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QUINTO AÑO
EJE 3: Lírico
UNA
AMÉRICA
MANUEL Cuentos frágiles Narrativo
POSIBLE
GUTIÉRREZ (Selección)
NÁJERA
Ya te he escrito en otras oportunidades sobre lo mucho que todos aquí dependemos de los estados
de ánimo, y creo que este mal está aumentando mucho últimamente, sobre todo en mí. Aquello de
Himmelhoch jauchzend, zu Tode betrübt, ciertamente es aplicable en mi caso. En la más alta euforia
me encuentro cuando pienso en lo bien que estamos aquí, comparado con la suerte que corren
otros chicos judíos, y «la más profunda aflicción» me viene, por ejemplo, cuando ha venido de visita
la señora Kleiman y nos ha hablado del club de hockey de Jopie, de sus paseos en piragua, de sus
representaciones teatrales y los tés con sus amigas.No creo que la envidie a Jopie, pero lo que sí
me da es un ansia enorme de poder salir a divertirme como una loca y reírme hasta que me duela
la tripa. Sobre todo ahora, en invierno, con las fiestas de Navidad y Año Nuevo, estamos aquí
encerrados como parias, aunque ya sé que en realidad no debo escribir estas palabras, porque
parecería que soy una desagradecida, pero no puedo guardármelo todo, y prefiero citar mis palabras
del principio: «El papel es paciente.»Cuando alguien acaba de venir de fuera, con el viento entre la
ropa y el frío en el rostro, querría esconder la cabeza debajo de las sábanas para no pensar en el
momento en que nos sea dado volver '' a oler el aire puro. Pero como no me está permitido esconder
la cabeza debajo de las sábanas, sino que, al contrario, debo mantenerla firme y erguida, mis
pensamientos me vuelven a la cabeza una y otra vez, innumerables veces.Créeme, cuando llevas
un año y medio encerrada, hay días en que ya no puedes más. Entonces ya no cuentan la justicia
ni la ingratitud; los sentimientos no se dejan ahuyentar. Montar en bicicleta, bailar, silbar, mirar el
mundo, sentirme joven, saber que soy libre, eso es lo que anhelo, y sin embargo no puedo dejar
que se me note, porque imagínate que todos empezáramos a lamentarnos o pusiéramos caras
largas... ¿Adónde iríamos a parar? A veces me pongo a pensar: ¿no habrá nadie que pueda
entenderme, que pueda ver más allá de esa ingratitud, más allá del ser o no ser judío, y ver en mí
tan sólo a esa chica de catorce años, que tiene una inmensa necesidad de divertirse un rato
despreocupadamente? No lo sé, y es algo de lo que no podría hablar con nadie, porque sé que me
pondría a llorar. El llanto es capaz de proporcionar alivio, pero tiene que haber alguien con quien
llorar. A pesar de todo, a pesar de las teorías y los esfuerzos, todos los días echo de menos a esa
madre que me comprenda. Por eso, en todo lo que hago y escribo, pienso que cuando tenga hijos
querría ser para ellos la mamá que me imagino. La mamá que no se toma tan en serio las cosas
que se dicen por ahí, pero que sí se toma en serio las cosas que digo yo. Me doy cuenta de que...
(me cuesta describirlo) pero la palabra «mamá» ya lo dice todo. ¿Sabes lo que se me ha ocurrido
para llamar a mi madre usando una palabra parecida a «mamá»? A menudo la llamo Mansa, y de
ahí se derivan Mans o Man. Es como si dijésemos una mamá imperfecta, a la que me gustaría
honrar cambiándole un poco las letras al nombre que le he puesto. Por suerte, Mans no sabe nada
de esto, porque no le haría ninguna gracia si lo supiera. Ahora ya basta. Al escribirte se me ha
pasado un poco mi «más profunda aflicción». Tu Ana En estos días, ahora que hace sólo un día
que pasó la Navidad, estoy todo el tiempo pensando en Pim y en lo que me dijo el año pasado. El
año pasado, cuando no comprendí el significado de sus palabras tal como las comprendo ahora.
