Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Hieronymus Bosch
(El Bosco)
El jardín de las delicias
Traducido del alemán por Joaquín Chamarra
En memoria de Dietmar Kamper ÍNDICE
20 El laberinto de la mirada
59 El pintor en su ciudad
71 En el palacio de Nassau
Los documentos fotográficos nos han sido entregados desinte- IMAGEN DE CUBIERTA: El jardín de las delicias, panel central, detalle. 90 El altar del cardenal Grimani
resadamente por los museos y prestadores o proceden de los
archivos del editor o del autor, con las siguientes excepciones: 96 Un nuevo concepo de arte en diálogo
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública otransformación
Bayerische Staatsbibliothek, Múnich: pág. 97. de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excep- con la literatura
Bibliotheque royal e de Belgique, Bruselas: pág. 99. ción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,
Bridgeman Art Library, Londres: pág. 72. www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra .
Bob Goedewaagen, Rotterdam: pág. 81 . 99 Paraíso contra Paraíso. Sueños rivales
Kimbell Art Museum, Fort Worth (Texas): pág. 6.
Musée du Louvre, París, RMN: pág. 95. TíTULO ORIGINAL: Hieronymus Bosch.- «Garten der Liiste»
Musée du Louvre, París, RMN-R.G. Ojeda: pág. 67 arriba izda.
107 La isla de ningún lugar
Museum Boijmans Van Beuningen, Rotterdam, foto Tom Haart-
sen: págs. 63 dcha., 65. © Prestel Verlag, München · Berlin · London · New York, 2002
113 La ficción en el retrato humanista. Un excurso
National Gallery of Art, Washington OC, © Board of Trustees/ © ABADA Editores, 2009
Lyle Peterzell: pág. 67 dcha. para todos los países de lengua espai1ola
Óffentliche Kunstsammlung und Kupferstichkabinett, Basi!ea: Calle del Gobernador 18 122 Conclusión
págs. 107, 114. 28014 Madrid
Palazzo Ducale, Venecia: pág. 91 (ils. 1 y 2) . www.abadaeditores.com
Royal Collection Enterprises, © 2001, Her Majesty Queen Elizabeth 124 Bibliografía
U: pág. 118.
Scala Group, Antella (Florencia): págs. 91 (ils. 3 y 4), 92. diseño original MEIKE WEBER
Staatliche Museen zu Berlin-Preumscher Kulturbesitz, Kupferstich-
producción GuADALUPE GrsBERT
kabinett, Berlín, foto] órg P. Anders: pág. 69 .
preimpresión EscAROLA LECZINSKA
Stadelsches Kunstinstitut, Frankfurt a.M., foto Ursula Edelmann:
pág. 63 izda. impresión LAVEL
M. Willems, Ver. Heymans Bedrijven: pág. 94.
Yale University Art Gallery, New Haven (Connecticut), foto ISBN 978 - 84 - 96775-45-9
Geraldine T. Mancini: pág. 67 abajo izda. depósito legal M- no83-2009
HISTORIA DE UNA FASCIN A CIÓN
Desde los comienzos de los estudios modernos sobre El Bosco, los cuadros
de este pintor no han dejado de excitar la fantasía y de ejercer una fascina-
ción que demanda ansiosa nuevas interpretaciones sin jamás contentarse
con ninguna. En este ritual, en el que ningún fracaso infundía desánimo,
sino que más bien generaba tantas más tesis cuanto menos convincentes
resultaban las existentes, los historiadores del arte fueron pronto relevados
por filólogos, folcloristas, historiadores e incluso escritores que, rivalizan-
do por hacer la mejor interpretación, desplegaban su particular arte des-
criptivo. Todos los intérpretes buscaban, lo confesaran o no, la clave de
una imagen del mundo que deseaban ver convincentemente reflejada,
como en un espejo, en las obras de El Bosco, o esperaban que éstas se la
revelaran, como si el preciso contenido de su poesía pictórica pudiese des-
prenderse sin más de ellas. En su Arte mágico, el surrealista André Breton
quiso ver en El Bosco una orientación gnóstica cuya imagen del mundo
tenía que sustraerse sistemáticamente a toda simplificación. Sostenía que
en El Bosco hay <<Un extraño maridaje entre el fideísmo y la revuelta» . La
presencia misteriosa de esta obra se acentuaba ante la mirada moderna en
la misma medida en que la persona de su creador se ocultaba en las som-
bras de la historia. Cuando faltaba información sobre su vida, se iniciaba
la búsqueda del menor indicio que sus cuadros pudiesen encerrar. Las
modernas cámaras fotográficas aportaban a esta búsqueda ojos mecánicos
capaces de detectar en las superficies, ya envejecidas, de las pinturas nue-
vos detalles posiblemente delatores.
La fascinación que ejerce el llamado El jardín de las delicias, una obra de
la que ni siquiera conocemos el título original, deja en segundo plano las
restantes obras de El Bosco. Pero en ella hay motivos muy particulares que
hacen que a la fascinación se añada la inquietud. El pintor nos inquieta
no sólo porque el tema de su obra venga cifrado, sino también por la liber-
Jan Gossaert, Retrato de Emique III, tad, encantadoramente moderna, de sus imágenes narrativas, las cuales se
conde de Nassau-Breda, hacia 151 7,
Fort Worth, Kimbell Art Museum.
apartan de los contenidos propios de su época. El pintor hace culminar
esta aventura de desbocada fantasía en la hoja central de El jardín de las
El preceptor de Carlos V fue ya en su juventud delicias . El escritor norteamericano Peter S. Beagle, autor de un hermoso
propietario de El jardín de las delicias .
libro sobre esta obra, señala el <<delirio eróticO>> de la misma, que nos con-
vierte en voyeurs . Sobre este jardín, observa, se difunden <<los aires enlo-
quecedores de una perfecta libertad>>. Ello fija el sentido utópico de esta
pintura, esencial también en mi propia interpretación. Este paraíso no se
halla en ninguna parte porque nunca ha sido una realidad. Hoy diríamos
que es un mundo virtual. El escándalo de este cuadro radica en sus escenas
eróticas, que, sin embargo, entran en una perspectiva bíblica. No hay nin-
7
guna instrucción del pintor de que debamos, ni por un instante, conside-
rar estas escenas como pecaminosas. De ahí la sospecha de herejía. Siem-
pre que el pintor retrata su propio mundo con escarnio y pesimismo, nos
resulta más fácil soslayar esa actitud suya que cuando pinta un paraíso que
no representa ni la ciénaga del vicio ni el cielo cristiano, sino que más
bien parece plasmar un mundo imaginario.
Pero ello aún no explica satisfactoriamente la fascinación que el cuadro
ejerce por obra y gracia del efecto burlesco de un concepto de todo punto
contradictorio. Los historiadores del arte no se cansan de decir, poco
menos que irritados, que, a pesar de ser un tríptico, la obra no era, con
seguridad, un retablo de altar. Pero esta certeza no hace más que confirmar
que El Bosco utilizó la forma del retablo de altar sin pintar nada destinado
a un altar. No muy diferente es la contradicción entre las imágenes propias
del mundo eclesiástico medieval y un concepto del arte que anuncia la
nueva era del coleccionismo de obras artísticas. El Bosco se halla entre las
generaciones que se encuentran en la divisoria epocal del año 1500, y
debe su libertad personal a la situación de la época entre el <<ya no» y el
<<todavía nO>>. Si hubiera pintado ya temas de la mitología antigua, con los Ill . p. 72
que el arte del Renacimiento pronto construiría su morada, el interés que
nos suscitaría su arte sería más bien modesto. Pero en los estudios sobre El
Bosco palpita la sospecha del quebrantamiento de un tabú. No podemos
evitar que su realismo psicológico y sociológico nos fascine. Sin embargo,
el realista El Bosco poco nos ayuda en la interpretación del utópico jardín
paradisíaco desplegado en El jardín de las delicias. El Bosco, pintor crítico
con su época, parece aquí volverse contra su propia imagen del mundo.
¿Cómo interpretar entonces esta pintura de manera que encaje en el resto
de la obra del pintor igual que lo hacen las hojas laterales, de las que una
representa el Paraíso y la otra el Infierno? Para esta tarea nos faltan las
voces de la época en que la obra se pintó, la cual no arrancaría ningún
comentario -con una importante excepción- hasta casi un siglo más
tarde, después de viajar a España como una adquisición procedente del
legado confiscado de un rebelde flamenco. En El Escorial, monasterio y
residencia del martillo de los herejes Felipe JI, el cuadro parecía a los ojos
de la época nueva, y a pesar de su fama, extraño. y sospechoso.
Ahora había primero que alejar del pintor la sospecha de herejía para
poder hablar de él. Frente a la colección real, los ojos estaban alerta a
todos los cuadros que rozaban cuestiones de fe. No sólo estaba por doquier
al acecho la sospecha de herejía. Desde que las imágenes estuvieron impli-
cadas en las disputas religiosas derivadas de la división de la fe, necesita-
ban defenderse de sus enemigos demostrando su particular fidelidad reli-
giosa. Poco importaba que El Bosco no hubiera vivido personalmente la El tríptico cerrado:
Reforma. Ahora había que demostrar que El Bosco había sido considerado La Creación.
17
Y así se llega al hecho paradójico de que muchos intérpretes modernos
se sienten fascinados por el arte de El Bosco, pero cuando empiezan a
hablar de los temas del pintor, niegan u olvidan esa fascinación. Entonces
promueven un debate en torno a la religión y la sociedad en la época de El
Bosco, pero al que las condiciones históricas de la cultura artística le vie-
nen pequeñas. Y así, la obra ha servido a veces sólo como ocasión para
que sus intérpretes lancen sus tesis, pero ésta siempre ha prevalecido sobre
las modas interpretativas que rápidamente se sucedían una tras otra. Un
ejemplo sobresaliente de ello es la extraña influencia de Wilhelm Fraenger,
que hizo del pintor El Bosco un librepensador que a escondidas de una
Iglesia sedienta de poder expresaba los miedos y las esperanzas de su
época, convirtiéndose así en oráculo de los amantes de El Bosco. Su inter-
pretación de nuestro cuadro, en el que veía representado el «reino ideal
del amor» de una utopía milenarista, daba sin embargo por supuesto,
como el propio Fraenger confesó, que la obra era un encargo hecho en un
medio herético, algo que, desde que se conoció quién era el propietario
real de la obra (p. 71), no tiene ninguna base.
Tenaz fue también el intento de ver en El Bosco un ejemplo de la discu-
sión sobre la antigua alquimia, que al pintor le resultaría muy árida sin su
representación sensible: no se trataba de comprender al pintor El Bosco,
sino de buscar pruebas de la variante mística o hermética de la antigua
alquimia, que Marguerite Yourcenar hizo accesible a amplios círculos de
lectores en su novela Opus nigrum. En ésta, los motivos y los aparatos
alquímicos, muy presentes en El Bosco, son interpretados como cifras de
un sentido secreto del todo, en lugar de como observaciones críticas o satí-
ricas del pintor. La modernidad vio así en El Bosco a un artista completa-
mente distinto de, por ejemplo, Leonardo da Vinci. Aunque perteneciente
a la misma generación que este último, no representaba el mito del artista
del Renacimiento: faltaba una literatura flamenca sobre arte a la que poder
remitirse como fuente histórica. Y así se vio en El Bosco a un solitario que
expresaba en sus cuadros, como utilizando un lenguaje oculto y perdido,
los enigmas de una época de transición, en lugar de preguntarse por su
concepto del arte.
horizonte de este paisaje, pero ahora las narraciones del escenario plagado Ill. p. 46
de figuras no tienen fin. De nuevo cambia abruptamente el tono en el El mundo antes del hombre
Infierno, que delante semeja una cámara de tortura y detrás se sume en
una oscuridad donde se encadenan innmerables episodios. ¿Se organizan Ill. p. 34 Ill. p. 23 Sobre el tema de la cara exterior (220 x 197 cm) reina una rara unanimidad.
las escenas, tan heterogéneas, de la obra en torno a un único argumento o El mundo que una vez estuvo destinado a ser el Paraíso se halla aquí, en el
El Bosco nos obliga a asociar libremente nuestros pensamientos con lo que tercer día de la Creación de que habla el libro del Génesis, poblado sólo de
vemos en la obra? plantas. Éstas no tienen aún colores: no pueden mostrarse porque aún no
Ya el estilo narrativo se resiste a la descripción al uso. Siempre que una han sido creados el Sol y la Luna. En las oscuras nubes apelotonadas Dios ha
composición conduce segura nuestra mirada, acabamos perdidos en un concentrado, como dice la Biblia, <<las aguas de encima de la bóveda>> para
panorama pletórico cuyos motivos se parecen a un compendio léxico, pero separarlas de las de <<debajo de la bóveda>>. Las de debajo de la bóveda las
que no puede leerse como tal. Los contemplamos siguiendo un orden que juntará luego para formar los mares, que bañan el disco plano de la Tierra,
ya entonces era arcaico. Este orden sustrae al sujeto la perspectiva fija que acorde con el modelo tolemaico del mundo. Las plantas y sus <<Semillas y
entre tanto había llegado ya a constituir la norma de la contemplación de frutoS>> son acariciadas por esa pálida luz crepuscular que existía antes de la
las obras pictóricas. Aquí, en cambio, la mirada inicia desde arriba, como creación de los astros. Si conservásemos el mapa del mundo que pintó Jan
antes en los libros iluminados, la vista panorámica de un espacio narrativo van Eyck, comprobaríamos que la representación de El Bosco de un mundo
más amplio. De hecho, la percepción espacial está al servicio de la narración aún no habitado constituye la antítesis de aquél. A cualquier espectador de
como en un ingenuo escenario simultáneo todavía medieval, y no de la la época le habría extrañado la pintura incolora de El Bosco, la cual era nor-
nueva unidad visual de espacio y tiempo. No es el espacio en perspectiva, mal en las caras exteriores de los retablos plegables de más de tres hojas.
sino la pura suma de muchos motivos, lo que El Bosco utiliza para reflejar el Pero El Bosco la empleaba en un sentido contrario, pues lo habitual era que
mundo. Registra el mundo en su contingencia, en su forma de ser, sin some- representara, junto con el retrato del autor y el trompe l'oeil de las cosas
ter todo cuanto en él acontece al orden de una narración lineal. El aparente materiales, el mundo de los hombres, mientras que la de El Bosco imagina
arcaísmo de su pintura, que tantas hipótesis ha generado sobre los primeros el mundo antes de la Creación del hombre. Ninguna tabla había representa-
pasos de El Bosco como pintor, no debe engañarnos. Su lenguaje de imáge- do antes este tema. En la de El Bosco no se representa el acto de la Creación,
nes es fruto de una crisis que a la sazón se había producido en la descripción sino el cosmos, y como un globo de vidrio en cuyas paredes la luz se refrac-
artística y literaria del mundo. La inocencia de la representación sensible, ta. El globo que usaban los emperadores como signo de su dominio del
que tanto había entusiasmado a los pintores flamencos de la generación mundo aparece aquí suspendido en la nada porque está rodeado de una
anterior, había quedado atrás. El Bosco pone una y otra vez en evidencia lo oscuridad impenetrable que simboliza el mundo antes de la Creación.
20 21
por el hombre. La pintura reacciona a este tema renunciando a los colores.
Pero los filetes que separan las dos hojas, y que despiertan nuestra curiosi-
dad por lo que hay dentro, atraviesan como desgarrándola la imagen, que
más parece un modelo cartográfico que una narración. La obra cerrada sim-
boliza al mismo tiempo un mundo aún cerrado. Entre las caras interior y
exterior hay así una relación similar a la que existe entre un proyecto y su
ejecución, o entre la idea y la realidad de un proyecto. Por eso, esta primera
impresión de una vista del mundo se propaga de la cara exterior a la obra
como un todo . Quien ha estado frente al vacío negador de las imponentes
hojas exteriores, pronto intuye que la acción de abrirlas fue una vez una
operación imprescindible para que la obra produjera su efecto dramatúrgico.
