éstos atestiguan la presencia textual
del Facundo en la obra bajo discusión. En cuanto a Quiroga mismo,
la estrategia de representación de González consiste en llevarlo a
las consecuencias extremas de lo que estaba esbozado en Sar­
miento. Así. es presentado en términos de tragedia shakesperiana
y de épica primitiva, de modo que pueda asimilárselo a la ge­
nealogía de la nación. Como Sarmiento, González avanza una
distinción entre la disposición fría y calculadora de Rosas y la
espontánea y apasionada de Quiroga:
“(Rosas) es un degollador desalmado, cargado de sangre. ... Facundo,
por el contrario, es el personaje de la tragedia shakesperiana, que no pierde
su gravedad sombría, sino que va concentrándose cada vez más hasta que
estalla en la catástrofe.” (vol II, págs. 197. 198)
En Quiroga, entonces, González encuentra la fuente de la
construcción de la tradición, y recurre a ella incansablemente,
elaborando las canciones populares que evocan sus hazañas, su
tormentoso romance con Severa Villafañe, los muchos sitios
devastados por sus fuerzas destructivas, y el pueblo que sufrió

156
como resultado de ellas. Su tono celebratorio le permite canibalizar
los sucesos más horrendos en el espíritu de incorporar “todo ese
enjambre de seres fantásticos que cantan en la noche canciones
arrobadoras”, (vol. II, pág. 215) No es necesario decir que González
se aventura desenfadadamente en los efectos mitificantes de la
manipulación cultural, operando dentro de la conjunción retórica
entre la pintura de grandiosos paisajes y su asimilación por la
figura humana. El efecto monumentalizador resultante coincide,
cosa que no puede sorprender, con el fin del poder de los caudillos
y su receso al espacio inofensivo del mito. Los más de cuarenta
años que separan el Facundo de La tradición nacional permitieron
la evocación nostálgica de lo que en su momento había sido un
problema de fragmentación nacional; en 1888 se había tr a n s ­
mutado en un mito que alentaba la cohesión. De ahí que la
canonización probó ser una operación legitimadora: armoniza los
materiales dislocados de la tradición sin sacrificar su potencia
emocional.S9
De todos modos, el frenético elogio de González al libro contiene
las semillas de una estrategia de deslegitimación, que se volverá
común en años posteriores. Destacando sus méritos literarios,
socava su credibilidad en el terreno de la no ficción. Condenando
a fuerza de elogios, poniendo a prueba la credibilidad del lector al
equiparar al Facundo con el período dantesco que describe,
González afirma: “Y cuando la verdad histórica amenaza destruir
la forma artística, porque la verdad suele ser inarmónica a veces,
no duda un instante, y con el entusiasmo del artista, crea donde
es necesario salvar el encanto estético”, (vol. II, pág. 230) Como si
no estuviera seguro de que el discurso literario puede proporcionar
por sí solo la clase de entusiasmo nacional que quiere generar,
González se vuelve al poder de lo religioso, con notable perspicacia
respecto al modo en que el n a c io n alism o e stá m odelado
místicamente por los sistemas culturales religiosos de los que
deriva.150 Iguala las dos emociones, como fue observado antes, y se
interna en el vocabulario religioso en varias ocasiones, como
cuando llama a Facundo, Rosas y Aldao “la horrible trinidad ... de
nuestra historia”, (vol. II, pág. 231)
Que este conjunto de estrategias discursivas es parte de una
agenda conservadora se hace claro no sólo por su inclinación a la
nostalgia y los valores del pasado; por momentos está explí­
citamente articulada como una respuesta a “el estruendo de las
revoluciones del progreso”, que tiene efectos dañinos: “nos

157
ensordece y nos aparta de aquellas épocas de gloria”. Esta agenda
resuena de modo interesante con el regreso a lo nativo que habría
de operarse en los primeros años del siglo XX como un intento de
hacer frente a la amenaza inmigratoria. Escribiendo en la ciudad,
profundamente comprometido con los efectos de la capitalización
de Buenos Aires y con la confrontación de los cambios étnicos
aportados por la inmigración, González trata de congelar el ser
nacional tal como se constituyó en el campo:
El colorido de la leyenda y el tono del cantor de la llanura, cambian al
penetrar en el recinto de la ciudad, porque allí se elaboran los m ateriales
de la historia, y las fantasías del poema se desvanecen al contacto frío de
la verdad positiva. Por eso van desapareciendo de la superficie de nuestros
territorios esos trovadores que cantan la tradición íntima .... y pronto,
cuando ya los inventos del siglo derramen en los escenarios de tanto drama
sombrío, oleadas de hombres de razas distintas e indiferentes, no habrá
quedado en el suelo ni un rastro de los pasados héroes, siquiera los del
terror... (vol. II. págs. 297-208)
Como podía esperarse, el acopio de tradición que realiza
González para rechazar esta amenaza termina produciendo formas
estatuarias con la fijeza de la piedra.

E scribir más allá de los m árgenes: Una excu rsión a los


in d io s r a n q u e le s , de Lucio V. M ansilla.
Al dejar atrás el Fuerte Sarmiento el 30 de marzo de 1870, Lucio
V. Mansilla se aventuraba en un territorio dominado por los indios
ranqueles. cuyo cacique Mariano Rosas debía confirmar el tratado
de paz que Mansilla había negociado en términos preliminares, a
nombre del gobierno nacional. Más allá de la frontera (en sí misma
un factor clave en el mecanismo de poder y contención a través del
cual la Nación-Estado completaba su expansión territorial), en la
tierra de nadie enmarcada por los dos nombres que marcan los
avatares del poder (Rosas y Sarmiento), Mansilla explora las
posibilidades de desafiar y quizás subvertir la autoridad que lo
había relegado a un puesto marginal como comandante de frontera.
Una excursión a los indios ranqueles puede leerse como un intento
de encontrar un espacio discursivo a partir del cual lanzar un
ataque contra los escritos de Sarmiento y contra su presidencia.
¿Cómo puede ser legitimado un discurso desprovisto de poder, y,

158
concomitantemente, cómo puede ayudar a revertir la jerarquía que
lo controla? De un modo provisional, podemos anticipar que la
estrategia de Mansilla es entrar y salir de la línea que separa el
adentro y el afuera, explotando su excentricidad. El resultado es
la producción de posiciones de sujeto cambiantes, en un titilante
juego de máscaras que transforma la marginalidad en un locus de
enunciación tan interesante como contradictorio.
En su calidad de sobrino de Rosas, Mansilla llevó una vida
marcada por constantes intentos de recuperar el poder perdido por
su familia después de Caseros, intentando la mudanza del margen
al centro, y llegando muy cerca de él, aunque siempre terminó
relegado al margen. Su relación con Sarmiento ejemplifica estas
maniobras fallidas, pero fue parte de un esquema recurrente. El
Ministerio al que aspiraba nunca se materializó, aun cuando ocupó
una cantidad de puestos prestigiosos en el Congreso y en el mundo
diplomático. Si bien lo unían relaciones de a m istad con los
presidentes Sarmiento, Avellaneda y Roca, su fortuna política sólo
le permitió alcanzar los umbrales del éxito, no transponerlos. En
1898, a la edad de sesenta y ocho años, du ran te la segunda
presidencia de Roca, el peripatético Mansilla volvía de París a
Buenos Aires con la esperanza de ser nombrado ministro al fin,
sólo para ver disiparse sus esperanzas, como lo había hecho treinta
años atrás. Y hasta en 1907, cuando hacía su último viaje de París
a Buenos Aires, malinterpretó el interés público en su persona, y
la cálida bienvenida de sus amigos y admiradores, como una señal
de poder político, que nunca se materializó en un alto cargo.
Las circunstancias que rodearon la escritura y publicación de
Uno excursión m erecen exam en porque e stá n liga d a s a la
construcción del sujeto en el texto. En la raíz de este libro yace
una amarga desilusión con Sarmiento, por la negativa de éste a
nombrar ministro a Mansilla. Como amigo del hijo adoptivo de
Sarmiento, Dominguito, y como influyente oficial del ejército
durante la Guerra con el Paraguay, Mansilla había tenido activa
participación en la nominación de Sarmiento a la presidencia, y
fue quien se la anunció en los Estados Unidos. Cuando el Club
Libertad se reunió en febrero para elegir a su candidato, Mansilla
y Rufino Varela fueron quienes nominaron a Domingo Sarmiento.
Movido por el sentimiento de su importancia, y por una carta
escrita por Sarm iento después de la m uerte de Dominguito,
ofreciéndole “todo lo que un padre puede ofrecer al amigo,
compañero y jefe del hijo malogrado”,*1se dice que se presentó en

159
la casa de Sarmiento con una lista de nombres posibles para el
futuro gabinete. Al ver el nombre de Mansilla, Sarmiento exclamó
abruptamente: “¡Usted ministro! Hombre, necesitaré un ministerio
muy sesudo para morigerarme a mí mismo. Nos tildan de locos: a
usted menos que a mí, tal vez por no haber adquirido méritos para
ello todavía. Juntos seríamos inaguantables...”62Martín de Gainza
fue nombrado Ministro de Guerra, y Mansilla terminó como
comandante de fronteras en Río Cuarto, bajo las órdenes del
General Arredondo. Con su gusto por lo teatral, Mansilla se pintó
a sí mismo como un actor sin papel y sin lugar en la escena política
que él mismo había organizado: “En este momento de mi vida
represento el papel de un concurrente que no halla lugar, ni de
pie, en la gran representación política que él mismo ha orga­
nizado.”fi:, El desplazamiento consiguiente es la escena primaria
de Una excursión a los indios ranqueles, tanto por el viaje como
por su inscripción textual. Fue exacerbada por el efecto muy
negativo de la iniciativa de Mansilla: a su regreso, fue exonerado
del cargo y obligado a volver a Buenos Aires. En mayo de 1870 el
periódico La Tribuna de Buenos Aires empezó a imprimir Una
excursión en forma serializada. En noviembre aparecía como libro.
¿Cómo usa Mansilla el espacio de la escritura para responder a
las afrentas a que se veía expuesto?'51 Una de las estrategias que
utiliza es la disposición de una escena en la que el “Yo” como actor
consum ado apela a su interlo c u to r y lo deslu m bra con sus
acciones.65 La inclinación de Mansilla por lo te atral ha sido
comentada por diversos críticos,66y en Una excursión implica una
compleja artesanía del sujeto y su público para lograr apoyo. Logra
la disposición de un espacio en el que puede circular un discurso
a p a re n te m e n te contrahegemónico, explorando las m últiples
posiciones desde las cuales enfocar las estructuras de poder
representadas por Sarmiento como autor y como presidente. Uno
puede imaginarse a Mansilla dirigiéndose tanto a Santiago Arcos,
al que están dedicadas las “cartas”, y también, de un modo más
general, a la clase de amigos que habían preparado un “banquete
de reinvindicación” para él en Buenos Aires a su regreso de Río
Cuarto, en junio de 1870. Modulando astutamente su atención y
su respuesta, Mansilla desplegaba un espectro de dispositivos a
la vez serios y graciosos, que jugaban con el ocultamiento y la
revelación. Mago ejemplar, Mansilla es él mismo y el otro, como
en las famosas fotografías de Witcomb que atraían muchedumbres
en la Calle Florida. Inclusive afecta al público con sus trucos,

160
dándole a su identidad una calidad móvil e inestable. Así, mientras
ostensiblemente está escribiendo Una excursión como una serie
de cartas a su amigo Santiago Arcos, reconoce la naturaleza pro­
blemática de esta recepción desde el comienzo mismo, afirmando
que no sabe dónde está Arcos o si se lo podrá encontrar.67 Si Arcos
puede ser elusivo como lector, cumple una función metonímica que
representa admirablemente el tipo de público que desea invocar
Mansilla. Igual que Mansilla, Arcos era un hombre de medios, que
había viajado mucho, había pasado su vida a ambos lados de la
frontera entre civilización y barbarie, tenía muchas lecturas y
también era capaz de disfrutar de los placeres y desafíos de la
vida rural en Latinoamérica. Autor él mismo, Arcos había publicado
un libro revelando su conocimiento del tema, Cuestión de los indios:
Las fronteras y los indios (1860), una obra posterior titulada La
Plata: Etude historique (reseñado de modo más bien apresurado
por el mismo Mansilla en La Revista de Buenos Aires),6b y, en
español, sus Cuentos de tierra adentro, desplegando su cono­
cimiento de las costumbres rurales.69 Pasó una parte importante
de su vida en España y Francia: como Mansilla, era un verdadero
connoisseur del mundo hegemónico.70Arcos y los hombres como él
serían el público ideal para Una excursión: tan al tanto de los
refinamiento de la vida en el Club del Progreso o en los salones
parisinos que podían cómodamente tomar distancia de ellos y
disfrutar de la clase de turismo emprendido por Mansilla. De hecho,
no es accidental que eligiera la palabra “excursión" para su titulo.
En palabras de Julio Ramos, es “un nuevo tipo de ejercicio
turístico”- uno que incorpora la exploración de la barbarie,71 en la
misma vena en que un viajero experimentado elige rincones
remotos del mundo para satisfacer su necesidad de lo nuevo. De
ahí estas observaciones introductorias a Arcos:
...después de haber recorrido la Europa y la América, de haber vivido
como un marqués en París y como un guaraní en el Paraguay: de haber
comido mazamorra en el Río de la Plata, charquicán en Chile, ostras en
Nueva York, macarroni en Nápoles, trufas en el Périgord. chipá en la
Asunción, recuerdo que una de las grandes aspiraciones de tu vida era
comer una tortilla de huevos de aquella ave pampeana en Naguel Mapo,
que quiere decir “Lugar del Tigre”.72
En ese espíritu, Mansilla puede jactarse de querer hacer este
viaje tanto como cualquier secretario de bajo rango puede ansiar
un puesto en la embajada de París, de preferir dormir bajo las

161
estrellas a verse sometido a una cama de hotel en Rosario, de estar
tan feliz y cómodamente sentado en un sillón como alrededor del
fuego del campamento con sus soldados, de disfrutar una comida
en el Club del Progreso tanto como el puchero que compartió con
Mariano Rosas. Su sabiduría y refinamiento mundanos le permiten
ajustarse, a la vez que lo ponen permanentenemente en condiciones
de disfrutar de lo nuevo y diferente.
Dado que los lectores a los que se dirige comparten estas
cualidades, Mansilla sabe cómo proporcionarles los placeres que
esperan. Pueden viajar vicariamente con él, y pueden gozar de la
puesta en escena de los divertidos encuentros entre Mansilla y los
ra n q u e le s enten diéndo se con el prim ero a expensas de los
segundos. Es por esto que Mansilla puede permitirse presentarse
a sí mismo en situaciones ridiculas: la ironía teatral le permite al
público ver, y disfrutar, a los ranqueles enfrentando a un repre­
sentante de la civilización que debe poner entre paréntesis momen-
tanéamente su superioridad. Mansilla se extiende en los pasajes
en los que debe sujetarse al protocolo social impuesto por los
ranqueles, como víctima cómica de sus larguísimos discursos o sus
borracheras, y comenta unos y otras con un lector que está
dispuesto a reírse y a apreciar su desdicha: “No hay idea de lo
cómicos y ceremoniosos que son estos bárbaros”, (vol I, pág. 174)
comenta después de oír sus extensos saludos; obligado a alzar a
los indios uno por uno, soltando un sonoro “¡aaaaaaaaaaaa!” abru­
mado por sus pesos, provee el siguiente pasaje interpretativo:
“Aquello fue pasaje de comedia, casi reventé, casi se me salieron
los pulmones, porque esto de tener que dar un grito que haga
estremecer la tierra al mismo tiempo que el cuerpo se encorva,
haciendo un gran esfuerzo para levantar del suelo un peso mayor
que el de uno mismo, es asunto serio desde el punto de vista de la
fisiología orgánica; pero más que a todo se presta a la risa”, (vol.
I, pág. 204) Hay muchos pasajes como éste invitando al interlocutor
a compadecerse y a la vez reírse con el narrador: una de las muchas
caras del libro es jocosa, casi carnavalesca. Explorando el espacio
discursivo de los márgenes, el sitio de la enunciación veta la actitud
autorial unívoca y opera con un modo cambiante de representación
tanto de sí mismo como del otro. Puede permitirse la pintura de lo
ridículo, aplicada tanto a los ranqueles como a sí mismo, porque
en otros casos adopta una actitud diferente, más seria, que
presum iblem ente es atenuada y hecha más digerible por las
cualidades de diversión de lo burlesco. De modo que mientras Una