¡Ojalá hablara otra vez, para que yo pudiera hacerle ver que lo comprendo! Creo que Pim me ha
hablado de ello porque él, que conoce tantos secretos íntimos de otros, también tenía que
desahogarse alguna vez; porque Pim normalmente no dice nada de sí mismo, y no creo que Margot
sospeche las cosas por las que ha pasado. Pobre Pim, yo no me creo que la haya olvidado. Nunca
olvidará lo ocurrido. Se ha vuelto indulgente, porque también él ve los defectos de mamá. ¡Espero
llegar a parecerme un poco a él, sin tener que pasar por lo que ha pasado!
Ana
Darte la libertad: Ensayo sobre Ana Frank
Ana se sentó sobre su cama y dejó a Kitty a un lado junto a la estilográfica. La última fecha en que
había escrito era el martes 1º de agosto de 1944. Hacía casi dos años que estaba allí, atrapada, su
espíritu se encontraba enjaulado entre paredes de feo papel. No podía volar. La única manera que
tenía de dar rienda suelta a su imaginación y sentimientos era a través de Kitty, pero aun así, nada
superaba el poder caminar por la calle bajo el calor del sol en otoño o el tacto de un pétalo de rosa
entre los dedos. Era eso lo que Ana anhelaba más que nada, el sentimiento de ser libre y estar viva
en aquel viejo mundo donde todo parecía estar muriendo un poco más cada segundo.
Se mostraba feliz, siempre, con un chiste que hacer. Su lado menos extrovertido quedaba reservado
al diario. ¡Qué ganas de ser escritora, de ser periodista y compartir relatos con el mundo! ¿Podría
cumplir su sueño? Creía que sí, que todo cambiaría, que el mundo volvería a ser un lugar bello.
Pero ya había soñado demasiado…
Hacía rato, al menos una semana, que le dolía la cabeza y eventualmente estornudaba, había
tratado en todo lo posible de ocultar estas pequeñas afecciones a su familia, estaba cansada de las
aspirinas y demás pastillas, no quería nada. Qué mal que se sentía… Un calor apabullante subía
por su cuerpo hasta las mejillas, se llevó una mano a la frente, estaba sudando horrores. Su madre
entró en la habitación:
-¿Ana, te sientes bien?-
Ana intentó articular alguna palabra, pero no pudo, resbaló a la inconsciencia que la fiebre alta suele
producir. Al despertar, ya había caído la noche. La casa entera estaba durmiendo excepto su madre,
que había quedado despierta cuidándola y poniéndole paños húmedos en la frente.
-Casi seis horas desde que entré en tu habitación-dijo la señora Frank- Debes seguir descansado,
me voy a dormir también.
Ana quedó inmóvil en su cama, se sentía mucho mejor y no tenía nada de sueño. Dio infinitas
vueltas, hasta creyó que despertaría a Margot, pero finalmente logró conciliar el sueño hasta la
mañana siguiente. Se levantó inapetente, todos los integrantes de la casa de atrás preguntaron
cómo se sentía y ella no pudo menos que fingir que se sentía bien y que la fiebre había pasado.
Pero no era así. Una extraña enfermedad se estaba adueñando de su cuerpo.
Hacia el mediodía tomó su diario y la estilográfica. No atinó a escribir ni una sola frase. El calor
volvía a subirle por el rostro, la fiebre y la inconsciencia se estaban abriendo paso. Ana cayó al
suelo y eso fue todo.
Unos hombres vestidos de civiles y armados enviados por la SS subían por las escaleras de la casa
de atrás. Alguien había hablado y los había delatado. Uno de ellos abrió la puerta de madera de
una patada, fragmentos de astillas se desparramaron por el suelo. La señora Van Daan fue la
primera en dar el grito de alerta. Los refugiados se quedaron quietos en su lugar y Ana se incorporó
lentamente. Miro rápidamente a Margot que temblaba y lloraba.
