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I. Introducción.
Este contexto impuso la necesidad de buscar una categoría que abarque a las prácticas
violentas realizadas por agentes del Estado. A su vez, generó los primeros desencuentros. Por
un lado, están aquellos que consideran que la violencia institucional comprende las practicas
realizadas en democracia y no en la dictadura, aunque con los modos aprendidos durante las
mismas; por el otro, aquellos que hacen hincapié en los victimarios siendo indistinto si las
prácticas se realizan durante la dictadura o en democracia.
Los primeros indican que las practicas sistemáticas de la dictadura son comprendidas
por la categoría de violencia política y que la violencia institucional comprende un tipo de
violencia policial cotidiano contra determinados grupos: los jóvenes, los pobres, los migrantes.1
Durante la dictadura cívico-militar, las prácticas se enmarcaban en un plan central, orientado a
la eliminación del disidente político mediante una represión ostensible, la tortura y las
ejecuciones parapoliciales. En cambio, la violencia institucional no se trata de un plan central
“sino de prácticas, rutinas, normas, problemas de diseño y otras condiciones necesarias para la
reiteración de diferentes tipos de violaciones de los Derechos humanos”.2 Estas aristas fueron
consideradas para validar una diferenciación entre la violencia en contexto de dictaduras y el de
las democracias.3
En segundo lugar, la dicotomía parte sobre quienes pueden ejercerla: por un lado, se
considera que la categoría abarca la violencia policial y penitenciaria que se ejerce de forma
directa sobre un determinado sector de la población (concepción originaria); por el otro, se
considera que la categoría abarca a todo agente del Estado, sin la necesidad de pertenecer a las
agencias de seguridad, y que se puede ejercerse de forma indirecta (concepción devenida con
el paso del tiempo).4 Estos posicionamientos están relacionados a una cuestión fáctica, teórica
y conceptual.
Desde la cuestión fáctica, los agentes de seguridad mantuvieron las practicas aprendidas
durante la dictadura pero en un contexto de euforia por lo naciente democracia y de oposición
a la violencia, lo que generó que sus prácticas sean la manifestación mas visible, y por ende
repudiadas, de la violencia institucional. Desde una cuestión teórica, el apogeo de las ideas que
problematizaban el control social y el ejercicio del poder, que ubican a la violencia de las fuerzas
de seguridad en igualdad de condiciones que otros institutos estatales, como el manicomio o las
instituciones médicas en general. Por último, desde una perspectiva conceptual, el pensamiento
sobre la naturaleza del Estado es central, pues hay quienes consideran que el Estado en esencia
es represión sobre las clases económicamente desfavorecidas o porque suponen que “todos los
fenómenos de desigualdad y privación de derechos son formas de violencia institucional”; y por
el otro, quienes consideran que de este debe provenir una respuesta “en términos de
1
Tiscornia, Sofia. (2016). Algunas reflexiones sobre la violencia institucional como cuestión de Derechos Humanos”,
disertación presentada en el cierre de las II jornadas de la Red de Estudios de Represión, 22 de abril de 2016.
2 Perelman, Marcela y Trufó, Manuel. (2016) La violencia institucional Tenciones actuales de una categoría central.
Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Pág. 4 y Tiscornia, Sofia (XXX). La violencia institucional como tema de
trabajo de investigación. Una breve historia. Trabajo presentado en las jornadas “La extensión como pilar de la
Universidad Pública”, organizada por la SEUBE, Facultad de Filosofía y Letras, 2 de agosto de 2016.
3 Ob. Cit. Tiscornia.
4 Ob. Cit. Perelman y Trufó. Pág. 2 y 3.
prevención, detección y castigo de los fenómenos de violencia institucional”,5 ya que son
conductas que no se encuentran dentro de su finalidad.
