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LA LEYENDA DEL MAÍZ

En una de las quebradas profundas de la región andina, donde


los riachuelos serpentean cual hebras de plata, vivía una ñusta.
Esta era bella, de piel aterciopelada y cabellos lisos dorados cual
rayos de sol…
A inicios del Tahuantinsuyo, la fama de su belleza y virginidad
había llegado hasta los confines del imperio, causando que las
otras doncellas envidiaban su incomparable belleza y los
muchachos suspiraban por su amor. A oídos del Willaq Uma y
del Inca había llegado esta noticia, por medio de los ligeros
chasquis y viajeros que habían atravesado ese valle.
Dicho valle estaba gobernado por un cacique cruel, egoísta y
codicioso. Este trataba de conquistar a la doncella de múltiples
formas, ya enviándole obsequios, colmándola de atenciones o
recurriendo a amenazas temerarias. En ninguna forma accedía
la doncella a las pretensiones del cacique, que de cualquier
modo, buscaba oportunidad para poseerla.
Un día arribó al valle un chasqui, portando una orden para
que en el mes de la consagración de las vírgenes del sol, enviase
el cacique a la bella Wayta, para que ingresase al Acllahuasi de
la ciudad imperial del Cusco. Un día de límpido y de azulino cielo,
debía decidirse su destino. Ese día hacía un calor insoportable,
y venían circulando por el valle las noticias de que el cacique y
los hombres habían ido a las punas de cacería anual, a atrapar
vicuñas, zorros y vizcachas.
La bella Wayta había ido a bañarse sola al riachuelo. El
cacique al cual se creía estar en la cacería estaba acechándola
desde unas peñas. Vio como ese cuerpo aterciopelado era
acariciado por las limpias aguas. Los deseos de la carne y de la
tentación tanto tiempo contenido e insatisfecho lo impulsó a
acercarse. Ella resistió con ahínco a las demandas de éste, más
él, terco y chabacano venció al fin y bebió extasiado el néctar de
esa flor pura… sobre la grama húmeda y a la luz del sol…
Después de haberse consumado este repudiable hecho, ella
avergonzada, llena de asco e indignación, se dirigió velozmente
hacia la más alta cumbre de la quebrada, donde mora el
majestuoso cóndor…Llegó al anochecer. El sol habíase ocultado
ya tras las montañas. Era una noche silenciosa, triste. Con voz
desesperada, fuerte y llorosa, la doncella extendiendo sus
brazos hacia el horizonte exclamó:
¡Oh! Aukin Apu, hacedor del mundo y de las cosas, redímeme…
¡Fui virgen pura…Quise consagrarme en mi vida y el cacique,
cruel, y llena de maldad, me hirió el alma y el honor…Oh
aukin…redímeme.
-Su voz se perdía entre las grietas inmensas de las montañas,
y misteriosamente, alguien al cabo de algún tiempo respondió: -
Ñusta, sumaq ñusta…¡No llores tu desdicha, que sobre ella
construiré tu orgullo y recompensa… baja al valle, encamínate
al solar de tus padres, allí extiende tus trenzas de oro cerca del
suelo, recuéstate en él y húndete en la arena suave y antes de
que amanezca obraré a fin de redimir ante la faz del mundo y de
los hombres. Para que en las noches de boda sirvas de algarabía
a los pobres. Emborracharás el corazón de los Amautas y curarás
a los enfermos del mal del amor. Alimentarás con tu cuerpo a los
famélicos, a los sedientos aplacarás su sed, hasta el Inca, en la
Fiestas del Inti Raymi, ofrendará en señal de paz y abundancia, a
los dioses, implorando tu nombre y tu fama recorrerá el Imperio.
-La doncella bajó al solar de sus padres y cuando aparecía en
el horizonte el primer rayo del sol, en el fértil valle nacía una
planta nueva y bella.
El cacique, de cierta manera satisfecho, pero temeroso del
castigo de los dioses, se encaminó a su casa, se retorcía en su
lecho no pudiendo conciliar su sueño, pues, la idea de
culpabilidad le perseguía.
Cerca de la media noche, entre las cavilaciones de su
atormentada mente, pensó:
-Qué miserable soy… soy un gusanillo que eternamente se
arrastrará en la tierra…
-No terminó de expresar mentalmente dicha sentencia, los
Apus, como castigo por el delito cometido le causaron una
convulsión terrible, convirtiéndole en hutuskuru o shiuri, al
cacique violador. Así los dioses implacables y justicieros
redimieron a la bella y castigaron al perverso.
Hasta la actualidad, el amor insatisfecho y vil del cacique
persigue a la doncella, cuando ésta transformada en maíz,
apunta sus rizos de oro hacia el cielo azul y sus mazorcas penden
del tallo de la esbelta y jugosa caña, un gusanillo miserable se
arrastra hacia ella y seguirá arrastrándose hasta el fin de los
siglos.
Extraída de “Leyendas andinas”

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