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Gabriel I.

Paravano

Barbagallo, Jose: “Contenidos sociales y contenidos espaciales” en Ciudad y Arquitectura.


Apuntes para la cultura urbana y el quehacer disciplinario, Nobuko, Buenos Aires, 2003.

Contenidos Sociales:

La obra humana tiene su origen en una “necesidad social”, ya sea a) material o b) cultural.
Pero toda obra concreta materializa un patrimonio cultural. Quien construye define qué se toma
en cuenta en la expresividad urbana de lo cultural, se genera una dinámica entre lo “a construir” y
la “exigencia de lo construido”. Hay una pugna perpetua de manifestación y de reivindicación de
una noción de lo propio. Lo público y sus límites suponen una apropiación y un uso de lo urbano a
partir de una mirada socio-económica-cultural. Tal mirada se focaliza en cuatro fenómenos a) la
masividad, b) la participación, c) la identidad y d) lo cotidiano. Estos fenómenos se articulan entre
la 1°) organización espacial, y la 2°) materialización constructiva. Es decir, entre la definición y la
asignación de necesidades y prioridades, y entre la capacidad y posibilidad de recursos y de
construcción de los sectores sociales

Contenidos Espaciales:

La ciudad, en tanto lugar en donde los fenómenos de la masividad, la participación, la


construcción de la identidad y la vivencia de lo cotidiano se personifican en cómo se gestiona la
organización espacial y por qué se especifica la materialidad constructiva, debe entenderse como
una unidad que tolera la dinámica de las contradicciones sociales que pugnan por ser observadas y
resueltas. En la continuidad espacio-temporal de la ciudad se estructuran (acomodándose por
presión o por fusión) las actividades propias de sus barrios.

La funcionalidad barrial, junto con el tipo de contenido y la cantidad del mismo, termina por
normatizar espiralmente la necesidad o la legitimidad del “centro de la ciudad” preexiste éste o
no. Pero con la evolución de la ciudad que busca resolver la multiplicación y multidimensión de sus
problemáticas binarias-oposicionales, la funcionalidad específica del barrio se desarrolla supliendo
la determinación espiral por una determinación enramada, en donde yace el vestigio de un tronco
principal el cual, aunque aún vital para la dinámica urbana, no es necesario para la autonomía
micro-urbana del barrio. El tronco central se convertirá en un lugar privilegiado y última medida
para resolver cualquier disputa, esto es, espacialmente ya no es requisito de accesibilidad parar los
recursos-servicios, pero normativamente aun legisla cómo deben expresarse los nichos que
satisfacen los recursos-servicios.

No todos los barrios logran alto margen de autonomía cuando intenta separarse del centro,
lo cual puede conducir a incrementar su dependencia. La autonomía de la urbanización del barrio
manifiesta una “estructuración de las actividades centrales”, que de continuar se fortalecería su
presencia, su exigencia y su influencia normativa, es decir, para la vitalidad de la ciudad el barrio
se puede llegar a convertir en un “punto fuerte” que expresará una identidad desde los tonos de
sus habitantes, sus comercios y sus edificios. En contraposición, el barrio no autónomo también
expresa una identidad pero ésta no se manifiesta como una evolución interna sino como una

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Gabriel I. Paravano

limitación externa ya que el centro u otros barrios fuertes definen cuáles son sus posibilidades y
desde allí se permite forjar las características de su oferta habitacional y comercial.

El “barrio” es el ámbito urbano que recrea, entonces, un estilo de vida que es


“comunitaria”, desplegada en una “habitar específico” que asiste en la cohesión y en la identidad
de los habitantes. Salvo en los barrios fuertes, la estructuración común del hábitat de los barrios
tiende a garantizar la vitalidad urbana del centro y dañar a la vitalidad urbana periférica,
indiferente de que el centro sea o no el punto central del mapeado de la ciudad. Luego, la
apropiación del barrio, por parte de los habitantes, dependerá del estilo de vida comunitario. El
barrio central bien puede entenderse en una escala automovilística y el barrio periférico bien
puede entenderse a una escala peatona. La intimidad urbana en tanto espacio vivido depende de
cómo se experimenta y se interacciona con la ciudad en su totalidad.

La noción de “ciudad” determinará la noción de “barrio” y entre esta dependencia


nomológica se nutre la noción y el ejercicio de la arquitectura, la cual será a) u objetual, enfocada
en sí misma, b) o relacional, enfocada en su participación de la ciudad. Entre lo objetual y lo
relacional mediaran tres momentos: 1°) Arquitectura como fachada: en donde la fachada es el
“plano de contacto” (público-privado), siendo la conexión y apertura del contacto la “puerta” de la
fachada, y allí funcionaría la percepción de lo interno y lo externo. 2°) Arquitectura del espacio: en
donde parte del edificio es público, su fachada se disuelve en un acceso total que permite el
intercambio entre lo exterior y lo interior, convirtiendo al acceso en un tránsito. 3°) Arquitectura
de la ciudad: el tránsito busca fijar los “ámbitos” a través de describir el desarrollo de sus climas
adecuados, el clima es el uso socio-político-económico común que se adecúa a una normativa de
lógica pragmática-utilitarista.

La unicidad del espacio señala la unicidad del estilo de vida, y la transitividad limitadora
señala la integración de actividades-situaciones que satisfacen a) una ponderación de lo público y
b) una valorización cultual del ambiente.

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