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Georges Vigarello

Lo limpio y lo sucio
La higiene del cuerpo
desde la Edad Media

Versión española de:


Rosendo Ferrán

Alianza
Editorial
Titulo original: . 1 M A.
Le propre et le sale. L'hygie1Se tIu corps tlelJUlS e oyen A6e.

INDICE

INTRODUCCIÓN 13

PRIMERA PARTE

Del agua festiva al agua inquietante

1. EL AGUA QUE SE INFILTRA 19


- La abertura de la piel 21
- El aseo seco 31
cultura Libre 2. DESAPARICIÓN DE UNA COSTUMBRE . 36
- Baños públicos de vapor y de agua .. 36
- «Llenar los baños» . 39

3. Los ANTIGUOS PLACERES DEL AGUA 44


- Cuerpos entremezclados 44
- Transgresiones 47
- El «excedente de los bienes de Dios» 52

SEGUNDA PARTE

© Editions du Senil, 1985 . 991 La ropa que lava


© Ed cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, le
Calle Milán, 38, 28043 Madrid; teléf. 200 00 4_
ISBN: 84-206-9618-8
Dep6sito legal: M. 4.131-1991 1. Lo QUE CUBRE Y LO QUE SE VE .. 59
Compuesto en Fernández Ciudad, S. L. (Madrid) - Miserias . 60
Impreso en Lave!. Los llanos, nave 6. HUJDIIleI - El rostro y las manos .. 65
Printed in Spain
8 I Indico
Indico I 9
- La ropa y lo invisible . 68
- Cuerpos y espacios . 75 CUARTA PARTE

2. LA PIEL Y LA BLANCURA DE LA ROPA INTERIOR . 81 El agua que protege


- Ropa blanca y sudor . 82
- Ropa y mirada .. 85
- Frecuencias . 92 1. LAS FUNCIONALIDADES DE LA PIEL 209
- Juego de apariencias . 95 - Instauración de la palabra «hi'~i~~~~~' ~:::: ~:::::: 210
- La piel y la balanza energética . 213
3. APARIENCIAS .. 106 - La resrstencia de los pudores . 216
- Limpieza que distingue . 106
- El perfume que «limpia» . 114 2. Los ITINERARIOS DEL AGUA
221
- El agua y la defensa epídé;;;i~;"""''''''''''''''
222
- Circuitos de agua e higiene púbi¡~~'::::::::::::: 224
TERCERA PARTE - Una Jerarquización social del baño . 231

Del agua que penetra en el cuerpo 3. LA PASTORAL DE LA MISERIA


- Una moralización de la limpi~~a"'" . 240
a la que lo refuerza P d • .. .. 240
- e agogías ..
243
- Dispositivos regeneradores .. . .
...................... 248
1. UNA SUAVE SENSACION DE LA PIEL . 123
- Un baño nuevo y poco frecuente . 125 4. Los HIJOS DE PASTEUR
252
- Una obra de sensibilidad .. 129 - Los «monstruos invi~ibi~~;;""'''''''''''''''''''''' 254
- Las «comodidades» . 138 - La imposible mirada ..
................................. 261
2. EL rato y LOS NUEVOS VIGORES .. 146 5. APARATOS E INTIMIDADES
267
- Lo imaginario del baño frío .. 147 - La prolongación de la '~i~~¡;~'"'''''''''''''''''''' 268
- ¿Qué prácticas? ,_ - . 157 - La localización celular .
272
- Imágenes de un cuerpo energetizado . 163 - Dinámicas :::::::::::::::::::::::: 276
3. NATURALEZA y ARTIFICIO .. 168
- Salud contra cosméticos . 170 CONCLUSIÓN . 280
- Las duplicidades del perfume .. 175
- Lo «interno» contra la apariencia . 177 NOTAS .............................. ...................... 288
4. EFLUVIOS POPULARES Y URBANOS 181
- La estimación de la muerte 181
- La localización de la insalubridad 184
- El agua, correctora del aire 192

5. BAl'lOS y ABLUCIONES PARCIALES 197


- Un incremento del baño 197
- Las abluciones parciales 202
aL.
INTRODUCCION

Al describir los actos familiares de don Carlos,


misteriosamente secuestrado por unos esbirros enmas-
carados, el Roman comique (1651) evoca una escena de
limpieza personal. El prisionero es noble y el marco
suntuoso. Scarron describe ademanes y objetos: la
diligencia del servicio, claro está; el boato de ciertos
detalles, también; el candelabro de oro cincelado, por
ejemplo, y también las muestras de limpieza que rebo-
san de significados, a la par tan cercanas y sin embar-
go tan distantes de las nuestras. El interés de Scarron
se enfoca hacia ciertos indicios que hoy son acceso-
rios, y apenas se detiene en otros que, por el contrario,
son ahora fundamentales. Sobre todo, «ausencias» o
«imprecisiones», como si nuestras más cotidianas con-
ductas estuvieran aún por inventar, cuando en el
documento hallamos, sin embargo, algunas equivalen-
tes. En particular, el único ademán de ablución que se
cita es muy conciso: «Olvidaba decirles que creo que
se lavó la boca, pues he sabido que cuidaba de sus
dientes con esmero [...]1.» La atención que se concede
a la limpieza se enfoca más explícitamente hacia la
ropa blanca y el traje: «El enano enmascarado se
presentó para servirle y le hizo presente de la más
bella ropa blanca del mundo, perfectamente lavada y
perfumada 2.»
En el conj unto de estas escenas no se evoca el
agua, excepto el agua que lava la boca. La atención
que se concede a la limpieza está destinada a la vista y
14 / Lo limpio y lo sucio Introducción / 15

