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LECTURAS DEL JUEVES 1 DE AGOSTO DE 2019

(17ª Semana. Tiempo Ordinario)


+ Mateo 13, 47-53
Jesús dijo a la multitud: «El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así
sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente.
Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?» «Sí», le respondieron.
Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus
reservas lo nuevo y lo viejo.»
Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.
Reflexión
Jesús, en esta parábola nos habla de una realidad: El final de los tiempos cuando serán separados los buenos de los malos.
Una realidad que por más que tratemos de soslayar, ocurrirá, antes o después, para todo el mundo y para cada uno de nosotros.
Dios se hizo hombre para salvar a la humanidad. Jesús vino al mundo para traer la buena noticia de las bienaventuranzas. Lo
primero que debe movernos para vivir según las enseñanzas de Jesús, es el amor a Dios y a nuestro prójimo. Ese es el primero
de los mandamientos, el mandamiento nuevo que nos dió el Señor.
El amor a Dios y a nuestros hermanos es también el camino que nos lleva al Reino de Dios. Ese es el camino que nos
permite instaurar el Reino aquí en la tierra, y entrar plenamente en el Reino de los Cielos, en la vida futura. Entre todos los
logros que cada uno de nosotros nos podemos proponer en la vida, uno solo es verdaderamente necesario: llegar hasta la meta
que Dios mismo nos ha fijado, y esa meta es la vida eterna en el Cielo. Sobre lo que nos espera en la vida eterna San Pablo
decía que «ni ojo vió, ni oído oyó, ni pasó a hombre por su pensamiento cuales son las cosas que tiene preparadas Dios para los
que lo aman».
El Señor, en este Evangelio nos presenta una única alternativa que tendrá lugar al final de nuestro paso por la tierra: o el
Cielo, que es la vida eterna. O el Infierno: el horno ardiente donde será el llorar y el rechinar de dientes.
Repetidamente Jesús nos habla sobre la existencia del castigo eterno.
El infierno no es un símbolo que resultaba útil para la predicación en la antigüedad, en que la humanidad era menos
evolucionada. Es una realidad dada a conocer por el Señor, y reafirmada por la Iglesia nuevamente en el Concilio Vaticano II.
Juan Pablo II nos decía que la Iglesia no puede excluir de su catequesis, cuatro realidades del hombre: muerte, juicio, infierno y
gloria.
La realidad de la existencia del infierno tiene algo en común con esta historia:
Dos amigos conversando sobre distintos hechos de la vida, encontraron total coincidencia en la conveniencia para mantener
una vida feliz, de evitar todas las deudas y a los prestamistas.
Pero mientras que uno ponía en práctica esta filosofía, tratando de contraer la menor cantidad de deudas posibles, el otro en
cambio, creía que era suficiente huir de los acreedores e ignorarlos.
Resulta natural que nos sobrevenga una gran repulsión, cada vez que oímos hablar del infierno. Pero no es la solución
ignorar esta realidad, o convencernos de que es un mito de otros tiempos. Dios nos ha creado para la vida eterna, y siguiendo las
enseñanzas que Jesús nos dejó en el Evangelio, podemos alcanzarla.
El Señor quiere que nos movamos por amor a Dios y a nuestro prójimo. Pero nos enseña sobre el premio de la vida eterna,
que nos espera después de la muerte.
Y conociendo nuestra debilidad, también ha querido revelarnos adónde conduce el pecado, para que tengamos un motivo
más para apartarnos de él, y proponernos cada día, seguir a Jesús.
Pidamos a María que nos ayude a vivir siempre conforme a las enseñanzas que nos dejó Jesús, movidos por el amor a Dios y
a nuestro prójimo, y por la esperanza de la gloria que nos espera en la vida futura.

LECTURAS DEL VIERNES 2 DE AGOSTO DE 2019


(17ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 13, 54-58
Al llegar a su pueblo, se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal manera que todos estaban maravillados.
«¿De dónde le vienen, decían, esta sabiduría y ese poder de hacer milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿Su madre no
es la que llaman María? ¿Y no son hermanos suyos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y acaso no viven entre nosotros todas sus
hermanas? ¿De dónde le vendrá todo esto?»
Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Entonces les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su
familia.»
Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente.
Reflexión
Este rechazo de Jesús por su gente, por la gente de Nazaret, es una dura lección para nosotros.
Porque en Nazaret, Jesús causó asombro por su sabiduría.,... sin embargo,... en lugar de alegrarse por esa muestra de
sabiduría,...se escandalizaron.
¿Cómo? ¿Uno de los nuestros puede decir estas cosas?
¿No es el hijo de María?, ¿No es hijo del carpintero?
Los Nazarenos creen conocer a Jesús. Sin embargo, son los que están más cerrados contra Él.
¡Cómo nos cuesta reconocer que uno de los nuestros nos supera!
¡Cómo nos cuesta reconocer que alguien que según nuestros criterios, es del montón, sobresale. Nos cuesta creerles a los
nuestros.
Al Señor le extrañó la falta de fe de «su» gente y entre «esa gente», «su gente» pudo hacer muy pocos milagros.
Y nosotros, si intentáramos condenar a esos «incrédulos de Nazaret», cometeríamos su mismo error, y lo cometeríamos
porque nosotros tampoco sabemos reconocer a Dios en la modestia y humildad de las situaciones que vivimos todos los días.
Dios está cerca de nosotros en lo sencillo que nos pasa a diario y en cambio lo buscamos en cosas extraordinarias, lejos de
nosotros.
Nosotros al igual que los habitantes de Nazaret, nos preciamos de ser amigos de Jesús, de estar cerca de él, pero nos falta
muchas veces, «Fe» en Jesús.
Y nos puede pasar..., lo mismo que a Nazaret.
Jesús no se quedó en Nazaret, se fue a predicar a los contornos.
El Señor tampoco va a permanecer en nosotros, si no le creemos
Y lo más triste que le puede pasar al hombre es que Dios lo abandone.
Por eso hoy, vamos a pedirle a Jesús, que nunca se aleje de nosotros, y que aprendamos a valorar a los que tenemos a nuestro
lado, que seamos siempre capaces de apreciar la sabiduría de los otros y nos alegremos sinceramente con sus pequeños o
grandes logros
Dios se esconde en las cosas sencillas, en las personas humildes, y nosotros, no seremos capaces de descubrirlo si nos
deponemos nuestra soberbia, si no dejamos de lado los criterios de valor que da el mundo.
Vamos a pedirle a María que nos ayude a reconocer a Jesús y a valorar a nuestros hermanos.

LECTURAS DEL SÁBADO 3 DE AGOSTO DE 2019


(17ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 14, 1-12
La fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, y él dijo a sus allegados: «Este es Juan el Bautista; ha resucitado de
entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos.»
Herodes, en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe,
porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla.» Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un
profeta.
El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, la hija de Herodías bailó en público, y le agradó tanto a Herodes que
prometió bajo juramento darle lo que pidiera.
Instigada por su madre, ella dijo: «Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.»
El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a Juan en
la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y esta la presentó a su madre. Los discípulos de Juan
recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús.
Reflexión
Comienza este evangelio, comparando a Jesús con Juan el Bautista. En todo el Evangelio «subyace» esta comparación.
Esto prueba el «impacto» que la predicación de Juan Bautista había tenido en la opinión pública.
Herodes oyó lo que contaba Jesús y dijo: «este es Juan Bautista que ha resucitado».
Herodes tenía en su conciencia la muerte de Juan y temía un castigo divino y Jesús le aparecía como una reviviscencia de
aquel que había creído decapitar.
El rey, aunque creyendo, podría decirse de modo supersticioso en esta intervención milagrosa de Dios, estaba más cerca de
la verdadera personalidad de Jesús, que los habitantes de Nazaret que veían en Jesús sólo al carpintero.
Y el evangelio en este pasaje -como en muchas otras situaciones-, toma frente a ciertos grandes riesgos, una posición
terminante, aún a riesgo de conducir a los creyentes hasta el martirio...., por el hecho de defender una cierta idea del hombre.
Esto nos hace preguntarnos si nosotros ¿somos capaces de comprometernos por la verdad, la justicia, la moral?
La muerte de San Juan Bautista se atribuye al rencor de Herodías, esposa de Filipo, hermano de Herodes Antipas, con la que
éste estaba mal unido.
Juan en su predicación al pueblo y en sus consejos al rey, le había reprendido severamente su adulterio.
Herodes respetaba al Bautista y hasta le pedía consejo. Por otra parte, temía al pueblo, que veneraba a Juan como a profeta.
En la historia queda vivo el testimonio de Juan el Bautista, siempre fiel a su llamado. Fue el Heraldo del reino de Dios. Lo
preparó con su predicación, lo anunció ya presente en Jesús y lo confirmó con su sangre.
Leyendo despacio este hermoso relato, aprendemos, además de la lección de fidelidad de Juan Bautista, la más triste lección
de adónde nos pueden llevar el odio y el rencor de aquella mujer Herodías, y la indecisión y cobardía del rey Herodes.
Herodes si le hubiera sido posible, hubiera evitado la muerte de Juan, pero aunque se entristece al oír la extraña petición de
la muchacha, cede, sin embargo, al impulso de placer insensato y del amor propio y falso respeto humano.
¿No se repite este triste hecho y por motivaciones parecidas, aunque en cosas de menor gravedad, en nuestra propia vida?
¿Cuántas veces hemos traicionado al Señor y a los hermanos por el qué dirán?.
Juan el Bautista corona su misión con la muerte gloriosa de los profetas. A Herodes Antipas, Jesús le llamará zorro. Herodes
no deja de ser un pobre y triste hombre, mientras que Juan es el mayor de los profetas del Antiguo Testamento.
Vamos a pedirle hoy al Señor que seamos, a ejemplo de Juan el Bautista fieles a lo que Jesús nos enseñó, aunque a veces el
precio a pagar sea el del aislamiento, la burla o el desprecio humanos.

LECTURAS DEL DOMINGO 4 DE AGOSTO DE 2019


(18ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 12, 13-21
En aquel tiempo:
Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia.»
Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?» Después les dijo: «Cuídense de toda
avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas.»
Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo:
¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha. Después pensó: Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré
otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para
muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida.
Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios.»
Reflexión
Tenemos aquí en profundidad, la razón por la cual varias veces Jesús ha rehusado intervenir en las cuestiones ¨temporales¨
El Señor afirma, de un modo rotundo, que el horizonte del hombre no se acaba aquí abajo, y que es por ¨esa otra parte¨ de la
vida del hombre, la realmente importante, por la que Jesús nunca dejaba de tomar partido y de movilizar a todos los que quieren
hacerle caso.
Jesús les dice a los que lo escuchan y a nosotros que el hombre que olvida o descuida esa parte de la vida está loco.
El pensamiento del hombre de la parábola es un pensamiento egoísta, centrado en sí mismo. El avaro quiere para sí. Y
cuando nos encerramos, nos cerramos, nos empobrecemos y terminamos quedando insatisfechos.
Al atardecer de nuestras vidas, se nos va a examinar en el amor.
Hoy deberíamos preguntarnos cada uno, si el Señor hoy nos dijera lo mismo que al hombre de la parábola:
¿Qué nos llevamos de nuestra vida?
¿Cuáles son las obras que nos acompañan?
El Señor hoy quiere que pensemos seriamente en el uso que hacemos de los bienes de esta tierra. Los bienes en sí son
buenos, pero tenemos que aprender a usar de esos bienes. Y no se refiere Jesús exclusivamente a los bienes materiales.
Dios nos ha regalado a cada uno muchos bienes. A algunos bienes materiales, a otros distintas cualidades, a todos nos ha
regalado tiempo.
¿Qué hacemos nosotros, con todo eso?
¿Somos tal vez como el hombre rico, egoístas?
¿Pensamos tal vez como él? ¿Qué voy a hacer con tanto...?
El Señor hoy nos pide que salgamos de nosotros mismos, que salgamos de nuestro egoísmo y que pensemos en los demás.
Nos llama a ser generosos con las riquezas materiales y espirituales que Él puso en nuestras manos;... no precisamente para
que las acumulemos en graneros, sino para que las pongamos al servicio de los demás.
La codicia, ese afán desordenado de acumular riquezas (no sólo materiales), puede ser el obstáculo más fuerte para que un
cristiano sea verdadero discípulo de Jesús y aún para ser feliz como hombre.
La codicia nos hace esclavos, nos despoja de la verdadera libertad que es ser Hijos de Dios.
Por eso Jesús insiste tanto en que busquemos primero el reino de Dios y su justicia, y que lo demás se nos dará por
añadidura.
Hacerse rico para Dios es subordinar los bienes materiales para a vivir una vida que valga la pena. Es saber compartir. Es
aprender a abandonarnos a Dios y a confiar plenamente en Él, y así entregarnos con generosidad a nuestros hermanos, sabiendo
que el Señor siempre cuidará de nosotros.
Hoy vamos a pedirle a nuestra Madre, que nos enseñe a atesorar verdaderos tesoros en el cielo, donde la polilla no los
corrompe.