La discusión sobre cuáles son los elementos que conforman la categoría violencia
institucional resulta de una gran importancia, pues en la actualidad “la identificación de un
hecho como un caso de violencia institucional implica una serie de reconocimientos sociales,
políticos y jurídicos de enorme peso para su visibilización, para la lucha por justicia y por otras
´formas de reparación´. Habilitan a victimas y familiares un modo de interlocución singular con
organizaciones sociales e instituciones públicas, a utilizar un lenguaje de interpelación al Estado
(y, eventualmente, a los sistemas internacionales de protección) propio de la tradición de los
derechos humanos y el acceso a ciertos recursos reservados para este tipo particular de
víctimas”.7
III. Concepto.
5 Ibidem. Pág. 4.
6 Pita, María Victoria. Pensar en la violencia institucional. Vox populi y categorías políticas local. Visto en
http://revistascientificas.filo.uba.ar/index.php/espacios/article/view/3757/3401; Ob. Cit. Tiscornia. Pág. 30; y, Res.
DGN N° 928/13.
7 Ob. Cit. Perelman y Trufó. Pág. 6; y, ob. Cit. Pita.
8 Ob. Cit. Pita.
Esta descripción y valoración deben ser vistas desde una perspectiva dinámica, pues la lucha por
su significado genera modificaciones constantes.9
http://cels.org.ar/hostigados.pdf
12 Ob. Cit. CELS. Pág. 13.
pertenecientes a fuerzas de seguridad, fuerzas armadas, servicios penitenciarios y efectores de
salud en contextos de restricción de autonomía y/o libertad”.13
Por su parte, desde el Ministerio Público, se considera que las torturas, las condiciones
inhumanas de detención, prácticas atentatorias de la libertad y el uso abusivo o ilícito del poder
coercitivo estatal, consumadas por agentes estatales principalmente pertenecientes a las
fuerzas de seguridad y penitenciaria, son constitutivas de la violencia institucional. Estas
prácticas comúnmente se producen durante la privación de la libertad o durante otras
intervenciones de agentes estatales en espacios públicos.14
De está definición podemos sacar las siguientes características, son ejercidas a) por
individuos pertenecientes a agencias públicas; con la b) finalidad de perjudicar el acceso a
políticas públicas y derechos reconocidos en la ley. Tiene una concepción amplia de las personas
que pueden ejercerla, pero con una finalidad restringida. A su vez, resulta interesante la
denotación de institucional: agencias pertenecientes a cualquier órgano, ente o institución
pública, partidos políticos, sindicatos, organizaciones empresariales, deportivas y de la sociedad
civil.
Una de las primeras características que podemos marcar es el sector social sobre el cual
se dirigen estás prácticas: las personas de bajos recursos, de tez trigueña, migrantes de países
limítrofes, personas trans y cualquier otra en estado de vulnerabilidad.
15 Ibidem. Pág. 7.
16 Conf. Resolución PGN N° 455/13 y Resolución DGN N° 928/13.
17 Informe del Grupo de Trabajo sobre Detención Arbitraria acerca de su misión a la Argentina. A/HCR/39/45/Add. 1.
Pág. 12.
18 Conf. Resolución PGN N° 455/13.
La segunda característica que marcamos recae en quienes son las personas que tienen
mayores posibilidades de realizar este tipo de conductas: los agentes de las fuerzas de
seguridad.
Dentro de esta lógica, “la vigencia de un fuerte compromiso corporativo en los agentes
de las fuerzas desde las que se cometen los hechos, que, en los casos de las fueras de seguridad
y penitenciarias, cuentan con una manifiesta capacidad de intimidación y poder de fuego. Así,
son practicas relacionadas con estos hechos las conductas contra la administración de justicia,
tales como la afectación de elementos de prueba, alteración de registros, el direccionamiento
de pericias, el fraguado de causas, la capacidad de intimidación e incluso de realizar atentados
contra testigos de hechos que se encuentren en instancia de investigación o juzgamiento.19
Además, al contar las fuerzas de seguridad con dominio del territorio en el cual puede ejercerse
una regulación del delito, ellas disponen de personal, recursos de logística, actividad de
inteligencia y otros recursos estatales para su asignación a la empresa delictiva”.20
Los medios de comunicación crean una realidad desfasada de los hechos y la reproducen
hasta que la instala en su audiencia, lo que fortalece el estereotipo de delincuente y la necesidad
de resguardar a la sociedad de este mal. Mientras tanto, el poder judicial encubre los hechos si
es que decide investigarlos, emitiendo sentencia condenatoria como la excepción que confirma
la regla. Salvo casos de extrema gravedad y en los que las pruebas son irrefutables, el poder
judicial constituye como legitimas prácticas que atentan contra los Derechos Humanos.
