Sei sulla pagina 1di 6

María, madre de Jesús (Amiga de Dios) por Xabier Pikaza

Con ocasión de las fiestas del Carmen, quiero reflexionar sobre María, la
madre de Jesús, que ha sido y sigue siendo para los cristianos un signo
de amor. De esa manera, frente al signo de Jesús, su Hijo, que aparece
muchas veces como signo de juicio, ella viene a presentarse como “reina y
madre de misericordia, vida, dulzura, esperanza nuestra” (Antífona Salve).
Ella es el signo de maternidad amorosa, una expresión privilegiada de la
ternura creadora dela vida. Desde ese fondo destacamos algunos rasgos
de amor de la figura de María en la conciencia de la iglesia1
1. Signo materno de amor. Ser madre es dar la propia vida, no en un
plano de ideas o principios generales, sino desde la propia carne, como
engendradora personal. El mito helenista de Pandora*, repetido en el
conjunto de la cultura patriarcalista, ha pensado que la madre es ‘ánfora”
que acoge y madura el líquido masculino de la vida, vientre que recibe
pasivamente el semen patriarcal. Hoy sabemos que ella juega un papel
activo en la generación biológica del niño y sabemos, sobre todo, que ella
engendra a través de su palabra-carnal (=encarnada), ofreciendo al niño el
calor de la vida, el alimento de los pechos, el cariño del corazón, el cuidado
de las manos y, a través de todo ello, la comunicación personal. Así lo ha
destacado Lc 1, 26-38, el texto que refleja la maternidad responsable de
María, en nivel del diálogo con Dios y, evidentemente, de diálogo con el
niño (Jesús), a quien ella ha ofrecido el don y tarea de la libertad
comunicativa, en un plano de palabra encarnada, es decir, de carne
hablante, enamorada2.
2. Inmaculada Concepción. El Papa Pío IX, en nombre de la Iglesia
católica, en 1854, definió que “la doctrina que sostiene que la Beatísima
Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original…
está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída
por todos los fieles (Denzinger-Hünermann 2803)3.

1
Cf. R. Brown (ed.), María en el Nuevo Testamento, BEB 49, Sígueme Salamanca, 1986; S. de Fiores y E. Tourón del Pie
(eds.), Nuevo diccionario de mariología, San Pablo, Madrid 1988; J. McHugh, La Madre de Jesús en el Nuevo
Testamento, Desclée de Brouwer, Bilbao 1978; X. Pikaza, La Madre de Jesús. Mariología del Nuevo Testamento,
Sígueme, Salamanca 1992; Amiga de Dios, Edicep, Valencia 1996; I. de la Potterie, X. Pikaza y J. Losada, Mariología
fundamental. María en el misterio de Dios, Secretariado Trinitario, Salamanca. 1996.
2 Madueño Manuel. María, Mujer Creyente, Mujer Feliz. PPC, Buenos Aires. 2013. pág. 21-25
3 ‘Manual de símbolos, definiciones y declaraciones sobre las cosas de la fe y las costumbres’, es una recopilación

católica del magisterio de la Iglesia, elaborada y publicada inicialmente por el jesuita Heinrich Joseph Dominicus
Denzinger en 1854. Es la principal referencia teológica en lo que se refiere al Magisterio eclesiástico, donde están
recopiladas las verdades dogmáticas.
Este dogma4 se sitúa en el trasfondo de las disputas sobre el origen
pecaminoso del ser humano y, sobre todo, en un contexto donde la misma
concepción aparecía vinculada a un tipo de ‘suciedad’ básicamente sexual:
muchos pensaban que, por nacer del deseo carnal, los hombres nacen del
pecado. Pues bien, en contra de eso, al afirmar que la concepción de María
(realizada humanamente, de un modo sexual, por la unión de hombre y
mujer) está libre de todo pecado o, mejor dicho, es un acto de purísima
gracia, la Iglesia ha realizado una opción antropológica de grandes
consecuencias, superando una visión negativa del surgimiento humano,
que se solía unir con el pecado. Este dogma tiene un carácter pro-sexual.
La cohabitación de Joaquín y Ana (a quienes la tradición hace padres de
María) queda integrada en la providencia de Dios, es un amor de gracia.
La misma carne, espacio y momento de encuentro sexual del que surge un
niño (María), aparece así como ‘santa’, como amor del que nace la madre
de Dios.

