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CARTA PASTORAL

De los Obispos de las Provincias Eclesiásticas de


Medellín y Santa Fe de Antioquia sobre las llamadas
«MISAS DE SANACIÓN»

Como pastores, en cumplimiento de la misión que se nos ha encomendado de


santificar al pueblo de Dios, en el ejercicio de nuestra misión de maestros y
sintiéndonos responsables de la vida litúrgica de nuestras diócesis 1, nos dirigimos
a todos nuestros queridos presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y fieles
laicos, confiados a nuestro cuidado y solicitud pastoral, para tratar un tema que
está generando dificultades y preocupaciones: las mal llamadas «Misas de
sanación» y, en general, las prácticas que se están acostumbrando realizar en
diversos lugares para implorar de Dios la «curación» y la «liberación».

1. LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA: «Sacramento de Caridad […] don que


Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada
hombre.»2

Es urgente comprender, cada vez más, la gran riqueza que se encierra en la


celebración de la Eucaristía. En ella se realiza el proyecto salvífico de Dios. Dios,
en efecto, cuando llegó la plenitud de los tiempos envió a su Hijo (cf. Ga 4,4), el
Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y
curar a los contritos de corazón, como «médico corporal y espiritual», mediador
entre Dios y los hombres.3

Nuestro Señor Jesucristo realizó esta obra de la perfecta glorificación de Dios y de


la redención humana principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada
pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión. 4 A esta excelsa
obra ha querido asociar consigo a su amadísima esposa la Iglesia y, para llevarla
a cabo, está siempre presente en ella sobre todo en la acción litúrgica. 5 De esto
se desprende que toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de
su Cuerpo, la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el
mismo título y en el mismo grado no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia. 6
1
Cf. CONGREGACIÓN PARA LOS OBISPOS, Directorio para el ministerio pastoral de los Obispos Apostolorum
Successores (22 febrero 2004), nn. 142-157; CONC. ECUM. VAT. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la
Sagrada Liturgia, n. 41.
2
BENEDICTO XVI, Exhort. ap. Postsinodal Sacramentum caritatis (22 febrero 2007), n. 1.
3
Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 5.
4
Cf. Ibid., n. 5.
5
Cf. Ibid., n. 7.
6
Cf. Ibid., n. 7.

1
Dentro de la acción litúrgica de la Iglesia ocupa puesto central la Sagrada
Eucaristía, por la que Cristo hace presente a lo largo de los siglos el misterio de
su muerte y resurrección.7 Ella es «fuente y cima de toda la vida cristiana» 8; los
demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de
apostolado, están unidos a ella y a ella se ordenan; ella contiene todo el bien
espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua. 9

Nuestro Salvador, al instituir en la última Cena con sus discípulos el sacrificio


eucarístico de su cuerpo y sangre, perpetuó por los siglos su sacrificio en la cruz y
confió a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección:
sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en
el cual comemos a Cristo mismo, nuestra alma se llena de gracia y se nos da la
prenda de la gloria futura10.

Por esto, con toda verdad, como nos lo ha recordado el Beato Papa Juan Pablo II,
es que podemos afirmar que: «La Iglesia vive de la Eucaristía» 11, es su gran
tesoro, fuente de unidad eclesial y su máxima manifestación, epifanía de
comunión.12 «La Iglesia dirige continuamente su mirada a su Señor, presente en
el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso
amor.»13

La grandeza de la Eucaristía, pide de todos el observar con gran fidelidad las


normas litúrgicas que a ella se refieren y que están contenidas en los diversos
libros litúrgicos, de manera especial en la Instrucción General del Misal Romano,
pues al hacerlo, se expresa de manera concreta la auténtica eclesialidad de la
Eucaristía14. El abuso de introducir en ella elementos extraños al rito y no
dispuestos o permitidos en las normas litúrgicas, no solo viola dichas normas sino
que desfigura a la misma Eucaristía, empobrece su riqueza, confunde a los
creyentes y rompe con la unidad de la cual es fuente.

A demás, no debemos olvidar que la liturgia nunca es propiedad privada de


alguien15, «ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios»,

7
Cf. JUAN PABLO II, Cart. ap. Mane nobiscum Domine (7 octubre 2004), n. 3.
8
CONC. ECUM. VAT. II, Const. dog. Lumen gentium, sobre la Iglesia, n. 11.
9
Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Dec. Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, n. 5;
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1324.
10
Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 47.
11
JUAN PABLO II, Cart. enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril de 2003), n. 1.
12
Cf. Mane nobiscum Domine, n. 21.
13
Ecclesia de Eucharistia, n. 1.
14
Cf. Ibid., n. 52.
15
Cf. Sacrosanctum Concilium, n. 26.

2
de tal manera que a nadie tampoco le está permitido infravalorar el Misterio tan
maravilloso confiado a la Iglesia, «es demasiado grande para que alguien pueda
permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter
sagrado ni su dimensión universal». El sacerdote y la comunidad que siguen con
fidelidad las normas dispuestas para la celebración eucarística, demuestran de
manera silenciosa pero elocuente el amor que tienen por la Iglesia, y en ella por
su Señor16.

