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Género y Principios Rectores sobre

Empresas y Derechos Humanos

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Género y Principios Rectores sobre Empresas y Derechos Humanos

La economía de nuestros países de América Latina y el Caribe se basa cada vez más en la
extracción intensiva de recursos naturales renovables y no renovables, nuestras economías se
han reprimarizado. En los últimos años hemos vivido dos momentos clave: el boom del precio
de los minerales y luego la caída de los mismos. Nuestras economías altamente dependientes
de la renta proveniente de esta extracción siempre optaron por el camino fácil, de obtener
ingresos a partir de la exportación de nuestros recursos, sin generar mayor valor agregado.
Los precios de los commodities han continuado fluctuando y en los últimos meses se aprecia
una mejora. Frente a la variación de los precios, nuestros gobiernos han optado por flexibilizar
las normas ambientales, tributarias, laborales, de propiedad de la tierra, a fin de “evitar” la fuga
de inversiones y hacer más atractiva la inversión. Asimismo, se han endurecido las políticas
de criminalización de la protesta social, que además ha venido funcionando como caldo de
cultivo de la impunidad de quienes violan los derechos de varones y mujeres de las
poblaciones campesinas e indígenas. América Latina se ha convertido en una de las zonas
más violentas y peligrosas para los y las defensores ambientales [1].

En ese contexto, lo que no cambia son los impactos directos de estas actividades extractivas
en las poblaciones de las áreas de influencia. Se continúa ejerciendo presión sobre los
territorios y sobre recursos escasos como son el agua y la tierra, se afecta la flora y la fauna,
se impacta severamente el medio ambiente, deteriorando directamente los medios de vida de
varones y mujeres, degradando su calidad de vida, generando pobreza y violentando sus
derechos. Sin embargo constatamos que esta situación impacta de manera diferente a
varones y mujeres, debido a las diferencias en su situación y a su posición en la sociedad y
debido a las discriminaciones y desigualdades existentes de carácter estructural. Las
actividades extractivas exacerban las diferencias, profundizan la discriminación, agravan la
situación de las mujeres y las hacen más vulnerables.

Y asimismo, en este contexto, existe evidencia de que son las mujeres las más
desfavorecidas, las que reciben los mayores impactos, las más vulnerables frente a los
fenómenos climáticos y al crecimiento exacerbado de las actividades extractivas.

Hace 7 años, en 2011, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas aprobó los
Principios Rectores sobre las Empresas y los Derechos Humanos, elaborados por el
Representante Especial para los derechos humanos y las empresas, John Ruggie. Estos
Principios Rectores a pesar de ser de carácter voluntario, han sido suscritos por los países
miembros de Naciones Unidas y por las más grandes empresas transnacionales. Los PR se
asientan en tres pilares que reflejan las obligaciones concretas de: 1) los Estados deben
Proteger los derechos humanos; 2) las Empresas deben Respetar y 3) ambos actores deben
Remediar los impactos que se pudieran haber producido.

Sin embargo, se ha constatado que tanto las autoridades y funcionarios de los gobiernos, así
como los funcionarios locales de las empresas, no tienen un conocimiento de los 31 Principios
Rectores que sus casas matrices se han comprometido a respetar; pero tampoco respecto a la
perspectiva de género que aunque insuficiente aún han sido incorporados a los mismos. En tal
sentido se creó el Grupo de Trabajo sobre la Perspectiva de Género en los Principios
Rectores, que a la fecha ha realizado consultas regionales y globales en 2017 y 2018 y
realizará para LAC el próximo enero.
Los principios 3, 7, 12 y 20 por ejemplo, reconocen la importancia de la perspectiva de género
en la protección, respeto y remediación de los derechos humanos. Señala que los Estados
deben “explicar cómo tratar eficazmente las cuestiones de género, vulnerabilidad y/o
marginación”; los Estados deben “prestar asistencia adecuada a las empresas para evaluar y
tratar los principales riesgos de abusos, prestando especial atención tanto a la violencia de
género como a la violencia sexual”; asimismo que las Empresas deben respetar los derechos
humanos de las personas pertenecientes a grupos o poblaciones específicos y deberán
prestarles una atención especial cuando vulneren los derechos humanos de esas personas”

Entonces se impone una triple tarea, fortalecer el conocimiento, ejercicio y exigibilidad de


derechos por parte de las mujeres y sensibilizar a los varones; fortalecer la institucionalidad
pública y demandar a los estados la protección de los derechos humanos en general y de las
mujeres en particular y exigir a las empresas el respeto irrestricto de estos derechos y la
remediación de los derechos violentados.

Mientras ello sucede, es necesario analizar los impactos de las actividades extractivas en toda
la cadena de valor y el ciclo de los proyectos, sin dejar de mirar las condiciones pre-existentes,
a fin de presionar hacia un cambio del comportamiento social y ambiental de las empresas. En
el caso de la minería, por ejemplo, analizar desde el otorgamiento de las concesiones,
pasando por las etapas de exploración, construcción, explotación, beneficio, comercialización,
hasta el cierre de la mina y los temas relacionados como el pago de impuestos y regalías, la
inversión pública y el aporte de las actividades extractivas al desarrollo local sostenible;
identificando los impactos que afectan en forma diferenciada a varones y mujeres.

A continuación presentamos un primer acercamiento según la etapa del ciclo de vida de


un proyecto minero en Perú.

En la etapa del otorgamiento de concesiones, no hay consulta previa. En el caso que se


realizara la consulta previa, serían consultados solo los varones, que son los socios calificados
(con voz y voto) de las comunidades indígenas; salvo excepciones, las mujeres no son socias
calificadas. En la mayoría de los casos, las mujeres no son titulares de la propiedad de la
tierra y por lo tanto su opinión, necesidades, problemas, intereses, no son considerados [2].