162
e x c u r s i ó n , como
veremos, emprende un ataque explícito contra la
ideología que enfrenta civilización contra barbarie, también
despliega la barbarie en sus formas más desagradables. Los
mismos ra nqu eles que a veces son m ostrados bajo una luz
admirativa, en varias ocasiones son pintados como simplemente
repugnantes. Mansilla suele ser víctima de sus sucios saludos y
de sus torpezas de ebrios, manifestadas en conductas agresivas y
una profusión de fluidos corporales.
...me besaban, con sus bocas sucias, babosas, alcohólicas, pintadas,
(vol. I, pág. 207)
Yo no quería que me sorprendiera la noche entre aquella chusm a
hedionda, cuyo cuerpo contam inado por el uso de la carne de yegua,
exhalaba nauseabundos efluvios; regoldaba a todo trapo, cada eructo
parecía el de un cochino cebado con ajos y cebollas. En donde hay indios,
hay olor a azafétida. (vol. I. pág. 255)
Al entrar a una tienda india tiene que luchar con toda clase de
criaturas que le trepan por las piernas; en mitad de la noche es
acosado por un ranquel borracho y baboso que ha caído encima de
él. Cultivando su actitud elegantemente distanciada hacia la
civilización, Mansilla aparece despojándose constantemente de sus
pertenencias para satisfacer a sus ávidos anfitriones, que se
encaprichan con su elegante capa roja, su puñal, sus boleadoras
de marfil y plata, medias, pañuelos, camisas, guantes (repre­
sentados burlonamente como botas para manos) y su excelente
navaja de afeitar Rodgers. que se vuelve símbolo de la inferioridad
cultural de los indios, pues no saben qué uso darle. El incidente
con la navaja ilustra la escena textual construida: después de
regalársela a Baigorrita, Mansilla se escandaliza al descubrir que
un instrumento tan fino es usado para picar tabaco. Incapaz de
hacerle entender a Baigorrita la naturaleza de su error, Mansilla
recurre a un manejo más eficaz del incidente transformándolo en
una historia:
Buscaba a quién contarle el uso que mi compadre hacía de mi rica
navaja de barba. Fui, pues, en busca de mis compañeros de peregrinación.
... Les llamé aparte, hicieron una rueda, dejándome dentro, y les conté el
caso, riéndome a carcajadas, (vol. II, pág. 67)
La situación com unicativa re p r e s e n ta d a en este pasaje
ejemplifica la relación entre texto y lector que tiene lugar en el
163
libro: los que saben escuchan el cuento y se ríen. Su placer puede
derivar también de observar a Mansilla adoptando m om entá­
neamente actitudes bárbaras, ostentando su conducta ruda, como
cuando se limpia las uñas de los pies durante una comida. Lo que
causa placer al lector no es sólo la conducta de Mansilla, sino
también el gozo que les produce a los ranqueles, seducidos por lo
que equivocadamente interpretan como “el dominio de la barbarie
sobre la civilización”, (vol. II, pág. 63) Aun cuando el humor es
atenuado, uno puede sentir la apelación al lector sofisticado en
pasajes donde el autor desenmascara los inútiles intentos de los
ranqueles por engañarlo. Un caso es el pedido de Mariano Rosas
de que Mansilla y sus hombres esperen al llegar, estratagema que
el último puede identificar como un intento de examinar y medir
las fuerzas de los recién llegados. Promoviendo una comunicación
privada con sus pares, Mansilla hace la siguiente reveladora
evaluación:
En medio de su disimulo y malicia genial y estudiada, los salvajes y
los pueblos atrasados en civilización tienen siempre algo de candorosos.
Ellos creen cosa muy fácil engañar al extranjero. El orgullo de la
ignorancia se traduce constantem ente, empezando por creer que se sabe
más que el prójimo. ... Mariano Rosas creyó engañarme, (vol. I, pág. 196)
El apoyo del lector se solicita a veces para disponer de un oído
solidario para el “yo” narrativo autodeprecatorio, que revela de
modo desarmante su debilidad y sus dudas y que puede reírse de
sí mismo. Puede verse a Mansilla elaborar el sentido de su frágil
posición política en los pasajes dirigidos directamente a Santiago
Arcos, preguntándole en un tono de estudiada liviandad si no
piensa que la excursión es una pérdida de tiempo, o reconociendo
la marginalidad de su empresa al declarar que ya que no puede
cantar las glorias de su espada, tiene que recurrir a describir a los
ranqueles y sus costumbres. En estos casos confronta indirec­
tamente la desilusión que motivó el texto disminuyendo su propia
im portancia en la intim idad del diálogo con sus pares. Por
momentos el tono se vuelve abiertamente paródico, como en las
ocasiones en que juega con los sueños de Lucius Victorius
Imperator e insiste en la presentación irreverente de su tarea y
de la retórica que podría ensalzarla.
Pero esta aparente modestia la permite a Mansilla desplegar
su habilidad superior como comandante del ejército y como escritor,
siempre consciente de la dinámica entre poder y discurso en los
164
mundos de los “bárbaros”, de los "civilizados”, y de su texto. Una
cosa que sabe que sólo el puede hacer en la circunstancia es
traducir una cultura a otra, mantener una postura crítica con
respecto a la civilización pero lucir el dominio de la cultura y las
lenguas que le permiten representar a los bárbaros en términos
refinados. Mansilla es un diestro transculturador con un gusto por
la disonancia, por lo que exhibe burlonamente su erudición en
contextos que a la vez la suscitan y la subvierten. Así, se permite
citar a Manzoni, sólo para mover el suelo literalmente bajo su
cabeza al descubrir que ha estado apoyándose en una marmota
mientras tenía la visión de la grandeza conjurada por los versos
del poeta italiano. Cuando Epumer cae vencido por la borrachera,
Mansilla lo cuenta con una cita: “E caddi, come corpo morto cade!”
(vol. I, pág. 257); Mariano Rosas es comparado con Bismark cuando
se trata de evaluar la fuerza militar; las penas de amor de un
soldado son interpretadas a la luz de los pensamientos de Byron
sobre las mujeres. Casi no importa que las relaciones sean
forzadas; Mansilla está actuando para su público, y quiere des­
lum brar con su destreza. Quizás ningún pasaje ilu stre más
claramente el coqueteo sobre sus carencias que el que se inicia
proclamando: “Yo soy como los patanes. Nunca tengo presen­
timientos en sueños” (vol. II, pág. 199), sólo para exhibir su
erudición con una serie de comparaciones con Hesíodo, Escipión,
Alejandro y Hércules. Si más adelante escribe una invectiva contra
la erudición, la desmiente con su despliegue todo a lo largo del
texto, (vol. II, pág. 244)
Aunque Mansilla artificiosamente se disminuye al modo h u ­
morístico que he descripto, cuida su imagen de autoridad ante sus
subordinados. El Coronel Mansilla siempre está al mando de sus
hombres, aun cuando se sienta junto al fuego con ellos para oír
sus historias y compartir su amistad. Si la conducta ebria de Rufino
Pereira pone en peligro la imagen del coronel frente a los ranqueles
o los otros soldados, la muy irritada reacción de Mansilla no deja
dudas sobre quién manda, pues sabe que las consecuencias de
perder el respeto de sus hombres son fatales. Su trato muy tenso
con el extraño del que creen que es uno de los espías de Calfucurá
revela la incomodidad causada por alguien que no juega claramente
el papel del subalterno. El narrador puede bromear sobre alguna
cuestionable ineptitud cuando tiene al lector por único testigo, pero
el trato con sus hombres lo m uestra en pleno control de su
autoridad.

165
Dentro de este locus de enunciación móvil pero cuidadosamente
elaborado, Una excursión presenta un modo de representación de
la otredad que también sirve como punto de partida para una
crítica a las políticas del gobierno. Para lograrlo, Mansilla propone
otro interlocutor: un “nosotros” deliberadamnete ambiguo que se
vuelve blanco de sus ataques. Convenientemente revestido de esta
cu lp a c o m u n ita r ia , M a n silla pued e d e n u n c i a r el modelo
sarmientino mientras es parte aparente de él. Trasponiendo la
observación de Homi Bhabha de que “en el margen colonial la
cultura de Occidente revela su ‘différance’” 73a la economía de
espacio que propone el contexto postcolonial de Mansilla, nos tienta
decir que las tierras marginales más allá del Fuerte Sarmiento
permiten la articulación de una reflexión autoconsciente sobre los
valores hegemónicos corporizados en la “civilización”. Incluido en
la narración del contacto de Mansilla con sus anfitriones hay un
pequeño tratado sobre los males del esquema conceptual del
Facundo y de las políticas presidenciales de su autor. Una y otra
vez Mansilla culpa a este “nosotros” por el fracaso de educar a los
ranqueles y dar valor a “nuestros” hombres nativos, por las guerras
civiles enraizadas en “nuestras” diferencias y odios, por el egoísmo
de las ciudades, que mantienen al proletariado rural en un estado
de ignorancia y estupidez, por “nuestras” políticas opresivas. Las
alusiones a Sarmiento son apenas veladas en este espacio crítico,
como la cabeza del “mal gobierno” que se desacredita. En algunos
casos el ataque es tan específico que puede verse a través de la
máscara del “nosotros” comunal:
La monomanía de la imitación quiere despojarnos de todo: de nuestra
fisonomía nacional, de nuestras costumbres, de nuestra tradición. Nos
van haciendo un pueblo de zarzuela. Tenemos que hacer todos los papeles,
menos el que podemos. Se nos arguye con las instituciones, con las leyes,
con los adelantos ajenos. Y es indudable que avanzamos.
Pero, ¿no habríamos avanzado más estudiando con otro criterio los
problemas de nuestra organización e inspirándonos en las necesidades
reales de la tierra? (vol. I pág. 236)
Anticipando los ataques a la inmigración que fueron comunes
hacia el fin de siglo, Mansilla exclama con impaciencia: “¡Y para
lucirse mejoi\ todos los días clam ando por gente, pidiendo
inmigración!” (vol I, pág. 250) Dentro de este marco discursivo,
escarnece repetidamente a la “civilización” tanto por el descuido
de sus obligaciones para con los “bárbaros” como por su hipocresía.

166
Cuando el tema toma un cariz serio, crítico, el a u to r conco-
mitantemente desarrolla el elogio de los ranqueles y sus cos­
tumbres. Al parecer olvidado de las implicaciones de sus insistentes
referencias a ellos como “estos bárbaros”, Mansilla se extiende
sobre sus muchas virtudes y valores, señalando sus rasgos cris­
tianos, su generosidad, su hospitalidad, y su admirable respeto
por los animales. En ocasiones, aun en situaciones que invitan a
observaciones desdeñosas, produce una reinterpretación de la
conducta de los ranqueles en términos comparativos antropo­
lógicos. Un ejemplo es la afirmación de Baigorrita, al partir
Mansilla de sus tolderías, de que el águila que ha avizorado está
realmente señalando su camino. Mansilla se contiene a punto de
soltar la risa, y recuerda que él se permite un comportamiento
igualmente supersticioso cuando no se sienta a la mesa con trece
comensales, o se niega a matar arañas de noche. Entonces llega a
la meditación antropológica igualadora: “Hay un mundo en el que
todos los hombres son iguales: es el mundo de las preocupaciones”,
(vol. II, pág. 110) Después de un día agotador pasado en largas
conversaciones con Mariano Rosas y Baigorrita sobre el tratado
que motivó su viaje, Mansilla hace una serie de reflexiones sobre
las relaciones entre política, gobierno y el pueblo, que coloca los
hechos de la jornada bajo una luz completamente nueva. El
esfuerzo interpretativo de Mansilla pone las negociaciones con los
caciques dentro del contexto del “mundo civilizado”, con alusiones
a Napoleón III y al gobierno argentino, de modo de achatar las
diferencias y promover las asimilaciones. Pero aquí otra vez este
discurso aparentemente contrahegemónico es desestabilizado por
los términos mismos en que se hace la afirmación: “Los enanos
nos dan la medida de los gigantes, y los bárbaros la medida de la
civilización” (vol. II, pág. 162) confiesa en conclusión, debilitando
el impulso positivo de su aseveración con las implicaciones
desdeñosas de “enanos” y “bárbaros”. En realidad, no hay posición
desde la cual el sujeto que escribe pueda evitar las trampas del
inconsciente político en el que está ubicado. Si escribir en los
márgenes le permite cuestionar el sistema hegemónico, también
está insidio sam ente asediado por las e s tru c tu r a s m entales
sancionadas por ese sistema. Cuando exclama de modo autocrítico
“Tanto que declamamos sobre nuestra sabiduría, tanto que leemos
y estudiamos, ¿y para qué? Para despreciar a un pobre indio,
llamándolo bárbaro, salvaje...” (vol. II, pág. 244), el lector capta

167
la ironía, porque ha tropezado repetidamente con las mismas
palabras a lo largo del texto.
Por lo demás, Mansilla está condenado a producir un discurso
cargado de contradicciones por las condiciones materiales que lo
llevaron a los ranqueles. Pues realmente la excursión no es mero
turismo desinteresado: Mansilla está negociando un tratado con
los ranqueles, y para ratificarlo despliega con notable convicción
los argumentos a favor de quitarles la tierra. A pesar de los
num erosos pasajes que la m en tan el tra ta m ie n to dado a los
ranqueles, Mansilla proclama la supremacía de los cristianos en
términos inequívocos. Cuando Mariano Rosas lo acusa de quitarles
su tierra (y sin duda alguna éste es el corazón del asunto), Mansilla
descarta sus reclamos a la tierra de sus antepasados diciendo que
la tierra no perteneció a los indios, sino a quienes la hicieron
productiva con su trabajo. Es aquí donde revela la naturaleza
g enu ina de su empresa, y su afiliación con el program a de
desarrollo económico que está proponiendo el gobierno: “Las
fuerzas del Gobierno han ocupado el Río Quinto para mayor
seguridad de la frontera; pero esas tierras no pertenecen a los
cristianos todavía; son de todos y no son de nadie; serán algún día
de uno. de dos o de más, cuando el Gobierno las venda, para criar
en ellas ganados, sembrar trigo, maíz.” (Vol. II, pág. 148) Cuando
la discusión se acalora, Mansilla no vacila en blandir el argumento
de la superioridad cultural con una energía que desmiente la
retórica de la igualdad que elabora tan cuidadosamente en otros
casos: “Ustedes son unos ignorantes que no saben lo que dicen; si
fueran cristianos, si supieran trabajar, sabrían lo que yo sé; no
serían pobres, serian ricos. ... Ustedes no saben nada, porque no
saben leer, porque no tienen libros.” (vol. II, pág. 149) Después de
todo, las brillantes estratagem as discursivas de Mansilla no
pueden oscurecer el hecho de que su libro pertenece a la literatura
de exploración que está tan profundamente conectada con la
empresa general de la expansión económica prevaleciente en el
siglo XIX. No es fortuito que Una excursión haya sido premiada
por el Congreso Geográfico Internacional de París de 1875: la clase
de conocim iento que p ro po rciona sobre t e r r it o r io s a n te s
inexplorados era muy apreciada.74 Si ponemos al libro dentro del
contexto europeo más amplio de la literatura de viajes, se hace
inmediatamente evidente que Mansilla se conforma a aspectos de
la producción cultural contemporánea concentrada en hacer pro­
ductivas más tierras y poner a trabajar a su población. De modo

168
que aunque comparte con sus lectores metropolitanos la retórica
de la “anticonquista”, como ha nombrado Mary Louise Pratt los
intentos de vindicar las culturas nativas sin dejar de asimilarlas
a los paradigmas culturales europeos,75 con frecuencia revela su
interés en la calidad de la tierra que está explorando, la clase de
pastos que crecen en ella, la disponibilidad de agua, y la cantidad
de animales que podría sustentar. Su entusiasmo por el potencial
económico del área puede revelarse en exclamaciones ocasionales
como “Un estanciero entendido y laborioso allí haría fortuna en
pocos años”, (vol. I, pág. 88) Su entusiasmo también se refleja en
visiones de la futura grandeza de la República Argentina, como la
siguiente: “...pensé un instante en el porvenir de la República
Argentina el día en que la civilización, que vendrá con la libertad,
con la paz, con la riqueza, invada aquellas comarcas desiertas,
destituidas de belleza, sin interés artístico, pero adecuadas a la
cría de ganados y a la agricultura”, (vol. I, pág. 100) Quizás el
pasaje más revelador está al final del libro, cuando Mansilla y sus
hombres están volviendo del Fuerte Sarmiento, al cabo de su viaje
de dieciocho días. Después de describir la calidad de las tierras,
ya n om b ra d a s “cam p o s”, con su reson ancia de explotación
económica, vuelve a prever su “gran futuro” y pregunta retó­
ricamente cuándo “la rosada aurora brillará sobre ellos”. La
respuesta es igualmente retórica, y trae a cuento de un plumazo
la inminente exterminación de los ranqueles: “¡Ay! Cuando los
ranqueles hayan sido exterminados o reducidos, cristianizados y
civilizados”, (vol. II, pág. 266) De modo que uno se siente tentado
a leer Una excursión como afiliada con el aparato de notación y de
escritura que permitió la vigilancia m ediante la cual podía
organizarse el espacio y la identidad de la nación. Poner en juego
al otro dentro de esa reconfiguración de la forma nacional es, como
ha sugerido Homi Bhabha, una estrategia del discurso nacio­
nalista: absorbiendo elementos marginales en el panorama, se
apoya en la otredad para construir una imagen del todo. El libro
de Mansilla permite la percepción de una Argentina que puede
integrar al indio y al gaucho (tipo nacional altamente elogiado y
defendido aquí) en el paisaje de los campos productivos. Para citar
a Bhabha, “La nación revela, en su representación ambivalente y
vacilante, la etnografía de su propia historicidad y abre la
posibilidad de otras narrativas del pueblo y sus diferencias”.7®Así,
las diferentes clases de identidad (“la otredad de la gente
unificada”, a la que alude Bhabha) permite la asimilación de las

169
hebras etnográficas plurales de la Argentina en un compuesto
nacional. Aquí podría estar la presciencia de Una excursión a los
indios ranqueles: a la vez que vindica el modo de vida de los
ranqueles, hace frente a las necesidades del desarrollo económico:
los indios tienen que ser civilizados o exterminados. Que casi una
década después su amigo Julio Argentino Roca emprendiera la
C am paña del Desierto no pudo ser una sorpresa: el texto de
Mansilla se había encargado de producir el conocimiento sobre una
tribu importante y de cantar su canto del cisne. Nos gustaría
pensar que el autor habría preferido un enfoque menos violento,
pero él es quien traza el mapa de la Campaña. A través de su
escritura no sólo dio un archivo útil con datos de un área apenas
conocida y a punto de volverse parte del territorio nacional, sino
que también enfocaba lo que Hayden White ha descripto como “un
área de experiencia problemática que no puede acomodarse
fácilmente a las concepciones convencionales de lo normal o
familiar”.77 Aventurándose en Tierra Adentro, y observando sus
“salvajes”, Mansilla aprendió sobre los ranqueles y planteó la
pregunta de quién es un argentino, al mismo tiempo que obtenía
un enfoque crítico sobre las condiciones de la existencia civilizada.
Lamentablemente, su reflexión no bastó para detener la alienación
y destrucción futuras, y el saber, como suele pasar, se volvió el
sirviente del poder.