3. Asunción en cuerpo y alma. Pío XII definió en 1950 que “la Inmaculada
Madre de Dios, Siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida
terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (Denzinger-
Hünermann 3903). Así culmina el misterio carnal de la Madre de Jesús.
La tendencia helenista, dominante en la iglesia, ha venido afirmando que
el alma de los justos sube al cielo tras la muerte, pero que el cuerpo tiene
que esperar hasta la resurrección final. En contra eso, abriendo un camino
de experiencia antropológica y culminación pascual, este dogma afirma
que María ha culminado su vida en Dios, por medio de Jesús, en cuerpo y
alma, es decir, como carne personal o, mejor dicho, como persona
histórica; de esa forma nos sitúa en el centro del misterio cristiano. La
resurrección corporal de María ratifica el valor de la carne, es decir, la
importancia del amor total, en cuerpo y alma. En contra de todo amor
platónico (separado del cuerpo), María es la expresión del cuerpo amoroso
y resucitado.

4
“una verdad que pertenece al campo de la fe o de la moral, que ha sido revelada por Dios, transmitida
desde los Apóstoles ya a través de la Escritura, ya de la Tradición, y propuesta por la Iglesia para su
aceptación por parte de los fieles”.
4. María ¿amor cósmico? Por mucho que lo haya pretendido, la
Ilustración moderna (del siglo XVIII en adelante), representada por los
esquemas racionalistas y evolutivos de Kant (critica de la razón pura
“posibilidad límite de nuestros conocimientos”) a Hegel (El Absoluto), de
Marx (filosofía politica llegar a la praxis revolucionaria) y Comte (desarrollo
científico) a M. Weber (sociología) a los neo-liberales críticos de la
actualidad), no ha logrado destruir la sacralidad cósmica. En el fondo del
mundo sigue expresándose un aura de misterio, como saben muchos
ecologistas y como han puesto de relieve diversos movimientos religiosos,
que apelan a la divinidad básica del cosmos.
Pues bien, en este contexto puede evocarse y se evoca la figura de María,
vinculada tantas veces con el cielo y con la tierra y, de un modo especial,
con los poderes de la vida, entendidos y experimentados en forma
amorosa. Ciertamente, para los cristianos, ella es más que la sacralidad
amorosa del mundo, expresada en línea materna y femenina. Ella ha sido,
ante todo, una persona concreta, una creyente. Pero, al mismo tiempo,
como mujer-madre, puede ayudarles a entender mejor el valor sacral de la
vida, haciéndoles capaces de dialogar, desde la actualidad, con las
antiguos y nuevas religiones de la naturaleza, siempre que ella sean signo
del amor. Muchos han visto a María como signo de Eva, Madre-Vida que
emerge del fondo de la naturaleza; por eso puede ayudarles a valorar la
sacralidad de la tierra, sabiendo que son herederos de la religiones
cósmicas, tanto en oriente como en occidente, en China como en América,
en África como en Europa.
5. Amiga de Dios, amiga de los hombres. Entre los títulos de María
destaca el de “amiga de Jesús”, la persona que, según el evangelio (Lc 1,
26-38) ha dialogado más intensamente con Dios a lo largo de la historia
humana, de manera que es diálogo ha sido lugar y principio del nacimiento
de Jesús, Hijo de Dios. En el fondo de ese diálogo puede evocarse el signo
de la hierogamia5*, la figura de las grandes madres divina de la historia
religiosa (Deméter, Ishtar, Isis, Lilit*). Pero hay una diferencia esencial:
María ha sido una mujer concreta, históricamente datable, que ha vivido
en Galilea entre el siglo I a. C. y el I d. C. Pues bien, desde la perspectiva
de Lc 1, 26-38, ella es la representante de los hombres que aman y
dialogan con Dios, acogiendo su vida y expresando su presencia en el
camino de la historia humana. Por eso, muchos cristianos confiesan que
Dios Padre “necesita” el amor de María para suscitar a su Hijo en el
Mundo: necesita una persona que engendre como madre humana a su