Cuando las empresas ingresan a los territorios desarrollan relaciones clientelares basadas en
el beneficio económico. Esto genera una grave distorsión en las economías rurales, se
producen brechas de desigualdad entre las comunidades, se gestan conflictos inter e intra
comunales familiares. En este contexto las mujeres son las que pierden más; no solo no son
consultadas sino que al ingresar en este círculo se les agrega cargas de trabajo.

Por su parte los gobiernos “focalizan” los programas sociales en aquellas zonas donde desean
que se desarrollen las actividades extractivas, a fin de generar una sensación de “bienestar” y
“paz social”. Estos programas sociales tienen una visión clientelar y no preparan a las mujeres
beneficiarias directas para el uso de los recursos; si bien es cierto el monto de la transferencia
es sumamente exiguo [3], el fortalecer las capacidades para el uso del dinero es un tema
clave en cualquier programa de transferencias condicionadas, ya que estos programas
podrían servir para empoderarlas. Entre los efectos no deseados de estos programas sociales
está el incremento del alcoholismo y la violencia de género [4].
Las empresas mineras ofrecen empleo temporal a las comunidades de las áreas de influencia
directa de sus actividades. En las comunidades se establecen los turnos por familia y en cada
familia dependiendo de tipo de empleo son los varones o las mujeres las que asumen el
trabajo. Cuando los varones van a trabajar para la empresa, las mujeres asumen además de
sus tareas tradicionales las tareas del varón; sin embargo, cuando es la mujer la que se
emplea en el trabajo temporal, el varón no asume las tareas de la mujer. En el caso que
ambos, mujer y varón, trabajen fuera, quienes asumen las actividades tradicionales
domésticas y productivas son las niñas, quienes dejan de asistir a la escuela para hacerlo.

A ello debemos agregar que cuando los gobiernos locales empiezan a recibir recursos
provenientes de la renta extractiva se genera un crecimiento vertiginoso de las dinámicas
económicas locales, crece el empleo, en su mayoría de carácter precario y con menos
oportunidades para las mujeres.

En las fases de exploración y construcción se produce un crecimiento acelerado de las


economías locales; la población con más recursos invierte para producir bienes y servicios
que son adquiridos por las empresas extractivas y las empresas contratistas. Se construyen
hoteles, restaurantes, se instalan lavanderías, farmacias, peluquerías, sastrerías, llegan las
agencias bancarias. Esta dinámica puede durar entre 2 y 3 años. Las mujeres tienen mayores
oportunidades de empleo, pero además de que los salarios son más bajos que el de los
varones, son empleos que reproducen su rol reproductivo doméstico: lavar, planchar, limpiar,
etc.
En la etapa de explotación se reduce drásticamente la fuerza de trabajo empleada por la
empresa extractiva, se contrata mano de obra con altos niveles de especialización, que no se
encuentra en las comunidades locales. El espejismo, promovido desde los gobiernos, de una
actividad que da mucho trabajo se desvanece. Se reduce la mano de obra no calificada y en
particular se reduce la contratación de mujeres.

Tanto en las fases de exploración como de explotación y cierre de mina, se producen


impactos ambientales, que no siempre están previstos adecuadamente en los instrumentos de
gestión ambiental, con el agravante que estos tampoco son técnicamente idóneos. Entonces
se producen accidentes ambientales que ponen en riesgo particularmente el recurso agua, ya
que se afectan tanto las aguas superficiales como subterráneas. En estas situaciones se
producen dos fenómenos, o escasez de agua o contaminación de las aguas. Se produce
entonces un impacto diferenciado en varones y mujeres con respecto al acceso y calidad del
agua. Las mujeres encargadas del cuidado y la reproducción ven afectado su derecho a un
agua segura y limpia, y en cantidades suficientes [5]. Las mujeres deben caminar algunas
horas para llegar a otras fuentes de agua.

La puesta en práctica de los Principios Rectores de Naciones Unidas sobre Empresas y


Derechos Humanos, debería permitir mejorar la situación y la posición de las mujeres en las
áreas de influencia de proyectos extractivos. Sin embargo, desde la sociedad civil tenemos
una ardua tarea por delante.

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[1] Según el informe de Global Witness, en 2015 fueron asesinados 122 defensores y
defensoras en nuestra región.

[2] Según el Informe de OXFAM 2016, “Privilegios que niegan derechos”, su origen está en las
relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres y los factores que inciden en su
perpetuación son de carácter estructural y reproducen exclusiones históricas.

[3] Menos de 100 dólares mensuales.

[4] “…En los resultados de “Juntos” persisten aún muchos de los problemas propios de las
mismas regiones, como el alcoholismo y la violencia familiar, situaciones que se generalizan
con el programa. Por ejemplo, en algunas localidades se asocia el consumo de alcohol a la
transferencia de dinero, específicamente, al no saber qué hacer con esta”. En Análisis de la
implementación del programa “Juntos” en las regiones de Apurímac, Huancavelica y Huánuco,
Economía y Sociedad N° 73, CIES, diciembre 2009.

[5] Como se sabe la actividad minera insume volúmenes importantes de agua. Según el
estudio de CooperAcción Gobernanza del Agua en zonas mineras del Perú. Abriendo el
diálogo. El 49% del territorio de la Región Hidrográfica del Pacífico está concesionado a la
minería. El 11.28% de las concesiones se encuentran a más de 3,000 msnm, donde se
encuentran las fuentes de agua.

Artículo publicado originalmente en el boletín “Mujeres frente al extractivismo”

Link : https://sway.office.com/9w8PbS2hQGtZaB1U?ref=email

Julia Cuadros

18 de Octubre de 2018

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