Un post-scrip tum al F acu n d o


Harold Bloom ha hablado sobre lo tardío de la escritura
revisionista, y es tentador transferir parcialmente su teoría de la
tradición poética a la relación compleja en Una excursión entre
Mansilla y el precursor al que está tratando de superar y desplazar:
Sarmiento. El libro de Mansilla evoca la “angustia de las in­
fluencias” de Bloom precisamente por la ambivalencia entre
resistencia (a menudo crítica apenas velada) y alusión. Aun si
desafía la dicotomía central del Facundo, desenmascarando los
males de la civilización en sus muchas formas, invitando al lector
a reevaluar supuestos sobre la barbarie, la sombra del Facundo,
el texto fuerte, se proyecta sobre él.78 Si el libro de Sarmiento se
abre con la “inmensa extensión” de las pampas argentinas, apenas
pobladas salvo por la horda indígena indiferenciada, emboscada y

170
lista para atacar, Mansilla se propone corregirlo por medio de la
información topográfica y proveyendo a esa “h o rd a ” de una
identidad a rra ig a d a en su voz. Dentro de la l i t e r a t u r a de
exploración, Una excursión es muy excepcional en tanto les da a
los ranqueles el don de la palabra dentro del texto, inclusive
tomando nota cuidadosamente, a veces, de su elección de palabras.
Mansilla recurre al discurso directo para darle voz a sus diferentes
interlocutores en la comunidad ranquel, de modo que se vuelvan
sujetos diferenciados. De hecho, su interés en los ranqueles lo
conduce a dar información lingüística de su complejo protocolo de
conversación, o del modo en que cuentan. Privilegiando la mirada
del explorador, el relato testitaonial de Mansilla pretende sustituir
las descripciones equivocadas de las pampas criticando con im­
paciencia los errores perpetrados por sus predecesores: "Los que
han hecho la pintura de la Pampa, suponiéndola en toda su
inmensidad una vasta llanura, ¡en qué errores descriptivos han
in currido!” (vol I, págs. 92-93) O bviam ente corrigiendo la
representación del Facundo del topos de la tierra inmensa y vacía,
procede a trazar las diferencias allí donde había habido una
ausencia de distinciones, y se extiende sobre los errores que han
llevado a visiones equivocadas del ombú y el cactus, o la
configuración exacta de áreas que nombra con palabras distintas
de “pampas”. Lo mismo podría decirse de los gauchos: si Sarmiento
los ve como bárbaros y elabora una tipología romántica de ellos
para privilegiar al “gaucho malo” como foco de la atención textual,
Mansilla da un rico repertorio de gauchos que cuentan sus historias
de vida de modos que anticipan a Martín Fierro.79 Volviendo al
punto de partida que es el Facundo (pero sin nombrarlo) se queja
de quienes nunca vieron a un gaucho e ignoran la diferencia entre
un paisano gaucho y un “gaucho”, porque viven encerrados en sus
medios urbanos y prefieren viajar al extranjero antes que conocer
su propia tierra: eligen “tragar leguas en ferrocarril” en lugar de
“disfrutar el placer primitivo de ir en carreta”, (vol II, pág. 130)
Como si quisiera destacar la relación conflictiva con el Facundo,
hay pasajes en Una excursión que magnifican al texto precursor
proponiéndose como débiles reescrituras de él. Uno en particular
merece análisis porque su coda se vuelve directamente a Sar­
miento, como para sugerir que la marca de su nombre era el ins­
trumento por medio del cual la historia se hacía pertinente. Es
uno de los pocos cuentos que cuenta el mismo Mansilla alrededor
del fuego del c a m p a m e n to , y dice h a b e rlo to m a d o de su

171
corresponsal, Santiago Arcos. En él, un mulero que había combatido
con Facundo Quiroga y estaba tratando de huir de la justicia se
enganchó el pelo largo en un árbol cuando intentaba ocultarse en
un bosque. Logró evadir a sus perseguidores simulando estar muer­
to y gritando en tono fantasmal “¡Viva Quiroga!”, lo que tuvo el
efecto deseado de inspirarles terror y hacerlos escapar. Pero los
esfuerzos del mulero por desengancharse del árbol no le sirvieron,
y al final murió de inanición. El relato que hace Mansilla de su
m uerte es farsesco, pues dice que no fue causada por falta de
comida sino más bien por indigestión, ya que el hombre se había
comido su propia camisa. La coda burlona de la historia merece
citarse:
Y entré por un caminito y salí por otro.
No sé si al público le gustará este cuento. ...
Yo soy porteño, del barrio de San Juan, y nadie es profeta en su tierra.
Por eso Sarmiento, siendo de San Juan, es Presidente, habiéndose
cumplido con él una de mis profecías del Paraguay. ívol. I, pág. 105)
La historia invoca a Facundo Quiroga y a Sarmiento de modos
reveladores. No sólo el desdichado mulero apela al miedo que el
nombre de Quiroga evoca como el prototipo del “gaucho malo”
poderoso, sino que su estratagema en el bosque repite (cambiando
el re su ltad o y el tono narrativo) la muy exitosa y d e slu m ­
brantemente narrada por Sarmiento cuando Quiroga hace su esca­
pe en el Facundo. Ambos hombres estaban huyendo de la justicia;
en ambos casos un algarrobo participa centralmente en el desenlace
de la historia. Pero la historia de Mansilla tiene un desenlace
descendente: repite su antecedente sólo para subrayar la impo­
sibilidad de producir un texto maestro como el de Sarmiento. Si
en el Facundo la historia sirve para encontrar un origen narrativo
al apodo del jefe (El Tigre de los Llanos), en Una excursión todo lo
que tenemos es una invocación fantasmal que sólo prefigura la
muerte del mulero. De un modo oblicuo e intrigante, Mansilla alude
a estas diferencias en su comentario metatextual al final del
cuento: La frase “Por eso Sarmiento ... es Presidente” no puede
dejar de recordar al lector el poder que la escritura produjo para
un hombre, pero no para el otro. Mansilla, como su mulero, queda
atrapado por la misma figura de autoridad que querría superar.80
Hay otros casos en los que Mansilla conduce a su lector, tomando
una frase de Harold Bloom, “no a ver directamente, sino mediado
por el precursor”,81 como cuando repite la extensa meditación de
172
Sarmiento sobre el color rojo, llamando la atención sobre la
marginalidad impuesta a él por su cercano lazo familiar con Rosas,
y mostrando el precio que ha tenido que pagar por desear con
inocencia usar una capa roja. Una vez más, la versión de Mansilla
intenta invertir el texto precursor con la reflexión derivada de una
posición de sujeto marginal.
David Viñas ha afirmado persuasivamente que lo escrito por
Mansilla después de 1880 (especialmente su Entre-nos: causeries
del jueves, de 1889-1890) consolida el sentimiento de la oligarquía
de la naturaleza sagrada de su propia misión, promoviendo cons­
tantemente su experiencia de intimidad y acuerdo en sus textos.82
Aunque esta estrategia ya está en marcha, como hemos mostrado
antes, en Una excursión a los indios ranqueles, no basta para
superar la incomodidad por su marginalidad en los años posteriores
a Caseros. Ni suprime la contradicción que lo asedia cuando critica
la civilización mientras sigue comprometido con ella, y trata de
desplazar a un escritor y presidente al que antes apoyó. Sentado
en la cerca, o viendo al mundo al revés como tuvo tendencia a
hacerlo durante la Guerra del Paraguay, Mansilla disfruta de su
punto de vista excéntrico, pero también tiene que pagar el precio
por él.83

173
N otas

1 Véase una clara revisión de las ediciones del Facundo en Guillermo


Ara, “Las ediciones del Facundo”, Revista Iberoamericana XXIII, 46, 1958,
págs. 375-394.
2 Véase, sobre la presidencia de Sarmiento y sus realizaciones, Allison
W. Bunkley, The Life o f Sarmiento, Greenwood Press Publishers, Nueva
York, 1969; Héctor N. Santomauro, La generación argentina de 1880,
Unicornio Centro Editor, Buenos Aires, 1992, págs. 54-56; Roberto Cortés
Conde, “Sarmiento and Economic Progress”. en Tulio Halperín Donghi,
Gwen Kirkpatrick y Francine Masiello, comps., Sarmiento: Author of a
N a t i o n , U n iversity of California Press, Berkeley, 1994. pág. 114-123;
A lberto Palcos, “P resid en cia de S a r m ie n to ”, en H isto ria a rg en tin a
contemporá nea, Academia Nacional de la Historia, I, El Ateneo. Buenos
Aires, 1963 págs. 89-148. La bibliografía sobre el tema es amplia.
I Roberto Cortés Conde. “Sarmiento and Economic Progress”. pag. 122.
4 En su Nations and Nationalism, Cornell U niversity Press, Ithaca,
1983, Ernest Gellner argum enta p ersuasivam ente en favor del papel
crucial jugado por la alta cultura en la formación del nacionalismo.
5 Véase Bunkley, The Life of Sarm iento, págs. 507 y ss.
c El Nacional, 21 de noviembre de 1885. Citado en Bunkley, pág. 508
7 El Diario Popular (Salta), 20 de septiembre de 1888, Museo Histórico
Sarmiento.
8 La Razón de Montevideo. 15 de septiembre de 1888, Museo Histórico
Sarmiento.
9 En At Face Valué, pág. 69.
ln Noé Jitrik, El ochenta y su m u n do , Editorial Jorge Alvarez, Buenos
Aires. 1968. pág. 68. La frase de Jitrik es “se vive portuariam ente”
II En Obras C o m ple ta s, XXXVII, pág. 322. S arm ien to hace este
comentario en una carta al Perito Moreno, que también está publicada
como apéndice en la edición de Ingenieros de Conflicto y armonías de las
razas en América, La Cultura Argentina, Buenos Aires, 1915, pág. 407.
12 Con la palabra “liberal” me refiero a la teoría económica decimonónica
que apoya el libre comercio, a la vez que presupone la subordinación a los
mercados metropolitanos y la circulación de capital que ellos controlan.
El Estado se propone como un garante del comercio libre y la propiedad
privada, con la esperanza de atraer inversiones extranjeras y préstamos
para promover el desarrollo.
13 V éase David Rock, Argentina 1516-1987: desde la colonización
española hasta Raúl Alfonsín, trad. Néstor Míguez, Alianza Singular,
Buenos Aires, 1989, cap. 4. Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde citan
una cifra más alta: 260.909. basándose en datos de Ernesto Tornquist de
1920. Véase La república conservadora, Paidós, Buenos Aires, 1990, pág.
52.

174
14 Rock, Argentina.
15 Véase Jam es Scobie, Buenos Aires: Plaza to Suburb, 1870-1910,
Oxford U niversity Press, Nueva York, 1974, págs. 91-104.
16 Scobie, Buenos A ires, págs. 96-97.
17 E. Gallo y R. Cortés Conde, La república conservadora, págs. 34-35.
18 Véase su State, Power, S ocia lism, NLB, Londres, 1978, pág. 95.
19 Poulantzas, State, Power, Socialism, pág. 97.
20 Véase Néstor Tomás Auza, “Ocupación del espacio vacío: 1876-1910”,
en La Argentina del 80 al centenario, comps. G. Ferrari y E. Gallo, Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 1980, pág. 84.
21 Véase Rock, Argentina, del 80 al centenario, págs. 209-210.
22 Si bien es cierto que Mitre había publicado su Historia de Belgrano
en forma señ alizad a en su diario La Nación, la publicación en libro le
confiere un carácter por completo diferente.
23 Véase ‘‘La historiografía argentina: treinta años en busca de un
rumbo”, en La Argentina del 80 al centenario , pág. 832.
u Véase una exposición más extensa del tema en Halperín Donghi, “La
historiografía argentina”.
25 Véase José María Ramos Mejía, Las neurosis de los hombres célebres
en la historia argentina, precedido de una introducción por Vicente Fidel
López, prólogo de José Ingenieros, Talleres Gráficos Argentinos de L. J.
Rosso. Buenos Aires, 1927, pág. 12.
26 Ramos Mejía, Las neurosis, pág. 11.
27 Ramos Mejía, Las neurosis, pág. 12.
28 En Obras Completas, XLVI, pág. 293.
29 Véase un útil panorama de la ubicación de Rosas en el discurso
literario argentino, en Seminario del Instituto de Letras, Proyección del
rosismo en la literatura argentina, Universidad Nacional del Litoral,
Rosario, 1959.
30 Véase una perspicaz exposición de este trabajo en David William
Foster, The Argentine Generation of 1880: Ideology and Cultural texts,
University of Missouri Press, Columbia y Londres, 1990, págs. 68-84. Véase
un análisis completo de la obra de Eduardo Gutiérrez y su exitosa relación
con su público lector en Adolfo Prieto, El discurso criollista en la formación
de la Argentina moderna. Editorial Sudamericana, Buenos Aires. 1988.
31 Exponer la relación inm ensam ente compleja entre dos textos tan
centrales en la literatura argentina quedaría fuera del alcance de este
estudio. Véase un atractivo estudio del género en Josefina Ludmer, El
género gauchesco: Un tratado sobre la patria. Editorial Sudamericana,
B u en os A ires, 1988. G asp ar del Corro ha d ed icad o un libro a la
confrontación de las dos obras fundacionales. Véase su Facundo y Fierro,
Castañeda, Buenos Aires, 1977. Si hoy Martín Fierro puede ser considerado
el otro texto canónico de la literatura argentina, debería notarse que
después de un notable éxito de ventas (se vendieron 72000 volúm enes en
sie te años, ex clu yen d o las ed icion es c la n d e s tin a s que m ovieron a
Hernández a iniciar acciones legales), después de 1880 fue largamente

175
olvidado en las ciudades, desplazado por las publicaciones seriales de
Eduardo Gutiérrez. Véase Adolfo Prieto, Sociología del público. Leviatán,
Buenos Aires, 1956, págs. 66-67. La resurgencia de Martín Fierro coincide
con las celebraciones del centenario en 1910 y con ias conferencias de
Leopoldo Lugones, publicadas después en el volumen El payador. No se
duda que Hernández escribió su gran poema como un anti Facundo, ni
que ha sido visto como un cuestionam iento al programa ideológico de
Sarm iento y a su presidencia, pero es útil recordar que detenerse en el
contraste entre ambas obras canónicas puede oscurecer las importantes
afiliaciones ideológicas entre ellas. Como ha notado Luis C. Bothwell
Travieso, Hernández y Sarmiento representan las tensiones internas que
existen dentro de la ideología burguesa dominante en el siglo XIX. Véase
su “Coincidencias ideológicas entre Facundo y Fierro”, en Casa de las
Américas 122, 1980, págs. 35-47.
32 Sobre Solané, véase Fermín Chávez, Civilización y barbarie en la
cultura argentina. Ediciones Theoria, Buenos Aires, 1965, págs. 167-174.
33 Domingo Faustino Sarmiento. Conflicto y armonías de las razas en
América, La Cultura Argentina, Buenos Aires. 1915, pág. 63.
J4 Partha Chatterjee. Nationalist Thought and the Colonial World: A
Derivative Discourse, United Nations University, 1986, pág. 2.
35 “Una carta a Mrs. Mann”, en Obras completas, XXXVII, pág. 318.
30 Sarmiento, Conflicto y armonías, pág. 45.
17 Hay cierta ironía en el hecho de que mientras en esta época las ideas
de Sarm iento ganan gran influencia, muchas cartas y artículos escritos
por él en El Censor y El Nacional en la década de 1880 dan prueba de su
descontento con la clase dirigente argentina. Un artículo que apareció en
El N a cion a l el 30 de mayo de 1883 es muy elocuente: “Los dandys
argentinos toman ... posesión de París. Lo que más distingue a nuestra
colonia en París son los cientos de millones de francos que representa,
llevándole a la Francia no sólo el alimento de sus teatros, grandes hoteles,
joyerías y modistos, sino verdaderos capitales que emigran, adultos y
barbados, a establecerse y a enriquecer a Francia.” En una carta al
Presidente Avellaneda observa: “...yo estoy hace tiempo divorciado con
las oligarquías, las aristocracias, la gente decente a cuyo número y
corporación tengo el honor de pertenecer, salvo que no tengo estancia”.
(Citado en M ilcíad es Peña, A lbe rdi, S a r m i e n t o , el 90: L í m i t e s del
nacionalismo argentino en el siglo XIX, Ediciones Fichas, Buenos Aires,
1973, pág. 63.) En El Censor, en un articulo del 16 de febrero de 1886,
hace esta sombría confesión: “Podéis creerme si os digo que éste es el peor
pedazo de vida que he atravesado en tan largos tiempos y lugares tan
varios, más triste con la degeneración de las ideas de libertad y patria en
que nos criamos entonces.”
38 Sarmiento, Facundo, pág. 243.
3ft Véase Stepan, The Idea ofRace in Science: Great Britain 1S00-1960,
Archon Books, Hamden, Conn., 1982. Según la autora, el cambio de
paradigma está ligado al debilitamiento del monogenismo (que sostenía

176
la idea de que pese a las variaciones en la humanidad había una única
especia humana biológica) en favor del poligenismo, con su visión de las
razas humanas separadas por profundas diferencias m entales, morales y
físicas. Véase especialm ente el Capítulo I: “Race and Return of the Great
Chain of Being”.
4" Sarmiento, Conflicto y armonías, pág. 310.
41 Sarmiento, Conflicto y a rm onías, pág. 449.
'* Véase Edward Said, Culture and Im perialism , Alfred Knopf. Nueva
York, 1993, págs. 58 y ss.
4:1 Véase una atractiva exposición del discurso de los viajeros europeos
V sus afiliaciones con el expansionism o occidental en Mary L. Pratt,
Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Routledge, Nueva
York, 1992.
44 Sarmiento, Conflicto y a rm o nía s, pág. 124.
45 Véase Conflicto y armonías, pág. 118: “...razas que Dios reserva para
mundos futuros, acaso para el que preparan Livingstone, Stanley y Brazza,
en el Río Congo, el Zambesi y sus tributarios”.
48 Véase Facundo, pág. 39.
47 Sarmiento, Conflicto y armonías, págs. 103-104.
48 José Ingenieros, “Las ideas sociológicas de Sarm iento”, en Conflicto
y armonías, pág. 8.
49 En Sarmiento, Conflicto y armonías, pág. 22.
30 S. Freud, Civilization and Its Discontents, Hogarth, Londres, 1961,
pág. 114.
51 En Sarmiento, Conflicto y armonías, pág. 38.
82 Sarmiento. Conflicto y armonías, pág. 40.
83 Citado por José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, Fondo
de Cultura Económica, Buenos Aires, 1987, pág. 202.
84 Angel Rama, La ciudad letrada, Ediciones del Norte, Hanover, New
Hampshire, 1984, págs. 90 y ss.
58 Joaquín V. González, La tradición nacional. Librería La Facultad,
Buenos Aires, 1912, vol. I, págs. 51-52. En adelante los números de página
y volúm enes se indicarán entre paréntesis.
86 “Se habla de ‘tradición inventada’ para referirse a una serie de
prácticas, por lo normal gobernadas por reglas aceptadas explícita o
tácitamente, y un ritual de naturaleza simbólica, que busca inculcar ciertos
valores y normas de conducta por repetición, que automáticam ente implica
continuidad con el pasado.” En The Invention of Tradition, Cambridge
University Press, Nueva York y Londres, 1983, pág. I.
87 El conocido estudio de Doris Som mer rastrea la relación entre
romance nacional y sexualidad. Véase su admirable Foundational Fictions:
The National Romances o f Latin America, University of California Press,
Berkeley, Los Angeles, Oxford, 1991.
88 Vale la pena citar el párrafo entero porque es realmente una máquina
que engendra todo el texto de La tradición nacional: “Si un destello de
literatura nacional puede brillar m o m en tá n eam en te en las n u evas