LECTURAS DEL LUNES 5 DE AGOSTO DE 2019


(18ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 14, 13-21
Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las
ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los
enfermos.
Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para
que vaya a las ciudades a comprarse alimentos.»
Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos.»
Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados.»
«Tráiganmelos aquí», les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los
dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los
distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos
cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
Reflexión
Este pasaje nos relata como el Señor se alejó en una barca hacia un lugar desierto. Pero muchos se enteraron y lo siguieron a
pie desde las ciudades. Al desembarcar vio a esta multitud que le buscaba. San Mateo nos dice que «sintió compasión de ellos y
sanó a enfermos». Los sana sin que se lo pidan, porque, para muchos, con llegar hasta allí ya habían demostrado su gran fe.
Se le pasa el tiempo al Señor con aquella gente, y los apóstoles, con preocupación por lo avanzado de la hora, piden a Jesús
que despida a la multitud para que vayan a comprarse alimentos. Y Jesús los sorprende con su respuesta: No tienen necesidad de
irse. Denles Ustedes de comer.
Uno de los rasgos distintivos del Corazón de Jesús, que aparece en todas las páginas del Evangelio, es su compasión y
misericordia para los pobres materiales y espirituales. Jesús dio el pan material a las muchedumbres hambrientas. El Señor no
sacia el hambre de aquella multitud de un modo directo, sino a través de sus discípulos; al ver a aquella gente abandonada, sin
nadie que le enseñara las verdades que necesitaban saber para su salvación: en frase bíblica: como ovejas sin pastor y
desorientadas por la confusión, que engendraba la doctrina farisaica, se compadece de aquella multitud y prefiere que sus
apóstoles se queden sin el descanso que necesitan, antes que abandonarlas.
Los apóstoles obedecen con lo que pueden: encuentran cinco panes y dos peces, que sin ningún lugar a dudas, eran
absolutamente insuficientes para alimentar a cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Jesús cuida de quienes lo siguen. También de sus necesidades materiales. Pero busca nuestra colaboración, aunque siempre
sea pobre y escasa.
Así ha de ser el apóstol: un hombre que puede permanecer indiferente ante las necesidades de los demás, ha de acudir en su
ayuda, aún a costa de su propio descanso, con prudencia pero con una generosa entrega y todo eso por amor a Dios y a los
hermanos; el apóstol se debe entregar con toda su vida y con todas sus fuerzas.
Dios quiere que hoy y ahora, seamos nosotros los que repartamos el pan a los hambrientos, ya sea el pan material, ya el Pan
de la Palabra de Dios.
Si los apóstoles se hubiesen negado a repartir el pan milagroso, hubieran impedido que la acción de Jesús llegara a las
gentes, y si nosotros nos negamos a ser los brazos de Jesús, impediremos que el Señor llegue a las almas de cuantos nos rodean.
Los apóstoles pusieron en las manos de Jesús lo que tenían: cinco panes y dos peces, frutos del esfuerzo humano; lo demás
ya corrió por cuenta del Señor.
El Señor comienza el milagro de la multiplicación de los panes con las mismas palabras y las mismas actitudes con que
instituyó el sacramento de la Eucaristía. Esa coincidencia nos muestra que este milagro, además de ser una muestra de la
misericordia divina de Jesús para con los necesitados, es figura de la Sagrada Eucaristía. El Señor, con el milagro de la
multiplicación de los panes, prepara a sus discípulos para un milagro aún mayor: la conversión del pan en su propio Cuerpo, que
se ofrece para alimento de los hombres.
El milagro de aquella tarde junto al lago puso de manifiesto el poder y el amor de Jesús por los hombres. Ese poder y ese
amor hacen posible que también encontremos el Cuerpo de Cristo para alimentarnos a nosotros, en cada Eucaristía. El
Evangelio nos relata que la gente había seguido a Jesús desde lejos y sin provisiones, para estar con Él y recibir su palabra. San
Juan, en su relato de este pasaje, nos dice también que el milagro causó un gran entusiasmo en la multitud.
Si aquella gente, por un trozo de pan había entusiasmado y aclamado al Señor, cuanto más nos toca a nosotros, a quien Jesús
se nos entrega sin reservas en cada Eucaristía.
Vamos a pedirle hoy a María, que recibamos siempre a su hijo Jesús presente en la Eucaristía, con el mismo amor y
devoción con que lo recibió ella en su seno.

LECTURAS DEL MARTES 6 DE AGOSTO DE 2019


(Fiesta de la Transfiguración del Señor)
+ Lucas 9, 28-36
Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevo a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos.
Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron
Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo.»
De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.
Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre
los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría «resucitar de entre los muertos.»
Reflexión
Unos pocos días después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, Jesús mostró su gloria a tres de sus discípulos. y se
transfiguró delante de ellos.
Desde su nacimiento en Belén, la Divinidad de Nuestro Señor estaba habitualmente oculta tras su Humanidad. Pero Cristo
quiso manifestarles precisamente a Pedro, Santiago y Juan, que eran los discípulos predilectos, que iban a ser columnas de la
Iglesia, el esplendor de su gloria divina, con el fin de que cobraran aliento para seguir el difícil y áspero camino que les quedaba
por recorrer.
Por esta razón, dice Santo Tomás, fue conveniente que Cristo manifestara la claridad de su gloria. Las circunstancias de la
Transfiguración inmediatamente después del primer anuncio de su Pasión, y de las palabras proféticas de que sus seguidores
también tendrían que tomar su Cruz, nos hacen entender que «nos es preciso pasar por medio de muchas tribulaciones para
entrar en el Reino de Dios», como dice San Lucas en el Libro de los Hechos de los Apóstoles.
Jesús les muestra anticipadamente su gloria a Pedro, Santiago y Juan. A esos mismos apóstoles que después llevará a orar en
el Huerto de Getsemaní, la noche anterior a su muerte.
Les muestra que para llegar a la gloria, deben compartir con Él, el camino de la cruz
La transfiguración tuvo como fin principal desterrar del alma de ellos el escándalo de la cruz.
Jesús, siempre hace así con los suyos. También con nosotros. En nuestra vida, en medio de los mayores padecimientos, nos
da el consuelo para seguir adelante.
La visión de esa felicidad que dura para siempre, les permitió a los discípulos sobrellevar con mayor fortaleza la adversidad,
y es la visión de Jesús glorificado la que nos da a nosotros también esa misma fortaleza para soportar las cruces, a veces
grandes, o a veces pequeñas, que llevamos en nuestras vidas.
Jesús se transfigura en medio de la oración. La oración de Jesús, ese trato familiar con el Padre, lo transforma, lo envuelve
de luz. Esa transformación por Amor, es la transformación a la que cada uno de nosotros estamos llamados.
A los lados de Jesús, resplandecientes, aparecen Moisés y Elías: la ley y los profetas.
Estos dos personajes del Antiguo Testamento, después se van apartando de Jesús.
Pero Pedro, medio aturdido, quiere que se prolongue esta hermosa visión, sugiere a Jesús que se hagan tres carpas, como
para que puedan estar cómodos. Sin embargo, esos personajes desaparecen, desaparecen la Ley y los Profetas, eso ya pasó. Sus
representantes tienen que retirarse para que quede solamente Jesús.
Ahora hay que escuchar únicamente a Jesús.
Pedro quiere permanecer más tiempo en el Tabor, prolongar esa situación. Pedro, no comprende, como muchas veces
tampoco nosotros comprendemos.
No comprendemos que lo realmente importante es estar siempre con Jesús, y no el lugar o la situación en la que estemos.
A Jesús tenemos que verlo detrás de cada una de las circunstancias que nos toque vivir. No esperemos manifestaciones
extraordinarias de Jesús. Ese Jesús glorioso que vieron Pedro, Santiago y Juan, es el mismo Jesús que se nos hace presente en
las personas que nos rodean, o cuando hacemos oración. Es el mismo Jesús que nos perdona cuando acudimos a una confesión.
Es sobre todo, el mismo Jesús que se nos ofrece en la Eucaristía, donde se encuentra verdadera y realmente presente con toda su
gloria.
Ese Jesús glorioso del monte Tabor, es el Jesús que está junto a nosotros cada día.
La transfiguración del Señor, es un anticipo de lo que será la gloria del cielo, donde veremos a Dios cara a cara. En este día,
cuando nos acerquemos a Jesús, no dejemos de repetir como Pedro: Señor, qué bien estamos aquí, y como Pedro, no seamos
egoístas. Pedro no pensó en él, pensó en una carpa para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. Nosotros, como Pedro,
pensemos en el Señor, porque la felicidad que eso supone es suficiente para que nuestra vida sea plena.
Se oye la voz del Padre: Este es mi Hijo, mi elegido, escúchenlo.
Hasta ese momento en Israel, se habían escuchado la Ley y los Profetas, desde ese momento, bastaba escuchar a Jesús, todo
lo demás debía subordinarse a Él. Jesús es el único maestro, legislador y profeta. Él es la presencia viva de Dios y su Palabra.
Esta palabra del Padre es también palabra de vida para nosotros.
Jesús transfigurado es la presencia viva de Dios entre nosotros, pero sólo un anticipo, un aviso de esa presencia viva entre
nosotros de Cristo Resucitado.
Y nosotros, vivimos esa presencia,... cuando oímos su palabra y seguimos sus huellas.
El Señor quiso descubrir sólo un poco de su gloria a sus discípulos y decirles a ellos y a nosotros, que escuchemos sus
palabras.
Jesús se transfigura en oración, y cada uno de nosotros está llamado a transfigurarse a imagen de Jesús Glorioso. Eso será
posible sólo por la oración hecha sobre la montaña, en la soledad, en lo hondo del corazón.
Vamos a pedirle hoy al Señor, que nos muestre su gloria, que nos dé la fuerza para caminar por la vida con la confianza de
saber que Él nos toma de la mano para llevarnos también a nosotros a la gloria de la Resurrección.

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 7 DE AGOSTO DE 2019


(18ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 15, 21-28
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a
gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio.» Pero él no le
respondió nada.
Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos.»
Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.»
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!»
Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros.»
Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»
Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» Y en ese momento su hija quedó curada.
Reflexión
En la región de Tiro y Sidón la mayoría de los habitantes eran paganos. San Mateo llama a esta mujer «cananea». Según el
Génesis, esta zona fue una de las primeras colonias de los cananeos. San Marcos la llama siro-fenicia. Ambos Evangelios
resaltan su condición de pagana, con lo que adquiere mayor relieve su fe en el Señor.
El pasaje nos la muestra como una madre que pide con insistencia a Jesús por su hija. El Señor le explica mediante una
imagen que puede parecernos un poco dura, que el Reino de Dios debía ser predicado en primer término a los judíos, que
constituían el pueblo elegido, y luego a los gentiles.
Pero la mujer, con profunda humildad y una fe sin límites, no se echa atrás. Insiste ante Jesús demostrando una constancia en
la petición a toda prueba. Reconoció a Jesús su condición de ser cananea, pero persevera pidiendo a Jesús que atienda sus
necesidades. Ella sabe lo que quiere y sabe que puede conseguirlo de Jesús. Por eso, su fe se acrecienta y se desborda
La oración de la cananea es perfecta: reconoce a Jesús como Mesías (Hijo de David) frente a la incredulidad de los judíos,
expone su necesidad con palabras claras y sencillas, insiste sin desanimarse ante los obstáculos y expresa humildemente su
petición: Ten compasión de mí.
Y esta mujer, que dio tantas muestras de perseverancia y humildad, conquistó el corazón de Dios, recibió el don que pedía y
una gran alabanza de Jesús que le dice: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla tu deseo.».
Nuestra oración también debe ir acompañada de las cualidades que tiene la oración de la cananea: fe, confianza,
perseverancia y humildad.
Jesús nos oye siempre: también cuando parece que está ausente y que calla. Quizás es en esos momentos, cuando más
atentamente nos escucha. Quizás con ese aparente silencio está provocando que se den en nosotros las condiciones necesarias
para que le pidamos con confianza, sin desánimo y con fe.
Cuando tengamos necesidades urgentes, debemos pedirle al Señor, como lo hizo la mujer cananea ¡Señor, ayúdame!. Es una
estupenda jaculatoria para todas nuestras necesidades, tanto espirituales, como materiales.
Acudamos siempre a Jesús, con insistencia y con humildad, con la seguridad de que todo lo que pidamos, si el Señor
considera que es bueno para nosotros, nos será concedido.