5
“es un concepto teológico de varias religiones que se refiere a la existencia de algún tipo de matrimonio
sagrado, bodas santas o bodas espirituales. Se utiliza también en contextos simbólicos y en psicología
analítica”.
Hijo divino: que le acoja en libertad, que le eduque en gratuidad y le
acompañe en el camino de la vida.
Así decimos que es “amiga” de Dios, poniéndose al servicio de los hombres,
es decir, de la vida mesiánica: no ha reservado nada para sí, todo lo ha
puesto en manos de Dios, para despliegue amoroso de Jesús. Éstas son
las enseñanzas del amor de María.
(1) La primera es su ejemplo de diálogo. Ella ha conversado con Dios, para
bien de los hombres, al servicio de la vida (es decir, de la plenitud
mesiánica de la historia). Así han de hacer los seguidores de María: deben
también escuchar la voz de Dios, que es la voz del amor de la vida,
poniendo su amor y su vida al servicio de los otros.
(2) Ser cristiano es dialogar en libertad, es decir, procurando que los otros
vivan, que puedan expresarse de manera autónoma, sin imposiciones
exteriores, sin miedos interiores. No se puede empezar exigiendo,
suplantando el deseo de los otros, diciendo lo que deben desear o
pretendiendo que se porten lo mismo que nosotros.
(3) Ser cristiano es dialogar ofreciendo libertad allí donde la vida de los
otros se encuentra amenazada, en peligro de perderse. El verdadero
diálogo se goza enla igualdad. Por eso, donde no existe igualdad, el amor
de de crearla, en plano personal y social. Como dice Lc 1, 26-38, Dios
mismo ha empezado elevando a María, para dialogar con ella, para
colaborar unidos en el surgimiento del Hijo. No quiere Dios esclavos sino
amigos. Tampoco el ser humano verdadero quiere siervos, sometidos bajo
imposiciones legales, sino hermanos, compañeros del alma, para dialogar
y trabajar con ellos en confianza compartida. Sobre un mundo donde el
ideal de la amistad tiende a cerrarse en círculos pequeños de intimidad
privada, mientras los grandes grupos combaten entre sí y se engañan,
María viene a presentarnos su camino de amistad universal, de vida
dialogada.
6. Amistad liberadora. Magnificat. La experiencia de amistad de María se
despliega de una forma privilegiada en su himno de amor, que es el
Magnificat (Lc 1, 46-55), uno de los textos de amor y compromiso social
más importantes de la historia de occidente. Este himno recoge
experiencias y cantos de mujeres de la Biblia, como el de María, hermana
de Moisés (Ex 1, 1-21) o el de Ana, madre de Samuel (1 Sam 2, 1-10), pero
los reelabora desde la experiencia amorosa de María, en plano personal y
social:
Proclama mi alma (psiché) la grandeza del Señor (Kyrios), se alegra mi
espíritu (pneuma) en Dios mi Salvador (Sôtêr), porque ha mirado a la
pequeñez de su sierva… porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso.
Su nombre es Santo y su misericordia se derrama de generación en
generación, sobre aquellos que le aman (Lc 1, 48-50)
Éste es un himno de amor, dirigido al Dios de la → misericordia, que ha
venido dirigiendo desde siempre (de generación en generación) la historia
israelita. Éste es un canto de reconocimiento personal. María puede alabar
a Dios y alegrarse porque él mismo Dios le ha mirado con amor: los ojos
de Dios se han posado en sus ojos de mujer para alumbrarlos.
Éste es un tema que la tradición de los judíos ha vinculado con el éxodo,
pues allí se dice que Dios mismo miraba a los hebreos cautivados en
Egipto, para liberarles de la esclavitud, con mano fuerte y brazo poderoso
(cf. Ex 3,7-10). En este contexto, como “persona a la que Dios ha mirado”,