177
so cied ad es am ericanas, es el que resultará de la descripción de las
grandiosas escenas naturales, y, sobre todo, de la lucha entre la civilización
europea y la barbarie indígena, entre la inteligencia y la materia: lucha
im ponente en América, y que da lugar a escenas tan peculiares, tan
características y tan fuera del círculo de ideas en que se ha educado el
espíritu europeo, porque los resortes dramáticos se vuelven desconocidos
fuera del país donde se toman, los usos sorprendentes, y originales los
caracteres.”
39 González estaba anticipando una estrategia proclamada después por
Ricardo Rojas en Blasón de plata, escrito para conmemorar el centenario
de la revolución de 1810: “...no he buscado componer una obra doctrinaria,
o conceptual o didáctica, sino un libro de pura emoción, que, como los
libros heráldicos, reavivase, por la leyenda o por la historia, el orgullo y
la fe de la casta”.
60 V éa se m ás sobre e ste tem a en B en ed ict A n d erson , I m a g in e d
Communities, especialmente las secciones tituladas “Cultural Roots” y “The
Religious Comm unity”.
61 Citado en José Luis Lanuza, Genio y figura de Lucio V. M an silla,
Eudeba, Buenos Aires, 1965, pág. 34. Otro texto útil sobre la vida de
M ansilla es el de Enrique Popolizio, Vida de Lucio V. M an silla , Editorial
Peuser, Buenos Aires, 1954.
,i2 En Augusto Belín Sarmiento, Sarmiento anecdótico, Imp. P. Belin,
Saint Cloud, 1929, págs. 177-178.
63 Citado en Lanuza, Genio y figura, pág. 36.
64 Los críticos han mostrado una cantidad de estrategias textuales
desplegadas por Mansilla como respuesta al problema del desplazamiento.
Para Mirta Stern, está exhibiendo el “trofeo del saber”, “como significante
y m etáfora del poder”. V éase su lúcido "'Una excursión a los indios
ranqueles: espacio textual y ficción tipográfica”. Filología XX, 1985, págs.
117-138. Para Carlos J. Alonso, la escritura de Mansilla proyectaba “el
d e s ig n io del rom an ce de una fa m ilia e x te n s a de u na n a tu r a le z a
intensam ente edípica ... donde se retrataba a sí mismo como un efebo
escogiendo entre dos figuras paternas surrogantes y conflictivas: Rosas y
S arm ien to”. Véase su “Oedipus in the Pampas: Lucio M ansilla’s Una
excursión a los indios ranqueles", Revista de estudios hispánicos XXIV, 2,
mayo de 1990, págs. 39-50.
<iS Como sucede con la m ayoría de los escritores canónicos de la
Generación de 1880, la circulación de cultura es vista como un proceso
masculino.
66 Véase José Luis Lanuza, Genio y fi gu ra; el muy perspicaz artículo
de Sylvia Molloy “Imagen de M ansilla”, en La Argentina del ochenta al
centenario, comps. E. Gallo y G. Ferrari, Editorial Sudamericana. Buenos
Aires, 1980, págs. 745-759; Julio Ramos, “Entre otros: Una excursión a
los indios ranqueles de Lucio V. M ansilla”, Filología 21, págs. 143-171.
67 “No sé dónde te hallas, ni dónde te encontrará esta carta y las que le
seguirán, si Dios me da vida y salud. Hace bastante tiempo que ignoro tu

178
paradero, que nada sé de ti...”, en Una excursión a los indios ranqueles,
Editorial Eudeba, Buenos Aires, 1966, vol. I, pág. 19.
68Véase más sobre esta obra en Rómulo Carbia. Historia crítica de la
historiografía argentina, Imprenta Coni, Buenos Aires, 1940, págs. 264-
266.
69 Que Arcos hubiera abogado por una ofensiva contra los indios puede
verse como una razón más para establecer un diálogo con él. Véase, por
ejemplo, Carlos Orlando Nallim, “La visión del indio en Lucio V. M ansilla”
LatinoAmérica 7, 1974, págs. 101-133.
70 Es interesante que Santiago Arcos fuera amigo de Sarm iento y de
Mansilla. Sarmiento alude a él en sus Viajes, y escribió un obituario muy
emotivo cuando, afectado por una enfermedad incurable que le causaba
grandes dolores. Arcos se quitó la vida en 1874.
71 Véase Ramos, “Entre otros”, pág. 144.
72 Mansilla, Una excursión, vol. I, pág. 19. En adelante los números de
volumen y página serán indicados entre paréntesis.
73 Véase “The Other Question: Difference, D iscrim ination and the
Discourse of Colonialism ”, en Literature,Politics and Theory, comps. F.
Barker y otros, M ethuen, Londres y Nueva York, 1986, pág. 148. Escribe
Bhabha: “Es ahí, en el margen colonial, que la cultura de Occidente revela
su différance’, su texto límite, como su práctica de autoridad despliega
una ambivalencia que es una de las estrategias discursivas y psíquicas
más significativas del poder discriminatorio...”
Las palabras de apertura del presidente de la Asamblea. Almirante
La Rouciere-Le Noury revelan el claro sentim iento de la relación entre
co n ocim ien to y poder que la geografía s u p u e sta m e n te articu la b a:
“Caballeros, la Providencia nos ha dictado la obligación de conocer la tierra
y hacer su conquista. Esta orden suprema es uno de los deberes más
imperiosos inscriptos en nuestras inteligencias y en nuestras actividades.
La geografía, esa ciencia que inspira tan hermosa devoción y en cuyo
nombre tantas víctim as han sido sacrificadas, se ha vuelto la filosofía de
la tierra”. Citado por Agnes Murphy, The Ideology ofFrench Imperialism,
1817-1881, Catholic U niversity of America, Washington, 1946, pág. 46.
75 Véase más sobre esto en Pratt, Jmperial Eyes, Capítulos 3 y 4.
76 En “D issem iN ation”. en Nation and Narration, comp. Homi Bhabha,
Routledge, Londres y Nueva York, 1990, pág. 300.
77 Véase “The Forms of Wildness: Archaeology of an Idea”, en 7Yopics
of Discourse, John Hopkins University Press, Baltimore, 1978, pág. 151.
78Estoy citando, por su p u esto, los libros de Bloom The Anxiety of
Influence, Oxford U n iv e r sity Press, N ueva York, 1973, y A M ap of
Misreading, Oxford U niversity Press, Nueva York, 1975.
79 Mirta Stern afirma persuasivam ente que la defensa del gaucho y el
indio en Una excursión está claramente en la misma línea que los artículos
periodísticos que José Hernández publicaba en El Comercio del Plata en
1869. Para Stern, M ansilla elaboraría ideas tom adas de Hernández:
“reitera, reformula y, por momentos casi cita buena parte de las ideas

179
expuestas por Hernández, durante 1869. en sus editoriales de El Río de la
Plata (Stern, “Una excursión”, pág. 121). Esto sugiere una relación de
afiliación con Martín Fierro, por supuesto.
80 Después de completar este capítulo, debí leer, como parte de mi tarea
académica, la monografía de Marina Kaplan “Las fronteras y el sujeto:
entre Sarmiento y Borges”, a aparecer en Peter Lang. Un capítulo sobre
M ansilla contenia una lectura notablem ente sim ilar a la mía de este
incidente. Quiero reconocer la elegancia de su versión y la completa
independencia con que cada una de nosotras produjo su interpretación.
81 En A Map of Misreading, pág. 18.
82 Véase su Literatura argentina y realidad p olítica. Jorge Álvarez
Editor. Buenos Aires, 1964, págs. 167-216.
hl En sus Retratos y recuerdos. Mansilla escribe sobre Sarmiento en
o c a sió n de su m u erte de un modo a m b iv a le n te que co n firm a mi
argumentación. Se detiene en las contradicciones de su personalidad: “Él
amaba la educación y era inculto, a pesar de sus viajes, de su roce con las
gentes, conservando en todo la aspereza de las breñas sanjuaninas de donde
salió...” Aunque reconoce la grandeza, también declara; “De ahí que no
haya gravitado como él pensó que gravitaría...” Hace un inventario de sus
fallas, para confesar al fin: “El porvenir no dará ya hombres de esa laya;
son productos de ciertos m om entos y que, así como ellos no pueden
reemplazarse a si mismos, tampoco pueden tener un sucesor genuino”.
Citado en José Luis Lanuza. Genio y figura de Lucio V. Mansilla, págs.
165, 166.

180
6. Un clá sic o co rreg id o . R e esc rib ir los m itos
nacionales

En el año 1890 las fuerzas que conformaban la representación


cultural de la nación sobrellevaron cambios de importancia. Si la
década de 1880 pudo ser vista como la consolidación del Estado
después de las guerras civiles que siguieron a la independencia,
1890 marca la emergencia de una cantidad de crisis resultantes
de las condiciones acumuladas en la década precedente. La así
llamada Revolución de 1890 probó que la tan elogiada moder­
nización tenía resultados problemáticos, y se construyó un modelo
cultural a ltern ativo para responder al cambio en la escena
nacional. La recepción del Facundo revela el desplazamiento
cultural resultante, pero la economía textual argentina fue tal que
a la vez que aseguraba el lugar del libro en la tradición emergente,
tenía que revisar su lectura del clásico sin dejarlo extraviar. Este
capítulo examina algunos de los modos en que los cambios en el
contexto de recepción afectaron los discursos producidos alrededor
del Facundo, y cómo una cultura dominante puede acomodar y
manipular formas contraculturales de modo de ampliar su alcance
y conservar su autoridad.
Hacia 1890 el liberalismo económico que había sustentado las
políticas de la década previa se encontró frente a las consecuencias
de la inversión extranjera, los créditos externos y los proyectos de
modernización acelerada. El Presidente Juárez Celman, sucesor
de Roca, llevó a la nación hacia lo que se ha llamado “la crisis del
progreso”, y fue una crisis que culminó en lucha armada entre
tropas del gobierno y militantes de la recién formada Unión Cívica
Radical, en julio de 1890. Aunque los problemas llegaron a un punto
crítico por razones económicas, sus raíces estaban en lo que Noé
Jitrik ha llamado “todas las líneas que definen la vida de una

181
sociedad”,1y su resultado afectó las relaciones futuras de la
Argentina con el resto del mundo. El impulso del crecimiento había
sido tan intenso que aun cuando la economía argentina se había
desarrollado de modo impresionante, no estaba produciendo lo
suficiente para satisfacer las demandas: la deuda del país no estaba
equilibrada por las exportaciones, y ni los gobiernos nacionales ni
los provinciales eran capaces de comprar oro, o divisas respaldadas
en oro, con las que pagar los créditos. Como ejemplo de la n a tu ­
raleza amplia de los problemas, puede citarse el caso de la pro­
vincia más rica de la nación, Buenos Aires, que en marzo de 1890
había agotado sus recursos financieros al punto que tuvo que poner
en venta su último activo remanente, el Ferrocarril del Oeste, a
través del Banco de Londres y Río de la Plata. La falta de confianza
resultante significó una escasez de capital extranjero, que impidió
a Baring Brothers reunir el dinero necesario para pagar a los
contratistas que habían construido las instalaciones del puerto de
Buenos Aires,2y casi a su bancarrota. Le correspondió al sucesor
de Juárez Celman, Carlos Pellegrini, hacer frente a las conse­
cuencias del desastre económico de 1890, pero sólo con el Arreglo
Romero de 1893, durante la presidencia de Luis Sáenz Peña, se
llegó a un acuerdo en los espinosos problemas de negociar el pago
de los créditos sin que la Argentina perdiera su independencia en
la comunidad mundial.
Aunque la crisis de 1890 debe ser vista en el contexto de la
inestabilidad general de la escena económica mundial en la época
del crecimiento imperialista del capital, los factores locales en el
desarrollo argentino jugaron un papel clave.3Aparte del alto nivel
de fondos extranjeros que intentaba absorber el país,4la volatilidad
de la situación fue incrementada por la especulación sin ante­
cedentes en tierras y acciones, por las concesiones de tierra y
recursos hechas en favor de compañías ferroviarias inglesas, la
pérdida del respaldo oro para el peso y la concomitante deva­
luación. En 1887, Juárez Celman estableció un régimen llamado
de Garantía Bancaria, destinado a permitir a los bancos emitir
papel moneda en base a ciertas garantías. Tomando las así lla­
madas garantías como meras formalidades, los bancos procedieron
a imprimir moneda a ritmo tan acelerado que el valor del peso se
redujo en forma espectacular.5Si en 1885 el pago de intereses por
la deuda sumaba 23 millones de pesos oro, para 1890 había crecido
a 60 millones, cifra que habla por sí sola.6Agravando los peligros
de la especulación desencadenada estaba el hecho de que las

182
dimensiones de los proyectos en marcha requerían una cantidad
de años para empezar a dar ganancias: así. por ejemplo, mientras
la construcción de ferrocarriles llegó a su pico en 1892, la
producción de cereal, que dependía del ferrocarril, no subió
significativamente hasta 1894.7
Junto con la debacle económica, el año 1890 fue testigo de
importantes tensiones en lo que se refería a inmigración. El primer
entusiasmo por el ingreso de mano de obra extranjera quedó
drásticamente mitigado por la incapacidad del país de absorber la
enorme cantidad de recién llegados, en tanto la crisis económica
bloqueó sus posibilidades de empleo. Hacinados en alojamientos
insalubres dentro del área de Buenos Aires (donde a fines de siglo
conformaban prácticamente la mitad de la población de la ciudad),
los inmigrantes se volvieron blanco de sentimientos xenófobos
cuando la competencia por los recursos m enguantes los hizo
aparecer como una amenaza. Precursor, en Conflicto y armonías
de las razas en América, del discurso de la xenofobia, Sarmiento
había articulado el desencanto de la nación con la llegada de los
proletarios de Europa del sur. que no transformaron la nación como
se había anticipado. Le respondió en eco un creciente nacionalismo
que culpó a los recién llegados por la pérdida de los valores
tradicionales y el aumento de problemas laborales. Muchas de las
quejas se dirigían contra la falta de compromiso cívico de los
inmigrantes, y su mala voluntad para aprender bien la lengua.
Anticipándose casi treinta años a La restauración nacionalista de
Ricardo Rojas, una cantidad de artículos de diario escritos por
Sarmiento ya en 1881 tocan la cuestión de las escuelas italianas
en la Argentina, señalando el peligro de una educación italia­
nizante para los descendientes de inmigrantes, y critica la ausencia
de “Lenguaje N a c io n a l”, y de “H isto ria A r g e n t in a ” en sus
programas.8 Alberdi, el rival de Sarmiento, también había hecho
una temprana advertencia contra los riesgos de esa misma in­
migración que había reclamado con su popular lema “gobernar es
poblar”. En su alegoría burlesca Peregrinación de Luz del Día,
había declarado: “Para poblar Quijotanía, además de carneros se
necesitan salvajes y se traen de Europa”; y “gobernar es poblar ...
pero con in m ig r a n te s laboriosos, honesto s, i n te lig e n te s y
civilizados; es decir, educados. Pero poblar es apestar, corromper,
embrutecer, empobrecer el suelo más rico y más salubre, cuando
se lo puebla con in m ig ra n te s de la Europa más a tr a s a d a y
corrompida.”9 Pese a estas notas precautorias pesim istas, la

183
política oficial en la década de 1880 mantuvo su atracción de
inmigrantes, ofreciendo pasajes transatlánticos gratis y abriendo
oficinas en Europa para su atención. Pero la crisis de 1890 puso
un alto a tales políticas: en ese año Juárez Celman excluyó de los
viajes subsidiados a todos salvo a trabajadores agrícolas y arte­
sanos, eliminando a los que, en sus palabras, “en vez de ser un
elemento de prosperidad son todo lo contrario”.10 Yendo un paso
más allá, el presidente Carlos Pellegrini eliminó enteramente el
subsidio a los viajes, y para 1892 estaba celebrando la partida de
quienes, calificados como ineptos, volvían a sus países de origen.
Quizás ninguna prueba del cierre del circuito de la recepción al
inmigrante sea más elocuente que la Ley de Residencia del segundo
período de Roca, que permitía al gobierno expulsar a los inmi­
grantes no bienvenidos.
En la raíz de esta creciente animosidad está no sólo la reducción
de las oportunidades de empleo, sino, quizás más importante, el
crecim iento de un movimiento sindical encabezado por los
trabajadores recién llegados que habían estado en contacto con
las organizaciones laborales europeas, surgidas de e ntre el
creciente proletariado industrial. El primer sindicato, la Unión
Tipográfica, fue fundado en 1878: en ese mismo año organizó su
primera huelga, logrando que se acortara la jornada laboral; en
1882, obreros alemanes crearon el club Vorwarts; los ferroviarios
hicieron su primera huelga en 1888; en 1890 se creó la Central
Obrera Argentina; en 1896 se realizó un gran congreso del Partido
Socialista de los trabajadores. Pocos meses antes de la revolución
de 1890 se celebró por primera vez en la Argentina el 1 de mayo.
El hecho tuvo un efecto de alarma sobre la clase dirigente, como
puede detectarse en un artículo publicado al día siguiente en La
Nación, que reveló en qué medida era atribuida a la influencia
inmigrante la celebración del Día de los Trabajadores: “Había en
la reunión poquísimos argentinos, de lo que nos alegramos mucho.
... Entre nosotros el hecho —la celebración del 1 de mayo—, no
puede tener gran importancia, porque ni hay cuestión obrera, ni
subsisten las causas principales que le han dado importancia en
Europa y en los Estados Unidos, ni la clase obrera, en la acepción
más genuina de la palabra, es todavía muy numerosa.”11 Frente a
las señales de inquietud obrera había una poderosa clase domi­
nante que había consolidado sus políticas conservadoras con los
parámetros del liberalismo económico y que respondía con medidas
represivas. Esta clase desarrolló un sentido de la identidad co­