LECTURAS DEL JUEVES 8 DE AGOSTO DE 2019


(18ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 16, 13-23
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre?
¿Quién dicen que es?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas.»
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?» Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo
de Dios vivo.»
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en el cielo.» Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá
contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que
desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos,
de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y
comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá.»
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus
pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.»
Reflexión
Los seguidores del Señor, tenían un concepto alto de Él, pero no sabían verdaderamente quien era Jesús. En realidad lo
consideraban como uno más de los profetas.
Jesús pregunta a sus apóstoles: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?». Parece que el Señor reclama a sus discípulos una
confesión clara de fe.
Es Pedro quién responde en forma categórica y con la verdad: «Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Pero todavía hoy hay opiniones discordantes y erróneas en torno a Jesús. Existe ignorancia sobre su Persona y su misión.
A pesar de los veinte siglos de proclamación del Evangelio, cuando Jesús nos hace hoy la pregunta: «Y ustedes, ¿quién dicen
que soy?», dudamos en responder.
Jesús quiere una respuesta firme y certera como la de Pedro. «Tú eres, Señor, mi Dios, y mi Rey, perfecto Dios y perfecto
Hombre. Centro de la historia y de mi vida.
Tú eres la razón de ser de todas mis obras. Tu eres el Camino, la Verdad y la Vida.».
Jesús quiere que nuestra respuesta sea un compromiso de vida. Quiere que exista coherencia entre esta respuesta y la forma
en que vivimos nuestra fe, y las verdades del evangelio.
En la vida hay preguntas de las que el hecho de desconocer la respuesta no tiene la menor importancia. Nos comprometen
poco o nada. Por ejemplo, la capital de un país en Asia, los habitantes de un pueblo pequeño de la provincia.
Hay otras cuestiones que sí es mucho más importante conocer y vivir: la dignidad de la persona humana, el uso y el sentido
que le debemos dar a los bienes materiales, lo pasajero de la vida... Pero existe una pregunta en la que no debemos errar, pues
nos da la clave de todas las actividades que nos afectan.
Y esta es la misma pregunta que Jesús les hizo a los apóstoles en Cesarea de Filipo: Y ustedes, ¿quién dicen que soy?
De que mi respuesta, dicha con la palabra y con las obras sea: «Tu eres el Cristo, el Mesías, el Hijo Único de Dios», depende
mi destino, mi felicidad, mi triunfo o mi desgracia.
Depende también que recibamos como Pedro el elogio del Señor: «Feliz de tí, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha
revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.

LECTURAS DEL VIERNES 9 DE AGOSTO DE 2019


(18ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 16, 24-28
Entonces Jesús dijo a sus discípulos:
«El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su
vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si
pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo
con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando
venga en su Reino.»
Reflexión
Indudablemente que el programa que presenta Jesús a nosotros, que pretendemos ser sus discípulos y seguirlo, cuando dice:
«el que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga», no es un programa que a los ojos del mundo
pueda resultar cómodo ni fácil.
Renunciar a nosotros mismos significa superar nuestras inclinaciones desordenadas y afrontar las contrariedades que se nos
presentan todos los días. La negación de nosotros mismos supone posponer nuestros propios intereses, nuestros propios gustos y
nuestra propia comodidad, en beneficio de lo que nos rodean. Significa también estar dispuestos a renunciar a lo que sea, con tal
de no perder la gracia de Dios.
Renunciamos a nosotros mismos cuando aceptamos la voluntad de Dios, y obramos conforme a lo que nos pide, y no
conforme a lo que nosotros queremos.
Cargamos nuestra cruz de cada día y seguimos a Cristo cuando aceptamos las contrariedades que se nos presentan con buen
ánimo, y se las ofrecemos al Señor sin quejarnos.
Alguna vez encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave, o en desastre económico, o tal vez en la
muerte de un familiar.
Pero la mayoría de las veces la encontraremos en pequeñas dificultades de la convivencia diaria. En el trabajo o en nuestra
casa. Molestias producidas por el frío o el calor, problemas domésticos, o un artefacto que se rompe justo cuando más lo
necesitamos.
El Señor nos pide que demos tanto a las grandes cruces, como a las pequeñas de todos los días, un sentido sobrenatural, que
sepamos aceptarlas de buen ánimo. La Cruz, sea pequeña o grande, aceptada por nosotros, nos trae la paz. En cambio, si la
rechazamos y nos rebelamos contra ella, nos trae tristeza, desasosiego y perdemos la paz del Señor.
Pero el Señor promete la felicidad a quienes decidan aceptar su programa y seguirlo. Por eso dice a sus discípulos: El que
quiera asegurar su vida la perderá, pero el que sacrifique su vida por causa mía, la hallará
Las contrariedades aceptadas por Cristo y ofrecidas a Él, se vuelven livianas. Nos ayudan a descubrir a Dios en los sucesos
de cada día. Agrandan nuestro corazón para ser más comprensivos y generosos con los demás.
En cambio, si tratamos de evitar en forma sistemática todo sacrificio y toda incomodidad, no encontraremos a Jesús en el
camino de nuestras vidas. Y esa es la manera más segura de perder la felicidad. ¡Cuántas veces llegamos al final del día con la
alegría perdida,! no por las grandes contradicciones, sino por no haber sabido aceptar y ofrecer los pequeños inconvenientes que
se nos presentaron en la jornada.
Vamos a pedirle hoy a María, ella que aceptó con alegría y entereza las cruces que le tocaron llevar durante su vida, que nos
ayude en nuestra decisión de renunciar a nosotros mismos y seguir siempre a Jesús por los caminos que Él nos señale.

LECTURAS DEL SÁBADO 10 DE AGOSTO DE 2019


(18ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Juan 12, 24-26
Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi
Padre.»
Reflexión
Indudablemente que el programa que presenta Jesús a nosotros, que pretendemos ser sus discípulos y seguirlo, cuando dice:
«el que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga», no es un programa que a los ojos del mundo
pueda resultar cómodo ni fácil.
Renunciar a nosotros mismos significa superar nuestras inclinaciones desordenadas y afrontar las contrariedades que se nos
presentan todos los días. La negación de nosotros mismos supone posponer nuestros propios intereses, nuestros propios gustos y
nuestra propia comodidad, en beneficio de lo que nos rodean. Significa también estar dispuestos a renunciar a lo que sea, con tal
de no perder la gracia de Dios.
Renunciamos a nosotros mismos cuando aceptamos la voluntad de Dios, y obramos conforme a lo que nos pide, y no
conforme a lo que nosotros queremos.
Cargamos nuestra cruz de cada día y seguimos a Cristo cuando aceptamos las contrariedades que se nos presentan con buen
ánimo, y se las ofrecemos al Señor sin quejarnos.
Alguna vez encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave, o en desastre económico, o tal vez en la
muerte de un familiar.
Pero la mayoría de las veces la encontraremos en pequeñas dificultades de la convivencia diaria. En el trabajo o en nuestra
casa. Molestias producidas por el frío o el calor, problemas domésticos, o un artefacto que se rompe justo cuando más lo
necesitamos.
El Señor nos pide que demos tanto a las grandes cruces, como a las pequeñas de todos los días, un sentido sobrenatural, que
sepamos aceptarlas de buen ánimo. La Cruz, sea pequeña o grande, aceptada por nosotros, nos trae la paz. En cambio, si la
rechazamos y nos rebelamos contra ella, nos trae tristeza, desasosiego y perdemos la paz del Señor.
Pero el Señor promete la felicidad a quienes decidan aceptar su programa y seguirlo. Por eso dice a sus discípulos: El que
quiera asegurar su vida la perderá, pero el que sacrifique su vida por causa mía, la hallará
Las contrariedades aceptadas por Cristo y ofrecidas a Él, se vuelven livianas. Nos ayudan a descubrir a Dios en los sucesos
de cada día. Agrandan nuestro corazón para ser más comprensivos y generosos con los demás.
En cambio, si tratamos de evitar en forma sistemática todo sacrificio y toda incomodidad, no encontraremos a Jesús en el
camino de nuestras vidas. Y esa es la manera más segura de perder la felicidad. ¡Cuántas veces llegamos al final del día con la
alegría perdida,! no por las grandes contradicciones, sino por no haber sabido aceptar y ofrecer los pequeños inconvenientes que
se nos presentaron en la jornada.
Vamos a pedirle hoy a María, ella que aceptó con alegría y entereza las cruces que le tocaron llevar durante su vida, que nos
ayude en nuestra decisión de renunciar a nosotros mismos y seguir siempre a Jesús por los caminos que Él nos señale.

LECTURAS DEL DOMINGO 11 DE AGOSTO DE 2019


(19ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 12, 32-48
Jesús dijo a sus discípulos: «No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino.
Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo,
donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.
Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que
fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los
hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos.
¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada.»
Pedro preguntó entonces: «Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?»
El Señor le dijo: «¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle
la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les
aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si este servidor piensa: «Mi señor tardará en llegar», y se dedica a
golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos
pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.
El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había
dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente.
Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más.»
Reflexión
El Evangelio correspondiente a este domingo nos lleva a reflexionar sobre nuestra responsabilidad de cristianos, hechos
hijos de Dios por el Bautismo y educados en la fe. Porque dice el Señor que «Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho;
y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas.»
En la primera parte del pasaje del Evangelio el Señor nos da una enseñanza clara de la forma en que debemos vivir quienes
queremos seguirlo. Jesús nos dice que no hay razón para que tengamos miedo porque el Padre ha querido darnos su Reino. Y
agrega en seguida su enseñanza. «Trabajen para un tesoro que no se agota en el cielo, porque allí donde está vuestro tesoro,
estará vuestro corazón.» La parábola del Evangelio del Domingo pasado nos traía el caso de aquel hombre que había llenado sus
graneros de riquezas, pero el Señor le anuncia que esa misma noche iba a morir.
La enseñanza del Señor es clara: todos anhelamos poseer riquezas y llevar una vida cómoda y segura, en la que creemos que
vamos a encontrar nuestra felicidad. Sin embargo, este tipo de tesoro se convierte con frecuencia en una fuente continua de
preocupaciones y disgustos, porque siempre estamos expuestos a perderlos. Jesús no nos dice que debemos despreocuparnos
totalmente de las cosas de este mundo, pero nos enseña que ninguna cosa creada, por buena que nos pueda parecer, puede
convertirse para nosotros el fin último. Nuestro fin último, nuestra meta es Dios, a quien debemos amar y servir en medio de
nuestro trabajo y nuestras actividades de todos los días.
Jesús cierra esta enseñanza con una frase que se parece a un refrán: Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu
corazón. El Señor nos enseña que para llegar de verdad a ser ricos, debemos preocuparnos de adquirir las riquezas verdaderas.
Como una continuación de la parábola, el Señor insiste que debemos estar preparados. Jesús nos espera siempre, pero no nos
deja conocer de antemano sus tiempos. Nos espera porque es infinitamente misericordioso y perdona siempre. Pero no nos
avisa, a fin de que estemos en constante preparación para presentarnos en su presencia. Dios ha querido ocultar el momento de
la muerte de cada hombre y el del fin del mundo.
«Tengan puesta la ropa de trabajo y sus lámparas encendidas. Sean como personas que esperan que su patrón regrese de la
boda para abrirle apenas llegue y golpee a la puerta. Felices los sirvientes a los que el patrón encuentre velando a su llegada».
El Señor nos dice que nuestra actitud constante ha de ser la misma que tiene aquel que está a punto de emprender un viaje, o
de aquel otro que espera a alguien importante. Jesús nos dice que también nosotros debemos estar preparados, porque en
cualquier momento vendrá el Hijo del Hombre.
La preparación que nos enseña no consiste solamente en vigilancia, sino en el cumplimiento constante del deber. Por eso
habla también el Señor del administrador fiel y prudente, imagen nueva que nos habla de la fidelidad en nuestro servicio.
Especialmente se dirige el Señor a todos los cristianos que hemos recibido gracias y dones especiales. Porque a quien se le
dió mucho se le reclamará mucho. Todo aquello que hemos recibido del Señor no es para uso propio de cada uno de nosotros,
sino que debemos utilizarlo en provecho de la comunidad. Lo que Dios nos ha dado, no es para que lo consideremos un
elemento decorativo de nuestra personalidad. Por el contrario, lo hemos recibido como un factor de perfeccionamiento, como un
medio para hacer apostolado.
El Señor puso en nuestras manos la antorcha de las cualidades y los talentos, no para que las levantemos en alto para que
todos nos admiren, sino para iluminen el camino de los demás.
Esta es una buena oportunidad para preguntarnos cada uno de nosotros que hemos hecho con los talentos y las virtudes que
recibimos. Para reflexionar si esa antorcha ha servido para iluminar a los demás, o si la enterramos entre las cenizas. El
Evangelio de este Domingo es especialmente propicio para que lo apliquemos a cada uno de nosotros. Si tenemos fe. Si hemos
recibido la gracia a través de los sacramentos, tenemos la obligación de transmitir a otros esos dones que gratuitamente hemos
recibido.
No podemos contentarnos con una vida mediocre, en que en forma mezquina y sin generosidad, cumplimos nuestras
obligaciones de cristianos para con el Señor y con nuestro prójimo. Porque hemos recibido mucho, mucho se nos reclamará.
Vamos a pedirle hoy a María que nos ilumine y nos ayude siempre para que pongamos nuestro tesoro en su Hijo Jesús, para
que allí vaya nuestro corazón.