«El Misterio eucarístico –sacrificio, presencia, banquete– no consiente


reducciones ni instrumentalizaciones; debe ser vivido en su integridad, sea
durante la celebración, sea en el íntimo coloquio con Jesús apenas recibido en la
comunión, sea durante la adoración eucarística fuera de la Misa.» 17

Otro aspecto, no de menor importancia, es el nombre que se le da a este


sacramento. A lo largo de la historia se le ha llamado: Eucaristía, Banquete del
Señor, Fracción del pan, Asamblea eucarística (synaxis), Memorial de la pasión y
de la resurrección del Señor, Santo Sacrificio, Santa y divina liturgia, Comunión y
Santa Misa; todos ellos han buscado expresar la inagotable riqueza que contiene
y evocar alguno de sus aspectos.18

Hoy en día, desafortunadamente se ha ido introduciendo la costumbre de llamarla


con nombres que la desfiguran o empobrecen. Esto pide de todos atención y
fidelidad a la tradición de la Iglesia. Nombres como «misa de niños», «misa de
jóvenes», «misa de sanación», «misa de grados», «misa-teca», etc., no respetan
ni responden al carácter maravilloso y profundo de la Eucaristía ya referido
anteriormente. Es cierto que, por ejemplo, se puede celebrar la Eucaristía con
una presencia mayoritaria de niños o de jóvenes lo cual pide una cierta dinámica
especial, o que en ella se llegue a presentar alguna experiencia particular de
«curación», pero esto no significa que deba perder su carácter universal-
integrador de toda la comunidad, quedando simplemente etiquetada con un grupo
particular de ella, o que se le pueda reducir su carácter salvífico-sanador
solamente a unas experiencias físicas también particulares.

16
Cf. Ecclesia de Eucharistia, n. 52.
17
Ibid., n. 61.
18
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1328-1332.

3
2. EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA: Expresa y realiza litúrgicamente el
perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia cuando nos arrepentimos de
nuestros pecados.19

Como estamos sometidos a la enfermedad, al sufrimiento y a la muerte, podemos


perder la vida de Dios por el pecado. Por eso, el Señor Jesucristo, médico de
nuestras almas y de nuestros cuerpos, quiso que su Iglesia continuase, con la
fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación. Esta es la finalidad
de los dos sacramentos de curación: el sacramento de la Penitencia y el
sacramento de la Unción de los enfermos.20

Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia a favor de todos los miembros


pecadores de su Iglesia, ofreciéndoles así una nueva oportunidad de convertirse.
«Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra,
fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al
precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al
ministerio apostólico, que está encargado del “ministerio de la reconciliación” (2Co
5,18). El apóstol es enviado “en nombre de Cristo”, y “es Dios mismo” quien, a
través de él, exhorta y suplica: “Dejaos reconciliar con Dios” (2Co 5,20)». 21

«Toda fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios y


nos une con Él con profunda amistad. El fin y el efecto de este sacramento son,
pues, la reconciliación con Dios. En los que reciben el sacramento de la
Penitencia con un corazón contrito y con una disposición religiosa, “tiene como
resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un
profundo consuelo espiritual”. En efecto, el sacramento de la reconciliación con
Dios produce una verdadera “resurrección espiritual”, una restitución de la
dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los
cuales es la amistad de Dios (Lc 15,32)».22

Esta reconciliación con Dios en el sacramento de la Penitencia es fuente de


sanación y libertad interior, aun con repercusiones comunitarias, pues «tiene
como consecuencia, por así decir, otras reconciliaciones que reparan las rupturas
causadas por el pecado: el penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en el
fondo más íntimo de su propio ser, en el que recupera la propia verdad interior; se
reconcilia con los hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se
reconcilia con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación». 23
19
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1440.
20
Cf. Ibid., nn. 1420-1421.
21
Cf. Ibid., n. 1442.
22
Cf. Ibid., n. 1468.
23
Juan Pablo II, Exhort. Apost. Reconciliatio et paenitentia, n. 31.

4
3. UNCIÓN DE LOS ENFERMOS: Don particular del Espíritu Santo, unión a la
Pasión Salvadora de Cristo, gracia eclesial y preparación a la eternidad. 24

Es obvio que el anhelo de felicidad está profundamente radicado en el corazón


humano, todos queremos ser felices, estar bien, gozar de buena salud; pero ante
este anhelo constatamos continuamente, bien en nosotros bien en los demás, que
el sufrimiento y el dolor nos acompañan y se hacen presentes de tantas formas en
la vida del hombre. Entre los sufrimientos, aquellos que acompañan la
enfermedad son una realidad muy cercana, que nos golpea muy fuertemente y
nos cuestiona profundamente. Surge entonces en nosotros el deseo de obtener
la liberación de la enfermedad y entender su sentido cuando la experimentamos.
Acudimos a la oración, sea para pedir la gracia de acoger la enfermedad con fe y
aceptación de la voluntad divina, sea para suplicar la curación. 25

