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El hombre renacentista vuelve su mirada a la Antigüedad clásica, y en ella

descubre el conocimiento que le permitirá salir de las tinieblas de la


ignorancia medieval. A semejanza de un tesoro de joyas que ha
permanecido enterrado durante siglos, ese conocimiento lo componen
viejos principios y valores, válidos para el ser humano de cualquier época y
lugar.

En cambio, el hombre renacentista, sin dejar de creer en Dios, va a adquirir


conciencia de sí mismo como una criatura muy especial dentro de la
Naturaleza, dotado además de una enorme potencialidad. Esta idea le llevó
a plasmar la asombrosa obra artística y literaria que conocemos.

Esta especie de glorificación del ser humano, sin olvidar nunca lo divino
(como ocurrió después, durante el "positivismo ilustrado"), llevó al hombre
renacentista a prestar un especial cuidado por la educación, instaurándose
un nuevo modelo educativo, que se ocuparía principalmente de formar al
joven en aquellos valores que son propios del hombre, netamente humanos;
de ahí que, sin abandonar la escolástica medieval, se recupera el valor de la
oratoria y la retórica, pues hablar bien es algo que distingue claramente al
hombre de los animales; se recupera el estudio de la filosofía moral y de la
ética, y el estudio de la historia como Magister Vitae. Además, el trabajo y el
aprendizaje adquieren una nueva valoración, al igual que la relación
maestro-discípulo, pues será ella la que permita la transmisión del
conocimiento.
El hombre renacentista es artista, es místico, es constructor, es inventor, es
científico, es pensador político, es integrador de las diferencias, pues busca
la unidad que subyace en todo, es joven y viejo a la vez, pues a su juventud
une la sabiduría de la Antigüedad, y en definitiva, es un filósofo, pues ama
esa sabiduría, la busca y se esfuerza por alcanzarla.
Sin duda alguna, desde su modesta posición, Nueva Acrópolis participa
plenamente de ese pensamiento renacentista, y los filósofos acropolitanos,
al igual que aquellos hombres de hace cinco siglos, trabajamos por un
mundo nuevo y mejor, porque creemos que el Renacimiento es posible si
cada ser humano renace en su interior.
Como su propio nombre indica, Renacimiento significa volver a nacer, y así lo
entendían los hombres de aquella época: como la vuelta a nacer de la civilización
clásica después de un largo período de degeneración.
Fue Plethon quien trajo el recuerdo de una sabiduría antigua, de una edad clásica y la
necesidad de recuperar aquellos valores mediante lo que él llamaba la
Metensomatosis, es decir mediante un renacimiento, un regreso de la cultura clásica,
con una renovación espiritual, moral o intelectual. Y lo bueno de este misterioso
griego es que fue capaz de contagiar su entusiasmo a otros hombres y creó un grupo
de admiradores de Platón y sus ideas. En ese grupo inicial destaca Cosme de Médicis
que por aquel momento gobernaba la república de Florencia. Los Médicis eran una
familia de banqueros que controlaban entre otras las finanzas del Vaticano y tenían
grandes negocios internacionales. Lo curioso de Cosme de Médicis es que utilizaba
su dinero no solo para ganar más dinero que es lo que suelen hacer todos los
banqueros, sino que además promovía de su bolsillo obras públicas, hospitales o
bibliotecas y ayudaba a estudiantes prometedores o prestaba fondos a eruditos
necesitados. Él mismo era un erudito y se hacía conseguir antiguos manuscritos,
coleccionaba estatuas, joyas y monedas romanas, y además era mecenas de muchos
artistas como Donatello o Brunelleschi y muchos más.

Pronto surgieron nuevas Academias por toda Italia, y si la de Florencia destacó por su
dedicación a la filosofía, la de Roma, fundada por Bessarión y dirigida por Pomponio
Leto, se centró en los estudios clásicos y la arqueología; Giovani Pontano hizo grande
la suya de Nápoles, y en Venecia, el destacado editor Aldo Manucio solo tenía una
regla para sus componentes: celebrar las reuniones en la lengua de Platón. A pesar
de sus diferencias, todas estas escuelas tenían en común la búsqueda de la virtud a
la vez que el conocimiento o las habilidades; la meta era la perfección moral y la
intelectual. Recogiendo la antorcha de los alejandrinos, los platónicos de Florencia
trajeron a Europa el fuego y con él la luz y el calor del Conocimiento, del Amor y de la
Inmortalidad. Una luz que no ha cesado de brillar desde entonces, por más negras
que sean las tinieblas que la envuelven. El Renacimiento Italiano del siglo XV nos
debería permitir vislumbrar las herramientas históricas precisas para construir un
futuro mejor para la Humanidad.
Pico de la Mirándola o Poliziano hasta Giordano Bruno, pasando por Agrippa,
Paracelso, Copérnico, Galileo, Erasmo, John Dee, Lefévre d’Etaples, Rabelais, León
Hebreo y hasta nuestro inmortal Cervantes.
https://filosofia.nueva-acropolis.es/2018/motores-ocultos-del-renacimiento-europeo/

https://bilbao.nueva-acropolis.es/bilbao-articulos/17651-el-pensamiento-renacentista

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