al olfato. No obstante, existe, con sus exigencias. sus cuerpo supone, sencillamente, una mayor diferencia-
repeticiones y sus puntos de refe~encia, aunque prune- ción perceptiva y un mayor autodominio, y no sólo
ro hace referencia a la apariencia. La norma es algo una limpieza que se define sobre todo por el cambio y
que se cuenta y que se muestra. La' diferencia co':' lo la blancura de la ropa interior.
que ocurre hoy, sin embargo, es q~e ante~ de refe~lrse En cualquier caso, para adentrarse por esta misma
a la piel, se refiere a la ropa: el objeto mas inmediata- historia, hay que silenciar nuestros propios puntos de
mente visible. Este ejemplo basta para mostrar que es referencia, reconocer que hay actos de limpieza en
inútil negar que hubo prácticas de limpieza en la ciertas conductas hoy olvidadas. Por ejemplo, el aseo
cultura precientífica. Las normas, en este caso, no han «seco» del cortesano, que frota su rostro con un trapo
surgido de un «punto cero», sino que tienen sus puntos blanco, en vez de lavarlo, responde a una norma de
de origen y sus objetivos. Lo que hay que, descubr~r ~s limpieza totalmente «razonada» del siglo XVII. Se trata
qué cambios irán experimentando y como se iran de una limpieza pensada, legitimada, aunque casi no
volviendo más complejas cada vez; pero, sobre todo, tendría sentido hoy en día, puesto que han cambiado
también el lugar en que se van manifestando y cómo se las sensaciones y los razonamientos. Lo que pretende-
van transformando. " mos hallar es esta sensibilidad perdida.
Una historia de la limpieza debe Ilustrar, primero, En cualquier caso, también hay que trastocar la
cómo se van añadiendo paulatinamente un~s exigen- jerarquía de las categorías de referencia: no son los
cias a otras. Dicha historia va y~xtapon~endo los higienistas, por ejemplo, quienes dictan los criterios
diferentes imperativos, recreando un itmerarro del que de limpieza en el siglo XVII sino los autores de libros
la escena de don Carlos no es más que un hl~O. que tratan de decoro; los peritos en conductas y no los
Evidentemente, hubo anteriormente otras escenas aun sabios. A la lenta acumulación de las imposiciones se
más toscas en las que el mismo cambio de camisa, por va a asociar el desplazamiento de los saberes de las
ejemplo, no tenía igual importancia. La ropa, en parti- que se derivan.
cular no es un objeto al que se preste f~ecuente Por lo demás, hay que decir que representar este
atenc'ión, ni siquiera es un criterio de e~egancla, e~ las proceso como una sucesión de añadidos o como una
escenas de recepciones reales descritas dos siglos suma de presiones que se ejercen sobre el cuerpo es
antes por la narración de Jehan de París 3. . .. quizá artificial, puesto que no puede haber en todo ello
La limpieza es aquí el reflejo del proceso de clv~h­ una simple suma de obligaciones. Lo que muestra una
zación que va moldeando gradualme?-te las ~ensaclO­ historia como ésta es que hay que conjugarla con otras
nes corporales, agudizando su afinamIento,. ahger~ndo historias. La limpieza se alía necesariamente COn las
su sutilidad. Esta historia es la del perfecclOnam.lento imágenes del cuerpo; con aquellas imágenes más o
de la conducta y la de un aumento del espaclO, privado menos OSCUras de las envolturas corporales; con aqué-
o del autodominio: esmero en el cuidado de SI mismo, llas también más o menos opacas del medio físico. Por
trabajo cada vez más preciso entre lo íntimo y lo ejemplo, el agua se percibe en los siglos XVI y XVII
social. Más globalmente, esta historia es la del peso como algo capaz de infiltrarse en el cuerpo, por lo que
que poco a poco va adquiriendo l~ cultd"ra sobre el el baño, en el mismo momento, adquiere un estatuto
universo de las sensaciones inmediatas y trata de muy específico. Parece que el agua caliente, en parti-
exponer con claridad la a!"plitud de su ~spectro. Una cular, fragiliza los órganos, dejando abiertos los poros
limpieza definida por medio de la ablución regular del a los aires malsanos. Así pues, hay una fantasmagoría
16 / Lo limpio y lo sucio

del cuerpo, con su historia y sus determinantes, que


alimenta también la sensibilidad; las normas tienen
que contar con ella, pero no pueden, en cualquier caso,
transformarse sin ella. Dichas normas van actuando
en un terreno que ya está polarizado. Si el cuerpo las
adopta, nunca lo hace «pasivamente». Es preciso que
vayan cambiando las imágenes que se tienen de éste
para que puedan desplazarse las obligaciones. Es pre- PRIMERA PARTE
ciso que vayan transformándose las representaciones
latentes del cuerpo, por ejemplo las que indican sus
funcionamientos y sus eficacias. Del agua festiva
En este caso, una historia de la limpieza corporal al agua inquietante
pone en juego una historia más amplia y más com-
pleja, Y es que todas estas representaciones que mar-
can los límites del cuerpo, que perfilan sus apariencias
o sugieren sus mecanismos internos, se hallan, prime-
ro, en un terreno sociaL La limpieza, en el siglo XVII,
se preocupa esencialmente de la ropa y de la aparien-
cia inmediata -por ejemplo, la que toca a la aparien-
cia de los objetos o el detalle de los signos vestimenta-
rios- y es, evidentemente, muy diferente de la que
más tarde se ocupará de la preservación de los organis-
mos o de la defensa de las poblaciones. Exactamente
igual que una «sociedad de corte», que valora los
criterios aristocráticos de la apariencia y del espec-
táculo, es diferente de una sociedad «burguesa», más
sensible a la fuerza física y demográfica de las nacio-
nes. La preocupación por una apariencia totalmente
externa se desplaza hacia una atención más compleja
que valora los recursos físicos, las resistencias, los
vigores ocultos. Una historia de la limpieza corporal
es, por tanto, una historia social.
Finalmente, lo que adoptamos es el sentido amplio
de la palabra limpieza: el que moviliza el conjunto del
cuerpo o el conjunto de los objetos que pueden repre-
sentarla.
Apariencias I 107

tan limpia como la señora» 2; la mujer del canciller


Séguier «nunca fue bel1a, pero era limpia» 3. Saint-
Simon explota las mismas referencias e insiste en la
«limpieza rebuscada de madame de Conti» 4 o en el
aspecto «noble y limpio» 5 de madame de Maintenon.
Tampoco él hace ningún comentario, pues la palabra
3 basta por sí sola. Su sentido parece cosa entendida.
Que se le juzgue digno de citarse o que se distribuya
APARIENCIAS con parsimonia confirma una vez más que la limpieza
distingue y no pertenece a todos, sino que es el signo
de una decencia no compartida. Esta evocación litera-
ria, más frecuente y más precisa, demuestra que se ha
ido reforzando una toma de conciencia. La referencia
Con la ropa interior la limpieza no hace más que es inmediatamente discriminatoria.
aumentar su valor de apariencia que se ha ido preci- En una palabra, se trata de ilustrar lo que es
sando, así como se ha ido reforzando el código que la evidente. En la travesía de la Francia de la Fronda,
rige: rostros y manos, según la tradición, pero también por ejemplo, madame de la Guette, al l1egar al palacio
puños, cuel1os, velos o alzacuellos diversos. Se ha ido de Beauvilliers pide la compañía de una mujer para la
creando una cartografía atravesada por ciertas líneas noche. Su huésped cree que se trata de un subterfugio
maestras a la que responden ciertos puntos focaliza- más o menos confesado y sospecha que la visitante es
dos. Hay, pues, extensión de líneas y lugares. un «muy gran señor» obligado por los disturbios del
momento a ir disfrazado y a disimular, por lo que
obedece con la mayor diligencia: «Señora, no hay aquí
Limpieza que distingue más que una que hal1aréis lo suficientemente correcta.
Os la envío enseguida.» Y se presenta una ioven
Sin embargo, en el siglo XVII, en la lengua de Luis elegante y cuidada: «La muchacha l1egó, bien vestida
XIII y de Luis XIV, la palabra «limpio» cambia real- y muy limpia» 6. Con esto ya está todo dicho. La
mente de estatuto, empieza a funcionar con mayor palabra, por sí sola, equivale a un cuadro. La joven
frecuencia como veredicto en los retratos y en las beauvillense es más distinguida de lo que madame de
descripciones, acentúa los perfiles, matiza los comen- la Guette podía esperar. Evocar su limpieza es evocar
tarios y hasta se extiende a veces a las actitudes y a esta sorpresa, como si la palabra «limpia» bastara para
los comportamientos. En cualquier caso, es suficiente- designar el conjunto de un aspecto y de una educación
mente notable como para que su presencia tenga que no son los de todo el mundo. E~ una marca de
siempre sentido; suficientemente importante, también, condición, particular y notable. Es directamente dis-
para que no caiga en el tópico. Por ejemplo, Tal1emant tintiva.
la introduce como juicio breve y entendido: «He visto Pero precisamente aquí la palabra cambia realmen-
mil veces a un hombre mudo y sordo con cierto garbo y te de estatuto. En el siglo XVII la limpieza suele estar
bastante limpio» 1; la marquesa de Sablé, al contrario, tan asociada a la distinción que se le asimila en
«está siempre en la cama, hecha un asco y la cama está definitiva. Y esta asociación repetida influye pronto
108 / La ropa que lava Apariencias / 109