No podemos olvidar que aunque recibimos la vida nueva de Cristo en los diversos
sacramentos, especialmente en el de la Eucaristía, ésta vida la llevamos en
«vasos de barro» (2 Co 4, 7); «nos hallamos aún en “nuestra morada terrena” (2
Co 5, 1), sometida al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte.» 26 Con amor y
celo de pastores, recordamos que desde nuestra experiencia de fe la enfermedad,
y por lo mismo el sufrimiento y dolor que de ella se pueden derivar, toma un nuevo
sentido a partir del misterio redentor de Cristo, nuestro Señor, más profundo y
esperanzador.

«La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de


dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que “Dios ha visitado a su
pueblo” (Lc 7, 16) y de que el Reino de Dios está muy cerca». 27 Las curaciones
realizadas por el Señor son signo de su misión mesiánica (cf. Lc 7, 20-23),
manifestación de la victoria del Reino de Dios sobre todo tipo de mal y símbolo de
la curación del hombre entero, cuerpo y alma; sirven para demostrar que Jesús
tiene el poder de perdonar los pecados (cf. Mc 2, 1-12) y son signo de los bienes
salvíficos.28

Los relatos evangélicos nos indican que Jesús no se proponía curar a todos los
enfermos, sino que las curaciones realizadas en algunos de ellos eran signos de
una realidad más profunda y anuncio de «una curación más radical: la victoria
24
Cf. Ibid., nn. 1520-1523.
25
Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Ardens felicitatis, sobre las oraciones para
obtener de Dios la curación (14 septiembre 2000), Introducción.
26
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1420.
27
Ibid., n. 1503.
28
Cf. Instrucción Ardens felicitatis, Aspectos doctrinales, 1. Enfermedad y curación.

5
sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo
el peso del mal y quitó el “pecado del mundo” (Jn 1, 29), del que la enfermedad no
es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un
sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une
a su pasión redentora.»29

No queremos decir en ningún modo que debamos buscar la enfermedad o el


sufrimiento, pues no somos «masoquistas», o que debemos resignarnos a ellos
con una actitud pasiva, sino que una vez presentados los vivimos desde la fe en
una nueva dimensión, con un nuevo sentido y desde una finalidad mayor. Más
aún, nuestro Señor Jesucristo, «médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos,
que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cf. Mc 2, 1-
12), quiso que su Iglesia continuase, con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de
curación y de salvación, incluso en sus propios miembros.» 30

La compasión de Cristo hacia los enfermos, su ejemplo de amor de predilección


por ellos, ha suscitado en la Iglesia, a lo largo de los siglos, la atención particular
hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma; atención que ha dado
origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren. 31 La Iglesia,
consciente que ha recibido de su Señor la tarea de «sanar a los enfermos» (cf. Mt
10, 8), lo ha tratado de hacer mediante los cuidados que les proporciona, como la
oración de intercesión con la que los acompaña, y creyendo en la presencia
vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos, que actúa
particularmente a través de los sacramentos.32

Por eso, ya desde su origen, la Iglesia apostólica tuvo un rito propio a favor de los
enfermos, atestiguado por Santiago (St 5, 14-15) y la Tradición ha reconocido en
este rito uno de los siete sacramentos de la Iglesia. 33 «Con la sagrada unción de
los enfermos y con la oración de los sacerdotes, la Iglesia entera encomienda al
Señor paciente y glorificado a los que sufren para que los alivie y los salve (cf. St
5, 14-16); más aún, los exhorta a que, uniéndose libremente a la pasión y a la

29
Ibid., n. 1505. «Los que tienen la fe cristiana, aunque las sienten y experimentan [las enfermedades], se
ven ayudados por la luz de la fe, gracias a la cual perciben la grandeza del misterio del sufrimiento y
soportan los mismos dolores con mayor fortaleza. En efecto: los cristianos no solamente conocen, por las
propias palabras de Cristo, el significado y el valor de la enfermedad de cara a su salvación y la del mundo,
sino que se saben amados por el mismo Cristo que en su vida tantas veces visitó y curó a los enfermos»
(Ritual de la Unción y de la Pastoral de Enfermos, reformado por mandato del Concilio Ecuménico Vaticano
II, aprobado por el episcopado español y confirmado por la Sagrada Congregación para el Culto Divino,
Barcelona 72000, Prenotanda, n. 1).
30
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1421.
31
Cf. Ibid., n. 1503.
32
Cf. Ibid., n. 1509.
33
Cf. Ibid., n. 1510.