LECTURAS DEL LUNES 12 DE AGOSTO DE 2019


(19ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 17, 22-27
Mientras estaban reunidos en Galilea, Jesús les dijo: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: lo
matarán y al tercer día resucitará.» Y ellos quedaron muy apenados.
Al llegar a Cafarnaúm, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿El Maestro de
ustedes no paga el impuesto?» «Sí, lo paga,» respondió.
Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos
y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?» Y como Pedro respondió: «De los extraños,» Jesús le dijo: «Eso
quiere decir que los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el
primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti.»
Reflexión
Según la Ley, cada judío debía pagar un impuesto destinado a la conservación del Templo y a la ofrenda de los sacrificios.
Y los recaudadores se dirigen a Pedro y le preguntan a ver si Jesús paga ese impuesto y Pedro sin dudar dice que sí.
Esto nos muestra que Jesús es un ciudadano exactamente igual que los demás, un israelita cumplidor de sus deberes.
Y cuando Pedro llega dónde Jesús, Jesús le pregunta a Pedro qué piensa él, respecto al pago de ese impuesto.
El Señor, en primer lugar pregunta,... hace que Pedro reflexione.
¡Qué lindos deben haber sido los diálogos de Jesús con sus discípulos!
El Señor siendo Dios, no impone sus criterios, dialoga con los suyos, los escucha, escucha sus opiniones, les lleva a razonar,
a reflexionar.
Aprendamos nosotros de Jesús y seamos capaces de dialogar con los que nos rodean, de seguir el ejemplo de Jesús y darse
tiempo para saber escucharlos. Siendo Jesús Dios, y sus discípulos hombres que no podían aportarle nada, Jesús quiso conocer
sus opiniones, quiso escucharlos.
El Señor también hoy nos escucha y nos pregunta si nos acercamos a Él, si vamos a su encuentro, y nos ayuda a sacar en
cada circunstancia nuestras propias conclusiones.
Y en esa oportunidad, Jesús le pregunta a Pedro su opinión respecto a si Él debe pagar un impuesto para el Templo, siendo
«SU» Templo, siendo «Él mismo», Dios
Pero como todavía sus discípulos son duros para entender, les hace la comparación con los impuestos que se pagan a los
reyes de la tierra. ¿Quiénes lo pagan?, ¿Los hijos o los extraños?
Pedro responde por supuesto que los extraños. Pedro mismo encontró la respuesta a la pregunta que le hace Jesús respecto
del pago del impuesto en el Templo.
Pero a pesar de que Jesús no debía pagar ese impuesto, por ser el Hijo de Dios, el Señor lo va a pagar. ¿Por qué?. Porque
quienes no entienden, ni creen que Él es el Hijo de Dios, no podrían entender que no pagase ese impuesto, que todo israelita
pagaba y se escandalizarían.
Y el Señor no quiere provocar escándalo. Jesús en su vida terrena, hizo todo lo que el hombre de su época hacía. Únicamente
dejó de hacer aquello que significaba pecar.
Esto nos enseña a nosotros que en la vida, a lo mejor muchas veces, pensamos que hay razones para obrar de un modo
distinto y sin embargo, debemos obrar como todo el mundo- siempre que eso no implique ofender a Dios- a fin de evitar un
escándalo, que no sea comprendido.
Pidamos al Señor hoy, que en cada circunstancia de nuestra vida, salga a nuestro encuentro y nos ayude a encontrar
respuestas a los interrogantes que se nos planteen para seguir siempre el camino que facilite que nosotros y los que nos rodean
lleguen a Él.
LECTURAS DEL MARTES 13 DE AGOSTO DE 2019
(19ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 18, 1-5. 10. 12-14
En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los
Cielos?»
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños,
no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los
Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.
Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente
en presencia de mi Padre celestial.
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la
montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las
noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de
estos pequeños.
Reflexión
Los discípulos de Jesús deben ser como los niños. Deben suprimir la ambición. Deben suprimir la envidia. Esa ambición y
esa envidia llevaba a esos hombres que lo acompañaron a Jesús en su vida terrena y nos lleva a nosotros hoy, a desear los
puestos de honor.
Pero Jesús nos dice, que para ser los más grandes en el reino de los cielos, tenemos que ser como niños, tenemos que tener la
sencillez, la humildad de los niños.
Los niños creen ciegamente a su Padre. En cualquier circunstancia dicen: Papá lo dijo.
Jesús nos pide ser como niños, debemos hacer lo que Dios nos pide, confiados que él lo mejor para nosotros..
El niño ama a su padre y junto con él, a sus hermanos.
Cuando Jesús nos pide ser como niños, nos muestra que el amor a Dios debe estar acompañado del amor a nuestro prójimo.
El niño trata con sencillez a su padre, le cuenta sus cosas con candidez y sinceridad.
Nosotros también deberíamos tratar a Dios con sencillez.. Debemos dialogar frecuente con Dios en la oración.
El niño siempre espera que su ruego sea escuchado por su Padre.
Jesús nos pide a nosotros que seamos como niños, que pidamos con confianza
Cuando reconozcamos como los niños, nuestra debilidad, nuestra pequeñez, nuestra impotencia, entonces podremos
entregarnos confiados a Dios, podremos sentirnos protegidos por El, ayudados por El, y nuestra entrada en el Reino de los
Cielos será posible
Jesús también como el Pastor, muchas veces salió en nuestra búsqueda en los momentos de nuestra vida en que fuimos
indiferentes, o nos alejamos de él por el pecado.
Jesús nos buscó aún a pesar de nuestra falta de generosidad y aun cuando no le correspondiéramos.
Y Jesús dice en el evangelio que ninguna otra oveja recibió tantas atenciones como la perdida.
Cuando nosotros acudimos a la confesión hay una infinita alegría en el cielo. Dios conoce nuestra debilidad y admite
nuestros tropiezos. Pide sólo de nosotros reconocernos débiles, ser como niños. Esa humildad nuestra, despierta su infinita
misericordia
Jesús nos ama a cada uno tal como somos, con todos nuestros defectos y debilidades. Jesús nos ama, pero no nos idealiza, El
nos ve a cada uno con nuestras contradicciones y flaquezas, pero espera nuestro arrepentimiento para perdonarnos.
Cristo conoce lo que hay dentro del hombre. Sólo Él lo conoce y así lo ama. Así nos ama.

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 14 DE AGOSTO DE 2019


(19ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 18, 15-20
Jesús dijo a sus discípulos:
«Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos
personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la
comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará
desatado en el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.
Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.»
Reflexión
La palabra de Dios hoy nos hace mirar un poco cómo es nuestra convivencia.
En una comunidad cristiana, la convivencia es algo esencial. Y para conseguirlo, hay que saber aceptarse, hay que saber
sobrellevarse unos a otros, hay que estar en continua comunicación. Y, sobre todo, hay que saber perdonarse. Hoy eso es más
difícil que nunca en una Iglesia, tan pluralista y en la que hay tantas opciones.
Pero ante el amor, no hay más que una opción. Es Cristo, y Él debe borrar todas las fronteras.
El Padre escucha siempre la oración de los que están de acuerdo y viven reconciliados, porque en medio de ellos hay una
presencia viva, está Cristo.
Nunca debemos poner límites al perdón, porque tampoco tiene límites el amor cristiano.
Si la división de los cristianos, es el escándalo de nuestros tiempos, es aún mayor motivo de escándalo, la división interior y
las rencillas domésticas, entre los católicos. Esas rencillas que nos llevan a no conocernos y entonces juzgarnos y condenarnos.
Desde afuera, les resulta difícil reconocer a Cristo entre nosotros.
Muchas veces, fracasamos en nuestros intentos de apostolado, precisamente por la falta de unión de quienes debemos
llevarlo adelante.
Cuando los cristianos nos ponemos de acuerdo, no sólo en lo que pretendemos conseguir, sino, ante todo, en estar unidos en
el amor al Padre, entonces Jesús promete su presencia misteriosa, dinámica y santificadora entre nosotros.
Y si está Cristo, está todo lo bueno que se puede esperar, todos los éxitos, vendrán sin demora.
Para que se cumpla la promesa de Jesús de estar entre nosotros es preciso:
Primero, que estemos reunidos. Pero nos podremos estar reunidos si previamente no estamos unidos. ¡Y cuánto nos cuesta a
veces unirnos los discípulos de Jesús!
La segunda condición que el Señor nos pone, es que estemos reunidos ¨en el Nombre del Señor¨.
Nos pide que nos unamos en su nombre, no por simpatía o afinidad de temperamento, sino convocados por su Palabra e
impulsados por su amor.
Entonces Jesús se ubicará en medio nuestro y nuestra oración será escuchada infaliblemente por el Padre de los Cielos
Vamos a pedirle hoy al Señor que nos ayude a no encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros criterios, que nos enseñe a
saber vivir en comunidad, que sepamos con amor y por amor al Señor, perdonar de corazón, y por sobre todo a buscar siempre
las coincidencias para que nuestros esfuerzos no resulten vanos.

LECTURAS DEL JUEVES 15 DE AGOSTO DE 2019


(19ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 1, 39-56
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta
oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor
venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te
fue anunciado de parte del Señor.»
María dijo entonces:
«Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad
la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí
grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su
misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.»
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Reflexión
María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos. Los católicos celebramos con júbilo esta fiesta de la
glorificación de nuestra Madre.
Jesús nos dio a María por Madre en el Calvario cuando le dijo a Juan, «he aquí a tu Madre». Y nosotros la recibimos, como
la recibió Juan, en aquel momento de dolor. La Virgen nos recibió en el dolor cuando se cumplió la profecía de Simeón: «Y una
espada traspasará tu alma». Todos los hombres somos sus hijos: María es la Madre de la humanidad entera. Y ahora la
humanidad entera celebra la Asunción.
Por la razón no podemos comprender como María fue elevada a una dignidad tan grande: Hija de Dios Padre, Madre de Dios
Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo. Pero por la fe creemos en este misterio de amor.
Pero Dios, que quiso dotar a María de este inmenso privilegio y concederle la inmaculada concepción, durante su vida en la
tierra no quiso ahorrarle ni la experiencia del dolor, ni el cansancio en el trabajo, ni la necesidad de la fe. Cuando alguien le dijo
a Jesús: bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron, el Señor responde: bienaventurados más bien los
que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Era un elogio a María por haber creído en la anunciación del ángel y
haberse confiado a la voluntad de Dios.
Al reflexionar sobre este pasaje nos damos cuenta que Dios no valora las grandes hazañas que podemos imaginarnos en
nuestra vida, sino la aceptación fiel de su voluntad, y la disponibilidad generosa a los sacrificios de todos los días.
Así vivió María, quien está por encima de todos los santos y todos los ángeles. Santificando su vida cotidiana. Llena de
pureza, de humildad y de generosidad.
Debemos imitar todas las actitudes de María. En primer lugar su amor, que no se queda en los sentimientos. Que se muestra
en sus palabras y sobretodo en sus obras. En ese seguir a Jesús hasta la Cruz. En el cumplimiento de su promesa: he aquí la
esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.

