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“Sean santos, porque Yo soy santo” (Lv 11,45).

Con estas palabras invita el Señor al pueblo de Israel que


había sido rescatado de la esclavitud de Egipto y que caminaba por el desierto hacia la tierra prometida. En
la predicación de Jesús volvemos a encontrar esta invitación: “Ustedes sean santos como su Padre celestial
es santo” (Mt. 5, 48). Dios creo bueno al ser humano y el hombre por las consecuencias del pecado perdió
este primer estado de gracia, sin embargo, Dios no deja de llamarlo a la santidad de su primer origen. El
papa Francisco con su exhortación apostólica “Gaudete et exsultate”, (que en español traduce como
“Alégrense y regocíjense”) le ha recordado a la Iglesia, esta vocación universal a la santidad.
Todos los fieles cristianos somos llamados por el Señor, a ser santos, desde la vocación especifica; vida
laical en el matrimonio, la soltería, la viudez, como también en la vida religiosa o el sacerdocio ministerial.
A cada uno Dios le ha llamado a un estilo de vida concreto y no deja de proporciónale los medios para
alcanzar la santidad.
Pensar en la santidad nos puede parecer algo inalcanzable cuando analizamos nuestra vida y la comparamos
con las exigencias del Evangelio o cuando escuchamos el estilo de vida de algún santo que sido canonizado
por la Iglesia y que se encuentra en el altar de alguna de nuestras iglesias. Sin embargo, la santidad no es
únicamente hacer cosas extraordinarias, sino que llega a los ámbitos más ordinarios de la vida del ser
humano, es decir, la santidad se puede alcanzar desde el lugar en el que nos encontremos, ya se trate del
ámbito familiar, laboral, escolar o social, desde cualquier espacio se puede vivir en santidad.
La santidad consiste en hacer de las cosas ordinarias algo extraordinario, es decir, aprovechar el espacio
vital, donde nos encontramos con personas, situaciones y acciones para comportarnos y actuar como
hermanos. El papa Francisco nos invita a no tener miedo a buscar ser la santidad: “No tengas miedo de la
santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó
cuando te creó y serás fiel a tu propio ser” (GE 32). Una idea errónea sobre la santidad es pensar que los
santos son aburridos y que no disfrutan de la vida, pero en realidad, la santidad nos ayuda a vivir de manera
plena y con una felicidad que no se acaba, sino que va más allá de lo material.
El papa Francisco nos invita a estar atentos a dos enemigos sutiles de la santidad, el gnosticismo y el
pelagianismo, ambos son dos herejías que se dieron en los primeros siglos de la Iglesia, pero que han
aparecido nuevamente e intentan apartar al ser humano de su llamado a la santidad. El gnosticismo hace que
el ser humano reduzca la fe a criterio personal, solo se acepta lo que conviene a su forma de pensar,
“…prefieren un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo” (GE 37). El pelagianismo pone
el acento en la voluntad del hombre y le hace creer que todo está centrado en su querer y únicamente en su
esfuerzo, la gracia no tiene cabida, ante este error “la Iglesia enseñó reiteradas veces que no somos
justificados por nuestras obras o por nuestros esfuerzos, sino por la gracia del Señor que toma la iniciativa”
(GE 52).
La exhortación nos presenta además cinco notas para vivir la santidad en el mundo actual, a saber: 1) la
firmeza, es decir, la paciencia ante los problemas y las adversidades que nos podamos encontrar en la vida,
pues Dios está a nuestro lado; 2) la alegría, esto es el gozo de ser cristiano, vivir con esperanza, ser capaz
de ver el sentido positivo ante todas las situaciones; 3) la parresía, esto es, la audacia, el entusiasmo, la
capacidad de hablar con libertad y con fervor; 4) la vida en comunidad, en la cual se cuidan unos de otros;
5) la oración, la cual es el dialogo y la relación con Dios.
Finalmente, para alcanzar la santidad “se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo
y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence
en nuestra vida” (GE 158). Se trata de una batalla constante, de no rendirse ante las caídas y momentos
oscuros en la vida, pero vale la participar de este combate. Por eso el papa Francisco retoma las siguientes
palabras de León Bloy: “en la vida existe una sola tristeza, la de no ser santos” (GE 34).

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