6
muerte de Cristo (Rm 8, 17; Col 1, 24; 2Tm 2, 11-12; 1Pe 4, 13), contribuyan al
bien del Pueblo de Dios.»34

Esta preocupación pastoral de la Iglesia por los enfermos se ha plasmado en la


actualidad en un nuevo Ritual 35 que, siguiendo las orientaciones y doctrina del
Concilio Vaticano II, ordena y canaliza los diferentes ritos y acciones pastorales,
que van desde la visita al enfermo hasta la recomendación del alma en su agonía;
Ritual que todos estamos llamados a conocer, y los obispos y presbíteros a seguir
con fidelidad.36 Del mismo modo, en el actual Misal Romano encontramos un
formulario de Misa por los enfermos 37 y en el Bendicional Romano unos
esquemas para la bendición de los enfermos38.

Conscientes de que el recurso a la oración no excluye, sino que por el contrario


anima a usar los medios naturales para conservar y recuperar la salud, animamos
a todos a cuidar a los enfermos y a llevarles alivio en el cuerpo y en el espíritu,
tratando de vencer la enfermedad. En efecto, «es parte del plan de Dios y de su
providencia que el hombre luche con todas sus fuerzas contra la enfermedad en
todas sus manifestaciones, y que se emplee, por todos los medios a su alcance,
para conservarse sano.»39

Con tristeza de pastores, constatamos todavía hoy en día un gran


desconocimiento de las riquezas del sacramento de Unción de los enfermos, y por
lo mismo manipulación y tergiversación del mismo. Por lo que nos sentimos con
la obligación apremiante de invitar a todos a profundizar en el sentido de este
maravilloso sacramento y a celebrarlo con fidelidad según la comprensión que de
él tiene la Iglesia y las normas que en los libros litúrgicos se indican. Por esto es
reprochable la práctica de concederlo a todos los fieles indiscriminadamente, sin
tener en cuenta que está especialmente destinado para aquellos que sufren
alguna enfermedad grave o están en peligro inminente de muerte; así como el que
sea administrado por cualquier persona, siendo claras las normas al respecto,

34
Lumen gentium, n. 11.
35
Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II instauratum, Auctoritate Pauli PP.
VI promulgatum, Ordo Unctionis Infirmorum eorunque Pastoralis Curae, Editio typica, Typis Polyglottis
Vaticanis, MCMLXXII.
36
Cf. NARCISO JUBANY ARNÁU, Cardenal Arzobispo de Barcelona, Presentación del Ritual de la Unción y de
la Pastoral de Enfermos, edición española.
37
Cf. Misal Romano, Renovado por decreto del Concilio Ecuménico Vaticano II, promulgado por la autoridad
del Papa Pablo VI y revisado por el Papa Juan Pablo II, Edición típica para Colombia, según la Tercera Edición
Típica Latina, Conferencia Episcopal de Colombia, Departamento de Liturgia, Bogotá, D.C., 2008, pp. 965-
966.
38
Cf. Bendicional, Comisión Episcopal de Liturgia – DELC, Coeditores Litúrgicos, Barcelona 1986, pp. 132-145.
39
Ritual de la Unción y de la Pastoral de Enfermos, n. 3; Cf. Instrucción Ardens felicitatis, Aspectos
doctrinales, 2. El deseo de curación y la oración para obtenerla.

7
cuando indican que «sólo el sacerdote es el ministro propio de la Unción de los
enfermos».

Cabe recordar también que la materia para este sacramento es el aceite de oliva
o, en caso de necesidad, otro óleo sacado de las plantas, bendecido
particularmente para este uso por el Obispo o por un presbítero que tenga la
facultad en virtud del derecho o de una especial concesión de la Santa Sede;
bendición que se hace normalmente en la misa crismal que celebra el Obispo
cada año, o también en el mismo rito de la Unción, en caso de necesidad. Unción
que se confiere ungiendo al enfermo en la frente y en las manos, empleando la
formula establecida en el ritual.40

Urge corregir todas las prácticas contrarias a estas indicaciones de la Iglesia y


que terminan por deformar el sentido y el rito de la Unción de los enfermos. A
ningún diácono y a ningún fiel laico le está permitido ser ministro de este
sacramento, así como tampoco utilizar el óleo o aceite propio del mismo. Es
necesario hacer la clara distinción de las unciones que se realizan dentro del rito
del sacramento de la Unción de los enfermos, de cualquier otro tipo de unciones
que estén válidamente permitidas por las normas y la práctica de la Iglesia; así
como también entre el óleo especialmente bendecido para este sacramento, de
cualquier otro tipo de óleo.