. sobre la misma palabra: puesto que lo que es limpio traje y que tenga una apariencia de su vestimenta que
está definido parcialmente por la pompa, ciertas equi- sea honesta y modesta» 9. Ahora bien, este conjunto va
valencias son posibles. Uno de los términos puede a ser calificado pronto con un mismo término. Dígase
equivaler al otro y poco a poco se va realizando un del cortesano que es «limpio» y enseguida se designa
intercambio de sentidos. A fuerza de calificar un una globalidad: «Siendo la limpieza cierta adaptación
exterior distinguido, la palabra «limpieza» califica del atuendo a la persona, como la decencia es la
también la distinción. Tales semejanzas van a ir dando acomodación de las acciones con respecto a los demás,
a la aburrida y tradicional interrogación sobre la es necesario, si queremos estar limpios, que conforme-
«vanidad de los adornos» una dimensión nueva. No mos nuestro atuendo a nuestro talla, a nuestra condi-
porque una sociedad cortesana vaya a recusar esta ción, a nuestra edad [...J. La ley que conviene observar
sospecha de vanidad, ya que evidentemente sólo puede imprescindiblemente para la limpieza es la moda, hay
aceptarla mal, sino porque la argumentación está que doblegarse bajo esta amante absoluta» l0.
desplazada. La ausencia de adorno puede ahora denun- Esta limpieza, dirigida por las reglas de urbanidad,
ciarse como una ausencia de limpieza, lo que la hacía puede referirse aparentemente a varios públicos y a
aún menos aceptable. El desaseo, la rusticidad o la varios objetos. Cuando Colbert inaugura su castillo de
austeridad indumentaria pierden sus posibles fronte- Sceaux con una fiesta real seguida de unos fuegos
ras. Se van instalando ciertas asimilaciones. Las inter- artificiales, Le Mercure galant se deja llevar por una
locutoras de madame de Maintenon lo dicen claramen- serie de fórmulas pomposas: «Todos los ornamentos y
te. Es imposible por esta sola razón olvidar el cuidado los muebles tenían esa maravillosa limpieza que atrae
en el vestir; ¿habría «que ser desaseada para ser la mirada, tanto por lo menos como su extraordinaria
estimada» 7? No cabe dudar de la respuesta: la limpie- magnificencia.» En el camino que lleva al castillo, las
za sigue siendo la «manera». Para obtenerla es necesa- habitantes del pueblo han hecho a su vez todo lo que
rio que el traje esté bien cortado, que siga la moda... han podido. Se han vestido con sus mejores vestidos y
Hay que añadir la elegancia a la limpieza. De todas han bailado. También ellas se han mostrado «Iimpiaa»:
formas, las dos corren parejas. Un mismo adjetivo las «Los caminos estaban recubiertos de enramadae y
califica. Y cuando Tallemant, una vez más, dice de la todas las campesinas bailaban debajo; no habían olví-
reata misma del mariscal de Grammont que está «siem- dado nada de lo que podía mostrarlas limpias (",)>> 11,
pre limpia y en buen estado», el sentido de la palabra Tanto en el caso de los aposentos como en el ouo de
tiene evidentemente nociones de orden y de convenien- las mujeres modestas, el calificativo es el milmo, Cada
cia 8. uno de ellos ofrece a la mirada lo mejor que pone,
La evolución de los tratados de urbanidad es trans- La utilización de la palabra es la misma cuando le
parente a este respecto. Las obras escritas sobre la trata de la visita que el obispo de Chartres hace a Sainto
«civilidad pueril» y, sobre todo, los manuales del Cyr en 1692. También la amalgama es la milll\a: todo
cortesano han acumulado, siguiendo a Erasmo, las está «limpio» en la institución de madame de Mainte·
observaciones sobre la indumentaria. La limpieza de non; todo está en orden; lo único que queda por haoer
ésta se convierte lentamente en la limpieza de la ropa es demostrar admiración: riqueza de los objetol, lime-
interior. La decencia, finalmente, supone el respeto tría de los lugares. El bueno del obispo quiere verlo
cada vez mayor de las modas y de las costumbres: todo, y en tres días recorre las estancias, 101 jardines,
«Quiero que el cortesano sea limpio y refinado en su los dormitorios. Pide que le abran la lencería, se
110 I La ropa que lava Apariencias I 111

detiene en la iglesia: la ropa es allí más fina, las del escenario. También el arte barroco, en el que
molduras de madera son más imponentes todo está mostrar es al mismo tiempo una manera de esconder.
contenido en el mismo calificativo: «limpieza» inimita- Lo que domina es el movimiento teatral, lo que domina
ble. Visita las celdas una por una y, claro está, todas es la ostentación. Las campesinas de Sceaux están en
está? muy «limpias»: cántaros y jarras completan el último extremo tanto más limpias cuanto que han
mobiliario. En cambio, no observa que los dormitorios hecho que sus calles se transformen en teatros. Su
de las alumnas carecen de tales utensilios. No se trata orden, más o menos arreglado, pudo mantener el
en realidad, de «ausencia», puesto que ni siquiera se espejismo. La inversión va al artificio 13. El mejor
plantea la cuestión. La limpieza es la ropa. La ropa ejemplo es el de la ropa blanca, que se muestra como
hace pensar en la regularidad, en la elegancia. La un signo de lo interior y que se da por lo que no es: es
«conveniencia» es más importante incluso que la «niti- una representación. El código es tan denso que cada
dez». Cada uno de los ejemplos lo dice a su modo: «A elemento del atuendo viene a establecer una correla-
ambos lados de la primera tribuna había dos oratorios ción con los demás. Sólo lo visible cuenta, pero para
de madera y cristal en toda la iglesia, en uno de los los que dictan la norma, por lo menos, el atuendo
cuales, muy limpiamente adornado, había una reja de forma un todo. Los detalles nunca son irrisorios. La
hierro, muy limpia, de unos dos pies y medio de ancho composición es la del cuadro, pensado, estudiado, en el
por tres de alto» 12. que cada una de las prendas no podría concebirse por
. En cuanto al traje, moda y limpieza terminan en el separado.
siglo XVII por confundirse. La limpieza es, para empe- Sólo a partir de tal solidaridad pueden intercam-
z~;, equivalente al respeto del precepto. Tal superposi- biarse diferentes elementos. ¿No se trata en cierto
CIOn de sentidos entre línea y nitidez sólo pudo produ- sentido de lo mismo cuando se habla de cómo se debe
crrse porque la apariencia desempeñó un papel cen- llevar el sombrero y de la limpieza del traje? «Que todo
tral. E_rl~ necesario .que se concediera un privilegio se haga con limpieza. No lleven el sombrero demasiado
sistemático al «exterior- para que la misma definición alto en la cabeza, ni demasiado calado, hasta los ojos,
p~dIera empezar a .evolucionar. Era necesario que la como fanfarrones o extravagantes [...]. No lleven los
nitidez fuera esencialments la de los tejidos para que trajes sucios, descosidos, polvorientos, ni raídos, sino
la palabra pudiera localizarse así en el traje hasta límpienlos, sacúdanlos, por lo menos una vez al día» 14.
mod~ficar su sentido. El éxito de esta nueva definición Así se encadenan las descripciones en las que la
confirma la visi~n de la limpieza que impera en el siglo palabra «limpio» se asocia a la de «traj e» y no posee
XV~I: participa esta de un arte de la representación. realmente el mismo sentido que le damos hoy. Se habla
Mas amphame.nte, .esta nueva definición se integra en de limpieza al referirse a la forma tanto como a la
un modelo social circunstanciado: la corte como ejem- «blancura». Igualmente califica la silueta tanto como
plo y c.omo espectáculo. No sólo se trata de mostrar la materia. Lo que confirma este doble criterio qu~
signos mdumentarios ostensibles, sino de cultivar casi sólo el tiempo suprimirá: asimilación privilegiada de
conscientement« una práctica de la ilusión. El arte la nitidez con lo visible y designación, por la misma
cortesano es claramente un arte de la representaciOO. razón, de una distinción.
La fI.esta de Sceaux y la ópera de Versalles pertenecen Finalmente, el arte de la representación va más
al mismo unrverso. El valor que tienen es el valor del allá del atuendo y el cuadro se complica aún más. El
decorado, en su calidad de decorado, la táctica es la rostro, en particular, se recompone. Desde el siglo XVI
112 / La ropa que lava Apariencias / 113