puede elevarse María como “kejaritômenê” (Lc 1, 28), es decir, como “llena
de gracia”, “querida de Dios privilegiada”. María se sabe “contemplada”,
con amor inmenso, y así canta, llena de felicidad. No hay nada superior a
esa mirada. Pasan a segundo plano los bienes económicos, los proyectos
y poderes anteriores.
Lo que a un hombre o mujer le hace persona de verdad es la mirada de
reconocimiento, de amor y compañía, de aquellos que le aman. Con ojos
de amor va creando la madre al hijo niño, el amigo a la amiga (y viceversa).
De la mirada nacemos y en ella crecemos a nivel de afecto y vida
compartida.
Esta es la experiencia de María. Ella sabe que Dios le ha mirado y con eso
le basta: no está arrojada o perdida sobre el mundo, como se han hallado
veces los humanos angustiados. María es mujer fortalecida por la mirada
de Dios, persona engrandecida y potenciada por la visita cariñosa y
creadora de los ojos divinos. Por eso, ella sigue diciendo que el Dios de la
mirada poderosa ha hecho en ella cosas grandes: todo lo que tiene y puede
lo ha recibido a través dela mirada. Antes no era nada, no era nadie; ahora
es mujer, persona, madre verdadera, y así puede hablar con palabras de
amor liberador, en nombre de los pobres de la tierra:
Desplegó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón; derribó
a los potentados de sus tronos y elevó a los oprimidos; a los hambrientos
los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos (Lc 1, 51-53)
Hemos seguido la traducción litúrgica, pero poniendo potentados en vez
de poderosos y oprimidos en lugar de humildes, para respetar mejor el
texto original. El amor de cercanía de los versos anteriores (mirada
cariñosa de dos enamorados) se ha expandido aquí a manera de amor de
liberación social. De esa forma se vinculan lo más íntimo (diálogo de Dios-
María) y lo más público y activo (transformación de la humanidad).
Como profetisa de Dios, María dice su Palabra y pone en marcha un
movimiento de amor que trasforma poderosamente la vida de los hombres,
superando así el pecado que es falta de amor (es opresión de los soberbios,
ricos, potentados). El amor de Dios se vuelve así principio de inversión.
(1) A los hambrientos quiere Dios saciarlos, colmándolos de bienes:
suscita para ellos un mundo de abundancia y gozo compartido, de manera
que los productos y valores de la tierra puedan convertirse en bendición y
fuente de vida compartida para los humanos.
(2) A los oprimidos los eleva Dios: deja que se puedan expresar, rompiendo
las barreras y cadenas que les atan. Quiere Dios que la existencia humana
sea libertad, que cada uno pueda expresarse plenamente y todos se
encuentren en amor y se completen (complementen) sobre el mundo.
(3) Frente a los soberbios de Lc 1,51 se sitúan (implícitamente) los
humillados, es decir, aquellos que no logran expresarse, pues no tienen
poder o autoridad para pensar, para decir, para mostrarse como humanos.
Pues bien, al dispersar a los soberbios (como el humo se dispersa y disipa
con el viento intenso), Dios suscita un campo de existencia para los
pequeños dela tierra. Estos son los niveles de inversión social que en
nombre de Dios cantala humilde María, como profetisa de los tiempos
mesiánicos. Al sentir que Dios la mira (que la quiere con locura), ella sabe
que Dios quiere igualmente con locura a los pequeños y humillados dela
tierra. Descubre así que viene (con el Cristo que late en sus entrañas) el
tiempo nuevo de la redención universal que anunciaron los profetas y por
eso eleva su voz, canta. Ella es amiga de Dios, siendo amiga y profetisa de
liberación para los hombres.

Potrebbero piacerti anche