Aún hemos de volver sobre este efecto en su escenificación original (p. 78).
Aquí hay un lugar para Dios Padre. Coronado de una tiara como la que
llevaban los papas, y sentado muy lejos, en la esquina superior, hace ade-
mán de ordenar algo con una extraña timidez, como si el mundo creado se
le fuese ya de las manos. Porta además una Biblia que apoya en sus rodillas,
como si para crear el mundo necesitase un guión. El Bosco se sirve de dos
largas inscripciones latinas para definir su representación. Pero éstas no
proceden, como cabría esperar, de la Biblia, sino de uno de los salmos en
los que el rey poeta David entona una loa a la Creación. <<Porque Él lo dijo,
y existió; Él lo mandó, y surgió>> (Sal 33 .9). El salmo que El Bosco cita es
una versión libre de versículos del Génesis, algo en consonancia con su
tendencia a reclamar para sí la libertad de la poesía. Debe tomarse en serio
este matiz, pues caracteriza a un autor que hace de la historia bíblica de la
Creación un motivo de su arte. El Bosco nos invita también con esta cita a
leer el salmo, en el que se dice que Dios «mira desde el cielO>>, y mirando
encierra en un odre las aguas marinas y guarda en un depósito el océano.
La cara exterior de la obra es como una alabanza pictórica de la Creación,
pues pone a la vista el diseño incompleto de un mundo aún no profanado Caras exteriores: La Creación.
22 El laberinto de la mirada 23
El mundo como Paraíso
l
A El Bosco le interesa más la pintura poética del Paraíso que la escena
bíblica que aquí compone. Vemos en ella un paisaje mundial, pues en el
plan de la Creación el mundo entero estaba destinado a ser Paraíso, y al
mismo tiempo aquel paisaje exótico del lejano Oriente en el que aún se
podía creer cuando la tierra aún no había sido explorada geográficamente.
En el centro se alza la fuente del <<río que regaba el jardín del Edén» como
un vegetal híbrido de color carne sobre unas aguas de un tenue azul. En el
centro de la misma se abre cual ojo un oscuro agujero en el que una lechu-
za, la ambigua ave nocturna de El Bosco, arruina la inocencia de la escena.
También los crueles instintos de los animales salvajes inducen al escepti-
cismo ante este idilio. Finalmente, en ese Paraíso se encuentra ya anticipa-
da la Caída en la prohibición de comer del árbol del conocimiento. Abajo
bullen alrededor de una charca toda clase de criaturas fantásticas, entre las
cuales una con pico atrae la mirada por aparecer leyendo un libro y vesti-
da con un hábito semejante al de un monje. Ill. p. 33
Las figuras híbridas de fauna y flora dan la clave de la estrategia artísti-
ca de El Bosco. Precisamente allí donde sus formas escapan a toda inter- El Paraíso: lechuza.
pretación posible, son libre material para la fabulación poética de El Bosco.
En la Biblia, Dios concede a Adán libertad para <<poner nombre>> a todos
los animales creados. Así como Dios inventa las especies, Adán inventa los
nombres. El Bosco traduce esta enciclopédica nomenclatura a una veleido- tramos casi idénticas en El Bosco cual reportajes en los que un arte cita
samente imaginaria enciclopedia gráfica, cuyas nuevas especies no figuran literalmente a otro arte.
en ningún bestiario. El zoo de El Bosco incluye seres que no tenían nom- Las obras de Ciríaco de Ancona circulaban en su mayoría en valiosos
bre ni existencia, y que representan las posibilidades ilimitadas de la Crea- manuscritos sólo asequibles para las clases superiores. Por ende, esas alusio-
ción. La mezcla de naturaleza y ficción, la caprichosa mimesis bosquiana nes de El jardín de las delicias sólo podían entenderse en aquel medio social.
de la Creación, amplía los géneros de la flora y la fauna fuera de los límites Pero el exotismo que El Bosco despliega en una combinación de precisión
que a la sazón, en la época del Descubrimiento de América, parecían científica y libre fantasía toca el nervio de la época. En torno al año 1500
ampliarse día tras día. comenzaba la conquista del mundo, pero todavía era necesario procurarse
Para su exotismo, El Bosco apelaba a los conocimientos de los huma- guías de viajes, lamentablemente ya anticuadas, para poder hacerse, direc-
nistas y de la aristocracia. Así, la jirafa y el elefante, por poner sólo dos tamente en viajes particulares o mediante recuerdos traídos por otros, una
ejemplos, repiten las ilustraciones de las noticias de viajeros contenidas en idea de aquel mundo dramáticamente ampliado. Cuando en un palacio de
la literatura erudita del siglo xv. Durante mucho tiempo han creído los Bruselas se expuso El jardín de las delicias, al mismo tiempo se presentaban
investigadores que estos dos animales citan las figuras de Erhard Reuwich los primeros trofeos del Nuevo Mundo, que llegaron a entusiasmar al con-
del libro de Breydenbach Peregrinaciones a Tierra Santa (1486). Pero Phyllis servador Durero (pp. 105-106). Pero El Bosco no poseía entonces ningún
W. Lehmann ha identificado sus modelos en los dibujos que acompañan a conocimiento capaz de excitar su imaginación de lo que había en aquella
las cartas de viajes del humanista Ciríaco de Ancona. Ciríaco había viajado región del mundo. Aquella obra se pintó, pues, en un momento en que el
varias veces a Egipto en la década de 1440, e informado de antigüedades y antiguo exotismo era sustituido por otro nuevo. Exotismo era la etiqueta
animales exóticos desconocidos en Europa. Giacomo Rizzoni lo elogiaba Ill. p. 31 que la época colocaba a toda curiosidad que no se contentaba con la ima-
en una carta de 1442 como <<pintor, que no como cazador, de especies gen tradicional del mundo y promovía la exploración del planeta. Pero El
admirables>>. Ya Martin Schongauer había utilizado este exotismo sacado Bosco conservaba su escepticismo, y por eso mezclaba el ser y la apariencia
de la literatura de viajes en su arte. En un famoso grabado, La huida a Egip- del mundo en una singularidad poética a la que poco le preocupaba la
to, muestra versiones propias del drago y de la palmera datilera que encon- ampliación geográfica de los conocimientos sobre el mismo.
26 El laberinto de la mirada 27
El Paraíso: Adán y Eva.
pie de una zanfonía colocada boca abajo, y un_coro infernal canta estri-
dente las notas escritas sobre un trasero, el lugar del placer nefando. El
sonido de una cornamusa, símbolo sexual en el doble sentido, acompaña JI/. p. 43
El Infierno: tortura
38 El laberinto de la mirada con instrumentos musicales.
1
A~;-~.:= -~ .~~~
El hombre-árbol, dibuj o,
Viena, Albertina.
El Infierno.. e1 hombre-árbol.
reojo/ sería entonces la marca de un artista que reclama para su imagina- Ill. p. 42
seducir con sus besos a un hombre que se resiste para que firme un docu-
mento por el que lega sus bienes a la Iglesia. Un ayudante tiene prepara- Ill. p. 41
dos los sellos para el documento. Un segundo ayudante oculto en una
1
47
1 i
1 i
1
Páginas siguientes:
SO El laberinto de la mirada Las cuatro regiones del mundo, detalles.
Vemos pájaros que alimentan a hombres y peces que se hacen transportar
por hombres o que tienen alas. Observamos hombres que se esconden en
crustáceos y moluscos o se asoman entre las patas de un pájaro. La simbio-
sis entre hombre y animal, y también la que existe entre hombre y planta,
simbolizada en los grandes frutos de los que hombres y animales se alimen-
tan sin disputárselos, es la visión de una existencia armónica del hombre Ill . p. 55
en la naturaleza que no es posible en la realidad. Esta naturaleza aquí repre-
sentada se halla en un permanente estado de devenir del que sólo lo pasa-
jero está excluido. La exuberante fecundidad de esta naturaleza viene sim-
bolizada por los folículos y los cascarones, así como por las valvas entre las Ill. p. 15
54 El laberinto de la mirada
Ill. p. 56 mal se ha introducido en un cilindro de vidrio incrustado en un gran
fruto. Los pocos cilindros de vidrio que aparecen en el cuadro contradi-
cen, como productos técnicos del hombre, las bolsas amnióticas y los
órganos vegetales de la naturaleza paradisíaca. El Bosco pudo haber queri-
do aludir a las retortas en las que los alquimistas se proponían adulterar las
leyes de la Creación. Se trataría entonces de un comentario que critica un
aspecto de su época, de un reproche contra un mundo posterior a la Caída -
que, imitando pecadoramente a la naturaleza, ofende a la Creación divina.
La fecundidad natural era lo opuesto a la transmutación química de los
elementos en los laboratorios de los alquimistas. Estas prácticas son pues-
tas en la picota de una forma realista en la esquina inferior derecha del
cuadro, donde se ve un cilindro de vidrio con pie de madera negra, que
aquí parece un cuerpo extraño.
Ill. p. 58 Allí, una mujer rubia con la cabeza apoyada en la mano y gesto melan-
cólico se acurruca detrás de un recipiente de vidrio más grande y con
botones; tiene la boca sellada, y en la otra mano una manzana que aún no
ha mordido. Junto a ella, un hombre, la única figura vestida, que mira
fuera del cuadro nos señala a la mujer con el índice como un comentarista
mudo. Sospechamos que esta figura, parecida al <<hombre-árbol» del Infier-
no, es un discreto autorretrato de El Bosco. Su acompañante podría ser
Adán, que mira a Eva antes de la Caída. Cualquiera que sea la lectura que
se haga de esta escena, que tantas y tan diversas y controvertidas interpre-
taciones ha recibido, en ella se abre una grieta en la lisa superficie de la
fábula. Entra aquí en juego la conciencia, una conciencia de la diferencia
entre el bien y el mal que, como la Biblia asegura, no existía antes de la
Caída. Esta ficción concedía al pintor la licencia de representar el imagina-
rio colectivo tal como debió de aparecer en los sueños de la época. El
Bosco estimulaba al espectador por el procedimiento de escamotearle con-
tinuamente la línea de separación entre realidad y fantasía . La descripción
de la naturaleza rebasa todo lo que la pintura había realizado hasta enton-
ces, y esta descripción reluce, para entresacar un ejemplo, en los caballos,
cerdos y gatos salvajes que rodean el estanque del placer. Pero el mismo
realismo observamos en grifos y unicornios, a pesar de ser criaturas imagi-
narias. Al fondo, la fantasía celebra su triunfo en los peces que vuelan o en
las mariposas antropomorfas que se elevan en el cielo sobre las rocas de
formas híbridas. La ambivalencia de este lenguaje trascendió los enigmas
del contenido y abrió a la pintura un nuevo campo en el que llegaría a ser
un arte parejo a la poesía.
57
EL PINTOR EN SU CIUD A D
59
vara, que poseía seis cuadros de El Bosco. Posiblemente los adquiriera, ya en
vida de El Bosco, su padre Diego cuando, en 1510, realizó un despacho en la
corte flamenca como hombre de confianza de la Corona española. En los
Comentarios de pintura, que Guevara escribió hacia 1560, censuraba a los fal-
sificadores de El Bosco, que ya unos decenios atrás imitaban su exitosa pin-
tura simplemente pintando «monstruoS>> y «muchas cosas imaginariaS>> en
la estúpida creencia de que la imitación de El Bosco consistía simplemente
en eso. Numerosos fueron, según Guevara, los cuadros de esta clase, firma-
dos con el nombre del pintor, con los que se quiso engañar a los interesados
en su obra. Su supuesta autenticidad se reducía al efecto de una pátina artifi-
cial obtenida con humo, pues para hacerlos parecer antiguos <<Se colgaban
Jan van Diepenbeck,
Plaza del mercado de 's-Heriogenbosch, en la chimenea>>. Esta noticia es única en su época, y demuestra que, si se
1579, 's-Hertogenbosch, quería imitar al pintor, era porque no se podía dar continuidad a su arte. Su
Noordbrabants Museum. fama se cimentaba en la conciencia de que su arte constituía una excepción.
Incluso en el apogeo-del manierismo este arte no permitía más que la mira-
da retrospectiva a una obra que escapaba a la clasificación histórica y que se
de El Bosco, a quien Erasmo pudo ver a diario, no halló ninguna resonan- había terminado para siempre con la desaparición de El Bosco.
cia entre los estudiosos de las lenguas clásicas. En la exposición de Rotterdam resultó más que evidente que las obras
Casi todo lo que sabemos de la vida de El Bosco es resultado de haber de El Bosco eran piezas únicas delicada y espléndidamente pintadas, mien-
sido miembro de una conocida cofradía mariana, y se reduce a noticias bas- tras que los copistas, como Guevara los llama, sacrificaban la calidad pic-
tante decepcionantes relativas a servicios del pintor y encargos que se le tórica y trataban los temas de manera tan desembarazada como inauténti-
hicieron. En éstos figuraba también el patriciado, y como miembro de la ca, como si sólo se propusieran superar en originalidad a El Bosco. En este
elite el pintor debió de sentirse, si damos crédito a la divisa, <<como un lirio avillanamiento de la iconografía de El Bosco, así como en la manipulación
entre cardos>> en el ambiente de la ciudad. A las nueve comidas anuales de y exageración de sus motivos, se muestra hasta qué punto había decaído
la cofradía se añadían procesiones con una imagen de la Virgen y represen- la fuerza que una vez poseyó esta singular pintura. Mientras que su crea-
taciones de la Pasión en las que la presencia de diablos ponía una <<nota dor tanteaba su terreno cautelosamente y sin alardes, los imitadores piso-
cómica>>. El Bosco se había inscrito en 1486-1487 como miembro de la teaban presuntuosos ese terreno sin el menor miramiento. La moda de El
cofradía, de la que pronto sería <<Uno de los hermanos más comprometi- Bosco se convirtió en la pintura en una verdadera producción de masas
dos>>. En julio de 1488, una comida fraterna, <<de cisnes>>, se celebró por vez que contrastaba agudamente con el reducido volumen de la obra de El
primera en su casa. Y en 1510, los miembros se reunieron el cuarto domin- Bosco. Hoy sabemos por los recientes análisis de las tablas de El Bosco que
go de Cuaresma, después de asistir a primera misa en la capilla de la cofra- algunas de éstas, antes atribuidas al maestro, pudieron haberse pintado
día, <<en casa de Jheronimus van Aken, el pintor (scilder) que firma como después de su muerte. Entre ellas figuran obras como La coronación de espi-
Jheronimus Bosch>>. En 1516 se celebró el funeral por su muerte. Cuando, nas de El Escorial, el Ecce hamo de Filadelfia y El nacimiento de Cristo de
medio siglo después, se anotó este año en el registro de la cofradía, se aña- Colonia. Incluso es posible que posteriormente se inventaran temas al esti-
dió un comentario: fue <<Un pintor insigne>> (insignis pictor). Su producción lo El Bosco y se legitimaran después como copias de obras originales suyas
artística, así como su prestigio en el mercado europeo del arte, sólo puede para satisfacer a una clientela ávida.
reconstruirse a partir de indicios dispersos más bien circunstanciales. Felipe de Guevara advertía en sus comentarios a los legos de que no
En 1521, un cronista mencion? tres cuadros de El Bosco en posesión del debían ver en El Bosco sólo a un <<inventor de monstruos y quimeras>> que
cardenal veneciano Grimani. Después de 1523, el diplomático portugués traspasaba los límites de la naturaleza. Guevara defendía la belleza y la
Damiao de Goes adquirió en un mercado de arte tres cuadros religiosos de licencia poética del arte de El Bosco comparándolo con una variedad cómi-
nuestro pintor. Por aquel entonces El Bosco era ya tan célebre que se falsifi- ca de la pintura antigua a la que se había dado el nombre de <<grillo» . En
caban obras suyas. Esto lo sabemos por el humanista español Felipe de Gue- esto copiaba literalmente al escritor romano Plinio, quien había dado a
60 El pint or en su ciudad 61
conocer al griego Antifilo como inventor de un tipo notablemente idiosin-
crásico de pintura satírica. Guevara, nacido cuando El Bosco aún vivía, se
atrevió a comparar a éste con un pintor antiguo con la intención de defen-
der la originalidad de la inventiva bosquiana dentro de 'la iconografía tradi-
cional. Teniendo en cuenta su temática todavía medieval, quiso demostrar
que El Bosco había conquistado por vez primera la libertad para el arte.