el afeite ha ido redefiniendo los rasgos: los blancos les parcialmente color y someten más al artificio el
muy pálidos de Clouet, los rasgos más pálidos aún de conjunto de la apariencia. La empresa consistiría en
Bronzino dan a las carnes sus superficies de alabas- ocultar la «naturaleza», como para instalar mejor una
tro 15. Los labios perfilan su color rojo sobre fondos pantalla entre la mirada y el cuerpo. Se trata, en el
lisos y opalinos; las líneas se diseñan con claridad de fondo, de proseguir una práctica deliberada de lo
cera. U nos decenios más tarde el cuadro se enriquece ficticio. Tal trabajo va desgastando lentamente lo
con un rojo que acentúa los contrastes. En el siglo XVII visible. Con el corte del traje, el empolvado del cabello
los niños nobles que pinta Largilliere poseen todos forma parte ya de la limpieza y perfecciona la repre-
unas mejillas de cereza que dan relieve a sus rostros sentación. También el corte queda adoptado inmedia-
almidonados. El afeite, además, ya no es sólo femeni- tamente como un elemento más de la valoración de las
no. El Luis XIV y su familia, también de Largillisre, «nitideces» físicas. Y lo es por aquellos cuya vida,
yuxtapone las efigies maquilladas, las cejas subraya- claro está, no se limita a la vida de la corte. Por
das, las mejillas carmesí. La actitud teatral de los ejemplo, Beaufort, que se opone al poder real, capitán
personajes no es más que un eco suplementario al agitado y desordenado, revela que esta costumbre se
trabajo de sus rasgos 16. va convirtiendo paulatinamente en norma aristocráti-
Una precaución nueva y determinante acentúa la ca a mediados del siglo XVII. SU aspecto suele «decep-
ilusión: el empolvado del cabello. La apariencia se cionar»: cuellos descuidados, cabello desaliñado. Pero
recompone como si se tratase de acrecentar cada vez Beaufort na ignora cuál es el código y basta con que lo
más lo artificial combinando los objetos. Así pues, los aplique para que todos comenten esta limpieza reco-
cabellos ya no deben ir peinados, sino empolvados. El brada: «Iba vestido coma no era frecuente en él. Es el
gesto no carece de antecedentes, puesto que los polvos hombre más desaseado de la buena sociedad. Llevaba
son desde hace mucho tiempo lo que deseca, permitien- la barba y el cabello empolvado, un cuello de búfalo,
do que se evite el lavado del cabello y manteniendo su un fajín azul, un pañuelo blanco al cuello: su limpieza
flexibilidad. Los polvos reemplazan el empleo del asombró a la compañía por lo que tuvo que presentarle
agua, claramente temida: «Cuando se trate de dar sus excusas» 18. La imitación de tal costumbre se va
flexibilidad a los pelos de la cabeza, habrá que emplear extendiendo. Una matrona de Scarron no puede recio
el lavado con gran prudencia [...]. Es mejor utilizar bir a un amigo más que si «se vuelve a peinar, le riza y
fricciones con salvado de trigo tostado en la sartén, se empolva» 18. Scarron ironiza sobre estos ademan'l
renovando con frecuencia la operación, o, si no, se desmañados y temblorosos de la vieja señora. Pero
debe extender por encima y por entre el cabello un toda la limpieza cabe en esta apariencia de forml y
poco de polvos desecativos y detersivos en el momento color. La norma se ha afincado y cuando Fureti're 18
de acostarse y por la mañana se debe quitar con el burla de los burgueses y de su pelo «negro y lucio» 80,
peine» 17. Por lo demás, los polvos ya habían tenido es evidentemente para oponerles implícitamente lot
duradero éxito en la corte de Enrique III. Olorosos, no polvos que ya no son para él sólo un refinamiento, Ilnll
sólo eran una herramienta de lavado sino que se iban para oponerles la peluca, que es el último grito de lo
convirtiendo en un cosmético del cabello mismo. ficticio.
Si unos decenios más tarde se utilizan de modo casi El empolvado desempeña el mismo papel que los
sistemático en la aristocracia es porque acrecientan encajes de la ropa interior. Su ausencia tiene un
las apariencias. Los polvos ordenan el cabello, dándo- significado de inconveniencia (de «suciedad») y, al
114 I La ropa que lava Apariencias I 115