LECTURAS DEL VIERNES 16 DE AGOSTO DE 2019


(19ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 19, 3-12
Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por
cualquier motivo?»
El respondió: «¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo: Por eso, el
hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne? De manera que ya no son
dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido.»
Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?»
Él les dijo: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era
así. Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete
adulterio.»
Los discípulos le dijeron: «Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse.» Y él les
respondió: «No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, algunos no se casan,
porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron
no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!»
Reflexión
Jesús en este evangelio, hace una verdadera llamada a favor de la indisolubilidad del matrimonio.
La unión matrimonial, transforma a un hombre y una mujer, en compañeros de eternidad.
El Señor dice: Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre
Los fariseos, no discutían el derecho al divorcio, ellos discutían solamente sobre cuáles podían ser las razones suficientes
para que un hombre pudiera despedir a su mujer.
Algunos creían que podían hacerlo por cualquier causa, otros, que tenía que haber una falta grave por parte de la mujer.
Los fariseos daban por descontado que el varón tenía derecho y punto.
Y efectivamente en el Deuteronomio, está establecida la ley sobre el divorcio. Allí, para que un hombre pueda despedir a su
mujer, no se exige más que la escritura de un documento, para que así conste que la mujer ya es libre.
Cuando le preguntan a Jesús, el Señor volvió a asentar firmemente el plan original de Dios para el matrimonio: un solo
hombre casado con una sola mujer, para toda la vida.
Ésta es la voluntad de Dios y ya aparece en el libro del Génesis.
Y el Señor, no niega que el divorcio haya sido tolerado en el Antiguo Testamento. Y les explica la razón. Moisés lo toleró por
la dureza del corazón. Esa dureza del corazón que hace que el hombre se niegue a obedecer la voluntad de Dios.
La ley de Moisés no presenta en nada el ideal, trata de administrar una situación de bancarrota, para evitar mayores
injusticias aún, pero no se trata de lo que Dios quiso cuando creó al hombre y a la mujer.
La intención de Dios es que el hombre y la mujer se unan por amor en el matrimonio, de modo que ya no sean dos personas,
sino una sola. La unión de los esposos no es una unión sólo a nivel genital, tiene que ser una unión en todos los niveles de la
vida en común.
En una unión de esa clase, no queda lugar para pensar en el divorcio.
Donde los fariseos hablan de las causas de divorcio, Jesús habla de la «fuerza del amor» que une.
Vamos a pedirle hoy al Señor, que conceda a los jóvenes que van a unirse en matrimonio, la convicción que ese matrimonio
que van a constituir, es para toda la vida, que piensen en el paso que van a dar, que no tomen decisiones a la ligera. Que pidan
siempre la ayuda del Señor para no equivocarse, y que sean conscientes que van a tener que luchar para conservar ese amor.
Y vamos a pedirle hoy también por los esposos cristianos para que sepan ver a Dios en medio de ellos. Que aprovechen la
gracia del sacramento y pidan al Señor que los ayude a resolver los conflictos que la convivencia trae y a mantener puro su
amor.

LECTURAS DEL SÁBADO 17 DE AGOSTO DE 2019


(19ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 19, 13-15
Trajeron entonces a unos niños para que les impusiera las manos y orara sobre ellos. Los discípulos los reprendieron, pero
Jesús les dijo: «Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son
como ellos.»
Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí.
Reflexión
El Señor aprovecha todas las oportunidades para enseñarnos a alejarnos de la soberbia de los fariseos,... de la aparatosidad
de su vida,... de su autosuficiencia vanidosa.
Son muchas las veces que Jesús en el Evangelio emplea la imagen de los niños para contraponerla a la de los fariseos.
El Señor enseña que el Reino de los Cielos pertenece a quienes son como niños. Nos dice a los mayores que debemos
hacernos semejantes a los niños para entrar en el Reino.
Y nos preguntamos: ¿semejantes, pero en qué?
Para nosotros, la imagen del niño es la imagen de la inocencia, de la sencillez. Y esa es precisamente la imagen que el Señor
nos propone.
Para la mentalidad judía del tiempo de Jesús, aunque se consideraba a los niños como una bendición, se los trataba
oficialmente como seres insignificantes, que no estaban autorizados a entrar en la sinagoga hasta los doce años. Esa mentalidad
era corriente. Hasta los mismos apóstoles se acostumbraban a reprender a los niños.
Es por esto que cuando Jesús dice que hay que hacerse como niños nos está diciendo que hay que hacerse pequeño,
insignificante, y admitir de buena gana, como si fuera lo más natural, el ser tenido por nada: sin autoridad, sin derechos y sin
voz.
¡Es realmente difícil para nuestro orgullo, el hacernos verdaderamente como niños, en el sentido evangélico!
Vivimos en un mundo en el que la soberbia es frecuente. Donde los poderosos parecen ser un modelo a que todos desean
imitar. Y el Señor nos dice que esos, de los que no son como nosotros, de los que tienen la humildad de los niños, es el Reino de
los cielos.
Si el Reino de los cielos es de los niños, no es porque ellos no sean personas mayores que merezcan el Reino por sus
cualidades, su talento, su virtud, su esfuerzo..., sino porque Dios se complace en los humildes, en los que no son tenidos en
cuenta por los demás, en los marginados, en los despreciados, en los pobres, que no tienen medios para defenderse.
El niño es consciente de su impotencia y de su total y absoluta dependencia del padre; todo lo espera de él.
El pasaje del Evangelio nos enseña la condición fundamental para la posesión del Reino: crear en sí una disposición y
adoptar una sincera actitud ante Dios semejante a la del niño.
Debemos vivir en esa misma confianza que los hijos tienen para con sus padres, con respecto a nuestro Padre Dios.
Debemos tener la actitud de servir desinteresadamente y con humildad a nuestros hermanos que necesitan nuestro auxilio.
Todo viene del Padre, todo lo concede el Padre, todo es fruto del amor del Padre. Por eso es que nos ponemos en las manos
suyas, plenamente seguros de que Él vela por nosotros con mayor interés y cuidado que nosotros mismos.

LECTURAS DEL DOMINGO 18 DE AGOSTO DE 2019


(20ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 12, 49-53
Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y
qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante,
cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el
padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»
Reflexión
Al nacer Jesús, los ángeles anunciaron PAZ A LOS HOMBRES.
Jesús es el PRINCIPE DE LA PAZ.
Jesús mismo dijo en el Sermón de la Montaña FELICES LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ
Cuando envía a sus discípulos, les pide que al entrar en una casa, SALUDEN DICIENDO, QUE DESCIENDA LA PAZ
SOBRE ESTA CASA!
Cuando se despide de sus discípulos les dice: LES DEJO LA PAZ, LES DOY MI PAZ.
Sin embargo, el evangelio de hoy, parece que Jesús les dice a todos que están equivocados si piensan que él vino a traer la
paz.
Jesús dice que vino a traer la división
¿No nos parece contradictorio esto que Jesús anuncia hoy?
Pero el mensaje de Jesús es muy profundo.
Dice Jesús que ha venido a traer fuego sobre la tierra.
La imagen del fuego es familiar en el Antiguo Testamento. El fuego manifiesta a Dios. San Juan anuncia que el Salvador
tenía que bautizar con Espíritu Santo y fuego. En Pentecostés, descendió el Espíritu Santo sobre los apóstoles como llamas de
fuego.
Jesús desea ardientemente que el mundo sea inundado con el fuego de su Espíritu Santo.
Así como el fuego purifica el oro en el crisol, de toda impureza, el Espíritu Santo nos purifica de todo lo que no es digno de
hijos de Dios, y así nos quiere llevar a la plenitud de la Vida.
Jesús no nos habla de quemar a los demás, de suplicar que caiga sobre ellos fuego del cielo para consumirlos!. Jesús desea
ardientemente que el Espíritu Santo ilumine y purifique nuestro propio interior, nuestro corazón!.
Jesús quiere que nos dejemos inflamar por su amor divino.
Dice también Jesús: Tengo que recibir el BAUTISMO.
Bautizar, significa sumergir.
El bautismo que Jesús tenía que recibir era sin duda su muerte. Tenía que sumergirse en el mar de los sufrimientos para
resucitar y conquistar así la Vida Nueva para el mundo. Y se angustia porque todavía esta nueva Vida no ha llegado a realizarse
en plenitud en todos los hombres.
La muerte y Resurrección de Jesús son causa de la reconciliación de los hombres entre sí y con Dios. El Espíritu Santo nos
une a todos en un solo cuerpo en Cristo. Las dos expresiones del bautismo y del fuego nos llevan al mismo fin: el
establecimiento de la paz verdadera y definitiva.
Pero el Señor nos advierte para que no alentemos falsas ilusiones sobre una rápida y fácil instauración de la paz en este
mundo.
Algunos podrían creer por ingenuidad, otros por impaciencia, que la paz total ya se daría ahora mismo.
A ellos se refiere el Señor cuando dice que no piensen que Él ha venido a traer la paz. Está hablando de esa paz a corto
plazo, que ciertamente no vamos a encontrar.
Al contrario, cuánto más lo tomamos en serio a él, tanto más dificultades vamos a encontrar!
Pero Él nos prometió PAZ INTERIOR en medio de las dificultades.
El mensaje de Jesús no es para calmar la conciencia de nadie. Más bien es como un espejo que pone delante de nosotros.
Nos cuestiona. Por eso pocos en su época aplaudían a Jesús.
Jesús fue causa de división en su época y lo sigue siendo hoy.
Jesús nos quiere decir: hay que seguirle a Él, decididamente, no importa lo que los propios padres o hijos piensen. Jesús
necesita seguidores. A Jesús no le basta gente que lo admire, necesita gente que se comprometa y lo siga con todas sus
consecuencias.
En el tiempo en que San Lucas escribe el evangelio, el hacerse cristiano significaba romper con la propia familia y dividirla.
A los judíos les estaba prohibido casarse con paganos, y éstos valía también para los cristianos. Por eso en aquella época,
seguir a Jesús significaba dividir la familia. Muchas discordias entraron en las familias por causa de la fe en Jesús.
La división de la que habla Jesús es la que surge de seguir a nuestro maestro, siendo absolutamente fieles al Evangelio.
Aquel que quiere seguir al maestro tiene que prepararse para todo, menos para una vida fácil.
Los cristianos debemos ser fuego que encienda. Igual que Jesús encendió a sus discípulos. Nadie que nos conozca debe
permanecer indiferente. El Espíritu Santo, soplará a través nuestro para que surja llama en esas personas que parecen ya
apagadas, que apenas tienen vida cristiana.
El optamos de veras por Jesús, si lo elegimos a Él como a nuestro único Señor, nos tocará enfrentarnos con el mundo,
porque el mensaje de Jesús, las Bienaventuranzas, son el mayor de los rechazos a los criterios que el mundo considera como
valores.
Para seguir a Jesús, para optar por su reino, tendremos muchas veces que romper con muchas conveniencias personales y
sociales, tendremos que saltar por encima de muchos compromisos familiares. Tenemos que estar dispuestos a dejarlo todo y
seguir a Cristo por el camino de la cruz.
Vamos a pedirle hoy a la Virgen, a ella que como nadie, se dispuso a enfrentarse con el mundo de su época, dando su Sí, a
Dios, ese Sí que posibilitó la venida de nuestro Salvador, que nos infunda su valor para ser nosotros también fieles a la voluntad
de Dios, siguiendo a Jesús, trabajando por su Reino de Paz.