Con esta misma intención comJ2élró ]osé de Sigüenza (p. 14) la pintura de
El Bosco con la poesía, pues el pincel y la pluma eran para él en igual medi-
da servidores del arte. Sigüenza emparejaba a El Bosco con un poeta latino
de la época que abandonó todos los estilos poéticos conocidos para inventar
un estilo <<cómico» que, para no tener competidores, llamó «macarrónico>>.
Se refería al monje italiano Teofilo Folengo (1491-1544), de quien sólo cono-
cía el fantástico seudónimo de Merlín Cocaio. Su epopeya burlesca Baldus,
una novela caballeresca que concluye en el Infierno, maltrataba el latín de
los humanistas fingiendo una ignorancia que le permitió dotar a una lengua
popular, la <<macarrónica>>, de forma literaria. Y logró hacer de un estilo
híbrido y anticlásico toda una forma artística. Con esta comparación,
Sigüenza defendía a El Bosco contra las normas estéticas del Renacimiento,
que el pintor no cumplía porque, aducía, simplemente no quería cumplir-
las. El Bosco no imitaba, según Sigüenza, a los poetas macarrónicos, cuyas
obras eran de todos modos más recientes, sino que tenía sus propios moti- El escarnio de Cristo (Ecce hamo), Las bodas de Caná, Rotterdam,
vos para transformar un estilo satírico en una forma artística seria. Frankfurt a. M., Stadelsches Kunstinstitut. Museum Boijmans Van Beuningen.
62 El pintor en su ciudad 63
El vagabundo.
Este cuadro constituía
originariamente la doble
hoja exterior
de un tríptico perdido.
Rotterdam, Museum
Boijmans Van Beuningen.
64 El pint or en su ciudad 65
tema p ictórico, por realista que parezca cada uno de los motivos emplea-
dos, en los que se reconocen los usos carnavalescos de una chirigota. Entre
los inspiradores literarios no podía contarse, por motivos cronológicos,
Sebastian Brandt, autor de la obra en verso La nave de los locos (1494), a
pesar de constituir ésta el paralelo literario más directo. A pesar del título,
la metáfora de los locos, que también es una clave importante en la obra
de El Bosco, ocupa aquí el primer plano. Johannes Geiler von Kaiserberg,
que en 1498 pronunció en Estrasburgo un sermón sobre la obra de Sebas-
tian Brandt, la presentó como un <<espejo de la verdad moral», reflejada
<<en metáforas y parábolas>> . El «inventor de este espejo», es decir, Brandt,
no apelaba a la vanidad, sino a la sabiduría. En este mismo sentido se con-
sideraba El Bosco <<inventor>> (fictor) de un arte de la interpretación perso-
nal del mundo que ponía en evidencia las apariencias que tan divertida-
mente representaba en sus cuadros. Al igual que su coetáneo literario,
montó su alegoría con citas realistas de la «iconografía de las conductas»
que D. Bax ha podido documentar en proverbios flamencos .
Las pinturas de El Bosco se verbalizan en cierto sentido en la medida en
que se hallan cifradas como un texto. El Bosco podría haber recibido ins-
piración de obras gráficas impresas o de glosas marginales de libros de tea-
tro, pero fue el primero que trasladó este repertorio al medio de la pintura,
con lo cual introdujo funciones completamente nuevas en el mercado del
arte. Es interesante el hecho de que El Bosco utilizara el dibujo no sólo en
el proceso pictórico, sino también como un medio autónomo en el que
expresaba sus disposiciones de manera espontánea. El Bosco fue el primer
1
ar9 sta que dejó un corpus de dibujos originales, y ello hace suponer que
sus dibujos, impulsivamente realizados con pluma y pincel, ya entonces se
coleccionaban eventualmente. El Bosco retenía en el dibujo las observacio-
nes más fugaces que cabían en su entorno urbano, pero también salía con
el lápiz de dibujo al campo para captar allí directamente la cifra de la vida
en el correr, reptar o volar de los seres vivos.
La nave de los locos.
Pero incluso en aquellos ambientes no se conformaba con registrar lo Este cuadro constituía
que veía, sino que enlazaba la observación con la fantasía. Las imágenes originariamente la hoja
interior de un tríptico
exteriores e interiores se mezclaban ya cuando sus ojos sólo veían la mate-
perdido (cfr. también
ria prima para el trabajo de su profunda fantasía. En un dibujo a pluma con la reproducción de p. 65).
bistre, hoy conservado en Berlín, podemos observar el trazo soberano con París, Musée du Louvre
que captaba la naturaleza en árboles y pájaros. Sobre las ramas desnudas de y New Haven, Yale
University Art Gallery,
un árbol muerto, en cuyo hueco se ha introducido una lechuza (El Bosco donación de Hannah D.
debió de hacer observaciones nocturnas), graznan y aletean los pájaros más y Louis Rabinowitz.
diversos. Pero de repente se descubre que los árboles tienen orejas humanas
La muerte del avaro.
y ojos también humanos observan desde el campo. Queda atrás la inocen-
Este cuadro constituía
cia de la mirada con que contemporáneos de El Bosco como Hans Memling origin ariamente la hoja
o Gerard David habían satisfecho la necesidad de naturaleza de la sociedad interior de un tríptico
perdido (cfr. también
la reproducción de p. 65).
Washington, National
66 El pintor en su ciudad Gal!ery of Art.
urbana. Cuando bajo su mirada acechante la naturaleza adquiere rasgos
antropomorfos, la desenmascara como mundo de peligro y violencia en el
que ya no puede ver la integridad original opuesta a la civilización.
Pero la mayor sorpresa nos la da la comprobación de que este paisaje no
dice en absoluto lo que parece querer decir, pues no es en verdad sino un
símbolo cifrado de la ciudad natal de El Bosco, cuyo nombre El Bosco
transforma en un acertijo. 'S-Hertogenbosch significa literalmente <<el bos-
que (bos) del duque>>, y con este nombre, en el que se pueden encontrar
ojos (ogen) y oídos en forma de elementos fonéticos, podía crearse en el
ambiente de El Bosco un divertido acertijo. De pronto, el dibujo aparece
como un extraño blasón subversivo de la ciudad. Una cita latina, escrita
seguramente por el propio Bosco en el borde superior de la hoja, reprueba a
los espíritus pequeños que siempre utilizan chlichés (inventis) y jamás
inventan nada propio (nunquam inveniendis), como si el artista quisiera
defenderse contra la crítica de los tradicionalistas. La referencia a sí mismo
del artista, que adoptó como seudónimo el nombre de la ciudad, es bien
ostensible. Pero también lo es la alusión a una sentenciosa sabiduría de su
tiempo que El Bosco enlazaba en brillante combinación con el nombre de
la ciudad, como ha observado ]os Koldeweji en el catálogo de la exposición
de Rotterdam. El proverbio a que El Bosco aludía significaba que era mejor
ver y oír, esto es, callar cuando ya <<los bosques tienen oídos y ojos los cam-
pos>>. Si se combina esta máxima con el nombre de la ciudad, se encuentra,
a pesar de todos los motivos cifrados del dibujo, y aunque a primera vista
parezcan simples apuntes de la naturaleza, una sutil alusión a la filosofía de
la vida y al arte de la supervivencia de El Bosco en tiempos azarosos. El árbol
muerto en cuyo hueco han hallado refugio la lechuza y el zorro cobra de
pronto un nuevo significado. Mientras en las ramas graznan y aletean los
pájaros exponiéndose así a peligros, en el interior del árbol la lechuza y el
zorro se esconden y callan.
68 El pintor en su ciudad
EN EL PALACIO DE NASSAU
71
dad. Gossaert utilizaba de forma elegante la clave mitológica al servicio de
la formación humanista. De esta clase de temas no había entonces ninguna
tradición en la pintura. Su lugar estaba en las primeras colecciones de arte,
formadas sin temor a las representaciones de dioses antiguos y recono-
ciendo a la pintura el privilegio de emplear la ficción como tema.
Un ministro veneciano retrataba en 1531 a Enrique de la siguiente mane-
ra: <<Nadie goza tanto del favor y el respeto del Emperador (Carlos) como el
conde de Nassau. Su influencia habría sido aún mayor si hubiese querido
encargarse de los asuntos de Estado y ejercido todo su poder, pues el Empe-
rador le tiene gran afecto. Pero aborrece la ocupación en los asuntos de Esta-
do y sólo está presente en aquellas sesiones del Consejo a las que asiste tam-
bién el Emperador en persona. Entonces expresa francamente su opinión>>.
Su pensamiento estaba más en los placeres de la vida, siendo de natural ale-
gre, lo cual se reflejaba también en su sentido del humor. Así, a un retrato
matrimonial que envió a sus parientes alemanes añadió la observación de
que su esposa hubiera deseado <<ser más hermosa ... y yo algo más joven>>.
Antonio de Beatis, que en 1517 viajó a los Países Bajos, menciona en su
jan Gossaert, Hércules y Deyanira,
hacia 1517, Birmingham, The Barber Institute descripción del palacio de Nassau en Bruselas no sólo las muchas puertas
of Fine Arts, University of Birmingham/ falsas, sino también una cama inmensa que Enrique se había hecho fabri-
Bridgeman Art Library. car porque <<Con frecuencia celebraba banquetes y le gustaba ver a sus invi-
tados ebrios. Cuando estaban tan cargados de vino que no podían soste-
nerse en pie, los enviaba a dicha cama>> . El interés de Enrique por las cues-
tiones religiosas era, como cabía esperar, exiguo, y prevenía a sus herma-
ven en otros retratos similares, se salía de la norma. El hecho de que Enri- nos de Alemania contra la doctrina de Lutero con el argumento de que no
que se hiciese retratar por Jan Gossaert revela su relación personal con un podía haber <<dos confesiones en una misma casa>>. Si le faltaba la seriedad
círculo de coleccionistas de la alta aristocracia en el que se favorecía el de la fe, su sensibilidad artística estaba muy desarrollada, aspecto éste que
Renacimiento italiano. Gossaert era algo así como el pintor de la Corte de debe tenerse en cuenta en la interpretación de las pinturas de El Bosco.
Maximiliano, último vástago vivo de la vieja dinastía de Borgoña, anterior Enrique encargó a un italiano naturalizado la transformación de su
a los Habsburgo, y único miembro de la casa que había recibido educación residencia de Breda en un palacio renacentista y la construcción en la
humanista. Gossaert había acompañado a su mecenas en un viaje a Roma Grote Kerk de un mausoleo renacentista para su tío Engelberto. Cuando el
realizado en 1508 que le dejó hondas impresiones. En el castillo de Sou- elector de Sajonia le envió en 1520 un retrato de Lucrecia pintado por
burg, en Zelanda, perteneció a un grupo encargado de transformar la resi- Lucas Cranach, Enrique le agradeció el regalo con la observación de enten-
dencia de Felipe en una suntuosa corte renacentista. dido de que Lucas <<podría revelarse como un maestro>> si su príncipe le
Enrique compró a Gossaert un cuadro con el mito de Hércules y Deya- diera tiempo. Si hemos de creer al escritor Karel van Mander, Jan van Sco-
nira, que en el mismo año de la compra, 1517, mencionó como una de rel y su colega B. van Orley pintaron varios cuadros para el palacio de .
sus propiedades artísticas junto al tríptico de El Bosco (p. 73). El pequeño Breda. De Beatis vio en el palacio municipal de Bruselas, entre «muchos
cuadro con el referido tema, conservado en el Barber Institute of Fine Arts bellos cuadros, la historia del juicio de Paris con las tres diosas>>, que cono-
de Birmingham, nos da, aunque no fuese la versión de Enrique, cierta idea cemos de la obra pictórica de Cranach.
de la que éste tenía en la mente. El antiguo drama matrimonial, que con- La pintura renacentista, surgida en los Países Bajos alrededor de 1515
cluye con Hércules envenenado por su celosa mujer, no debió de ser más con su gusto por los temas antiguos, y que pronto fascinó a Enrique, per-
que un pretexto para una representación erótica de dos figuras desnudas tenece a una nueva época. Pero El jardín de las delicias de El Bosco ya había
como las que Gossaert pintaba en otros cuadros con mitos de la Antigüe- dejado un gusto renacentista en Enrique. No sabemos cuándo se pintó ni
72 En el palacio de Nassau 73
cuándo se adquirió esta obra, pero parece ser que en 1517, año en que es
mencionada por vez primera, hacía tiempo que era propiedad de Enrique.
La cronología de las obras de El Bosco tiene aquí una laguna, pues a pesar
de las muchas investigaciones no existe la menor certeza. Incluso las
investigaciones sobre los años en que se cortaron los árboles con los que
se hicieron las tablas (dendrocronología) no aportan nuevos datos, pues
en este caso sólo permitirían afirmar que El Bosco empleó madera almace-
nada en los años 1460-1466. Por eso elegimos otro método que nos permi-
te hacer una conjetura sobre las circunstancias en las que la obra fue
encargada. A ello se presta un documento del año 1504, conservado en el
archivo de Lille, que utiliza por vez primera el sobrenombre de Bosch.
En septiembre de aquel año, Felipe el Hermoso, que se detuvo en la
casa de El Bosco, hizo pagar al pintor la suma de 36 libras como anticipo
<<por un gran cuadro de 9 pies de alto y 11 de ancho>> . Felipe eligió el tema
del «Juicio del Señor, es decir, el Paraíso y el InfiernO>>. Quizá no se vea en
estas palabras más que un tópico, pero el texto no deja lugar a dudas sobre
el hecho de que el archiduque deseaba satisfacer su personal gusto artísti-
co con una adquisición privada. Quizá la obra no fuera entregada a nadie
tras la muerte de Felipe. Pudo ser concebida de modo muy similar al altar
del Juicio de la Academia de Viena, que también es obra suya y podría ser
la original si su formato fuese distinto. El tema del altar de Viena es perfec-
tamente conocido, pero en la hoja central es tratado de una manera harto
insólita. La verdadera escena del Juicio en el Cielo queda reducida a una
glosa marginal de la composición, mientras que el pecaminoso mundo
que se desenvuelve en el escenario principal no se preocupa por el Juicio
celeste que sobre él se cierne porque ya se ha juzgado a sí mismo.
En el encargo de Felipe se había previsto que la obra tuviera, a pesar de
su destino privado, un formato mucho mayor que para el altar de Viena.
Si las medidas de 2, S6 x 3,16 m que Jan Mosmans ha establecido son las El Juicio Final, posterior a 1504, absueltos serán admitidos al final de los días, sino un Paraíso terrenal ino-
correctas, el tríptico del Juicio no coincidiría con ninguno de los formatos Viena, Gemaldegalerie cente que nunca fue abandonado ni fue sometido a ningún juicio (p. 87).
der Akademie der bildenden Künste.
conocidos de El Bosco, y superaría en tamaño a El jardín de las delicias, que Resulta atractiva la idea de que los dos amigos, Felipe y Enrique, hubiesen
es la obra de mayor formato de todas las conservadas. Felipe hizo, pues, a rivalizado en 's-Hertogenbosch en sus encargos con humor aristocrático.