19 Por ejemplo, el caso de Andrés Vieria, que apareció muerto de cinco balazos luego de que, tres días antes, haya
denunciado el acoso y amenazas por parte de efectivos de la comisaría 9 de la Policía de la Ciudad. Véase:
https://www.pagina12.com.ar/140983-un-homicidio-tras-una-denuncia
20 Conf. Resolución PGN N° 455/13.
“(P)ese a la gravedad de esas afectaciones, en su dinámica, la violencia institucional
encuentra mecanismos de legitimación social y justificación en discursos penales que favorecen
la exacerbación del poder punitivo directo que se manifiesta en los ilícitos en análisis”.21 “Debe
ser pensado en las fronteras porosas entre lo legal y lo ilegal, lo formal y lo informal. La violencia
y el hostigamiento resultan de la arbitrariedad en el ejercicio del poder policial; esto supone la
puesta en juego de normas, disposiciones y prácticas que no siempre son ilegales en sí mismas
pero que se utilizan de manera discriminatoria, abusiva y extorsiva”.22
“Al respecto, es importante advertir que los autores de estos delitos, funcionarios
públicos, no suelen encuadrar en los estereotipos sociales de ´delincuentes´, justamente por ser
aquellos encargados de la prevención del delito y de velar por la seguridad de los habitantes.
Incluso en ocasiones los autores de los hechos son los mismos funcionarios que determinan la
orientación de las investigaciones por resolución de operadores judiciales que permiten tal
accionar en desmedro de toda posibilidad de tramitación regular del proceso penal”.23
En lo que respecta al manto de legitimidad “se destaca el rol del poder judicial, cuyo
desempeño muchas veces cómplice o negligente ha sido considerado en sí mismo una forma de
violencia institucional y es condición de posibilidad para la persistencia de patrones de violencia
policial o penitenciaria”.
Sumado a la actividad judicial, nos encontramos con “el hecho de que tanto estas rutinas
como algunos aspectos del marco legal habilitan prácticas que constituyen engranajes de
violencia institucional que pueden conducir a graves violaciones de los derechos humanos. La
discusión sobre las facultades de detención sin orden judicial, y en especial sobre la detención
por averiguación de identidad o de antecedentes, ejemplifica esta cuestión”.25
Responsabilidad por ausencia estatal y/o exclusión social: Es una clasificación reciente,
proveniente de organizaciones sociales que trabajan en barrios de emergencia, en los que se
designa la producción de un daño a los derechos de las personas por la falta de políticas de
Estado que solucionen problemáticas particulares de estos barrios.29
El MPD indica que, desde marzo de 2011 hasta agosto de 2013, la Unidad de Registro,
Sistematización y Seguimiento de Hechos de Torturas y otras formas de Violencia Institucional,
ha recibido denuncias de más de mil cien hechos de violencia institucional, setenta situaciones
estructurales de agravamiento en las condiciones de detención y ochenta y seis muertes en
lugares de encierro.31
En la misma línea, el MPF indica que “sobre 415 causas judiciales registradas durante
2011, 310 fueron caratuladas como apremios ilegales, 50 ´su denuncia´ y 15 como torturas. Por
su parte, en cuanto al desarrollo que esas causas tuvieron, se dispuso citar a los presuntos
autores a declaración indagatoria en solo 7 de las 415 causas. Aun más, en esas 7 causas, los
citados fueron 21 funcionarios públicos de los cuales 19 fueron sobreseídos luego de la
audiencia”.32
Según recoge la Comisión IDH, en el informe anual de 2015, “de los 667 enfrentamientos
documentados en el 2005, 45 habrían resultado en muerte (1 persona fallecida por cada 15
enfrentamientos), mientras que en el 2014 (abril-octubre) de los 598 enfrentamientos, se
registraron 111 muertes (1 persona fallecida por cada 5 enfrentamientos)”.