4. EUCARISTÍA Y UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

El Papa Benedicto XVI, en su Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum


Caritatis nos recuerda la relación profunda entre la Eucaristía y todos los demás
sacramentos, de manera particular nos refiere la relación entre ésta y el
sacramento de la Unción de los enfermos. Señala, en efecto: «Si la Eucaristía
muestra cómo los sufrimientos y la muerte de Cristo se han transformado en
amor, la Unción de los enfermos, por su parte, asocia al que sufre al ofrecimiento
que Cristo ha hecho de sí para la salvación de todos, de tal manera que él
también pueda, en el misterio de la comunión de los santos, participar en la
redención del mundo.»41

Si bien esta unión se da en el plano teológico, también se da en el plano ritual, por


eso puede celebrarse el rito de la Unción de los enfermos dentro de la Misa,
siguiendo las normas que para ello están indicadas en los libros litúrgicos
respectivos. Es un serio abuso por parte de algunos ministros realizar esta unión
tergiversando el rito y presentándolo dentro de una finalidad distinta a la que tiene,

40
Cf. Ritual de la Unción y de la Pastoral de Enfermos, Prenotanda, nn. 8-25.
41
Sacramentum caritatis, n. 22.

8
deformando la Eucaristía y deformando la Unción de los enfermos; casi siempre
con preocupantes tintes de «magia», «actitudes supersticiosas» o «espectáculo»,
así como con no pocos rastros de «simonía». Es apremiante que todos seamos
cada vez más fieles a la intención y normas de la Iglesia, corrigiendo los serios
abusos que se han ido introduciendo al respecto.

5. LOS SACRAMENTALES

Se llama sacramentales los signos sagrados instituidos por la Iglesia cuyo fin es
preparar a los hombres para recibir el fruto de los sacramentos y santificar las
diversas circunstancias de la vida. Entre los sacramentales, las bendiciones
ocupan un lugar importante. Comprenden a la vez la alabanza de Dios por sus
obras y sus dones, y la intercesión de la Iglesia para que los hombres puedan
hacer uso de los dones de Dios según el espíritu de los Evangelios.

Han sido instituidos por la Iglesia en orden a la santificación de ciertos ministerios


eclesiales, de ciertos estados de vida, de circunstancias muy variadas de la vida
cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre. Según las decisiones
pastorales de los obispos, pueden también responder a las necesidades, a la
cultura, y a la historia propias del pueblo cristiano de una región o de una época.
Comprenden siempre una oración, con frecuencia acompañada de un signo
determinado, como la imposición de la mano, la señal de la cruz, la aspersión con
agua bendita (que recuerda el Bautismo).42

Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo,


que una persona o un objeto sean protegidos contra las asechanzas del Maligno y
sustraídos a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf. Mc 1,25-26;
etc.), de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (cf. Mc 3,15; 6,7.13;
16,17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo.
El exorcismo solemne llamado «el gran exorcismo» sólo puede ser practicado por
un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder
con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El
exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco
gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy distinto
es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a
la ciencia médica. Por tanto, es importante, asegurarse, antes de celebrar el
exorcismo, de que se trata de una presencia del Maligno y no de una
enfermedad.43

42
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1667-1668.
43
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1673.

9
6. ORACIONES PARA IMPLORAR DE DIOS LA CURACIÓN

Según los testimonios que encontramos en el Nuevo Testamento, las curaciones


prodigiosas confirmaban la potencia del anuncio evangélico en los tiempos
apostólicos; poder recibido como concesión del mismo Señor a sus Apóstoles y a
otros primeros evangelizadores, pero dentro de un contexto misionero, no para
exaltar sus personas, sino para confirmar la misión. Se convertían en «prodigios y
señales» que manifestaban la verdad y la fuerza de la misión. 44

Si bien san Pablo refiere los «carismas de curación» (cf. 1Co 12, 9.28.30), el
significado del término «carisma» es muy amplio: «don generoso»; entendido
como don concedido a una persona para que obtenga las gracias de curación en
favor de los demás; don concedido por el Espíritu Santo para manifestar la fuerza
de la gracia del Resucitado.45 «Los Padres de la Iglesia consideraban algo normal
que los creyentes pidieran a Dios no solamente la salud del alma, sino también la
del cuerpo.»46

Son numerosos los testimonios a lo largo de la historia en los diferentes ritos


litúrgicos, tanto de occidente como de oriente, de fórmulas de oración que piden
de Dios la curación, tanto espiritual como física. 47 Igualmente, «Las curaciones
ligadas a lugares de oración (santuarios, recintos donde se custodian reliquias de
mártires o de otros santos, etc.) han sido testimoniadas abundantemente a través
de la historia de la Iglesia.»48

Con estas referencias queremos constatar cómo «la oración que implora la
recuperación de la salud es, por lo tanto, una experiencia presente en toda época
de la Iglesia, y naturalmente lo es en el momento actual. Lo que constituye un
fenómeno en cierto modo nuevo es la multiplicación de encuentros de oración,
unidos a veces a celebraciones litúrgicas, cuya finalidad es obtener de Dios la
curación, o mejor, las curaciones. En algunos casos, no del todo esporádicos, se
proclaman curaciones realizadas, suscitándose así esperanzas de que el mismo
fenómeno se repetirá en otros encuentros semejantes. En este contexto a veces
se apela a un pretendido carisma de curación.