184
lectiva rodeándose de considerable lujo, acumulando objetos
preciosos del extranjero, adoptando los gestos de la riqueza cuando
asistía al Teatro Colón y al Hipódromo, consumía conspicuamente
en las tiendas de la Calle Florida, o se reunía con sus iguales en
los aristocráticos salones del Jockey Club, el Club del Progreso o
la Sociedad Rural Argentina. Desde su posición dom inante,
articulaban una respuesta a las cambiantes condiciones materiales
dentro del campo discursivo de la dominación. Para esto se
construyeron nuevos mitos, tarea que implicó una revisión masiva
de los mitos que habían sustentado la canonización del Facundo.
Canibalizando hábilmente elementos que pertenecían al discurso
de la resistencia m ientras descartaban otros que habían sido
desalojados por los cambios sociales, económicos y políticos, el
discurso de la dominación elaboró una nueva visión de la nación.
Sustentado como estaba por la matriz ideológica de las décadas
precedentes, la ubicación del Facundo en la escena cultural
recientemente configurada de fin de siglo sufrió modificaciones de
importancia. Pero no renunció a su lugar de honor en el corpus
recientemente construido de la literatura argentina, aunque fue
una vez más sujeto de cuestionamiento, mostrando cómo la cultura
se transmite y reproduce a través de una pluralidad de voces y
estrategias a menudo disonantes.
Corresponde hacer un examen de estos cambios. Luego de la
“crisis del progreso” vino una crítica a la confianza positivista en
el progreso mismo. A veces inspirados en lecturas nietzscheanas,
o en las obras de pensadores franceses como Renán o Bourget, los
intelectuales dominantes elaboraron una ideología e sp iritu a ­
lizante, idealista y emocional que disimuló sus raíces burguesas.
Lanzada como un ataque al materialismo, esa ideología fue con­
cebida en términos que denunciaban la preocupación excesiva con
el dinero y el desarrollo a expensas de los valores espirituales. El
ejemplo más elocuente es Ariel (1900) de José Enrique Rodó, que
engendró el “arielismo” como grito de batalla contra el utilitarismo
del Norte y en favor de un regreso a los valores espirituales de la
raza latina.
Pues junto con un pedido de postergar los valores materiales,
hubo un retorno a la herencia hispánica en latinoamérica, que
estaba muy lejos del odio a España inscripto en el libro de
Sarmiento. En parte llamado dinámico a la unión y acción con­
tinental contra la arrogancia de los Estados Unidos, también fue
una respuesta a la derrota de España a manos de los Estados

185
Unidos en al guerra de 1898. Uniéndose al coro de voces que
repudiaban el imperialismo norteamericano, encabezadas por
Martí, Rodó y Darío, hubo otros intelectuales que ayudaron a crear
el mito de la raza, olvidándose de la hipanofobia de los años
posteriores a la independencia, y reemplazándola por una tradición
inventada de continuidad con el pasado colonial. La dedicatoria
de Manuel Gálvez en su El solar de la raza lo resume con elo­
cuencia: “consagro este libro a modo de concreto homenaje hacia
la E spañ a admirable ... donde todavía perdura intensa vida
espiritual...” En la sección inicial titulada “El espiritualismo
e sp año l”, Gálvez desnuda el programa pragmático del libro:
“Pretendo propagar afecto a España, de lo cual resultará amor a
nuestra raza, que tantos ‘snobs’ posponen a la raza anglosajona.
» 12
Y esto no era todo: otra dislocación ideológica de importancia
modificó el cambio de sentidos sobre el que se apoyaba la autoridad
del Facundo. Necesitada de una fuente de identidad nacional con
la cual contrarrestar el sentido de su pérdida causada por la masa
inmigratoria, la cultura hegemónica recurrió a la recuperación de
lo rural, volviéndolo un símbolo de la nación antes que el epítome
de la barbarie como en el Facundo. Hemos visto esa estrategia ya
funcionando en La tradición nacional de Joaquín V. González, pero
es elaborada e institucionalizada en obras subsiguientes, para
culminar con las conferencias que en 1913 pronuncia Leopoldo
Lugones sobre Martín Fierro, después publicadas como El payador,
en 1916, y en la magistral cooptación del mito del gaucho que hizo
Ricardo Güiraldes en Don Segundo Sombra (1926). Como ha notado
Angel Rama, la representación heroica del gaucho descansa en la
realidad de su transformación en un peón: el hecho de que su modo
de vida hubiera muerto constituía la condición misma de la
existencia del mito. Al perder el entusiasmo por el progreso y la
confianza en los milagros de la civilización, la cultura ahora
funcionaba como un retorno nostálgico a lo que se veía como
esencialmente argentino: el campo, el carro tirado por caballos, la
belleza de la llanura abierta con su vida más simple. Aquí estaba
el regreso a lo pastoral en su forma típica, respondiendo a las
alternancias del mundo urbano en el interés de una nueva clase
de sociedad, regulada por el capitalismo agrario y urbano. Apareció
precisamente en el momento en que la división y especialización
del trabajo bajo el capitalismo en desarrollo alentaba un retorno
idealizado al pasado y al campo.13 No es mera coincidencia que,

186
como ha sugerido Williams, estos cambios provocaran reajustes
concomitantes de ideas sobre el trabajo y la educación, sobre la
distribución del uso del tiempo y la tierra, cuestiones meditadas
por intelectuales de avanzada como Ingenieros. Bunge, Joaquín V.
González, Lugones y Rojas.
No puede sorprender, entonces, que en los primeros años del
siglo XX se hayan publicado libros que emprendían una revisión
del gaucho protagonista del libro, Facundo Quiroga. Los cambios
ideológicos daban una matriz dentro de la cual reexam inar la
pintura de Sarmiento del dirigente provinciano como un bárbaro y
un “gaucho malo”, sin comprometerse en los debates sobre Rosas
que antes habían dado el marco a la discusión. Uno de tales libros
fue una apasionada invectiva contra la obra de Sarmiento, escrito
por un nieto de Quiroga, Eugenio Gaffarot. Titulado con elocuencia
Comentarios a Civilización y barbarie o sea compadres y gauchos,
“por un nieto de Quiroga, Dr. Eduardo Gaffarot”, lanza su virulenta
crítica al Facundo y su autor en un tono chispeante, a veces
abiertamente burlesco, que queda establecido de entrada por el
siguiente soneto, atribuido a J. M. Villergas:
Este escritor de pega y de barrullo
Que delira, traduce y no hace nada,
Subir quiere del genio a la morada
De sus propias lisonjas al arrullo.
Fáltale ciencia pero tiene orgullo
La paz le ofende y la virtud le enfada.
Es ciego admirador de Torquemada
Y enemigo mortal de Pero Grullo.
Tal en resumen es mi pensamiento
Acerca de este autor que lleva el nombre
O apellido, o apodo de Sarmiento.
Nada hay en él que agrade o que asombre:
Carece de instrucción y de talento
En todo lo demás es un gran hom bre.14
El poema revela el secreto del fracaso del libro: su incapacidad
de atraer una atención seria como resultado de su estilo farsesco.
Aunque contiene una cantidad de puntos críticos viables, su validez
queda debilitada por la negatividad generalizada e hiperbólica que
prevalece: Gaffarot afirma que en el Facundo hay errores de orto­
grafía, oratoria inaceptable, sermones, una perezosa mala voluntad
para verificar información. Cuando la tarea se vuelve pesada,
confiesa: “En lo tocante a otra clase de adefecios, pido al lector

187
inteligente que haga por sí mismo los comentarios, porque siendo
tantos, ya estoy cansado”.lr‘Actuando su propia lectura del Facundo
cuando cita el texto y lo critica, intercala abundantes expresiones
de impaciencia, como “¡Dios mío!” Aquí y allá, dentro de las
denuncias abarcadoras, hay una cantidad de puntos que congenian
con el clima ideológico del fin de siglo: la preferencia por el campo,
la admiración por España, la desconfiaza de la inmigración. Pero
no están desarrollados sistemáticamente. La empresa de Gaffarot
aborta al final afirmando la canonicidad del Facundo en el acto
mismo que intentaba demolerla. Como si tomara conciencia de ello,
anticipa la animosidad que despertará al criticar la “obra maestra”
de Sarmiento, reconociendo la imponente autoridad de libro en el
paisaje cultural argentino: “...exigen que los argentinos todos
tengamos al Facundo como texto sagrado, como una gloria patria:
‘posee más fuerza que la dinamita, ha hecho volar una tiranía con
cimientos de veinte años’. Se enseña hasta en las escuelas. Es
demasiada exigencia.”16Gaffarot es más creíble cuando es menos
estridente, y cuando trata de la figura de su abuelo, o cuando
inserta documentos y cartas en el apéndice. No obstante, el efecto
general de su libro es recordarnos la legitimidad de una obra
canónica poderosa como la de Sarmiento, y el espacio problemático
dentro del cual pueden localizarse los intentos de desalojarlo. Como
sucederá con Lugones y Rojas, una lectura crítica eficaz debe ser
producida desde un sitio de considerable autoridad.
Dentro de la recién establecida sección de historia de la
Facultad de Filosofía y Letras (fundada en 1896) David Peña lanzó
una defensa diferente de Facundo Quiroga, que usaba el lugar
mismo de su producción como un reclamo de legitimidad. Ori­
ginalmente fue una serie de conferencias pronunciadas en 1903,
que Peña publicó como libro en 1906, escribiendo luego una exitosa
obra teatral titulada Facundo, ese mismo año. Invocando la matriz
disciplinaria provista por la cátedra de historia, Peña exhibe
documentos proporcionados por la familia de Quiroga y otras
familias prominentes, tales como la de Avellaneda, para mantener
una actitud reverente hacia Sarmiento al tiempo que desarrolla el
argumento de que estuvo asediado por “una dificultad orgánica
para la escritura de la historia”.17En la medida en que la división
del trabajo dentro del campo intelectual alentaba las distinciones
entre historia y literatura, Peña las manipuló de un modo que sería
repetido en futuras lecturas de este clásico. Se apoya en el
paradigma literario para clasificar al Facundo de “dulce poesía

188
descriptiva”, como “una novela monstruosa”, “romance” y “leyenda”,
rectificando todo el tiempo aspectos de la narración de Sarmiento.
Aunque el propósito ostensible del libro de Peña es disipar las
sombras oscuras que habían caído sobre la figura de Quiroga desde
que Sarmiento escribiera su libro, mostrándolo como alguien que
no merecía ser pintado como cruel y bárbaro, lo que resulta
particularmente significativo es la reacomodación de la visión de
la nación que tiene lugar en el proceso de hacer una lectura cues-
tionadora del Facundo. El libro de Sarmiento es de tal naturaleza
que alienta la articulación de modos de pensar sobre la Argentina,
sus hombres eminentes, y la tensión entre fuerzas provinciales y
metropolitanas. Al vindicar al gaucho a través de Quiroga, Peña
argumenta que representa la posibilidad de la unidad nacional
basada en las provincias. Quiroga entonces se vuelve un líder rural
con una visión nacional, un hombre encaramado en la tradición
nacional, y expresivo de ella, “hijo de la montaña, como el cóndor”.
Por supuesto, la dicotomía civilización/barbarie se desvía, lo mismo
que la identificación de Quiroga con Rosas propuesta en el
Facundo. En lugar de ello, Quiroga es una víctima más de los
siniestros modos de actuar del dictador; y eso está muy lejos de
las cualidades de “gaucho malo” que compartían Rosas y Quiroga.
Peña propone un paralelo entre Quiroga y Rivadavia, retrazando
las fronteras ideológicas de modo de poner al segundo como el
estadista de Buenos Aires, y al primero como el de las provincias,
ambos hombres compartiendo no sólo el deseo patriótico de redactar
una constitución, sino también la enemistad y los ataques de Rosas.
Así, si Rosas priva a Rivadavia de sus derechos de ciudadano en
1834, priva a Quiroga de su vida en 1835. Para Peña, estas dos
víctimas de los planes de Rosas configuran los dos ejes de la
historia argentina.
Pese a la oposición de Peña a la visión sarmientina, da amplia
prueba de la preeminencia del Facundo en el campo cultural de
los primeros años del siglo. Igual que Gaffarot, toma la precaución
de reconocer la posición del texto maestro, y no escatima elogios:
“...es el libro más afortunado de la literatura argentina. ... Varias
generaciones se han servido de él para form ar sus ideas y
sentimientos con relación a una larga época y a importantes actores
de la historia nacional; y él solo, sin hipérbole, ha hecho más daño
eficaz al gobierno y personalidad de Rosas, que todos los partidos,
que todas las potencias, que todas las formas de lucha de sus
enemigos y víctimas.”18Y aun así la empresa misma que Peña ha

189
emprendido tiene por finalidad corregir a este libro “el más
afortunado”, y refutar uno de sus asertos centrales. Volcando
elogios sobre sus cualidades estéticas, poniéndolo en el pedestal
nacional más alto. Peña logra abrir un espacio para la crítica. Es
una treta frecuente en la historia de la recepción del Facundo, y
no carece de consecuencias. Pues aun mientras el libro está siendo
canonizado, sigue dentro del marco del cuestionamiento y el debate,
negado y elogiado al mismo tiempo. Que sea ése el modo en que se
haya reproducido la cultura argentina arroja luz sobre las luchas
ideológicas que han presidido su construcción, y da cuenta de las
polarizaciones que han socavado el consenso.
¿Cuál fue entonces el esquema de recepción que eludió la
disyunción entre canonicidad y condena? Como veremos, en los
numerosos encomios de los que Facundo fue objeto durante las
celebraciones del centenario en 1910, el libro suele ser leído como
pieza literaria, desbordante de mérito estético en páginas que dan
testimonio del talento de Sarmiento como escritor. Pero una
maniobra concomitante lo despoja de sus reclamos de verdad,
desplazando sus méritos lejos de la interpretación de la realidad
nacional, hacia el domino de las letras. Y, en realidad, el sitial
asignado a las letras en el cambiante campo cultural del fin de
siglo tiene mucho que ver con esta maniobra. La profesionalización
había acabado con el papel público y fundacional del escritor
estadista como Sarmiento en la primera mitad del siglo XIX,
reemplazándolo con el escritor desplazado de la escena capitalista
de la década de 1890 y las primeras décadas del siglo XX. La
asignación de nuevas posiciones de sujeto en la sociedad se traduce
en cambios institucionales.
Un ejemplo es la fundación de la Facultad de Filosofía y Letras
en 1896. como resultado de su separación de la Facultad de Derecho
y Ciencias Sociales, lo que aisló más aun al hombre de letras. Como
ha notado con perspicacia Julio Ramos, es la fractura entre la
“verdad” de la ley y la cuestión ahora accesoria de su expresión la
que permite la emergencia de la disciplina de las letras, al tiempo
que relega a las letras al rarificado espacio académico.19 Este fue
el marco cultural en el que se inserta el Facundo en el discurso de
la literatura nacional, expulsado de las “verdades” de la ley y la
historia.
La pompa y esplendor de las celebraciones del Centenario en
1910 son un momento de floración ceremonial sin vallas en la
historia argentina, cuando la invención de la tradición alienta la

190
elaboración de mitos nacionales. En el momento en que se
conmemoraban los cien años de la Revolución de Mayo, la recu­
peración argentina de la debacle económica de 1890 había sido tal
que permitía presentar al país ante el mundo como una potencia.
Si la década de 1880 se había concentrado en la construcción de la
nación, 1910 puede ser visto como un momento de nacionalismo,
alimentado por la evocación del pasado y el fortalecimiento de sus
instituciones en un contexto económico propicio. Hacia 1898. la
crisis de 1890 había sido superada gracias a un espectacular
aumento en las exportaciones de cereales y la fluctuación en los
mercados económicos, que crearon las condiciones para lo que sería
el boom económico argentino: la venta de carne congelada. Con el
desarrollo del frigorífico, a comienzos del siglo, la Argentina pudo
penetrar en el mercado inglés y llegó a desplazar a los EE.UU.,
Australia y Nueva Zelandia.20 La inversión extranjera recuperó su
importancia, y la base industrial creció vigorosamente: entre 1895
y 1914, la cantidad de fábricas en la Argentina se duplicó. Según
David Rock, en 1914 el ingreso per capita en el país era igual al de
Alemania y los Países Bajos, y superior al de España, Italia. Suecia
y Suiza.21 En este clima de crecimiento y promesa, no sorprende
que las elites dom inantes hayan visto las celebraciones del
centenario como una oportunidad para ratificar el prestigio de la
nación. Con el mismo celo de ostentación que había sido la fuerza
impulsora detrás de los monumentales proyectos urbanos a la
Haussmann emprendidos en la década de 1880,22 se creó una
Comisión para la Celebración del Centenario. Tomaron la ins­
piración de la fascinación europea por el ceremonial, que se hizo
manifiesta hacia el fin de siglo: abundan los ejemplos del interés
reciente en el despliegue público de galas cortesanas. Para citar
sólo unos pocos, estuvo la ampliación del Malí, la reconstrucción
de la fachada del Buckingham Palace, y la construcción del Victoria
Monument realizados en Londres entre 1906 y 1913 para la cele­
bración del Memorial de la Reina Victoria, y, en Austria, la es­
pléndida conmemoración del sexto centenario de la monarquía
Habsburgo. También en repúblicas se llevaban a cabo -grandes
celebraciones: el Día de la Bastilla fue inventado en Francia en
1885; en los Estados Unidos el centenario de la Revolución y los
cuatrocientos años del descubrim iento de Colón fueron fas­
tuosamente conmemorados, mientras el presidente Chester Arthur
acentuaba los rituales asociados con la Casa Blanca.2:1La atracción
ejercida por esas fastuosas celebraciones no carecía de un elemento