El Bosco un encargo espectacular para darle ocasión de desplegar toda su Enrique habría sido el más atrevido, decidiéndose por un tema espinoso
extravagante imaginería. ¿Es casual que El jardín de las delicias muestre cla- que la Inquisición habría visto con recelo. En el mismo año de 1504 había
ramente en su caras interiores el esquema de un altar del Juicio (Paraíso e recibido la herencia de Nassau, y disponía de un gran patrimonio. La impli-
Infierno) sin llegar a representar un juicio ni llegar a ser una obra para un cación de los dos amigos se hace más plausible si, en vez de ceñirnos a la
altar? Lo esencial en él es la referencia perdida a una representación del de todas formas dudosa cronología de las obras de El Bosco, presumimos
Juicio cuyo tema principal ha sido cambiado. Si el tríptico del Juicio era ya que entre ambos surgió la idea de una obra de todo punto singular.
un proyecto ambicioso, éste fue sobrepujado en El jardín de las delicias por No conocemos ninguna mención de la obra que nos revele cómo se
un tema nunca antes pintado. Su tema iba dirigido a iniciados, y por eso entendió en su tiempo. En esto tampoco nos ayuda Antonio de Beatis, que
llamó en seguida la atención su misteriosa contradicción con el tema del escribió el diario de viaje del cardenal español Luis de Aragón en dialecto
Juicio. El Paraíso que en él vemos no es el Paraíso celestial en el que los apuliano. Sus descripciones, todas superficiales, son las propias de un turista
74 En el palacio de Nassau 75
que observa a distancia el ambiente flamenco. La residencia de Nassau,
descrita como «muy espaciosa y suntuosa, de estilo alemán (gótico) >>, le
cautivaba tanto como los cuadros de desnudos. De ahí que reaccionase
con una curiosidad ingenua a la vista de las <<Cosas caprichosaS>> de la obra
de El Bosco, en la que veía paisajes <<y muchas otras cosas, como (perso-
nas) que salen de una concha marina y otras que unas grullas cagan,
mujeres y hombres, blancos y negros en diversas posturas y actos, pájaros,
animales de muchas especies y muy naturales, cosas divertidas y fantásti-
cas de ver, e imposibles de describir a quienes no las conocen>> . Es evidente
que, o bien no se le había explicado la obra durante su visita al palacio, o
bien había olvidado la explicación. Pero tenía razón en que aquella obra
pictórica única no se podía describir a nadie que no la hubiera visto.
Muy distinta fue la percepción que de aquella obra tuvo Alberto Durero.
Él debió de ser un intérprete esperado cuando tres años más tarde, en el
verano de 1520, se detuvo en Bruselas durante un viaje por los Países
Bajos. Sin embargo, no menciona la tabla de El Bosco. Dado que, según los
documentos, la obra estuvo en el palacio de Nassau hasta la segunda mitad
del siglo xvr, Durero tuvo que haberla visto si descartamos el caso improba-
ble de que el día de su visita no pudiera contemplarse. Pero su silencio es
sistemático, y expresa desaprobación. Durero admiraba a antiguos maes-
tros como Jan van Eyck, y hasta pagó entrada por ver un San Lucas pinta-
do por Rogier. El Bosco debía de irritarlo porque la ausencia de las propor-
ciones clásicas no respondía a su estética. En sus libros sobre la proporción
se lee que sin el concepto de una medida adecuada no se puede pintar
<<ningún cuadro bueno>>, y que <<no hay que quebrantar nada de la natura-
leza ni introducir en ella nada que resulte insostenible>>. Sin embargo, lo
que Durero dejó escrito sobre el palacio es un oportuno complemento a la
descripción de Beatis. En la capilla vio <<el admirable cuadro que había pin-
tado el maestro Hugo (van der Goes) >>. El palacio poseía un altar del que
era autor este gran pintor y que debió de ser propiedad de los Nassau ya en
tiempos de Engelberto. <<Y he visto las dos grandes y hermosas salas y todas
las exquisiteces que la casa muestra por doquier, incluida la gran cama en
la que pueden descansar SO personas. Y también he visto la gran piedra
que cayó del cielo en el campo junto al señor de Nassau. Esta casa se halla
en una zona alta (en el Coudenberg, por encima de la ciudad). Desde ella
se ofrecen las vistas más hermosas, que dejan maravillado a quien las con-
templa. Y no creo que las haya iguales en todos los países alemanes>> . La
mención del meteorito confirma la impresión de que en aquel palacio se
estaba formando una colección de mírabilia del arte y de la naturaleza en la
que la obra de El Bosco tenía su sitio también por su contenido. La leyenda
propalada por los visitantes de que el meteorito cayó del cielo junto a Enri-
que legitimaba al conde como propietario de aquella piedra.
78 En el palacio de Nassa u 79
'
80 En el palacio de Nassau 81
Tapiz con El carro de heno y finalmente en El jardín de las delicias, que en este inventa-
El jardín de las delicias,
rio tiene su más temprana descripción iconográfica. Según ésta, en el tapiz
posterior a 1540,
Copia de la tabla central, Madrid, © Patrimonio
se representan <<el mundo, el Infierno y el Paraíso terrenal (le paradis terres-
hacia 1540, Núremberg, Nacional. tre)>>. Estos datos, o bien dejan fuera el cuadro central porque no se encuen-
Germanisch es Nationalmuseum.
tra un nombre para él, o bien lo describen como «Paraíso terrenal», con lo
que, en nuestra opinión, habrían confundido lo en él representado.
De la serie de tapices de París, fabricados en un taller de Bruselas o de
La datación relativa a la madera con que se fabricó la tabla (1449-1455) Amberes, tuvo que haber ya en la década de 1530, como de todos los pro-
revela que ésta es más antigua que la del original, por lo que esta copia ductos de este género, un cartón (patron) a partir del cual podían fabricarse
tuvo que realizarse en vida de El Bosco. Desgraciadamente se halla tan varios ejemplares. Así se explicaría que los tapices volvieran a producirse
sobrepintada, que apenas puede decirse algo preciso sobre la manera en en la década de 1560. O. Kurz nos ha ilustrado del modo más preciso acer-
que se pintó. Pero resulta atractiva la idea de que alguien del estrecho cír- ca de este proceso. En junio de 1566, Antoine Perrenot de Grandvelle, que
culo del conde de Nassau, quizá el propio archiduque, encargase un desde 1560 había ocupado como cardenal la antigua residencia de Marga-
segundo ejemplar de la obra en el taller de El Bosco. rita de Austria en Malinas, recibió de su agente en Bruselas la información
Las copias posteriores de nuestra obra entraron también en la produc- de que «los nuevos tapices de El Bosco>>estaban listos para su envío. Justa-
ción de tapices. La tapicería se había convertido en un medio de repro- mente entonces había comenzado el régimen del terror de los españoles.
ducción de pinturas célebres, sobre todo cuando en las estancias principes- El duque de Alba había destituido al cardenal, obligado a abdicar a la regen-
cas empezaron a colgarse tapices como si fueran cuadros. En un inventario te y condenado al exilio a Guillermo de Orange, el heredero de Nassau,
de la casa real que Francisco 1 encargó en 1542 se menciona por vez pri- por rebeldía.
mera un ciclo de tapices «según modelos de Jerónimo» (des devys de Hiero- El de Alba pronto quiso adquirir la misma serie de tapices que el carde-
nyme). Aquí encontramos los mismos cinco motivos elegidos en las series nal, y en octubre de 1567 pidió que se la prestaran para hacerla copiar. El
de la década de 1560, y que aparecen en una tentación de San Antonio, en administrador de la casa del cardenal sospechó que esta petición era una
82 En el p alacio de Nassau 83
trampa y dio largas al duque. Pero finalmente tuvo que acceder a ella, y en
UNA LAGUNA EN LA BIBLIA
diciembre informó de que el duque de Alba había recibido «el gran tapiz
de El Bosco» que le había pedido. Tuvo que ser el de El jardín de las delicias.
Una serie de tapices de este tipo, de la que sin embargo sólo hay constan- Los grandes trípticos constituyen en sí mismos un género aparte en la obra
cia en España desde la época de Felipe IV, se conserva entre los bienes de de El Bosco. Podemos distinguir entre los verdaderos trípticos y los que tie-
la Corte española como parte del Patrimonio Nacional. Se trata de tapices nen dos o más de tres hojas. Los verdaderos trípticos son aquellos en los que
de casi tres metros de altura que reproducen los temas de El Bosco como si cada una de las tres caras internas muestra una escena distinta, pero asocia-
fuesen cuadros con un marco arquitectónico. El carro de heno aparece sobre da con las otras dos, mientras que el tríptico de Antonius de Lisboa, por
un globo terráqueo que está delante de un océano, y es reproducido en mencionar un solo ejemplo, en realidad narra tres veces la misma historia o
inversión lateral, lo cual hace suponer que hubo un señalador gráfico leyenda y en el mismo escenario. Los estudiosos llaman a veces a los verda-
entre el cuadro y el cartón. Los mismo ocurre en el tapiz de El jardín de las deros trípticos trípticos de la humanidad, pues su tema es la historia de la
delicias, en el que los tres cuadros figuran invertidos. Como el tapiz con- humanidad en el mundo, esto es, representan un destino colectivo. El
serva las tres partes del original, es notablemente más ancho que los demás esquema tradicional de estos trípticos, el arquetipo de los mismos, es el del
tapices. Las tres partes aparecen también entre columnas y con los colores Ill . p. 7S Juicio Final, aunque el ejemplar de Viena expone este tema de una manera
apagados. La reproducción del célebre original en versión textil, en la que nada tradicional (p. 74). Las hojas laterales representan los dos lugares pre-
las pinturas de las tablas de El Bosco aparecían como desprendidas de su vistos para el cumplimiento de la sentencia divina según la alternativa entre
viejo soporte y ya no eran observadas en su medio concreto, tuvo que <<absueltoS>> o <<Culpables>>, y en ellas tienen, por así decirlo, su sitio natural.
resultar particularmente interesante. Pero en el caso del ejemplar de Viena incluso la escena del Juicio sortea el
El duque de Alba quería copiar la obra de El Bosco en tapiz para <<hacer esquema conocido. La hoja del Paraíso no muestra el Paraíso futuro, es
más grandes>> las diminutas figuras (Fait {ere les personnaiges plus grant), como decir, el futuro de los bienaventurados, sino el Paraíso pretérito, del que los
decía el administrador al cardenal. Para impedir esta transacción, el admi- primeros humanos fueron expulsados tras la Caída. De ese modo se introdu-
nistrador había hecho saber antes al duque <<que el original es propiedad ce furtivamente una linealidad histórica que secretamente invierte el pano-
del príncipe de Orange, y el cartón se puede hacer mejor a partir de él» (que rama del fin de los tiempos y el Juicio mediante una visión poshistórica. La
le principal est sur le prince d'Orange sur lequel le patron se peult mieulx Faire). Caída inicia una secuencia temporal que termina en el Infierno.
La carta se escribió el S de octubre de 1567. Tres días después, el duque de Ill. p. 86 El llamado Carro de heno, de cuyas diferentes versiones la del ejemplar del
Alba decidía confiscar todas las propiedades del Guillermo de Orange, Prado no está demostrado que sea la original, toma del esquema del altar con
quien, después del hijo de Enrique, era el siguiente en la sucesión de Nas- el Juicio el prólogo en el Paraíso y el epílogo en el Infierno. Pero aquí la direc-
sau. Con esta confiscación quiso poner de rodillas al rebelde al que, junto ción de la narración viene reforzada por algunos artificios. En la hoja del
con Egmont, consideraba su mayor enemigo. Tras esta decisión, el duque Paraíso, la escena de la expulsión conduce como un guía la mirada a la conti-
no tardó en hacer del original de El Bosco, del cual había querido adquirir nuación en la hoja siguiente. La marcha narrativa se acelera en la hoja del
antes una copia en tapiz, propiedad personal suya. En el inventario de las Infierno, donde el frente de la línea narrativa, que ya ha atravesado la parte
propiedades confiscadas figura, con fecha de 20 de enero de 1568, <<una central, se detiene. Pero ¿qué marcha es ésta? Aquí vemos un carro lleno de
gran tabla (tableau) de jerónimo Bosch>>, que sólo podía ser El jardín de las heno, adorado como si fuese un carro de oro en procesión solemne y acom-
delicias. Posteriormente, su nuevo propietario, el duque de Alba, legó la pañado de todas las autoridades temporales y religiosas, que marcha sin sen-
obra a su hijo bastardo, el prior don Fernando. Sólo así se explica que, en tido alguno por el mundo antes de terminar con toda su deslumbrada com-
1593, dos años después de la muerte de éste, fuese adquirida de su legado pañía en el Infierno. El carro de heno es una metáfora lingüística, una ima-
por el monasterio de El Escorial. Así empezó su nueva carrera en la vida gen verbal <<traducida>> a imagen pictórica. Pide una interpretación alegórica
pública española, a la que hicimos referencia al principio (p. 8). más propia del acto de leer que del de contemplar. Verbalidad e iconografía
conciertan una hibridación que abre al arte una nueva dimensión. La insen-
sata <<marcha del mundO>> es llevada en este tríptico a su punto final. Las
caras exteriores añaden a esta visión del mundo un subrayado: muestran,
esta vez con el mismo colorido que en las caras interiores, a un vagabundo
84 En el palacio de Nassau
85
Nos encontramos aquí frente a una cuestión central en todas las inves-
tigaciones sobre la obra y que ha dividido a los intérpretes. Cualquier cono-
cedor de la Biblia tuvo que notar ya en la época en que se pintó la obra
que en la tabla principal del tríptico se representa una ficción, pues ese
estado de inocencia de una humanidad paradisíaca no sólo no se encuen-
tra en la narración bíblica, sino que la propia lógica de la Biblia lo excluye.
Pero ¿pudo El Bosco atreverse a abandonar el terreno de la verdad bíblica
después de haberse centrado en un tema bíblico? ¿Y pudo creer a quien le
encargó la obra capaz de exponerse con una obra tan heterodoxa, con su
representación falsa o arbitraria de la Biblia, a la mirada siempre vigilante
de la Inquisición? No, no pudo. ¿Y si en la Biblia hay una laguna entre lo
que habría podido o debido acontecer y lo que realmente aconteció? ¿Y si
la propia Biblia permitía una ficción, la resultante de imaginar cómo
habría sido la vida en el Paraíso si Adán y Eva no hubieran pecado? El
Bosco es en sus demás representaciones tan fiel a la Biblia que podemos
presumir que en la tabla principal hay una base bíblica que se puede citar
con textos. Estos textos se encuentran de hecho en la Biblia.
Pero hasta entonces ningún pintor había sido tan osado como para ins-
pirarse en tal ficción, pues de hacerlo habría contravenido la regla funda-
mental de que la iconografía bíblica sólo podía representar lo que realmen-
te había acontecido según la Biblia o lo que acontecería con posterioridad a
la revelación. El Bosco no sólo realizó una paráfrasis original de la Biblia;
también tuvo que saber que con ella estaba cuestionando el sentido de la
pintura religiosa tradicional. Pero esta tesis precisa de una nueva lectura del
perdido por el mundo. El Bosco encontró en la imagen del vagabundo el El carro de heno, texto bíblico. Con la creación de la primera pareja humana concluye el
1485-1490, Madrid,
símbolo de una humanidad cuya estancia en el mundo es sólo provisional. proyecto de la divina Creación. El tercer capítulo del libro del Génesis
Museo Nacional del Prado .