“En la CABA, entre 2012 y 2014, se registraron 7.458 detenciones por averiguación de
identidad, según la Policía Federal. Sólo un 2 por ciento de estas detenciones derivó en una
causa penal. Un 98 por ciento de las personas detenidas fueron liberadas sin que se les iniciara
una causa, es decir, sin que se identificara algún delito o un pedido de captura luego de la
detención”.35
Cabe mencionar que estos números no incluyen las detenciones por averiguación de
identidad que se realizan en las diversas rondas por las calles, y mucho menos las que realizan
en los pasillos de los barrios populares. Otra cuestión a valorar es si las detenciones por
averiguación de antecedentes, por la cual consiguieron el nivel de efectividad tan bajo,
cumplieron con el plano factico para realizarse. Es decir ¿había circunstancias debidamente
fundadas que hagan presumir que hubiesen cometido o pudieran cometer algún delito las
personas detenidas por averiguación de antecedentes o identidad?
Otro ejemplo de lo que sucede en la Provincia de Córdoba “En el fin de semana del 2 y
3 de mayo de 2015 las fuerzas de seguridad locales detuvieron a 342 adultos durante un
operativo de control a gran escala que buscó espectacularidad (…). Ninguno había cometido un
delito. El 63.46 por ciento –217 casos- no registraban antecedentes penales ni contravencionales
al momento de los operativos. Casi todos pasaron un promedio de doce horas presos. Además,
fueron encerrados 109 menores cuyas detenciones no fueron informadas por la policía al
correspondiente Juzgado Penal Juvenil”.38
Recién en 2015 se conoció la primera condena por este tipo de conductas, contra un
comisario que premiaba o castigaba a sus subordinados según la cantidad de detenciones que
realizadas por día. Un año después, se reemplazó el Código de Faltas por el Código de
Convivencia Ciudadana, que contiene la figura de “conducta sospechosa” con una pena, entre
otras, de hasta tres días de arresto.
“En el barrio Cacique Pelayo, habitado casi en su totalidad por el pueblo Qom, en la
periferia de la ciudad de Resistencia, los vecinos relataron casos de hostigamiento en donde la
“Por otra parte, estas comunidades sufren una casi prohibición de salir del barrio. Los
habitantes de Cacique Pelayo contaron que cuando salen los policías les piden documentación
y los amenazan con detenerlos. La práctica se hizo tan habitual y extendida que los jóvenes no
quieren salir del barrio para no tener problemas con la policía”.42
“Reunirse con otros en una esquina, estar en la calle en determinados horarios, usar
gorra o capucha, juzgar ciertos juegos está prohibido, de manera arbitraria, en algunos barrios.
Las fuerzas de seguridad decidieron la proscripción de ciertas costumbres de los jóvenes, aun
cuando no son delitos ni contravenciones”.43
“En el barrio Centenario de Mar del Plata, la llegada de la Prefectura como fuerza nueva
tuvo como uno de sus ejes desalentar y/o prohibir juntas, es decir, la reunión de grupos de
jóvenes en las esquinas o plazas. Si se encontraban reunidos, los agentes los abordaban y
disolvían los grupos”.44
“En la misma línea, en las villas porteñas la implementación del Operativo Cinturón Sur
y la llegada de Gendarmería Nacional, significó este tipo de prohibiciones. ‘Venían ya con la
metra en la mano y te decían ándate a tu casa, ya son las diez de la noche y hasta las diez de la
noche nomás podés estar acá”.46
“Por ejemplo, cuando los requisan a veces los esposan o les exigen que se coloquen en
determinada posición. En este marco también se dan situaciones de violencia como golpes,
palazos, ‘el pisotón con los borcegos’, ´un par de coscorrones´, ´piñas en la cara y el cuerpo’,
´patadas en el piso´, ´cachetadas´ en móviles y comisarías y en lugares públicos”.48
Otras formas, aun más graves, son los robos que realizan las fuerzas de seguridad: “Me
revisaron, me pegaron y me sacaron las cosas. Me sacaron la plata, el teléfono y los cigarros, se
los llevaron. Lo sacaron ellos, lo pusieron ahí y me dijeron ´ándate´. Me tuve que ir y se quedaron
con las cosas”.49