191
de competencia, que era reforzado por los relatos periodísticos.
Tratando de no ser menos que sus modelos europeos, la Comisión
del Centenario en la Argentina logró impresionar a algunos de los
ilustres visitantes reunidos para la ocasión, como puede verse en
los relatos que hicieron Georges Clemenceau y el Príncipe Louis
d 'O rléan s B ragance.2A Aparte del despliegue de ritual, hubo
importantes ramificaciones culturales del centenario, que inclu­
yeron el encargo de obras poéticas por poetas de la estatura de
Rubén Darío y Leopoldo Lugones, que escribieron la “Oda a la
Argentina” y las poco legibles Odas seculares, respectivamente.
Una verdadera marea de obras se centró en la cuestón de la
legitimación nacional y el análisis centrado en el centenario, tanto
por autores hegemónicos como por otros menores. Una lista parcial
incluye Blasón de plata (1910) de Ricardo Rojas, seguido de su
Argentinidad: Ensayo histórico sobre nuestra conciencia nacional
en la gesta de la emancipación (1916); El juicio del siglo o cien
años de historia argentina, de Joaquín V. González, publicado antes
que en libro en el diario La Nación, el 25 de mayo de 1910: Los
orígenes de la democracia argentina (1911) de Ricardo Levene: y
La evolución social argentina (1911) de Ernesto Quesada. La
cantidad de libros de esta época con tema nacional es realmente
considerable.2,5
Glorificar el pasado requería la legitimación provista por las
grandes obras literarias. Carlos Altam irano ha rastreado la
recuperación de Martín Fierro que tuvo lugar hacia esta época y
que culminó con las conferencias de Lugones en el Teatro Odeón
en 1913.26Después de tres décadas de casi completo olvido, el poema
de Hernández fue llamado el poema épico de la Argentina y puesto
a contribuir a la mitificación del gaucho y el mundo rural como
núcleo de la identidad nacional. Intelectuales de elite como Lugo­
nes se presentaban como mediadores entre las formas culturales
populares y su decodificación por la alta cultura. Una lectura
elegiaca y nostálgica suspendía el efecto cuestionador del poema y
lo colocaba en un marco homérico: caso no infrecuente de cooptación
por la cultura dominante de las formas de resistencia.
El lugar del Facundo en el paisaje cultural del centenario fue
favorecido por el hecho de que en 1911 el aniversario del nacimiento
de Sarmiento fue conmemorado con la publicación de una cantidad
de obras especialmente comisionadas para la ocasión, y con
discursos por importantes figuras públicas en el prestigioso Teatro
Colón. Como Sarmiento había casi anticipado en Recuerdos de

192
provincia, su nacimiento y el de la nación fueron reunidos en el
espíritu celebratorio de la década. Los términos en los que es
honrado producen la identificación entre el alma de la nación y el
gran héroe. En ese espíritu, Facundo trasciende su status textual
para adquirir la eficacia de la acción: "Un libro fruto de imper­
ceptibles vibraciones cerebrales del genio, tórnase tan decisivo para
la civilización de una raza como la irrupción tu m u ltu o sa de
infinitos ejércitos”, proclama José Ingenieros en su discurso
conmemorativo.27 Joaquín V. González sugiere un paralelo entre
Sarmiento y los fundadores de religiones de la Antigüedad, exa­
cerbando la hipérbole con un símil: “como un predestinado de
destinos extrahum anos”.28 No obstante, aun en el encomio fer­
voroso, el orador tiene que reconocer la existencia del disenso como
un desafío a la m em oria reverenciada del padre fundador:
“...todavía, a dos décadas de su muerte, ráfagas de odio sublevado
por las reminiscencias de antiguos entreveros amenazan aventar
sus cenizas”.29 Aun en el calor de la retórica celebratoria, no es
posible excluir del todo las controversias que alguna vez rodearon
al autor y al texto. El Facundo puede ser elogiado en los más altos
términos, pero los debates dentro de los cuales se inscribió
sobreviven, como si el registro de las luchas hubiera dejado marcas
indelebles.
Es muy significativo que Facundo y Martín Fierro coexistan
como dos lados del mismo emblema en el altar cultural de la nación.
De ello resulta una cultura de dos voces; sigue articulando la
tensión entre el yo y el otro, la afirmación y la negación, la tradición
y la contratradición, la dominación y la resistencia. En términos
nietzscheanos, es esencialmente agonístico, el lugar de la lucha
por la autoridad.30 Pues aun cuando los principales intelectuales
presentan los dos libros de modo genuinamente hegemónico, o sea,
como representantes del interés general de la nación, ocultando
su interés en la dominación, la cualidad agonística de esta for­
mación cultural termina alimentando el discurso de la resistencia,
encastrado tanto en la crítica del Facundo como en la denuncia
expresada por Martín Fierro. Las páginas que siguen rastrean las
estrategias discursivas mediante las cuales dos intelectuales
hegemónicos de la época se apropiaron del Facundo a la vez que
administraban el control del conocimiento con el cual responder a
las condiciones materiales de los primeros años del siglo XX.

193
Nadie lo sabe mejor que el escritor: la lectura de
Leopoldo Lugones
Leer a Lugones leyendo a Sarmiento es un poco como echar un
vistazo al discurso que rodea la formación de la cultura argentina.
Su H isto ria de S a rm ie n to de sp lie g a las e s t r a t e g ia s de la
institu cionalización im plicadas en la formación del canon.
Examinaremos aquí los modos en que un lector hegemónico como
Lugones transforma la interpretación en poder, canoniza los textos
claves de Sarmiento y, en el proceso, afirma su propio dominio
discursivo.
Lugones representa el mayor esfuerzo hecho en este siglo por
volverse un poeta nacional cuya voz pudiera cantar el elogio de
cada aspecto de la realidad argentina. Su concepción del papel del
intelectual está imbuida de matices homéricos: propone la visión
de que un poeta nacional no se limita a expresar el espíritu de su
país, sino que realmente crea su nacionalidad. La Historia de
Sarmiento de Lugones es interesante en varios aspectos: se volvió
rápidamente uno de los libros más influyentes de los escritos sobre
Sarmiento, el mito emergente, en el momento en que se estaba
conmemorando el centenario de su nacimiento; también fue un
medio por el que el mismo Lugones trazó un sutil paralelo tácito
entre el objeto de estudio y elogio, por un lado, y él mismo por el
otro. De ahí que el libro sea un caso interesante de discurso que
atraviesa dos carriles sim ultáneamente: uno que habla sobre
Sarmiento, y uno que alude a Lugones, quien, como polo autorial,
siempre es encontrado por el lector como una presencia inevitable.
Su esfuerzo por volverse un poeta nacional dio su fruto,
particularmente en los primeros dos tercios de la vida de Lugones.
Hay múltiples pruebas de esto, pero quizás ninguna tan elocuente
como el hecho de que la Sociedad Argentina de Escritores eligiera
el día de su nacimiento como Día del Escritor, decisión que sugiere
la medida en que había sido lograda la identificación entre Lugones
y el país. En 1974 la misma sociedad publicó un homenaje para
honrar el centésimo aniversario de su nacimiento, al modo en que
habían sido celebrados héroes nacionales como el mismo S ar­
miento. Logró cumplir papeles hegemónicos como representante
de diferentes grupos que compartían el poder en la Argentina,
fenómeno notable a la luz del hecho de que los caminos políticos
cruzados por Lugones estuvieron marcados por los polos extremos
de un comienzo socialista y una conclusión fascista. Materia de

194
reflexión, entonces, es el modo en que logró su centralidad, y cómo
opera ésta sobre su lectura de la obra de Sarmiento.
Lugones llegó a Buenos Aires de las provincias como un joven
poeta de gran promesa: su libro Las montañas del oro, de 1897,
fue saludado con un artículo nada menos que de Rubén Darío, cuya
voz tenía prestigio continental. Su título, “Leopoldo Lugones: un
poeta socialista”, es indicativo de la importancia de la postura
política de Lugones y de la medida en que ésta se identificaba con
su escritura. ¿Por qué su socialismo no fue percibido como una
amenaza, que pudo haber bloqueado su acceso al prestigio y
después al poder? La respuesta está en las circunstancias dentro
de las cuales operó, y la clase de socialista que era Lugones en
realidad. Con reminiscencias de un “anarquismo estetizante”, para
tomar una frase de David Viñas, esta fase temprana no fue objeto
de preocupación para los poderosos de su época, que encontraron
poco que temer en un socialismo que era más utópico e intuitivo
que doctrinario; no hay pruebas de que las obras de Marx hayan
jugado un papel importante en su formación intelectual y política.31
Así, mientras Lugones puede haber causado alguna preocupación
cuando organizaba la conmemoración de la Comuna de París o del
Primero de Mayo, y enfrentaba la desaprobación de la poderosa
Iglesia Católica, puede haberlo atemperado con la naturaleza de
sus escritos para un diario que codirigía con José Ingenieros, La
montaña, caracterizados por una defensa del máximo de libertad
y el mínimo de gobierno. Algunas de sus p o stu ras ya eran
reveladoras de inconsistencias dentro de su postura socialista,
anticipando las opiniones que sostendría más tarde. Un buen
ejemplo es un artículo publicado en El Tiempo el 11 de julio de
1896, en honor de la visita del Príncipe Luis de Saboya: “La
aristocracia de sangre es necesaria y respetable. El hombre de raza
desmiente pocas veces la herencia de honor que recibió de sus
abuelos. ... La ciencia afirma hoy día la selección de raza. Yo creo
en la ciencia y tengo el respeto de los príncipes.”32 Aunque sus
palabras no fueron bien recibidas por sus amigos socialistas, sus
implicancias quedaron mitigadas por su prestigio como poeta
destacado, al mismo tiempo que lograban producir un acercamiento
con los valores de las elites. Además, su tendencia a privilegiar el
campo de la cultura y el espíritu por encima de las fuerzas
materiales hizo que sus explicaciones de hechos nacionales o
históricos no lo embarcaran en una postura socialista categórica.

195
M ientras la posición de Lugones como poeta de e s ta tu ra
nacional se consolidaba con la publicación de nuevas obras, se
volvió influyente en el campo de la educación, donde tuvo cargos
como el de inspector general de la educación secundaria, y donde
colaboró en la fundación de una institución de enseñanza superior
que llegaría a ser muy prestigiosa: el Instituto Nacional del
Profesorado. En la medida en que progresaba la división del tra ­
bajo, la demarcación de áreas diferentes dentro del campo de la
educación fue alineada con una alta cultura nacional y centra­
lizada. Con el objetivo principal de p reparar profesores para
colegios secundarios, el Instituto Nacional del Profesorado fue un
avance en la empresa educacional que había lanzado Sarmiento.
Lugones viajó con frecuencia a Europa, y fue reconocido como
un intelectual latinoamericano de estatura, especialmente en
Francia, donde fundó La Revue Sud-Américaine en 1914, con la
intención de establecer un órgano eficaz para la difusión de la
cultura latinoamericana. Aunque su esfuerzo fue abortado por el
estallido de la Primera Guerra Mundial, Lugones logró mantener
su posición en la escena internacional, como lo prueban dos
ejemplos significativos: una invitación oficial en 1921 del gobierno
francés para visitar los campos de batalla, y un nombramiento en
1924 por la Liga de las Naciones para entrar como miembro de su
Corporación Intelectual, junto con Albert Einstein.
Ya en 1904 Lugones dio muestras de cercanía ideológica con
las ideas antiliberales que destacaban el papel de las fuerzas
arm adas para impedir que las masas desalojaran a las elites
gobernantes. Desde su primera posición socialista giró hacia una
alineación con la derecha autoritaria y militarista, maniobra que
culminó con su apoyo a la revolución de septiembre de 1930
conducida por el General José Evaristo Uriburu. Pero en los veinte
años que llevaron a esta postura conservadora, Lugones adoptó
posiciones menos extremas que no lo definieron tan claramente
sino que, más bien, le permitieron la notable hazaña de mantener
su postura como la principal voz poética de la Argentina, a la vez
que era extremadamente bien recibido por la elite gobernante. A
medida que sus inclinaciones políticas se hacían más conser­
vadoras, y hasta fascistas, su pluma se volvió un instrumento para
la propagación de estas ideas, y dejó de centrarse en la poesía.
Astutamente consciente de la necesidad de nuevas formas de
comunicación entre el recién profesionalizado hombre de letras y
su siempre cambiante público lector, Lugones recurrió a una forma

196
eficaz de contacto con los que quería influir, una forma que sólo
podía funcionar gracias a su autoridad intelectual. Fueron las
conferencias públicas que dio en grandes teatros de Buenos Aires,
y que tuvieron la peculiaridad de ser no sólo un hecho político,
sino de participar en las esferas de lo intelectual y lo artístico
también. El prestigio de Lugones como figura cultural le permitió
cruzar estas fronteras de modo fluido y ser escuchado como si fuera
un bardo homérico tratando los temas menos inmediatos que
correspondían a la esencia misma del espíritu nacional. Sus fa­
mosas conferencias de 1913 en el Teatro Odeón sobre Martín Fierro
son un buen ejemplo: crearon un gran interés y contaron con la
presencia del P residente de la República e ntre el público.
Igualmente eficaz fue el uso del periódico como medio de moldear
y divulgar opiniones en ambos campos discursivos, de modo que
su poder en la sociedad argentina quedó firmemente asentado en
una hábil manipulación de la oralidad y la escritura.
A medida que las ideas de Lugones se fueron acercando más al
fascismo, se fue haciendo menos inmune a la fuerte oposición de
estudiantes y otros intelectuales, y hacia el fin de su vida, después
de su apoyo a la revolución de Uriburu (que marcaría el comienzo
de la Década Infame) se volvió símbolo de la extrema derecha, con
lo cual su posición entre los intelectuales (la mayoría de los cuales
se oponía radicalmente al régimen de Uriburu) perdió terreno. Lo
cual no debería sorprendernos: sus posiciones incluían la defensa
de Mussolini y el elogio al dictador peruano Leguía por ayudar a
alumbrar “la hora de la espada”. No obstante, sólo cuando asumió
públicamente ideas tan marcadamente reaccionarias su hegemonía
declinó, y después de que se suicidara en febrero de 1938 sus ideas
políticas fueron s u b lim a d a s inclu siv e por m uchos de los
intelectuales, y volvió a ser el poeta nacional por excelencia. Este
interesante proceso puede explicarse por la naturaleza de su
producción poética y su papel en modelar, junto a Ricardo Rojas,
un sentido de la cultura nacional.
Lugones poeta fue consciente de la necesidad de una voz que
cantara una totalidad que pudiera ser identificada con la Argen­
tina, en sus ejes sincrónico y diacrónico. Quizás el ejemplo más
elocuente de esta clase de empresa son sus Odas seculares de 1910.
El libro está debilitado por la ambición misma que lo informa: la
fuerza impulsora de producir un inventario poético de los elementos
nacionales suele minar el logro literario:

197
Reclamemos la enmienda pertinente
Del código rural cuya reforma
En la nobleza del derecho agrícola
Y en la equidad pecuaria tiene normas.33
Borges tie n e razón al c ritic a r “la t e n a c id a d pro lija y
enciclopédica que induce a Lugones a verificar todas las disciplinas
de la agricultura y de la ganadería”,34 y no podemos sino recordar
su tratamiento satírico de Carlos Argentino Daneri en “El Aleph”.
Si fueron sus empresas poéticas las que colocaron a Lugones
en el centro de las elites, algunas de sus obras en prosa también
promovieron su identificación con la cultura nacional. En La guerra
gaucha (1905) vuelve héroes a los gauchos que participaron en las
guerras de la independencia bajo el mando de Güemes, destacando
el papel patriótico del gaucho en el momento en que se estaba
construyendo el mito. En El payador (1916) la Argentina es dotada
de una épica nacional equivalente a la Ilíada en la canonización
que hace Lugones del poema Martín Fierro.
La Historia de Sarmiento es parte de un programa similar y,
como ya ha sido observado, el hecho de que dos libros tensionados
por una relación combativa hayan sido honrados simultáneamente
sugiere las tendencias en pugna de la formación cultural misma.
El libro fue publicado en 1911 a pedido del presidente del Concejo
Nacional de Educación (José María Ramos Mejía) para conmemorar
el centenario del natalicio de Sarmiento, y es una obra dictada
por circunstancias inmediatas tanto como por el proyecto general
de Lugones. Pese a su título, no es una obra de investigación
histórica, en parte porque fue escrita en apenas cinco o seis meses,
y en parte porque no entró en los parámetros del discurso histórico
que trazaba el mismo Lugones para escribir sobre Sarmiento. De
hecho, la historia queda subordinada a los dictados de una visión
autorial que se coloca más allá de la necesidad de validación:
implícitamente Lugones se presenta como un mediador privilegiado
entre el héroe nacional que está presentando (y ayudando a
construir) y sus lectores. El libro está informado por la voluntad
de recrear, de ficcionalizar, de elaborar una visión que devuelva a
la vida al hombre y sus obras. El pasado se vuelve una fuente de
arquetipos sobre los cuales construir un sentimiento de seguridad
para el presente, lo cual no es algo que pueda ser problematizado
analíticamente. Por momentos, la escritura de Lugones toma un
ritmo claramente novelístico, como puede verse en el siguiente