El jardín de las delicias muestra también otro recorrido con el propósito comienza con el más célebre y trascendental «pero>> (sed) que jamás haya
de utilizar el viejo esquema pictórico del Juicio para introducir nuevos empleado la literatura. <<Pero la serpiente era el animal más astuto de cuan-
temas que aún no tenían forma pictórica. No pienso necesariamente en tos el Señor había creado>> . Satanás incitó a los primeros humanos al peca-
una evolución en la cual El carro de heno constituyera un fase previa. La do, y así arruinó el plan de la Creación. Al excluir El Bosco la Caída, llenaba
idea de El jardín de las delicias parece que nació de una diversidad de opi- un vacío en el proyecto de la Creación. En su obra tiene su lugar todo lo
niones entre Felipe el Hermoso y Enrique de Nassau (p. 74). El prólogo y el que, después de la Caída, no podía ser más que una utopía. Asombrosa-
epílogo del Juicio retornan en nuestra obra, pero, esta vez, en la hoja mente, no necesitó inventar esa utopía a su arbitrio, sino que le bastaba con
izquierda con el Paraíso no se muestra la Caída. Desaparece así el subtexto atenerse a la propia Biblia. El libro del Génesis describe del modo más gráfi-
que en los otros dos trípticos dirige la narración lineal del curso del mundo. co, en su segundo capítulo, el Paraíso tal como habría sido para siempre.
Esta vez el tríptico ofrece, pues, una narración completamente insólita del El capítulo comienza diciendo que Dios plantó un delicioso paraíso
mundo, introducida en la cara exterior por la imagen del globo terrestre en (paradisum voluptatis) y colocó al hombre en él. Aquí cuenta el texto latino
la que aún no hay hombres. La continuidad visible entre el Paraíso ante- de la Vulgata, que la Iglesia observaba. El Bosco probablemente desconocía
rior a la historia, en el que sólo han vivido Adán y Eva, y el jardín paradi- la traducción de Lutero, que se atenía al texto hebreo y, por tanto, sólo se
síaco, habitado por muchos seres humanos, de la parte central contradice refería a un << jardín en Edén>> . La idea de un paraíso lleno de cosas delicio-
de forma tan manifiesta la narración bíblica, que reclama una lectura dis- sas daba a los teólogos grandes quebraderos de cabeza, pues si se recordaba
tinta de la practicada en la iconografía usual. Pero ¿cuál? la orden del Creador de <<multiplicarse y llenar la tierra>> resultaba escanda-
93
+
Sistema de canales de 's-Hertogenbosch.
empatía. Ello nos abre los ojos a lo que puede encerrar la temática, entera-
mente distinta, de El jardín de las delicias. Ante esta obra nos sucede que en
seguida nos perdemos en el laberinto de su fantasía y nos sentimos impul-
sados a buscar otro sentido oculto. Los antiguos motivos de la pintura reli-
giosa sólo proporcionan la materia prima para una fábula con caracteres
utópicos (Paraíso) y críticos (Infierno). Aquí se trata menos del más allá de
la doctrina cristiana que de una imagen contraria a la del mundo real, que
El Bosco espeja en la hoja del Infierno de la misma obra. La ambivalencia
en que sumía sus imágenes no sólo le servía para protegerse, sino que El retablo del cardenal Grimani,
La ascensión al Paraíso celestial, detalle.
también le concedía la licencia de una libertad artística que se recogía en
su propia imaginación. El arte, que en su época buscaba un concepto que
Dieric Bouts, Retablo del Juicio Final:
no se agotase en la destreza de los antiguos maestros, era aquí la clave para
el Paraíso, detalle del Paraíso terrenal,
un nuevo concepto de la pintura, que a menudo ha sido confundido con un de donde los bienaventurados suben al Cielo,
hermetismo del contenido. 1468-1475, París, Musée du Louvre.
representación del más allá. El Bosco había podido escoger entre varias extraído de A. Sanderus,
Chorographia S. Brabantiae.
maneras de cancelar la vieja obligación de la pintura de copiar la realidad
y ampliar el terreno del arte. Sabía del reciente interés por un lenguaje
jeroglífico, y habría podido cifrar su pintura conforme a un sólido sistema
para encerrarla en los significados ocultos de un alfabeto gráfico inventa-
do por él mismo. Pero, en mi opinión, se decidió por una libertad similar
a aquella de que la poesía disfrutaba cuando se nutría de la fantasía. El
sentido oscuro era el contenido de la poesía, y la belleza, el sentido visible
y operativo de la misma. Una cosa era enriquecer el léxico de la pintura y
otra distinta desligarla de la mímesis del mundo para ligarla a la fantasía
artística. La copia y la libre invención se unieron entonces en una seduc-
tora ambivalencia. En esta ambivalencia, la línea de separación entre ser y
apariencia era siempre borrosa. Sólo la competencia con que El Bosco
reproducía el mundo visible hacía creíble su interacción entre copia y fan-
tasía. El arte estaba aún buscando su propio concepto, pero no lo encon-
traría donde El Bosco lo había buscado antes de que la pintura del Renaci-
miento fuese introducida en los Países Bajos. De ahí que, de aquel arte que
El Bosco había desarrollado en solitario, sólo quedase tras la muerte del
pintor un recuerdo fascinado.
99
98 Un nuevo concepto de arte en diálogo con la literatura
hombres habían sufrido con la expulsión del Paraíso. Naturalmente, el
mito del Paraíso no fue originalmente una ficción. Sólo con el abandono
de un pensamiento mitológico se pudo descubrir la ficción en el viejo
mito. Así, era lógico que nuevos géneros que utilizaban abiertamente el
medio literario de la ficción reemplazaran desde Tomás Moro (p. 10) el
antiguo relato del Paraíso. La nueva coyuntura de la literatura utópica era
la heredera la antigua tradición del mito.
El Bosco traslada la imagen del Paraíso del saber colectivo de la fe al
imaginario colectivo de los sueños. La ficción del Paraíso adquiere su para-
dójico encanto de la autoridad de la Biblia, que describe el Paraíso. Pero en
la conversión del Paraíso en ficción, El Bosco socava esa autoridad bíblica
y hace que el tema sea propiedad del arte. La presencia del tríptico de El
Bosco en la cosmopolita ciudad de Bruselas confería la necesaria reso-
nancia a la disposición a abandonarse a un mundo imaginario. En este
ambiente cosmopolita tuvo lugar un certamen de sueños. Durero, que ya
conocía Venecia, y en la ciudad en que vivía, la imperial Núremberg, no
reinaba precisamente un ambiente provinciano, experimentó en Bruselas Alberto Durero, Rinoceronte, civilización ni poseía casas. Posteriormente, esta nostalgia quedaría reco-
un asombro tras otro. De la colección ducal admiró los trofeos del Nuevo
grabado, 1515, Núremberg, gida en la fórmula del «buen salvaje». En El Bosco, la naturaleza es un
Germanisches Nationalmuseum.
Mundo como hallazgos de un nuevo paraíso descubierto. En el vecino sueño, el sueño del paraíso.
jardín zoológico ducal se sintió transportado al jardín bíblico del Paraíso. Alberto Durero, Dibujo de un león, Durero no opinó nada sobre tales ficciones, sino que se dedicó a anali-
También el Paraíso pintado por El Bosco pertenecía a la topografía de luga- 1520, Viena, Albertina. zar con minuciosidad científica en el zoológico los animales exóticos que
res imaginarios que podían encontrarse en Bruselas, pero a Durero poco allí pudo contemplar como criaturas auténticas que eran. «Retrató>> (kon-
podía interesarle este concepto del arte. terfeite), como dejó apuntado en su diario, los leones de Gante o de Bruse-
Ya en su nombre antiguo conserva el Paraíso el recuerdo de un jardín las, lo que no quiere decir que hiciera propiamente retratos de ellos. Los
zoológico en el que los animáles vivían en un enclave idílico. La palabra dibujó con exactitud fotográfica para incorporar después los dibujos a su
griega paradeisos, empleada en la traducción griega del Antiguo Testamen- repertorio como «conservas>> de la naturaleza. La morsa «que fue captura-
to, recordaba con su raíz persa al parque cercado (parideza) en el que los da en el mar neerlandés>>, según anotó, fue su botín más insólito. Si hubie-
persas detenían sus batidas. También el Paraíso bíblico es presentado como ra llegado a ver un rinoceronte real, el aspecto del que en 1515 grabó Y
un jardín zoológico utópico. Los árboles y demás plantas <<eran hermosos difundió basándose en un dibujo que le fue enviado hubiera sido más fiel
de ver y buenos de comer». De ellos se alimentaban no sólo las aves, sino a la realidad. El realista Durero separaba naturaleza y arte. El arte podía
también los mamíferos, y éstos no se devoraban unos a otros. El mundo idealizar la naturaleza, pero no introducir ficciones en ella.
exótico, día a día enriquecido a través de las noticias y rumores proceden- El parque ducal sobre el Coudenberg bruselense, donde también podían
tes del Nuevo Mundo con aspectos nuevos e inesperados, concedía a El contemplarse animales exóticos, lo cautivó de tal manera que en el verano
Bosco licencia para mezclar especies animales y vegetales tnventadas entre de 1520 dibujó a pluma toda la instalación vista desde una ventana del
las conocidas (p. 57). Cuando enriquecía enciclopédicamente el reino ani- palacio. En su diario se lee: <<En la casa real de Bruselas he visto, mirando
mal con especies ficticias o daba a pájaros autóctonos, por poner un ejem- por la parte trasep, la fuente, el laberinto y el jardín de los animales, Y
plo, un tamaño descomunal, podía confiar en la opinión general de la nunca había visto cosas más admirables, que se me antojaban las de un
época de que, en el Paraíso, la naturaleza era completamente diferente. A paraíso>>. Allí había un paraíso artificial, un enclave en la cosmopolita ciu-
los visitantes del palacio de Nassau debieron de intrigarles las figuras de El dad, inmediato a la residencia, centro de la política europea, como un
Bosco en el sentido de que querían saber cuáles eran reales, cuáles verosí- contramundo intacto, una naturaleza soñada. El dibujo muestra la signa-
miles o cuáles simplemente inventadas. La naturaleza pintada incluía tam- tura de Durero y una anotación: <<Bruselas, el jardín de los animales Y el
bién al hombre. Éste figuraba como un ser natural que aún no conocía la campo, vistos desde la parte trasera del palaciO>>. La idea del Paraíso era
un tópico en la historia del jardín, de ahí que una exposición sobre los
103
102 Paraíso contra Paraíso. Sueñ os ri vales
de Bruselas, donde competían con el vecino jardín zoológico, o el laberin-
to. Quizá fuesen regalos que Hernán Cortés había recibido del emperador
azteca Moctezuma en su primera expedición, de 1518. Así se explicaría
que ya en 1519 se hablara de ellos en Sevilla. Más tarde, Carlos V los lega-
ría a la regente de Malinas, en cuya biblioteca quedarían en adelante
expuestos e inventariados. Pero esos objetos se consideraban, ya desde
tiempos de Colón, propiedad de la monarquía hispana. Serge Gruzinski ha
estudiado la recepción de tales trofeos en el Viejo Mundo, distinguiendo
una fase temprana, en la que fueron admirados con curiosidad estética, de
otra posterior, en la que Cortés causó, en su guerra contra las imágenes, la
destrucción de la producción artística azteca. El milanés Pietro Martire
d'Anghiera, que hasta su muerte en 1526 en la corte española fue el cro-
nista más importante de las Indias Occidentales, pudo haber sido quien
explicó al turista Durero el origen de los objetos que vio.
En cualquier caso, Durero utilizaba los mismos clichés que en los infor-
mes coloniales ocultaban la perplejidad ante aquel extraño arte con expre-
siones admirativas en las que se decía no encontrar palabras («y no sabría
cómo hablar de esas cosaS>>), y así se dispensaban de toda labor de clasifi-
cación. También Pietro Martire se conformaba con los informes de los que
regresaban de ultramar para buscar y añadir un comentario prestado a los
objetos importados. Como entonces el arte era universalmente entendido
como mímesis de la naturaleza, se sentía obligado a apreciar esa capacidad
de imitación también en los trabajos aztecas, por distinta que fuese su
107
106 Paraíso contra Paraíso. Sueños rivales
Paraíso de El Bosco. Por eso acuñó Moro su término ou-topía (ningún
lugar), un neologismo griego, como cifra literaria para su isla ficticia. En cuando venía de una misa celebrada en la iglesia de Nuestra Señora, Gillis
una carta, sobre la que aún habremos de volver, defendía la existencia de le presentó en una calle de Amberes al viajero misterioso. Los dos amigos
esta isla arguyendo que si sólo hubiera querido decir <<que la isla que no se sentaron con el viajero en un banco del mismo barrio para escuchar lo
está en nigún lugar (nusquam)>> existía, le habría resultado más cómodo no que aquél decía de la República insular en la que reinaba la sabiduría y la
emplear ese nombre griego (p. 11 n pero que haciéndolo podía presentar justicia y donde nada era propiedad personal de nadie. Esta narración alu-
su ficción a los iniciados de una manera ambigua. Al poner a salvo sus día con evidente ironía a las noticias más recientes del Nuevo Mundo, que
ideales, bajo el manto de la ficción, en la utopía, Moro aplicó una concep- recibían más crédito del que merecían.
ción de la ficción literaria que compartía con sus amigos y lectores. Esta Quizá fuera verdad que en aquel momento hubiera en el jardín de
concepción es más que una posible vía de acceso a El Bosco. El concepto Amberes tres hombres sentados, pero el tercero no era el referido portu-
del arte de la modernidad se constituyó justamente bajo la protección de gués, sino un amigo común, Erasmo de Rotterdam, de quien ciertamente
la ficción, y este concepto exoneró también a las artes plásticas de la obli- sabemos que leyó con la máxima atención la primera edición de la obra,
gación de la copia, asegurando al artista la libertad de la imaginación en de 1516, añadiéndole importantes comentarios. El cambio del amigo real
su propio medio. por el viajero ficticio hacía necesario no mencionar al primero como parti-
En primer lugar son varias las cosas que hay que decir sobre el método cipante en aquella conversación, por lo que sólo Moro y Gillis podían
de la Utopía de Moro a fin de situar el tema en nuestro contexto. El autor, compartir el recuerdo de aquella reunión. Más adelante justificaré esta
en lugar de viajar a Utopía, pone por escrito las supuestas informaciones de conjetura, al tiempo que revelaré un aspecto nuevo de las ficciones de la
un portugués que había viajado a esa isla en el Nuevo Mundo. De ese obra (p. 113). Prosigamos ahora con las circunstancias de su origen. El
modo introduce una ambivalencia entre hecho y ficción. También El Bosco autor envió a su amigo Gillis, junto con el texto de <<nuestra utopía>>, una
utilizó esta ambivalencia. Utopía podría estar en el Nuevo Mundo, igual carta que fue incorporada a la edición como prefacio. En ella, Moro hace
que el Paraíso bíblico podría existir en la tierra. Sus habitantes habrían dis- que Gillis confirme que el autor de la narración ha escrito palabra por
frutado de la misma existencia ideal que los hombres habrían tenido si palabra lo que ambos habían escuchado. Por eso pregunta astutamente a
hubiesen podido permanecer en el Paraíso. En uno y otro caso se introduce su amigo si recuerda lo grande que, según la descripción de Hythlodaeus,
como un hecho algo que se desea imaginar y que se puede contar y, por era el puente sobre el río Anydros («sin agua>>) existente en la isla. Tam-
tanto, también pintar. Y, sin embargo, al lector o al espectador no se le bién le pide que obtenga del portugués, escribiéndole o hablando con él,
oculta que la representabilidad misma se basa, tanto en la información del información precisa sobre la situación geográfica de la isla Utopía. «Pues
viaje como en el panorama pintado, en la ficción. En ambos casos, la uto- olvidamos preguntarle entonces en qué lugar del Nuevo Mundo se hallaba
pía es sólo la otra cara de una crítica social, bien explícita en la obra Moro, exactamente Utopía>>, y ya había curiosos que se proponían muy de veras
y también en su análisis político de la Commonwealth, a la que, después emprender el viaje a aquel lugar.
