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frecuentes que afectan a las mujeres adolescentes de nuestro país y de otros países
occidentales desarrollados1. Se han estudiado ampliamente desde el punto de vista
psiquiátrico y nutricional, pero no se conoce bien su repercusión en el sistema nervioso
central. En el presente trabajo se describe la incidencia de atrofia cerebral en pacientes con
trastornos de la conducta alimentaria y se relacionan con sus datos antropométricos y
nutricionales.
Pacientes y método
Resultados
Se observó atrofia cerebral en 10 pacientes con AN (2 varones y 8 mujeres), lo que supone
el 21,2% de los 47 casos estudiados y el 22,2% de los 45 casos de AN. Los pacientes con
atrofia cerebral tenían unas medias de edad y de porcentaje de pérdida de peso mayores que
aquéllos sin atrofia (p = 0,014 y p = 0,001, respectivamente). Asimismo, presentaban una
media del pliegue del tríceps menor que los pacientes sin atrofia (p = 0,001). No hubo
diferencia entre las medias de peso, talla, IMC e IPP de ambos grupos. Se observaron casos
con grave pérdida de peso, bajo IMC y escaso panículo adiposo sin atrofia cerebral. Ningún
paciente con atrofia cerebral mostró manifestaciones neurológicas. En la tabla 1 se muestra
la diferencia de las medidas entre los pacientes con atrofia cerebral y sin ella, y en la figura
1 la RM de una paciente (caso 2) donde se evidencian signos de atrofia cerebral.
Discusión
Los trastornos nutricionales han sido ampliamente descritos en pacientes con AN. La atrofia
de la masa muscular y del panículo adiposo caracteriza el fenotipo de estos pacientes.
Asimismo, los trastornos bioquímicos, entre los que se encuentran los relativos al
metabolismo lipídico, la osteopenia y las alteraciones hormonales son hallazgos frecuentes
en este tipo de enfermos, sobre todo en los casos graves. Las alteraciones y complicaciones
neurológicas se han evidenciado en escasas ocasiones, ya afecten al sistema nervioso
periférico o central1,5,6.
El porcentaje de pérdida de peso corporal fue mayor en los pacientes con atrofia (media de
29,4%) que en aquéllos sin esta anomalía (media del 21,2%) (p = 0,001), lo cual explica un
menor IMC. En el resto de las medidas no hubo diferencias significativas, aunque las medias
del peso y del IMC también fueron menores en los pacientes con atrofia. En estos pacientes,
el IPP fue mayor que en los pacientes sin atrofia (1,92 frente a 1,38).
Los 2 casos de atrofia cerebral más importante corresponden a un varón (caso 1) y a una
mujer (caso 10). En ambos el IPP y el porcentaje de pérdida de peso fueron elevados, pero
no los más altos de la serie estudiada; por otra parte, el grosor del pliegue del tríceps de ambos
no fue de los de menor medida. Asimismo, el caso 6, correspondiente a una mujer con atrofia
cerebral, no presentaba una excesiva pérdida de peso.
La escasa cantidad de pacientes estudiados con bulimia nerviosa (2 casos), así como de
varones (3 casos), no permite extraer conclusiones respecto a la presencia o ausencia de
atrofia cerebral en este trastorno de la conducta alimentaria, ni preferencia respecto al sexo.
No obstante, es preciso señalar que, de los 3 casos de AN en varones, en 2 se objetivó atrofia
cerebral.
Es deseable que se amplíen los estudios para establecer si la atrofia encontrada en casos de
AN es reversible o no, en qué casos concretos lo sería y qué consecuencia puede tener su
persistencia en el futuro de estos enfermos. La repetición de la RM sistemática, tras la
recuperación del peso corporal, puede mostrar la reversibilidad o irreversibilidad del cuadro.
La observación de los presentes hallazgos en series más amplias permitirá confirmar si la
atrofia cerebral es más frecuente en varones que en mujeres, así como la implicación del
tejido adiposo en la patogenia de esta anomalía.