LECTURAS DEL LUNES 19 DE AGOSTO DE 2019


(20ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 19, 16-22
Se le acercó un hombre y le preguntó: «Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?»
Jesús le dijo: «¿Cómo me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno solo es el Bueno. Si quieres entrar en la Vida eterna,
cumple los Mandamientos.»
«¿Cuáles?», preguntó el hombre. Jesús le respondió: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso
testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
El joven dijo: «Todo esto lo he cumplido: ¿qué me queda por hacer?» «Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús ve, vende todo lo
que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.»
Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes.
Reflexión
En el Evangelio, el Señor habla en forma personal a cada uno de los que escuchan la Palabra de Dios. Por eso la palabra
adquiere trascendencia, cuando cada uno de nosotros la aplicamos a nuestras propias vidas y condiciones.
Las reflexiones que solemos escuchar sobre este pasaje del evangelio del joven rico están referidas generalmente a quienes
tienen vocación a la vida consagrada. Podría creerse que solo está dirigido a aquellos privilegiados a quienes el Señor llama
para vivir su cristianismo desde un estado sacerdotal o religioso. ... El joven contesta a Jesús que ya cumplía los mandamientos,
y cuando el Señor le pide algo más, no tiene el suficiente coraje y la suficiente generosidad para dejar todos sus bienes y seguir
al Señor.
Pero si meditamos un poco más los hechos del pasaje, todos podemos descubrir en qué medida nos resultan aplicables.
Es frecuente que los cristianos pensemos que un poco mejor o un poco peor, ya estamos cumpliendo la ley del Señor. Y
seguramente que en muchos casos esa sea la realidad.
Pero también es cierto que si escarbamos un poco más dentro nuestro, vamos a descubrir las veces que el Señor nos ha
pedido a nosotros, como le pidió al joven rico del evangelio, ... algo más...
Quizás se trate de encarar una tarea de evangelización o de catequesis. O de hacernos cargo de un trabajo de ayuda a nuestro
prójimo, en el hospital, en una escuela, o en nuestro barrio. O de comprometernos a ir una vez por semana a enseñar algo a
alguien o a cuidarlo.
A lo mejor el Señor nos está pidiendo que recemos un poco más todos los días, o que asistamos a una novena, o a misa con
mayor frecuencia.
Y con seguridad que para cumplir con ese pedido del Señor, que nos puede venir a través de un amigo o de un necesitado, o
de la forma menos pensada, ... seguramente va a ser necesario que dejemos alguna otra cosa. Tal vez sea ese rato de
esparcimiento del que gozamos todos los días mirando un programa de televisión. O tal vez sea a costa de acortar el tiempo que
pasamos hablando amablemente con nuestros amigos. O el tiempo que dedicamos a una actividad o un deporte que nos gusta. O
a costa de perder unos minutos de sueño.
O a lo mejor, decir sí al pedido del Señor nos requiere privarnos de un bien material, o de un gasto, para hacer una donación
o un regalo junto con nuestra ayuda.
Por supuesto que responder afirmativamente al llamado del Señor nos va a costar. Necesitaremos ser generosos y
desprendidos. Necesitaremos ser decididos cuando decimos sí, y constantes y tenaces para cumplir con nuestro compromiso
para no quedarnos a mitad de camino y dejarlo sin terminar.
A cambio de nuestro renunciamiento, el Señor nos promete el ciento por uno. Todas las acciones buenas que hagamos, por
amor a Dios van a ser recompensadas. Y esa recompensa no solo vendrá en nuestra vida futura, sino que muy rápidamente, nos
traerá la paz y la alegría.
El Evangelio nos dice que el joven rico se marchó triste. Por falta de valentía y de generosidad dejó pasar la oportunidad de
alcanzar la felicidad. De vivir alegre.
Vamos a pedir hoy a María, a ella a quien todas las generaciones llamaron feliz por su entrega al Señor, que nos dé las
fuerzas y la generosidad de corazón para responderle fielmente al llamado que Jesús nos hace a cada uno.

LECTURAS DEL MARTES 20 DE AGOSTO DE 2019


(20ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 19, 23-30
Jesús dijo entonces a sus discípulos: «Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es
más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.»
Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?»
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible.»
Pedro, tomando la palabra, dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a
nosotros?»
Jesús les respondió: «Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de
gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y el que a causa
de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como
herencia la Vida eterna.
Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.»
Reflexión
En este día la palabra de Dios no habla del rico que pone su confianza en las riquezas, y entonces no comparte.
La fe germina con mayor facilidad en el desprendimiento que en las preocupaciones por las cosas
Quien pone el corazón en los bienes de la tierra, se incapacita para encontrar a Dios. Porque quien tiene el corazón repleto de
bienes materiales, no puede amar a Dios.
Los bienes de la tierra no son malos, siempre y cuando no los convirtamos en ídolos. Porque entonces nos postraremos ante
esos bienes.
Muy por el contrario los medios materiales pueden ser los medios que nos permitan ser instrumentos para el bien, para la
justicia.
En la época de Jesús, la riqueza se consideraba como un premio de Dios, y Cristo a esto responde con una expresión
popular: Es más fácil para el camello pasar por el ojo de una aguja, que para el rico entrar en el Reino de los cielos
El Señor no está diciendo que los ricos no pueden salvarse, está diciendo que quien tiene una afición desordenada a las cosas
materiales difícilmente se salvará. Pero no porque el Señor no quiera, sino porque probablemente esa afición desordenada puede
impulsarlos a cometer injusticias.
Pero los discípulos que no tenían riquezas y habían dejado todo por seguir a Jesús, le preguntan, cuál va a ser su lugar.
Y el Señor les promete el lugar de honor, pero se los promete por seguirlo.
El dejar todo es sólo una condición para seguir a Jesús, pero lo realmente importante, lo que nos puede permitir acceder a la
perfección es realmente seguirlo a Cristo.
Esta mentalidad de Pedro, la espera de la recompensa, está muy extendida entre nosotros, los cristianos.
Muchas veces dejamos muchas cosas para seguir a Cristo, a veces muchísimas cosas, y sin embargo, después nos enredamos
y empobrecemos con pequeñeces, con críticas, con envidias, con aspiraciones y puestos de honor.
Y entonces, lo dejamos todo, pero no somos realmente sus seguidores.
Vamos a pedirle hoy a María, nuestra Madre que nos enseñe a ser desprendidos de las cosas del mundo a ejemplo suyo para
que así nos sea más fácil alcanzar el reino.
LECTURAS DEL MIÉRCOLES 21 DE AGOSTO DE 2019
(20ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 20, 1-16
Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.
Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.
Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: Vayan ustedes también a mi viña y les
pagaré lo que sea justo. Y ellos fueron.
Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les
dijo: ¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?. Ellos les respondieron: Nadie nos ha contratado. Entonces les
dijo: Vayan también ustedes a mi viña.
Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por
los últimos y terminando por los primeros.
Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros,
creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario,
diciendo: Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso
del trabajo y el calor durante toda la jornada.
El propietario respondió a uno de ellos: Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo
que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me
parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?
Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos.»
Reflexión
Nos puede sorprender esta parábola. Parece injusto que se dé lo mismo a todos, sin tomar en cuenta sus obras y sus
sacrificios.
Bien es cierto que Jesús quiso sacarnos la idea que tengamos méritos que Dios debe premiar.
Pero también conviene mirar con más atención las enseñanzas de la parábola, pues Jesús establece una comparación, no
entre varios trabajadores, sino entre diversos grupos de trabajadores. Cada grupo puede representar un pueblo, un país, o un
continente y, mientras unos recibieron la Palabra de Dios hace muchos siglos, otros recién llegan a la fe.
A lo largo de la historia, Dios llama a los diversos pueblos a que vengan a trabajar a su viña.
Para empezar llamó a Abraham y le encargó, a él y a sus descendientes, su obra en el mundo.
Más tarde, en tiempo de Moisés, mucha gente se juntó a su grupo para salir de Egipto, y lo mismo sucedió en los siglos
siguientes.
Los antiguos reivindican constantemente su derecho a ser tratados mejor que los demás, pero la viña no les ha sido
encargada en forma exclusiva.
Después, con la venida de Cristo, el Evangelio fue llevado a otros pueblos, hasta entonces paganos. Entraron en la Iglesia y
formaron la cristiandad. También ellos pensaron que el Reino de Dios y la Iglesia eran cosa suya.
Hasta nuestros días no han faltado las familias que se extrañan cuando la Iglesia critica sus privilegios y ya no les concede
los primeros asientos en el templo. Dicen que la Iglesia los traiciona, porque siempre han pensado que la Iglesia era de su
propiedad.
En la parábola todos somos puestos en un pie de igualdad y recibimos el mismo denario, la moneda de plata del sueldo
diario. ¡Debemos alegrarnos por haber sido llamados a trabajar cuando estábamos desocupados!
Vamos a pedir hoy a Jesús que nunca nos sintamos con privilegios dentro de la Iglesia por hacer alguna tarea especial, o por
haber estado sirviéndola desde más tiempo, porque el Señor acoge en su viña a todos, y recompensa de la misma forma a los
recién llegados.

LECTURAS DEL JUEVES 22 DE AGOSTO DE 2019


(20ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 22, 1-14
Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su
hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: Mi banquete está preparado; ya han sido matados
mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y
se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego
dijo a sus servidores: El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los
caminos e inviten a todos los que encuentren.
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de
convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. Amigo, le dijo, ¿cómo
has entrado aquí sin el traje de fiesta?. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: Atenlo de pies y
manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.»
Reflexión
La palabra de Dios hoy, nos presenta a Dios, con la mesa preparada para el banquete.....y sin invitados. ¿Cuál es la
alternativa?
¿Apagar las luces y suspender la boda?
No, Dios elige otros invitados,... Nadie puede quedar excluido de la fiesta,...
Esta parábola del Banquete de Bodas, se sitúa en Jerusalén, algunas semanas antes de la muerte de Jesús.
Jesús anuncia, cada vez más claramente, el rechazo que su pueblo, el pueblo elegido, hará del Mesías de Dios.
Dios sueña en una fiesta universal para la humanidad,... una verdadera fiesta de boda,... banquete, música, trajes, cantos,
alegría, comunión.
Dios casa a su Hijo,... conforme al querer del Padre. La desposada es la humanidad. Y el Padre es feliz de ese amor de su
Hijo.
Y Dios invita a la boda, Dios llama, Dios propone.
Esta es una de las mejores imágenes del destino del hombre.
El hombre de hoy, no sabe adónde va,... cuál es el sentido de su vida.
Y Jesús nos responde a todos: están hechos para la unión con Dios, por mi intermedio.
Dios nos ama, y cada uno de nosotros está llamado a responder a ese amor de Dios.
Todos los amores verdaderos de la tierra, son el anuncio, la imagen, la preparación y el signo de ese amor pleno de Dios por
cada uno de nosotros.
Jesús en la parábola nos dice, que los invitados, algunos, no hicieron caso de los servidores y siguieron con sus tareas, y
otros hasta maltrataron a los servidores.
Así hacemos también nosotros. Muchas veces, Jesús nos invita, y nosotros no respondemos. Preferimos seguir en lo nuestro,
en vez de ir a su fiesta. Dios nos invita a su mesa en cada misa, y muchas veces no acudimos.
Y otras veces, acudimos sin el traje de boda. Acudimos a recibir al Señor en la Eucaristía, sin la debida preparación, sin estar
en gracia de Dios.
Y para nosotros es la advertencia de Jesús. El rey echó al invitado que acudió sin el traje de boda, a las tinieblas. Es lo
mismo que hará Dios con nosotros, si acudimos a recibir indignamente a su Hijo.
Por eso hoy vamos a pedirle a María, que no rechacemos el banquete de bodas de Dios, que acudamos frecuentemente a
recibir a Jesús en la Eucaristía, con la misma pureza con que ella lo recibió en su seno.

LECTURAS DEL VIERNES 23 DE AGOSTO DE 2019


(20ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 22, 34-40
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos,
que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»
Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más
grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.»
Reflexión
Ante la pregunta que le hacen los fariseos, Jesús nos revela que toda la Ley de Dios se condensa en dos mandamientos: el
primero y más importante consiste en el amor incondicional a Dios. Jesús dice que lo debemos amar con todo nuestro corazón,
con toda nuestra alma y con toda nuestra mente.
San Agustín comenta este pasaje diciendo que el corazón es el centro de la vida y palpita. El alma es el primer principio de la
vida y mueve a todos los miembros. Y la mente es la facultad que pensando mide la esencia y la propiedad de las cosas. Y Dios
nos ha dado el corazón, el alma y la mente para que podamos dirigirlos hacia El y podamos amarlo siempre.
Dios hizo al hombre para amarle. Toda la razón de ser de nuestra vida se contiene en esa vocación de amar. Pero ese amar no
consiste en pasarse todo el día mirando el Cielo y diciendo una y otra vez «Dios mío, te quiero». Es cierto que se deben hacer
actos explícitos de amor a Dios, pero principalmente lo que Dios espera de nosotros es que le mostremos su amor hacia El
cumpliendo con lo que nos manda.
Pero a continuación del primer mandamiento, el Señor agrega, en seguida otro: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
Jesús nos enseña que la medida práctica del amor al prójimo debe ser la del amor a uno mismo. Debemos desear para nuestro
prójimo, lo mismo que queremos para nosotros: el bien.
La novedad de la respuesta de Jesús sobre el amor del prójimo es que coloca el amor al prójimo inmediatamente después del
amor de Dios.
San Juan, en su primera carta dice que si alguien dice que ama a Dios y no ama a su prójimo, es un mentiroso.
El amor al prójimo se manifiesta, a un primer nivel, en la preocupación que tenemos por el bienestar temporal. Esta es la
razón por la que decimos que tenemos amor o caridad cuando tratamos de mejorar la situación de alguien que necesita ayuda.
A un nivel más alto, el amor al prójimo se pone en práctica buscando el bienestar espiritual de los demás.
La importancia de los mandamientos y de las virtudes depende de la relación que guarden con la caridad. No puede haber un
criterio más simple y más exacto para juzgar nuestra virtud y nuestra santidad. No puede ser más sencillo el camino que
debemos de seguir para alcanzar la perfección. No hay más que un mandamiento: amar, y siempre amar; amar y amar a todos;
amar a todos y amarlos por amor de Dios, de la perfección con que se cumpla este mandamiento dependerá la perfección de
nuestra vida cristiana.
Vamos a pedir hoy a María, que interceda por nosotros para que seamos cada día más fieles en el cumplimiento de la ley del
amor que nos dejó su Hijo Jesús.