Semejantes encuentros de oración para obtener curaciones plantean además la


cuestión de su justo discernimiento desde el punto de vista litúrgico, con particular
44
Instrucción Ardens felicitatis, Aspectos doctrinales, 3. El carisma de la curación en el Nuevo Testamento.
45
Cf. Ibid., Aspectos doctrinales, 3. El carisma de la curación en el Nuevo Testamento; Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 1508.
46
Ibid., Aspectos doctrinales, 4. Las oraciones litúrgicas para obtener de Dios la curación en la Tradición.
47
Cf. Ibid., Aspectos doctrinales, 4. Las oraciones litúrgicas para obtener de Dios la curación en la Tradición.
48
Ibid., Aspectos doctrinales, 5. Implicaciones doctrinales del “carisma de curación” en el contexto actual.

10
atención a la autoridad eclesiástica, a la cual compete vigilar y dar las normas
oportunas para el recto desarrollo de las celebraciones litúrgicas.» 49

Si bien reconocemos que el Señor puede conceder a algunos la curación física de


manera especial, signo de su generosidad y manifestación de la fuerza de la
gracia del Resucitado, presente y vivo de muchas maneras en su Iglesia, así
como el poder y fuerza de la oración y el papel de la comunidad y de sus
ministros, nos preocupa el hecho de constatar serias y graves desviaciones en el
ejercicio de acciones que se realizan para obtener tal fin, expresadas en
celebraciones que rompen la armonía de la Liturgia de la Iglesia, que vinculan
elementos que no son propios de ella, que desorientan y generan serias
confusiones en el pueblo de Dios, como la de atribuir esa gracia de Dios a
personas, lugares, tiempos y circunstancias particulares y exclusivos, así como no
pocas veces la reprochable obtención de beneficios económicos a costa de estas
acciones, llegando a expresiones degradantes de comercio, en donde se venden
servicios o elementos bendecidos o se cobra para que los fieles accedan a las
gracias de Dios.

Sentimos profundo dolor cuando ciertas celebraciones, no sólo las mal llamadas
«misas de sanación» sino todas las que se mueven en ese contexto, alteran
gravemente el sentido de la vida sacramental de la Iglesia, violan las normas y
disposiciones litúrgicas y afectan la expresión y organización ministerial de las
comunidades.

7. ASPECTOS DISCIPLINARES

Conscientes de la responsabilidad que tenemos en la orientación de la fe del


pueblo que se nos ha confiado y como garantes del culto divino, sentimos el grave
deber de regular, promover y custodiar toda la vida litúrgica de nuestras diócesis 50,
y por lo mismo corregir los errores que se están presentando en relación con las
llamadas «misas de sanación» y con las demás celebraciones que imploran de
Dios la curación. Para tal fin, acogemos y hacemos nuestras las disposiciones

49
Ibid., Introducción.
50
Cf. Directorio para el ministerio pastoral de los Obispos Apostolorum Successores, n. 145: «Como Pontífice
responsable del culto divino en la Iglesia particular, el Obispo debe regular, promover y custodiar toda la
vida litúrgica de la diócesis. Deberá por esto vigilar para que las normas establecidas por la legítima
autoridad sean atentamente observadas y, en particular, cada uno, tanto los ministros como los fieles,
cumpla la función litúrgica que le corresponde y no otra, sin introducir jamás cambios en los ritos
sacramentales o en las celebraciones litúrgicas según preferencias o sensibilidades personales. Compete al
Obispo dictar oportunamente normas en materia litúrgica que obliguen a toda la diócesis, siempre en el
respeto de cuanto haya dispuesto el legislador superior.»

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disciplinares que en la Instrucción Ardens felicitatis, de la Congregación para la
Doctrina de la Fe,51 se nos ofrecen, a saber:

Art. 1 – Los fieles son libres de elevar oraciones a Dios para obtener la curación.
Cuando éstas se realizan en la Iglesia o en otro lugar sagrado, es conveniente
que sean guiadas por un sacerdote o un diácono.

Art. 2 – Las oraciones de curación son litúrgicas si aparecen en los libros


litúrgicos aprobados por la autoridad competente de la Iglesia; de lo contrario no
son litúrgicas.

Art. 3 - § 1. Las oraciones litúrgicas de curación deben ser celebradas de acuerdo


con el rito prescrito y con las vestiduras sagradas indicadas en el Ordo
benedictionis infirmorum del Rituale Romanum.52
§ 2. Las Conferencias Episcopales, conforme con lo establecido en los
Prenotanda, V, De aptationibus quae Conferentiae Episcoporum competunt,53 del
mismo Rituale Romanum, pueden introducir adaptaciones al rito de las
bendiciones de los enfermos, que se retengan pastoralmente oportunas o
eventualmente necesarias, previa revisión de la Sede Apostólica.

Art. 4 - § 1. El Obispo diocesano54 tiene derecho a emanar normas para su Iglesia


particular sobre las celebraciones litúrgicas de curación, de acuerdo con el can.
838 § 4.
§ 2. Quienes preparan los mencionados encuentros litúrgicos, antes de
proceder a su realización, deben atenerse a tales normas.
§ 3. El permiso debe ser explícito, incluso cuando las celebraciones son
organizadas o cuentan con la participación de Obispos o Cardenales de la Santa
Iglesia Romana. El Obispo diocesano tiene derecho a prohibir tales acciones a
otro Obispo, siempre que subsista una causa justa y proporcionada.