mismo tiempo, de franco renunciamiento. En los perío- las referencias visibles. Primero se trata de los baúles,
dos de amargura, mademoiselle de Montpensier, prima saturados de polvos para que la ropa conserve un
de Luis XIV, muestra diversas austeridades no empol- rastro duradero. Tal utilización incluso permitiría en
vándose ya, modificando sus trajes, interrumpiendo ciertas condiciones que se difiriera el cambio cotidia-
ciertas costumbres. La crónica de sus imposibles ma- no de la camisa: «Se fabrican cajas para la ropa en
trimonios es también la de sus repliegues sociales. A forma de pequeños baúles de un tamaño capaz de
cada decepción, a cada dolor, abandona durante cierto contener la ropa fina que un hombre de calidad puede
tiempo algunos signos del atuendo, considerándolos emplear durante dos días, y los forran tanto por dentro
como otros tantos signos de «limpieza». La ausencia de como por fuera de las mismas telas, olores y materiales
polvos no puede más que atravesar todas estas equiva- que los estuches de pelucas [...]» 25. También se trata
lencias negativas: «Ya no iba a la corte, ya no me del agua de canela «que se conserva en la boca» para
ponía lunares ni polvos en el pelo; el desaliño que proporcionar al aliento «un buen olor» 26. Finalmente,
tenía en mi peinado lo ponía tan sucio y tan largo que hay también pebeteros que difunde? lentamente, s~~
parecía que iba disfrazada» 21. aromáticos vapores: los de la «magnífica » recepcion
que se da a don Carlos en el Roman comique, las d~ las
galerías de Saint-Germain para la fastuosa embajada
El perfume que «limpia» de Soliman Aga 28. El perfume se sube a la cabeza de
tal manera que, a veces, cuando se abre un baúl es
Los polvos, en último lugar, poseen otro objetivo: sencillamente una prueba para los espectadores que se
el del perfume. En el siglo XVII todavía no tienen el asfixian en Saint-Germain cuando, en 1649, los lacayos
aspecto plateado que tendrá la película blanca que se abren los baúles de la reina y tienen que escaparse o
pega en las pelucas un siglo más tarde. Su color blanco que asfixiarse, no atreviéndose a respirar antes de que
se adivina, pero borroso y diseminado. Y es que no sólo los baúles se hayan oreado. Lógica de un perfume tan
actúa sobre lo visible, sino también sobre el olor: . . bl e 29 .
invasor que llega a ser rrf-espma .
En cualquier caso, el perfume na es un descubrí-
«Una dama nunca será estimada miento del siglo XVII. Los inventarios de l.a Edad
si no tiene la cabeza de polvos perfumada» 22. Media nos dan ya numerosos ejemplos. L~ rema Cle·
mencia de Hungría, esposa de Jean le Hutm, pOleía a
En su composición entran esencias secas y tritura- su m uert e " en 1328 varios pomos de ámbar,. uno de 101
das 23 que entremezclan sus olores con un vago aspec- cuales «adornado de oro y piedras preciosas» 30 , El
to de fieltro. La ilusión se complica. Sus índices son inventario del castillo de Beaux, un siglo más tarde,
más tenues y más elaborados. Sigue siendo un disfraz, incluye una «cajita de plata en la que hay almizcle~. 31,
pero de manera diferente. Lo que observan enseguida Las cuentas reales mencionan desde hace mucho tIem·
unos cuantos panfletos que suscita la renovación de po las compras de agua de rosa y de madreselva o
las modas en el siglo XVII: «Lo desfiguran todo con sus incluso de «pámpanos, rosas y lavanda [...] para poner
falsas pelucas, espolvoreadas con polvos de Chipre con la ropa» 32. Finalmente, ¿no tienen las d,a!ilas de
para corromper un olor más desagradable» 24. honor de la corte de Broceliande, lugar mítico d~l
El perfume es una herramienta modelo en este arte roman de Chrétien de Troves, del SIglo XJIl, ut,I presti-
de la apariencia: es más engañoso cuanto más escapa a gio que se deriva de un saber muy estudIado: la
116 1 La ropa que lava Apariencias 1117

destilación del agua de rosa? 33 Lo que demuestra el más, los tratados de los perfumistas y de los boticarios
valor que ya ha adquirido una costumbre y su relativa van a mantener cierta distinción destinada a su públi-
rareza. co. Lemery propone en 1709 la clasificación más acaba-
El verdadero cambio interviene, una vez más con da y establece una diferencia entre un «perfume real»,
la utilización ostentosa de la ropa interior, con su un "perfume burgués» y un «perfume pobre». Pero este
extensión por encima del traje y con la atención último no es de orden estético, se compone de «aceite
sistemática que se le concede a su ligereza. Como si el ordinario» mezclado con hollín y para lo único que
encaje debiera conservar más particularmente el per- sirve es «para desinfectar el aire» 40.
fume: camisas perfumadas de los personajes de Marga- Y es que el siglo XVII también hereda los puntos de
rita de Navarra 34; efluvios que impregnan «manguitos referencia terapéuticos: el perfume reconforta. Su em-
y cuellos» de los «lechuguinos» de Dupont de Drus- pleo sirve para reforzar el cuerpo; «recrea maravillosa-
sac", O también «aceite imperial, que sirve para lavar mente el cerebro» 41 y endereza el aire corrompido y
la ropa de algún gran príncipe» del que hablan las peligroso. La evolución de las defensas contra la peste
ediciones sucesivas de los Secretos de Alexis el Pia- es el mejor ejemplo. Chauliac, además de aconsejar la
montés, en el siglo XVI 3 6 . huida, recomienda el fuego durante la gran peste de
Al principio, el siglo XVII no hace más que heredar 1348 en Avignon. El fuego purifica; «corrige el aire» 42.
estas atenciones igual que lo hace con la ropa y la Pero, son insensiblemente los fuegos de materias odo-
cortesía. Ni siquiera se habla de ciertas sensibilidades ríferas los que se considerarán más eficaces aún. La
porque están perfectamente instaladas en la cultura de depuración y los efluvios perfumados van obteniendo
los privilegiados: demasiado «evidentes» para que sea una manifiesta complicidad. Igualmente, a los olores
necesario legitimarlas. El laborioso debate sobre los penetrantes y duraderos, encargados de preservar la
olores fuertes -en los que el ajo, entre otros, aparecía boca en tiempos de peste, se van prefiriendo insensi-
como un estimulante necesario contra las fatigas y blemente los que tienen un perfume suave y «odorífe-
contra CIertas enfermedades- es definitivamente ob- ro» 43. Los ácidos van siendo sustituidos por el benjuí,
soleto. En el siglo XVI Bouchet, por lo demás con una el estoraque, la mirra, el almizcle y el palo de rosa, de
pizca de ironía, seguía sintiéndose cerca de la cultura los que están compuestas las pastillas que se llevan en
popular cuando alababa estos olores ya rechazados la boca. Queda por hablar del vinagre. Su ácida
por la buena educación: «El ajo es la verdadera carne frescura se opone a las putrefacciones de las que la
del soldado, al que da valor en el combate, igual que la peste es la supuesta compañera. Los transeúntes lo
cebolla [...]. Y, como nuestros predecesores lo utiliza- respiran en muñecas empapadas de vinagre. Se pensa-
ban, no era vergonzoso oler a ajo [...]» 37. La ruptura ba que el ácido contenía principios activos, pero, a
está consumada en el siglo XVII y se va agrandando la pesar de todo, el perfume preserva más profundamente
distancia entre los olores refinados y los demás, por lo del contagio, corrigiendo la corrupción del aire; Su
que la polémica ya es inútil: «El ajo que se come con papel desborda evidentemente del juego social. Los
vinagre cada día por la mañana» 38 es estimulante olores seductores serían, hasta en su composición
para el pueblo. Para el mismo uso nada puede equipa- material, lo contrario de las putrefacciones y añadi-
rarse a <da buena mirra en la boca» 39. Las dos solucio- rían una función protectora al solo placer de los
nes ya no se pueden comparar. La diversión es también sentidos, influyendo en las fisiologías y «aliviando
la que depende de la sensibilidad y del costo. Cuando maravillosamente la facultad animal y cefálica» 44.
118 / La ropa que lava Apariencias / 119