LECTURAS DEL SÁBADO 24 DE AGOSTO DE 2019


(20ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Juan 1, 45-51
Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es
Jesús, el hijo de José de Nazaret.»
Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?»
«Ven y verás», le dijo Felipe.
Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez.»
«¿De dónde me conoces?», le preguntó Natanael.
Jesús le respondió: «Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera.»
Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»
Jesús continuó: «Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees. Verás cosas más grandes todavía.»
Y agregó: «Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»
Reflexión
No basta encontrar a Cristo y seguirlo. Cuando lo encontramos realmente, es preciso convertirse en discípulo, en apóstol,
dando a conocer a Jesús, presentándolo ante los demás.
A veces, lo presentaremos simplemente con nuestra vida, y otras veces, lo haremos con palabras.
Es lo que pasó con Felipe en el Evangelio de hoy. Felipe encontró a Jesús y va en busca de Natanael a decírselo. Felipe
siente necesidad de invitar a otros a seguir a Jesús, como ellos lo hicieron. La mejor prueba de la gratitud nuestra por el llamado
que hemos recibido es procurar que muchos vayan por ese mismo camino.
Por eso en nuestras vidas, cuando nos encontramos realmente con Jesús, tenemos necesidad de que nuestros amigos,
nuestros seres queridos, la gente que nos rodea, también lo conozca y lo siga.
Dios se vale de distintos medios para llamar a cada uno. A unos los llama directamente, a otros los llama a través de terceras
personas, como en el caso de Natanael.
Y nos muestra el evangelio, que en un primer momento, Natanael no responde gustoso al llamado de Felipe, sin embargo,
Felipe insiste. Ven y verás, le pide a su amigo.
Así es como muchas veces tendremos que hacer nosotros. Tendremos que a veces hacer una suave presión para llevar a la
gente a Cristo, cuando en principio se muestra remolona. Vale la pena lo que se ofrece, y no podemos desalentarnos ante la
primera negativa.
Y cuando Natanael conoció a Cristo, el Señor lo conquistó inmediatamente El Señor le dice: He aquí un verdadero israelita
de corazón sencillo, en quien no hay engaño.
Hermoso elogio para Natanael, un hombre fiel a Dios y a su ley.
Jesús antes de saludarlo, ya lo conoce, y cuando Natanael le pregunta de dónde lo conoce, Jesús le descubre el fondo de su
corazón. Y Natanael, en una hermosa confesión de fe lo reconoce como Hijo de Dios y rey de Israel.
Jesús habla con un judío de corazón sencillo, buen conocedor de la Biblia, que había profundizado en los profetas de Israel y
esperaba al Salvador. Y entonces, no tiene dificultad en reconocer en Jesús al Salvador.
Nosotros muchas veces no reconocemos a Jesús, porque no conocemos las Sagradas Escrituras, que nos hablan de él.
Vamos a pedirle hoy al Señor, que nos ayude a conocerlo, a través de las Escrituras y también entrando en contacto con él. Y
pidámosle también, ser verdaderos apóstoles, dándolo a conocer también a los demás. Que nosotros también como Felipe,
digamos a los que nos rodean: Ven y Verás a Cristo.

LECTURAS DEL DOMINGO 25 DE AGOSTO DE 2019


(21ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Lucas 13, 22-30
Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.
Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?»
El respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En
cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: «Señor,
ábrenos.» Y él les responderá: «No sé de dónde son ustedes.»
Entonces comenzarán a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas.» Pero él les dirá: «No sé
de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!»
Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios,
y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el
banquete del Reino de Dios.
Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos.»
Reflexión
Uno de los seguidores de Jesús le pregunta: ¿Señor, son pocos los que se salvan?
Pareciera que en tiempos de Cristo existía el mismo atractivo que hoy por las estadísticas. Esta sería una pregunta que más
de un periodista, si tuviera la oportunidad, le volvería a hacer hoy al Señor. Y sin embargo, no deja de ser una pregunta estéril,
que no suple la pregunta que verdaderamente interesa: Señor, ¿qué debo hacer para salvarme?
Y Jesús no responde a la pregunta que le hacen. Jesús nunca dijo si serían muchos o pocos los que compartirán la felicidad
de Dios («los que irán al cielo»). Pero sí dijo repetidas veces que serán pocos los elegidos entre muchos llamados.
El Señor va más allá de la pregunta sobre la cantidad de los que se salvan y responde lo esencial. Le preguntan por el
número y El responde sobre el modo: «Esfuércense por entrar por la puerta angosta». Y enseña a continuación que para entrar
en el Reino no es suficiente pertenecer al Pueblo elegido, ni tener una falsa confianza en el Señor. Tampoco bastan los
privilegios de haber comido y bebido con el Señor, ni haber enseñado en las plazas. Para salvarse se requiere tener una fe con
obras, a la que todos hemos sido llamados.
Esto significa que entre tantas personas que tuvieron la suerte de encontrar al Señor y que, con eso fueron llamadas a
compartir su misión, no todos han aceptado cambiar su vida y comprometerse con él. Los elegidos son los que perseveran en
seguir el camino del Señor.
Todos los hombres hemos sido creados para salvarnos.
El Señor expresa la dificultad de la salvación con la imagen de la puerta angosta, sin dar respuesta a la pregunta teórica de la
cantidad. Lo que a nosotros nos interesa es el aspecto práctico del problema de la salvación, que depende de nuestra voluntad,
ya que Dios da a todos los hombres las gracias suficientes a través de los sacramentos, de su palabra, para que se salven, pero
exige nuestra personal cooperación. Nos toca a nosotros secundar la obra de la gracia que el Señor nos ha dado, para salvarnos.
El Señor nos advierte que el camino que conduce a la salvación no es nada fácil y en consecuencia es preciso esforzarse,
actuar con energía. Es necesaria la decisión firme de nuestra parte. Poner en tensión todas las energías. En ninguna parte del
Evangelio se dice que el Reino de Dios sea para los cómodos o los cobardes, sino para los esforzados y valientes.
En la carta a los Hebreos de la misa de hoy se lee: «Por lo tanto, levanten las manos caídas y fortalezcan las rodillas que
tiemblan, enderecen los caminos tortuosos por donde han de pasar, para que el cojo no se pierda y más bien se mejore».
Para seguir al Señor y alcanzar la salvación es necesario luchar contra las inclinaciones y los instintos que pueden apartarnos
del camino recto que conduce al Señor. Es necesario luchar contra los egoísmos, contra la comodidad y la pereza. Siempre
contamos con la gracia del Señor. Jesús ha instituido los sacramentos, que son fuente de la gracia, y los pone a nuestra
disposición para ensanchar la puerta angosta de la salvación. Pero somos nosotros los que tenemos que poner los medios para
recibirlos. Somos nosotros los que debemos superar nuestro egoísmo, nuestra comodidad, y decidirnos a ir al encuentro de la
gracia que se nos ofrece en los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía.
Vamos a pedir hoy a María, a ella que invocamos como Reina y Señora de todo lo creado, que nos de fuerzas para decidirnos
a seguir siempre a su Hijo Jesús.

LECTURAS DEL LUNES 26 DE AGOSTO DE 2019


(21ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 23, 13-22
«¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan
entrar a los que quisieran.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para conseguir un prosélito, y cuando lo han
conseguido lo hacen dos veces más digno de la Gehena que ustedes!
¡Ay de ustedes, guías ciegos, que dicen: «Si se jura por el santuario, el juramento no vale; pero si se jura por el oro del
santuario, entonces sí que vale»! ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante: el oro o el santuario que hace sagrado el oro?
Ustedes dicen también: «Si se jura por el altar, el juramento no vale, pero vale si se jura por la ofrenda que está sobre el altar.»
¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar que hace sagrada esa ofrenda?
Ahora bien, jurar por el altar, es jurar por él y por todo lo que está sobre él. Jurar por el santuario, es jurar por él y por aquel
que lo habita.
Jurar por el cielo, es jurar por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él.»
Reflexión
Los evangelios son también catequesis para las comunidades a las que se dirigen. Mateo escribe para las comunidades
judeocristianas en las que debería ser aún grande la influencia de los fariseos. Hay que recordar que los judeocristianos habían
sido excluidos oficialmente de las sinagogas. Por todo eso, el Evangelio de Mateo tiene mayores resonancias antifariseas.
En estos Ayes, o lamentaciones de Jesús, contra los fariseos y maestros de la ley, ataca su hipocresía: dicen y no hacen,
pretenden ser fieles a Dios en detalles insignificantes, y son infieles en lo principal de la ley, que es el amor y la justicia. No sólo
han desoído el llamado al reino, anunciado por Juan, y proclamado por Jesús, sino que estorban la entrada a él a la gente de
buena voluntad.
Van hasta el fin del mundo para convertir al judaísmo a algunos paganos y los hacen peores que ellos.
En vez de jurar por Dios y por todo lo que se relaciona con él, lo hacen por cosas materiales profanando el santo nombre de
Dios.
Aquellos maestros de la ley, en vez de ser guías fieles hacia la verdadera religión y los primeros en aceptar el mensaje del
reino, que presenta Jesús, se han convertido en los mayores obstáculos para él. Cerraban, en vez de abrir, las puertas.
Tal vez nosotros también hemos obrado así sin siquiera darnos cuenta, cerrando las puertas al mensaje cristiano a tantos
paganos de buena voluntad, por nuestro mal comportamiento, por nuestras divisiones, por el amor desenfrenado al poder y al
dinero.
En vez de hacernos servidores del mundo, mensajeros de la paz y la reconciliación, nos hemos presentado como
«civilizadores», como mejores que ellos, como una clase aparte.
Hemos querido atraerlos a Cristo por nuestra superioridad y no por nuestro servicio humilde y desinteresado. Hemos querido
suplantar sus grandes valores por los nuestros, y cuando los hemos atraído a la fe cristiana les hemos contagiado también
nuestros vicios y nuestro orgullo.
Las palabras de Jesús a escribas y fariseos son también para nosotros hoy, y no podemos negar que aquella semilla de la
hipocresía, que el Señor recrimina en ellos, puede ser también abundante en nuestros campos.
También el fariseísmo, en lo que tiene de malo, arraiga entre nosotros.
Por eso hoy vamos a pedirle especialmente al Señor, que sepamos llevar a los demás a Cristo, con nuestro testimonio y con
nuestra vida.

LECTURAS DEL MARTES 27 DE AGOSTO DE 2019


(21ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 23, 23-26
Jesús habló diciendo: ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del
comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar
aquello. ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos
de codicia y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera.
Reflexión
Jesús les echa en cara a los fariseos la hipocresía y la simulación.
La menta, el anís y el comino eran hierbas insignificantes sobre las que no los judíos no estaban obligados a pagar el
impuesto del diezmo, porque se usaban en cantidades reducidas. Sin embargo los fariseos, para poder hacer gala de que eran
celosos cumplidores de la ley, pagaban los diezmos incluso sobre ellas.
Jesús critica a los judíos que pagan esos impuestos y después no cumplen la Ley en lo que realmente tiene peso: la justicia,
la misericordia y la fe
Una comparación similar hace el Señor cuando les dice: ¡Guías ciegos! Ustedes cuelan un mosquito, pero se tragan un
camello. Había judíos que para no exponerse a tragar algún insecto que su ley consideraba impuro, filtraban las bebidas a través
de un género. Jesús les reprocha ese modo ridículo de comportarse: colar cuidadosamente un mosquito y tragarse sin el menor
reparo un camello.
Los judíos ponían toda su atención en observar la letra de la ley. En ser escrupulosos en cumplir la parte externa, que es lo
que queda a la vista de todos. En cambio el Señor enseña que hay que purificar primero lo que está adentro, y después lo
exterior.
También hoy tiene vigencia esta enseñanza del Señor. Cuántas veces nosotros nos esmeramos en dar cumplimiento a aquello
que es visible para los que nos rodean, para quedar bien, pero luego, faltamos en cosas graves. Cuantas veces hacemos actos que
exteriormente parecen ser muy buenos, pero que están movidos por intereses personales, y no por amor a Dios y al prójimo.
El Señor, con este Evangelio nos está señalando que en nuestra vida debemos tener rectitud de intención. Que nuestras
acciones no deben buscar la aprobación y el aplauso de los que nos rodean, sino que deben estar hechas de cara a Dios.
Se cuenta que un grupo de turistas había subido a lo más alto de una de las torres de la catedral de una antigua ciudad de
Alemania, que la estaban restaurando, para ver los trabajos que allí se hacían.
Allá arriba, un viejo obrero labraba cuidadosamente las piedras, tallando pequeñas flores y adornos. Los ladrillos quedaban
así cubiertos con las piedras talladas cuidadosamente por el viejo artesano.
Intrigado por su enorme paciencia, uno de los turistas le preguntó: ¿Por qué se esmera usted tanto? Desde allá abajo nadie
podrá admirar su trabajo.
No importa, lo verá Dios, contestó el hombre.
Vamos a pedir hoy a María que nos ayude a vivir siempre de cara a Dios, y a que todas nuestras acciones las realicemos con
rectitud de intención, purificando nuestro interior y buscando la misericordia, la justicia y la fe, como nos lo enseña el Señor en
este pasaje del Evangelio.