Art. 5 - § 1. Las oraciones de curación no litúrgicas se realizan con modalidades


distintas de las celebraciones litúrgicas, como encuentros de oración o lectura de
la Palabra de Dios, sin menoscabo de la vigilancia del Ordinario del lugar, a tenor
del can. 839 § 2.
§ 2. Evítese cuidadosamente cualquier tipo de confusión entre estas
oraciones libres no litúrgicas y las celebraciones litúrgicas propiamente dichas.
51
Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Ardens felicitatis, sobre las oraciones para
obtener de Dios la curación (14 septiembre 2000).
52
Cf. Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II instauratum, Auctoritate
Ioannis Pauli PP. II promulgatum, De Benedictionibus, Editio typica, Typis Polyglottis Vaticanis, MCMLXXXIV,
nn. 290-320.
53
Ibid., n. 39.
54
Y a los que a él se equiparan, de acuerdo con el can. 381, § 2.

12
§ 3. Es necesario, además, que durante su desarrollo no se llegue, sobre
todo por parte de quienes los guían, a formas semejantes al histerismo, a la
artificiosidad, a la teatralidad o al sensacionalismo.

Art. 6 – El uso de los instrumentos de comunicación social, en particular la


televisión, mientras se desarrollan las oraciones de curación, litúrgicas o no
litúrgicas, queda sometido a la vigilancia del Obispo diocesano, de acuerdo con el
can. 823, y a las normas establecidas por la Congregación para la Doctrina de la
Fe en la Instrucción del 30 de marzo de 1992. 55

Art. 7 - § 1. Manteniéndose lo dispuesto más arriba en el art. 3, y salvas las


funciones para los enfermos previstas en los libros litúrgicos, en la celebración de
la Santísima Eucaristía, de los Sacramentos y de la Liturgia de las Horas no se
deben introducir oraciones de curación, litúrgicas o no litúrgicas.
§ 2. Durante las celebraciones, a las que hace referencia el § 1, se da la
posibilidad de introducir intenciones especiales de oración por la curación de los
enfermos en la oración común o «de los fieles», cuando ésta sea prevista.

Art. 8 - § 1. El ministerio del exorcistado debe ser ejercitado en estrecha


dependencia del Obispo diocesano, y de acuerdo con el can. 1172, la Carta de la
Congregación para la Doctrina de la Fe del 29 de septiembre de 1985 56 y el
Rituale Romanum.57
§ 2. Las oraciones de exorcismo, contenidas en el Rituale Romanum, debe
permanecer distintas de las oraciones usadas en las celebraciones de curación,
litúrgicas o no litúrgicas.
§ 3. Queda absolutamente prohibido introducir tales oraciones en la
celebración de la Santa Misa, de los Sacramentos o de la Liturgia de las Horas.

Art. 9 – Quienes guían las celebraciones, litúrgicas o no, se deben esforzar por
mantener un clima de serena devoción en la asamblea y usar la prudencia
necesaria si se produce alguna curación entre los presentes; concluida la
celebración, podrán recoger con simplicidad y precisión los eventuales testimonios
y someter el hecho a la autoridad eclesiástica competente.

55
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción El Concilio Vaticano II, acerca de algunos
aspectos el uso de los instrumentos de comunicación social en la promoción de la doctrina de la fe (30
marzo 1992).
56
CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI, Epistula Inde ab aliquot annis, Ordinariis locorum missa: in mentem
normae vigentes de exorcismis revocatur, 29 septembris 1985, in AAS 77(1985), pp. 1169-1170.
57
Cf. Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II instauratum, Auctoritate
Ioannis Pauli PP. II promulgatum, De exorcismis et supplicationibus quibusdam, Editio typica, Typis Polyglottis
Vaticanis, MIM, Praenotanda, nn. 13-19.

13
Art. 10 – La intervención del Obispo diocesano es necesaria cuando se verifiquen
abusos en las celebraciones de curación, litúrgicas o no litúrgicas, en caso de
evidente escándalo para comunidad de fieles y cuando se produzcan graves
desobediencias a las normas litúrgicas y disciplinares.

CONCLUSIONES

A partir de cuanto queda expuesto de acuerdo con el Magisterio de la Iglesia y con


las facultades que las normas de la Iglesia nos conceden y obligan 58, movidos por
el bien Pastoral, determinamos además:

1. No se permiten las celebraciones por los enfermos y exorcismos que no se rijan


por las disposiciones que ha impartido la Santa Sede. Es preciso evitar
siempre la explotación de la emotividad, de la necesidad de sanarse y de la
visión mágica de las cosas que tienen muchas personas. Sobre todo, no se
puede tolerar nunca hacer negocio con el sufrimiento de la gente.