198
pasaje, donde el casamiento de Sarmiento con Benita Martínez
Pastoriza es romantizado en términos del siglo XIX: “Allá en
aquellas reuniones es donde imaginamos a la elegante viuda: si
en el salón, susurrada de seda entre el rigor de la cotilla y la
grandilocuencia del falbala, bajo el cual asomaban los mimosos
pies cruzados en postura de abandono.”35La presencia de Lugones
escritor se siente con vigor en los frecuentes pasajes destinados a
desplegar sus propias capacidades lingüísticas: el significante es
a veces privilegiado a expensas del significado, y nos enfrentamos
con un texto que en realidad puede estar “diciendo" muy poco:
“Regocíjale su propia caricatura en el periódico y en la máscara...
Hormiguea en ello la robusta sensualidad de la risa rabelesiana,
y a la vez una ingenua cosquilla rústica de fauno que ríe su propia
fealdad en la fuente.” (58) La voluntad de mitificar a Sarmiento
conduce a estrategias de agigantamiento que desafían la credi­
bilidad aun del lector más sumiso: en un punto Sarmiento es
proclamado santo “por la abnegación valerosa que superaba todas
sus imperfecciones” (61) y se establece un paralelo entre él y San
Francisco de Asís, en ocasión de la fundación de la Sociedad
Protectora de Animales. Detrás de estas estrategias discursivas, y
ayudando a dar cuenta de ellas, está la glorificación del hombre
que puede manipularlas: el intelectual. En este sentido, el enfoque
de Lugones a Sarmiento es de autoservicio en tanto, en un examen
atento de sus supuestos tácitos, uno puede detectar que está
atravesado por elogios al escritor por sobre todo.3tiNoé Jitrik
detectó esto en su libro sobre Lugones: “...la biografía de otro puede
ser pretexto para hablar de uno mismo, con el respaldo que da la
inevitable comparación. Al leer la Historia de S a rm ien to , por
ejemplo, he tenido la clara impresión de que Lugones hablaba de
sí mismo”.37 La relación entre Sarmiento y la Argentina que propone
Lugones como clave para su status heroico refleja el que hemos
identificado en el propio caso de Lugones: “Había asumido la
re sp o n sa b ilid a d del país, c o n sid eránd ose un p e rp e tu o r e ­
presentante suyo, con esa fogosidad absorbente de los grandes
amores”. (64) La palabra clave aquí es “representante”, en tanto
señala la función que Lugones le asignaba a sus propios escritos.
A través de Sarmiento, entonces, estaba reclamando para el
intelectual la posición hegemónica que sentía que merecía. Un
enfoque s im ila r subyace a su evaluación de o tra s figuras
importantes en la historia argentina. Así, en el Capítulo 4 (“La
doctrina y la lucha”), después de un relato de los logros de Moreno,

199
Echeverría, Mitre y Alberdi, concluye: “Sobre todo, literatos”. Y
como si se sintiera incómodo ante la prueba de su propio prejuicio,
agrega: “(El lector tendrá la cortesía de creer que no defiendo mi
causa.)” (126) La observación no logra disipar la prueba provista
por muchas otras afirmaciones. Un ejemplo es su evaluación del
tratado político de Echeverría, Dogma socialista (un libro al que
Lugones asigna un papel fundador importante) como producto de
una mente rigurosa educada y refinada por las demandas de la
composición poética: “....según es habitual en los cultores del verso
cuando desarrollan temas semejantes; pues nada predispone tanto
a la precisión como el manejo de ese instrumento que sujeta la
idea y la palabra al triple rigor matemático del metro, el ritmo y
la rima....” (127) No puede sorprender que al Facundo se le haga
jugar un papel de eje en los logros de Sarmiento, así como en el
contexto de la nación misma: “...constituye todo el programa de
Sarm iento. Sus ideas literarias, su propaganda política, su
concepto histórico, están ahí. Es aquélla nuestra gran novela
política y nuestro gran estudio constitucional.” (165) Junto con
Recuerdos de provincia, Facundo es epítome de lo que podríamos
aventurarnos a llamar los poderes “supertextuales” de las obras
literarias, su capacidad de construir la nación:
...representan ... la tentativa lograda de hacer literatura argentina,
que es decir patria: puesto que la patria consiste ante todo en la formación
de un espíritu nacional cuya exterioridad sen sib le es el idiom a. ...
Sarmiento es esta cosa eterna y enorme: el padre de una literatura, el
representante de un pueblo. (165)
Irónicamente, pese a la proclamada admiración de Lugones por
el Facundo, su lectura está marcada, en varios casos importantes,
por un a negativa a dejarse lim itar por las afirmaciones de
Sarmiento. Dentro del territorio discursivo del texto que está
interpretando, Lugones abre un espacio en el que introduce sus
propias teorías sobre los factores que entraron en juego en la
historia argentina. Esto se hace particularm ente obvio en el
Capítulo 3, “El medio histórico”, en el que se centra en la
explicación de Sarmiento de la Revolución de 1810. En un gesto
amplio y revelador, concluye la exposición de sus ideas con el
siguiente comentario autoritario: “Así, pues, el concepto com­
prensivo de la historia argentina es fácil y sencillo. Toda la
trascedencia y complicación que se ha atribuido a sus diversos

200
factores proviene de una imitación del estudio histórico requerido
por las naciones del viejo mundo.” (114)
Significativamente, la lectura del Facundo produce ideas que
anticipan al Lugones de 1930 de un modo que nos hace dudar de
que su giro a la derecha haya implicado un cambio tan grande
como se ha supuesto. Hay un sesgo racista en su análisis que lleva
la marca del determinismo racial como principio de explicación.
Así, la imposibilidad de establecer un orden democrático basado
en la p rem isa de la r e p re se n ta ció n surge, según él, de la
inferioridad racial de los mestizos, que constituyen la mayoría de
la población votante. Su conclusión lleva a una reveladora
generalización: “La igualdad política y aun social puede declararse
allá donde exista la igualdad de raza...” (88) De hecho, para
Lugones el gaucho es simplemente el mestizo, y no sólo es “inferior”
sino también marcado por “la mancha original”. Los caudillos, que
son el centro de la preocupación de Sarmiento en el Facundo,
diferían del gaucho en que eran rubios y de ojos azules; su
influencia, según Lugones, tuvo mucho que ver con esta diferencia
racial. En contraste con los gauchos, entonces, los caudillos eran
‘‘gente decente”. Nos asombra la contradicción implícita en la
mitificación del gaucho en la lectura que hace Lugones de Martín
Fierro, por una parte, y por la otra el discurso racista que señala
su inferioridad.
Hay varios casos en que el libro de Sarmiento funciona como
un inconfesado repositorio para la presentación de las propias ideas
de Lugones. De particular interés es su relato de la tiranía de
Rosas. Según Lugones, Rosas representa las tendencias políticas
de las provincias. Su papel, de hecho, es explicado de un modo que
difiere del de Sarmiento en el Capítulo 4 del Facundo, titulado
“Revolución de 1810”, pues según Lugones las provincias no
encontraron en la revolución una salida para sus tendencias
anárquicas sino más bien una supresión de su autonomía co­
mercial. De acuerco con Lugones, las provincias eran incapaces de
exportar sus productos por rutas al norte y el oeste en razón de
las guerras de frontera que habían librado durante más de diez
años. Buenos Aires era su única salida, y si la ciudad prevalecía,
entonces las oportunidades de las provincias de tener una parte
de poder político (la razón misma por la que habían participado en
las guerras revolucionarias) quedaría aniquilada. Además, las
provincias no eran asiento de fuerzas caóticas, como afirma
Sarmiento (“sustraerse a la autoridad del Rey era agradable, por

201
cuanto era sustraerse a la autoridad”, leemos en el Facundo) sino
r e p r e s e n t a n t e s de los e le m en to s a r is to c r á tic o s . Como ya
anticipamos, Lugones explica a Rosas como “el triunfo de la política
provinciana”. De hecho, Lugones subraya su linaje aristocrático y
su clericalismo, ambos marcas de la política provincial como
bastión del aislacionismo opuesto a las fuerzas centralizadoras, y
del estancam iento social y político que eran rem anen tes del
gobierno colonial. En cierta medida, entonces, Lugones está
leyendo al Facundo “en contra”, asignando a las provincias tanto
una ideología que trasciende la disposición guerrera atribuida a
ellas en el Facundo, como una conciencia política.38
El desacuerdo de Lugones con Sarmiento se vuelve explícito
cuando discute la oposición civilización/barbarie. Se pone en la
línea de Alberdi, quien debilita la oposición, reemplazándola por
otra puramente geográfica: “la única subdivisión que admite el
hombre americano español, es en hombre del litoral y hombre de
tierra adentro o m editerráneo”. (108) Lugones insiste en la
naturaleza cambiante y puramente circunstancial de esta distin­
ción, y discute su valor cognitivo. Lo que Sarmiento propone como
b a sa m e n to epistemológico de su em p resa in te r p r e ta tiv a es
desalojado de su-status privilegiado: “,..no había tales bárbaros ni
tales civilizados. Sus diferencias son meras situaciones acci­
dentales que, al variar, los cambian también de partido”. (110) La
única diferencia sustancial que ve en la realidad argentina es la
que separa “el hombre decente” y “el agauchado”, una vez más
basándose en una distinción de orientación racista. Como ya fue
observado, el Lugones de 1930 está prefigurado y anticipado en el
autor de este libro.
Hay una estrateg ia discursiva que le perm ite a Lugones
producir una lectura tan crítica del Facundo bajo el disfraz de la
celebración, y que resume los puntos de divergencia que he
observado. Es la afirmación que sostiene toda la exposición de
Lugones: el status privilegiado del campo de las ideas y de lo es­
piritual. Poniendo la discusión en estos elevados términos, Lugones
vuelve a afirmar la superioridad del intelectual, quien, desde su
sitial homérico, puede articular las verdades nacionales. No es
sorprendente, empero, que ese sitial albergue a Lugones solo, pues
S a r m i e n to es d e salojado de él d e sp u é s de u n a te n e n c ia
engañosamente breve.

202
Ricardo Rojas: restaurar la nacionalidad
David Viñas ha presentado las similitudes entre Lugones y
Rojas de un modo sugerente: “El origen similar de Rojas con el de
Lugones salta a la vista: ambos son pobres hidalgos provincianos
que intentan balzacianamente conquistar la gran ciudad y hacer
carrera...; ambos empiezan con un anarquismo estetizante im­
postando la voz al nivel ‘de las grandes cumbres’; los dos apelan a
las multitudes desde las cimas donde se instalan.”39Como Lugones,
Ricardo Rojas (1882-1957) prueba que el discurso no es un
fenómeno exclusivamente lingüístico, sino que está encastrado en
las instituciones, en las estrategias pedagógicas, en las formas de
transmisión y difusión.40 Los escritos de Rojas (la mayoría de ellos
centrados en cuestiones de la cultura nacional) alcanzaron a su
público a través de la mediación provista por influyentes ins­
tituciones de las primeras décadas del siglo. Como periodista,
trabajó en La Nación durante unos cincuenta años, escribiendo
artículos sobre historia y literatura, así como poemas y crónicas
de sus viajes por Europa, en todos los cuales promovía el desarrollo
cultural de la nación. Sus cátedras en las universidades de La Plata
y Buenos Aires le dieron autoridad intelectual en la época en que
los centros culturales estaban siendo consolidados mediante la
construcción de programas de estudio y de estructuras con las
cuales acomodar conceptos y teorías. Podría decirse inclusive que
Rojas inventó la disciplina de la literatura argentina, no sólo
porque inauguró la Cátedra correspondiente el 7 de junio de 1913,
y creó el Instituto de Literatura Argentina, sino también porque
fundó el paradigma de la historia literaria argentina con su obra
en siete volúmenes, Historia de la literatura a rg en tin a .41 En
términos foucaultianos, esta empresa implica legitimar un campo
de conocimiento articulándolo dentro de una connaissance que
pueda amoldar conceptos y teorías.42 Prueba del reconocimiento
dado a esta empresa es el Premio Nacional de las Letras concedido
a Rojas por una ley votada en el Congreso en 1923.
Dentro de la u nive rsida d, Rojas tam b ié n realizó ta r e a s
administrativas como decano de la Facultad de Filosofía y Letras
y después como rector de la U niv ersid a d (1925-1930); las
implicaciones políticas de su posición se hicieron evidentes cuando
tuvo que renunciar en razón de su oposición a los regímenes de los
Presidentes Uriburu y, después, Perón. Reforzaba la relación entre
poder y discurso su libro El radicalismo de mañana, que vindicaba

203
al Partido Radical dándole un lugar en la historia nacional y
formulando un programa para su futuro. Sus esfuerzos dieron fruto
cuando el Partido proclamó su candidatura al Senado en 1946, y
cuando fue nominado para el Premio Nobel.
No puede sorprender, claro está, que lo que Rojas tuviera que
decir sobre el Facundo ejerciera considerable influencia, pues
estaba enmarcado por el impulso ideológico de sus otros escritos.
Vio su tarea como de reconstrucción nacional frente a las masas
inmigrantes, ejemplificando de modo sobresaliente la respuesta
nacionalista a lo que era percibido como una amenaza para la
identidad argentina. Esta posición puede verse claramente en su
libro La restauración nacionalista de 1909, que confiesa el objetivo
de “despertar a la sociedad argentina de su inconsciencia, ... obligar
a las gentes a que revisaran el ideario envejecido de Sarmiento y
Alberdi”.43 Centrando sus ataques en las numerosas escuelas pri­
vadas que impartían sus enseñanzas en alemán, inglés o italiano,
Rojas abogaba por una enseñanza de las humanidades orientada
hacia el objetivo de “excitar el nacionalismo”, promoviendo la
restauración del propio pasado nacional de la Argentina mediante
la recuperación de las raíces “amerindias”.
De ahí que, si por un lado Sarmiento es para Rojas un auténtico
paradigma de atributos heroicos en razón de la variedad y alcance
de sus logros, por el otro el Facundo lo enfrenta con una ideología
que no favorece los mitos nacionales que está promoviendo. Como
resultado, sus escritos sobre Sarmiento en general y sobre el
Facundo en particular están desgarrados por la tensión entre dos
operaciones: celebrar al hombre a la vez que atacar su sistema
conceptual. No es una tarea simple: por momentos está atravesada
de contradicciones y estrategias discursivas asediadas por fuerzas
conflictivas. Para examinarlas, este capítulo examinará dos textos
centrados en el Facundo: la sección que se ocupa del libro en la
Historia de la literatura argentina (1917-22) y el libro de Rojas
sobre Sarmiento, El profeta de la pam pa, publicado en 1945,
centenario de la publicación del Facundo. Muy similares en
enfoque, aun cuando los separan más de dos décadas, en ambos el
hombre es ensalzado mientras se critican sus ideas. En un complejo
proceso discursivo que puede ser rastreado en ambos textos, los
aspectos positivos del Facundo son debilitados por lo que Rojas
consideraba una falta de anclaje cognitivo.
La lectura que hace Rojas del Facundo subraya la relación entre
el hombre y la obra. En otras palabras, el Facundo y Sarmiento son

204
leídos como dos textos interconectados: uno da información sobre
el otro, uno habla sobre el otro, mientras que Rojas como deco-
dificador procede con la certeza de que está a rticulando la
interpretación legítima de ambos. La grandeza termina siendo un
envase hueco, como un gesto retórico carente de densidad se­
mántica. Rojas recurre a una estrategia de representación psico­
lógica que pinta a Sarmiento como un personaje egocéntrico,
contradictorio e indisciplinado, cuya teorización fue, en el mejor
de los casos, una respuesta a circunstancias inmediatas y, en el
peor, simple delirio. Muchas de sus acciones son vistas como
resultado de este egotismo sin límites:
Poco quedará, con el tiempo, de aquel presidente que se peleaba por
carta con los gobernadores de provincia...; que puso a precio, en un proyecto
de ley, la cabeza de un ciudadano argentino; que concluyó su administración
en la bancarrota financiera. Poco, también, de aquel militar sin campañas,
cuyo generalato, quimérico y sublim e, como todas sus cosas, como su
doctorado en M ichigan, vínole de afuera para satisfacer su an sia de
h o n o res. ... Poco r e s ta r á , ig u a lm e n te , del e s c r ito r d e s a liñ a d o ,
fragmentario. ... Pero en cambio quedará, desencarnándose de todo ello,
para vivir vida de gloria, la figura de un gran forjador de patria.44

Una vez demolidos los logros de Sarmiento en las áreas de la


política y la literatura, la afirmación final deja al lector pre­
guntándose qué pudo haber hecho realmente este gran “forjador
de patria”.
Al apropiarse del discurso de Sarmiento, Rojas lo manipula y
lo lee “en contra”, señalando las contradicciones en la posiciones
de Sarmiento de modo de promover sus propios valores. De ese
modo, subvierte el desdén muchas veces expresado de Sarmiento
por el gaucho, declarándolo gaucho al mismo Sarmiento y ubicando
al Facundo dentro del género de la “literatura gauchesca”. En la
misma vena, Rojas le atribuye a Sarmiento un temperamento
típicamente español, como para equilibrar su intenso rechazo de
todo lo español: su carácter es “el más bravio de castellano viejo”:
“autoritario, intran sig ente, arbitratrio, desordenado, indivi­
dualista, violento, palpita todavía la riñonada celtíbera”.45 Como
para no olvidar al indio, que ocupa un lugar central en la ideología
de Rojas, no sólo le atribuye sangre india a Sarmiento sino que
también la hace jugar un papel determinante: “Desdeñaba a los
indios, y él lo era, no ya por parecerse en lo físico ... sino porque

205
de indios descendía, según confesión propia”.46 La imagen sar-
mientina asi erigida ayuda a consolidar el orgullo nacional que
Rojas quiere promover, aun si esto se hace a expensas del objeto
de interpretación.
Después de cuestionar la autoridad intelectual de Sarmiento,
Rojas elabora una compleja identificación patriarcal entre él y la
nación: ésta es la conexión que produce el héroe nacional. La
maniobra retórica es metonímica: Sarmiento es la conciencia de
su patria, “la conciencia viva, personificada y agorera de su patria”;
“es... la conciencia de nuestra raza, hecha hombre para revelarnos
la memoria de lo que ha sido y la profecía de lo que será.”47 Se
traza un paralelo entre sus libros y la historia de la nación: cada
obra es relacionada con un período significativo, y su sustancia
semántica constituye una representación mimética del mundo
fuera del texto: “...esta obra no hace sino seguir nuestra historia
nacional, con sus costumbres, sus tipos, sus paisajes, sus guerras,
sus instituciones, sus ideales”.48
En su lectura del Facundo, Rojas extiende los procedimientos
esbozados antes suplementándolos con otros dos relacionados: por
una parte, deslegitimiza al Facundo destacando su falta de
autoridad discursiva; por otro, encomia sus méritos literarios y su
papel fundacional en el campo de la litera tu ra nacional. La
empresa deslegitimizadora es más bien compleja. En su forma más
simple, apunta a problemas estructurales tales como la falta de
unidad: en uno de sus estudios, Rojas declara que Facundo es de
hecho dos libros; en otro detecta tres.49 Lo que está sugiriendo es
que Sarmiento era un escritor de enorme voluntad, pero desprovisto
de disciplina intelectual.
El ataque más vigoroso de Rojas apunta a los reclamos de
validez del Facundo-, la falta de documentación, el apuro con que
fue escrito, y otros problemas que han sido mencionados fueron
los factores aducidos para cuestionar su autoridad. La insistencia
con que se lamenta (y con ello se destaca) la falta de valor factual
del Facundo, es uno de los puntos centrales de la exposición de
Rojas, de modo que se hace claro que su objetivo es establecer los
parámetros de uso del texto desde un punto de vista pragmático:
“...si desde 1845 sirvió tal libro como verdad pragmática contra
Rosas, y desde 1855 como verdad pragmática contra el desierto,
después de 1860 debemos tender a utilizarlo solamente como
verdad pragmática en favor de nuestra cultura intelectual por la
emoción profunda de tierra nativa, de tradición popular, de lengua