de un abrupto viraje, está dedicada la mayor parte del libro I. Y aquí se aca- Aquella «maniobra de diversión>>, como recientemente la ha llamado
ban todas las analogías entre la obra pictórica y la obra literaria, si se las Carlo Ginzburg, era deudora del escritor antiguo Luciano de Samosata (ca.
quiere llamar analogías. En lo que sigue dejaremos que Moro nos aclare el 120-180 d.C.), por la mejor traducción de cuyas obras satíricas griegas los
carácter de su ficción, pero sin olvidar en ningún caso a El Bosco. dos amigos, Erasmo y Moro, habían competido. Ya los nombres propios y
La ficción se mezcla ya inseparablemente con los hechos que Moro los términos griegos que aparecen en la descripción de Utopía son una clave
refiere sobre el origen de su obra. En el verano de 1515 se encontraba para esta importante fuente. Quisiera concentrarme ahora en las corres-
Moro en una misión diplomática en Flandes. Vivía en Amberes, en la casa pondencias con las Historias verdaderas, en las que Luciano describe un
del secretario municipal y lector de editorial Pieter Gillis (1486-1533), con Ill. p. 119 viaje ficticio. En el proemio hay una indirecta contra todos los escritores
quien concibió y trazó el plan de la obra. Con aquel motivo, cuenta Moro, y filósofos que presentan sus relatos toscamente como si fuesen de hechos
le había presentado al viajero Raphael Hythlodaeus, en cuyo apellido los reales, mientras que él dice en los suyos la verdad de que son mentira. Él
conocedores de la lengua griega leían «experto del absurdo>>. Con este via- escribe sobre cosas que ni ha visto, ni ha oído contar a otros. Erasmo y
jero imaginario, la ficción irrumpe en una situación real, que se había Moro no pudieron pasar por alto el que Luciano comience su viaje a ultra-
dado en el espacio y en el tiempo. El autor cuenta en el proemio que, mar justamente en el mismo lugar de España del que habían partido los
colonizadores. Tras ochenta días de navegación, los marineros ven una isla
111
110 La isla de ningún Jugar
ra, sino que también constituyen el medio de un nuevo discurso. Si se
dejaba de buscar el mundo ideal en el más allá cristiano, sólo era posible - LA FICCIÓN EN EL RETRATO HUMANISTA.
encontrarlo en la ficción. En adelante sólo existiría en las utopías, que per- UN EXCURSO
mitían determinar cómo debía ser el mundo, aunque nunca llegase a ser
como debía.
fll.p.ll4 El segundo grabado de la edición de Basilea, una ilustración del texto,
Aquí brotaba un nuevo concepto de la literatura que se transmitiría
también a las artes plásticas y haría de ellas un medio en el que el artista y muestra la conversación en el jardín, en la que se supone que se describió
el espectador se emanciparían de los usos sociales que los coartaban. En la la isla, como si realmente hubiera tenido lugar. Los dos amigos, Tomás
tercera edición de Utopía, en la que de nuevo se nota la mano de Erasmo, Moro y Pieter Gillis, escuchan el relato de Hythlodaeus, que ha regresado
las artes plásticas cumplían ya una misión ilustradora a través de un graba- de la isla. Los nombres que figuran al pie identifican a los personajes y, de
do en la portada y una imagen codificada del autor. En ambos casos se tra- ese modo, ocultan la circunstancia de que el narrador es, a diferencia de
taba de grabados que Ambrosius Holbein, hermano del célebre Hans Hol- quienes lo escuchan, una ficción. Pero éstos, aparte de escuchar, se identifi-
bein el Joven, hizo en 1518 para la edición en pequeño formato realizada can por su vestimenta como poetas. A la izquierda, el fámulo del autor
en Basilea por la editorial de Johannes Froben. La inscripción marginal entra en el jardín. En el centro, con un rosal detrás, Tomás Moro, el autor,
aproxima la imagen de la portada, que ocupa la plana entera, a un cuadro Ill. p. 107
ricamente ataviado, extiende su brazo hasta Hythlodaeus como si quisiera
o un diagrama: <<Utopía Insulae Tabula». A la isla, que representa un contra- asegurarse físicamente de su existencia. En la otra mano porta un objeto
mundo, pues se emplea para representarla el esquema circular de tierra semejante a un instrumento musical. Pieter Gillis, el autóctono, vestido
rodeada de mar, sólo se puede acceder por barco, el que desde la orilla con grandes ropajes, escucha con gestos de asombro la prodigiosa narra-
señala con el dedo el viajero de nombre Hythlodaeus al autor de la obra. ción. Y el narrador ficticio ostenta, con su vestimenta de viajero y su luen-
Pero el barco ya ha zarpado. Es un barco de la imaginación en el que sólo ga barba, que subraya su edad, su condición de extraño. Incluso el jardín es
mentalmente podemos navegar. El narrador ficticio, inventado por el menos real que ficticio, pues si se olvida que era el jardín de Amberes del
autor, también invita al lector, que ya hace los preparativos para embarcar- que se habla en Utopía, parece definir el lugar natural de la fantasía febril.
se, a un viaje de la fantasía, pero sólo el narrador imaginario y el autor real Como se sabe que Hythlodaeus es una invención del autor de Utopía, tam-
saben dónde termina el viaje. De ese modo, las tres figuras de la orilla, de bién la conversación entre los tres hombres, en la que Moro supuestamente
las que sólo Hythlodaeus puede afirmar haber estado en la isla, ocupan el anotó palabra por palabra lo que el extraño le contaba, tuvo que haberse
inventado.
puesto que les corresponde en el plan de la obra. El autor relata con la voz
de otro, y el lector, a pesar de que el primero aparece vestido para el viaje, Sin embargo, el grupo que aquí vemos en conversación no es tan ficti-
sólo puede viajar cuando lee. cio como al principio parece si sustituimos al exótico viajero por un perso-
naje real: Erasmo de Rotterdam, de quien sabemos era el tercer cómplice
en la concepción de Utopía. Si Gillis, de cuya casa Erasmo fue huésped más
asiduo que Tomás Moro, fue, dicho en términos modernos, el editor de la
primera edición de Lovaina, Erasmo lo sería después de la edición de Basi-
lea, y ya antes estuvo tan implicado en la obra que Moro pudo referirse a
ésta, en una carta que le escribió mientras esperaba su impresión en
diciembre de 1516, como <<nuestra utopía>>, <<Concebida a partir de tus
escritoS>>. Sin embargo, el nombre de Erasmo estuvo siempre ausente en el
texto y la dedicatoria de Utopía. Es posible reconstruir los motivos de esta
exclusión. El del extraño no era ciertamente un nombre fingido de Eras-
mo, pues debía serguir siendo el de un personaje ficticio en interés de la
forma de la obra, pero ocultamente indicaba que había un tercer cómplice
a quien la idea de la obra debía mucho. En esta presencia ficticia, el tercer
hombre pertenecía al mundo de los humanistas, que por encima de los
más diversos roles se sentían miembros de una sociedad secreta y utiliza-
115
114 La ficción en el retrato humanista. Un excurso
plice está físicamente presente, conversando con las imágenes de los otros do a Tomás Moro. Gillis tiene delante, sobre la mesa, una edición de la
dos Y recordando las conversaciones que tan frecuentemente había tenido Educación del príncipe cristiano (p. 115), como si con ello quisiera decir que
en su compañía. Y a la inversa: los amigos buscan la conversación con un esa obra de Erasmo está rigurosamente emparejada con Utopía. Los tres ami-
ausente a quien sólo alcanzan medialmente y aparte del público literario. gos prosiguen su conversación en la ficción del retrato.
La ficción se sirve esta vez de la pintura, esto es, de un nuevo medio, pero Erasmo aparece como una reencarnación de San Jerónimo, padre de la
que trabaja con citas literarias y de ese modo busca el enlace con el inter- Iglesia, de cuya obra había publicado el año anterior una nueva edición.
cambio epistolar. Stephen Greenblatt abogaba en un conocido ensayo por Encerrado en su gabinete revestido de madera, la luz de una ventana cae
la analogía del cuadro de Holbein de los <<enviados>> con el plan paradójico frente a él. De su cuerpo sólo se dejan ver el rostro meditativo y las finas
de Utopía. Nosotros quisieramos recordar aquí, por el contrario, los <<rega- manos reposando sobre el manuscrito. Sobre una almohadilla de terciope-
los>> que los amigos implicados en la utopía se hicieron mutuamente, y lo se halla su comentario, abierto, a la Epístola a los Romanos de San
con los que ampliaron su radio literario y redefinieron el retrato. Final- Pablo, en el que estaba trabajando cuando se empezó el retrato. La palabra
mente, el 30 de mayo de 1517 Erasmo anunció a Moro el envío del doble epistula recuerda también el género literario en el que los amigos se comu-
retrato en la misma carta en que decía que acababa de enviar el texto de nicaban. Los ojos del autor no están fijos en el texto, sino perdidos en la
Utopía a Basilea para una nueva edición. lejanía y en complicidad con una sonrisa casi imperceptible en la comisu-
Los dos retratos se conservan en varios ejemplares, pues al parecer se Ill. pp. 118-119 ra de los labios, como si Erasmo desease conversar con su amigo inglés
difundieron copias de ellos. Pero hace poco que sabemos que las tablas de sobre el comentario paulino. Gillis no aparece concentrado en ninguna
la Royal Collection de Hampton Court y de la colección de Lord Radnor tarea de escritor, sino que, con el cuerpo tres cuartos girado a la derecha,
en el Longford Castle son las originales. Al principio se pensó en realizar se vuelve hacia el receptor del cuadro, de quien acaba de recibir una carta,
los retratos en una única tabla, como se desprende de la mencionada carta como en conversación con él. En la carta enrollada se lee el encabeza-
de Erasmo. Luego se pensó en un díptico, lo cual suponía que su receptor, miento: «V(iro) Illustrissimo Petra Egidio Amico Carissimo Anverpio>> (Al
Tomás Moro, podría completarlo mientras lo contemplaba formando un ilustre varón y caro amigo Pieter Egid de Amberes). Ninguno de los libros
ficticio tríptico. Los dos humanistas retratados parecen dirigirse uno al sobre los anaqueles es una de sus ediciones de obras de los eruditos ambe-
otro, pero no se miran, sino que ponen sus ojos en el amigo ausente, a rinos, pues todos son de Erasmo, y llevan allí poco tiempo.
quien recuerdan, del mismo modo éste los recuerda en sus retratos. De ningún otro retrato de la época sabemos tanto, pues diez cartas y
Las actitudes de los retratados se acordaron probablemente con el pin- dos poemas se refieren a ellos. Erasmo anuncia los retratos en mayo de
tor de Amberes Quentin Massys. Erasmo aparece escribiendo el manuscri- 1517, pero el proyecto se retrasa a causa de la enfermedad de Pieter Gillis.
to para un libro, es decir, es retratado como autor. Gillis, en cambio, apare- Moro escribe en junio que espera impaciente esos retratos. Pero el 1 de
ce como lector que señala con la mano derecha un libro de Erasmo. Con agosto Erasmo pide todavía al amigo de Amberes que apremie al pintor. El
la otra mano sujeta una carta de Moro que prueba su participación en el 8 de septiembre escribe Erasmo que enviará «las tablas para que a través de
intercambio epistolar de los amigos. La nota clerical en la vestimenta de ellas, y aunque la muerte nos haya sorprendido, estemos contigo>>. Erasmo
Erasmo distingue a éste del acomodado hombre de mundo Gillis. Los ros- habría compartido con Gillis los gastos de los retratos, mas no para aho-
tros aparecen sublimizados, pero también delatan la quebrantada salud de rrar dinero, sino porque ambos querían hacer un regalo en común. En una
ambos, tema principal de sus cartas en aquellos años. Al principio, Erasmo carta de Erasmo escrita el 16 de septiembre se lee: <<me he enviado (a ti)>>,
tuvo incluso que volver a casa porque el pintor encontró su rostro cambia- lo que significaba que los retratos partieron hacia Calais, donde se hallaba
do después de una enfermedad y prefirió esperar un tiempo antes de que Moro, transportados por mensajeros.
volviera a posar. La ficción de la realidad llega hasta el punto de que el Moro respondió a primeros de octubre con dos proyectos de poemas
pintor imitó en el libro la letra de Erasmo. Los libros en los anaqueles y en que había escrito para los retratos. Éstos <<duplicarían el milagro>> que
la mesa no sólo nos muestran, como anteriormente en las imágenes del constituían los cuerpos retratados, si se añadieran a los retratos. En cuanto
padre de la Iglesia San Jerónimo, el ambiente de un gabinete de lectores y Gillis aprobara el texto, se lo enviaría a Erasmo. En caso contrario lo arro-
escritores, sino también, a través de sus títulos, el mundo intelectual común jaría al fuego. Con la respuesta literaria al regalo pictórico, Moro se suma-
en el que los amigos se encontraban. Luciano, en quien tanto se había ins- ba al proyecto del retrato. Las reacciones desde Amberes y desde Lovaina
pirado Utopía, figura junto al Elogio de la locura, que Erasmo había dedica- fueron positivas. <<El cuadro habla>> (tabella loquitur), se escribió encima de
uno de los poemas. Aunque los amigos estaban físicamente separados, el con su retrato siguiendo un complejo programa. Un año después, Durero
espíritu de la amistad los unía. La «letra afectuosa>> con que se escribían dibujaría a Erasmo durante su viaje a los Países Bajos en 1520, y a partir de
transportaría su espíritu como el cuadro su cuerpo. En el otro poema habla él haría no un retrato pintado, sino el célebre grabado de Erasmo, que en
el propio Moro (Ipse loquor Morus). Quien hubiera visto a los amigos, los los versos en él escritos lleva la idea del retrato a su punto culminante,
habría reconocido en aquellos rostros. A quien no los había visto, la pala- además de difundir el medio gráfico igual que la literatura impresa. En
bra escrita les decía quiénes eran. Los libros citados en los retratos dirían todos estos casos se halla al fondo el doble retrato de Erasmo y Gillis, en el
los nombres de los retratados aunque no figurasen en el cuadro, <<porque que este género fue reinventado.