Así pues, en el arte del enmascaramiento y de la han ido a situarse en los de lo operacional. El perfume
apariencia, .el'perfum~ desempeña un papel complejo limpia, rechaza y borra. La ilusión ha llegado a con-
que ~? se limita al disimulo o al placer, sino que es vertirse en realidad.
también muy concretamente «purificación». Incluso es Andar por las calles llevando perfume no es, por
la apariencia lo que toma la forma de la realidad. Ya, tanto, un simple acto estético. Pasearse llevando una
cuando los hombres de Théleme se recubrían de perfu- bola de ámbar en la mano no es simple efecto de una
me, antes de reunirse con sus compañeras, creían moda. Y el espectáculo que se prolonga durante varios
tranaformar ~eal~ente su cuerpo. En este caso no hay decenios, como lo describe el visitante italiano del
lll?guna utilización del agua, pero sí una impregna- París de Enrique IV, es simbólico en cierto sentido:
CIOn de olores. El lavado tiene una estrategia de «Por todas las calles de la ciudad circula un arroyo de
perfume: «A la salida de los salones del alojamiento de agua hedionda, en donde se vierten las aguas sucias de
las damas estaban los perfumadores y los peluqueros cada casa, lo que corrompe el aire: por eso hay que
por cuyas manos pasaban los hombres cuando visita- llevar en la mano flores de algún perfume, para recha-
ban a las damas» 45. Dicho de otro modo, el perfume zar este olor» 49. Igualmente importante es la diferen-
borra tanto como disimula. cia que existe entre algunos hospitales parisinos, que
. La Francia clásica no sólo hereda estas imágenes, describe Locatelli, viajero boloñés, curioso de todo,
smo que las amplía. La panoplia de los objetos que se que atraviesa la Francia de Luis XIV en 1664: atmósfe-
c~mslderan fortificaciones, porque están perfumados, ra «apestosa» del Hótel-Dieu, por ejemplo, en donde
srgue aumentando. Y así tenemos esos gorros medica- hay cuatro o cinco enfermos por lecho; peligro perma-
mentosos, por ejemplo, cuyo forro cargado de polvos nente de «peste» también en el Quinze- Vingt, en donde
eJ~rce un efecto estimulador «reparando, con toda los incurables son excesivamente numerosos; aparente
evidencia, las mentes animales con sus virtudes aro- «tranquilidad», en cambio, en la Charité, en donde un
ma't'IC~S» 46 . H ay bolsitas de olor, que se llevan entre la olor muy particular se apodera del visitante. Allí, en
ropa mterior y el jubón. Hasta los mismos utensilios las salas, flota un perfume que difunden día y noche
cotidianos se acondicionan y transforman. Las telas ciertos pebeteros. Este aroma, sensible en todas las
que contienen los objetos del aseo, por ejemplo, peines, habitaciones, fascina al sacerdote italiano. ¿Protege el
espejos y polvos, se pueden colocar en forros cargados cuerpo el olor agradable? Para Locatelli, es este olor
a su vez de perfume: «Colocaréis en ellas polvos el que diferencia los hospitales. Este olor sirve para
gruesos de VIOleta y, luego, lo cubriréis todo con tabí. expulsar el peligro de contagio, dando una fuerza
Antes de colocar el tabí, habrá que frotarlo muy particular a los órganos más quebrantados: «Cerca de
leve?,ente por el revés con. un poco de algalía [...J» 47. cada lecho hay un altarcito adornado con flores, con
L~s mventarIOS reales contienen, a fines del siglo XVII, un brasero en el que de vez en cuando el que está
mas de cU~rent~ estuches de este tipo, doce de las encargado de ello arroja excelentes perfumes»'&l----L
. a
cuales hablan SIdo perfumados por Martial especial- fascinación es incluso tan grande que Locatelli desea,
mente para el rey 48. El perfume desempeña aquí todos un instante, compartir la vida de estos desgraciados
los papeles. Está directamente asociado a un objeto de que, sin embargo, se hallan tan amontonados como en
limpieza, seduce al olfato, pero es al mismo tiempo otros lugares.
purificadoj-, Es exactamente lo contrario de lo «sucio» El recurso de los «contra-olores» corona la pano-
a lo que corrige. Todos los valores de la apariencia plia de la limpieza clásica y hasta añade una virtud
120 / La ropa que lava

protectora, casi terapéutica. Pero es, primero, también


él, un «espectáculo» que sirve para prolongar la ima-
gen de la ropa y de las partes visibles de la piel. Las
bolsitas que se ponen en los sobacos o en las caderas,
deslizadas entre los pliegues de los vestidos o los
forros de los jubones son realmente bolsitas de limpie-
za, que sirven como instrumentos suplementarios para TERCERA PARTE
el juego estricto de las apariencias.
Lo más importante en esta limpieza de la edad
clásica sigue siendo el limite que se le impone a la
utilización del agua. Lo que hace la princesa Palatina, Del agua que penetra en el cuerpo
después de un viaje agotador, proclama claramente lo a la que lo refuerza
que posee mayor importancia. Un día del mes de
agosto de 1705, la princesa anduvo por largos y secos
caminos abrasados por el sol y llegó extenuada a
Marly, con el rostro descompuesto y el cuerpo bañado
de sudor. Su rostro está tan marcado por la tierra de
los caminos que se resigna a lavárselo: «Tenía tanto
polvo que tuve que lavarme la cara, que estaba como
cubierta de una máscara gris» 51. La circunstancia es
excepcional. Por lo demás, la Palatina se muda de
camisa y, al mismo tiempo, de vestido y de «trapos». Y
ya está otra vez «limpia». Pero lo que lava es realmen-
te la ropa. En el palacio de Marly, en donde el agua
corre en abundancia por los jardines, el liquido casi no
toca la piel de los que allí se alojan. Así pues, hay una
limpieza, pero se trata de la limpieza de lo que se ve.
Conclusión I 281