Quizás fueron solo cinco minutos a partir de que la policía entró y se los llevó, a Ana le pareció más
tiempo desde que los hombres entraron y sus esperanzas se rompieron como cristal. Iban a morir,
todos lo harían.
Ana y Margot tuvieron la suerte si es que suerte puede llamarse de ir al mismo campo de
concentración, Bergen-Belsen al norte de Alemania. Cada día despertaban juntas como si fuera el
último, por la noche el frío carcomía sus huesos, de día el hambre, el miedo y las tareas
esclavizadoras las mantenían ocupadas. Ambas se preguntaba dónde estarían los demás, sobre
todo sus padres, pero preferían no imaginarse qué había pasado con ellos.
Un día al despertar una mujer con uniforme entró en el lugar donde ellas y cientos de mujeres
dormían. Gritó algo en alemán que solo unas pocas entendieron. Ana y Margot se dieron la mano y
siguieron a la masa de mujeres que se movía fuera del lugar. No tenían la menor idea de hacia
dónde iban, seguían a la mujer del uniforme y la trenza rubia.
Entraron en un gran cuarto con bancos y percheros, el resto de las mujeres comenzó a sacarse la
ropa. Las hermanas las siguieron con mucha vergüenza. Tal vez solo tomarían una ducha, sí, eso
tenía sentido, por eso estaban todas desnudas. Pasaron a otra sala que estaba oscura. La mujer
de la trenza se quedó en la puerta observándolas con una sonrisa, Ana la miró, sus miradas se
cruzaron y comprendió su mueca macabra. La puerta se cerró, un silbido insignificante se escuchó
y todas cayeron en la cuenta de que morirían. La puerta estaba marcada por las uñas de víctimas
anteriores. Margot cerró los ojos y apretó la mano de Ana, en pocos segundos cayó muerta a los
pies de su hermana.
Ana gritó y abrió los ojos. Se incorporó en la cama gritando como si su vida dependiera de ello. Por
un instante observó su entorno, estaba en su casa, pero ¿Cómo? ¿Y el campo? ¿Y Margot muerta?
Margot estaba sentada sobre la cama de Ana, tomándole la mano. Durante semanas había delirado
sobre campos de concentración y cámaras de gas, pero solo eso había sido, un delirio. Sus padres
entraron en la habitación, ahora, además de haber sobrevivido a la pesadilla del encierro volvían a
ser una familia, se abrazaron fuertemente los cuatro y se prometieron que jamás se perderían.
El diario de Ana estaba sobre la mesita de luz, hacía semanas que no escribía.
“Querida Kitty:
Tu Ana.”
* Obra premiada en el 6° Concurso Literario y del 2° Concurso Literario Inclusivo “De Ana Frank a
nuestros días”, organizados por el Centro Ana Frank con el apoyo del INADI y el Ministerio de
Educación de la Ciudad de Buenos Aires.
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Shakespeare, nos muestra a partir de la hija de Polonio un personaje de débil carácter, con una
obediencia innegableppp
dddddddd
Oooiuugfd
Eje 3
Clases Sociales
Dostoievsky
Lope de Vega.
Quinto Año: EJE 1: Política y ficción. La obras seleccionadas para este eje
abordan temáticas relacionadas con el contexto socio-histórico de conflictos
entre culturas y la cuestión del otro durante la conquista y colonización
americana. Forman parte del período de formación de la literatura
latinoamericana y favorecen un discurso dialógico del descubrimiento y la
conquista.
Se incluyen en este eje textos como “Popol Vuh” y “Hombres de maíz ”,
que dan cuenta de la riqueza natural y cosmovisión de los pueblos originarios.
“Las crónicas de Indias” tratan la incursión española en las culturas
prehispánicas en América y que se producían en función de las necesidades
administrativas de la Corona , también por normas, reglamentaciones propias
de la comunicación entre el centro y las periferias. Fray Bartolomé de las
Casas rompe con esta producción condescendiente y realiza con su
“Brevísima relación de la destrucción de las Indias una dura y severa denuncia
de las matanzas, crueldades y todo tipo de abusos cometidos en América.