son célebres en el mundo entero>>. El pintor había <<Simulado vida en las Sólo Tomás Moro quedaba por lo pronto fuera de ese medio, pues no
figuras muertas>> (vitam adfingere) cual nuevo Apeles, y superado en la fic- contaba en Inglaterra con un pintor de la competencia de Massys. Su
ción de sus cuerpos (effigies) a la propia Antigüedad, cosa a la que los huma- oportunidad no llegó hasta que, en 1526, Hans Holbein el Joven viajó a
nistas aspiraban con su lenguaje literario. Inglaterra. En los años inmediatamente anteriores, Holbein había retrata-
La repercusión histórica de esta conversación entre amigos en los dos do varias veces a Erasmo por encargo del editor de Basilea Froben, y proba-
medios, la literatura y la pintura, es bien conocida. Se percibe ya dos años blemente colaboró en las ilustraciones de Utopía, como lo hizo en las del
después, cuando Erasmo decide que Quentin Massys le haga una medalla Elogio de la locura. Erasmo le entregó entonces una carta de Basilea en la
121
CONCLUSIÓN y entender la ficción como expresión de un arte que reclamaba el derecho a
la libertad y la desenvoltura poéticas. Así, podía suceder que en la misma
obra El Bosco reflejara la vida paradisíaca de Adán y Eva dejando fuera su
El nuevo concepto del retrato, destinado a una difusión semejante a la lite-
pecado. Finalmente, el mundo sin el hombre, representado en las caras exte-
raria, se desarrolló en un círculo cuyos miembros conversaban. Los pintores
riores como etapa en el proceso de la Creación, es mucho más insólito, como
entraban en los proyectos de los literatos, dándoles la oportunidad de afinar
tema pictórico, de lo que a primera vista parece si se considera seriamente la
su concepto del arte en diálogo con éstos. Es cierto que tenían en los huma-
forma de la obra y se percibe ese tema como prólogo contrastante a lo repre-
nistas un público distinto del que encontraban en la alta aristocracia, para la
sentado en las caras interiores del tríptico. Por eso sospecho que las caras del
que se pintó El jardín de las delicias. Pero también lo es que existían conexio-
tríptico, cerrado o abierto, servían a una escenificación practicada con placer
nes entre ambas capas sociales, que si bien se diferenciaban en los temas
en la fortaleza del conde de Nassau. En el palacio de Nassau en Bruselas, el
artísticos demandados, también se influían mutuamente. Los temas huma-
tríptico era parte de una original colección de objetos exóticos que represen-
nistas eran sin duda más modernos que los de El Bosco, pero éste buscaba
taba la cámara de obras artísticas y curiosidades en un estadio muy temprano.
en la ficción un nuevo dominio en el que el arte pudiera desenvolverse con
El Bosco pintó el Paraíso bíblico como si fuese el que los antiguos geógrafos
libertad. Dado que nosotros sabemos del círculo de escritores humanistas infi-
situaban en un rincón inaccesible de la tierra. Pero no se trata del Paraíso que
nitamente más que de El Bosco y sus patronos, hemos dejado hablar aquí a
Adán y Eva habían abandonado después de la Caída. El Paraíso de El Bosco no
los contemporáneos de El Bosco, aunque no dijeran ninguna palabra sobre él.
se encuentra en un tiempo perdido, sino fuera de todo tiempo. La representa-
Esto sólo cambiará al cabo de varias generaciones, pero serían los espa-
ción de la Caída habría trasladado a la humanidad paradisíaca de la tabla
ñoles los que hablarían. En los Países Bajos, los textos sobre arte, si alguna
principal atrás en el tiempo. Sin embargo, la Caída implica la transición, invi-
vez los hubo, seguramente no trataron más que del arte del Renacimiento y
sible en el tríptico, a la hoja del Infierno. En ésta aparece el mundo posterior
del culto de la Antigüedad. Pero las copias y falsificaciones de El Bosco, tan
a la Caída tal como El Bosco lo entendía y lo experimentó constantemente a
silenciado en la literatura, dieron a éste una considerable fama póstuma.
lo largo de su vida. El Infierno de El Bosco no se encuentra en un más allá, sino
Hay, pues, una sorprendente asimetría entre el interés por El Bosco, que no
en este mundo, como muestran todos los engaños e imposturas propios del
dejó de aumentar con el tiempo, y su reflejo literario. Podemos ir más allá y
mismo aun sufriendo ya los que los cometen el justo castigo. La estructura
afirmar que existía una asimetría no menor que la anterior entre el pensa-
narrativa de la obra es de una lógica enteramente subversiva y, sin embargo,
miento de El Bosco, con sus rasgos típicos de la época en que vivió, y sus
rigurosa. La transición del lugar bíblico (izquierda) al utópico (centro) elige la
formas artísticas. Éstas se hallaban a la misma distancia de la iconografía
forma narrativa de la ficción. La transición a la hoja del Infierno, en cambio,
eclesiástica de los viejos tiempos, en la que El Bosco se expresaba de mane-
rompe la ficción en un abrupto retomo a la realidad, una realidad infernal,
ra tan subversiva, que de la iconografía humanista de los nuevos tiempos,
disolviendo justamente en esta antítesis la ficción del bello mundo contrario.
de la que no llegó a hacer uso. De ahí que El Bosco resultase tan extraño y
Tomás Moro inventaba en aquella misma época el término <<utopía>>, pues
fascinante a sus propios coetáneos y a las generaciones siguientes, hasta el
buscaba para su isla inexistente un nombre griego que sonara lo más autén-
punto de arrastrar a multitud de imitadores y falsificadores. Los falsificado-
ticamente antiguo posible. Y se sirvió de la ficción de la antigua literatura de
res se daban perfecta cuenta de que su arte estaba ligado a su persona y de
viajes, en la que la fantasía viajaba a lugares donde el mundo era completa-
que no había fundado ningún estilo que pudiera generalizarse. Sólo en Pie-
mente diferente. La isla que Moro describe no está en otro tiempo, sino en
ter Bruegel el Viejo encontraría El Bosco un continuador congenial.
otro espacio. El autor habla de un viajero que acaba de regresar de la isla.
El jardín de las delicias es el lugar clásico de las contradicciones del arte de El
Los habitantes de la isla no son hombres inocentes, naturales, como El Bosco
Bosco ante el cual los métodos usuales de la iconografía resultan inútiles. El
' los pinta, sino miembros de una civilización mejor que contrasta vivamente
tríptico toma la forma del altar, sin haber sido un altar, y utiliza temas bíblicos
con la sociedad europea. La isla está allende los mares, pero no representa al
sin conformarse con los simples relatos bíblicos. Ejemplo probatorio es la
Nuevo Mundo, en el que habían comenzado los infortunios de la coloniza-
tabla central, cuyo significado ha sido largo tiempo un enigma. Parece que
ción. Más bien la isla salva el lugar largamente soñado donde reina la felici-
representa el Paraíso bíblico, pero lo que nos muestra no es sino una ficción,
dad en cuanto imagen contraria a la americana. Y tal es la utopía. La vieja
pues ese Paraíso que vemos nunca ha sido concebido. Es, pues, ineludible
esperanza de que bastase con viajar para descubrir un mundo mejor tan sólo
señalar la ficción en la elección del tema, a pesar de toda fidelidad a la Biblia,
podía mantenerse asentándola en la imaginación.
122
123
BIBLIOGRAFÍA
Zwolle,. ~999 . - Sobre la biblioteca, cfr. el Catálogo de la
A. BIBLIOGRAFÍA GENERAL SOBRE EL BOSCO s.d., p. 17 (Rizzoni), pp. 15 s. (El Bosco) y fig. 47 (Schon- G . Cap. S: UNA LAGUNA EN LA BIBLIA
exposiCwn <<Boeken van Oranje Nassau», La Haya,
gauer); R. A. Koch, <<M. Schongauer's Dragan Tree», en
C. de Tolnay, H. B., B. Baden, 1965; G. Unverfehrt, H. B. Museum Meeromanno-Westrenanium, 1998.- Sobre el Sobre los trípticos de El Bosco, cfr. L. F. ]acobs, <<The
Print Review 5, 1976, pp. 115 ss.- Sobre la leyenda de Tun-
Studien zur Rezeption seiner Kunst, Berlín, 1980; D. Ham- matrimonio con la heredera de la casa de Mendoza, cfr. H. tnptychs of H. B.», en Sixteenth Century Journal 31.4, 2000,
dale en la versión del s. XII, cfr. Wagner (ed.), Visio Tunda-
mer-Tugendhat, H. B. Eine histor. Interpretation seiner Gestal- Nader, The Mendoza Family in the Spanish Renaissance, New pp. 1038 ss.- Sobre el tríptico como forma artística, cfr. A.
li, Erlangen, 1882; R. Hammerstein, Diabolus in Musica,
tungsprinzipien, Múnich, 1981; R. H. Marijnissen, H. B. Das Brundwick, 1979.- Sobre el retrato de Enrique en el Kim- Neuner, Das Triptychon in der fíiihen Niederliindischen Male-
Berna, 1974, pp. 106ss.- Sobre el dibujo de El .Bosco en la
vo/lstiindige Werk, Colonia, 1999. Cfr. también H. Belting bell Art Museum (57,2 x 45,8 cm), cfr. S. Herzog, ¡. Gossa- rei, Frankfurt, 1995 (con bibliografía).- Sobre el tríptico de
Albertina (27,7 x 21,1 cm), cfr. Tolnay (como en A), p . 389
y C. Kruse, Die Erfindung des Gemiildes, Múnich, 1994, pp. ert called Mabuse, tesis, Bryn Maur, 1968, p. 130, nº 21; v. V1ena con El Juicio Final, cfr. Tmek (véase en F.); y sobre el
y fig. 323. l. Stoichita, Das selbstbewu{Ste Bild, Múnich, 1998, p. 237;
86 ss.; ]. L. Koerner, «Bosch's Contingencp•, en G. v. Grae- tríptico de El Carro de heno, cfr. Unverfehrt (véase en A.),
venitz y O. Marquard (eds.), Kontingenz, Múnich, 1998, muy detallado el trabajo de A. Mensger Tradition und Auf- que co~s1dera que el ejemplar del Prado es una copia, con
E. Cap. 3: EL PINTOR EN SU CIUDAD
pp. 245 ss.; ]os Koldeweij et. al. (eds.), Catálogo de la expo- bntch. Das Werk van f. Gossaert (tesis doct.), Heidelberg, d1scuswn acerca de las distintas versiones, así como Koer-
sición <<}heronimus Bosch. Alle schilderijen en tekenin- Más detallado y con nuevos resultados es el reciente estu- 2000.- S~bre Felipe de Borgoña, ibid. y la biografía de ]. ner, 1998 (véae en A.), pp. 264ss. y Marijnissen (véase en
gen», Rotterdam, Museum Bojimans Van Beuningen, 2001. dio de ]os Koldeweij, <<]heronimus Bosch in zijn stad», en Stark, Phzhps van Bourgondii!, Zutphen, 1980.- Sobre Hércu- A.), pp. 52ss.- Sobre la discusión acerca de la temática
el Catálogo Rotterdam 2001 (v. en A.), pp. 20ss.; cfr. tam- les Y Deyanira, cfr. Antonio de Beatis (véase infra), y sobre bíblica de nuestra obra, cfr. Belting y Kruse (véase en A.),
B. BIBLIOGRAFÍA SOBRE 'EL JARDÍN DE LA DELICIAS': bién P. Gerlach, <<Les sources pour l'étude de la vie de]. la, obra de Gossaert, cfr. Mensger (véase supra), Herzog pp. 123ss. (con documentos), y Wirth (véase en B), pp.
B.>>, en Gaz. Beaux-Arts 71, 1968, pp. 109 ss.;]. K. Steppe, (vease supra), pp. 88ss., nº 57 y R. Kray; S. Oettermann, 43 ss.- Sobre la representación bíblica y la historia del tér-
Belting y Kruse (como en A), pp. 123 ss. y 272s., con
en ]. B. Bijdragen, 1967, pp. 5 ss.; Marijnissen (como en Herakles/Herkules, Basilea, 1994, nº 1848. mino <<paraíso», cfr. Reallexikon für Antike und Christentum
bibliografía; J. Wirth, H. B. Der Garten der Lüste. Das Para-
dies als Utopie, Frankfurt, 2000; P. S. Beagle, Der Garten der A), pp. 11 ss.- Sobre los miembros de la cofradía, cfr. G. C. Sobre A. I_Je Beatis, cfr. Gombrich (como supra, 1967) y L. Lexikon für Theologie und Kírche y Wdrterbuch zum Neue~
Lüste, Colonia, 1983;]. y M. Gui!laud, H. B. The Garden of M. van Dijk, De Bossche Optimaten, 1973.- Sobre el texo de Pastor, Dze Rezse des Kardinals Luigi d'Aragona .. . beschrie- Testament, artículos «Paradies», <<Eden» y «Sündenfall», así
earthly delights, Nueva York, 1988; P. Vandenbroeck, <<]. B. Guevara, cfr. X. de Salas, El Basca en la literatura española, ben van A. de Beatis, Friburgo, 1905, pp. 64s. y 116s., así como R. R. Grimm, Paradisus coelestis, Paradisus terrestris
zogen. Tuin der Lusten», en Jaarb . kgl. Mus . v. Schone Kuns- Barcelona, 1943, pp. 9 ss.; Snyder (como en C), pp. 28 ss.- como]. R. Hale, The travel journal of A. de Beatis, Londres M?nich, 1967.- Sobre Dionisia el Cartujo, cfr. Wirth
ten, Amberes, 1989, pp. 9-210, y 1990, pp. 9-192; ]. Wirth, Sobre la recepción de El Bosco, cfr. L. Silver, Secand Bosch. 1979, pp. 93 s.- Sobre el documento de Lille, cfr. R. H: (vease supra), pp. 43 ss. (también p. 69, sobre Lutero) y
«Le ]ardin des Délices de]. B.», en Bibl. d'Humanisme et Family resemblance and the marketing of art, 1998.- Sobre Marijnissen (véase ínfra), p . 13.- Sobre el tríptico del Jui- «Dwmsw el Cartujo», Opera Omnia, vol. 22, Montreuil,
Renaissance 50, 1988.3, pp. 545 ss.; E. Kessler, «Le Jardin los cuadros de El Bosco propiedad de Guevara, cfr. ]. Folie, CIO de VIena, cfr. R. Trnek, Das Weltgerichtstriptychon van
1930, pp. 150ss. y 185 ss.- Sobre las tablas del palacio
des Délices et les fruits du Mal», en Cahiers du Léopard 6, en Bull. Inst. R. du Patrimoine artistique 6, Bruselas, 1963, ducal de Venecia, cfr. Tolnay (véase en A.), pp. llüss.·
H.B ., VIena, 1988.- Sobre el viaje de Durero, cfr. H. Rup-
1997, pp. 177ss.; M. Bergman, «The Garden of Lave», en pp. 183 ss.- Sobre Antifilo y la pintura fantástica, cfr. C. pnch (ed.), Dürers Schriftlícher Nachlass, vol. 1, Berlín, Marijnissen (véase en A.), pp. 300ss. (con referencias a lo~
Gaz. Beaux-Arts 115, 1990, pp. 191ss.; Marijnissen (como Plinio Segundo el Viejo, Naturkunde Buch 35.114, ed. de R. 1956, p. 155. textos de Ruusbroec); la referencia en la colección de Gri-
en A), pp. 84ss.; l. M. Gómez, «Analyse du triptyque», en Kónig, Múnich, 1978, p. 86.- Sobre la epopeya <<Baldus», mani, en Th. Frimmel (ed.), Der Anonimo More/liana (Mar-
Guillaud (como arriba), pp. 11 ss. y 255 ss.; R. Berger y D. impresa en Venecia en 1517, y el estilo «macarrónico», cfr. Sobre el coleccionismo de las cámaras de obras artísticas y cantan Michiels Notizia d'opere del disegno), Viena, 1888, pp.