2. Restringir la celebración de Misas en las que se quiera obtener de manera


especial o particular la curación de los enfermos, a la aprobación por parte del
Ordinario del lugar, tras petición escrita. Cada celebración que se pretenda
realizar en este sentido debe contar con dicha autorización también por escrito.

3. El Ordinario se reserva, conforme a su derecho, la designación de quienes han


de dedicarse al ejercicio de los Exorcismos, confiando, por escrito y
nominalmente, esta facultad que se concederá, además, indicando el lugar y
las ocasiones en las que se ejercerá dicho servicio.

4. En el caso en que se autoricen celebraciones especiales para pedir por la salud


de los enfermos, queda totalmente prohibido percibir por ellas cualquier
estipendio u ofrenda. Todo se hará en un contexto de evangelización y de
caridad cristiana y no con el fin de entrar en el mercado de lo religioso.

5. Ningún fiel laico está autorizado para imponer las manos con fines de curación
y mucho menos para recibir dinero por hacerlo.

6. Queda prohibida la venta de aceites o elementos bendecidos con los que se


pretenda ofrecer un recurso «mágico» para obtener la curación de los
enfermos.

58
Cf. Directorio para el ministerio pastoral de los Obispos Apostolorum Successores, n. 145.

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7. Deben evitarse celebraciones con unciones a los enfermos el Jueves Santo,
que generan ambigüedades litúrgicas y pastorales. Es mucho mejor,
aprovechar la Jornada anual de los enfermos (el 11 de febrero) o un día
especialmente escogido en Cuaresma o en Pascua, para una celebración de
oración por quienes padecen la enfermedad. Ocasión en la que se puede
administrar también el sacramento de la Unción de los enfermos a quienes lo
necesiten y estén debidamente preparados.

8. No está permitido a los sacerdotes usar el santo óleo de los enfermos fuera del
sacramento de la Unción de los enfermos y mucho menos entregarlo a los
laicos para unciones que producirían presuntas «curaciones».

9. El exorcismo es, ante todo, una oración para ayudar a las personas y no para
dar determinados «poderes» a diversos objetos. Por consiguiente, no se puede
permitir que los llamados «aceite, agua y sal exorcizados», se estén empleando
como objeto de engaño y de negocio por parte de quienes los venden.

9. Todos los sacramentales (principalmente las bendiciones) se deberán


administrar siempre según los ritos propios dispuestos por la Iglesia, para que
los fieles los comprendan y los aprovechen adecuadamente, evitando actitudes
e interpretaciones supersticiosas.

Apreciados hermanos presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y fieles laicos


de nuestras jurisdicciones, valoremos profundamente el regalo extraordinario que
el Señor nos ha dejado en los sacramentos, participación del Misterio Pascual.
Vivamos nuestra limitación humana con dignidad, especialmente cuanto se nos
revela a través de la experiencia de la enfermedad, descubriendo en ella una
oportunidad para reconocer al Dios vivo y presente en medio de nosotros, que nos
asocia amorosamente a su obra de redención. Imploremos confiadamente su
ayuda, sin pretender manipularlo con visos de magia. Él, que es bueno, sabe lo
que necesitamos antes de que se lo pidamos (cf. Mt 6, 8). Si llegamos a obtener
de Él alguna gracia especial, como por ejemplo la de curación, alabémoslo con
alegría y demos testimonio con humildad, comprometiéndonos a servir con
generosidad cada vez más a nuestros hermanos, especialmente los enfermos y
más necesitados.

Estimados presbíteros y diáconos, redescubramos cada día el don tan grande que
nos ha hecho el Señor del ministerio ordenado, viviéndolo con gozo, en servicio
generoso y humilde a nuestros hermanos, sin pretender otra cosa que no sea el
bien de ellos, dentro de la experiencia de comunión, fidelidad y servicio a la
Iglesia. Las sanaciones que leemos en las páginas de la Sagrada Escritura nunca
están vinculadas con ningún tipo de pago. Jesús, dándoles a sus discípulos el

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carisma de curar, les dijo: «Ustedes han recibido gratuitamente, den también
gratuitamente» (Mt 10,8).

Que el Espíritu Santo, por intercesión de la Santísima Virgen María, nos regale el
don del discernimiento, para hacer siempre y en todo la voluntad del Padre
Celestial, revelada en su Hijo Jesucristo, nuestro Señor. Suplicamos para todos
las bendiciones divinas, mientras los saludamos con profundo afecto en el Señor.

Medellín, 20 de octubre de 2011, Solemnidad de Cristo Rey.

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BIBLIOGRAFÍA

Bendicional, Comisión Episcopal de Liturgia – DELC, Coeditores Litúrgicos,


Barcelona 1986.

BENEDICTO XVI, Exhort. ap. Postsinodal Sacramentum caritatis (22 febrero


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CONC. ECUM. VAT. II, Dec. Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y vida de
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17
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Concilio Ecuménico Vaticano II, aprobado por el episcopado español y
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