Pero para entender mejor tales indicios, hay que


comprender cuál es el papel limitado y muy particular
que desempeña el baño en la Edad Media. Hay que
medir hasta qué punto las prácticas que promueve
dicho baño pueden ser diferentes de las nuestras.
Baños de agua y de vapor existen realmente en la
CONCLUSION Edad Media, pero no son establecimientos de higiene,
sino que conllevan placeres muy específicos. Más allá
de ciertas preocupaciones termales, a menudo reales,
estos baños de la Edad Media mezclan sus prácticas
con las de las tabernas, los burdeles y los garitos en los
Hemos. elegido aquí como limpieza más antigua la que agitaciones y turbulencias viven en buena vecin-
que se refiere exclusivamente a las partes visibles del dad. Estos lugares llenos de vapores, en los que alco-
cuerpo: el rostr~ y las manos. Ser limpio es Ocuparse bas y lechos prolongan las tibias humedades de las
de una zona limitada de la piel, la que emerge de las estufas, siguen siendo lugares de goces confusos. El
evestiduras, la única
' que se ofrece aam1raa.
l ' d L as
onvenance y los LIVre de courtoisie, que dictan duran-
erotismo del baño tiene mucha mayor importancia que
el lavado, El agua, como medio de «agitaciones» físi-
te la Edad. Med1a el comportamiento de los niños cas, atrae al bañista más que el acto de limpieza. El
nobles, no dicen na~a más: tener limpias las manos y el juego, finalmente, y aún más la voluptuosidad tienen
rostr?, ,llevar u,,:a mdumentaria decente, no rascarse aquí mayor importancia que el estado de la piel.
los PlOJOS demas1ad? ostentosamente. No hay referen- Lo que muestra una historia de la limpieza corpo-
C1a alguna al «rrrter-ioj-» del vestido o a las sensaciones ral es la variedad, en el tiempo, de las costumbres y
q~e ~rov1e,,:en de la piel. No hay alusión alguna a hasta de los aspectos imaginarios del agua y la distan-
r ' sentimiento íntimo . En la Edad M e dila h ay una
ningun cia que separa las representaciones arcaicas de las de
1mp;eza corporal, pero ante todo se orienta a los hoy. En la Edad Media existe un baño que no pretende
demas, a, los testigos. y se refiere sólo a lo inmediata- realmente influir en la limpieza. En la vida cotidiana
mente
fí " visible. Estos actos arcaicos de la 11'mp1eza. la limpieza que cuenta sigue siendo la del rostro y de
rsica se conv;erten así en un tejido de sociabilidad las manos, El agua no llega realmente a lo íntimo.
Pe.r0 su historia muestra primero hasta qué punto e~ Ahora bien, lo que muestra también una historia de
pnmer. lugar, son las s~perficies aparentes del cu~rpo la limpieza es que lo que se pretende es acrecentar una
y la m1ra~ de los demás las que definen el código. intimidad del cuerpo. Hay una dinámica que ya está
d Es posibls comprender este privilegio antiguo y confirmada a finales de la Edad Media: aumento
. ur,a~ero ?e ,lo v1~lble. Sin duda, la vista es aquí el insensible de las autoimposiciones que «llevan» la
indicio mas mtuitivo, el más «naturalmente» convin- limpieza física más allá de lo visible, desarrollo de un
ce?-te,.el que puede someterse también a las normas de trabajo de civilización que afina y diferencia las sensa-
mas
1" .fácil formulación.
" Con ellas ,las refs . d 1
1 ' t'encaaa e a ciones, incluso las menos explícitas, Pero hay que
ImpIeza se enunCIan y se precisan en unas pocas subrayar hasta qué punto, al mismo tiempo que se van
palabras, Los preceptos parecen «límpidos». Basta con transformando y enriqueciendo, tales referencias si-
mirar. guen estando lejos de las nuestras. Es evidente, por
282 / El agua que protege
Conclusión I 283

ejemplo, la diferencia que hay entre la limpieza física renovación equivalen a la limpieza de la piel, es tanto
descrita en el siglo XVI y la que se describe en la Edad más sobresaliente cuanto que un relativo rechazo del
Media. Ahora bien, esta diferencia no depende de una agua la acompaña, en el siglo XVIII sobre todo. Aquí es,
nueva utilización del agua. La ablución es indepen- sin duda donde la imagen del cuerpo, la de sus
diente de tal transformación. La limpieza, en este caso, operacio~es, la de sus fun~iones, deja pe~cibir mejor
no está vinculada al lavado. Lo que hace que haya su posible peso en una historia de la limpieza. El
cambiado es, primero y durante mucho tiempo, una cuerpo que se ha bañado es, para la élite de la Francia
nueva utilización de la ropa interior. El tratamiento clásica, una masa invadida por el líquido, trastornada
de los tejidos del «cuerpo» crea, desde el siglo XVI, un por las repleciones y los hinchamientos: envolturas
espacio físico inédito de la limpieza: diferenciación porosas y carnes impregnadas. Parece que los poros
más acentuada entre la ropa exterior y la ropa inte- son otras tantas aberturas y los órganos otros tantos
rior; graduación más sensible entre los tejidos finos y receptáculos, al mismo tiempo que abundan los ejem-
los tejidos gruesos; finalmente, cambios más frecuen- plos de oscuras penetraciones.. Los contagi?s pod~ían
tes, y sobre todo más imperativos, de las telas que se constituir por sí solos una serre de ilustraciones. ¿No
ponen en contacto con la pieL Con la manipulación de será el agua semejante a esos venenos imperceptibles
esta ropa interior, las sensaciones tegumentarias pare- que han ido invadiendo el cuerpo de los contagiados?
cen más explícitas, y la evocación de las transpiracio- El baño no carece de riesgos y, además, incluso puede
nes más presente. Los pliegues o partes ocultas del dejar la piel totalmente ~(abierta». U'.'a m~cáni~a sim-
cuerpo hacen que surja otra atención. Curiosamente, plificada de la infiltración y una racionalización con-
lo que ha hecho que evolucione la percepción y el cebida, en primer lugar, para exphcar e~ fulmmante
sentimiento de la limpieza es un conjunto de prácticas ataque de las pestes y de las apidemias han Ido
«secas». y este dispositivo es muy importante, puesto favoreciendo esta representación de un cuerpo de
que, también él, se refiere a la mirada, pero renovando fronteras penetrables.
totalmente su agudeza y su profundidad. Sea como fuere, esta limpieza del siglo XVII, más
La ropa interior, que emerge bajo el jubón de los «extensa» y más «profunda», no deja de ser paradójica,
hombres o el vestido de las mujeres, delega en la pues llega a las zonas ocultas ~el cuerpo y acrecien~a
superficie las referencias a zonas más secretas. Lo el papel de la mirada; es mas secreta, pero ]:,,-mas
intimo se va comprometiendo insensiblemente con lo favoreció tanto el espectáculo. Con ella, lo visible
visible. Esta limpieza triunfa con la Francia clásica adquiere una soberanía inigualada. Hay que r~petIr
hasta poner en juego todos los recursos del espectácu- hasta qué punto conviene tal práctica a una sociedad
lo. Prácticas de corte que multiplican los signos indu- cortesana que «teatraliza» ademanes, actitudes y
mentarios, que explotan la sabia colocación estratifi- atuendos. Estos tejidos que se salen del traje, estas
cada de los tejidos, refinamientos de la apariencia, renovaciones codificadas de la ropa, al mismo tiempo
encajes que aligeran y prolongan el «interior» del que conceden un lugar principal a lo íntimo, permiten
traje, y la calidad del tejido de la ropa interior que que se explote la apariencia como nunca se había
juega con la variedad de los tonos y la fineza de las hecho. .
tramas, según se trate de lino, de sarga o de cáñamo, Ahora bien debemos repetir también que una lim-
orquestando con ellos sutiles distinciones sociales. pieza «modern~» puede surgir en contra de semejante
Esta limpieza, en la que la blancura de la ropa y su valoración de lo visible. Lo que no quiere decir que se
284 I El agua que protege Conclusión I 285