Hammer-Tugendhat (eds.), Der Garten der Lüste, Colonia, B. Croce, Poeti e scrittori del Rinascimento 1, Bari, 1945, pp. cunos1dades, cfr. Th. H. Lunsingh Scheurleer, <<Early 102s. (los reg1stros son del año 1521).- Sobre el tríptico de
1985; K. Moxey, <<The case of the Garden of Earthly 154 s. y E. Bonora, en Giomale Storico d. Letteratura Italiana Dutch Cabmets of Curiosities», en O. Impey y A. Mac D. Bouts y su iconografía, cfr. A. Chatelet, <<Sur un juge-
Delighb•, en N. Bryson (ed.), Visual Culture, 1994, pp. 132, 1955, pp. 1 ss.- Sobre <<La nave de los locos», cfr. Bel- Gregor (eds.), The origíns of museums. The cabinet of curio- ment de D.B.», en Nederlands Kunsthistorisch Jaarboek 16,
104ss.; D. Kamper, Unmdgliche Gegenwart. Zur Theorie der ting y Kruse (como en A), pp. 90s. y lám. 255.- Sobre sities, Oxford, 1985, pp. 115 ss.; H. Bredekamp, Antiken- 1965, pp. 17ss., y Belting y Kruse (véase en A.), pp. 213s.-
Phantasie, Múnich, 1998; Pilar Silva Maroto (ed.), El jardín Sebastian Brant, Das Narrenschiff, cfr. la edición de H. ]. sehnsucht und Maschinenglauben, Berlín, 1993; M. Kemp, Sobre La nave de los locos de Sebastian Brant, véase en E.-
de las delicias de El Basca. Copias, estudio técnico y restaura- Mahl, Reclam Univ. Bibl., 1992 (con bibliografía), y la ed. en C. Farago (ed.), Reframing the Renaissance, Yale Univ. Sobre el Elogio de la locura de Erasmo, cfr. W. Schmidt y
ción, Catálogo de exposición, Museo del Prado, 2000. de F. Zarnke, Leipzig, 1854 (en pp. 250ss., los textos del Press, 1995,. pp. 177ss.- Sobre la colección de Margarita, Dengler (eds.), Ausgewiihlte Schriften des Erasmus, Bd. 2:
predicador de Estrasburgo).- Sobre los dibujos de El Bosco, cfr. el trabaJo de habilitación, aún inédito, que amable- Moria's Enkomion, Darmstadt, 1975, y las ediciones de A.
C. Cap. 1 : HISTORIA DE UNA FASCINACIÓN cfr. Tolnay (como en A), pp. 387s. (con reprod.), y Marij- mente me proporcionó la señora D. Eichberger, titulado Hartmann (1960) y de la Serie Diogenes, Zurich, 1987; cfr.
nissen (como en A), pp. 453 ss.; para una interpretación Dze Sammlung Margaretes van Osterreichs. Miizenatentum también ]. Huizinga, Erasmus, Haarlem, 1924; M. Fou-
A. Breton, Art Magique, 1957; P. S. Beagle (cfr. en B).- Sobre
del dibujo del bosque, cfr. Koldeweij (como arriba) (en el Sammelwesen und Kunstkennerschaft am Hofvan Savoyen i~ cault, Histoíre de la Folie, París, 1961; B. Kónneker, Wesen
Fra Sigüenza, cfr.]. Snyder, Bosch in Perspective, N.]., 1973,
catálogo, también los datos sobre «El vagabundo» como Mecheln, Saarbrücken, 1999.- Sobre la casa de los Nassau und Wandlung der Narrenidee im Zeitalter des Humanismus
p. 34; ]. de Sigüenza, Historia de la Orden de S. Gerónimo,
parte de un tríptico). cfr. Th. Roest van Limburg, <<Voormalige Nassausch~ Wiesbaden, 1966.- Sobre las ilustraciones marginales d~
ed. de]. C. García, Madrid, 1909, vol. 2, pp. 63Sss.; Tol-
Pa_leizen in Belgie», en Onze Kunst 12.6, 1907, pp. 79ss., Holbein de 1515-1516, cfr. U. Schultz (ed.), Erasmus van
nay (como en A), pp. 401 ss.- Sobre Quevedo, cfr. F. de
F. Cap. 4 : EN EL PALACIO DE NASSAU as1 como K. Vetter, Am Hofe Wilhelms van Oranien, Stutt- Rotterdam, Lob der Torheit mit den Handzeichnungen H. Hol-
Quevedo, Los sueños, ed. de Ignacio Arellano, Madrid,
gart, 1990 (con reproducciones de cuadros de Schoor).- beins d. f., Bremen, 1966.
1995, y Wirth, 2000 (como en B), pp. 20s. Sobre W. Fraen- Sobre la mención de la obra en la casa de los Nassau, cfr. Sobre la residencia vecina, cfr. K. De Jonge, <<Het palais op
ger, cfr. l. Weber-Kellermann (ed.), W. Fraengez; Van Bosch E. Gombrich, «The earliest description of Bosch's Garden de Coudenberg te Brusseh>, en Belg. Tidskrift voor Oudheid- H. Cap . 6 : EL PARAÍSO. SUEÑOS EN COMPETENCIA
bis Beckmann, Colonia, 1985, pp. 15 ss. y 332ss. (biogra- of Delight», en foumal ofthe Warbwg and Courtauld Institu- kunde 60, 1991, pp. S ss.
fía).- Sobre la alquimia, cfr.]. van Lennep, Art et Alchimie, tes 30, 1967, pp. 403 ss.- Sobre Enrique de Nassau, sigue Sobre cartografía, cfr. ]. B. Harley y D. Woodward (eds.),
Bruselas, 1966; ]. Chailley, f. B. et ses symboles, Bmselas, siendo básico F. Rachfahl, Wilhelm van Oranien und der nie- Sobre las primeras copias de cuadros de El Bosco, cfr. The History of Cartography, vol. 1, Chicago, 1987) y sobre
1978, y M. Yourcenar, Opus nigrum, Madrid, 2005. derliindische Aufstand, vol. 1, Halle, 1906, especialmente Unverfehrt (véase en A), pp. 91 s., nº 161, y P. Silva.- Sobre el conflicto con mapas locales de otras culturas, D. Leib-
pp. 79ss., 90, 102s. (Cartas) y 106ss. (Charakterbild und los tapices, cfr. supra, Kurz, «Four tapestries after H. Bosch», sohn, <<Colony and Cartography», en. C. Farago (ed.),
D. Cap . 2: EL LABERINTO DE LA MIRADA Kunstbeziehung); O. Meynardus, Der Katzenellenbogensche en Joumal ofthe Warburg and Courtauld Institutes 30 1967 Reframing the Renaissance. Visual culture in Europe and Latín
Erbfolgestreit, Wiesbaden, 1899, con <<Hendriks Briefen», pp. 150ss.; cfr. en Guy Delmarcel, Kgl. Pracht in Coude~ America, Yale Univ. Press, 1995, pp. 265 ss.- Sobre la
Sobre la creación del mundo, cfr. también Belting y Kruse
n". 8 (Cranach) y 61 (Nuevo Mundo); E.M. Kavaler, <<Being zijde. Vlaamse Wandtapijten van de Spaanse Kroon Amster- nomenclatura del paraíso, véase en G.- Sobre los dibujos
(como en A), p. 126.- Sobre la nomenclatura de Adán y el
the Count of Nassau», en Nederlands Kunsthistorisch faar- dam, catálogo de exposición, 1993, p. 91 ss.; P. Silva Maro- de los leones y de la morsa de Durero, cfr. F. Winkler, Die
lenguaje originario, cfr. U. Eco, La ricerca della lingua perfet-
boek 44, 1993, pp. 13 s. (con el mausoleo que Enrique to (véase en B), nº. 1-5; P. Junquera de Vega y C. Herrero Zeichnungen A. Diirers, vol. IV, Berlín, 1939, pp. 20ss ., con
ta ne/la cultura europea, Bari, 1993.- Sobre el exotismo, cfr.
construyó para Engelberto en Breda); ] .H. van Hooydonk, Carretero, Catálogo de Tapices del Patrimonio Nacional ¡ los números 779, 781, 823 y 824 (cfr. también p. 42, nº
G. Pochat, Der Exotismus wiihrend des Mittelalters u. der
Graaf Hendrik III van Nassau-Breda, Breda, 1995.- Sobre el Madrid, 1986.- Sobre el inventario de París, cfr. Schnee~ 822, con el dibujo del jardín zoológico); cfr. 1. M. Massing,
Renaissance, Estocolmo, 1970.- Sobre Ciriaco y su círculo,
castillo de Breda, cfr. la gran monografía de G. W. C. van balg Y Perelman, <<Richesses du garde-meuble parisien de <<The quest for the exotic: A. Dürer in the Netherlands»
cfr. Ph. W. Lehmann, Cyriacus of Ancana's Egyptian Visit
Wezel, Het palais van Hendlik III graaf van Nassau te Breda, Fran~ois 1», en Gaz. des Beaux-Arts 78, 1971, pp. 289 s. en l. A. Levenson (ed.), ca. 1492, Art in the age of explora~
and its Reflections in G. Be/lini and H. Bosch, Nueva York,
124 125
tion, Washington, 1991, pp. S14ss.- Sobre las anotaciones Adams (véase supra), pp. 3 ss.- Sobre el papel de Luciano
de Durero acerca del jardín, cfr. Rupprich (véase en F).- en la actividad literaria de Moro y Erasmo, cfr. C. Robín-
Sobre el jardín y el coto del palacio ducal en el Couden- son, Lucian and his influence in Europe (Londres, 1979), pp.
berg, cfr. A. Henne y A. Wauters, Histoire de la Ville de Bru- 129ss. («The imaginary voyage») y pp. 16Sss. (Erasmo), y
xelles, vol. 3, Bruselas, 184S, pp. 329 ss.; especialmente P. Ginzburg (véase supra) . Las «historias verdaderas» con tra-
Saintenoy, Les Arts et les Artistes a la Cour de Bruxelles, vol. 1, ducción alemana, en K. Mras (ed.), Die Hauptwerke des
Bruselas, 1931, pp. 6Sss., con la mayoría de las fuentes Lukian griechisch und deutsch, Múnich, 19S4, pp. 329 ss. (el
citadas (cfr. también vol. 2, pp. 144ss.); P. Lombaerde, «P. pasaje de la introducción) y 402ss. (la isla de los sueños) .-
Sardi und die Wasserkünste des Coudenberg Gartens», en Sobre la caracterización de Moro por Erasmo, cfr. la dedi-
Gartenkunst 3.2, 1991, pp. 1S9ss. (sobre la historia poste- catoria del Elogio de la locura (véase en G) y las cartas 191 y
rior y los surtidores); K. de jonge, <<Der herzogl. und der 193 en la edición de Allen (véase en J).- Sobre el significa-
kaiser!. Palast zu Brüssel», en Jahrb. des Zentralinstituts f do de la ékphrasis y la analogía en la pintura, cfr. Ginzburg
Kunstgesch ., vols. S-6, Múnich, 1990, pp. 2S3ss. y, del (véase supra), pp. S ss. y 13ss.- Sobre Busleyden, cfr. H. de
mismo, «Het paleis op de Coudenberg te Brüssel», en Bel- Vocht (ed.), J. de Busleyden. His lífe and writtings, Turnhout,
gisch Tidskrift voor Oudheidskunde 60, 1991, pp. Sss.- Sobre 19SO.- Sobre la carta de Budé, cfr. Logan y Adams (véase
la historia del jardín renacentista en los Países Bajos, cfr. el supra), pp. 11S ss.- Sobre la edición de Basilea, véaae en J.
Catálogo de la exposición «Tuinen van Eden», ed. de R. de
Herdt, Gante, 2000, passim y pp. 34s., así como pp. 121 s. ]. Cap. 8: LA FICCIÓN EN EL RETRATO HUMANISTA
(sobre Bruselas). Un trabajo sobre la posesión de animales, Sobre la edición de Basilea de lS 18 con los grabados de A.
de C. Lazzaro, «Animals as cultural signs>>, en Farago, 199S Holbein, cfr. W. Eles, Ambrosius Holbein, Estrasburgo,
(véase supra), pp. 197ss.- Sobre las colecciones de trofeos 1911, pp. 70ss.; catálogo: Die Malerfamilie Holbein in Basel,
del Nuevo Mundo, cfr. P. Vandenbroek, America: B1ide of Basilea, 1960, nº 121 y reproducción de p. 160, así como
the Sun, Catálogo Amberes, 1991, pp. 99ss.; A. Shelton, S. Morison y N. Barker, The likeness of Thomas More,
<<Cabinets of transgression and the incorporation of the Oxford, 1963, pp. S y 68.- Sobre el Jardín como paraíso,
New World», en l. Elsner y R. Cardinal (eds.), The cultures véase en H.- Sobre la carta de Moro a Erasmo del lS-12-
of collecting, Londres, 1994, pp. 177 ss.- Sobre la participa- lS 16, cfr. P. S. Allen, Opus Epistolarum Desiderii Erasmi Rot-
ción de Durero, cfr. H. Eichberger, <<Naturalia and Artefac- teradami, vol. 2, Oxford, 1910, n 2 S02.- Sobre el Elogio de la
ta: Dürer's nature drawings and early collecting», en D. locura, véase en G.- Sobre el proemio de Utopía y la carta-
Eichberger y C. Ziska (eds .), Dürer and his culture, Cambrid- decicatoria a Gillis, véase en 1.- Sobre la carta abierta a M .
ge, 1998, pp. 13ss.- La información de Durero, en Rup- van Dorp, y sobre La educación del príncipe oistiano, cfr.
prich (véase en F), p . lSS.- Sobre las imágenes de los azte- Berglar (véase en I), pp. 229 ss. y A. J. Gail, Erasmus von
cas, es fundamental S. Gruzinski, La guerre des images, Rotterdam, Rowohlts Monographien, 1974, pp. S9ss. y
París, 1990, pp. 23ss. (Colón), pp. 30ss. (Petrus Martyr) y 79 ss.- Edición de La educación del príncipe de G. Christian,
pp. 44ss. (el cambio desde H . Cortés) .- Sobre el primitivis- Institutio Principis Christiani, Ausgew. Schriften, vol. S.,
mo moderno y sus mitos del origen, cfr. H. Belting, Das Darmstadt, 1968.- Sobre los retratos de Quentin Massys,
unsichtbare Meiste1werk, Múnich, 1998, pp. 37ss. y 388ss. cfr. L. Campbell et. al., en The Art Bulletin 908, 1978, pp.
716ss. (con estudio de las cartas) y L. Silver, The paintings
l. Cap . 7 : LA ISLA INEXISTENTE ofQuentin Massys, Oxford, 1984, pp. lOSss.- Las cartas de
La edición hoy imprescindible: E. Surz y] . H. Hexter, Uto- los amigos que hacen referencia a los retratos pueden
pía (Complete Works of Th. More, vol. 4, Yale Univ. Press, verse en la edición latina de las cartas de P. S. Allen (véase
196S) .- Cfr. también G. M. Logan y R. M. Adams (eds.), supra), n"' . S84, S97, 601, 616, 6S4, 669, 681 (envío de los
Th. More: Utopía, Cambridge, 1988, con las cartas y dedica- retratos), 684 (larga carta de Moro con los versos que
torias de las primeras ediciones, pp. 112 ss. (sobre éstas, escribió para los cuadros), 687 y 688 (no he tenido acceso
véase . P. R. Allen, «Utopía and European Humanism: the a la traducción inglesa en la edición de R. A. Mynors y D.
function of the prefatory letters and verses», en Studies in F. Thomson, The correspondence of E., Toronto, 1975).-
the Renaissance lO, 1963, pp. 91 ss.).- Sobre el autor, cfr. la Sobre el significado del retrato en los humanistas, cfr>>. H.
gran biografía de P. Berglar, Die Stunde des Thomas Morus, Belting, Wappen und Portrat», en H. Belting, Bíld-Anthro-
Colonia, 1978, 1999 4 , con un capítulo dedicado a «Uto- pologie, Múnich, 2001, pp. 136ss.- Sobre el papel de Hol-
pía» (pp. 211ss.).- Sobre «Utopía», cfr. C. Ginzburg, No bein y sus retratos de Tomás Moro, cfr. Morison y Barker
island is an ísland. Four glances at Englísh literature in a (véase supra), pp. 7 ss. (con referencias a Baldinucci), así
world perspective, Nueva York, Columbia Univ. Press, 2000, como el catálogo: Holbein and the Court of Hemy VIII (The
pp. lss. («The old world and the new seen from nowhe- Queen's Gallery, Buckingham Palace, 1978), pp. 2S ss.
re»).- Sobre la carta adjunta de Moro a Gillis, cfr. Logan y (Moro) y p. 31 (Erasmo) .