206
hispanoamericana y de ideal argentino que ese libro traduce en
síntesis adm irable.”50 Este pasaje m uestra en qué medida la
“lectura cultural” prescripta en él está privada de las relaciones
históricas, sociales y políticas que habían estado en la raíz misma
de la producción del Facundo. Son reemplazadas por conceptos que
parecen tener como único mérito una notable falta de especificidad
(emoción, tradición, ideales). Rojas logra esta transición al dominio
no factual desplazando el foco del discurso histórico al literario:
la épica reem plaza a la historia, la leyenda a la biografía.
Significativam ente, esta m aniobra es dotada de cu alidades
elevadoras: “Lo que estuvo en el plano de la ‘historia’ ha pasado
ya, gracias al genio de su autor, al plano más excelso de la
epopeya”.51 Del mismo modo, “Sarmiento no escribió la biografía
de Facundo, sino creó su leyenda. Compuso el poema épico de la
montonera.”52 Dentro del espacio de la ficción es posible celebrar
las virtudes del Facundo sin tomarse en serio lo que tiene que
decir sobre Facundo Quiroga, las guerras civiles, o cualquier teoría
explicatoria sobre la situación argentina. Dentro de este espacio,
el Facundo puede ser honrado como el texto fundacional de la
literatura argentina, junto con La cautiva de Echeverría. El énfasis
genealógico del argumento proporciona un nicho seguro en el que
Rojas puede poner el libro, elogiar el realismo de sus descripciones,
y hasta proponer un paralelo con la tragedia: “...presenta su cuadro
como un escenario de tragedia. ... La catástrofe tiene su catarsis
en la esperanza de que el General Paz triunfará en breve”.53
El esfuerzo crítico está centrado en el marco conceptual del
libro. Un blanco importante es la oposición civilización-barbarie,
condenada como “un eficaz sofisma político”,54 y subvertido
conceptualmente:
El grande hombre se equivocó cuando dijo que la campaña es fuente
de barbarie, si ella es la madre de nuestro arte y de nuestra economía. ...
Pero las ciudades de América fueron fortunas de conquista, y sus puertos
se transformaron luego en factorías de explotación económica, a expensas
del agro y de los nativos. Centros exóticos, hostiles y bárbaros en su origen,
puesto que eran extraños a la tierra los que venían.55
Rojas a ta c a la fórm ula m ism a cue stio n a n d o no sólo su
p e rtin e n c ia a la a r g e n t i n a del siglo XIX sino su v alid e z
epistemológica también. Su ineficacia es confirmada por medio de
una referencia al presente de Rojas: los campos son el asiento de
la civilización, “por la salud moral de los que en ellos viven, y ...

207
sus paisajes y tradiciones inspiran nuestro arte naciente”, mientras
que las ciudades “son parásitos de la abundancia, el comercio, la
sensualidad ociosa, el cosmopolitismo sin patria, la barbarie, en
fin”.56 Las ideas de Sarmiento son demolidas por la interpretación
que hace Rojas de los valores nacionales, una interpretación
p ro fu n d a m e n te coloreada por sus ideas negativas sobre la
influencia ejercida por la inmigración extranjera en las ciudades.
Además, Rojas refuta la validez de la dicotomía civilización-
barbarie desacreditando la idea de progreso que ap untala su
dialéctica, y destacando en su lugar la centralidad de la cultura.
Apunta a los riesgos de la tesis sarmientina, al “peligro moral en
creer ... que la tierra genuina, numen de la nacionalidad, es fuente
de barbarie, y que el civilizarse consiste en adoptar todos los
actuales usos de los europeos”.57Queda en claro, por supuesto, que
la discusión está enmarcada por el viejo debate entre valores
nacionales e influencia europea.
Rojas refuerza su autoridad discursiva volviéndose hacia
Sarmiento mismo para probar que él también se ocupó de subvertir
la autoridad de algunas de sus propias declaraciones en el Facundo.
Es una maniobra un tanto contradictoria, pues después de debilitar
la figura autorial, sus presuntas retracciones difícilmente podrían
ser consideradas probatorias. De todos modos, Rojas insiste en
traer a cuento anécdotas y declaraciones con las que intenta probar
que, con el paso del tiempo, Sarmiento cambió en las opiniones
que había expresado en el Facundo. No se limita a citar los casos
bien conocidos, como los comentarios hechos a Alsina después de
recibir sus correcciones, o gestos de sospechosa humildad (como
cuando llama al libro que tanto prestigio le ha dado “mi obrita”,
“mi pobre librejo”, o “una especie de poema, panfleto, historia”),
sino que llega a sugerir que el mismo Sarmiento contemplaba la
posibilidad de haber estado m entalm ente perturbado cuando
escribió el Facundo, citando un artículo de 1881 en el que
Sarmiento alude a “una especie de sonambulismo” en que vivió en
la época en que lo escribía. 58
Lo que presenciamos aquí es una doble empresa: la construcción
del mito de una obra fundacional, y la demolición de sus postulados.
Un intelectual hegemónico como Rojas establece dos vías de lectura
que marcan futuras interpretaciones del texto, diseminando formas
de significación en conflicto.
Lo cual está lejos de ser la última palabra en respuesta a este
texto canónico. En realidad, no puede haber nunca una última

208
palabra, ya que la reinvención de la tradición es un proceso en
marcha, nunca ignorado pero nunca completado. Con palabras de
Borges, podría decirse que en tanto exista la Argentina, las figuras
fantasm ales del Facundo y de Sarm iento re ap a rece rán para
construir la nación como un paisaje de la mente.

209
N otas

1 En La revolución del 90, Centro Editor de América Latina, Buenos


Aires, 1970, pág. 14.
2 Véase más sobre el tema en H. S. Ferns, Argentina, Frederick A.
Praeguer, Nueva York y Washington, 1969, págs. 102 y ss, y “The Baring
C risis”, en Ferns, Britain and Argentina in the Nineteenth Century. págs.
436-484. Un enfoque diferente es el de Jorge Abelardo Ramos. Revolución
y contrarrevolución en la Argentina, Editorial Plus Ultra. Buenos Aires.
1973, vol. II, “Del patriciado a la oligarquía”, págs. 226 y ss.
3 Aparte de la casi bancarrota de Baring Brothers, podría citarse
tam bién la debacle de grandes instituciones bancarias de Francia e Italia,
la bancarrota de Portugal en 1893, la caída de varias importantes firmas
en los E stad os U nidos, como la P h ilad elp h ia and Reading Cordage
Company y la Grant and Ward Company, así como problemas laborales en
Inglaterra, donde num erosas huelgas de mineros casi paralizaron la
econom ía en los primeros años de la década. Un poco antes, en 1889,
Francia tuvo que hacer frente al escándalo del Canal de Panamá y la caída
del Comptoir d'Escompte en París.
4 Según Ferns, entre 1888 y 1889, “entre un cuarto y la mitad de las
nuevas em isiones en el mercado de capitales de Londres se hacían en
nombre de empresas en la Argentina...”, en Argentina, pág. 102.
5 V éase A. G. Ford, The Gold S t a n d a r d , 1880-1914: Britain and
Argentina. Oxford U niversity Press, Nueva York, 1962.
En David Rock, Argentina, pág. 211.
7 Véase E. Gallo y R. Cortés Conde, La república conservadora, pág.
84.
8 Estos artículos fueron reunidos con otros sobre el mismo tema en
Condición del extranjero en América, en el volumen XXXVI de Sarmiento,
Obras completas. Los artículos a los que me he referido son “Una Italia en
Am érica” y “Las escuelas italianas: Su inutilidad”.
9 Citado por Gladys S. Onega, La inmigración en la literatura argentina
(1880-1910), Cuadernos del Instituto de Letras. Universidad Nacional del
Litoral, Santa Fe, Argentina, 1965, pág. 27.
10 En Los mensajes: H isto ria del d e se n v o lv im ie n to de la Nación
Argentina, redactada cronológicamente por sus gobernantes, 1810-1910.
comp. Heraclio Mabragaña, Buenos Aires, s.f.
11 Citado por Alvaro Yunque, La literatura social en la Argentina.
Editorial Claridad, Buenos Aires, 1941, pág. 234.
12 Manuel Gálvez, El solar de la raza, Sociedad Cooperativa “Nosotros”,
Buenos Aires, 1913, págs. 5, 19.
13 V éa se más sobre este tem a en el adm irable libro de Raymond
Williams, The Country and the City, Oxford U niversity Press, Nueva York,
1973.

210
14 Eduardo Gaffarot, Comentarios a Civilización y barbarie o sea
compadres y gauchos, por un nieto de Quiroga, Dr. Eduardo Gaffarot,
Imprenta Europea de M. A. Rosas, Buenos Aires, 1905.
15 Gaffarot, Comentarios, pág. 65.
16 Gaffarot, Comentarios, pág. 4.
17 David Peña, Juan Facundo Quiroga, Eudeba, Buenos Aires, 1968,
pág. 74.
18 Peña, Juan Facundo Quiroga, pág. 25.
19 En su Desencuentros de la modernidad en América Latina, Capítulo
3. “Fragmentación de la república de las letras”.
20 Véase más sobre esto en E. Gallo y R. Cortés Conde, La república
conservadora. Capítulo 3, “La producción de carne: el frigorífico”. Las
ventas de carne aumentaron por las necesidades de las tropas inglesas
durante las Guerras Boers y las sequías que diezmaron el ganado en
A ustralia en 1900 y 1902. El primer embarque im portante de carne
congelada a Inglaterra tuvo lugar en agosto de 1901.
21 En Argentina, pág. 228.
22V éase una lúcida exposición de estos proyectos en un contexto
latinoamericano amplio, en José Luis Romero, Latinoamérica: las ciudades
y las ideas, Siglo Veintiuno Editores. Buenos Aires. 1986, Capítulo 6, “Las
ciudades burguesas”.
23 Véase David Cannadine, “The British Monarchy, c. 1820-1977”, en
The Invention of Tradition, págs. 101-164.
24 Véase Georges Clemenceau, Notas de viaje por la América del Sur,
Cabaut y Cía. Editores. Buenos Aires, 1911, y Louis d Orléans Bragance,
Sous la Croix-du-Sud, Librairie Plon, Paris, 1912. Ambos citados en Jorge
A. Ramos, Revolución y contrarrevolución en la Argentina, vol. III, págs.
147-150.
25 Véase más sobre esto en Rómulo Carbia, Historia crítica de la
historiografía argentina, págs. 285-286.
26 Véase su “La fundación de la literatura argentina”, en Beatriz Sarlo
y Carlos Altamirano, Ensayos argentinos: De Sarmiento a la vanguardia,
Centro Editor de America Latina, Buenos Aires, 1983, págs. 107-115.
27 Este discurso es publicado en la introducción a su Sarmiento, Alberdi
y Echeverría, ed. Pablo Ingenieros. Buenos Aires, s.f., pág. 6.
28 Joaquín V. González, Sarmiento: Discurso pronunciado en el. Teatro
Colón el 15 de mayo de 1911, Est. Tip. E. Malena, Buenos Aires, 1911,
pág. 14. Podría citarse una cantidad de pasajes de entusiasm o exuberante
en este discurso, como el siguiente: “Es la pasión de la patria que lleva
dentro de sí como su propia substancia, y por eso habla en su nombre sin
nombrarla, acarrea febricitante la argamasa y la piedra para continuar la
obra, y anticipando las líneas finales, está preparando las ánforas y el
pebetero para el vino místico y los inciensos de la magna celebración”,
pág. 14. Aparte del exceso de retórica, lo que llama la atención es la
asociación de nacionalismo y religión, y la identificación metonímica entre
hombre y nación. El resultado es una “patria” mística y antropomórfica.

211
29 González, Sarmiento, pág. 14.
30 Friedrich N ietzsch e, On the Genealogy of Moráis, trad. Walter
Kaufman, Vintage Books, Nueva York. 1969, pág. 52.
31 Véase una exposición de las relaciones de Lugones con Roca en David
Viñas, “Lugones: hidalgo rim baldiano”, en su Literatura argentina y
realidad política , págs. 289-291.
32 Citado por Alfredo Cañedo, Aspectos del pensamiento político de
Leopoldo Lugones, Ediciones Marios, Buenos Aires, 1974, pág. 66.
33 En “Oda a los ganados y las m ieses”, citado por Jorge Luis Borges,
Leopoldo Lugones , Editorial Pleamar, Buenos Aires, 1965, pág. 37.
34 Borges, Leopoldo Lugones, pág. 37.
35 Leopoldo Lugones, Historia de Sarmiento, Publicaciones de la
Comisión Argentina de Fomento Interamericano, Buenos Aires, 1945, pág.
76. En adelante los números de página son mencionados entre paréntesis.
36 Como se verá, esto contrasta con la evaluación de Rojas, que está
centrada en el hombre de acción a expensas de sus ideas. Lo que emerge,
por supuesto, es una imagen de Sarmiento y su obra como dependiente de
la posición interpretativa del lector.
37 Noé Jitrik, Leopoldo Lugones, mito nacional, Editorial Palestra,
Buenos Aires, 1960, pág. 48.
38 En el Facundo , S arm ien to critica las “d isp o sicio n es guerreras
que se m a lb ara tab a n en p u ñalad as y tajos ... ; aquella desocu p ación
rom ana ... ; aqu ella a n tip a tía a la a u to r id a d ...” (65-66)
39 En Literatura argentina y realidad política, pág. 292.
40 Estoy pensando en los elem entos propuestos por Michel Foucault
para estudiar la relación entre discurso y poder: “la delimitación de un
campo de objetos, la definición de una perspectiva legítima para el agente
del conocimiento, y la fijación de normas para la elaboración de conceptos
y teo ría s”. Véase su “History of S ystem s of T hought”, en Language,
Counter-Memory, Practice, Cornell U niversity Press, Ithaca, 1977, pág.
199.
41 Editorial Losada, Buenos Aires, 1948.
42 Foucault se interesa en el estudio de disciplinas precisamente cuando
el discurso de éstas se articula como conocimiento. Véase L'Archéologie
du savoir, Gallimard. París, 1969.
43 El título completo del libro es: La restauración nacionalista: Crítica
de la educación argentina y bases para una reforma en el estudio de las
humanidades modernas, Librería de la Facultad, Buenos Aires, 1922.
44 Historia de la literatura argentina, vol. I. pág,. 346.
45 Historia de la literaturaargentina, pág. 342.
46 Historia de la literaturaargentina, pág. 317.
47 Historia de la literaturaargentina, pág. 349.
48 Historia de la literatura argentina, pág, 345.
49 En la versión de la Historia de la literatura argentina, la primera
parte del Facundo es la que se ocupa de la pampa y su influencia, mientras
que la segunda está centrada en uno de los caudillos que participaron en

212
las guerras civiles, y es descripta como “la narración sin cisa de un
historiador pintoresco” (pág. 372). El profeta de la pam p a menciona una
tercera parte que se ocupa de la nueva campaña del General Paz contra
Rosas y las posibilidades de formular una constitución.
50 Historia de la literatura argentina, pág. 356.
51 Historia de la literatura argentina, pág. 355.
52 Historia de la literatura argentina, pág. 356,
53 El profeta de la pam pa. Editorial Guillermo Kraft, Buenos Aires,
1962, pág. 222.
54 Historia de la literatura argentina, pág. 363.
55 El profeta de la pam p a, pág. 208.
56 El profeta de la pam pa, pág. 209.
57 Historia de la literatura argentina, pág. 363.
58 El profeta de la p a m p a , pág,. 207. Rojas cita a Sarm iento, Obras
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237
Indice

Agradecimientos .. 9
Prólogo .. 11
Introducción .. 15
Una fórmula para el conflicto: civilización versus barbarie .. 20
Un libro para una nación .. 28
Notas .. 37
1 . Las guerras de persuasión. Conflicto, interpretación
y poder en los primeros años de la recepción de
Facundo .. 41
Comunidad y exilio .. 45
El texto como arma: producción y distribución .. 51
Notas ..58
2 . Los riesgos de la ficción. El Facundo y los
parámetros de la escritura histórica .. 61
Estar ahí: la reescritura de la historia .. 71
Notas .. 87
3. Los ardides de la disputa. Alberdi lee el Facundo ..91
Lectura de una polémica .. 92
Los usos del autor .. 97
Los ardides de la disputa .. 101
Notas ..107

239
4. Los viajes del Facundo a los centros metropolitanos
.. 109
Los trucos del elogio: el Facundo en Francia .. 123
Notas .. 127
5. La nación consolidada. La década de 1880 y la
Canonización del Facundo .. 131
El Facundo envejecido: Conflicto y arm onías de las razas en
América ..142
Las raíces del patriotismo: La tradición nacional, de Joaquín V.
González ..150
Escribir más allá de los márgenes: Una excursión a los indios
ranqueles, de Lucio V. Mansilla ..158
Un post-scriptum al Facundo ..170
Notas ..174
6 . Un clásico corregido. Reescribir los mitos nacionales
.. 181
Nadie lo sabe mejor que le escritor: la lectura de Leopoldo Lugones
..194
Ricardo Rojas: restaurar la nacionalidad ..203
Notas ..210
Bibliografía ..215
Obras latinoamericanas ..215
Obras generales ..233

240

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