borre el papel que se le atribuye a la ropa. Todo lo inauguran una manera de explicación: la limpieza es
contrario. A fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX, legitimada por la ciencia. El principio no varía duran-
la burguesía va a ir multiplicando los tejidos livianos te varios decenios, incluso si los mecanismos que se
y los m~tices del blanco. Pero van emergiendo otras invocan van cambiando: ser limpio es proteger y
valora ciones; otras referencias van a promover la reforzar el cuerpo. La limpieza asegura y sostiene la
aparición de una limpieza «interior», La verdadera buena marcha de las funciones. Las razones son las
t~a?-sformación,la que produce el desplazamiento defi- razones de la fisiología. Papel energético de la piel,
nitivo, pertenece al argumento de la salud: lo que molestia obstruyente de las mugres, peligro de las
Importa, no e~ ya la apariencia, sino el vigor. La materias putrescibles, se convierten en el horizonte
burguesía de fines del siglo XVIII emite la teoría de una teórico de abluciones y baños. Las alarmas microbia-
limpieza de la piel y trata de conseguir una nueva nas son un último punto: hay que lavar para defender
fuerza. Limpiar los poros para dinamizar más el cuero mejor.
po; utilizar el agua, incluso fría, para dar más firmeza Tal discurso culto, dominante en el siglo XIX, a
a las fibras. La limpieza «libera» y refuerza, pero hay pesar de sus aplicaciones, durante cierto tiempo Iimi-
que emplear un agua que apriete y endurezca. Yana tadas y vacilantes, desempeña por lo menos un papel:
bastan,los cambios de .ropa, como tampoco bastan ya, atribuir una utilidad «palpable» a una limpieza que se
como. umeos testimonios, los testimonios «externos». sigue viendo poco; dar un sentido funcional a ciertas
La piel debe ponerse en contacto con un líquido exigencias interiorizadas muy difíciles de formular
encargado de estimularla: sin duda, se trata de lavar porque su objetivo sigue siendo «ínfimo». La caza al
las zonas que recubre el traje, pero para fortificarlas microbio es la traducción real de esta limpieza «invisi-
más. Representación del agua Y representación del ble». Todas estas razones sabias, todas estas justifica-
c.uer po se explotan ahora según la física de los endure- ciones lentamente construidas dan «cuerpo» a una
cimientos. Una vez más, se trata de imágenes intuiti- vigilancia eminentemente social y, sin embargo, difícil
vas q~e revelan h?,sta qué punto, en este lento proceso de explicar, porque, precisamente, se refiere a lo im-
de ~o íntrmo, la higiene puede ser objeto de racionali- perceptible. Pero, evidentemente, tal ciencia no deja
zaciones.. Incluso parece que sólo hay una diferencia de tener sus verdades. El papel que desempeña se debe
entre la limpieza del siglo XVII, ampliamente compues- también aciertos descubrimientos muy reales y, ade-
t~ de aparrencias, y la del siglo XVIII, que cultiva más, importantes. Pero las tácticas de convicción en
CIertas fuerzas secretas. Tan simbólica como puede las que participa subrayan hasta qué punto esta lim-
serlo la dIferenCIa entre una aristocracia apegada a pieza, cada vez más comprometida con lo íntimo, ha
las tácticas de la apariencia y una burguesía que tenido que buscarse primero razones edificantes, antes
Inventa CIertos «VIgores»: un código escénico contra de convertirse en una simple costumbre. La exhorta-
un código de fuerzas. ción que utiliza la burguesía en el siglo XIX con
Limpieza «ejemplar» en lo que tiene de significacio- respecto a las clases populares confirma tales procedi-
nes socla~es, p~ro también limpieza «ejemplar» por su mientos, ampliándolos: la limpieza no sólo vuelve
~ecurso s~stematIco.a la referencia científica y a las «resistente», sino que garantiza un «orden». Es algo
JustIfic.a?lOne~ funcionales, La limpieza puede tener que se añade a las virtudes. La nitidez de la piel, la
una utilidad física precisa, pues aumenta los recursos disciplina del lavado, tendrían sus correspondencias
orgánicos. Estas teorizaciones de fines del siglo XVIII fisiológicas: resultado físicamente invisible, sin duda,
286 I El agua que protege Conclusión / 287

pero moralmente eficaz. Sea como fuere, con esta implican aquí una reestructuración total del mundo
limpieza que aleja al microbio se acaba un largo subterráneo, así como del mundo aéreo de las ciuda-
recorrido, el que va de lo más aparente a lo más des. El agua ha sido, sin duda, uno de los factores más
secreto, pero también el que va cavando la esfera del importantes de la reordenación urbana del siglo XIX.
espacio privado. Con ella, la alimentación, como la «respiración» de las
Otras referencias, finalmente, hacen que este reco- aglomeraciones, ha cambiado totalmente. La limpieza,
rrido sea aún más sensible. Con estas operaciones que por tanto, ha comprometido todo el lado imaginario de
van gestando una limpieza que escapa a la mirada se las ciudades, su tecnología, y también su resistencia
van creando insensiblemente ciertos lugares privatiza- contra la «capilarización».
dos. Y empiezan a existir ciertas topologías. La habita- La historia de la limpieza depende, en definitiva, de
ción del abad de Choisy en 1680 (L." parte, capítulo 3) una polaridad dominante: la constitución, en la socie-
todavía no tiene una dependencía para el aseo. Los dad occidental, de una esfera física que pertenece al
actos que el abad consagra a su limpieza correspon- individuo, la ampliación de esta esfera, pero también
den, por otra parte, a este espacio polivalente: acción el refuerzo de sus fronteras hasta conseguir alejarse de
sobre los afeites y los lunares, cambio de camisa, la mirada de los demás. Pero el recorrido de tal
diversos frotamientos. Hay que llegar al siglo XVIII y historia no puede ser lineal, ya que desempeña un
que se establezca una distancia con las espectaculari- papel que interviene en lo imaginario del cuerpo, el de
zaciones aristocráticas para que se creen, en los gran- los espacios habitados y el de los grupos sociales. Esta
des hoteles particulares y en las grandes mansiones, limpieza, que se va dirigiendo progresivamente a la
estos espacios especializados que se utilizan para el consecución de cuidados invisibles, es, por otra parte,
cuidado del cuerpo. A los cuartos de aseo, con sus objeto de una racionalización. Pero cuanto más secre-
lozas, con sus jarros, con sus bidés (aun cuando éstos ta se vuelve, más parece una seductora coartada que
sigan siendo escasos), corresponde una limpieza ya podría mostrar su utilidad concreta, es decir, su fun-
más secreta. Los espacios de la élite se aumentan y se cionalidad. Su historia es también la de estas raciona-
especifican, igual que se va ahondando en esta limpie- lizaciones.
za que va más allá de las superficies. Se está creando
un lugar, exactamente igual que se está ampliando la
limpieza.
A fines del siglo XIX se sistematiza un mandato
imperativo: cerrar rigurosamente los accesos a los
cuartos de aseo y a los cuartos de baño. Y se llega a
establecer una distancia definitiva con respecto a esta
piel y con respecto a todos sus repliegues. Al mismo
tiempo, se confirma el placer de la ablución que
todavía no osa declararse.
Hay que ver, finalmente, hasta qué punto esta
dinámica pone en juego otros espacios más, en particu-
lar el de las ciudades, con sus arquitecturas, sus
comunicaciones y sus flujos. Los cuidados del cuerpo

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