LECTURAS DEL MIÉRCOLES 28 DE AGOSTO DE 2019


(21ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 23, 27-32
Jesús habló diciendo: ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera,
pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los
hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los
justos, diciendo: «Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la
sangre de los profetas»! De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas.
¡Colmen entonces la medida de sus padres!
Reflexión
Jesús nos muestra en este evangelio, que no quiere una religiosidad fundamentada en lo exterior, en las apariencias, sino que
exige una religión en «espíritu y en verdad», según lo dice en otra parte del evangelio. Lo que cuenta es el interior del corazón
del hombre, y no las actitudes hechas para que otros las vean.
También nosotros podemos caer como los fariseos, en quedarnos solamente con los actos externos de la piedad: venerar las
imágenes de los santos, cumplir con los ritos, pero que nos falte llevar una vida de auténtica piedad y de profunda vida interior
en nuestras relaciones con el Señor. ... Una vida de amor y comprensión al prójimo que nos rodea.
La veracidad es la sinceridad con los otros y con nosotros mismos, ... pero a veces cuesta mucho ser sinceros con nuestra
propia conciencia.
Otras veces pasa que nos falta la rectitud de intención en nuestras obras: actuamos por interés, buscando una recompensa,
tratando de quedar bien, o como lo hacían los fariseos del evangelio, para aparentar ante los demás y tener una posición de
privilegio en la sociedad.
El Señor ve nuestro corazón. Podemos engañar a nuestro prójimo, podemos llegar a engañarnos a nosotros mismos después
de vivir mucho tiempo en la falsedad, pero a Dios no lo podemos a engañar.
Se ha dicho con razón, que para engañarse a uno mismo e ir acomodando la conciencia a nuestro gusto, una buena manera
de empezar es cambiando el nombre a las cosas. Utilizar un vocabulario confuso que convierta los defectos en virtudes.
La pereza se convierte en cansancio, agotamiento, depresión, serenidad.
La soberbia puede llamársela autovaloración. Al egoísmo se lo puede llamar realización de uno mismo, a la desobediencia,
personalidad; a la ira, temperamento; a la gula, gastronomía.
Jesús, en el evangelio de hoy pone al descubierto la falsedad de los fariseos por su falta de unidad de vida..., de rectitud de
intención. Por actuar movidos por amor a sí mismos, en vez de hacerlo por amor a Dios.
El papa Juan Pablo I, cuando todavía era obispo de Venecia contaba este cuento:
A la entrada de la cocina estaban echados los perros. El cocinero, que limpiaba un cordero para cocinarlo, echó las vísceras
al patio. Los perros se las comieron y dijeron: «Es un buen cocinero, cocina muy bien»
Poco después el cocinero pelaba las papas y las cebollas y tiró las cáscaras al patio. Los perros se arrojaron sobre ellas, pero
torciendo el hocico para otro lado dijeron: «El cocinero se ha echado a perder; ya no sirve para nada».
Sin embargo, el cocinero no se conmovió en lo más mínimo ni por el elogio que recibió primero, ni por la crítica que le vino
después. Sólo pensó para sí mismo: «El dueño de casa es el que tiene que comer y apreciar la comida que yo hago, y no los
perros. Me basta con ser apreciado por mi patrón».
Quién actúa con rectitud de intención, de cara a Dios, no lo hace para que los que los rodean lo alaben, ni se preocupa si lo
critican.
Pidamos a la Virgen, ella que tanto amó a Jesús en su corazón, que nos enseñe a ser sinceros en nuestro trato con Dios y en
nuestra vida, y que todas nuestras acciones tengan rectitud de intención y estén movidas por amor a Jesús.

LECTURAS DEL JUEVES 29 DE AGOSTO DE 2019


(21ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Marcos 6, 17-29
Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que
se había casado. Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener a la mujer de tu hermano.
Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y
santo, y lo protegía.
Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus
oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey
dijo a la joven: Pídeme lo que quieras y te lo daré. Y le aseguró bajo juramento: Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque
sea la mitad de mi reino. Ella fue a preguntar a su madre: ¿Qué debo pedirle?. La cabeza de Juan el Bautista, respondió esta.
La joven volvió rápidamente a donde estaba el rey y le hizo este pedido: Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una
bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a
un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la
entregó a la joven y esta se la dio a su madre.
Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
Reflexión
Hoy la Iglesia conmemora el día de la muerte de Juan el Bautista. El 24 de Junio pasado celebramos el día de su nacimiento.
El evangelio de la misa de hoy nos relata el martirio de San Juan, que fue fiel hasta dar la vida, a la misión recibida de Dios.
Si en los momentos difíciles se hubiera callado o se hubiera mantenido al margen de los acontecimientos, se habría librado de la
muerte en la cárcel de Herodes.
Pero San Juan no era como una caña que se mueve con cualquier viento. Fue coherente hasta el final con su vocación y con
sus principios.
La sangre que derramó Juan, nos da un ejemplo de amor y de firmeza en la fe, de valentía y de fecundidad.
San Juan tenía presente la advertencia del Señor al Profeta Jeremías que nos recuerda la primera lectura de la misa de hoy:
Juan lo dio todo por el Señor: no sólo dedicó todos sus esfuerzos a preparar su llegada y los primeros discípulos que tendría
el Maestro, sino que dio la vida misma.
San Juan siente que su obligación es denunciar la situación irregular de Herodes con la mujer de su hermano, y a pesar de
tratarse del rey, no por eso se calla, y eso lo lleva a la muerte.
Pero debemos reconocer que son pocos los hombres a que el Señor les pide un testimonio de fe dando su vida en el martirio.
En cambio nos pide a todos la entrega de la vida en el cumplimiento fiel del deber: en el trabajo, en la familia, en la lucha
por ser siempre coherentes con la fe cristiana.
La fortaleza de Juan y su vida coherente es para nosotros un ejemplo a imitar. Él fue el Precursor del Señor, no solamente
con su Palabra, sino también con su vida y con su muerte; consumió su vida en servicio a las exigencias del plan de Dios; el
servicio al plan de Dios impone dedicación total y entrega de la propia vida, si es preciso.
Si imitamos el ejemplo de Juan en los acontecimientos diarios, muchos de los que nos rodean se podrán convencer por ese
testimonio sereno, de la misma manera que muchos se convertían al ver la valentía del Precursor.
Pidamos hoy al Señor nos dé también a nosotros esa fortaleza y coherencia en lo ordinario, para que sepamos dar testimonio
a través de nuestra vida y nuestra palabra, de la fe que profesamos.

LECTURAS DEL VIERNES 30 DE AGOSTO DE 2019


(21ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 13, 44-46
Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno
de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran
valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.»
Reflexión
Las dos parábolas explican la naturaleza escondida del reino de Dios y la irresistible atracción que despierta en quien lo
descubre.
Jesús quiere confirmar a sus oyentes que el reino de Dios no está al alcance de todos, pero todos pueden encontrarlo porque
está como el tesoro, esperando para ser descubierto.
Y nos dice que quien sabe dónde está, está dispuesto a entregar todo a cambio; quien lo encuentra puede desprenderse de
todo cuanto tiene, con tal de obtenerlo.
Quien no tenga esa capacidad, desconoce el paradero de Dios; quien no se siente obligado a liberarse de todas la posesiones,
todavía no se ha topado con ese tesoro que es el reino.
El Señor nos enseña en primer lugar que encontrarse con Dios, no es una experiencia muy diferente de la que experimenta
quien descubre, un buen día, el mayor tesoro. De la misma forma como reaccionaríamos si nos topáramos con algo realmente
valioso, tendríamos que reaccionar cuando nos encontremos con Dios.
La astucia del afortunado que se encuentra con riquezas escondidas y vende todo lo que tiene hasta alcanzarlas, o el
desprendimiento del comerciante de perlas finas, son las reacciones lógicas que todos nosotros hubiéramos tenido, en caso de
toparnos, como ellos, con un gran tesoro.
¿Quién de nosotros no hubiera protegido los bienes descubiertos, enterrándolos de nuevo, hasta que pudiéramos volver y
hacernos dueños, aunque fuera a costa de perder todo lo que poseyéramos?
¿Quién no sería capaz de enajenar todos sus bienes con tal de hacerse con la perla de su vida?
Si semejante comportamiento no nos parece extraordinario, si comprendemos que se puede uno arriesgar a perder cuanto
tiene por ganar lo que todavía no es suyo, entonces, nos pregunta Jesús hoy, como un día lo hizo a la gente con sus parábolas:
¿Por qué no actúan en forma idéntica ante Dios?
¿Qué les falta para decidirse a poner a Dios por delante de todos los demás bienes que poseen o desean?
El descubridor de tesoros y el traficante de perlas, se encontraron inopinadamente con algo que no esperaban y como sabían
que lo que encontraron era mayor y mejor que cuanto poseían, supieron reaccionar con rapidez, su desprendimiento fue total.
Por eso si el reino de Dios, si poseer el reino de Dios, no suscita en nosotros esa misma atracción que despierta el tesoro, es
que no lo hemos encontrado todavía, es que todavía está escondido.
Dios está esperando que llegue quien sepa reconocerlo. Dios está al alcance de quien se encuentre con él.
Jesús quiso confirmar a sus oyentes que el reino de Dios no está a la vista de todos ni al alcance de sus manos; se esconde a
la mirada de la mayoría.
Pero puede ser encontrado.
Pidamos hoy al Señor, tener el deseo de encontrarlo y con él encontrar la alegría y la fuerza de dejar todo para conseguir el
reino.

LECTURAS DEL SÁBADO 31 DE AGOSTO DE 2019


(21ª Semana. Tiempo Ordinario)
+ Mateo 25, 14-30
Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:
El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A
uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió.
En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que
recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.
Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos
se adelantó y le presentó otros cinco. «Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado.»
«Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a
participar del gozo de tu señor.»
Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: «Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he
ganado.» «Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a
participar del gozo de tu señor.»
Llegó luego el que había recibido un solo talento. «Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has
sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!»
Pero el señor le respondió: «Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he
esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses.
Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le
quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes.»
Reflexión
El significado de la parábola es claro. Los siervos somos nosotros; los talentos son las condiciones con que Dios nos ha
dotado a cada uno: la inteligencia, la capacidad de amar, de hacer felices a lo demás, los bienes naturales. El tiempo que dura el
viaje del amo es nuestra vida. El regreso inesperado: la muerte. La rendición de cuentas es el juicio. Entrar en el banquete: el
Cielo.
En la época del Evangelio, el talento era una unidad contable que equivalía a unos cincuenta kilos de plata, y se empleaba
para medir grandes cantidades de dinero. Era equivalente a unos seis mil denarios, y un denario aparece en el Evangelio como el
jornal de un trabajador del campo. Aún el siervo que recibió menos bienes (un talento) obtuvo del Señor una cantidad de dinero
muy grande. Una primera enseñanza de esta parábola: hemos recibido bienes incontables.
Es por eso que no nos deben parecer desconcertantes o incomprensibles las palabras de esta parábola que nos dicen que a
quien no tiene, aún lo poco que tiene le será quitado.
El Señor, lo que nos enseña en este pasaje, es que todos tenemos que corresponder a las gracias que hemos recibido, hayan
sido estas mayores o menores. Aquel que recibió mucho, deberá rendir cuenta por lo mucho que recibió, y se le exigirá muchos
frutos. Pero aquel que recibió poco, también está obligado a responder por aquello que recibió.
En este pasaje se nos enseña a todos la necesidad de hacer fructificar los dones recibidos, de una manera esforzada, exigente
y constante durante toda nuestra vida. Tenemos la necesidad de producir buenas obras, y estas buenas obras deben ser realizadas
proporcionalmente a los dones recibidos, ya que los talentos de la parábola designan la capacidad que recibimos para hacer
buenas obras.
Hoy vamos a pedir al Señor que siempre nos preocupemos de hacer fructificar los talentos recibidos, poniéndolos al servicio
de Dios y de nuestro prójimo.

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